UNO
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—No voy a fingir que seamos novios para poner celoso a tu exnovio, mocosa.
Os preguntaréis qué hacía rogándole de esa manera a mi enemigo, a mi némesis, al Doctor Octopus de mi Peter Parker, al Gargamel de los pitufos y al más imbécil de todos los malos malísimos de la historia. Todo tenía una explicación de lo más simple y sencilla, pero para que la entendieseis mejor, os debía poner en contexto:
Todo comenzó cuando hacía unos meses atrás me rompieron el corazón de la peor manera posible: me dejaron sin darme explicación ninguna. Simplemente desapareció de la nada y sin darme ningún motivo de peso para dejar una relación de un año, seis meses y cinco días. Se fue como vino. Y yo lloré como una niña chica cuando le quitan su juguete favorito mientras está feliz con él. Estuve en esa época depresiva durante meses. El peor verano de mi vida. Miraba el móvil una y otra vez esperando un simple mensaje de: «¡Hola! ¿por qué no volvemos a intentarlo?» o «Perdóname, Lena, he sido un imbécil. Eres el amor de mi vida. Olvidémonos de esto, vamos a dejar la universidad, vamos a casarnos en un pueblo perdido de la mano de Dios donde tendremos 3 hijos y un Golden retriever llamado Pelotilla». Pero no ocurrió nada de eso. Nada. Nada de nada.
Y no era porque no intentaba que me hablase. Subía una historia a Instagram haciéndome la guapa. Otra con mis amigas en la playa mientras estábamos de vacaciones; otra en el campo haciendo una hoguera con mis amigas... incluso había obligado a mi mejor amigo a acompañarme a un partido de rugby solo para hacer el postureo y que viese que me interesaba por su deporte favorito. Pero nada de nada, ni un simple «me gusta» a la historia. Había perdido la dignidad una y otra vez para nada. Nada nuevo. Creí que ya la había perdido del todo.
Sin embargo, la gota que colmó el vaso de una manera catastrófica fue cuando me bloqueó de todas las redes sociales y entré en modo maniática. Mi mejor amigo, Liam, fue testigo de mi llanto histérico porque no podía ver lo que hacía sin mí y tampoco podía comprobar si era igual de miserable que yo. También fue testigo de mis infinitos paseos por mi habitación intentando encontrar una solución a la serie de infortunios que estaban ocurriendo en un solo verano. También comprobó cómo me creaba una cuenta falsa en las redes sociales para poder cotillearle todos los días sin que supiese que era yo. Lo que hacía una tía por amor. Por un amor no correspondido.
Pero no fue hasta hace tres días que encontré la solución.
No sé cómo había sido tan tonta. Había tenido la respuesta delante de mis ojos todo el tiempo. No llevaba desde mis doce años de edad leyendo libros que no debería para haber tardado tanto en encontrar la solución. Había leído los suficientes libros de romance juvenil para saber qué tenía que hacer: encontrar un novio falso para ponerle celoso y hacerle ver lo que se perdía. No podía ser tan difícil, ¿no?
Salvo que sí lo era. Había tardado dieciocho años de mi vida en encontrar un novio de verdad, ¿cómo iba a encontrar uno falso en dos semanas? Tenía que darme prisa porque las clases comenzaban en nada y tenía que presentarme en la universidad con un novio guapo y falso. No podía dejar que me viera miserable y triste por él. Tenía que ver que podía vivir sin él para que se volviera arrastrando y suplicándome volver a ser la pareja feliz que éramos.
Era el plan ideal.
El único fallo era encontrar al pringado que me iba a ayudar. Me gustaba leer, pero odiaba investigar y buscar información de cosas que no me interesaban, eso no impidió que me pasase tres noches investigando en mi habitación. Al parecer, esto sí que me interesaba. Tenía que elegir bien quién me iba a acompañar de manera indefinida en esta aventura. No podía elegir a alguien al azar. Pero no encontraba a nadie. Liam no podía ser, mi exnovio lo conocía y sabía perfectamente que a mi mejor amigo le gustaba más una picha que a un tonto un lápiz.
Liam descartado.
También pensé en usar a alguien de mi ciudad, pero me daba esa sensación a como cuando ibas al instituto y «tus amigas» hablaban de sus novios o rollos mientras que tú ni un simple beso habías dado y les decías: «es que va a otro instituto». Todo el mundo sabía que no había otro instituto y que, por ende, eras una mentirosa. No quería quedar como una mentirosa delante del exnovio que intentaba recuperar a base de mentiras.
Alguien de mi ciudad descartado.
Me llevé así tres días rebanándome los sesos para encontrar un tío dispuesto a fingir una relación conmigo. Las tazas de café se acumulaban en el escritorio y la libreta donde apuntaba cualquier idea estúpida que tenía (esta era una de ellas) estaba a punto de acabarse por tantas hojas arrancadas. Cada vez que mi madre entraba en mi habitación sin llamar a la puerta y me pillaba con la cabeza casi dentro de la pantalla del ordenador, le decía: «Es un proyecto de la universidad que estoy adelantando» y con eso cerraba la puerta y me dejaba tranquila para seguir actuando como una psicópata.
Las dos últimas semanas de vacaciones pasaron y yo seguía sin encontrar a nadie perfecto para interpretar el papel de su vida. Me quería arrancar los pelos uno a uno y dárselos en forma de pelota al hámster de mi hermano de siete años que no paraba de roerme los zapatos cuando se escapaba de la jaula. ¿Tan difícil era? ¿Por qué no podía simplemente volver arrastrándose sin necesitar a otra persona? ¿Por qué en los libros lo pintaban tan fácil? ¿Por qué no podía aparecer por arte de magia y ayudarme?
Y como si hubiese caído del cielo un angelito, la solución a mis problemas había aparecido. Solo que no era un angelito caído del cielo, sino un diablo salido del infierno, con sus cuernos rojos y su tridente estrafalario con el que me iba a matar. Y sí, hablaba de mi vecino, del hijo de la mejor amiga de mi madre, del cabrón que propagó el rumor por el colegio que me había hecho pis en medio del parque de arena cuando teníamos 8 y 9 años. Hablaba del imbécil que me había cerrado la puerta en la cara y me había tratado de niña chica cuando había querido jugar con él a la videoconsola. Hablaba del capullo que no soportaba y prefería tener a diez kilómetros de distancia y no como vecino puerta con puerta qué éramos tanto en nuestra ciudad natal como en el piso de estudiantes.
Escuché la odiosa voz de Owen despidiéndose de mi madre e imité desde la tranquilidad de mi habitación la pose y la cara que tenía que estar poniendo: de no haber roto nunca un plato y fingiendo ser lo más cariñoso del mundo. Cariñoso mi culo. Era el hijo reencarnado de Lucifer. Solo que era experto fingiendo con todo su alrededor, excepto conmigo. Conmigo era el más capullo de mundo. Lo detestaba y él me detestaba a mí. El sentimiento era mutuo. Por eso no había pensado en él en ningún momento, pero, desgraciadamente, era mi mejor carta en la baraja. Más que nada porque era la única y no había baraja con una sola carta.
Observé desde la ventana como cargaba con una caja entre sus brazos. Seguramente, mi madre le había dado la ropa para entregar a la caridad que tanto había comentado con la madre de mi vecino, Anna. La cabellera negra se giró como si se hubiese dado cuenta que le miraba alguien desde la ventana. Podría haberme escondido o haberme hecho la estúpida, pero no lo hice. Tenía que recordar que no le soportaba. Levanté la barbilla en gesto desafiante y apreté mis labios agrietados en una sola línea. Owen actuó de la manera esperada: me guiñó un ojo azulado desde la distancia y me lanzó un beso. Cerré la cortina de mi ventana con rabia y me senté de nuevo en la silla de escritorio, cayendo los folios llenos de información al suelo.
A la mierda.
Owen Carter descartado.
Bueno, vale.
Quizás lo descarté durante solo dos días. Quizás sí que era mi mejor carta (y la única). Quizás me había pasado tres horas conduciendo con música triste y con canciones de desamor. Quizás Taylor Swift me había hecho más daño que bien. Quizás nada más llegar al piso de estudiantes y comprobar que mi mejor amigo no había llegado todavía y la nueva compañera seguía en paradero desconocido había hecho que me agobiase. Quizás el hecho de haber comprobado por una de mis cuentas falsas que mi exnovio había subido una historia muy cerca de otra chica que no conocía había influenciado mi tajante decisión.
Sabía que Owen estaba en el piso de al lado. Más que nada porque me había abierto la puerta su compañero de piso y me dio conversación mientras subíamos las mil cajas llenas de ropa y comida que traía de casa y él se quejaba porque Don maniático del orden ya estaba poniendo etiquetas en la comida de la nevera. Así que esperé que Thomas saliese del piso, el chico hablaba mucho y me contó los planes de ir a ver a su novia y todo lo que tenía que hacer antes de comenzar las clases —que comenzaban en dos días—. Así que cogí las llaves y me peiné con los dedos frente al espejito de la entrada. Conté hasta tres y practiqué mi mejor sonrisa y la sonrisa más amable que podía poner en mi cara. Parecía que mi versión del espejo se reía de mí misma y de la decisión tan estúpida que estaba tomando.
Pero en los libros de romance esto siempre funcionaba. Funcionaba con unos aspectos que a mí no me gustaban, pero que daban igual. Daba igual que tuviese que pedirle un favor al gilipollas de Owen. Daba igual que no lo soportase ni él a mí. Daba igual que sintiera que iba a venderle mi alma al diablo mientras salía por la puerta.
Daba igual porque a situaciones desesperadas, medidas desesperadas, ¿no?
El timbre hizo eco por todo el rellano. Me balanceé sobre mis talones mientras esperaba que abriese la puerta. Estaba algo nerviosa. Llevaba sin mantener una conversación con Owen durante bastante tiempo. Hubiese preferido que siguiera así, pero necesitaba su ayuda. A veces me odiaba por no tener más capacidad para relacionarme y así no tener que preguntarle a este ser maldito. Cuando la puerta se abrió me sentí como cuando Liam y yo nos montamos en una casa del terror en la feria de la ciudad vecina. Solo que no salió un payaso terrorífico con la nariz roja y los dientes afilados, sino un payaso disfrazado de tío bueno.
Sonreí de la manera más falsa posible e intenté no jactarme de la cara de confusión de mi némesis. Parpadeó lentamente y bajó la cabeza para mirarme. Odiaba que hiciera eso. Odiaba que me sacara tantas cabezas. Sus ojos oscuros recorrieron todo mi rostro hasta quedarse en mis ojos color marrón. Sonrió con diversión y se apoyó en el marco de la puerta mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.
¿Por qué usaba una pose tan cliché?
—Vaya, vaya, mocosa. ¿Se te ha perdido algo?
Sí, la dignidad, pero creo que nunca he tenido de eso. Cada día estaba más segura de eso.
—Finge ser mi novio para poner celoso a mi exnovio Marcus —hablé de manera atropellada, pero, si pensaba más las cosas, me iba a ir sin decirle nada y habría perdido más la dignidad de esa manera.
La respuesta que recibí fue una carcajada limpia que resonó por todo el rellano, que me alborotase el pelo con una mano que era el doble que la mía y que se cerrase una puerta en mis narices mientras seguía escuchando el tono varonil de su voz partiéndose de risa.
Pedazo de capullo.
Un día mi ex novio me preguntó si algún personaje estaba inspirado en él. Le dije que no, a pesar de que todos mis personajes tienen esencia de quienes me rodean, pero no había nada de él. Hasta ahora. Vais a descubrir porqué Taylor Swift es la cantante favorita de Lena y porqué es la mía. Y, cariño, no es la esencia que pensabas que tendría un personaje inspirado en ti.
Karma is a relaxing thought
¿Qué os ha parecido el comienzo? Estoy muuuuy emocionada con esta historia y por que conozcáis más a los personajes.
Vais a ver que Lena es una romántica empedernida, una soñadora y una persona poco práctica a veces, pero con un gran corazón y llena de ilusiones 💓
Owen... es Owen
Cortito, pero pronto más 👉🏻👈🏻
Nos leemos💓
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