DOS
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¿Qué rasgo era el que más os caracterizaba?
Si le preguntabas a diferentes miembros de mi familia, creo que todos darían el mismo adjetivo: terca (lo diría mi madre), obstinada (este sería mi padrastro) y cabezona (mi hermano Cameron). El mismo denominador, pero diferentes maneras de decirlo. ¿Me molestaba que pensaran eso de mí? Un poco. ¿Era cierto que era la tía más cabezona del mundo? Joder que sí lo era. No me había llevado tres meses seguidos haciendo presentaciones en Power Point a mis padres para que me llevasen de una punta del estado a otro solo porque mi cantante favorito daba un concierto allí. Tampoco me había despertado durante dos cursos enteros a las cinco de la mañana para estudiar, entrenar, ir a clase y trabajar para poder tener una buena media y poder estudiar lejos de casa. Y, tampoco me había cortado yo sola el flequillo con quince años a pesar de que mi madre no me dejase. No había hecho tantas gilipolleces a lo largo de mi vida para ahora decir que no era una cabezota que cuando se le metía algo entre ceja y ceja no paraba hasta conseguirlo.
Así que cuando el gilipollas de mi vecino me cerró la puta puerta en la cara y podía escuchar su risa desde el rellano, hice lo que mi rasgo decía de mí. Pude haberme dado la vuelta, meterme en mi piso y ponerme una serie en el ordenador o ponerme a leer. También pude darme por vencida y pensar que era una gilipollez lo que estaba haciendo, que ningún tío merecía tantas molestias. Pero estábamos hablando de Lena Green, la cabezota y tomadora de decisiones estúpidas.
Con la mejor de mi sonrisa de nuevo en mi rostro, aporreé la puerta. Esta vez no llamé al timbre. Sabía que estaba cerca de la puerta, así que no hacía faltar hacer un paripé. Sus ojos oscuros seguían cargados de diversión cuando abrió y me vio de la misma manera. Bajó la cabeza y sonrió con ironía y malicia. Esa estúpida sonrisa que me había regalado más de una vez. Aunque más que un regalo, parecía una maldición. Achiné algo los ojos para sonreír y repetí la pregunta.
Su carcajada fue la goma de borrar para mi sonrisa. Ya estaba. No podía fingir más amabilidad con este ser del inframundo. Le odiaba. Odiaba su sonrisa de mierda. Odiaba que me sacase tres cabezas —lo que no era muy difícil, dado que yo medía un metro cincuenta—. Y odiaba que supiese que le odiaba.
De repente, se quedó en silencio y se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Mi mente hormonada mandó señales a mis ojos para que mirasen por unos microsegundos como los bíceps se le marcaban en la camiseta de manga corta negra. Volví mi mirada a sus ojos antes de que se diese cuenta de eso. No quería alimentar más su ego. Aunque viniendo a pedirle tal favor quizás ya se lo había subido.
—Lena, tienes 20 años. ¿No tienes nada más maduro y mejor que hacer que intentar poner celoso a tu exnovio conmigo?
Me mordí el carrillo interior izquierdo y me crucé de brazos mientras le miraba con cabreo. Después de pensar unos segundos, hablé:
—Tienes razón. Estoy siendo una inmadura. ¿Cómo he podido pensar algo así?
Bueno, eso es lo que quizás debería haber dicho, ¿no? Comportarme como una persona madura. Solo había un problema: que la madurez no había llamado a mi puerta todavía. Así que lo que salió por mi boca fue:
—Porfi, porfi, porfi —alargué la última vocal y junté las manos implorándole. Me faltó arrodillarme en el suelo y llorar—. Ayúdame, porfi, porfi, porfi.
Hice un pequeño puchero con los labios y le miré a los ojos, poniendo mi mejor cara de niña buena. Vi como tomaba una lenta y calmada respiración. Esperanza empezó a crecer en mi cuerpo. Pero se trataba de Owen Carter, no había nada esperanzador en él.
—Madura, mosquito.
Sentí la corriente de aire cuando se cerró la puerta a sus espaldas y ahogué el grito de frustración que quería soltar a los cuatro vientos. Iba a llamar otra vez a la puerta para cantarle las cuarenta y decirle que debía ser adoptado porque su madre era un cachito de pan, pero su voz retumbó desde el interior del apartamento.
—Como vuelvas a llamar, hago un hilo en Twitter de cómo la liaste borracha en la boda de tu madre, mosquito. Así nunca recuperarás a Marcos.
Encima usaba el apodo de mierda que me puso cuando vio que él continuó dando el estirón y yo me quedé en la estatura de cuando tenía catorce años. Iba a matarle. ¿Sería justificable si lo asesinaba? Sí, ¿no? Me estaba provocando. Él había empezado la pelea. Yo solo sería una pobre victima de sus insultos verbales y chantajes emocionales.
Levanté el puño, pero llevaba conociéndolo demasiados años para saber que era capaz de colgar esos vídeos donde me caía del escenario improvisado mientras hacía un brindis por la nueva pareja de casados y enseñaba las bragas a todo el mundo porque se me subió el vestido. Prefería dejar eso en el pasado y en el olvido. Había obligado a todo el mundo a borrar el vídeo, pero la sabandija de Owen se negó y fue imposible hacer que lo eliminase de la faz de la tierra. Así que ya no era mi palabra contra la del resto de invitados, sino mi palabra contra un vídeo que lo probaba.
Mi última respuesta fue hacerle un corte de mangas a la puerta esperando que lo viese desde la mirilla.
Estúpido gilipollas.
Vivir sola era algo... enriquecedor.
En mi primer año de carrera no lo veía así. La primera vez que viví sola me quería arrancar los pelos y tirarme por la ventana de la residencia de estudiantes de la universidad. Lo odiaba, tenía una compañera de habitación de mierda que se pensaba que vivía sola y que el dormitorio era para ella sola. Se traía a todas las personas posibles todas las noches, e incluso tardes, posibles. Que me parecía muy bien, que hiciera lo que le diese la gana, pero, tía, que tuviese respeto por la gente que vivía con ella, es decir, yo. No era plato de buen gusto despertarme porque ella o quien fuese con el que estaba viéndose hacía mucho ruido en la cama.
Entre empezar una nueva vida como quien dice fuera de casa, el primer año de carrera donde me dieron por todos lados en las asignaturas y entre la convivencia con esa persona guarra —por el tema de la limpieza, que también tenía telita— fue un año de mierda. Bueno, lo fue hasta que conocí a Marcus Martin.
Ah, el amor de mi vida.
Suspiré con añoranza y enamoramiento mientras seguía tirada en la cama pensando en él y en cómo nos conocimos. Fue como una historia de romance que tanto amaba leer. Marcus parecía salido de un cuento de hadas. Mi príncipe.
Fue una mañana de septiembre, en la primera clase de curso. Estaba tan perdida que no sabía dónde iba ni dónde me metía. El mapa online del campus era una mierda y encima tenía clase en diferentes puntos de la facultad, pero no importaba. Era mi primer año, en la carrera de mis sueños Filología.
Sí, ¿quién se iba a pensar que Lena Green, la amante de los libros y de las letras acabase en Filología?
El caso era que el increíble sistema educativo de Estados Unidos permitía coger optativas que te daban créditos, aunque no tuviesen nada que ver con la carrera. Era inmadura y cabezota, pero no estúpida y me cogí una asignatura que me interesaba, como era Escritura Creativa. Y allí, completamente perdida, al borde del llanto porque no conocía a nadie, vino mi salvador. Mi caballero de brillante armadura. Mi héroe. Mi Clark Kent.
Nada más verle me quedé prendada de él. Con su metro ochenta, sus ojos azules brillantes, su pelo castaño peinado hacia atrás y su trabajado cuerpo por haber jugado al rugby durante toda la secundaria. Marcus Martin me enamoró físicamente con una sola mirada, una sola sonrisa de amabilidad y una risa tímida mientras me indicaba donde estaba el aula. Me acompañó hasta clase y ahí descubrí que había cogido la misma optativa que yo. Era cosa del destino. Pensé que las tantas manifestaciones que Liam y yo habíamos hecho dieron resultado.
A partir de ahí empezamos a vernos más. Coincidíamos siempre en esa clase y nos veíamos por los pasillos de la facultad. Poco a poco comenzamos a sentarnos juntos en clase e incluso llegamos a coincidir en la cafetería donde nos sentábamos en la misma mesa que sus amigos. Liam siempre me acompañaba también, pues, a pesar de estudiar en otro lado, venía a verme para no dejarme sola. Congeniamos desde el primer momento en que nos conocimos y nos hicimos amigos muy rápido. Me mandaba música que le gustaba, me recomendaba algún libro, me ayudaba con los trabajos cuando involucraba algo de historia y me invitaba a las fiestas que celebraba en su fraternidad. Encima, era el diferente de su grupo de amigos.
Era el chico perfecto. El chico de mis sueños.
Gracioso, caballeroso, guapo y atento. Mi tipo de hombre que siempre leía en los libros y me acababa enamorando. Estaba viviendo la vida de libro que soñaba con tener desde que descubrí las historias de romance con doce años y no paraba de leer. Todo iba sobre ruedas. Dejamos de ser amigos corrientes a finales de octubre, cuando me besó en la fiesta de Halloween. En diciembre, el día quince, me pidió ser su novia en medio del campo de rugby de la facultad. Fue el mejor día de mi vida porque le había visto ganar un partido importante y, encima, me pidió ser su novia delante de todo el mundo. Estaba viviendo mi sueño de adolescente, pues nunca le había interesado a nadie románticamente en el instituto y todo lo estaba descubriendo en la universidad.
Sin embargo, todo se torció hacia unos meses atrás. Seguía sin saber el verdadero motivo de su decisión y eso me estaba consumiendo, pero sabía que iba a volver pronto y más cuando viese que «había pasado página». Todos volvían. Era una teoría comprobada científicamente por Liam, a quien todos los tíos que le había hecho bomba de humo en su vida habían vuelto con el rabo entre las piernas pidiéndole otra oportunidad. Yo solo esperaba mi momento. Sabía que estaba al caer, solo necesitaba un empujoncito.
Hablando del empujoncito. Empujón era el que le iba a dar a Owen como no aceptase fingir ser mi novio. Me lo debía por todas las putadas que me había hecho de pequeña y mientras crecíamos. ¿Los balonazos con la pelota de baloncesto no eran suficientes? Debía compensar y equilibrar la balanza por todos esos moratones en los brazos. Vamos, iba a aceptar como me llamaba Lena Green. Si no lo hacía por las buenas, iba a aceptar por las malas.
—No vuelvo a venir en coche compartido, me cago en la hostia.
El grito en el salón seguido de un portazo y de un golpe seco me indicó que mi compañero de piso había llegado. Me levanté de un salto de la cama y corrí para la habitación donde él se encontraba. Vi su cabellera rubia platina soltando las maletas de malas maneras en el suelo. Su ceño fruncido se convirtió en una expresión feliz y risueña al verme. Daba igual que la última vez que nos vimos fuese hace cuatro días, mi mejor amigo estaba siempre contento de verme. Eso era lo que me daba la impresión, pero luego comenzó a reírse a carcajadas y a señalarme con un dedo mientras se doblaba de la risa.
Fue mi turno de fruncir el ceño. ¿Qué pasaba? ¿A caso tenía monos en la cara? Me llevé las manos al rostro y caí en la cuenta que me había puesto la mascarilla de arcilla verde y la diadema de Shrek mientras leía para sentirme una chica guapa de esas que veía en Tiktok. Rodé los ojos y le hice un corte de mangas a mi mejor amigo que no paraba de reírse. Vivía con un completo gilipollas desde hacía un año —este era nuestro segundo año juntos— y le conocía desde hacía seis y no terminaba de entender cómo era tan estúpido e infantil a ratos.
—Ahora vas a guardar todos tus trastos tú solo, almorrana.
—No me hagas eso, espinilla. Era solo una broma. Te ves muy mona así de verde. Eres Fiona. —Rodé los ojos, pero acepté su abrazo y me sentí como en casa durante unos segundos—. Pero lo digo en serio, no vuelvo a venir más en coche compartido.
—Te dije que podías venirte conmigo.
—¿Y perderme días de vacaciones con una mudanza y no ver más al buenorro de mi vecino?
Fruncí el ceño con asco y horror al recordar a su vecino. Dios, si podría ser su padre. Liam se encargó de darme un golpe en la frente al verme así y me devolvió el corte de mangas, lo que me hizo sonreír un poco, pero aun así me causaba algo de grima.
—Ahora toma —Me extendió una bolsa cerrada del suelo. La abrí un poco y olí la maravilla que había dentro—. Mi madre te ha dado un túper de la asquerosidad esa de espaguetis con nata que tanto te gusta.
Amaba a la señora Dane. Era la mejor del mundo. Primero me daba al mejor amigo y compañero de aventuras y encima me hacía mi plato de comida favorito. Si mi amigo no fuese gay, me casaba con él solo para tener pasta ilimitada. Sería una relación por puro interés, pero mi amigo estaba acostumbrado a eso.
Después de ayudarle a guardar las cosas de cocina que traía consigo y toda su ropa, me lavé la cara para quitarme el potingue verde y nos tiramos en el sofá para ver una película. Os traduzco lo que significa ver una película para nosotros: comer palomitas a diestro y siniestro y criticar todo lo que pasaba, desde la actuación de los actores hasta la elección de la música.
—¿Cómo crees que será nuestra nueva compañera? —pregunté con la boca llena de palomitas y soltándole algún que otro maíz sin explotar en su regazo.
—Solo espero que no sea como la cerda del año pasado —Se encogió de hombros y siguió mirando Instagram. Era su obsesión y tenía un puñado de seguidores que estaban siempre pendiente de él y de las recetas que subía—. No puedo soportar otro año recogiendo pelos del desagüe de la ducha o poniéndome pinzas en la nariz para coger algo de la nevera solo porque se le pone mala su comida.
Si mi primer año había sido malo en cuanto a convivencia, el segundo fue peor. Bueno, miento. Fue mejor porque tenía a alguien a mi lado que me apoyaba y decía las cosas por el grupo para que la tía limpiase e hiciera sus cosas. Esta vez tenía apoyo, no como el primer año. Así que estaba de acuerdo con lo que decía Liam, quien fuera que viniese iba a ser mejor que la loca esa.
Apoyé la cabeza en su hombro y miré con él las historias de su teléfono mientras la película que habíamos elegido se reproducía de fondo. Estuvimos un rato comentando lo que veíamos. Liam había empezado a seguir a varias cuentas de moda y de cocina y nos quedamos mirando y comentando lo rico que debía estar. Básicamente le obligué a hacerme algo de eso algún día. ¿Para que tener un amigo que estudia cocina y no probar sus comidas? Era como tener un tío en Nevada, que ni tenías tío ni tenías nada. Pero fue una historia diferente que me hizo fruncir el ceño y alargar el dedo para parar la pantalla. Achiqué los ojos y le arranqué el teléfono de las manos a mi mejor amigo. Yo conocía esta melena castaña y esa espalda. Apreté la mandíbula y los labios para evitar las lágrimas, pero fue un esfuerzo sobre humano.
Liam recuperó su teléfono y me miró con tristeza. Odiaba que me mirase así.
—Voy a dejar de seguir a la chica —comentó metiéndose en su perfil, pero le cogí de la mano y se lo impedí.
—Ya llevamos meses separados, puede estar con la chica que quiera. Ella no tiene la culpa de nada —Me encogí de hombros fingiendo indiferencia, pero por dentro me estaba arrancando la piel y gritando como si me hubiesen roto el corazón otra vez.
Era la misma chica que vi la otra vez en mi casa. ¿Tenía una nueva novia? Daba igual. Pronto se iba a dar cuenta que no era yo y que necesitaba volver conmigo, porque yo era el amor de su vida.
—¿Estás segura? No quiero que lo pases mal.
Odiaba ese tono de voz, como si supiese lo que era o como si supiese lo que pasaba por mi mente. Odiaba que mi mejor amigo me mirase con pena y me tratase como si fuese una muñeca de porcelana que se podía romper en cualquier momento. A pesar de compartir muchos rasgos, Liam y yo nos diferenciábamos en algo: él era el racional de la relación; yo me dejaba llevar por mis sentimientos e impulsividad.
—¿Por qué lo iba a pasar mal? No te lo quería decir porque quería esperar a llevar más tiempo, pero supongo que es hora de contarlo.
Levantó la ceja con confusión y yo fingí mi mejor sonrisa. ¿Le iba a mentir a mi mejor amigo? Era una mentirijilla. Merecía la pena para no recibir más esas miradas. Además, que si le decía la verdad lo único que iba a conseguir era una serie de carcajadas y luego una reprimenda por ser tan inmadura blablablá.
—Estoy saliendo con Owen Carter.
Parpadeó tres veces de manera lenta, como si estuviese asimilando lo que le acababa de contar y luego rompió a reír. Rodé los ojos, pero no reculé. Ya había empezado la mentira, no podía echarme atrás o quedaría de mentirosa y de niña chica.
—Que sí, almorrana —Me miró mal por utilizar el mote que tanto odiaba, pero que era de cariño—. Que este verano hemos tenido que vernos más por la subasta benéfica de su madre y hemos pasado mucho tiempo juntos —Su mirada expresaba que no me creía mucho, así que seguí tejiendo la mentira—. Al principio no nos soportábamos, como ya sabes, pero el roce hace el cariño, ¿no? No sé, un día estábamos lanzándonos la ropa para vender y al otro estábamos riéndonos a carcajadas junto al otro. Hasta que una noche después de preparar todo me besó y desde entonces estamos quedando y viéndonos —Dios, podía ser actriz y guionista porque menuda película me estaba montando. Liam tragó saliva y por un momento pensé que me había pillado con las manos en la masa, pero una gran sonrisa se desplegó en su rostro.
Hala, la mentira había comenzado.
Solo me quedaba la parte más importante: operación convencer al idiota en marcha.
Todo parecido con la realidad es mentira🤙🏻
¡Hola!
¡OTRO MÁS!
Venga, Owen, acepta de una vez😭😭😭
Liam es increíble, ¿sabéis que siempre me gusta más el personaje secundario que el protagonista? 🫣
¿Se habrá creído la mentira? ¿Lena, eres convincente?
¡Nos leemos!💓
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