CINCO

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No me consideraba una persona muy tranquila.

Mis padres siempre decían que era como un pequeño demonio. Siempre de un lado para otro, sin parar. Entre mi actitud cabezota y que no paraba quieta, mi madre siempre ha dicho que era como una bomba de relojería. Siempre a punto de estallar. Siempre preparada para liarla. Siempre dispuesta a conseguir lo que sea, aunque significase arrastrar conmigo al resto.

Si sumábamos a la ecuación mi nerviosismo natural al nerviosismo causado por saber que mi ex novio volvía a la universidad el día de hoy... era una combinación horrible. Terrorífica. Casi mortífera. Pero tenía que disimular lo máximo posible. Tenía que pretender que estaba lo más tranquila del mundo. Tenía que hacer como si no me importase que el amor de mi vida iba a estar a cinco metros de distancia y que íbamos a respirar el mismo aire y oxígeno.

Me rasqué el cuello debido al nerviosismo y expectación que recorría mi pequeño cuerpo y miré por la mirilla de la puerta principal del apartamento. Estaba muy ansiosa por ir a la universidad y encontrarme de manera casual y sorpresa a Marcus. Había estudiado los movimientos de sus amigos y de sus compañeros de equipo para saber exactamente donde iba a estar y así forzar un encuentro. Fácil y sencillo. Nada de acosadora.

No era acoso si se hacía por amor verdadero, ¿no?

—¿Evitando ya al amor de tu vida?

Solté un quejido de dolor y me tapé la frente con la mano mientras me daba la vuelta con más nerviosismo. Me había chocado con la puerta por culpa del gilipollas de Liam, quien estaba todavía en su pijama de cabezas de gatos y con una mascarilla para las ojeras. Odiaba que solo tuviese dos días de clase por la mañana y siempre estuviese en el piso metido. ¿Por qué no se iba a dar un paseíto al amanecer y a romantizar su vida desde bien temprano? Siempre estaba aquí cuando me iba a la universidad, lo que no me molestaba antes, pero ahora que tenía que fingir salir con el vecino, me complicaba mucho la vida que no saliese de casa antes.

—Quiero sorprenderle desde bien temprano.

Seguro que iba a conseguirlo. Solo que no era la sorpresa que esperaba y, menos, que quería. Iba a ser más un castigo. Y estaba más que contenta de fastidiarle y molestarle.

Me volví a asomar y vi como se abría la puerta de su apartamento, por lo que cogí mi bolso donde tenía el ordenador, el dinero y todo lo necesario para sobrevivir durante cinco horas en el campus y me dispuse a salir corriendo, pero vi a Liam moverse con una sonrisa divertida hacia la puerta y entré en pánico. No me apetecía fingir desde tan temprano ser la pareja del gilipollas.

—¿A dónde vas? —le espeté con más nerviosismo del esperado.

Mierda. Tenía que controlar la impulsividad con la que hablaba porque Liam me conocía como si me hubiese parido. Fingir con él era lo más difícil que había hecho hasta ahora.

—A saludar a mi vecino y a ver a los dos tortolitos —se encogió de hombros y siguió caminando, pero le tiré una factura que estaba en el mueble de la entrada y salí corriendo del piso.

—¡Tengo prisa!

No miré hacia atrás, sino que cerré la puerta con un portazo y corrí hacia el ascensor, el cual seguía subiendo. El idiota de Owen esperaba a este mientras movía la pierna derecha con rapidez y se miraba el reloj que adornaba su muñeca izquierda. El intento de susto se quedó en eso, en un intento, pues ya me miraba por el rabillo del ojo con pesadez y seriedad. Mi respuesta fue rodarle los ojos y mirarle con más asco del normal. Entramos juntos cuando el ascensor llegó y me pegué a él cuando levanté la mirada y vi a mi mejor amigo en la puerta del apartamento sonriendo con diversión. Formó un corazón con las manos y nos lanzó un beso, por lo que apoyé mi mejilla en el brazo de Owen —y qué brazo tenía el capullo— y le sonreí mientras le murmuraba algo al gilipollas.

—Sonríe y saluda —me tiraba la piel de lo tensa que lo tenía por fingir una sonrisa.

—No soy un puto pingüino de Madagascar para que me trates así, mocosa.

—Te odio tanto.

—No tanto como yo.

Me separé de él en cuanto se cerraron las puertas y le miré con asco de nuevo. Me coloqué bien el bolso y carraspeé preparándome para decirle lo que tenía que decirle. Después de haber sellado el trato con un apretón de manos, hicimos una especie de contrato donde estaban todos los puntos y acuerdos de este pacto, pero hubo una cosa que se me olvidó comentar. No fue hasta que estuve en la cama dando vueltas sin poder dormir por los nervios del día de hoy, que no caí.

—¿En tu coche o en el mío?

Owen dejó de mirar las puertas del ascensor para mirarme con confusión y exaltación. Parpadeó varias veces con lentitud y luego habló.

—¿Qué?

—Se supone que tú eres el listo —comenté por lo bajo, pero levanté la cabeza para volver a hablar—. Que si vamos a la universidad en tu coche o en el mío.

Mi explicación no le había servido de mucho, pues seguía mirándome con confusión y como si no entendiese nada. Y mi madre decía que iba a ser yo la que iba a acabar debajo de un puente o trabajando de reponedora para siempre.

—¿Por qué íbamos a ir juntos?

—¿Porque somos novios? —le devolví la respuesta pero vacilándole un poco más.

—Y ¿eso que tiene que ver?

—Quedaría raro que fuésemos novios, vivamos en el mismo edificio y no fuésemos juntos a clase. La gente sospecharía —comenté con toda la razón del mundo.

—Mocosa, no voy a ir contigo a la universidad.

—La gente sospecharía —recalqué con pesadez.

Su única respuesta fue una elevación de cejas y un cruce de brazos que hizo que se le acentuasen los músculos de los brazos. ¿Por qué llevaba una camiseta tan temprano? Ya iba a empezar a hacer fresquito por las mañanas. Bueno, si se resfriaba, mejor que mejor. A ver si así se le bajaban las defensas y dejaba de ser tan gilipollas.

Las puertas se abrieron indicando que habíamos llegado a la recepción del edificio. Owen comenzó a andar una vez que salimos, pero me puse frente a él con las manos extendidas como si eso fuese a pararle. Le miré con seriedad y él solo rodó los ojos y resopló con hastío.

—Mocosa, no pierdas la poca dignidad que te queda.

Aun así, no dejé que sus palabras me afectasen. Tenía un propósito y era hacer que fuésemos juntos a clase. Y ya había probado que era una cabezota de narices y que conseguía casi todo lo que me proponía. Así que puse en práctica mi gran talento: ser un incordio. ¿Qué se movía a la derecha? Yo me movía con él para impedirle pasar, aunque eso no le impidiese nada. Estaba segura que se estaba riendo de mí porque podía simplemente cogerme en brazos y echarme a un lado y no podría hacer nada porque era mucho más alto que yo y, definitivamente, también era muchísimo más fuerte. O simplemente el hecho de ponerme un dedo encima le repugnaba tanto como a mí.

—Tenemos un contrato.

—Donde solo tenemos que fingir cuando hay gente delante —me explicó como si fuese una niña pequeña.

—Cuando lleguemos a la universidad va a haber gente —contesté con seguridad. ¿Era tonto?

—Mocosa, no eres el centro del mundo para que la gente se fije en ti y con quien llegas —Centró sus ojos oscuros en los míos y no cambió la expresión de seriedad que traía desde que nos montamos en el ascensor—. Ahora, muévete. Tengo cosas que hacer.

—¿Por qué te molesta tanto? Es muy sencillo, vamos juntos, la gente nos ve, se corre el rumor de que estamos juntos y ¡tadá! Marcus cae rendido.

Owen se pasó los dedos por las sienes con cansancio y me miró de nuevo. Batí mis párpados como si estuviese en una película romántica y antigua.

—No estamos en el instituto para ser el cotilleo de la semana, mocosa. Olvídalo ya.

Me apartó y comenzó a andar otra vez hacia fuera del edificio, pero no dejé que avanzase mucho porque ya estaba otra vez detrás suya molestándole e intentando convencerle. Me agarré a su brazo y le dije que si seguíamos así, íbamos a tardar más llegar a clase y al final iba a ser peor. Con esa frase conseguí mi propósito.

Una cosa importante —o estúpida— a saber de Owen Carter era que, a pesar de ser un gilipollas integral, amante de las fiestas y jugador de baloncesto, era un friki de los ordenadores y tenía un gran sentido del orden y de la puntualidad. Por lo que estaba consiguiendo retrasarle a la hora de llegar a clase y eso estaba volviendo loco a su extraño cerebro.

—Voy a por mi coche. Quédate aquí, pesada.

Sonreí en señal de victoria y me acomodé el pelo con alegría por haber conseguido mi propósito. Debí haber empezado por ahí, pues he perdido tiempo que podría haber invertido en preparar mi estrategia cuando me encontrase a Marcus.

Era muy fácil y sencillo y, de acuerdo a la hora, iba a ocurrir antes de lo esperado. Sabía a que hora llegaba y donde solía aparcar —a menos que hubiese cambiado de zona de aparcamiento en la facultad—. No sabía con exactitud sus clases ni asignaturas, pero si sabía donde iban sus amigos, por lo que podía empezar por ahí.

Ya podía ver como sería nuestra primera reimpresión. Nos iba a ver a mí y a Owen bajándonos del coche juntos, Owen me daría la mano y un beso en la mejilla y andaríamos como una pareja feliz y enamorada, lo que hará que Marcus se quedase extrañado, pero lleno de curiosidad por vernos tan juntos. No quitará la mirada de nuestras manos unidas hasta que entrásemos en el campus. Yo haré como que no le había visto y eso le causará más confusión e intriga. Caerá rendido a mis pies en poco tiempo.

Dejé atrás la ensoñación que iba a suceder pronto y levanté la mirada hacia el coche negro en el que estaba montado Owen. A medida que me acercaba, pude distinguir una sonrisa en el rostro de mi vecino, pero no le eché mucha cuenta porque estaba más ocupada imaginándome el reencuentro con el amor de mi vida.

Mala idea.

Me quedé parada en medio de la acera. Tenía los ojos desorbitados debido a la sorpresa y estupefacción. ¿Qué coño había hecho? Debí haber visto esa sonrisa. Debí haber imaginado el motivo. No era una divertida, sino una macabra. Y lo descubrí dos segundos después.

—¡Estás loca! —Aceleró, dejando un rastro de humo, y desapareció por la calle algo transitada.

¿Me acababa de dejar tirada?

Iba a matar al putísimo gilipollas que fingía ser mi novio.

El campus de la universidad de Pittsburgh era conocido por estar siempre concurrido y lleno de estudiantes. Había personas que caminaban a través de este de manera relajada, ya sea porque habían acabado las clases o porque no tenían prisas; otras corrían de un extremo a otro. También podías encontrar grupitos de personas tiradas en el césped verde mientras fumaban o leían con tranquilidad. Era un ambiente que me gustaba mucho. En las pocas semanas lectivas que había tenido había vuelto a mi sitio: la sombra de uno de los grandes árboles para poder leer.

A pesar de saber que este era mi sitio, me sentía algo incómoda. Una hora libre nunca me había molestado tanto como ahora. Había llegado a lo justo a clase de Análisis del discurso, donde el profesor había dejado más que claro que odiaba la impuntualidad y las distracciones. A partir de llegar corriendo y casi dándome un infarto por mi mala condición física a clase, todo ha ido cuesta abajo y sin frenos. Marcus no había aparecido todavía. El portátil tardó varios minutos en encender y perdí el hilo varias veces en las dos horas de clase. Encima me enteré por un tuit que una de mis parejas favoritas se estaba dando un tiempo.

El mundo estaba en mi contra.

El día había empezado flojo, pero es que no había mejorado ni una pizca. Al contrario, sentía como iba empeorando de poco en poco. No era capaz ni de leer un triste capítulo de mi libro actual. Solté un resoplido cuando releí por tercera vez la larga descripción de la habitación de la infancia de la protagonista y de sus cortinas de seda moradas y la casita de muñecas llena de unicornios de juguete. ¿Qué tenía que ver esto con que un vampiro la secuestrase? Eché un vistazo en la contraportada y me di cuenta que ni siquiera iba de eso. Frustrada, cerré el libro y lo guardé en la tote bag que me regaló Liam por mi cumpleaños. Siempre había sido partidaria de las mochilas, pero cuando mi mejor amigo me regaló una, vi lo cómoda que podían ser y, desde entonces, tengo una colección de ellas que cambiaba de vez en cuando. Esta era de color blanco roto y tenía varios corazones verdes de distintas tonalidades.

Apoyé la cabeza en el tronco áspero del árbol a mis espaldas mientras soltaba otro suspiro. Estaba impaciente. El movimiento errático de mi pierna derecha era un indicio de ello. Miré la hora por quincuagésima vez en los veinte minutos que llevaba tirada aquí. ¿Cuándo iba a llegar? Con exasperación, desbloqueé el teléfono y me metí en las redes sociales. Ignoré los mensajes de Liam mandándome besitos y mensajes obscenos preguntándome si me lo había montado en alguno de los trasteros de la facultad. Desde mi cuenta falsa busqué a la primera persona en las sugerencias: Marcus Martin. Había visto esa historia mil veces desde que la había subido. No había nada nuevo. Solo la puta historia del volante de su puto Audi. Pero seguía sin llegar a la puta universidad. Seguía sin aparecer por las asignaturas que teníamos juntos.

Gruñí con impaciencia, le dije a Liam que se fuese a la mierda y que me guardase una magdalena y luego tiré el móvil al césped mientras me pasaba las manos por la cara. ¿Cuánto iba a tardar? Me quedaba poco para la siguiente clase y todavía no había hecho acto de presencia. Lo sabía perfectamente porque escogí este sitio estratégicamente el primer año de carrera. Me había agobiado tanto estar sola y empezar de nuevo en un sitio —a pesar de que ese era mi sueño desde pequeña— que tuve que salir casi corriendo el primer día de clase para tomar el aire. Me había sentado bajo la sombra de este inmenso árbol y mis lágrimas dejaron de correr cuando respiré profundamente durante varios minutos. Luego, descubrí que podía ver a casi todo el mundo, pero nadie me había echado cuentas. Era como si fuese invisible. Y me gustó. Me gustaba poder ver al resto del mundo, pero que estos no supiesen de mi existencia o, por lo menos, hacían como que no existía. Pero todo cambió cuando Marcus comenzó a fijarse en mí y cuando comenzó a invitarme con sus amigos. Ya no me gustaba sentirme invisible. Quería que se fijaran en mí. Aunque Marcus nunca se daba cuenta de que yo estaba aquí, observándole desde la distancia cuando solo éramos amigos. Por eso había vuelto, porque era el sitio perfecto.

Era la observadora, nunca la observada.

Nunca había sido la observada.

Giré la cabeza hacia la izquierda cuando sentí que alguien me miraba, pero, al hacerlo, nadie miraba en mi dirección. Sin embargo, pude reconocer las voces que resaltaban entre todas las personas.

El mismísimo diablo caminaba con la mochila colgada de un solo hombro y con un rostro serio, pero una pequeña sonrisa sombreaba sus facciones. Observé desde la distancia como su amigo y compañero de piso, Thomas, un chaval muy energético y curioso, cargaba a su novia en su hombro y correteaba con ella por un trozo de césped. Owen me daba la espalda, la cual se le marcaba a través de la tela negra.

Recordé que era culpa del hijo de satanás reencarnado que mi día haya empezado tan mal. Si solo me hubiese hecho caso, no habría llegado tan tarde a clase y me habría dado tiempo a comprarme un café en la máquina expendedora, pero no. Por culpa de su intento de hacerse el gracioso, había tenido que correr a mi coche, el cual no tenía gasolina porque se me olvidó echarle y tuve que hacer una parada, tuve que aparcar lejos de la entrada porque estaban todos los aparcamientos ocupados. Todo había sido por su culpa. Así que no lo pensé.

—¡Eres un hijo de puta! —escuché un pequeño quejido y dos gritos de exclamación cuando salté sobre la espalda del cabronazo que tenía como vecino.

No dejé que me bajase. Afiancé mi agarre con confianza y seguridad y envolví mis cortas piernas por su abdomen mientras le agarraba la cabeza y le insultaba con rabia. Vale, quizás estaba pagando mi frustración por otras cosas con él. Pero se lo merecía. ¿Cómo me había llamado cuando me dejó tirada en el piso? Ah sí, loca.

Iba a ver lo loca que podía llegar a ser.

Que mi psicóloga no se enterase de lo que estaba haciendo o iban a volver las sesiones semanales.

—¿Qué coño estás haciendo, mocosa? —el tono era molesto, pero conocía a Owen bastante bien para saber que lo que quería hacer era reírse de mí.

Si la escena se miraba desde fuera, podía resultar cómica. Así que entendía por qué Thomas y su novia nos miraban con extrañeza, pero sabía que estaban luchando por no reír. El castaño siempre apretaba sus labios con fuerza y hacía un ruidito con su garganta cuando aguantaba la risa.

—Mocosa, bájate antes de que te hagas daño —apreté los dedos alrededor de sus brazos y le seguí insultando por dejarme tirada y haberme insultado.

Los bíceps de mi enemigo estaban duros y sabía que para él solo estaba siendo una molestia tonta. Podía quitarme de encima en cualquier momento, pero estaba esperando pacientemente a que yo lo hiciera porque no iba a montar una escena. Odiaba que fuese tan civilizado. Odiaba que siempre aparentase ser un angelito en la calle. Nadie sabía lo cabronazo que podía llegar a ser, solo yo. Por eso tenía tan comprada a mi madre, porque era el hijo perfecto que siempre quiso.

Cuando sentí que me tocaban los tobillos, le solté un último insulto y pataleé para bajarme de un salto, pero el gilipollas afianzó su agarré y se agachó para dejarme con cuidado en el suelo. Le miré con desagrado cuando se agachó para quedar a mi altura y sonrió con pura diversión y malicia cuando me puso una mano sobre la cabeza y me revolvió el pelo. Sentí como la plancha que me había hecho por la mañana se había arruinado con ese gesto. Apreté los labios y sentí como la vena del cuello me palpitaba. Owen también se fijó y sonrió con más ímpetu, sabiendo que estaba tocándome un nervio.

—Relájate, mocosa. Eres muy pequeña para tener tanta rabia. Vas a explotar.

Se levantó y metió las manos en sus bolsillos delanteros. Me regaló otra sonrisa divertida y de suficiencia. Actuaba como si no se hubiese comportado como un capullo y como si que saltase sobre él no era nada. Fue una de las tantas gotas que colmaron el vaso. Mi madre siempre decía que en lo que más me parecía en mi padre era la mecha corta que tenía. Era en la única cosa que coincidía con ella.

—Eres hombre muerto, Carter.

—Esa no es forma de hablarle a tu novio, pastelito.

—Mi novio —la palabra me salió con demasiada rabia y asco— es un capullo que me ha dejado tirada en medio de la calle.

—¿Es eso cierto, Owen? —preguntó una dulce voz que tenía un tono de incredulidad. Había olvidado que teníamos compañía y que debía fingir que me encantaba su compañía.

—Sí.

A lo que Owen contestó al mismo tiempo que yo: —¡No! No ha ocurrido así.

—Tío, no me esperaba esto de ti —su amigo el castaño negaba con la cabeza como si su amigo hubiese realizado la mayor atrocidad del mundo.

Tuve la cara de hacer un puchero cuando me volví hacia Thomas y la pelirroja y fingir estar algo triste por el feo que me había hecho, cuando solo me carcomía la rabia. Sus amigos le miraron con decepción y negaron con la cabeza mientras le regañaban por hacerme algo así. Ver la cara de arrepentimiento del capullo era lo mejor que me había pasado en el día, así que comencé a sonreír por el rapapolvo que estaba recibiendo. El imbécil lo vio y levantó una ceja en mi dirección, así que le guiñé un ojo con diversión, sintiendo como mi rabia se desvanecía. Cora, la novia de Thomas, me sonrió y comenzó a hacerme preguntas que me encantó contestar. Parecía una chica muy amable y divertida y, desde que coincidía con ella en el ascensor, me parecía que era increíble. Siempre me pregunté cómo sería ser su amiga. Aunque siempre me preguntaba muchas cosas. Unos minutos con ella y, desde luego, sentí como la rabia provocada por el imbécil desapareció de mi cuerpo por completo.

Pero no duró mucho. Porque, cuando me despedí de ellos —incluso del imbécil, al que tuve que darle un rápido beso en la mejilla para aguantar las apariencias— para volver hacia mi bolsa, ocurrió lo que tanto deseaba y me aterrorizaba a partes iguales que pasase.

Me quedé de pie, con la tote bag colgada de mi hombro derecho cuando vi a la persona que más echaba de menos ver, abrazar y besar en el mundo. Tragué saliva sintiendo un gran nudo en la garganta y levanté la cabeza para mirarle. Sabía que debía fingir indiferencia, hacer como que no estaba allí, hacer como si no existiera para así llamar su atención, pero era imposible. Mis ojos se fueron sin pensárselo en su dirección. En sus piernas tapadas por unos vaqueros desgastados. En sus manos colocándose bien las gafas de sol tan caras y que nunca dejaba que me las pusiera. En su castaño pelo peinado hacia atrás mientras una pequeña brisa le daba en la cara. En la gran sonrisa que tenía sobre los labios porque sabía que sus amigos le vitoreaban desde la distancia.

El amor de mi vida estaba de vuelta.

Pasó por mi lado y ni siquiera hizo un gesto de reconocimiento.

No importaba. Nada importaba. Pronto iba a volver a ser su cariñito.

La Operación (re) conquistar a mi ex estaba en marcha.

Y no iba a fallar de ninguna manera. 

¡Hola!

Os permito que me odiéis por tardar tanto en subir capítulo :( No lo hago a posta, últimamente no me da la vida con nada jeje

Pero ¡basta de dramas (propios)! ¿Qué os ha parecido?

Bastante obvio que Owen la iba a dejar tirada... Liam, te amo, eres el rey del cotilleo <3

Marcus, tengo un mal presentimiento contigo...

¡Nos leemos en el siguiente capítulo! 

Pd.: espero que pronto...

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