C02 || HIERBA BAJO TUS PIES

—¿Otra vez te mojaste? —dice mamá no más entro por la puerta.

La lluvia me calma, me hace compañía, ella me recuerda que estoy viva. Puedo sentirla estrellarse contra mi piel con ruidos detonantes bajos, crear ese picor y luego formar riachuelos por todo mi cuerpo. Ella me recuerda que antes hubo un día soleado y que lo habrá después, solo es cuestión de unirte a su danzar y no luchar en su contra.

—Olvidaste darme un paraguas. —Mi tono cansado llama su atención.

Dejo la mochila abandonada en la entrada y ella se levanta a por las toallas del estante del pasillo diciendo algo sobre ser irresponsable y que deberé limpiar la casa luego. No me importa. Vuelve hacia mí secando mi pelo y yo me desnudo secando mi cuerpo con la toalla.

—Dilo —ordena un rato después de comenzar su labor.

—¿Qué pasa, mamá?

—Dime de una vez por qué esa cara.

Dejo los hombros caer. Me giro envolviendo mi cuerpo en la toalla verde pastel dispuesta a decirle la realidad de lo que sucede, a confesar mi pecado, pero entonces lo veo. Ha colgado la foto de mi padre en el centro de una de las paredes de la sala de estar y no necesito mucho más para cambiar de opinión. No puedo hacerles esto.

—Solo extraño a papá —miento, aunque no es una mentira en su totalidad.

Una lágrima se desliza por mi rostro, pero no es por papá, es culpa de mi comportamiento irresponsable. ¿Qué diría papá si pudiera verme? Estoy jodiendo todo por mis ganas de vivir, estoy poniendo en riesgo mi vida tal como la conozco. No soy feliz, no soy libre y mucho menos estoy viviendo, pero respiro. Siempre que haya vida, hay esperanza.

Mi madre me abraza.

—Yo también, mi niña.

Siento sus lágrimas caer en mi hombro y me reprocho aún más. No tengo a mi padre y estoy decepcionando a mi madre, estoy rompiendo sus reglas, las que debo obedecer y seguir sin rechistar.

—Veamos una película, juntas —pide mamá guiándome por el brazo.

Es un rato lo que dura, pero disfruto los minutos en los que tengo a mi madre, la de cuando vivíamos en la ciudad del verano. Descanso la cabeza en su regazo mientras ambas sentadas en el sofá vemos una película, no quiero ver esa película así que finjo que lo hago mientras ella me acaricia el pelo. Por mi cuenta estoy convenciéndome y regañándome. Ni siquiera lo había visto antes, entonces, ¿por qué no puedo contener las ganas de acercarme?

Me levanto con la excusa de ir al baño. Dentro del mismo empapo mi rostro y nuca con agua, me seco el exceso de agua y voy a mi colección de libro de Stephen Hawking por uno de esos libros que aún no me he leído, lo tomo y me acuesto en la cama en un vano intento por leer. No puedo. Me levanto yendo por ropa, aunque no lo crean sigo desnuda solo con una toalla cubriéndome. Un pantalón holgado, un jersey y unas converses negras es todo mi conjunto a la hora en que termino. Guardo el libro dentro de una mochila y me acerco a mamá avisándole.

—Iré a leer al parque. —Necesito aire. Me ahorro el comentario.

Su vista sigue en el televisor.

—Toma el paraguas que compré para ti y no demores más de una hora.

Suspiro.

—Si, mamá.

Despliego el paraguas cubriéndome de la llovizna y me las arreglo para mantener la mochila con el libro escampando bajo ella. Las personas pasan por mi lado sin repararme, ya que mi pelo está escondido en un moño enrollado debajo del paraguas y pues todo lo demás son puros colores neutros. Una incomodidad surge de la nada tomándome por sorpresa. «¡No!» Me regaño.

Ser invisible.

Ser indiferente.

Ser fría.

Ser femenina.

No dejes que te vean.

Me repito alguna de las muchas reglas llegando al gran parque sin siquiera notarlo. ¿Y si él está aquí? No, la ciudad es grande. Intento convencerme sin sonar muy segura. Alcanzo un banco vacío próximo a donde unos chicos juegan fútbol, de vez en cuando levanto mi vista para calcular la trayectoria del balón, tampoco voy a ser un blanco fácil.

Soy una lectora ágil con una memoria de oro que entreno todos los días, le proporciono los alimentos correctos y ejército para mantenerla sana. Me gusta Stephen Hawking y sus teorías sobre la existencia de un universo paralelo, me gusta creer que existe y que en él soy alguien libre a quien se le permite dejarse llevar y vive libre de doctrinas.

Levanto la vista del libro, entonces, ahí es cuando mi mundo se detiene y algunos ladrillos caen. Los ojos verdes vivos me observan y sus perfectos dientes blancos me sonríen, no es una sonrisa cálida, es más bien seductora y altanera. Alzo la mano a la altura de mi rostro saludándolo y aprovecho que una chica se le acerca a acariciar al perro gigante que trae de la correa para escapar.

Siempre tienen una excusa para todo.

Mi humor decae por algún motivo que no me siento lista para afrontar mientras rodeo el parque acercandome al lago por entre los árboles frondosos. El lugar está lleno de niños jugando y ancianos emparejados, algunos incluso hasta juegan ajedrez. Un señor pasea a un perro obligándome a tomar el camino más largo hacia el lago de tonos verdoso. Me acerco a la orilla hasta que se mezcla el olor natural de los componentes que me rodean y descanso mi trasero sobre una roca plana que habita en la hierba viva.

Abro el libro en la página por la que lo había dejado en un vano intento por continuar la lectura. Dita sea, algo está mal conmigo, la lectura siempre ha sido un escape de mi mente, una estrategia para mantenerme cuerda y alejada de la humanidad, pero entonces en mi cabeza solo se aloja humanidad, un humano en específico. ¿Cómo funcionas cerebro? Debería proporcionarte anfetaminas para que dejes de joder con platónicos.

No tenemos amigos, somos invisibles.

—Rojita.

Piel, ¿qué hemos estado hablando? No somos gallinas. Respiro con pesadumbre, exhalando deseos e inhalando autocontrol.

Me volteo y joder, corazón así no. Nos van a descubrir. Las ondulaciones cobrizas le caen sobre la frente dándole un aspecto despreocupado y salvaje. Sí, me he dado cuenta que es una palabra que va con él: Salvaje.

—Hola. —Sonrío y por mucho que me gustaría decir que es forzado no lo logro.

Mamá, Dessen, piensa en mamá.

Se me acerca y tiemblo. Lo detengo con la mano.

—Me dan miedo los perros —advierto.

—Entonces, no somos la compañía que buscas. —Frunce los labios hacia un lado, pero rápido recupera la sonrisa—. Bonita tarde.

Espera, ¿se irá? No lo intentará de nuevo se va a ir y eso está bien para la Livi que ama a su madre y quiere complacerla, pero esa otra parte de mí que toma fuerza con cada paso que él da lejos de mí me recuerda que el me vio cuando nadie más lo hizo, me vio incluso antes de saber que estaba allí, quizás él puede ser mi excepción.

—Solo mantén a tu asesino en serie controlado.

Se gira con una sonrisa lobuna plasmada en su rostro.

—No me puedo controlar a mí mismo cuando la carne luce tan deliciosa.

Las mejillas me las tiñe de rojo y estoy tentada a salir corriendo como una cobarde, pero opto solo por girarme de frente al lago.

Su presencia a mi lado me dificulta continuar fingiendo indiferencia, todavía más cuando no habla, solo está ahí compartiendo aire y sitio conmigo. Desplazo la vista de las letras impresas a él para encontrarlo observándome con auténtico descaro.

—Si sigues mirándome así creeré que eres un acosador.

Se ríe.

—Se llama interés.

Me encojo de hombros. —Tú llámalo como mejor te parezca.

Se queda mirándome divertido entretanto yo devuelvo la vista a mi libro regresando a mi lectura. No me afecta en lo absoluto que me mire, no me importa que toda su atención esté en mí, para nada, en lo absoluto.

—Llevas aproximadamente cinco minutos en la misma página —destaca señalando el libro con su dedo índice—. Página que tiene como mucho veinte renglones.

Bien, puede que si me importe que me observe. Puede que haya pasado el mismo tiempo observándolo disimuladamente, pero eso no significa nada.

—Es que no entiendo bien y debo releerlo hasta que lo haga.

Al menos hay una regla que cumplo al pie de la letra: aprende a engañar.

—Ya. —bueno, por su tono creo que hasta esa regla rompo.

Cierro el libro resignada y lo guardo en la mochila, doblo los pies hasta dejar los muslos contra mis pechos y enrosco las manos a su alrededor. El parque es grande, el lago hermoso, las personas numerosas y solo puedo ver a una, la misma que antes me vió cuando no debía hacerlo.

—¿Por qué te recogiste el pelo? —pregunta acariciando el lomo del dálmata acostado a su lado.

Inclino la cabeza hacia un lado.

—Para no llamar al atención.

Hace un gesto con su dedo índice al señalarme, como dándome la razón.

—Cierto, que te gusta pasar desapercibida —dice para mí, sin embargo, parece metido en su cabeza—. Me parece una aberración, pero todos no pueden ser y pensar como yo, ¿correcto?

—Ególatra. —Se me escapa antes de poder tan siquiera pensarlo. Maldito subconsciente.

—Bonita —contraataca ocasionando que un sonrojo furioso se adueñe de mis mejillas, pecho y orejas.

Alejo mi foco de su entorno fingiendo deleitarme con el lago, tomo piedrecitas pequeñas de mi alrededor lanzándolas a una distancia corta. Dita sea, debo concentrar mi energía en algo o estallaré con tantos nervios. Ni siquiera me gusta que elogien mi físico.

—¿Por qué tu asesino en serie lleva un bozal? —Rompo el silencio.

—Para evitar mordiscos accidentales.

—Eso es abusivo. —Mi voz es baja, tan baja que por momentos dudo que me pueda escuchar, solo me percato de que es así al ver su cabeza levemente inclinada hacia un lado con sus iris verdes clavados en mí—. No deberían de ser amarrados y privados de su libertad. La libertad es algo con lo que deberíamos contar todos los seres vivos. ¿No?

Sus ojos se quedan en mí fijos, escrutadores, no pierde uno solo de mis movimientos y me aplaudo mentalmente por captar su atención de esa manera.

—Si estás segura de lo que piensas no debería esperar a que todos te respalden, defiende tu punto.

Una sonrisa cálida de mi parte le asegura coincido con su argumento.

—Hay costumbres que nunca se pierden. —Muerdo mi labio inferior. Los nervios no quieren irse—. ¿Quieres...?

—Hagamos... —nos detenemos a reírnos cuando nuestras palabras salen al unísono.

Siento la urgencia por saber que quería decir.

—Quítate los zapatos —pide, o al menos me convenzo de eso ya que casi parece una orden.

No pierdo el poco tiempo que quede antes de que suene la alarma que programé para que me avise debo regresar a casa y me descalzo. No se asusten, es solo porque las horas leyendo vuelan y mamá es muy estricta con los horarios, no sufro de algún trastorno obsesivo-compulsivo.

Se incorpora luego de desprenderse de sus zapatos él también, camina hasta estar frente por frente a mí y me ofrece la mano que tomo para ayudarme a estar de pie. Un leve traspié me deja más cerca de él de lo que debería, me cosquillean los labios con unas voraces ganas de probar de esos labios llenos. Todo mal conmigo, todo mal.

—¿Te gusta? —Su aliento cálido colisiona contra mi rostros abduciéndome en su mirada de lobo hambriento.

«Cómeme.» ¿Yo dije eso? Oh, no, sálvenme.

—¿Tú? —pregunto perdida. Paso la saliva con trabajo a causa de mis palabras. Su aroma y cercanía me mantienen drogada sin derecho a lucidez.

Una sonrisa arrogante se asoma.

—La sensación de la hierba entre tus dedos —habla cerca, muy cerca de mis labios. Sus manos siguen abrazando mi cintura, el lugar por donde detuvo la colisión de nuestros cuerpos—. Es una especie de mierda relajante. La hierba mojada cosquillea bajo tus pies, lo sientes indefenso, mínimo, pero cuando no está clamas por un poco de su calma, de esa sensación que te da vida. Te haces dependiente de las sensaciones que proporciona y ya no quieres escapar a pesar de que la hierba seguirá creciendo y te atrapará.

Para él esta sensación es equivalente a lo que que provoca la lluvia en mí, sin embargo, algo me hace ruido.

—¿Por qué ya no me parece que sigamos hablando de la hierba y sus sensaciones?

Una pequeña sonrisa genuina y pura se le escapa por mínimos segundos.

—Porque se parece a lo que el resto llama amor.

—¿Como lo llamas tú? —mis labios quedan entreabiertos aclamando por el aire que me arrebata todo su ser.

—Desastre natural.

—Es más como magia —contraataco.

Sus ojos me miran con algo que desconozco y sus labios permanecen entreabiertos como los míos, ¿será que también le robo el aire de sus pulmones?

Se relame los labios y por alguna razón desconocida se me dispara la tensión, las manos me cosquillean por tocarlo, entonces lo hago. Paseo mis manos desde sus codos hasta sus hombros descansándolas sobre ellos. Está cerca, unos escasos centímetros más y obtendré mi primero beso.

El estómago me cosquillea con anticipación desbordante por lo que cierro los ojos colmándome con las sensaciones que otra persona causa en mí.

—Rojita —exhala.

—¿Si? —murmuro.

El intermitente sonido de la alarma proveniente del reloj en mi muñeca rompe la burbuja y me alejo de su toque redondeando los ojos. ¿Qué estaba a punto de hacer?

Los ojos se me empañan y tomo mis cosas de manera apresurada.

—Debo ir a casa. —Casi salgo corriendo. No miro atrás y no menciono alguna otra palabras.

Se me escapa una lágrima mientras camino bajo mi paraguas. Mamá me regalará esa mirada decepcionada y dolida cuando todo estalle, de lo contrario perderé esas sensaciones devoradoras que solo provoca la hierba bajo tus pies.

¿Qué hago ahora?

||~𑁍~~𑁍~||~𑁍~♡~𑁍~||~𑁍~~𑁍~||

¡Hola, hola!

Señora me va a dar un infarto en la pochola. ¿Qué me hace ese chiquillo?

Bueno,

Marque uno para expresar su amor por Ryker. (Sabemos el nombre porque lo dice en la sinopsis)

Marque dos para que me cuenten sobre Livi y su perspectiva sobre la situación y adorable personalidad.

Marque tres para decir que quieren capítulo nuevo, JAJAJAJA.

Ya les digo, votar y comentar es gratis, hace cosas buenas con mis emociones por lo cual manténganme contenta y no mataremos a nadie🌚

Hasta mañana, rojitas y chicos del paraguas.

Los amito.

[Hoy no hay edit😢]

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