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XI

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Verdades absolutas

James Rhodes los lleva a una habitación y ambos terminan sentadose en una mesa uno frente al otro. Para el rubio es imposible de negar que no está ni una pizca de nervioso, mas él cree que podría morir por ataque de nervios de un momento a otro.

—Eres un buen hombre, Steve —afirma sin titubeos—. Y creo que eres el único que puede hacer esto bien.

Steve observa dubitativo al otro hombre, mientras este último estira uno de sus morenos brazos y alcanza un pequeño cuaderno con una tonalidad de verde que le hacer recordar la primavera y los árboles en su mayor esplendor. Sus esquinas parecen desgastadas y observa desde la distancia que sus hojas son un amarillo azafranado, dando a destacar lo añejo que es el objeto entre sus manos.

—No hace mucho sé de esta información —hace una mueca de disgusto mientras habla—. A decir verdad, es bastante sorprendente, pero realmente Tony nunca a sido una persona cotidiana.

—Ya... —asiente benigno. Para Steve duele demasiado hablar, añora tanto a esa persona que tiene ganas de ser consumido de una vez por todas.

—Descubrí esa habitación que has visto hace pocos años, Tony sabe muy bien guardar un secreto. Sin embargo, el terminó por contarmelo tras tantos años en las sombras —jugueteó con el libro entre sus manos mientras echaba miradas furtivas al supersoldado—. Y joder, no estaba preparado para tanto. Después de toda la charla y las malas palabras por parte de Tony la verdad me golpeó. Él estaba callando todo eso para si y no le servía de bien en absoluto.

Dócilmente el rubio observo al contrario mientras se acomodaba su silla y acariciaba frustrado su cabeza.

—He llegado a la conclusión de que la mejor manera de arreglar a mi amigo es que tú hables con él.

En ese punto, Steve no sabe como reaccionar antes eso.

¿Qué demonios cree que ha estado intentando?

No sabe si su molestia refleja en su cara, pero el moreno sigue con la conversación.

—Ten —extendió el libro al alcance del ojiazul—. Lee la última página.

Abrió el cuaderno con cuidado y miró por un momento la página, percatandose de la tinta con la que la cubre, no evita notar que es más reciente que las de páginas anteriores.
Él hace lo que le ordenan y empieza a leer:

《 Siempre lo afirmé, quiero decir, ¿cómo no hacerlo? Aquí genio. Pero desde el primer momento yo lo supe y lo anuncié; tú estabas vivo. Era científicamente posible, yo había estudiado y inspeccionando ese suero después de todo. Así que no fue una sorpresa en su totalidad, aunque mi estupor no fue menor cuándo fue anunciado tu encuentro porqué por un momento pensé que viviría sin ti para siempre y mi cerebro iba poco a poco asimilando lo peor.

Fue una sorpresa agradable ver que estabas vivo.

Fue una sorpresa desagradable ver tú odio hacia mí persona.

No estoy muy seguro de porqué se provocó este último. Supongo que inició por mi culpa, aunque tampoco soy tan distinto de antaño, ¿o sí? No puedo hacer una respuesta clara sobre eso.
Duele saber que te molesto con el mero hecho de respirar, pero prefiero eso a que sepas la verdad.

El tiempo pasó para mí, los años desgastan y solo soy un montón de huesos y carne con un alma rota cargando tras de si.

No quiero eso para ti. Te mereces algo mejor, algo nuevo y algo que te impulse a ser mejor.

Deseo ver el día en el que tu rostro sonría con un sonrisa iluminadora, aunque no sea a mi vera. 》

Él cree que ya no puede llorar más, pero él mismo se supera y las lágrimas brotan incontrolablemente de sus ojos. Un sollozo rompe la calma y cubre su rostro con ambas manos en un intento por cubrir su debilidad frente al hombre que ahora apoya una de sus manos en su hombro como afecto para su consuelo. Sus ganas de llorar se profundizan.

—Yo... soy un idiota... —tartamudea mientras reprime las lágrimas y los singultos que hacen romper sus sollozos.

La mano en su hombro se apreta como método para darle confort.

—Ambos soys idiotas, si te hace sentir mejor —bromea en un intento por romper el aire pesado que se ha establecido en el lugar.

El capitán no contesta, solo restriega sus manos contra sus ojos con agresividad intentando terminar con las lágrimas que se derraman una y otra vez. Varios minutos son que toma para termina para lograr su cometido y no quiere saber ni en lo más mínimo cuál es el estado de su rostro. Agradece la cara de póker del soldado.

—Tony se negará.

Él asiente con ímpetu.

—Lo sé.

—Tony negará cualquier sentimiento hacia ti.

Él asiente una vez más.

—Lo sé.

Algo en los ojos del contrario se ilumina y el rubio no sabe muy bien que es.

—Solo tienes que saber una cosa —informa—. Tony tiene un concepto de si mismo bastante malo y tú eres el único que puede arreglarlo. Si arruinas esto tendrá consecuencias, después de todo él es mi amigo.

—Haré lo que sea necesario para recuperarlo —decide vigorosamente.

-Bien, ¿entonces por qué demonios sigues aquí y no estás llendo a por él? —anima mientras se levanta y abre la puerta—. Ve.

Y en ningún momento el soldado pretende responder, porqué se levanta de la silla y se dirige decidido hacia el taller, dónde estará el hombre que ama tanto y que es, obviamente, el amor de su vida. El trayecto no es demasiado y en apenas dos minutos ya se encuentra frente al ascensor junto a una pequeña presión en su pecho por las dudas que agitan su paz. Decidido toma el valor para meter su cuerpo dentro del ascensor y sin tener tiempo para presionar el botón para descender ya está descendiendo.

Steve recuerda que quizás el genio no quiera abrirle, pero también recuerda que la IA que controla por completo el lugar está de su lado con el ferviente deseo por ayudar a la felicidad de su creador, aunque este se niegue por completo a la misma.

Las puertas del ascensor se abren con lentitud hasta que desaparecen, él puede observar a Tony trabajando desde ahí. Sin lugar a dudas sus inseguridades están despertándose ahora pero busca toda su voluntad y sale del ascensor.

El probablemente termine vomitando.

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