❀Preciosa Antigüedad❀
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El delicado cielo se tiñe de cálido color, es fuerte naranja, sutil amarillo y, muy apenas visible celeste. Las nubes danzan, mientras el sol lanza sus últimos rayos de luz tiernamente, bañando aquel mundo hórrido y cruel. El rojizo color penetra las ventanas con su luz, alumbrando de forma tenue la oficina rústica de Norman, quien con pesadez revisa los informes mandados por Vincent.
Se apoya contra la silla para estirar sus extremidades y suspirar cansino, normalmente no se quejaría por el constante papeleo, sin embargo, el trabajo le estaba pareciendo insoportable, así que se levanta con calma. Sus pasos se dirigen hacía la ventana, las cortinas traslúcidas se dejan empujar con sutileza por la brisa y con las yemas de sus finos dedos, las acaricia sin motivo alguno.
Sus ojos de lindo cielo divisan con ternura a todos sus hermanos pequeños de Grace Field corriendo por doquier, esparciendo alegría y diversión en aquel viejo refugio.
«Emma seguro está jugando con ellos... Nuevamente»
Sus labios se curvan con tristeza, tratando de impregnarse con dulces y puros recuerdos de su infancia. Porque aunque Norman lo reprima y reprima, en lo más recóndito de su corazón, deseaba vivir aún como un niño, jugar con todos y reír sin tener que preocuparse por un perfeccionado plan.
Simplemente ignorara sus deseos (como también sus sentimientos) y regresa a hacer su trabajo, él ya no podía ser un niño, debía seguir trabajando y luchando para mantener a su familia a salvo. Así que regresa a su lugar, y de pronto escucha el típico sonido que Vincent realiza al tocar la puerya, ya lo conoce de memoria y admite que el estrés a veces llega al él tan solo escucharlo.
— Puedes pasar — la seriedad le invade nuevamente en su tono de voz, mientras el de tez morena se adentra, tan formal como debe ser ante Minerva —. ¿Algo de qué informarme, Vincent? — pregunta, ganándose la inusual expresión del nombrado.
— En realidad... — deja salir un suspiro corto, lo suficiente para recobrar su compostura y ganar la mirada curiosa de Norman ante esa reacción —. Su amiga, Emma, me mandó a llamarlo para que juegue con los niños.
La expresión del albino cambia radicalmente, como si fuera una sonrisa ansiosa pero forzada a controlarse. Siente su corazón palpitar fuertemente y sin piedad, realmente escuchar al menos el nombre de la fémina de sus sueños hacía estallar una mar de emociones en su ser, esas que sólo Norman siente por ella y nadie más.
«Emma, ojalá tú y yo podamos algún día...»
Carraspea su garganta, negando efusivamente con la cabeza para llevar un mano en forma de puño a su barbilla suavemente.
— Dile a Emma que me perdone, que ahora no puedo ir a jugar con los demás.
El de lentes lo observa, desconfiado de sus palabras — ¿Está seguro, jefe?
— Por supuesto, tenemos mucho trabajo por hacer. — responde calmado, con una sonrisa casi invisible. Vincent tan sólo se limita a obedecer y asiente.
— Le diré que está ocupado, con permiso. — sin más, el hombre sale de aquella habitación, y Norman suspira de forma sutil, sintiendo sus mejillas arder y sonriendo de forma genuina a la nada. Su corazón palpita dulcemente.
— Ahh, pero qué me haces, Emma.
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— Emmaaaa, ¡Otra vez! ¡Juguemos otra vez! — exclama con emoción el pequeño Mark, quien jalonea la manga de su hermana mayor, captando su atención de forma abrupta para dejar de ver aquella ventana.
Posa su mirar verde al frente y sonríe radiante, pues todos, sin excepción alguna, portan una sonrisa ¿Hace cuánto tiempo no estaban así? Definitivamente desde hacía demasiado. Incluso Ray, aquel chico que antes no se involucraba en esos juegos, estaba junto a todos, sonriendo levemente.
«Pero...falta alguien»
Sus ojitos verdes brillan al ver a Vincent llegando, y se acerca a él con esperanzas de que su amigo de blanco juegue junto a ellos, como antes.
— ¡Hola nuevamente, Vincent! — saluda con efusiva alegría —. Y... ¿te dijo algo? — interroga, ansiosa y dando vueltas alrededor del moreno, el cual se mantiene firme ante la chiquilla de cabellos rojos.
— Minerva ahora está muy ocupado, se disculpa por no aceptar su invitación. — informa con su típica formalidad, causando que la pelirroja, algo confundida, parpadee ¿Ocupado? ¿Es que acaso no quería? Aquello era imposible, a Norman le encantaba jugar con todos, así como antaño, simplemente no podía apartarlo de su familia.
— No importa, muchas gracias por tu ayuda, Vincent... iré yo misma a hablar con él. — sincera, sin una pizca de duda, no podía permitir que Norman siempre estuviese solo.
— Pe-pero espere, él está ocupado ahora. — apresura con sobresalto y quizás, solo quizás, un poco de temor en su tono de voz.
— ¡Oh! No te preocupes, fortachón, ve y juega en mi lugar con los niños mientras yo hablo con Norman. — pronuncia feliz la pelirroja, dando palmaditas en su espalda con gracia, mientras mira a sus pequeños cómplices, quienes no pierden el tiempo y rodean al moreno, evitando así, que este vaya tras su atrevida hermana mayor.
Las esmeraldas que lleva como ojos tintinean cual estrellas en una noche de otoño, y sus pasos son suaves como el vuelo de una mariposa, silenciosos y despacios van hacia la oficina de Norman, similar a lo que hace Anna cuando desea espiar a Ray y este finge simplemente no darse cuenta de ello.
Su corazón palpita y un cosquilleo en su estómago se presenta, pero ella lo ignora y ladea su cabecita, no desea pensar en cosas que ni ella entiende, y sus pensamientos solo se enfocan en alguien.
Norman.
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Toques en la puerta suenan, el albino mira hacia aquella dirección arqueando una ceja. Se levanta de su silla estirando sus brazos, cansado de estar en la misma posición y seguro un dolor de cuello lo esperaría mañana. Toma la perilla y la gira con suavidad, su expresión seria cambia, pues observa con gracia la antena naranja distintiva de su amiga.
— ¿Puedo pasar? — pregunta sonriente, algo ya común en ella. Norman solo asiente con dulzura en su mirar, e intrépida, la ve pasar dando pequeños saltos.
El joven de cabellera blanquecina solo se limita a admirarla, debía recobrar el control de sus emociones que únicamente se descontrolaban con el mínimo roce de la existencia de Emma con la suya. Ladea su cabeza con sonrisa amigable, sus ojos chispean y tiernamente la chica sueltas algunas risas mirándole.
La antenita se mueve repentinamente, sus ojos esmeraldas con interés se enfocan en un objeto, algo que ya antes había apreciado, mas solo en libros.
Norman la mira y sutilmente ríe — Supongo que deseas saber qué es ¿verdad? — el fino rostro de ella parece iluminarse, definitivamente eso significaba un sí. Norman tan la mira agraciado y con muchísimo gusto está dispuesto a complacer todo lo que ella desee saber.
— Esto, emm, recuerdo un poco su nombre pero...
— Es un toca disco. — confiesa amable, Emma queda boquiabierta, casi formando una sonrisa y Norman solo puede apreciar el brillo de sus ojos, tan magníficos, su corazón late con genuina calma, extrañaba aquello de ella, simplemente la amaba.
— Vaaale — menciona lentamente, sin quitar aún los ojos del toca discos con emoción —. Y ¿cómo exactamente esto fun...
La fémina calla al oír la melodía salir de ese antiguo como maravilloso instrumento, y su sonrisa aparece mientras se apoya cerca a Norman, quien está de la misma forma.
— Es increíble ¿no? — pregunta el joven, mirándola con ternura, disfrutando de la sonata.
— Sip, definitivamente es increíble, Norman ¿cómo lo conseguiste? ¿Tú lo arreglaste? ¡Si es así, eso te hace también increíble! ¿Qué es esa cosa negra tan fina y redonda? ¿Qué tipo de música es?
El albino ríe con sutileza, lleva su mano cerca a su barbilla y la frota suavemente. La de cabellos rebeldes fija aún más su mirar en su joven amigo con confusión, y sin saber el porqué de su risa, imita su acción... Aunque realmente está mareada por ello.
— ¿Qué es tan gracioso? — aventura a preguntar con una tenue sonrisa, esperando recibir la respuesta para ahora sí reír de verdad. El de cabellos incoloros niega, moviendo su cabeza y suelta un corto suspiro, mirándola con ternura.
— Veo que no has cambiado tu personalidad, Emma, estoy feliz por eso.
— Ah, era por eso... ¡Me alegra que te haga feliz, Norman! — exclama sonriente.
— Emma, tan típico en nuestra Emma, siempre queriendo la felicidad de todos y alegrándose por ello, realmente eres muy generosa (incluso si esa persona no la merece).
Un dulce rubor adorna su rostro de pronto, abriendo levemente sus ojitos verdes — Gracias... Supongo. — susurra, sientiendo sus mejillas arder, pensando que quizás esté enferma o un resfriado se aproxime a ella, pues sentía todo, completamente todo en ella distinto, y cree que es responsabilidad de su amigo de ojos cielo.
Niega efusivamente moviendo su cabeza, y consigo, su antenita naranja rebelde.
— ¿Pasa algo, Emma? — pregunta con preocupación Norman, causando que ella deje de estar vagando dentro de su mente alocada y vuelva a la realidad, perdiéndose en lo azul.
— ¿Eh? No, solo es la melodía, es demasiado hermosa ¿no lo crees? — el de blanco sonríe y asiente, deja de apoyarse en la mesa y delante de ella, acerca su mano.
Emma observa confusa, mas el albino la saca de sus dudas — Ven. — la de ojos verdes sonríe y toma su mano, aquella que aun cálida es, como de pequeños, a pesar de haber crecido radicalmente.
— ¿Recuerdas las clases de baile en Grace Field? — pregunta Norman con gracia, causando la leve risa de Emma
— ¿Realmente vamos a hacer esto?
— ¿Por qué no? Será divertido. — la de cabellos rizados no hace nada más que sonreír junto al albino, quien al fin, incluso si solo ella lo podía ver de tal forma, sonreía y volvía a ser el mismo Norman de pequeño, el cual no tenía ninguna obligación y se divertía como cualquier otro niño.
Ambos estaban en su propia burbuja, una linda y tierna burbujilla tornasol que deseaban no romper. Risas puras e inocentes impregnan aquella habitación con tierno color, sólo para ambos jóvenes, los cuales a penas eran unos inexpertos en el romance y ya sin querer, estaban siendo románticos a su forma.
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— Vaya idiotas, deberían saber que ya se acabó la música. — se burla el azabache con superioridad, pues no hay nada mejor para él que molestar a sus hermanos.
— ¿Y de dónde sonaría música, Ray? — pregunta la dulce niña rubia, con ternura en su hablar.
— ¿No es obvio? En el aparato de allá, es un toca discos... Eh ¿te pasa algo, grandulón?
— Mi nombre es Vincent.
— Créeme que lo sé.
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