Después de que mi amiga, Hattori, me guiara hasta la Sala de Profesores y se dirigiera a su propio club, pregunté por algún encargado del equipo masculino de voleibol a los varios docentes que se encontraban ahí. Un profesor respondió que esperara mientras que tardaba en llegar el entrenador o el capitán, que tenía que pasar por ahí en un rato para recoger el papeleo correspondiente. Entonces me dio una solicitud de admisión y señaló una fila de sillas que se encontraban pegadas a la pared, donde también se hallaban uno que otro estudiante que estaban en una similar situación que yo. Me dejé recaer en una, a la vez que suspiraba con pesadez y pasaba un dedo por el puente de mi nariz.

¿Qué estoy haciendo? Me cuestioné al fin. Aún tengo tiempo de salir de aquí.

Fruncí los labios y me apresuré en rellenar la hoja. No voy a echarme para atrás. Al terminar de escribir, saqué un espejo de mano de mi bolso y me enfoqué en retocar mi maquillaje para distraerme de mis propios pensamientos negativos continuos. Cuando alcé la vista un breve momento después, el profesor con el que había hablado con anterioridad se encontraba hablando con un docente. Me hizo un ademán para que me acercara en cuanto me vio.

Me dio a conocer al entrenador del equipo, Manabu Naoi, pero al parecer hay otro más. Me presenté formalmente hacia él, entregándole mi ficha. Agradecí al profesor que me ayudó y salimos de la sala. El entrenador me avisó que debía cambiarme al uniforme de la Clase de Deportes para asistir al entrenamiento de esta tarde si deseaba hacer algo más que saludar, así que me dirigí rápidamente a los vestidores con la ropa deportiva que me dieron esta mañana después de la Ceremonia de Inauguración.

—¿Tienes algún conocimiento básico relacionado al voleibol? —preguntó el entrenador después de que salí, al tiempo que doblábamos el pasillo. Tenía una sonrisa amable adornando su bronceado rostro.

—Solía jugar en mi antigua escuela.

—Ya veo —Asintió con lentitud. De seguro comprendiendo el porqué de mi alta y corpulenta figura.

Charlamos más hasta que tuvimos el gimnasio delante nuestro después de traspasar las puertas que daban al exterior. Entonces mis piernas empezaron a temblar ligeramente, mi corazón se estrujó por dentro y sentí algo pesado instalándose en mi garganta que me impedía siquiera formular un monosílabo. Inspiré y exhalé con fuerza discretamente, intentando calmarme; repitiéndome a mi misma una serie de frases motivadoras y estúpidas.

Aproveché en sacarme los uwabaki que tenía puesto para colocarme el calzado deportivo mientras que el entrenador comenzaba a abrir la puerta del gimnasio.

Cuando me atreví a dar un paso para ingresar, una gran ola de sentimientos se levantó y arrasó conmigo, porque por un momento pude verlas. A ellas. A mi antiguo equipo. A mis chicas. Por un momento, las vi esperándome como siempre para una manana y tarde de entrenamientos intensivos, junto con las bromas y cotilleos que siempre rondaban por el lugar. Por un momento, las vi listas para correr las vueltas necesarias a la manzana para que su espíritu competitivo superaran cada vez sus límites. Por un momento, creí que estaba con mis amigas.

Pero solo fue eso: Un momento, porque no fue real. Lo que tenía delante mío no eran mis compañeras de equipo y fieles colegas de la cancha, sino un grupo de personas desconocidas con quienes debería convivir y conocer desde cero. No se parecían a ellas, no eran ellas.

Y jamás lo serían.

—Araki __(tn) de la clase 1-5 —hablé cuando fue mi turno de presentarme, dando una reverencia estándar con las manos cruzadas por delante. Respiré hondo, ahora con la cabeza en alto—. Vengo de la Secundaria de la Academia Kiōkami... y me gustaria ocupar el puesto de mánager.

—Kenma, agárrame que me desmayo —musitó un muchacho, desplomándose al instante sobre la persona que tenía al lado.

—¡Yamamoto, lo estás aplastando! —clamó uno de tercer año, acercándose para ayudar a la par de otro.

—¿Traigo agua para que despierte? —preguntó alguien, cruzando su mirada con la mía.