CAPÍTULO 14


POV LIA ROMANOVA

Mientras mi madre cuidadosamente ajustaba la nueva venda alrededor de mis costillas, sus palabras resonaban en la habitación, impregnadas de esa autoridad maternal que siempre había respetado, aunque ahora la desafiara con mi impaciencia.

—Puedes comenzar a moverte y caminar, pero hazlo con precaución, muy lentamente Bambina mia (mi niña). No deseo que te esfuerces demasiado.

Detestaba sentirme enferma, atrapada en este estado de debilidad. Me complacía la idea de estar en movimiento constante, de desafiar mis límites. Y ella lo sabía demasiado bien. Sabía que apenas pudiera poner un pie fuera de la cama, estaría ansiosa por explorar, sin pensar en las consecuencias para mi recuperación.

—Mamá, prometo ser cuidadosa. Pero ya no puedo soportar más la inactividad. Han pasado tres días y necesito un respiro. Necesito ver a la gente, todos han estado tan ocupados que apenas si se detienen a saludarme antes de continuar con sus quehaceres. —Sonreí inevitablemente—. Excepto tú.

Una sonrisa leve curvó sus labios mientras asentía, finalizando su tarea con cuidado.

—¿Artem ha mencionado a Vladik en alguna ocasión contigo? —su pregunta me tomó por sorpresa, arrugué mi frente en confusión.

—No, no hemos hablado de Vladik —respondí, sintiendo su escepticismo—. Si lo hubiéramos hecho te lo diría.

—Juraría que escuché su nombre cuando él estuvo contigo en la habitación, antes de viajar a Italia con tu primo Aleksey —insistió.

—¿Cuándo...? —Mi memoria luchaba por recordar los detalles—. Sé que estuvo aquí, pero todo es un tanto borroso y aún más de lo que hablamos, apenas puedo recordar algunas cosas.

La idea de no recordar me llenaba de inquietud, especialmente cuando se trataba de una conversación con Artem. Ni siquiera podía recordar lo que había hablado con mamá al despertar.

—La morfina puede causar lagunas en la memoria. No te preocupes demasiado —Sus palabras fueron reconfortantes mientras acariciaba mi cabello con ternura—. Es una lástima que Vladik haya muerto, era como un tío para ustedes, pero a veces, el destino es implacable.

—Era una buena persona. Lo extrañaremos —suspiré.

Su sonrisa se desvaneció lentamente, como si estuviera a punto de decir algo más, cuando un golpe en la puerta interrumpió nuestro momento. Ajusté mi camisa y vi cómo mi madre se dirigía hacia la puerta para abrirla, revelando a Lyonya parado en el umbral.

Su presencia inesperada me tomó desprevenida, y lo observé con una mezcla de confusión y curiosidad mientras él dirigía sus palabras directamente hacia mí.

—Tengo algo que reportar —anunció con seriedad.

—Dime.

—Uno de sus automóviles fue dañado —su declaración me dejó desconcertada, tratando de comprender el alcance del daño.

—¿Cómo de dañado estamos hablando? —inquirió mamá.

—Las llantas fueron pinchadas, las puertas y el capó rayados con un objeto puntiagudo —explicó, su tono profesional apenas ocultando la gravedad del asunto.

—¿Cómo puede suceder algo así en nuestra propia propiedad? ¿Quién ha entrado sin autorización? —el tono de voz de mamá denotaba bastante indignación. Y no era para menos.

—El estado del automóvil no me preocupa tanto como identificar al responsable —intervine.

La tensión de Lyonya pareció disiparse un poco ante mi comentario, y no pude contener una risa ligera.

—Por el amor de Dios, Lyonya, no es como si fuera el Bugatti La Voiture Noire que Artem me regaló en mi cumpleaños —bromeé, pero la tensión en la habitación volvió rápidamente cuando vi la reacción de Lyonya.

Mierda.

—Lo siento, estamos investigando activamente para encontrar al culpable —se disculpó, su gesto serio.

Apreté los puños con frustración y extendí mi mano hacia mamá, buscando su apoyo para levantarme.

—Será mejor que te quedes aquí, cariño —aconsejó con preocupación.

—No, necesito ver el estado de mi automóvil. Y prometo que quien haya hecho esto lo pagará caro —declaré con firmeza, aunque un gemido escapó de mis labios cuando me puse de pie, el dolor real manifestándose ahora que los analgésicos comenzaban a desvanecerse.

Agradecí internamente que hubieran adecuado una habitación del primer piso para mí, ya que bajar las escaleras habría sido una tortura.

—Ni siquiera la abuela de Anastasia camina tan despacio como yo —me quejé entre dientes, arrancando una sonrisa leve de mamá y Lyonya mientras avanzábamos hacia el amplio garaje que estaba dividido en secciones.

Cuando llegamos a mi sección, agarré la mano de mamá mientras examinaba los daños en mi automóvil y notando las numerosas cámaras que vigilaban el área.

—Esto no es un simple acto vandálico, esto es odio y venganza —murmuró mamá, su preocupación palpable en su voz—, Podrían ser...

—No, mamá, no son ellos... —comencé a decir, pero mi voz se desvaneció cuando Artem apareció, seguido de Sergei.

No sabía que llegaba hoy, su viaje a Italia se había alargado unos días más.

—No será necesario preocuparse, yo me encargaré y el responsable rendirá cuentas. En una hora vendrán a recoger el automóvil y lo repararán, así que no te preocupes —aseguró Artem, su tono tranquilo, pero firme.

Fruncí el ceño al observarlo, intentando recordar la conversación a la que mamá había aludido, pero mis pensamientos se nublaron, dejando solo la imagen de Artem a mi lado.

—Gracias por tu preocupación, pero esto es asunto mío y yo lo resolveré —declaré con terquedad.

—Creo que Artem tiene razón, mi amor —intervino mamá—. No estás en condiciones para lidiar con esto ahora mismo. Necesitas descansar.

La verdad era que ansiaba desesperadamente una buena dosis de analgésicos y el consuelo de mi cama.

—Está bien —murmuré finalmente, aceptando la derrota—. Pero quiero un informe detallado de lo sucedido.

Mientras pasábamos junto a ellos, Sergei me deseó una pronta recuperación, y Artem tomó mi mano libre para apretarla, dejando un pequeño papel entre mis dedos. Lo miré con desconcierto, pero él simplemente guiñó un ojo en respuesta.

—Ah, se me olvidaba, Andrea te ha enviado un delicioso sancocho. Creo que deberías comerlo antes de que los gemelos se lo devoren todo —agregó con una sonrisa, antes de seguir su camino.

Caminé con toda la determinación que pude reunir hacia la cocina, pero el sonido de las risas de los gemelos me advirtió que había llegado demasiado tarde.

—Seguro están comiendo algo más —mamá intentó consolarme, pero ambas sabíamos la verdad.

Abrimos la puerta de la cocina y los gemelos giraron la cabeza rápidamente, cada uno con una cuchara suspendida en el aire a punto de alcanzar sus bocas.

—¡Malditos! —fue mi primer impulso, y un intento de correr hacia ellos fue rápidamente detenido por un dolor punzante en mi costado—. ¡Ay, mamá!

—Hermanita —susurraron al unísono, la cero culpabilidad evidente en sus rostros traviesos.

—¡Akin y Adrik! —mamá los reprendió, acercándose para agarrarlos de las orejas—. Era para su hermana, no para ustedes.

—Pensamos que no lo apreciarías —se disculpó Akin—. Estaba ahí, y teníamos hambre...

—Y nos comimos el sancocho, aunque todavía queda un poco —añadió Adrik, luchando por contener una sonrisa que solo aumentaba mi irritación.

—Deberían dar gracias a que no puedo moverme, o de lo contrario los mato —mascullé entre dientes.

—¡Lia, por favor, no uses ese lenguaje! —resoplé, mientras les mostraba a los gemelos un gesto de desaprobación con el dedo medio—. Akin y Adrik van a compensarlo, o habrá consecuencias.

Recordé entonces el papel que aún sostenía en mi mano y la curiosidad me carcomió por dentro. Necesitaba irme.

—Por supuesto que lo harán, o de lo contrario... —hice el gesto de pasar mi dedo por mi cuello lentamente.

El sancocho de la tía Andrea era sagrado para todos nosotros, y siempre había disputas por las porciones. Lo que acababan de hacer era peor que la traición.

Con la ayuda de Lyonya, me retiré lentamente a mi habitación temporal, dejando a mamá para lidiar con los gemelos. Ella sabía que estaban perdidos, pero aun así lo intentaba.

—Sé que Artem se encargará, pero necesito que revises las grabaciones de las cámaras y me digas quién fue —le pedí a Lyonya.

—¿No confía en que el Pakhan le diga la verdad? —su tono llevaba consigo un atisbo de curiosidad.

Todavía no me había acostumbrado al nuevo título que había adquirido Artem.

—Solo tengo un presentimiento, y siempre que los tengo, les hago caso. Me han llevado a descubrir muchas cosas, y esta vez no es diferente.

—Tan pronto la deje en su habitación, me pondré a ello.

—Te lo agradezco enormemente —apreté su mano en señal de gratitud mientras continuábamos nuestro camino.

Cuando ya estuve en mi habitación desenvolví el papel que Artem me había entregado. Las palabras impresas en él resonaron en mi mente, llenándome de una mezcla de emociones.

"No sabes cuánto te he echado de menos. No veía la hora de volver a tu lado. Desde que llegué, he deseado estar contigo, pero una desventaja de ser el Pakhan es que el trabajo nunca termina, especialmente al principio. Vendré a tu habitación esta noche.

P.D.: El hecho de que Vladik haya muerto no significa que vaya a retrasar lo inevitable. No te preocupes. Te quiero.

A."


Mi sonrisa floreció de manera inevitable ante sus dulces palabras. Anhelaba que el tiempo avanzara rápidamente para que él estuviera a mi lado, para poder abrazarlo, besarlo, sentir su calor reconfortante a mi alrededor. Ansiaba la seguridad que solo sus brazos podían brindarme. Pero...

¿Qué quería decir con "lo inevitable"? ¿Y por qué mencionar a Vladik en ese contexto?

Esas preguntas resonaron en mi mente como un eco insistente, desafiando mis intentos de encontrar respuestas.

Entonces si habíamos hablado de Vladik antes de que Artem se marchara, pero ¿qué fue lo que dijimos?

Odiaba la sensación de estar atrapada en un laberinto de recuerdos borrosos, donde cada callejón oscuro me llevaba a un callejón sin salida. Pero, a pesar de mi frustración, sabía que debía encontrar una manera de despejar la neblina que nublaba mi mente y recuperar las piezas perdidas de esa conversación.

El tal vez podría decirme.

Mi teléfono comenzó a sonar y fruncí el ceño. Me moví lo más rápido que pude hacia él y contesté.

—Espero que ya estés mejor, tenemos que vernos muy pronto —la voz de Kai resonó al otro lado de la línea.

Cerré los ojos con fuerza, tratando de contener la oleada de emociones que amenazaba con desbordarse.

—Kai —susurré con cautela—. ¿Qué demonios quieres de mí?

—Tu tiempo se agota, Lia, y necesitamos hablar, o el último miembro de tu equipo morirá y después lo harás tú.

—No soy tan ingenua. No me reuniré contigo —respondí con firmeza.

—Mi padre te quiere muerta, no yo. —Su respuesta fue instantánea, cargada de una extraña urgencia—. Te salvé.

Una sensación de escalofrío recorrió mi espalda mientras absorbía sus palabras. ¿Qué juego estaba jugando?

—¿Qué es lo que quieres?

—Algo tan importante no puede ser discutido por teléfono. —El ruido de fondo en la llamada se intensificó—. No estoy en Estados Unidos, pero llegaré en dos días. Nos veremos entonces, tú y yo.

—Aún no he dicho que sí —protesté.

—Lo harás, porque es la única forma de evitar una guerra —y con eso, colgó.

[...]

Estaba a punto de terminar un capítulo de Game of Thrones cuando la puerta se abrió y por ella entró mi chico.

—Pensé que ya no vendrías, es tarde —murmuré, aunque mi corazón se aceleró al verlo.

Cerró la puerta y se acercó lentamente hacia mí, dejando un beso en mi cabeza.

—Lo siento, acabo de terminar —se disculpó, sosteniendo una bolsa en su mano libre.

Observé la bolsa y señalé hacia ella.

—Pensé que te gustaría compartir un bote de helado conmigo —susurró, acercándose aún más.

Una sonrisa involuntaria se curvó en mis labios.

—Depende —dije juguetonamente, sintiendo la tensión crecer entre nosotros.

—¿De qué? —preguntó, con una chispa de deseo brillando en sus ojos.

—Del sabor —respondí, humedeciendo mis labios al ver cómo su mirada se posaba en ellos—. Artem.

Parpadeó varias veces antes de asentir.

—Vainilla con chispas de chocolate.

—Mi segundo sabor favorito —admití.

—Porque el primero son mis besos —añadió con una mirada intensa.

Rodé los ojos con una sonrisa mientras esperaba que destapara el helado y me entregara mi cuchara.

—¿Quién fue? —pregunté, desviando la conversación hacia un tema más serio.

Levantó la mirada y por un instante pensé que podría leer sus emociones en sus ojos, pero con el tiempo se había convertido en un maestro en ocultar sus sentimientos.

—Solo necesitas saber que ya me he encargado de ello. Fue una persona sin valor.

Asentí lentamente y palmeé el espacio a mi lado, indicándole que se acostara junto a mí.

—¿Qué estás viendo? —indagó, tratando de cambiar de tema.

Decidí abordar el asunto que me inquietaba.

—Game of Thrones. —Lo miré fijamente—. ¿Qué quisiste decir con "retrasar lo inevitable"? ¿Y qué tiene que ver Vladik en todo esto?

Me observó confundido por un momento, como si estuviera procesando mis preguntas.

—¿Por qué me lo estas preguntando? —respondió finalmente.

—Porque tengo imágenes borrosas de cuando me desperté, no recuerdo lo que hablamos. En realidad, no recuerdo nada de ese día —revelé, sintiendo la necesidad de buscar respuestas.

Asintió con comprensión.

—Vladik tenía una idea para minimizar los riesgos cuando le contáramos a nuestros padres y a la bratva sobre nosotros dos —explicó, y sentí un nudo en el estómago.

—¿De verdad lo harás? Es peligroso, especialmente cuando apenas estás asumiendo el cargo —advertí, preocupada por las posibles consecuencias. Artem frunció el ceño—. No quiero que tengas problemas. No será bien visto una relación entre dos hermanos. La bratva puede ser despiadada, pero tiene principios.

—Pensé que querías que lo hiciera —me recordó.

—Lo hago, pero si te afectara de alguna manera, entonces no, Artem. Encontraremos una solución —insistí, queriendo protegerlo a toda costa.

—¿Por qué piensas en mí y no en ti? —preguntó, y su sinceridad me conmovió—. También te afectara.

—Porque no soy el Pakhan —respondí simplemente, entrelazando mi mano con la suya y apretándola con fuerza.

La mirada de Artem ardía con una intensidad que me dejó sin aliento.

—Ahora entiendo tu reacción, tan plana, tan vacía... y me odiarás, Lia. Cuando lo sepas, lo harás. Pero estoy dividido, siempre lo he estado. Es como una balanza, y cada lado tiene razones tan pesadas que duelen.

Entrelacé su mano con la mía y la apreté, buscando transmitirle mi apoyo incondicional.

—Nunca podría odiarte, y encontraremos la manera de hallar un equilibrio, juntos. Necesitamos permanecer unidos, ser honestos y confiar el uno en el otro.

La intensidad de su mirada era palpable, como si estuviera luchando una batalla interna consigo mismo, y por un momento, me pregunté si sería capaz de soportar el peso de sus razones junto a él.

—Podré sobrellevarlo todo si te tengo a mi lado —susurró finalmente.

Sonreí con complicidad mientras me disponía a saborear mi helado, sumergiéndome en la dulce distracción que ofrecía el momento, cuando de repente, sentí un tirón agudo en mi abdomen, seguido de una sensación de explosión y agua desbordándose fuera de mi vagina.

—Mierda. Mierda. Mierda —murmuré entre dientes, sintiendo la urgencia de reaccionar mientras mi mente trabajaba a toda velocidad—. ¡Jodida doblemente mierda!

Artem me miró con una expresión de confusión, incapaz de comprender la situación.

No era alguien propenso a la vergüenza, pero experimentar algo así con el hombre que me gustaba, y con quien aún no había cruzado ciertos límites de intimidad, era simplemente desastroso.

—¿Pasa algo?

Respiré hondo, tratando de reunir la fuerza para admitir lo que estaba sucediendo.

—Acaba de llegarme la menstruación —susurré, dejando caer el helado y tratando de incorporarme, aunque mis esfuerzos resultaron en vano.

—Espera, déjame ayudarte —respondió rápidamente, extendiendo su mano para sostenerme y ayudarme a sentarme—. ¿Por qué te afecta tanto que te haya llegado la menstruación? Es algo natural.

Se encogió de hombros con indiferencia, pero su comprensión no mitigaba mi sensación de incomodidad. Había manchado la cama y ahora me veía obligada a lidiar con la situación, sin mencionar que necesitaba un baño desesperadamente y, desafortunadamente, no estaba dispuesta a pedirle ayuda a él.

—¡No esperaba que llegara hoy! ¡Manché la maldita cama! —exclamé, dejando escapar mi frustración—. Ahora necesito bañarme y, aunque me duela, no te pediré que me ayudes. Así que vete.

Su mirada se llenó de comprensión y asintió lentamente, mientras se levantaba y abandonaba la habitación sin pronunciar una sola palabra.

—¿Qué demonios...? —gemí, totalmente incrédula ante su partida abrupta—. Maldito sea. Es solo sangre. Yo sola me las arreglaré.

Aguanté la respiración mientras me aferraba al respaldo de la cama y me incorporaba, sintiendo cómo el punzante dolor en mi costado me hacía contener un gemido. Cada movimiento era una batalla contra el dolor que amenazaba con consumirme.

Al girar la mirada hacia las sábanas blancas, había una gran mancha roja que las teñía. Agradecí en silencio que mis shorts fueran de un color oscuro, lo que mitigaba en parte el desastroso panorama, aunque la sangre comenzaba a escurrir por mis piernas.

Había llegado muy violento este mes.

Caminé con pasos lentos y vacilantes hacia el baño, pero una oleada de frustración me golpeó cuando recordé que no había ninguna toalla ni tampón allí dentro.

—Maldito sea, Kai, te juro que te mataré —mascullé entre dientes, deteniéndome un momento para evaluar mis opciones.

No quería despertar a mamá o interrumpir su momento con papá, pero necesitaba desesperadamente ayuda. No podía enfrentar esto sola sin arriesgarme a lastimarme aún más.

Me quedé por varios minutos inmóvil, mientras intentaba no llorar por la situación.

Justo cuando estaba a punto de desesperarme, escuché pasos rápidos acercándose a la puerta. Antes de que pudiera reaccionar, Artem irrumpió en la habitación con un paquete de toallas y tampones en una mano y una taza humeante de té en la otra.

Mi sorpresa fue palpable. Había asumido que se había marchado después de mi abrupta solicitud, pero ahí estaba, trayéndome justo lo que necesitaba en el momento justo.

—Pensé que te habías ido —musité, sorprendida por su regreso repentino.

Quería llorar de la alegría.

—No iba a dejarte sola, Lia. Ahora, toma este té rápidamente para que no tengas cólicos, después te ayudaré a ir al baño —dijo con firmeza.

Tomé el té con rapidez, permitiendo que el líquido reconfortante me inundara, antes de dejar que Artem me guiara.

—Gracias, ahora puedes salir —señalé la puerta—. Yo lidiaré con este desastre.

Me quedó mirando fijamente mientras negaba lentamente.

—Tendrás que quitarte la ropa, entrar en la ducha, limpiarte y procurar no mojar las vendas. Después, tendrás que ponerte un tampón y vestirte con ropa limpia —enumeró rápidamente mientras su mirada seguía penetrando la mía—. Cada paso requerirá inclinaciones y movimientos que harán doler tus costillas, así que sí, me quedaré y te ayudaré.

—No dejaré que la primera vez que veas mi coño sea lleno de sangre.

—Solo es sangre, estoy acostumbrado. —Se encogió de hombros y se acercó. Sus dedos fríos se deslizaron bajo la tela de mi camiseta, elevándola con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su mirada—. No lo había considerado, que vería tu coño por primera vez...será una experiencia muy grata.

Mis mejillas ardían con un rubor que nunca antes había experimentado, una reacción visceral e incontrolable ante la presencia de Artem. Me sentía vulnerable, expuesta ante su mirada penetrante y su aura de peligro irresistible. Con él, me transformaba en una estúpida colegiala, incapaz de mantener la compostura ante el torbellino de emociones que desataba en mí.

Cuando sus manos se deslizaron bajo la tela de mi short y mis bragas, sentí como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies, deseando ser engullida por la tierra para escapar del vergonzoso momento. Apresé mis labios con fuerza, mientras cada músculo de mi cuerpo se tensaba.

Sin embargo, en medio de la vorágine de emociones que me envolvía, noté con sorpresa que no había rastro de asco o repulsión en su rostro, ni siquiera un leve gesto de desagrado. Su atención no se desviaba hacia mi coño, como si estuviera completamente absorto en la tarea que tenía entre manos, y malditamente, en ese momento, agradecí su aparente indiferencia.

Con cuidado, me ayudó a entrar en la ducha y tomó la manguera para comenzar a rociarme con agua. En medio del vapor y el eco de mis propios pensamientos, comprendí que no había escapatoria, que debía resignarme a aceptar lo que estaba sucediendo y a soportar la vergüenza.

—Estás tensa —dijo con una sonrisa burlona, como si mi malestar le proporcionara algún tipo de placer perverso—. No creí que fueras tan penosa. Abre las piernas —demandó, su voz resonando en el espacio cerrado del baño con una autoridad que no admitía discusión.

Intenté protestar, tratando de mantener un atisbo de dignidad, pero mis palabras se ahogaron en mi garganta cuando vi cómo Artem abandonaba toda pretensión de decoro, despojándose de su camiseta con un gesto brusco y decidido. Se agachó frente a mí, su mirada ardiente como un fuego infernal, y volvió a exigir con voz implacable:

—Abre las piernas, Lia —era una orden disfrazada de súplica.

Cuando su cabeza se alzó para mirarme, sentí como si el mundo entero se detuviera en ese instante, como si el tiempo mismo se hubiera congelado ante lo que mis ojos estaban presenciando. No dije ni una palabra. En lugar de eso, simplemente lo observé, sin parpadear, como si temiera que un solo parpadeo pudiera hacerlo desaparecer. Mi cuerpo parecía moverse por pura inercia, mis piernas se separaron ligeramente.

El silencio reinaba en el baño, roto solo por el suave chapoteo del agua contra el suelo y el latido acelerado de mi corazón en mi pecho. En ese momento, me sentí vulnerable y expuesta, pero también viva de una manera que nunca antes había experimentado.

Cuando finalmente la ducha llegó a su fin, me enfrenté al desafío de ponerme el tampón, incluso cuando el simple acto de inclinarme me hacía contener un suspiro de dolor, estaba decidida a hacerlo. Una vez completada esa tarea, un suspiro de alivio escapó de mis labios. Después de eso, todo fue más fácil. Artem trajo una pijama nueva y terminamos.

—La flor de loto —susurré, tocando el tatuaje delicadamente—. Estaba en el norte, en tu corazón.

—Habrías perdido.

—Sí, lo habría hecho, pero ¿por qué en ese lugar?

Él agacho su mirada para observar su tatuaje y sostuvo con fuerza mi mano y la plantó ahí, en su corazón.

—Porque empecé a vivir cuando comencé amarte.



Bastaaaaa. Lo amoooo.  

Estaré subiendo contenido en mi Instagram sobre estos dos hermosos, así que pasen por allí, síganme y disfruten de los videos. Instagram: Luztorres07

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