TRES

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Mantener la mentira delante de mi mejor amigo mientras que el gilipollas seguía sin aceptar era lo más difícil del mundo. ¿Por qué no aceptaba? No tenía que hacer mucho, solo subir un par de fotos juntos y fingir que no queríamos tirarnos el café en la cabeza cada vez que nos veíamos. Fácil, ¿no?

Había intentado todas las tácticas del mundo. Le mandé mil mensajes diferentes, primero rogándole, cuando vi que no dieron resultado, cambié mi táctica amable por una más agresiva: le amenacé con publicar fotos de cuando era pequeño y corría desnudo por mi jardín. ¿Funcionó? Ni de broma. Solo conseguí que me bloquease y que me llamase loca. La siguiente táctica fue mandarle notitas por la ventana de su habitación. Tampoco funcionó. De la otra táctica no estaba muy orgullosa, pero en el amor y en la guerra todo valía y yo estaba en una guerra por recuperar al amor de mi vida. Así que lo que hice fue esperar toda la tarde en su balcón, pues estaban conectados y solo había un pequeño muro muy fácil de saltar si te montabas en una silla—cosa bastante terrorífica si no fuésemos conocidos desde que éramos pequeños— y cuando apareció, pegué mi cara al cristal y le miré mientras le rogaba aceptar. Conseguí que se cagase en mi estampa, que hiciese gestos que estaba bastante segura que significaba que estaba loca y que cerrase la cortina mientras me mandaba a la mierda.

Qué irrespetuoso era el capullo.

Y ahora tenía a Liam haciéndome un montón de preguntas para ver si fallaba y demostraba que estaba mintiendo. Pero no era la más cabezona del mundo por nada. Desde el primer momento que supe que la manera de recuperar a Marcus era fingir una relación con otro chico, me había estado preparando la historieta. Y después de decir en voz alta que el afortunado era mi vecino, la historia estaba cogiendo más y más forma. Podía ser torpe, pero era lectora desde los once años y la imaginación no era algo que me faltaba. Así que cada vez que Liam preguntaba, yo ya tenía la respuesta preparada con mucha imaginación e ingenio.

El problema estaba en que por mucho que yo supiese la historia, el capullo no la sabía porque se negaba a aceptar. Así que, además de gastar mi energía en intentar que aceptase, la tenía que gastar en evitar que Liam hablase con Owen y viceversa. Me quedaba muchos minutos mirando por la mirilla de la puerta para ver cuando el vecino tocapelotas salía y así salir con mi mejor amigo varios minutos después. Por ahora me iba bien, pero sabía que este golpe de buena suerte iba a acabar en cualquier momento. Por lo que tenía que darme prisa para que aceptase de una buena vez.

—¿Cuándo vamos a almorzar con tu amorcito?

Me choqué con la puerta del armario al escuchar la voz de mi mejor amigo. Mierda, tenía la habilidad de ir en silencio y luego asustarte de la peor manera. Cualquier día iba a conseguir que me diese un infarto. Solo que el infarto iba a ser porque descubriera la mentira que tanto me estaba currando. No me convenía que lo descubriese, así que la pregunta era un arma.

—Owen está muy ocupado con la universidad.

No tenía ni idea de su horario. Solo sabía que estudiaba algo de los ordenadores y tecnología, más que nada porque mi madre se pasaba todo el día diciendo lo lejos que iba a llegar, mientras que a mí me echaba en cara que con mi carrera iba a acabar siempre como cajera sin futuro o como una indigente debajo de un puente.

Le sonreí con inocencia a mi amigo y me terminé de vestir mientras me seguía mirando con ojos sospechosos. ¿Por qué no se creía que estábamos saliendo? Es completamente normal pasar de odiar a alguien y desearle el mal, a compartir saliva y bacterias. Era algo muy común. No entendía por qué me miraba como si pudiese leerme la mente. Por si acaso, me puse a cantar una canción mentalmente. Una que él odiaba, para ser más tocapelotas.

—¿No puede sacar un hueco para su novia?

Levanté la mirada de los cordones atados y le miré con los ojos entrecerrados. Llevaba una taza de color azul en la mano, salía humo por esta, demostrando que iba por su primer café con leche de avena del día. Todavía iba en pijama, pues hoy no tenía clase. Había usado un tono sarcástico al decir «novia» y no me gustaba un pelo. Conocía a Liam, sabía que no se lo terminaba de creer, pero no podía darle señales de que tenía razón. Así que hice una mueca, como si estuviese triste por lo ocupado que estaba mi supuesto novio.

Aunque por mí como si no tuviese ni un segundo de descanso y paz.

—Es muy organizado y estudioso, no tiene tiempo entre semana.

—Pues que venga el sábado a cenar. Vivimos al lado.

«Lena, eres la tía más tonta del mundo. Lo tenías todo pensado y ahora vas y la cagas. ¿A quién se le ocurre decir eso?»

—Uf, ¿este sábado? Imposible. Tiene una cena con los de su equipo.

«Bien hecho. Piensa rápido siempre»

—Pues que venga a almorzar, ya ves tú que problema.

Maldito Liam y sus ganas de saberlo todo. Le iba a matar. ¿Por qué no me dejaba vivir en un mundo de fantasía donde se creía todas mis mentiras? Era su papel como mejor amigo: seguirme el juego con mis delirios y malas decisiones. Encima me miraba con una sonrisa, sabiendo que estaba empujándome más y más al borde del precipicio de mis embustes y era cuestión de minutos que acabase confesándole todo.

Salvo que no iba a ocurrir.

—Ya tenemos planes. No voy a perder el poco tiempo que paso con él aquí haciéndole un interrogatorio —me terminé de peinar y cogí mi bolso, dando por zanjada la conversación.

Liam me seguía mirando con suspicacia y con una sonrisita. Le lancé un beso a ver si lograba calmarle y me encaminé hacia la puerta, todavía con el pensamiento de que me iban a pillar en cualquier momento. Borré la sonrisa al ver las cajas de cartón con palabras escritas en ruso y suspiré con pesadez. La nueva compañera no había llegado, pero si lo habían hecho sus cosas. Además que venía con una nota que decía en un castellano muy pobre que no tocásemos nada y que no moviésemos las cajas hasta que llegase ella.

Tenía pinta que la convivencia iba a ser también movidita.

¿Os acordáis cuando he dicho que mi madre pensaba que iba a acabar como cajera?

Pues tenía fundamento para pensarlo. Y era solo porque me busqué un trabajo a tiempo parcial durante el segundo año de carrera para ganarme dinero extra y poder pagarme mis cosas sin sentirme mal por mis padres. Lo retomé la segunda semana de curso. Iba de cuatro a ocho de la tarde después de las clases y, a veces, los sábados por la mañana.

No estaba mal. No era mi trabajo de ensueño, pero es que ese me rechazó nada más entré por la puerta y tiré todos los libros de la entrada en un despiste. En el resto de librerías no buscaban personal, pero seguía entregando currículos por si acaso. Algún golpe de suerte tenía que tener en cualquier momento. Así que me conformaba estando en un pequeño supermercado mientras reponía los estantes o mantenía breves conversaciones con los jubilados que no tenían nada mejor que hacer. Era divertido, me enteraba de muchos cotilleos, a pesar de que no me interesasen mucho, y algunas viejecillas me decían lo mona que era y que me iban a presentar a sus nietos muy guapos también.

Era la validación que necesitaba después de pasar horas sentada en una silla de madera y tomando apuntes de una asignatura donde solo se estudiaba a señoros muertos hacía cientos de años. Además, el gerente era un cuarentón que a veces me dejaba salir antes y me descontaba muchos productos para merendar. No me quejaba.

Despaché al grupito de adolescentes que compraron solo chicles y les sonreí con la falsedad que me caracterizaba en este trabajo. Me había encontrado a lo largo del poco tiempo clientes muy tocapelotas, pero Gary, el gerente, me obligaba a sonreír. Este grupito era de esos que sabían muy bien como molestar. Entendía la edad, Liam y yo éramos y somos así, pero podían dejar de chillar un ratito. Habían puesto todo patas arribas y yo les había visto como cambiaban de sitio muchos de los productos. Había querido decirles cuatro cosas, pero tenía al gerente cerca y no podía decirles nada, así que me tuve que contener y poner una sonrisa.

—Estoy harto de los adolescentes —reí ante el comentario de mi compañero.

—Tú también lo eres —se encogió de hombros y me dio los tubitos donde guardábamos las monedas para el cambio.

—Pero no soy así de pejiguera —negué con la cabeza mientras me seguía riendo. Me devolvió la sonrisa y volvió a su puesto, que era ordenar todo lo que habían movido de sitio.

Caleb era otra ventaja del puesto de trabajo. Tenía diecisiete años y llevaba poco tiempo trabajando en la tienda, pero habíamos congeniado muy bien. Excepto cuando pensó que tenía su edad y no me tiró la caña, sino toda una red de pesca. Por poco no le mataba ese día, pero luego me reí muchísimo y le hice jurarme que no utilizase esas frases de mierda con ninguna chica o chico en la vida, porque solo le iban a rechazar. Pero, aun así, nos llevábamos muy bien y nos reíamos mucho en los descansos o cuando nos tocaba reponer las estanterías en pareja.

También había días que solía llevarle a su casa, pues una vez perdió el autobús y le vi maldiciendo y tirándole piedras a la carretera. Le llevé hasta su casa y la madre salió a agradecerme y a reñirle a su hijo por haber sido tan despistado, luego me dio dinero para la gasolina y me pidió si podía traerle cuando pasase algo así. No me importaba, me permitía distraerme más tiempo, tardar más en llegar a casa y pasar algo de tiempo conduciendo, que me relajaba muchísimo mientras escuchaba música.

Hoy era uno de esos días que le llevaba a casa. Cada vez que aparcaba en su puerta, me hacía esperar y luego salía con una fiambrera llena de comida casera. Entre lo que cocinaba Liam y la madre de Caleb iba a acabar rodando, pero lo haría con un estómago lleno y feliz, que era lo importante. Le sonreí a la madre y me despedí con la mano de la familia. Era increíble lo acogida que me sentía cuando solo hacía unas semanas que les conocía.

Al llegar al complejo de apartamentos, tardé un rato en encontrar un aparcamiento, lo que me hizo cabrear. También venía ya cabreada porque había vuelto a utilizar la cuenta falsa que tenía para cotillear y había visto que Marcus había subido una historia. Salía guapísimo. ¿Por qué no podía ser feo por lo menos? El problema no era lo guapo que salía, sino que había una continuación con la misma chica que la otra vez. Ya iban tres fotos juntos.

No me había tragado una serie de lobos adolescentes, más criaturas sobrenaturales y un humano con un bate para no entender que una vez es un accidente, dos una coincidencia y tres veces era un patrón.

Estaban saliendo.

Cerré la puerta de un portazo y me cargué el bolso al hombro mientras echaba la llave y caminaba hacia el edificio. Estaba cabreadísima y con ganas de llorar. ¿Tan pronto? ¿Ese era el luto que me daba? Ahora más que nunca debía funcionar la relación falsa. Era imperativo que empezásemos a subir cosas juntos y que llegase la noticia a sus ojos y oídos. Pero el gilipollas me ponía las cosas difíciles y ya no podía recular y cambiar de plan.

No podía quedar como una mentirosa.

Las ganas de llorar por culpa de la impotencia incrementaron cuando vi que las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse mientras entraba. Le pegué un pisotón al suelo y apreté los puños con cabreo. Era una tontería. El ascensor iba a bajar cuando yo pulsase el botón, pero sentía que era el fin del mundo. Estaba cansada de las clases y de estar tanto tiempo de pie en el trabajo, quería llegar a casa, ducharme, cenar y tirarme en la cama a leer, pero el universo estaba en mi contra. Aunque no llegó a cerrarse. Quizás no lo estuviese tanto.

Sonreí para darle las gracias a la persona que había puesto el pie para impedir que se cerrase, pero la sonrisa murió en mis labios.

Era broma. El universo no me deparaba nada nuevo. Solo se mofaba de mí una vez tras otra.

Owen Carter estaba dentro del ascensor mirándome con seriedad. Llevaba su maleta de deportes colgada a un hombro. Su pelo negro estaba mojado, por lo que tuvo que haberse duchado después del entrenamiento. Rodé los ojos y me coloqué cerca de la pared mientras le daba con el dedo al botón de nuestra planta.

—Gilipollas —le dije cuando nuestros dedos se tocaron por querer darle a la vez.

—¿Me insultas así y luego quieres que finja una relación contigo? —se llevó una mano al corazón fingiendo dolor. Suspiré con cabreo y le di más veces al botón deseando que fuese más rápido.

Sabía que debía ser amable con él para que aceptase, pero después de ver lo que había visto, no me apetecía fingir. Mañana le hablaría mejor y le seguiría haciendo la pelota para que me diera una respuesta afirmativa. Levanté la cabeza y miré su perfil con disimulo —todo el que podía ser capaz de fingir. Le vi el tatuaje sobresalir del cuello de su camiseta. El día que se lo hizo, su madre vino a mi casa poniendo el grito en el cielo porque no le había pedido permiso y temía que su hijo pareciese un macarra. Me entró mucha curiosidad por ver cómo era, pero por ese entonces ya habíamos dejado de hablar y antes muerta que ir a verle a su casa solo para eso. Me tragué la curiosidad, aunque ahora volvió a florecer poco a poco.

¿Por qué tardaba tanto en llegar? Vivíamos en un cuarto, no en la décimo quinta planta. Que tardásemos tanto tiempo daba pie a cabrearme más, ponerme más ansiosa y a que me pillase mirándole. Cosa que no me vendría bien por mi vergüenza, pero a él le vendría peor para su ego estúpido que tenía.

—¿No vas a seguir rogándome para que sea tu novio? —su voz rompió el silencio tan incómodo que se había formado. Era tan grave como siempre, no supe distinguir si había una pizca de curiosidad en ella.

—Novio falso —le corregí mientras cargaba el peso de mi cuerpo en la otra rodilla—. ¿Tanto quieres que pierda la dignidad?

—No tienes de eso, mocosa —odiaba esa carcajada que acompañaba casi todas las frases que intercambiábamos.

—Eres un completo gilipollas, ¿lo sabías?

—No, pero muchas gracias por decírmelo —cuando me giré para mirarle con asco, él ya me miraba con diversión brillando en sus ojos y con una pequeña sonrisa. Esa sonrisa que denotaba vacile y ganas de seguir metiéndose conmigo.

La psicóloga me había enseñado a no caer en estas trampas, me había enseñado muchas técnicas para que no me afectasen las cosas que me decía todo el mundo. Pero con Owen Carter era imposible poner en práctica todo el trabajo. Lo tiraba por la borda cada vez que nos veíamos.

—Te odio tanto.

—El sentimiento es mutuo —me sonrió falsamente y le miré con los ojos entrecerrados, planteándome si quedarme callada o seguir cayendo en la trampa.

Se había agachado un poco para acabar a mi altura. Cosa que odiaba que hiciera porque me recordaba lo bajita que era y lo alto que era él. Pude ver como seguía teniendo el pelo húmedo, desde esta distancia —muy poca para mi gusto— pude ver como sus ojos brillaban de diversión por estar logrando sacarme de mis casillas.

¿Veis? Esta era su verdadera personalidad, no la que mostraba delante de mi madre.

—Algún día te clavaré un tenedor mientras...

Las puertas del ascensor se abrieron. Sentí que se abrieron a cámara lenta, como si se tratase de una escena de una película. Vi una bolsa de basura amarilla y unas zapatillas de andar por casa en forma de perro, por lo que conocía al dueño. No necesitaba seguir el largo de sus piernas para descubrir quien era. Así que hice lo impensable.

Lo imposible.

Pequé de la peor manera posible.

Levanté los brazos mientras me ponía de puntillas y agarré el cuello de la camisa del mayor capullo que había conocido. No parpadeé. No pensé de más. Conté hasta tres en mi mente y le atraje hacia mí.

Un segundo después tenía sus labios sobre los míos.

Síp, estaba besando al gilipollas más gilipollas en el mundo de los gilipollas.


¡HOLA!

¿Qué tal? ¿Qué os ha parecido?

Oh, Lena también recibe comentarios sobre su carrera😃😃😃 pobrecita mi niña que tiene que ver al amor de su vida con otra😭😭😭

Espera, espera, espera... ¿es tensión lo que noto en el ascensor? QUÉ ES ESE BESO!!!!!!🫣🫣🫣🫣

¡Nos leemos! Gracias por el cariño💓

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