CAPÍTULO 10
POV ARTEM ROMANOV
El aire espeso parecía embotar mis sentidos mientras atravesaba el camino hacia el estudio.
—El señor lo espera adentro. —Observé el gesto imperativo de la mano derecha del capo—. Solo. Él se tiene que quedar acá.
—Si no salgo en menos de una hora, mátalos a todos —una ojeada de soslayo a Sergei y mi asentimiento reafirmaron la orden.
Empujé la puerta entreabierta y me adentré en lo que parecía ser su oficina. Aun no entendía qué demonios nos había llevado a reunirnos en su maldita casa. Esa situación nos ponía en desventaja; conté más de treinta hombres vigilando sus terrenos. Pero intuí que había más, siempre había más. Nos dejaba con un promedio de hombres no muy favorables para cada uno. Sin embargo, habíamos sobrevivido a batallas peores; esta sería solo otra más para nuestra lista.
Mis botas resonaron en el suelo de madera pulida mientras avanzaba hacia el hombre que aguardaba en el centro de la habitación.
Al encontrarme con sus ojos, experimenté una extraña sensación de familiaridad por primera vez en mi vida. Sus rasgos faciales eran un reflejo de los míos; no había duda de que estaba ante mi padre biológico.
Esperé algún atisbo de conexión, pero no había nada más que una simple herencia genética compartida con ese bastardo.
—Mi Diego, hubo momentos en los que pensé que jamás te volvería a ver, pero aquí estamos. —Sus labios esbozaron una sonrisa mientras extendía las manos en un gesto de bienvenida. No pude evitar notar el muñón que marcaba su mano derecha—. Por fin los Hernández reunidos.
—Artem Romanov —pronuncié mi nombre con una determinación fría, rechazando cualquier atisbo de familiaridad con el hombre que se atrevía a reclamarme como hijo—. Mi nombre es Artem Romanov.
Él chasqueó la lengua en disgusto y señaló el asiento frente a su escritorio.
—Chinga tu madre —refunfuñó, visiblemente molesto—. Hasta conservas el maldito acento de ese hijo de puta.
Desenvainé mi arma con rapidez y lo apunté.
—Hablas mal de mi padre de nuevo y no dudaré en matarte, sin importarme si tengo alguna oportunidad de salir de aquí —advertí. No toleraría ningún insulto hacia mi familia.
Me senté frente a él, sosteniéndole la mirada con firmeza.
—Tu nombre es Diego Hernández, así te bautizamos —comentó—. Seguramente crees que te abandoné, pero fue al revés. Tu madre escapó contigo, se fugó, y cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. Te busqué por todo México hasta que supe que ella se había colado en el camión de putas que envié a Darko. Me llevó mucho tiempo descubrir que el hijo que de repente apareció junto a Isabella era mi hijo, mi propia sangre. Solo bastó ver las fotos que tomaron de ti para darme cuenta de que eras mío, pero no pude hacer nada para traerte conmigo. Te robaron, te arrancaron de tus raíces y te inculcaron malditas costumbres rusas. Aunque no puedo decir nada sobre las costumbres italianas; tu madre era italiana.
Fruncí el ceño y una risa amarga escapó de mis labios.
—Detesto que me hagan perder el tiempo. Vine aquí porque tienes información que necesito. Ahórrate esa mierda de cursilería —espeté con desdén, cortando su monólogo con un gesto de impaciencia—. Dame la información que realmente necesito.
—Todo con paciencia —murmuró con una sonrisa—. Déjame saborear cada instante contigo, solo unos minutos más. ¿Cómo estás? —preguntó con un tono suave.
Mi mirada se clavó en la suya, buscando cualquier indicio de falsedad en sus palabras. "¿Cómo estoy?", pensé con ironía. La ira bullía en mi interior, amenazando con desbordarse en una tormenta de violencia. Pero me obligué a mantener la compostura, a no revelar mi verdadero estado. Todo esto era por Lia, recordé con amargura. Todo esto era por ella.
—Empiezo a enojarme —respondí con un gruñido apenas contenido, mis puños apretados con fuerza mientras luchaba contra el impulso de lanzarme sobre él y arrancarle la verdad con mis propias manos—. Solo espero que no haya sido mentira tuya sobre la información que necesito —añadí con un tono de advertencia, dejando claro que cualquier intento de engaño sería pagado con sangre.
Observé cada gesto, cada tic nervioso en su rostro. ¿Estaba mintiendo? ¿O tal vez estaba diciendo la verdad? La incertidumbre me consumía, pero me forcé a mantener la calma. Por ahora.
—Te pareces a mí —mis puños se cerraron con fuerza nuevamente, mis uñas clavándose en la carne de mis palmas mientras me obligaba a mantener la compostura.
Lia, recuerda.
Sí, todo por Lia. Todo por la mujer que amaba, por protegerla, por asegurarme de que estuviera a salvo. Aunque eso significara tratar con este despreciable individuo.
—Como ves, solo diste tu esperma. El resto se encargó mi verdadero padre, la persona que te mutiló. —Señalé su mano con desdén—. Solo me parezco a él.
Cada fibra de mi ser ansiaba desatar mi furia sobre él, pero me contuve. Por Lia, recordé por... ¿cuarta? ¿quinta? A la mierda, ni siquiera podía recordar.
—Tú eres mi único heredero, Artem, y deseo que te hagas cargo una vez que haya muerto —fruncí el ceño—. No tengo que preocuparme por si lo harás bien o no, si algo debo aceptar es que Darko hizo un excelente trabajo preparándote.
—¿Qué te hace pensar que lo haré? —lo desafié.
—Tienes un hermano de diez años que mis enemigos matarán por tomar el poder. ¿Lo dejarás morir? —sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago.
—¿Dónde está? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme a pesar del torbellino de emociones que me invadieron.
—En su cuarto, anhelando conocerte. —Se inclinó ligeramente hacia adelante, desafiante—. ¿Entonces?
—Entonces nada. ¿Por qué hablas como si fueras a morir mañana?
Noté un cambio en su mirada, una resignación que se filtraba entre las grietas de su dureza. ¿Había tocado una fibra sensible? ¿O era solo otra artimaña para manipularme?
—Porque me estoy muriendo y lo más sabio que puedo hacer es darte todo a ti y que cuides a tu hermano, al menos hasta que pueda hacerlo por sí mismo.
¿Se estaba muriendo de verdad? ¿O era solo otro truco para ganar mi simpatía?
—Pégate un tiro después de darme la información y creeré que lo que dices es real. Entonces, así protegeré a mi hermano y también al cartel hasta que él pueda hacerse cargo —dije fríamente.
Una risa burlona escapó de sus labios, su mirada brillando con una mezcla retorcida de admiración. Bufé exasperado y me levanté. Había acabado con esta mierda.
—¡Está bien! ¡Detente! —bramó, señalando nuevamente la silla, pero no me moví de mi lugar—. En la misión, tu hermana explotó un almacén. Un cargamento.
—¿De qué era el cargamento? —pregunté con urgencia, mi mente corriendo con posibilidades mortales.
Negó levemente, recostándose en su silla con una sonrisa sardónica.
—No de qué, sino de quién —su sonrisa se amplió, llena de malicia—. Esa es la verdadera e importante pregunta.
—Responde —exigí.
—Los Yakuza —tragué saliva con dificultad.
Si había una mafia en este mundo maldito capaz de desatar una guerra sangrienta con nosotros, eran esos malditos japoneses. La Bratva y ellos nunca se han llevado bien, pero hemos respetado los límites establecidos en el pasado, lo que nos ha permitido coexistir sin tener que recurrir a la violencia.
Ahora, esos malditos límites estaban a punto de ser transgredidos.
—¿Qué contenía el almacén? —interrogué.
—No pude averiguarlo, pero tu hermana está en serios problemas. Ellos irán por ella y la asesinarán de la peor manera posible
Golpeé su escritorio con fuerza, mi ira desbordándose.
—Nadie la tocará —declaré entre dientes, saliendo del estudio en busca de Sergei—. Nos vamos ahora.
Cuando caminábamos por el camino hacia la salida, el sonido de pasos rápidos resonó en el aire, haciéndonos girar en alerta. Al verlo, sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal.
—Pensé que vendrías a verme antes de irte, hermano.
De soslayo, noté la mirada incrédula de Sergei. No tenía tiempo para explicaciones en ese momento, pero más tarde le aclararía todo.
—Ven aquí —ordené, sacando un celular de mi bolsillo. Me agaché a su altura y apreté su hombro—. Escucha bien. Cuando tu padre muera, me llamarás y vendré por ti.
Me miró confundido, pero asintió.
—Lo haré —susurró.
—Mientras tanto, entrena, sobrevive... hasta que yo regrese por ti —añadí, grabando su rostro en mi mente con cada detalle.
Su cabello era castaño como el de su padre y como el mío, pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, más claros que los nuestros, con algunos motes verdes. Era un color espectacular, y al observarlo detenidamente, no pude evitar recordar mis propias fotos de niño, donde podía notar cierto parecido en ambos, aun así, tenía que hacer una prueba de ADN.
Principio del formulario
—¿Lo prometes? —su voz tembló, pero trató de ocultarlo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y me pregunté por qué.
—Lo prometo.
[...]
—Es una maldita desgracia, ¿sabes? Vas buscando una información específica y de repente descubres que tienes un hermano —negó con incredulidad, aun procesando la sorpresa que había irrumpido en nuestras vidas—. Y si la prueba confirma esto, ¿Qué harás cuando Hernández muera?
—Cumpliré mi promesa —confesé, aunque el peso de las implicaciones me pesaba como una lápida sobre los hombros.
—Entonces llevarás al niño delante de tus padres y les dirás: "Lo sé todo. He sabido que soy adoptado desde hace años, y aquí les traigo a mi verdadero hermano, al que cuidaré de ahora en adelante" —planteó, su mirada escudriñándome con una claridad mordaz mientras sus dedos se crispaban en el borde de la mesa.
Lo miré con desagrado, el ceño fruncido y los labios apretados en una línea firme, porque tenía razón. No podía arriesgarme a que alguien descubriera eso y pusiera en duda mi autoridad.
—Ellos podrían adoptarlo —sugerí con cautela, mientras una mueca de incertidumbre se dibujaba en mi rostro—. Me adoptaron a mí, ¿por qué no a él? De esa manera, no sería extraño que le llamara hermano.
Alzó una ceja con escepticismo y se encogió de hombros, su gesto un claro reflejo de su incredulidad ante mi propuesta.
—No creo que tu padre acepte, pero podrías intentarlo.
—Bueno, ese es un tema para más adelante. Ahora hablemos de lo importante. —Me acomodé en el asiento con un suspiro cansado—. Tengo que eliminar al líder. Es la única solución para que Lia esté a salvo.
—¿Recuerdas que tiene dos hijos?
—Uno. —Mis labios se curvaron en una mueca de desagrado—. El mayor murió en la explosión de la academia.
—Maldita sea.
—Lo bueno es que no hay evidencias que incriminen a los gemelos, pero aun así hay quienes piensan que fueron ellos, aunque no hay evidencias. Sin pruebas sólidas, es difícil culparlos —añadí, evaluando la situación.
—Esos malditos son realmente hábiles. Estoy deseando que se unan a nosotros oficialmente —asentí en acuerdo, una chispa de anticipación brillando en mis ojos—. Para eliminar al líder, necesitamos todos nuestros contactos. Ni siquiera sabemos en qué ciudad vive.
Observé el cielo a través de la ventana, los nudillos apretados contra el cristal mientras un suspiro pesado escapaba de mis labios, llevando consigo el peso de las decisiones que se avecinaban.
—La Cosa Nostra lo sabe, estuvieron en guerra hace un año y a pesar de que terminaron perdiendo, le dieron una buena batalla —comenté en voz baja, recordando.
—La bratva y los italianos en general no es que nos llevemos muy bien...el pasado es sangriento. ¿Cómo harás para que consideren ayudarnos con las ubicaciones?
—Porque necesitan de nosotros: dinero, cargamentos... Lo haremos a su estilo, una boda representando una alianza —afirmé, aunque pronunciar esas palabras había sido como tragar vidrio—. Temporal, al menos.
Sergei me observó atónito y negó con vehemencia.
—Puta madre, Artem, no puedes estar hablando en serio. ¿Tu padre lo aceptará?
—Claro, todo sea por Lia.
—¿Quién se casará?
—Adrik está fuera de discusión, es capaz de asesinar a su prometida y Akin... —Me detuve unos segundos, reflexionando sobre las opciones disponibles—. Akin mataría todas sus hermanas para asegurarse de que no hubiera posibles candidatas.
Noté la sonrisa maliciosa de Sergei y le lancé una mirada de reproche.
—Aleksander solo tiene diecisiete, es muy joven aún y además no creo que su padre Xander quiera que se case con alguien que no sea de su país.
—Solo queda Aleksey, tiene diecinueve y ... —negué levemente, sintiendo una punzada de dolor al considerar la posibilidad.
—Y aprovechará la oportunidad para matar un par de docenas de italianos. Ese niño me preocupa, sé que su padre murió a manos de un italiano, pero odiarlos a todos...por favor, no le digas que tienes sangre italiana o intentará matarte —,bromeó, aunque la preocupación brillaba en sus ojos.
—Solo quedo yo —susurré, enfrentando la realidad de nuestras opciones limitadas.
—¿Serías capaz?
—No, si tengo que secuestrar al Don y hacer que hable, lo haré sin importarme otra guerra.
—Casarse sería lo más fácil, evitaría bajas —sugirió.
—Con la única mujer que me casaré es con Lia, con nadie más —afirmé con convicción, rechazando cualquier otra opción que pudiera comprometer mi corazón.
—Entonces tendrás que obligar a Aleksey —afirmó Sergei encogiéndose de hombros—. Él lo hará.
No, él no lo haría, pero era la única solución para obtener rápidamente las ubicaciones de los Yakuza. No veía cómo podríamos salir victoriosos de esta situación, incluso si eliminábamos al líder y su familia. Aun así, saldríamos perdiendo. Pero por Lia, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario.
—Muchos morirán. —Lo miré fijamente—. Pero te prometo que no seremos nosotros.
—Aún quedan muchas cosas por hacer —sonrió arrogante—. Gente que eliminar, disfrutar de la soltería, tantos placeres...
Negué levemente, no quería disfrutar la soltería ni tener placeres.
—Quiero tener lo que tienen mis padres —confesé, mis ojos desviándose brevemente mientras una oleada de anhelo me inundaba—. Siempre lo he deseado, y he estado solo durante tanto tiempo que ya no quiero seguir así.
—Igual, siempre supe que de los dos, tú serías el primero en enamorarte.
Ambos soltamos una risa áspera y tensa, mientras nos ajustábamos los cinturones ante el anuncio de que estábamos por aterrizar.
Principio del formulario
En cuanto pisamos tierra firme, fruncí el ceño al ver la cantidad de automóviles que esperaban en la pista, más de los que esperábamos.
—Mierda —susurré, intercambiando una mirada de complicidad con Sergei, ambos conscientes de lo que eso significaba.
Papá.
Darko Romanov emergió de uno de los vehículos, su semblante extrañamente calmado.
—Adelántate, me quedaré charlando un rato con él —murmuré, volteando hacia Sergei, quien asintió en silencio—. Ya sabe que estuvimos en México.
—Iré a organizar el viaje a Rusia, donde deberíamos estar —respondió con voz áspera.
Inhalé profundamente antes de acercarme a Darko, preparado para el inevitable encuentro.
—¿Y qué te pareció tu padre? —preguntó en cuanto estuve a su lado.
—Él no es mi padre —respondí con firmeza.
Él rió amargamente y negó con la cabeza con un gesto apenas perceptible.
—Es tu verdadero padre, yo solo te adopté. —Se encogió de hombros—. Espero que haya valido la pena la reunión familiar.
Apreté los labios para evitar soltar alguna respuesta impulsiva. Era evidente que estaba herido, aunque tratara de ocultarlo.
—Solo es un donante de esperma, tú eres mi verdadero padre y no pienso volver a discutir esto contigo —afirmé con determinación—. Solo... tuve que verlo porque tenía información sobre la misión de Lia y necesitaba saber con quién nos enfrentamos. No fue por elección.
—Sabes que solo utiliza esa información para buscarte y, supongo, para meter cualquier mierda falsa en tu cabeza.
—Sí.
—¿Qué te dijo?
—Que se está muriendo. Quiere que me haga cargo del cartel y que cuide a su hijo.
—Si está muriendo, muy bien pudiste haberlo matado tú mismo, o puedo hacerlo yo mismo. Me roba el maldito oxígeno —bufó.
—Hazlo si quieres, no me importa, pero a ese niño nadie lo toca. Le prometí que lo cuidaría una vez muera su padre —alegué, sin retroceder ante la posibilidad de conflicto.
Un cambio sutil pero perceptible cruzó su mirada, antes de que su rostro se endureciera y ocultara cualquier rastro de emoción.
—¿Cómo piensas traer a ese niño a la Bratva? —preguntó, cruzando los brazos y observándome con atención.
—No lo sé aún, pero le hice una promesa y no pienso romperla —respondí con sinceridad.
—Está bien, solo espero que la llegada de ese niño no se convierta en un problema —su tono era calmado, lo que me preocupaba—. Hernández estaba en mi lista de muertos, pero no había hecho nada estúpido para merecer ser asesinado. —Una sonrisa siniestra se abrió paso en sus labios—. Ahora lo ha hecho al reunirse con mi hijo, así que quemaré todo.
—No me importa —respondí con indiferencia, encogiéndome de hombros—. ¿Podemos abordar lo más importante aquí?
Negó ligeramente con la cabeza.
—Aún no he terminado. Entra al automóvil, seguiremos esta conversación adentro —ordenó con su habitual autoridad.
Suspiré resignado y obedecí, seguido de él, mientras Pasha arrancaba el motor y nos poníamos en marcha.
—Quisiera saber cómo murió la mujer que me trajo al mundo —le pregunté directamente, enfrentando su mirada.
—Ella murió en el camino. Tenía heridas y no fue tratada a tiempo. Era maltratada por Hernández; su cuerpo tenía múltiples hematomas.
No sabía cómo reaccionar ante esa revelación. En mis sueños siempre veía a alguien muy parecida a mi madre, y seguramente era ella, mi madre biológica. Recordaba sus ojos llenos de amor, pero también había miedo en ellos. Saber que sufrió a manos de alguien que debería haberla protegido me llenaba de rabia. Tenía que matar a Hernández yo mismo.
—¿Por qué decidieron adoptarme? Es una pregunta que siempre he querido hacerte —noté el conflicto en sus ojos y me apresuré a insistir—. Por favor, dime la verdad.
Vi cómo inhalaba hondo y desviaba la mirada hacia los edificios que pasaban rápidamente.
—Cuando el cargamento de mujeres llegó, también llegaste tú, enfermo, hecho una mierda, con una mirada de súplica en los ojos. Viste a Isabella y pensaste que era tu madre biológica. Te aferraste a ella con fuerza, y eso destrozó a Isa. Supe desde ese momento que no sería capaz de separarte de ella. El adoptarte nos llevó tiempo en estar de acuerdo, porque se esperaba que mi heredero fuera de mi sangre y tú no lo eras. Pero tu madre ya te amaba tanto que luchó por ti. Y eventualmente, no pude hacer más que aceptar que la vida me había entregado un hijo de repente. —Sus palabras eran pausadas, cargadas de emoción—. Agradezco que Hernández sea un hijo de puta que golpeaba a tu madre, agradezco que ella haya tomado la decisión de huir y, aún más, agradezco que haya muerto. Porque de lo contrario, no hubiera sido padre de alguien tan jodidamente maravilloso como tú. Eras lo que me faltaba, encajaste perfecto aquí —señaló su corazón con un gesto sincero.
Tragué con fuerza y parpadeé varias veces, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar de mis ojos, mientras el nudo en mi garganta se hacía más profundo.
—Gracias por ser sincero —susurré con voz temblorosa—. Y gracias por nunca haberme tratado menos, por amarme.
—No lo agradezcas, uno no agradece porque el otro lo ame —respondió con su habitual dureza.
—Aun así.
Deslizó una navaja de su saco, su hoja reluciente destellaba dentro del automóvil. Su gesto fue tan preciso como macabro mientras extendió su mano derecha y cortó su palma. Observé con desconcierto, sin comprender del todo su propósito.
—Dame tu mano —ordenó con voz grave y autoritaria.
No hubo margen para la negativa, así que obedecí, extendiendo mi propia mano derecha hacia él. La navaja se deslizó sobre mi palma, cortando mi palma con precisión quirúrgica, y el dolor punzante se apoderó de mí mientras la sangre brotaba. Era un corte profundo.
—Eres mi maldito hijo, Artem —proclamó con una solemnidad sombría, y su mano se unió a la mía en un apretón—. Sangre de mi sangre, y aquel que se atreva a contradecirlo conocerá el peso de mi ira. A partir de este momento, y hasta que tú mismo realices este rito con tu propio hijo, serás el pakhan de la bratva.
La revelación me golpeó como una marea violenta, inundando mi mente con una mezcla de incredulidad y responsabilidad aplastante. No era el momento que esperaba, pensé que para él aún no estaba listo.
—Papá... —comencé, pero fui interrumpido por su mirada feroz.
—La bratva es nuestro linaje, nuestra historia escrita en sangre. Nosotros somos los arquitectos de nuestro propio destino, los señores de un mundo que se doblega ante nuestra voluntad. Así que toma este legado que te entrego con honor y con muchas vidas arrebatadas. Que tu reinado sea largo y próspero, y que la bratva florezca bajo tu liderazgo, como ha hecho desde tiempos atras.
Asentí con determinación, sintiendo el peso de su legado aplastándome. Nuestro agarre se intensificó, como si tratáramos de aferrarnos mutuamente en medio de la oscuridad que nos rodeaba. En ese instante, supe que había cruzado un umbral del cual no habría retorno.
COMENTEN Y VOTEN.
LOS AMOOOOO
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