CUATRO

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Siempre había pensado que iba a besar a una sola persona en mi vida.

Iba a estar tan enamorada de esa persona e iba a ser tan recíproco que no habría necesidad de conocer a otras personas. Íbamos a estar siempre juntos y todas mis primeras experiencias iban a ser con él. Cuando comencé a enamorarme de Marcus y él de mí lo empecé a tener más claro. Marcus y yo íbamos a estar para toda la vida juntos. Íbamos a crecer juntos, a tener nuestra propia casa e íbamos a envejecer juntos sin ninguna traba.

Siempre había pensado que mi destino era estar con Marcus.

Excepto que ahora estaba besando a otra persona.

Y esa persona era el incordio de mi vecino.

Owen tenía los labios más suaves de lo que creía. Se había quedado quieto. Estático más bien. Me encontraba de la misma manera. Solo había sido un roce de labios. Un pequeño pico. Un pequeño pico que no esperaba darle y que solo esperaba que se acabase. Después de esto iba a lavarme la boca y los dientes durante diez minutos seguidos. Apreté los ojos rezando que el momento acabase lo más pronto posible

Un golpe seco en el suelo consiguió que nos separásemos. El pelinegro había dejado caer la bolsa de deporte. Miré la cara de Owen, quien me miraba con el ceño fruncido, pero no era de molestia, sino de confusión. Sus ojos oscuros estaban más oscurecidos de lo normal y, aunque desde lejos no lo notabas, desde donde yo estaba podías notar que su respiración había cambiado. Quizás sí que estaba molesto. Bien, qué se jodiera. Sonreí con diversión y con malicia, para después pellizcarle la mejilla derecha, lo que hizo que su ceño fruncido se incrementase. Me giré hacia mi mejor amigo, quien sonreía brevemente. Sentí a mi vecino colocarse bien el bolso de deporte y estirarse. Liam y yo nos quedamos mirando cómo salía del ascensor para caminar hasta su apartamento. Lo hizo en completo silencio.

—¡Luego te llamo, pastelito! —le grité todavía desde el ascensor. Me ignoró.

Liam me miraba con más suspicacia que nunca. Joder, nos habíamos besado, ¿no era suficiente para él? ¿Tenía que casarme con Owen para que mi mejor amigo se creyera que estábamos fingiendo una relación? Le devolví la sonrisa a mi amigo, pero salí del cubículo y me dispuse a entrar en nuestro apartamento. Sabía que cuando volviese de bajar la basura íbamos a tener una conversación. Borré la sonrisa nada más entrar en nuestro piso y perdí de vista a mi mejor amigo. Estar dentro de estas cuatro paredes me hizo recibir un golpe de realidad.

Mierda, ¿qué acababa de hacer?

Había besado al gilipollas. Un besito falso y solo para hacer que las sospechas de mi mejor amigo se borrasen. Había sido un pico de mierda y sabía que tarde o temprano iba a tener que ocurrir si íbamos a fingir, pero la gracia estaba en que no había aceptado. Aunque... ya estaba Liam involucrado. Nos había visto. Owen estaba ahora entre la espada y la pared. Ahora iba a tener que aceptar. No podía dejarme de mentirosa delante de mi mejor amigo, ¿no? Me odiaba a mí. Conmigo usaba su verdadera personalidad, pero fingía ser un amor y un ser lleno de luz y cariño con el resto de la población. Tenía que aceptar y fingir delante de Liam. Tenía que hacerlo.

Tenía que hacerlo porque mi mejor amigo entró hecho un huracán a mi habitación. Le miré con el ceño fruncido del asco porque no se había lavado las manos después de tirar la basura, pero a él parecía no importarle. Agarró un cojín color rosa de la cama y lo abrazó mientras me miraba con las cejas levantadas y una sonrisa divertida. Sus ojos verdes brillaban. No me gustaba ni un pelo el espectáculo que estaba montando solo con su mirada. Pero me había preparado para esto. Oh, y tanto que me había preparado.

¿Cuánto llevábamos juntos? Menos de un mes, pero estábamos muy enamorados.

¿Cómo había ocurrido? Ya se lo había dicho, pero conocía a mi amigo e iba a retorcer las preguntas para pillar si mentía. Así que me lo había preparado. Subasta benéfica más ayudar a nuestras madres más el roce hacía el cariño. El resto era historia.

¿Qué visión de futuro tenía con él? No pensar en el futuro, disfrutar y dejarme llevar por el amor y eso. Seguir enamorándome de él y ver lo que nos deparaba la vida. Simple.

Respuestas fáciles, precisas y directas a sus preguntas tocapelotas.

Como seguía mirándome con esa sonrisa impertinente y que tantas veces me preguntaba por qué éramos amigos, empecé a recoger la ropa que tenía sobre la silla del escritorio y la doblé para meterla en el armario. No sabía si el silencio que había en la habitación era del todo incómodo o no. Llevaba tantos años conociendo a mi amigo que estaba acostumbrada al silencio. Nos quedábamos horas sin hablar mientras estábamos en la misma habitación leyendo o mirando las redes sociales. Pero esta vez era diferente. Ahora le estaba mintiendo a la cara y el silencio se me hacía pesado, pues no sabía con qué pregunta cuya respuesta tenía preparada iba a soltar.

—¿Cómo la tiene?

Dejé caer el top rojo al suelo. Vale, esa pregunta no me la esperaba. Mierda, parecía mentira que llevase tantos años siendo su amiga. ¿Cómo no había pensando en esta pregunta? Sabía que la mente de Liam era retorcida, cachonda y muy perversa. Si fue él el que corrompió mi mente sana y cuidada que solo leía romances ligeros donde solo se daban un besito, por su culpa leía cosas muy retorcidas y fuertes. Fue él el que arrastró dentro de una sex shop cuando estábamos de paseo por el centro comercial y me explicó con pelos y señales muchos juguetes de la tienda a los dieciséis años. También me explicó sin miramientos como había sido su primera vez y todas las veces que precedió a esa. Era estúpida. Estaba claro que algo así iba a soltar.

Mientras recogía el top del suelo intenté disimular el sonrojo que cubría mis mejillas. A ver, ¿qué podía decirle? No era como si pudiese decirle que era algo muy privado e íntimo, porque a veces Liam no conocía el significado de ninguna de esas dos palabras. Y tampoco yo. Yo sí que le conté con pelos y señales todo lo que había hecho con Marcus a lo largo de la relación. Aunque tampoco era mucho. Ni muy atrevido. Pero lo sabía casi todo. Era algo de lo que hablábamos mucho, pues leíamos mucho y compartíamos el mismo gusto en los libros. Y al final me sonsacaba lo que hacíamos Marcus y yo cuando nos veíamos.

Así que pensé que la mejor respuesta era ser simple y clara. Y no estaba mintiendo del todo. No quería ponerle un tamaño y que me quedase larga o corta y que a mi mejor amigo se le soltase la lengua y llegase a los oídos del payaso terrorífico. Si decía centímetros de más iba a subirle el ego, cosa que ya tenía demasiado grande. Por el otro lado, si me quedaba corta, iba a dañar su enorme ego de machirulo y no quería eso. Bueno, quizás sí que quería eso último.

—No hemos llegado a ese punto. Nos lo estábamos tomando con calma —me encogí de hombros y seguí guardando la ropa con cuidado.

Casi me choqué con la puerta del armario cuando algo blando impactó contra mi cabeza. Vi el peluche mediano de nutria tirado en el suelo y me giré hacia mi amigo llena de indignación e incredulidad. ¿Me acababa de tirar mi peluche favorito? ¿Acababa de tirar a mamá nutria a mi cabeza? Estaba loco. Recogí a la nutria del suelo y le di un besito en la cabeza mientras le susurraba que no había sido nada. A lo mejor la loca era yo por hablarle a un peluche que ni sentía ni padecía. Pero ese no era el punto.

—¿De qué vas? —Le lancé el peluche de vuelta y lo cogió al vuelo. Estaba sonriendo, pero yo ya me estaba comenzando a poner nerviosa.

—Owen no tiene pinta de tomarse las cosas con calma —Parpadeé un par de veces para luego rodar los ojos.

La verdad es que tenía algo de razón. Rara vez habíamos visto a Owen con pareja. Solía tener rolletes cortos, pero nada más. Tampoco era que lo habíamos visto con muchas chicas. Vimos como a un par el año anterior hacer el pasillo de la vergüenza.

—Bueno, pues nos lo estamos tomando con calma. Queremos ir poco a poco.

«Liam, solo créete la puñetera mentira. Sígueme el rollo. Haz lo que un amigo tiene que hacer».

Mi mejor amigo asintió con lentitud y achicó los ojos. No me gustaba nada de nada cuando me miraba así: con suspicacia danzando entre sus facciones. Relamió sus labios y se encogió de hombros. No sabía que había estado conteniendo la respiración y en un estado de tensión hasta que habló.

—Espero que me lo digas cuando lo descubras —Le regalé una sonrisa algo temblorosa porque pensaba que iba a seguir insistiendo. Me tiré en la cama junto a él algo más relajada y le vi sacar su teléfono para abrir Tiktok. Liam me acurrucó en su pecho. Sentí como le vibraba cuando habló—. Tiene pinta de tenerla grande y de dejarte sin poder andar durante días.

A pesar de ser algo en lo que no quería ni pensar, estallé a reír a carcajadas. El pecho de mi mejor amigo vibraba en mi espalda cuando me siguió la risa.

Y ahí, entre los brazos de mi amigo, me pregunté si lo que estaba haciendo estaba justificado o no.

Pero la farsa ya estaba en marcha. No podía recular ahora.

Porque podía aguantar las miradas cargadas de tristeza y reproche, pero no podía aguantar la mirada de decepción de la única persona con la que podía contar en mi vida.

¿Saltaba por el balcón o llamaba a la puerta como una persona civilizada?

Me mordí el dedo pulgar mientras pensaba en las probabilidades y en las ventajas de cada opción. Si llamaba a su puerta, había una probabilidad del 33,3 por ciento de que me abriese Thomas, Cynthia u Owen. Me convenía que me abriese este último, porque ahora más que nunca necesitaba su confirmación, pero podía ganarme que me cerrase la puerta en la cara. No me contestaba a ninguno de los mensajes, ¿por qué iba a dejarme entrar en su piso? Además, Liam iba a ver que salía y seguro me llevaba otra interrogación intensa.

A la mierda.

El balcón era la idea más práctica.

Cogí el banquito que usaba para llegar hasta la balda más alta del armario y lo puse en frente del muro que separaba ambos apartamentos. Con cuidado de no dejar caer ninguna zapatilla al suelo, pasé una pierna por el muro y luego la otra. La faena era que no tenía nada para apoyarme desde el otro lado, pero no era la primera vez que hacía esta acrobacia para molestar a mi vecino. Estiré el pie hasta la maceta de aloe vera que tenía en el suelo y procuré no pisarla más de la cuenta, solo los bordes de la porcelana. Con una sonrisa de suficiencia y victoria, me planté frente a la puerta de cristal. No vi al idiota por ningún lado, por lo que debía estar en otra parte de la casa. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada por dentro.

Estúpido imbécil.

Había arruinado la oportunidad de asustarle cuando entrase en su habitación. Iba a esperarle dentro del armario o debajo de la cama para cogerle un tobillo cuando se sentase. ¿Por qué nunca me dejaba fastidiarle? En cambio, me tuve que sentar en una silla que tenía al otro extremo, pero antes la cambié de sitio para poder tener un acceso más fácil para volver a mi dormitorio o para cuando tuviese que saltar otra vez y no pisar más la pobre planta de aloe vera. Siempre movía la silla, pero el gilipollas no la dejaba en su sitio.

Esperé al idiota sentada y me quedé recordando la mirada divertida de Liam. Creo que ya estaba creyéndoselo más. Había contestado al resto de preguntas que me iba haciendo mientras estaba distraído viendo las redes sociales y usando una aplicación para ligar. Era nuestro momento favorito, jugar a ser dioses dándole like o no a la gente que nos gustaba y que nos hacía reír con sus biografías. Cuando se fue de la habitación, fue como un alivio y un momento de tensión, porque sabía que ahora era indispensable que Owen se dignase a ser un tío decente y aceptase mi propuesta.

Hablando del diablo.

La luz de la habitación se encendió, por lo que me levanté y me coloqué frente a la cristalera. Coloqué mi sonrisa más perversa y falsa y pegué la cara en toda la ventana. Cuando Owen me vio, solo rodó los ojos y puso un gesto de incordio y malestar. Joder, ¿no podía fingir que se asustaba? ¿no podía concederme unos segundos de felicidad? Como sabía que no, empecé a gesticular para que me abriese la puerta, pero solo conseguí una negación. Recurrí a la táctica milenaria y ancestral: poner morritos y juntar mis manos en señal de súplica. Creí que había ganado, que los dioses se habían apiadado de mí, que por fin habían dejado de poner la otra mejilla, pero no. Porque los dioses no tenían poder cuando el mismísimo Satanás estaba en la habitación.

Cuando hizo el amago de cerrar las cortinas y dejarme en la calle, decidí hablar y dejar la mímica para otro día.

—Tengo una silla, una batería del 70 por ciento y muchas ganas de poner la ópera a todo volumen.

Algo que había descubierto de mi vecino era que odiaba la ópera. No le culpaba. A mí también me parecía aburrida, pero necesitaba molestarle para que cediese a abrirme la puerta y así aceptar ser mi pareja falsa durante tiempo ilimitado hasta que mi ex novio se diese cuenta que era el amor de su vida y que cortar conmigo era la decisión más estúpida que había tomado en su existencia.

Un mal que por bien no venga.

Sonreí con fingida inocencia cuando el pestillo se abrió y entré en los aposentos del señor oscuro. Literalmente podía ser el señor oscuro, los muebles eran del mismo tono del mío, de una madera oscurilla, pero es que no tenía nada de decoración. Excepto un par de fotos con sus colegas en un corcho frente al escritorio, el dormitorio estaba vacío. Sin vida. Era un verdadero villano.

Sin pedir permiso, me senté en su cama y me acomodé. Era blandita. Era como estar en una nube. Sonreí con más ganas cuando le escuché murmurar con ironía un «Claro, como si estuvieras en tu casa». Dios, encontraba algo satisfactorio en esto de meterme con él, pero, por mucho que lo disfrutase, había venido con un objetivo. No pensaba irme sin cumplirlo.

—Finge ser mi novio para poner celoso a Marcus.

Como la otra vez, su reacción fue soltar una carcajada y negar con la cabeza. Venga, ¿quería que le suplicase de rodillas? Podía hacerlo, iba a odiarme por el resto de mi vida a mí misma, pero podía hacerlo. Estaba desesperada. Necesitaba que aceptase ya.

—¿Otra vez con eso, mocosa?

—Has sido tú el que me lo ha recordado en el ascensor —le señalé mientras le veía rodar los ojos. Se había sentado en la silla negra de escritorio. Estaba apoyado sobre sus codos y, estos, sobre sus rodillas. Me miraba con una mezcla entre aburrimiento, molestia y diversión—. Si hubieses aceptado cuando te lo propuse, no te lo hubiese preguntado otra vez.

—¿Por qué estás tan obsesionada con esto? —No me esperaba la contrarrespuesta. Tragué saliva esperando borrar el nudo en la garganta que se me había formado.

—Por favor, acepta —no entré en su juego. No iba a darle la satisfacción de decirle la verdadera razón de por qué estaba siendo tan pesada.

—¿Qué gano yo a cambio?

—¿Qué?

—¿Es que en la tierra de los pitufos no llega la cobertura o qué? ¿Qu qué gano yo a cambio? —ignoré el comentario sobre mi altura, o mi falta de ella y me centré en lo importante.

No había dicho que no. Solo había preguntado por los términos y condiciones.

—Te he escuchado perfectamente, capullo —no pude evitar contestarle, pero luego pensé en su pregunta—. ¿Qué quieres a cambio? Lo que sea. Ganas lo que sea.

No me gustaba nada su mirada ni la sonrisa que lentamente crecía en su rostro. Oh, mierda, me iba a arrepentir muy pronto de esto.

—Me reservo el secreto para cuando lo necesite.

Esa respuesta me gustaba aún menos. ¿Y si mataba a alguien y usaba la cláusula para yo enterrar el cuerpo y así hacerme cómplice? ¿y si me usaba como coartada para un robo? ¿y si lo que quería a cambio era que yo saltase de un acantilado cuando se acabase hartando de mí?

«Estúpida Lena, deja de pensar así. Aunque sea un capullo, sigue siendo el hijo de la mejor amiga de tu madre. Con lo que quiere a Anna no te mataría para hacer sufrir a su madre ni a la tuya».

Me levanté de la cama y me limpié el sudor de las manos en mis pantalones grises de chándal. El estúpido se reclinó en la silla de escritorio y sonrió con diversión y, juraba que también con maldad mientras se cruzaba de brazos. Le miré con algo de indecisión, insegura de todo lo que conllevaba esto, pero extendí mi brazo a medida que decía:

—Entonces, ¿tenemos un trato?

—Tenemos un trato.

Y, no estaba muy segura de porqué, pero sentía que acababa de firmar un pacto con el diablo. 


¡Hola!

¡Qué de tiempo sin pasarme por aquí! Me he llevado unos meses completamente en blanco y no quería subir nada sin tener algo más escrito :)

¿Qué os ha parecido? ¿También creéis que el acuerdo es como un pacto con el diablo? Menuda imagen tiene Lena de Owen...

¿Qué nos traerán estos dos ahora que la operación está en marcha?

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