EL PROYECTO REGINA
Helyel admiró la creación de sus científicos durante otro poco, acompañado por Lloyd Kappa veintidós, uno de sus tantos siervos. Este último mantenía los ojos fijos en el tanque de clonación frente a ellos. Relamía sus labios de pescado. La fábrica de Walaga contaba con treinta laboratorios. El nueve, donde ahora se hallaban, era el principal de la planta manufacturera. Albergaba las instalaciones y equipo para clonar dedicados al Proyecto Regina.
—Sería un desperdicio entregar la chica al Grupo Féraud —dijo Lloyd Kappa veintidós.
—¿Y por qué lo haríamos? —respondió Helyel.
Dio un discreto vistazo a su esclavo. Leyó la mente de aquel tipejo como si se tratara de un diario. Bastó un instante para descubrir que el científico planeaba masturbarse imaginando que se tiraba a la chica desnuda del tanque. No podía culparlo. Ninguno de los Herbert Lloyds a su servicio vio jamás otra mujer tan hermosa como el Proyecto Regina. A decir verdad, hasta resultaba tranquilizador verla flotar en suero amniótico. La apariencia plástica y aséptica de las paredes blancas del complejo, reflejadas en el líquido, creaba la ilusión de que ella estaba encerrada en una gema. La construcción del ejército mecanizado de Helyel marchaba implacable e incansable. Pero el Proyecto Regina era la corona de la fábrica de Walaga.
De pronto, la muchacha se estremeció como si tuviera frío para después hacerse ovillo.
—¿Qué le sucede? —exigió saber Helyel.
—Son reflejos involuntarios —aclaró Kappa veintidós—. Todos los embriones los tienen. Pero terminarán en cuanto usted se instale en ella.
A Helyel no le interesaba la biología. Por ello no comprendió qué le pasaba al que pronto sería su cuerpo definitivo.
—A mí me parece que sueña —aseguró tras inspeccionar la mente vacía de la chica.
—Sí es posible —respondió Lloyd—. Los fetos humanos adquieren la capacidad de soñar alrededor de la semana veintiséis de gestación.
—Comprendo. Sueña aunque carece de mente.
—El Proyecto Regina se ha desarrollado hasta la madurez sexual en tiempo récord. Pero tiene un cerebro electrónico en blanco. En otras palabras, ahora mismo ella es un feto con cuerpo de adulto.
Helyel recordó entonces la indeseable visita de su socio, Armand Féraud. Dio media vuelta sin mediar palabra y se dirigió hacia la oficina de control de producción. El pasillo entre una línea de ensamblado de explosivos y otra de montaje de armas apenas bastaba para transitarlo con su cuerpo mecánico. Los obreros —idénticos todos al Lloyd Kappa veintidós— paraban labores para hacer reverencias conforme pasaba cerca de ellos o exclamaban "¡salve!". La capa de pintura epóxica del suelo se agrietaba debajo de sus pies. Pero no le importó. Eso dejaría de ser molestia tan pronto ocupara un cuerpo orgánico.
Sus planes y los de Armand no eran del todo compatibles. Ambos intentaban producir clones a gran escala. No obstante, el empresario humano deseaba venderlos a millonarios enfermos en etapa terminal. Pretendía transferir las mentes de sus clientes a nuevos cuerpos y otorgarles con ese proceso la cuasi-inmortalidad. En otras palabras, tendrían vidas que se extenderían indefinidamente... siempre y cuando pagaran cada operación.
Lloyd Kappa veintidós siguió a Helyel casi corriendo.
—Si gusta puedo abortar al sujeto y preparar uno nuevo —dijo él.
—No hará falta —respondió Helyel—. Mis poderes son mayores que los de Olam, así que mejor prepárala para la recitación del conjuro. Nadie podrá destruirla cuando terminemos; ni siquiera a nivel subatómico.
—Entendido, mi señor. ¿Desea que haga algo más por usted?
—Sí. Vuelve a tu trabajo. Uno de tus hermanos traerá la grúa para sacar al Proyecto Regina del tanque.
El Lloyd Kappa veintidós hizo una reverencia antes de marcharse.
Las cámaras instaladas en la careta del autómata que hacía de cuerpo para Helyel detectaron a Aix, la súcubo de más alto rango entre sus Legionarios. Ella no se había deshecho del cadáver femenino que poseyó. Le acompañaban dos franceses. El primero era un viejo larguirucho y pálido, sin canas, de nariz larga y respingada. A juzgar por los pantalones de pana y guayabera grises que vestía, quizá le faltaba poco para jubilarse. El otro sujeto era Armand Féraud. Sus cachetes inflados y escurridos, piernas como jamones y cuerpo achaparrado de barril eran inconfundibles... sin mencionar que el horrible peinado con partido al centro complementaba su apariencia de cerdo erguido.
Armand caminaba apoyado en un andador donde, además, cargaba una pequeña bombona de oxígeno conectada a una mascarilla de plástico transparente. Los médicos lo habían desahuciado, pero aun vestía con elegancia. El traje negro con corbata azul de seda lo hacía parecer menos obeso. Era francés. Pero provenía de una Tierra donde los chinos colonizaron América en vez de los europeos.
Helyel decidió volver al laboratorio nueve. Debía llegar antes que ellos. Dio media vuelta y, en dos zancadas de sus piernas mecánicas, estuvo de regreso frente al tanque de clonación donde todavía flotaba el Proyecto Regina. Para ese momento, El auténtico Herbert Lloyd y su clon identificado como Kappa veintidós instalaban la grúa para sacar a la chica. Dicha máquina consistía en una camilla flotante sostenida por un sistema de aparejos anclado a rieles que atravesaban por arriba la piscina de suero amniótico.
Aix y los visitantes aún se hallaban lejos del laboratorio. La súcubo los mantenía entretenidos con un recorrido guiado por la fábrica. Eso daba tiempo a Helyel para echar un último vistazo a su nuevo cuerpo.
—¿Qué mierda? —dijo Helyel al notar que Regina tenía los ojos abiertos— ¡Paren todo!
Los encargados del laboratorio pararon las maniobras. Él se acercó al tanque para ver mejor. Si Regina en verdad abrió los ojos dentro del tanque, tendrían que abortarla. El suero podía dejarla ciega. Así no iba a servir para nada.
—Gran señor —dijo Aix en francés al llegar al laboratorio—. Le presento a los señores Armand Féraud y François Voinchet.
La sangre seca del cadáver poseído por Aix acartonaba el yukata rojo que ésta vestía.
—Conozco a los caballeros —respondió Helyel en el mismo idioma—. ¿Por qué sigues poseyendo ese cadáver?
—Lo siento. Estaba a punto de obedecer sus órdenes cuando llegó su socio.
—Bien, vete ya. Yo los atenderé desde ahora.
Aix desapareció en medio de una espiral de humo. Muy a tiempo. El cadáver ya empezaba a heder.
Helyel dio otro vistazo al tanque de clonación. Para su sorpresa, el Proyecto Regina tenía los ojos cerrados. ¿O tal vez nunca los abrió? Tener cámaras por ojos resultaba problemático en ocasiones. Cualquier efecto óptico les restaba fiabilidad. Poco importaba la nitidez que lograban o quién era el fabricante; las limitaciones resultaban más numerosas que las de la vista de los seres vivos.
—Bien, Armand —dijo Helyel con su mejor tono halagüeño en francés—, ¿a qué debo este honor?
—No finjas que te agrada verme —respondió Armand con la voz apagada por la mascarilla—. Sabes bien por qué estoy aquí —sus cachetes se sacudieron mientras movía la cabeza de lado a lado—; y no me iré sin ella. —Machacó el regordete índice en el cuerpo metálico de Helyel—. Te recuerdo que tengo menos de seis meses para mudar cuerpo.
—Entonces te dará gusto enterarte de que tengo el primer sujeto viable del Proyecto Regina.
—Eso lo juzgaré yo —terció el hasta entonces silencioso François Voinchet—. ¿Es ella el sujeto viable? —Señaló a la muchacha que los Lloyds iban a sacar del tanque de clonación.
—Sí —respondió Helyel—, es ella. Examínela cuanto guste. Mis asistentes contestarán todas sus preguntas.
François Voinchet era director de investigación genética del Grupo Féraud. Por ello fue de inmediato hacia la puerta de cristal, al fondo del laboratorio, que conducía hacia las instalaciones del tanque de clonación. Salió y cerró deprisa. Se le consideraban una eminencia en la versión de la Tierra de donde provenía, aunque no se comparaba con los especialistas arrianos. Armand, por su parte, se acercó al inmenso recipiente para ver mejor a Regina.
—Debo reconocer que te ha quedado bonita —tosió él—. ¿Cuándo piensas sacarla?
—Precisamente mis asistentes trabajan en eso ahora mismo —Helyel los señaló con un ademán.
—¿Tus asistentes? ¿No querrás decir: tus esclavos?
—Me da igual. ¿O qué tan diferentes crees que son de los empleados corporativos?
Armand frunció el entrecejo. De seguro no le agradaba la comparación.
—Todos, incluido tú —prosiguió Heylel—, están aquí porque quieren algo a cambio de sus vidas. Éxito, riqueza, placeres, prolongar sus miserables existencias por otro poco, no importa. Lo importante es que nadie puede obtener sus deseos sin sacrificar algo a cambio. ¿Has visto por qué servirme no es tan diferente de un empleo?
—Sí, lo veo —gruñó Armand.
La grúa operada por el Herbert Lloyd auténtico sumergió la camilla en el tanque de clonación. Después, los aparejos corrieron el soporte hasta colocarlo debajo del Proyecto Regina. La máquina sacó despacio a la joven del suero. Una vez fuera de aquel líquido cristalino, un par de brazos robóticos despojaron a la muchacha de la mascarilla y las sondas por donde le suministraban nutrientes. Los electrodos para medir signos vitales y actividad cerebral fueron retirados por otro robot.
El jefe médico del laboratorio, identificado como Herbert Lambda trece, abrió los párpados de Regina y examinó la respuesta ocular con una diminuta lámpara. Tras una breve inspección, ordenó que la bajaran al laboratorio. Luego, él también descendió del tanque.
—¿Por qué el sujeto es mujer? —exigió saber Armand.
—¿Por qué preguntas hasta ahora? —contraatacó Helyel—. Tuviste tres años para oponerte.
—No me opongo. Sólo me llama la atención que no usaras mi ADN para crearla.
—Bien, si tanto te interesa, recolectamos muestras de otro lado para no desperdiciar tu ADN.
Ambos se apartaron del ventanal del tanque de clonación para permitir el descenso de la camilla. Una vez que tuvieron a Regina delante, se quedaron junto a ella. Era todavía más hermosa sin sondas o mascarilla. Sus delicados rasgos parecían esculpidos en mármol de Carrara por el mismísimo Miguel Ángel. Su cabello causaba la impresión de haber sido hilado en oro. Pero ese busto generoso y caderas de suaves curvas las vio Helyel sólo una vez... En Soteria, hacía menos de una semana. Era la misma figura de la hermana mayor del "donante" del ADN con el cual produjeron al primer sujeto viable del proyecto.
—Prepárala para transferirle mi mente —exigió Armand.
—¿Estás seguro? —replicó Helyel—. El cambio de cuerpo puede ser confuso. Si agregamos uno de sexo, será un choque devastador.
—Yo sólo quiero engañar a la muerte. No me importa ser mujer de ahora en adelante.
Helyel posó su mano robótica en la espalda de su socio con sumo cuidado. No le daría palmaditas en el hombro porque, como aún le costaba moderar la fuerza de su cuerpo mecanizado, seguramente acabaría matándolo. Aquel momento era el menos indicado para deshacerse de él.
—Armand, Armand. Esperaste tres años este momento. ¿No puedes aguantar otra quincena en ese cuerpo?
—¿Realmente puedes crear otro sujeto viable en una quincena?
—¿Lo dudas?
—¡Desde luego que sí!
—Te propongo algo: si mañana a esta hora no tengo un sujeto joven en ese tanque, fabricado con tu propio ADN, te dejaré retirar tu capital del proyecto —Helyel acercó su cara de ídolo babilónico de modo amenazante a la de Armand—. Pero si cumplo, aumentarás tu inversión diez veces más.
Armand enrojeció con las amenazas de su socio.
—¿Acaso enloqueciste? ¡El proyecto ha costado millardos de euros y yuanes! ¡Quedaré en bancarrota si fracasas!
—Está bien, sólo el doble y venderé a esta jovencita a algún burdel en Ámsterdam.
—No. Ganaré más si la compra cualquier millonaria excéntrica.
—Bien, como gustes —Helyel se encogió de hombros—. ¡Herbert!
—¿Sí, mi señor? —respondió el Herbert Lloyd original desde lo alto del tanque.
—Prepara este laboratorio para otro sujeto —ordenó Helyel—. Créalo a partir del ADN del señor Féraud.
Por supuesto, mintió a Armand respecto al envío de Regina a Ámsterdam o venderla a alguna vieja adinerada para rejuvenecerse. Aunque Walaga sí que podía producir otro sujeto viable en una quincena o menos. En realidad, él pretendía conservar a la muchacha. Deseaba volverla inmortal con un conjuro que formuló con tal propósito y convertirla después en su forma física permanente. Sería mejor comparado con lo que había logrado hasta entonces con los autómatas. Pero su socio pensaba distinto. Creía que la rama farmacéutica de la corporación Féraud no debía ser sólo pionera en, literalmente, dar nuevas vidas a sus clientes... sino la única con semejante posibilidad.
—Espera —dijo Armand—. Comí hace un rato, la muestra de sangre no servirá.
—Nada de eso —Helyel movió la cabeza sumeria de lado a lado—. Tenemos suficiente ADN tuyo.
De pronto, Regina empezóa sofocarse de forma violenta. Herbert Lambda trece cogió deprisa un resucitador manual del armario clínico empotrado al otro extremo del laboratorio.
—¡Con permiso! —dijo él— ¡Yo la salvo!
Helyel desprendió la cabeza del Lloyd de un revés ante la mirada desorbitada de Armand y los demás trabajadores.
—¡¿Por qué hiciste eso?! —exigió saber Armand.
—Era un clon —resopló Helyel—. Lo recuperaré en quince días. —Alzó una mano del cuerpo decapitado para mostrarle el numero serial tatuado en la palma—. Además, necesito que nuestro sujeto respire por sí sola. —Dejó caer al muerto—. Bien —dijo mientras apartaba al desafortunado empujándolo con un pie robótico—, ¿qué te parece si quitamos el hipotiroidismo de tu nuevo cuerpo y lo hacemos inmune al cáncer?
Armand tragó tan grueso que hasta los micrófonos que Helyel tenía por oídos lo percibieron.
—Me parece bien —respondió a secas—. Una quincena más, pero será todo. Retiraré mi capital si me has mentido.
—¡Perfecto! —Helyel se frotó las manos de acero—¡Tenemos un trato!
Armand le tendió la mano. La tos de Regina terminó casi tan pronto Helyel aceptó el convenio.
El Herbert Lloyd auténtico y uno de sus dobles desengancharon la camilla flotante de la grúa y la empujaron fuera del laboratorio. El dispositivo flotaba delante de ellos. Se trataba de otra invención robada a los arrianos. De hecho, casi toda la tecnología de la fábrica de Walaga fue hurtada de Elutania durante veinte años. La excepción era el cerebro electrónico del Proyecto Regina, el cual fue un computador creado a partir de materia viva y desarrollado por un equipo de veinte Herbert Lloyds. Lograron la proeza de copiar la información almacenada en neuronas —desde recuerdos vagos hasta conocimientos dominados a la perfección— a un disco duro para reproducirla después en su prodigiosa invención.
—¿A dónde llevan a la chica? —soltó Armand con cierto deje de preocupación.
—No te preocupes. —Helyel de nuevo posó una manaza mecánica en el hombro de su socio tan suavemente como pudo—. Sólo debe pasar setenta y dos horas en observación antes de programarla.
—O sea, antes de transferir la mente de un cliente a su cerebro.
Helyel asintió despacio.
—Es correcto —afirmó—. El cerebro de Regina por ahora sólo la mantiene viva. Pero muy será distinto cuando la programemos.
—Eso espero. Más te vale que así sea.
—Deja de ser tan escéptico, Armand; mejor deberías presumir a tus accionistas que has encontrado la Fuente de la Eterna Juventud. Así dejarán de dudar para invertir.
Helyel notó que Armand se daba la vuelta despacio para dirigirle su mejor mirada sarcástica.
—¡Claro! ¡Estarán encantados de seguir invirtiendo sin antes ver resultados!
—Les daré sus resultados —respondió Helyel grave—. No solo eso. Los tendrán antes del plazo que te prometí.
—¿Te refieres a cuando prometiste darme mi cuerpo nuevo?
—Sí. De ese plazo te hablo.
—Excelente, entonces. Iré a darles la noticia. Seguramente estarán tan complacidos como...
—Que le den a tus accionistas —Helyel acercó su rostro de metal al de Armand—; verán a Regina viva, en persona, a más tardar en setenta y dos horas. Fin de la discusión.
Lástima que la careta del autómata que ocupaba no pareciera tan amenazante como él quería.
—Bien, hazlo y clona mi nuevo cuerpo —dijo un sudoroso Armand.
Describir al Proyecto Regina sólo como un clon equivalía a comparar el caviar iraní con las huevas de cualquier esturión silvestre. Si bien Regina comenzó siendo un clon, su cultivo y maduración la transformaron en el cíborg más avanzado producido hasta entonces. Fue el primero de la Clase Dos.
La fábrica de Walaga también podía producir seres integrados por materia viva y dispositivos electrónicos. Los clasificaban en tres categorías. La Clase Cero era la más básica. Consistía en piel, músculos y cabello sustentados por androides a los cuales servían de recubrimiento. La Clase Uno se conformaba por individuos cuyos miembros naturales fueron reemplazados —total o parcialmente— por artificiales. La Clase Dos consistía en cuerpos vivos sin más órganos hechos por el hombre aparte del cerebro electrónico que los controlaba.
François Voinchet regresó al laboratorio con una pequeña gradilla repleta de muestras. La mitad de los tubos de ensayo contenía hebras doradas de cabello; la otra parte, uñas largas pintadas con esmalte, evidentemente de mujer.
—¿Terminaste? —exigió saber Armand.
—Sí, señor Féraud —respondió François—. Hasta me han dado muestras del donante de Regina.
—Esas muestras pertenecen a la familia real de Soteria —terció Helyel burlón—. Deberían sentirse honrados.
—¿Soteria? —François levantó una ceja— Nunca oí de ese lugar.
—Sólo es un mundo steampunk que Helyel quiere conquistar —respondió Armand—. Yo no lo he visto, pero dice que viajar allá es como volver a la era victoriana o algo así.
—No, Armand —interrumpió Helyel—. Soteria es mucho más, pero ya le contaré a tu empleado después. Porque supongo que ahora estarán muy ocupados.
—En eso tienes razón. Estaremos muy ocupados. François, ¿Qué más te dieron?
—Un disco duro —respondió el aludido dando un leve toque a un bolsillo superior de su guayabera—. Pero tiene todo lo que necesitamos —empezó a enumerar con los dedos—: planos del cerebro electrónico de Regina y del equipo de clonación, procedimientos, documentos para tramitar patentes. En fin, pienso que podremos trasladar la producción a la Tierra en tres meses.
—¿Estás seguro?
—Completamente, señor. Le aseguro que los procesos son viables. He visto las pruebas al producto.
—¿Qué opinas? —intervino Helyel— ¿Sobrevivirá fuera del tanque?
—Hará mucho más que sobrevivir. Puedo asegurarlo.
—No esperaba menos de mis siervos —respondió Helyel— Bien, François, ¿Por qué no vas a ala de observación médica? Estoy seguro de que te interesarán todas las pruebas adicionales que hacemos.
Helyel salió un momento del laboratorio y llamó a un Lloyd supervisor de producción. Le ordenó llevar a François Voinchet al ala de observación médica.
—Sígueme —ordenó Helyel a Armand ni bien se quedaron solos—. Todavía debemos hablar.
—Si es de dinero, olvídalo.
—No. Es sobre Eruwa. O, como lo llamaste: "ese mundo victoriano".
—Comprendo —Armand asintió despacio—. Vamosentonces.
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