04: Lovesick all over their bed.

Delante del espejo de su baño, Lydia se aplicaba su crema de coco en la frente, mejillas y punta de la nariz con la yema de su dedo índice, la cual luego frotaba los círculos y los hacía desaparecer, realizando entonces el mismo procedimiento en el resto de su piel.

En eso consistía su rutina nocturna. Se dio cuenta, años atrás, de que así conciliaba un mejor sueño: su cuerpo y mente se sumergían en una sensación de frescura, despeje, que ahora estaba necesitando más de lo que le gustaría.

Tras amarrarse el cabello en una dona y salir del baño, Lydia caminó hasta la ventana de su habitación. Antes de cerrar las cortinas, logró visualizar, gracias a la luz de un relámpago, cómo la lluvia caía con mayor potencia que en la mañana. Algunas gotas, gordas, golpeaban el cristal como consecuencia del viento.

Suspiró y se dirigió a su lado de la cama, pese a no compartirla con nadie, para quitarse las pantuflas y apagar la lámpara. Se acostó de costado mientras se arropaba hasta los hombros, quedando cara a cara con el vacío de su propio colchón.

Se lo imaginó allí. Con ella. En esta ocasión con los rasgos envejecidos. Sin querer.

En la misma posición que la suya, él la miraba de vuelta. Los ojos azules le brillaban en medio de la oscuridad. Usaba una mano como almohada y comenzaba a extender la otra hacia el rostro de Lydia.

No obstante, no llegó a siquiera rozarlo, porque el rugido de un trueno intervino entre ambos; sobresaltándola tanto que por instinto humano apretó los párpados.

Cuando los volvió a abrir, Johnny ya no estaba.

Comprendió, entonces, que había regresado para llevarla por el camino de la vulnerabilidad.

Una vez más.

En el baño de la West Valley High School, Lydia entreabría los labios para retocarse el color rojo de su lápiz labial mientras el espejo le reflejaba su aspecto.

Lydia no era una chica que soliera maquillarse, pero se prometió a sí misma que se haría notar cuando Johnny Lawrence le dijo en su trabajo de verano que jamás la había visto en la escuela.

Para él y para ella por igual.

Teniendo en cuenta que era su último año siendo estudiante allí, se involucraría más en actividades extracurriculares, o incluso en la administración de su clase graduanda. Había escuchado en los pasillos que se habían quedado sin secretaria, cosa que le vendría bien para la imagen que las universidades —la Stanford era su prioridad por el momento— buscaba en sus alumnos. Después de todo, necesitaría más que solo estudiar y estudiar.

Ya finalizando el retoque de sus labios, un grupo de chicas, entre risas, entraron al baño.

—¡Sí, claro! —Sonó la voz de Ali Mills, colmada de sarcasmo—. Ni en un millón de años volvería con ese tipo.

—Yo me lo replantearía si es tan bueno besando como nos has dicho —comentó Barbara desde el interior de un cubículo. Al parecer estaba apurada.

La rubia se calló y Lydia contempló su expresión reflexiva, fantasiosa, a través del vidrio frente a ella. Ali apretaba un libro —que parecía ser de la clase de Biología— y una libreta contra su pecho.

—Me sentía como reina cuando me besaba.

Apoyada de la puerta de Barbara, Susan chasqueó los dedos en respuesta a las palabras de sus amigas. «Despierten», expresaba.

—Fueron más los momentos malos que los buenos.

—Soy muy consciente de ello, Susie. Sus besos serán lo único que echaré de menos.

Sintiéndose como una intrusa, a pesar de que se encontró en el lugar primero que ellas, Lydia se volteó bajo la intención de marcharse, habiendo guardado su labial en su bolso pequeño. Sin embargo, Ali ya estaba mirándola; aunque vino a realmente abrir los ojos al reconocerla.

—Oh, hola —saludó, enderezando la espalda. Los recuerdos del tres de julio en el área acuática de Golf N' Stuff Arcade aún le pesaban. Lydia le respondió con una sonrisa forzada—. Esperaba verte pronto para disculparme por mi manera de actuar en tu trabajo. Fui inmadura. Lo siento. ¿Tu jefe te dijo algo?

—Puedes estar tranquila. Ha pasado bastante tiempo y las cosas obraron para bien.

Luego de que Johnny y la pelirroja dieran su conversación por terminada, ambos se sumieron en un silencio incómodo, el cual Lydia aprovechó para llamar a su jefe desde el teléfono de la caseta y contarle lo ocurrido por temor a que se enterara de alguna forma y resultara afectada. Para su sorpresa, el señor Jones la felicitó por haberlo manejado sin ayuda de nadie. Se mostró dispuesto a contratarla para el próximo verano por su sentido de responsabilidad, inclusive.

—Es bueno escuchar eso. —La porrista suspiró con alivio, asintiendo con la cabeza y soltando una risa corta—. Por cierto, ese labial rojo te queda hermoso.

La salvavidas sonrió con genuinidad esta vez. Le agradeció, y antes de salir, le apretó un hombro como gesto de despedida y expectación.

Fue ahí cuando el bullicio la recibió afuera, y a medida que avanzaba hacia el comedor, su volumen aumentaba: era la hora del almuerzo. Acostumbraba a llevar una lonchera con comida hecha por su madre, pero Emily le prometió que ese día —el primero del año escolar 1984-1985—, ella sería su cocinera personal.

Lydia estaba ansiosa por descubrir qué había preparado.

Al llegar a la entrada, rastreó a su amiga con la mirada, hallándola ya sentada en una mesa no muy lejos de ella. Ladeó la cabeza al percatarse de que su atención estaba en el bufete y sus ojos siguieron los suyos.

Un chico moreno, delgado y de estatura baja les daba la espalda. Lydia no lo recordaba, así que supuso que era nuevo.

Se acercó a paso sigiloso, y en cuanto la encaró, gritó:

—¡Boo!

Richter respondió con un chillido de vuelta, un sobresalto y una mano en el pecho. Kirkpatrick tomó asiento riéndose.

—¡Lydia! —Cruzó los brazos con indignación—. Estaba entretenida mirando al chico nuevo. Es junior como yo, viene de New Jersey y se llama Daniel.

La pelirroja alzó las cejas con impresión.

—¿Ya hablaste con él?

—No. Toda esa información la escuché.

Lydia reprimió una segunda risa. Emily había hablado con toda la despreocupación del mundo.

—Cuando lo conozcas, procura fingir que no sabes nada. —La chica de cabellera negra realizó un puchero—. Ahora bien, ¿dónde está mi comida?

—Conque tienes hambre... yo también.

Se agachó, y al erguirse de nuevo, trajo consigo dos bowls —habiéndolos calentado en un microondas antes de sentarse—, dos botellas de agua descongelándose y dos tenedores envueltos en una sola servilleta, mas con varias adicionales para que pudieran limpiarse. Repartió entonces cada utensilio y suspiró con nerviosismo.

—No me juzgues si está malo. Soy novata en esto de cocinar.

—Y yo soy tu conejillo de indias.

—Sip. —Sonrió con inocencia.

Lydia negó con diversión y procedió a abrir su bowl. El olor a pollo César y ensalada de pasta se asentó en sus fosas nasales como si fueran un hogar, siendo tan delicioso que cerró los ojos por un instante.

—Empezaste con el pie derecho —halagó. Emily elevó un brazo para luego bajarlo con el codo doblado y el puño cerrado, clamando un victorioso «¡sí!».

Fue así como agarró el primer bocado con su tenedor y se lo saboreó.

—Emily —pronunció con la boca llena—, dime que considerarás la idea de abrir un restaurante cuando seamos grandes.

—¡¿Tan rico quedó?! —La salvavidas asintió con frenesí—. ¡Sí! Consideraría cualquier idea por y para ti.

El corazón de Lydia se colmó de cariño. Si alguna vez tuviera que agradecerle a la señorita Moore y a su maquiavélica clase de Matemáticas por algo, sería por Emily. El All Valley del año pasado solo había terminado de unir el lazo que ya compartían.

—¡Por Dios! No quiero sonar presumida, pero soy una novata excelente. —El cuerpo de su amiga emprendió un bailecito al probar su propia obra, pero se detuvo abruptamente. El semblante risueño de Lydia, de igual manera, decayó—. Johnny está caminando hacia nuestra mesa.

Lydia se atragantó y comenzó a toser, ingiriendo agua de inmediato en un intento de controlarse. Sin embargo, para cuando la cabeza del Rey Cobra se asomó, asegurándose de que se tratara de ella antes de tomar asiento a su lado, su rostro estaba enrojecido y sus ojos lagrimeaban.

—Uy, salvavidas, ¿estás bien? —Al sentirlo palmeándole la espalda con cuidado, la joven contuvo un jadeo.

» Deberíamos dejar de encontrarnos cada vez que estamos al borde de la muerte, ¿no te parece? —bromeo él, escuchándose más cerca de su oído, y le extendió una servilleta aún con la otra mano sobre su espalda.

Lydia percibió, entonces, cómo en esa zona empezaba el despertar de un hormigueo.

Aceptó el paño temblorosa y se limpió la boca con este mismo, imaginándose con pesar que su labial se había arruinado por completo.

Ahogada y desarreglada. Qué encantador. Menos mal que no se había puesto rímel. ¿Cómo se suponía que lo miraría a la cara ahora?

Extrañada ante el silencio e inmovilidad de Emily, alzó la mirada, sin esperarse que se toparía con su silla vacía. Su comida y bebida tampoco estaban en la costa.

Había desaparecido. En sus narices.

Quiso golpearse la frente por lo obvia que podía ser su amiga, mas optó por finalmente voltear su rostro hacia Johnny con la respiración algo irregular; sin lograr descifrar si se debía a su tos anterior o a él.

El rubio ya la observaba, pero no fue hasta que establecieron contacto visual que él sonrió con libertad.

Los latidos de su corazón femenino, alocados, resolvieron su misterio.

Se dio cuenta en ese instante de que Johnny no había notado a Emily, ni cuando él llegó ni cuando ella se fue. Se había acercado a la mesa bajo un solo objetivo, y ese objetivo era Lydia Kirkpatrick.

—No sé quién pasó por más vergüenza, si tú o yo. —La pelirroja le siguió la corriente. El chico dejó salir una risa leve, quitándole la mano de encima, transmitiéndole ahora una sensación de ausencia.

Lydia recordó que lo hizo sonreír en la caseta donde atendió las heridas en la parte trasera de su cabeza y su espalda, decidiendo creer que a Johnny Lawrence le gustaba su sentido del humor.

—Yo, sin duda. Tu ex no te tira por un tobogán frente a tus amigos, sus amigas y una desconocida todos los días.

—Se te dan bien los espectáculos.

La sonrisa que ya mostraba se engrandeció al escucharlo reír de nuevo, pero entre dientes. Sus ojos verde oscuro carecían de la voluntad suficiente para apartarse de todo él.

—Ven a la fiesta de Tommy —soltó el rubio, como si ni siquiera lo hubiera pensado primero. En ningún segundo desvió la mirada de la suya.

—¿Qué?

—Es hoy a las siete de la noche, en la última casa de la Calle River de Encino Hills. Ven.

Lydia balbuceó, aunque luego se obligó a recomponerse. Nunca había asistido a una fiesta y, por miedo a parecerle aburrida y espantarlo, no tenía demasiados deseos de admitirlo. ¡Hola! Era el gran campeón con quien conversaba.

—¿Para qué quieres que vaya? —Su tono de voz fue el de un susurro.

—¿No es obvio? Quiero conocerte.

Johnny batió las pestañas y le arrancó un suspiro pequeño e involuntario a Lydia. El ruido de las voces en conjunto en el comedor era lo único que se entrometía entre ellos.

Depositando su esperanza en que su mamá le permitiría ir, se doblegó: —Okay. Espérame allí.

Sweet. —Se levantó con la más amplia de las sonrisas—. Allí te esperaré.

Estiró un puño en su dirección para despedirse y ella lo chocó con el suyo, tímida. Después de verlo encontrarse con Bobby, a quien saludó elevando una mano, volvió a girarse hacia su pollo y pasta.

Para su sorpresa, una sonriente Emily ya estaba de regreso en su lugar. Lydia pensó en lo hábil que era a la hora de desplazarse con discreción. No obstante, no consiguió preguntarle en dónde se había escondido.

—¡Me invitó a una fiesta! —explotó emocionada.

Su amiga juntó las palmas de sus manos en aplausos cortos y rápidos.

—Mi querida Lyds, ¡esto amerita una tarde de chicas!

Esther Kirkpatrick, como Johnny le había indicado a su hija, se estacionó frente a la última casa de la Calle River de Encino Hills.

—No puedo creer que hayan hecho una fiesta un lunes —comentó, juzgando con la mirada a los jóvenes que jugaban al limbo en el patio. Emily y Lydia, quienes estaban en los asientos traseros, se miraron y se rieron con discreción.

—Nos vamos a portar bien, má.

Esther volteó la cabeza hacia ellas.

—Lo sé. Confío en ustedes. —Les regaló una sonrisa tranquila—. Vengo a recogerlas a las diez. Denme un besito.

Ambas se inclinaron, una después de la otra, para despedirse de la mujer en la mejilla. Emily aprovechó para agradecerle por el aventón de igual manera.

En cuanto abandonaron el vehículo y tocaron terreno, las amigas se encadenaron con los brazos para mantenerse juntas. Observaron el interior de la residencia de Tommy desde su lugar y distinguieron luces de distintos colores neón brillando, como toda una discoteca.

Lydia suspiró con fuerza y sus ojos buscaron los avellana de Emily.

—¿No estás nerviosa?

—Sí. Estoy nerviosa... por bailar. —Sacudió los hombros, sonriendo—. Vamos.

Apretaron su agarre con emoción y avanzaron. Estaban bastante cerca del pórtico cuando escucharon el rugido de una motocicleta detrás de ellas, así que giraron la cabeza, y a Lydia le avergonzó reconocer a quién le pertenecía tan rápido; aun en la lejanía.

—Es Johnny.

—¿Y cómo es que sigues aquí?

La pelirroja —que lucía castaña— codeó el costado de su amiga.

—Puedo posponerlo para no dejarte sola.

Emily negó con la cabeza y se soltó de ella con suavidad para tomarla de los hombros. Lydia se imaginó que se estaba esforzando por no sacudirla hasta hacerla reaccionar.

—Lydia, ¿hace cuánto tiempo llevamos fantaseando con este momento? Johnny podría ser el padre de tus hijos. —La susodicha enarcó una ceja, mas fue ignorada—. Además, él te invitó a ti. Yo solo vine como apoyo moral.

A la salvavidas no le gustó demasiado cómo sonó eso.

—No eres solo un apoyo moral. También viniste a divertirte.

—Bueno, por supuesto. Me iba a divertir aunque no me lo dijeras.

—Graciosita. —Le sacó la lengua.

Decidieron entonces que ese lugar que pisaban sería su punto de encuentro. Antes de separar su camino del de ella, Emily le guiñó un ojo sin nada de encanto, y Lydia se echó a reír. La vio desaparecer dentro de la casa con cariño centelleando en sus pupilas y deseó que el chico de New Jersey se encontrara allí también.

Se acomodó el lazo en el cuello de su camisa blanca y su falda negra, cuyo borde finalizaba más arriba de las rodillas, para finalmente dejar de darle la espalda al campeón del All Valley pasado.

Sin embargo, notó, tanto con los ojos como con los oídos, que un grupo de chicas cuchicheaba sobre él. Fue así como la realización de que Johnny Lawrence siempre sería el centro de atención, incluso sin estar presente —como en el baño de la escuela esa misma mañana—, la llenó de inseguridad.

Lydia Kirkpatrick no estaba a la altura. Era una chica introvertida e invisible. Tal vez la idea de destacar más entre las personas y labores no era tan buena como creía.

¿Qué tal si Johnny la había invitado a la fiesta solo para utilizarla? Ya fuera para darle celos a Ali o para demostrarle a los demás, o a él mismo, que ella ya no le importaba. Después de todo, ni siquiera sabía que ella también estudiaba en la West Valley. ¿De dónde había salido el repentino interés?

El ruido del motor de la moto siendo apagado interrumpió el hilo de sus pensamientos, los cuales fueron reemplazados por cosas que la sabia Richter le diría: no dejes ir esta oportunidad, podría ser la última vez que hablan; él ya tuvo la iniciativa de acercarse en el almuerzo.

Aun así, permaneció inmóvil, optando solo por volver a mirar a Johnny. El Rey Cobra se quitó el casco justo en ese instante y su melena rubia se impuso por encima de la oscuridad de la noche, mas su característica cinta negra se fusionó a ella.

Lydia elevó las manos para sí en rendición, fascinada ante semejante masculinidad, y caminó hasta él sin molestarse en desviar los ojos en ningún momento. Cada latido de su corazón aumentaba su fuerza, y se sintonizaba, con cada paso nuevo. No obstante, lograron entrar en calma en cuanto llegó a su destino.

Deseó arremangarse las mangas largas de la camisa por el repentino calor, mas se abstuvo, porque arruinaría el estilo de su atuendo.

—Si mal no recuerdo, habíamos acordado que serías tú el que me esperaría —dijo ella con diversión, implantando cierta distancia. Sus manos se sujetaban con timidez en su espalda baja.

Johnny, quien ya se encontraba de pie y colocando el casco en la moto, alzó la mirada al escuchar su voz. Una sonrisa fue creciendo en su rostro a medida que una nueva palabra salía de la boca de Lydia.

—Me parece que tú eres muy puntual.

Dio dos pasos a donde ella mientras su dedo índice hacía rodar su llavero, llevándolo a tintinear. Sus guantes de cuero rojo combinaban con su chaqueta semi-abierta de Cobra Kai.

—La fiesta empezaba a las siete y yo llegué ahora... a las ocho. —Y él incluso vivía en Encino Hills, pero claro que se guardaría el argumento para sí.

Johnny se rió y dio otro paso más, introduciendo su llavero en un bolsillo de sus jeans. Lydia, por naturaleza, estuvo a punto de retroceder: tuvo que subir la cabeza y él bajar la suya para mantener el contacto visual.

—Yo iba a llegar incluso si la fiesta ya hubiera acabado. Hice un compromiso contigo.

Lydia no pudo hacer más que entreabrir los labios y aflojar las manos. Johnny había resultado inocente de la acusación.

—Salvavidas, ¿es cosa mía o mi respuesta te ha dejado satisfecha?

Tal parecía que cada oración suya la atrapaba, embobaba, más que la anterior.

Meses atrás, antes de que Johnny y Ali rompieran, pensó que quizás él dejaría de gustarle si por fin compartían una charla. Ahora veía cuán ingenua fue.

—¿Me dices salvavidas porque no sabes cómo me llamo? —quiso seguir jugando, consciente de que no sabía cómo se llamaba, y se cruzó de brazos con detenimiento.

La pelirroja sonrió con malicia cuando la postura del rubio se tambaleó por un segundo.

—Yo sé cuál es tu nombre. —Ella ladeó la cabeza, curiosa y desafiante por igual. La firmeza del chico regresó a través de una sonrisa—. La chica más genial en El Valle.

Esta vez el cuerpo de Lydia no resistió y retrocedió, de pronto sintiéndose tan abrumada como en la caseta del parque, luego de haberle pasado el gel por la espalda. Los ojos de Johnny, por otra parte, bailaban con entretenimiento.

—No. Es Lydia —dijo tras carraspear, comenzando a andar en dirección al pórtico. Oyó los zapatos deportivos de Johnny pisoteando la yerba hasta quedar a su lado izquierdo.

—El que dije está mejor —le canturreó al oído, provocándole cosquillas. Lydia sucumbió a ellas encogiéndose y riendo al mismo tiempo.

—Basta. —Empujó su hombro con el suyo. Aunque ella no le devolviera la mirada, él la miraba victorioso.

—¡Jo-Jo!

Ambos giraron la cabeza hacia la voz masculina y pararon. Brandon Whitemore se encontraba bajo las abundantes hojas de un árbol, sosteniendo su trago con una mano y agitando la otra para hacerse notar. Vestía, de igual manera, una chaqueta de Cobra Kai, pero de color azul marino.

—¿Te espero aquí? —Johnny volvió a voltear la cabeza, esta vez hacia la voz de su acompañante. Los ojos verde oscuro de Lydia, no intencionalmente, lucían como los de un cachorro en espera de lo que más anhelaba.

—Claro que no. Brandon no te ha conocido.

Lydia no supo qué la derritió más: que la incluyera o que procediera a poner una mano en su cintura, así fuera por un momento, para impulsarla a avanzar junto a él.

—Hola, hombre —saludó Johnny en cuanto estuvo cara a cara con su amigo. Brandon alejó un poco el brazo ocupado por su vaso y lo abrazó con el que tenía libre—. ¿Cómo va la fiesta?

Brandon se encogió de hombros.

—No está mal para ser la primera que Tommy organiza. —Bebió un sorbo, pero luego Johnny le arrebató el vaso para ingerir el contenido él—. ¡Hey! —Su mirada cayó en Lydia, cuyo cuerpo se tensó—. ¿No le vas a decir nada a tu chico?

—No seas llorón. Solo quería saber qué era.

A tu chico. Lydia se preguntó si significaba algo que Johnny no lo corrigiera, y el solo pensamiento envió un escalofrío por su espina dorsal.

—¿No era más fácil preguntar?

—Era más aburrido.

La salvavidas se sorprendió al encontrarse a sí misma sonriendo con levedad ante la interacción, pero de motivo no carecía: aprendió justo ahí que Cobra Kai no era solo un dojo de karate o una manada, sino que también podían ser hermanos de confianza.

—Lydia, discúlpanos. —Johnny estiró un brazo sobre los hombros de Brandon, aún con la bebida del otro rubio, quien aprovechó la posición para obtenerla de vuelta—. Este es uno de mis chicos. Brandon, esta es la salvavidas.

—Espera. ¿La salvavidas?

—Así es.

—¡Ah! Qué honor estar ante la presencia de la chica que puso en su lugar a las Cobras más rudas y a las porristas más talentosas de la West Valley. —Extendió una mano que Lydia estrechó con los ojos más abiertos de lo usual. No se había esperado tan dramática bienvenida, en lo absoluto. Johnny se reía—. Hola, Lydia. Es una lástima que mamá me haya castigado el mismo día que fueron al tobogán. Me hubiera meado de la risa.

—Fue uno inolvidable, sin duda —replicó ella con una risita pasmada.

—Para unos más que otros —comentó Brandon, bebiendo una vez más. Johnny y Lydia conectaron miradas sin planearlo.

La pelirroja fue la primera en apartar la suya, dirigiéndola ahora a la residencia de Tommy y señalando esta misma con su dedo índice.

—¿Entramos? —rompió el silencio, que aunque corto, la había puesto más nerviosa.

Brandon tomó la delantera y Johnny le cedió el centro a Lydia para que no se quedara atrás. A medida que se acercaban, la melodía y letra de Smalltown Boy de Bronski Beat cobraba forma dentro de sus oídos.

Jamás se hubiera imaginado que Emily y Daniel serían los protagonistas de la pista de baile.

A diferencia de Brandon, ella se detuvo, y Johnny la imitó. Se fue aproximando la mano a la boca poco a poco hasta cubrírsela, impresionada, pero también emocionada; las comisuras de los labios levantándose detrás lo evidenciaba. El disfrute, tanto de Emily como de Daniel, se reflejaba en sus movimientos y expresiones. Todo aquel que los rodeaba los animaba con aplausos, gritos y silbidos.

De reojo, Lydia percibió como Johnny se acercaba a su oído, y se estremeció.

—En un hipotético caso donde mis amigos y yo hacemos karaoke de Metallica cuando el bobo y la chica terminen de bailar, ¿nos verías?

—Primero, no es un bobo. Segundo, no me gusta Metallica. —El rubio iba a escandalizarse, pero la mirada felina y palabras siguientes acallaron su boca y su mente—: Pero quisiera verte intentando hacerme cambiar de opinión.

La voz de la joven Lydia hizo eco en su habitación.

Johnny Lawrence estaba acostado en su cama, con un brazo detrás de su cabeza y el otro sobre su estómago, mientras contemplaba el techo. La sábana lo arropaba hasta la cintura.

En medio de la tormenta eléctrica nocturna, él también pensaba en ella.











N/A

HOLAAA

No tenía planeado que hubiera tanta química en el flashback 😀 ahora entiendo cuando escritores dicen que a veces los personajes se manejan solos. Les tengo que confesar que la relación de Jydia iba a ser un situationship, pero Liz y yo terminamos haciendo cambios 🫣

Hablando de freaklowden, Brandon Whitemore es un oc suyo. Apareció en el primer capítulo de Sweeter than Fiction y será un personaje importante en su próximo fic de Hawk ;);););) sip, creamos nuestro propio universo de Karate Kid-Cobra Kai 🤑 así que les aconsejo que la sigan ijijij 💓 VA A ESTAR BUENÍSIMA

Pronto voy a subir en TikTok un edit que hizo Liz. Usó Lovestruck de Taylor Swift porque la relaciona con Jydia. Por eso el título del cap 🙂‍↕️ GRACIAS MI LIZZIE. Allá mi user es retrokirkhan

Los outfits de Jydia en este cap son en honor a este dibujo que me hizo otra de mis besties, Mileidy_Blanco:

POR ÚLTIMO, QUÉ LES PARECIÓ? Cuál fue su parte favorita?

Gracias por su tiempo 💟

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