Capítulo 6

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Mi nueva compañera de piso era una hija de puta.

Sabía que una mudanza era dura y complicada. Era el tercer año que vivía en otra ciudad completamente diferente a la de mi infancia, pero siempre había tenido a mi mejor amigo y a mi familia a mi lado ayudándome a transportar las cosas de un lado a otro. Este año había sido el único que lo había hecho todo sola, por lo que sabía lo difícil que era subir todas mis cosas en el ascensor y correr de un lado a otro con las llaves en las manos para poder abrir y cerrar las puertas a mi antojo. Así que cuando el casero nos llamó para decirnos que nuestra nueva compañera de piso entraba a vivir ese mismo día, Liam y yo no dudamos en poner nuestras mejores caras y ayudarle a subir las maletas, ya que las cajas llevaban en el salón un tiempo.

Primer error.

Nada más poner una mano en el asa de la maleta después de preguntarle si necesitaba ayuda y no recibir respuesta, recibí un manotazo seguido de una advertencia por parte de la chica nueva. Miré a Liam en busca de apoyo, pero este nos miraba con sorpresa y asombro. Cuando desvió su mirada hacia mí, me encogí de hombros con confusión porque tampoco entendía lo que estaba pasando. Solo sabía que ser amable no era su fuerte.

Después de ese pequeño incidente donde decidí no tocar ni una de sus cajas ya que me había levantado la voz de nuevo, Liam y yo nos sentamos en la barra de la cocina y me pasó una taza llena de café descafeinado. Todavía me seguía preguntando que era lo que había hecho mal para que la nueva me hablase así, pero al ver como también se dirigía de la misma manera a Liam, sabía que no tenía nada en especifico contra mí, pero me seguía sintiendo mal esa forma de tratarnos. Sabía que mi mejor amigo estaba pensando lo mismo que yo, pero como ninguno sabíamos ser discretos decidimos quedarnos callados hasta que se metió en su habitación. Por suerte, estaba alejada de la cocina y no daba pared con pared ni con mi dormitorio ni con el de mi mejor amigo. Por lo que Liam comenzó su retahíla típica cuando alguien no le cae bien.

—¿Quién se cree para rechazar nuestra ayuda? —apoyó la cadera en la encimera y continuó removiendo su café en su taza de su serie favorita.

—Quizás está cansada y no quiere molestarnos —respondí antes de darle un sorbo al contenido de mi taza.

—Deja de ser tan ingenua —le miré con molestia ante ese adjetivo, pero dejé que continuase hablando—. Si yo estuviese en su lugar habría dejado que tú hicieras todo y yo solo te diría donde dejar las cosas.

—No todo el mundo tiene tan poca vergüenza como tú —le lancé un sobre de azúcar a la cabeza, pero este lo esquivó y me sacó la lengua en respuesta.

—Y por eso todo el mundo es tan aburrido —me guiñó un ojo y continuó tomando su café a sorbos ruidosos a propósito para sacarme de sus casillas. Pero la cosa no se quedó ahí, Liam siempre tenía que terminar de criticarlo todo antes de callarse—. ¿Qué coño estará estudiando la tía esa? No he visto nada entre sus cajas que la delate.

—¿Has rebuscado entre sus cajas? —chillé un poco más fuerte de lo que pretendía, así que me tapé la boca con las manos y bajé la voz a un susurro—. ¿Has rebuscado entre sus cajas?

—¿Tú no? —negué con la cabeza mientras le miraba con incredulidad por haber traspasado la intimidad de la nueva.

—En todas las cajas había un mensaje de "No tocar" bien claro —este solo se encogió de hombros y sonrió con picardía.

—Que estuviese prohibido fue lo que lo hizo más divertido.

—Eres increíble.

—Gracias —me lanzó un beso que solo me hizo poner los ojos en blanco y concentrarme en mi bebida. Como nos quedamos en silencio, pensé en decirle que me había vuelto a encontrar con Marcus, pero mi mejor amigo abrió la boca, por lo que me ahorré una charla incómoda—. ¿Qué película vamos a ver esta noche?

Desde que comenzamos a vivir juntos, Liam y yo nos empezábamos una serie y la veíamos por la noche después de cenar, pero como ahora teníamos una nueva integrante en el piso, decidimos que los primeros días eran para ver películas y luego, si ella estaba de acuerdo, incluirla en la elección de la serie. La noche de los sábados era la mejor. Ese día era cuando Liam horneaba algo con la excusa de practicar para su curso de repostería y nos lo comíamos mientras que veíamos la película. Era nuestra tradición. Y era una que no cambiaría por nada del mundo, así que me asustaba que la nueva se uniese. Aunque no pensaba admitirlo.

Empezamos a discutir que género preferíamos, pero quedamos en que necesitábamos la opinión de la nueva. Cuando escuchamos como una puerta se abría y se cerraba, nos quedamos callados esperando que pasase por la cocina para preguntarle. Aunque fue en vano. Nuestra nueva compañera de piso estaba completamente arreglada. La falda negra que llevaba le quedaba como anillo al dedo y su pelo negro, antes recogido en un moño, le caía sobre el pecho en suaves cascadas. Pasó de largo por nuestro lado y se despidió con un "adiós" bastante seco.

Liam y yo nos miramos cuando cerró la puerta al salir. Hice una mueca con la cara que hizo que mi mejor amigo negase con la cabeza con una expresión de molestia. Ni siquiera nos había dado tiempo a preguntarle si quería hacer algo con nosotros.

—En vez de llamarse Antonina, debería haberse llamado Antipática —solté una pequeña risa, pero igualmente me quedé algo pensativa con la actitud de la nueva.

Vaya que si había empezado bien la convivencia.



Había vuelto a una rutina masoquista que en realidad nunca había abandonado: ver las fotos antiguas que tenía con Marcus.

Aguanté las lágrimas con fuerza y seguí pasando por la carpeta que tenía en oculto para que Liam no la viese. Sonreí con tristeza mientras veía las primeras fotos que nos hicimos juntos. Me acordaba perfectamente como fue él el que me quitó mi móvil y comenzó a hacerse fotos para luego agarrarme de la mano y hacerse una foto conmigo mientras sacaba la lengua y yo solamente sonreía porque me encontraba en las nubes. Era de las pocas veces que yo no tenía la iniciativa para hacerme una foto con alguien, sino que le salió a él y encima la subió a mejores amigos en Instagram sin siquiera pedírselo. Ni siquiera estábamos juntos oficialmente en ese momento.

Sentí como una lágrima me resbalaba por la mejilla y caía sobre la pantalla, así que apagué la pantalla y me quedé mirando un punto fijo en la pared mientras pensaba en otras cosas más felices para no ponerme a llorar por todo lo que le echaba de menos.

Venga, Lena, cosas felices. Conocer a Taylor Swift, estar rodeada de cachorritos de labrador, que un gato naranja te elija como su madre, que saquen una nueva temporada de The Office, te regalan cien libros por la cara...

Suspiré y me levanté de la cama cuando sentía que eso solo me daba más ganas de llorar porque era imposible que algo de eso ocurriese, así que recurrí a entrar en el baño y lavarme la cara para que mi mejor amigo no sospechase nada. Aunque no tenía nada de lo que sospechar, pues, para él, estaba en una relación nueva e increíble con nuestro querido vecino. Hablar del diablo solo me daba dolor de cabeza al recordar lo imbécil que había sido el primer día de clase y el resto cuando se limitaba a ignorarme en el ascensor y a solo saludarme en la facultad cuando sus amigos estaban delante.

Estúpido gilipollas. Así nadie se iba a creer nada.

Caminé hasta la cocina donde estaba Liam con un delantal tremendamente feo que le regalé de broma el año pasado en su cumpleaños, pero a él le hizo mucha ilusión y se lo ponía siempre que podía. Olía de escándalo y no era nada nuevo, pues mi mejor amigo tenía un don para la cocina y apuntarse a un curso fue el potenciador de su poder. Las clases eran como las espinacas para Popeye, solo que mi mejor amigo no se ponía todo mazado, sino que hacía que gimiese de placer cada vez que probaba lo que cocinaba. Todo normal.

Recé para que no notase que había llorado un poco, pero cuando cocinaba entraba en tal estado de concentración que se olvidaba de su alrededor y solo estaba centrado en la mezcla. Por lo menos hasta que lo metía en el horno (como estaba haciendo ahora) y tenía que fregar todo lo que había ensuciado. Ahí volvía a ser el mismo de siempre. Rodé los ojos y me preparé para recibir su discurso de "si yo cocino, lo más justo es que tú limpies" y como siempre me atiborraba de sus dulces, se lo dejaba pasar. Me levanté de la silla y me puse los guantes que utilizábamos para fregar y me puse a ello. Liam se sentó sobre la encimera y comenzó a desmigar una de las magdalenas que había hecho y me las metió en la boca mientras hablaba.

—A veces pienso en abrir mi propia pastelería.

—Aquí tienes una clienta diaria —abrí la boca para que me diese otro pedazo y continué fregando sintiendo como la serotonina entraba en mi cuerpo.

Dios, tenía trocitos de chocolate blanco.

—Tú imagínate la cantidad de cotilleos diarios de los que me enteraría —se llevó un trozo a la boca mientras se quedaba pensando en esos cotilleos que tanto le gustaban—. También podría encontrar al amor de mi vida. Tú imagínatelo. Yo, un pastelero madrugador para dejarlo todo listo. Él, un, no sé... alguien con trabajo de oficina aburrido pero que luego es la mar de gracioso, aunque no más que yo —aclaró señalándome con el dedo mientras seguía en las nubes—. Le tomo nota del café y le apunto mi Instagram en su vaso para llevar. Nuestros dedos se rozan por casualidad al entregárselo. Nos miramos a los ojos por unos segundos hasta que alguien le mete prisa. Llega a su casa y me sigue en Instagram. Empezamos a hablar y ¡bam! Enamorados.

—Luego la que tiene la cabeza en las nubes soy yo —le lancé un poco de agua mientras me reía.

Liam rodó los ojos como si estuviera molesto por reírme de su imaginación, pero tanto él como yo sabíamos que ese sueño de conocer al amor de su vida cambiaba dependiendo de la serie o del libro que estuviese leyendo. Hoy era así, mañana dirá que conocerá al amor de su vida cuando este le vaya atropellando y él maldijera a toda su familia, pero luego iban a tomar un café para calmarse.

—Hay que manifestar algunas cosas, estúpida. O, si no, no van a ocurrir. El universo te escucha.

—Si yo manifiesto, pero tú me superas. El amor de tu vida no va a llamar a tu puerta solo por manifestarlo.

El timbre sonó al segundo de terminar la frase. Liam y yo nos miramos con sorpresa e incredulidad. ¿Acaso el universo nos había hecho caso? El rubio salió de la cocina casi saltando la encimera y se apresuró a llegar a la puerta, pero al mirar por la mirilla solo soltó un resoplido y abrió mientras me miraba.

—Se ha equivocado de destinatario —me asomé y vi al gilipollas de mi vecino con cara de confusión parado en la entrada. Solté una pequeña risa cuando el rubio ignoró al otro y levantó los brazos al techo mientras se lamentaba y quejaba—. Universo, ¿por qué me odias tanto?

El mismísimo diablo cerró la puerta al entrar. ¿Por qué se tomaba la libertad de entrar? ¿Por qué tenía una flor en la mano? No, ¿por qué tenía dos flores? ¿Esa era su ofrenda de paz? Pedazo de cabrón, ¿intentaba sobornar a mi mejor amigo? Liam sonrió cuando aceptó el tulipán amarillo y le ofreció una magdalena de chocolate blanco. El demonio se quedó plantado como el angelito que fingía ser delante del resto de la población y me sonrió con incomodidad desde la distancia. Liam se sentó en uno de los taburetes de la cocina y nos miró a ambos e hizo lo que mejor se le daba: incomodar al resto.

—¿No os vais a dar un besito de saludo?

—¿Qué haces aquí?

Decidí ignorar al rubio porque estaba en mi propia casa, no sabía que iba a tener que fingir aquí y menos sin previo aviso. Además, seguía cabreada con él por dejarme tirada y por ser más seco que una mojama cuando estábamos delante de la gente. Así nadie se iba a creer que éramos pareja. Y ¿ahora tenía los santos cojones de venir con flores para mi mejor amigo y para mí? Pues la llevaba clara. No me iba a ganar con una simple flor, aunque fuese de mis favoritas.

—He pensado que... —miró a Liam, quien tenía la cabeza apoyada sobre su cabeza y nos miraba con una sonrisita que no quería saber su significado. Owen carraspeó antes de comenzar a hablar, pero le corté.

—Liam, ¿te importa? —me quité los guantes de fregar y rodeé la barra para salir de la cocina.

—Para nada.

Rodé los ojos y le pegué un golpe en el brazo porque como cotilla que era se quedó sentado con la misma pose en su sitio. Al siguiente golpe, se levantó, se despidió del demonio y me miró con los ojos entrecerrados mientras se iba andando para su dormitorio. Sabía que seguía escuchando, así que hice que al gilipollas no se le escapase nada de nuestro acuerdo.

—¿Qué has pensado, cavernícola?

—¿Ese es el apodo cariñoso que me has puesto? Me partes el corazón, pastelito —rodé los ojos ante su dramatismo y ante su gesto de llevarse la mano al corazón.

—Tú no tienes corazón —susurré y miré la otra flor que sostenía en la mano derecha. Me mordí el labio con inseguridad y le pregunté lo que estaba deseando saber—. ¿Por qué un tulipán amarillo?

—Son las primeras que he pillado —se encogió de hombros con indiferencia y me la tendió. La acepté y apreté los labios para contener una pequeña sonrisa. Era de mis flores favoritas—. Vamos a cenar algo. Eso he pensado.

No. Ni de coña salgo a solas con él. Además, era sábado. Los sábados era día de tradición y costumbre. No podía dejar a Liam solo. El pobre se moriría sin mí. Iba a contestar que no, pero el capullo que tenía como mejor amigo se me adelantó.

—¡Sí! Una cita de enamorados —rodé los ojos porque se había delatado solo de que estaba cerca escuchando la conversación—. Venga, ve a arreglarte que estás horrorosa.

—Gracias, eres el mejor amigo del mundo —le dije mientras era empujada por él hacia mi habitación.

—Lo sé.

Unos pocos minutos después porque no me fiaba de mi mejor amigo ni de lo persuasivo que podía ser, volví al salón con el pelo un poco mejor y con algo de maquillaje en mi cara llena de ojeras. El gilipollas no me había dicho a donde íbamos, pero con lo informal que iba él tampoco me esperaba nada fuera de lo normal, así que le copié un poco el estilo. Agarré una chaqueta del perchero de la entrada y le pregunté a Liam si estaba seguro de quedarse solo en nuestra noche de películas, pero solo me sonrió y me dijo que estaba harto de estar conmigo toda la semana y necesitaba un tiempo a solas. Sabía que lo decía de broma para no hacerme sentir mal, pero, quizás sí que le molestaba que pasase todo el día con él. Siempre estaba en su habitación porque la mía se me hacía muy grande.

Había sido un comentario indefenso, pero, igualmente, se me quedó grabado a fuego en mi mente.

Ignoré esa voz en mi cabeza y seguí al gilipollas al ascensor. Seguía un poco inmersa en mis pensamientos, así que me sobresalté un poco cuando sentí unos brazos sobre mis hombros. Liam se despedía de nosotros desde la distancia, nos lanzaba besos y hacía gestos de corazones con las manos. Me alejé del demonio una vez se cerraron las puertas. Me abracé a mí misma y apreté los labios. Gestos que hacía siempre que me sentía insegura. Gestos que hacía mucho más de lo normal últimamente.

—Liam solo estaba bromeando. No eres una molestia —levanté la mirada y vi como seguía con las manos en los bolsillos de los vaqueros y me miraba fijamente—. Para él. Para mí eres como un grano en el culo.

El sonido de su risa entró en mis oídos cuando le pegué un puñetazo en el brazo, pero sabía que me había dolido más a mí el golpe que a él. Sus ojos marrones se posaron en los míos y le hice una peineta en respuesta, que solo le hizo rodar los ojos y negar con la cabeza.

—Si soy un grano en el culo, ¿por qué vamos a salir a cenar?

—Tenemos un contrato, ¿recuerdas? Y porque me han obligado Thomas y Cora por dejarte tirada. Sino lo hacía me iban a romper la cabeza —susurró la última parte, pero le escuché perfectamente y no pude evitar soltar una pequeña risa.

—Te lo tendrías merecido por gilipollas.

  
No contestó, se limitó a negar con la cabeza mientras sonreía con levedad. Le seguí a través del aparcamiento hasta llegar a su coche. Su interior olía a chicle y sabía que el ambientador que colgaba del espejo retrovisor se lo había regalado su hermana pequeña Gala. El olor era completamente diferente al de Marcus, el que olía a pino a veces, pero no solo el olor era diferente. Mientras que en el coche de Marcus siempre había alguna sudadera tirada en los asientos traseros, el de Owen estaba pulcro y ordenado, sin una mota de suciedad.

Puto maniático de los cojones.

Ninguno habló en el camino. Owen se limitó a tararear todas las canciones de The Weeknd que sonaban en la radio y me daba un golpe en la mano cada vez que intentaba cambiar de emisora. Me sentía muy rara sentada en su coche. Nunca habíamos estado solos en un espacio tan cerrado —el ascensor no contaba—. Se me hacía muy extraño tener que compartir su mismo aire. Extraño y molesto. Dios, ¿por qué no conocía a más tíos que me cayesen mejor que este?

Cuando paró el coche, fruncí el ceño mientras miraba por la ventanilla y veía el sitio en el que nos encontrábamos. Me mordí el interior de la mejilla para esconder la sonrisa, pues estábamos en uno de mis lugares favoritos. Era de mis sitios favoritos al que ir cuando era más pequeña e iba con la madre y la hermana de Owen. Este se bajó del coche y me miró con pesadez y seguramente sin saber que había acertado de lleno, aunque no pensaba decírselo ni muerta.

—¿En serio me has traído a jugar al mini golf?

—Para ti es más bien el golf normal, enana.

Le di un golpe en el brazo cuando pasó por mi lado, pero me ignoró y continuó caminando hasta la taquilla. Me señaló y le hizo una pregunta a la taquillera treintañera, por lo que fruncí el ceño extrañada. Cuando el cabrón chasqueó la lengua sabía que no era nada bueno lo que le había preguntado. Y la sonrisa de fingida decepción fue el confirmante.

—He intentado que te dejasen pasar como niña, pero que va. No ha colado.

—Eres gilipollas.

—Cambia ya de insulto, mocosa.

Me esquivó el golpe que le iba a volver a dar en el brazo y continuó andando hacia el interior del recinto. Hacia años que no entraba en un parque de mini golf, por lo que sentí la nostalgia entrar en mi cuerpo y apoderarse de mí. Le pedí a Marcus varias veces venir a jugar, pero decía que era estúpido y de niños chicos, así que dejé de venir. Pero como hacíamos muchos otros planes, no importaba. Me quedé mirando las diferentes zonas e ignoré el comentario de Owen sobre que entrásemos en la parte de niños pequeños. Le hice un corte de mangas y me aguanté las ganas de pegarle con el palo de golf para que no me echasen.

Después de varios hoyos donde no estaba segura de quien se estaba picando más por ganar, nos sentamos en una de las mesas de picnic que había en la zona de restaurantes y puestos de comida. Cuando Owen perdió al piedra, papel y tijeras fue a por la comida de ambos y yo aproveché para mirar el móvil. Le contesté a Liam que esperaba que estuviese hablando con el chico de Tinder que me había pasado captura y me metí en mi infierno personal: Instagram. Subí una de las fotos que hice mientras jugaba y otra donde solo se veía la espalda de Owen. Me dolió el corazón y me sentía una traidora y una hija de puta cuando puse un corazón en la foto antes de subirla. Me temblaban las manos al dejar el móvil encima de la mesa.

Me asusté cuando una bandeja cayó sobre la mesa y una presencia se colocó a mi lado en lugar de en el asiento de enfrente. Me giré con rapidez hacia el gilipollas y me quedé helada ante su cercanía. Podía ver sus ojos marrones oscuros clavados en los míos y pude notar su respiración un poco alterada. Me recorrió un escalofrío al sentir sus desnudos dedos sobre mis mejillas. Sus finos labios se entreabrieron un poco antes de inclinarse un poco más hacia mí.

Y yo entré en pánico total.

El gilipollas, ¿me iba a besar?

¡Hola!

La nueva va a dar mucho por culo... o eso parece jejejeje

Hola, quiero un Liam que me cocine y cotillee conmigo sobre absolutamente todo.
Oh, esperad, ¡yo soy Liam!🫣

Eeeeeeeehhhhh, Owen, sigue insultando a Lena así y la que se va a enamorar soy yo🫣🫣🫣🫣

Esperad, esperad, esperad... ¿BESO? ¿VA A HABER BESO O NO? ¿Qué creéis?🤫🤭

¡Nos vemos próximamente!

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