01: Karate is poison.

—¿Patricia Moore?

Carmen Díaz alzó la vista de la lista de espera, en busca de su próxima paciente. Sonrió con dulzura cuando una señora rechoncha, de estatura baja y que rondaba los sesenta años se levantó de su asiento. Carmen luego pegó la espalda a la puerta para que pudiera ingresar por ella con libertad.

—¿Cómo ha seguido? —trajo a colación la joven mujer ecuatoriana mientras caminaba por un pasillo con Patricia detrás, hacia donde Carmen miró por un momento bajo la intención de ser cortés. El contacto visual era importante.

Patricia, sintiéndose lenta ante la mirada de quien la atendería, aligeró el paso hasta quedar a su lado derecho. La orden médica que había entregado en la recepción treinta minutos atrás exhortaba una placa radiográfica de su abdomen.

—Hoy en la mañana me costó levantarme de la cama. El dolor estaba insoportable.

El semblante de la radióloga se suavizó en lástima y dio un asentimiento de comprensión.

—¿Tiene a alguien que la cuide en casa?

La señora Moore suspiró con una sonrisa desanimada.

—No. Enviudé hace unos meses y mis hijos han sido un poco ausentes desde entonces.

Qué difícil fue no abrazarla en ese momento.

No entendía cómo podían dejarla sola en circunstancias tan pesimistas como esas. ¿Siquiera tenían conocimiento de que no estaba bien de salud? ¿Tal vez era Patricia la mala madre? Porque ella amaba a la suya. A veces, a la hora de dormir, se imaginaba una vida sin Rosa Díaz, sin su apoyo, su cariño, sus ocurrencias —las cuales iban más allá de su generación—, su comida, y lloraba. Si algo así llegara a ocurrirle, movería cielo y tierra para cuidarla. Rosa era su mamá, pero también su bebé. No le cabía en la cabeza que existieran personas así de desconsideradas.

Abrió la segunda puerta del día, manteniendo su mano libre —ya que la otra sostenía el tablero de la lista de espera— en el picaporte, para priorizar a su paciente.

—Lamento oír eso. Haya lo que haya en su abdomen, lucharemos contra ello junto a usted.

La señora Moore se puso las manos en el pecho y los ojos claros le brillaron. Sabía Dios y hacía cuánto tiempo no cobraban vida.

—Gracias, señorita Díaz. Qué bonita es.

La técnica radióloga volvió a sonreír, cálida, y ladeó la cabeza hacia el interior de la nueva estancia para que entrara primero. Patricia se sentó en una silla por pedido de ella, ya que ahora le tocaba colocarse guantes y extraer una bata sanitaria de una caja.

—Señora Moore, para que los Rayos-X nos den una imagen clara, no pueden haber botones, cremalleras, prendas ni tela pesada de por medio. Sustituya su ropa por esta bata detrás de esa cortina. —Señaló la cortina con su dedo índice, entregándole la bata a la vez. Patricia la escuchaba con atención—. Si surge alguna molestia, no dude en llamarme.

Siguió las instrucciones sin problema. No obstante, comenzar a despojarse de su atuendo actual no la detuvo de continuar la conversación.

—¿Tiene hijos? Disculpe si me estoy entrometiendo en su vida. Es que me parece muy maternal.

Carmen sonrió halagada, y aun consciente de que su paciente no la miraba, negó con la cabeza.

—No se está entrometiendo —calmó—. Tengo un chico de dieciséis. —Ahí venía. Le mencionaban a Miguel y soñaba despierta—. No sé qué hice para merecerlo. Es un buen hijo, nieto, amigo, novio, estudiante. ¡Hasta ganó un torneo de karate el diciembre pasado! Yo que tan debilucho lo veía.

Una risilla se apoderó de la boca de la señora Moore. El profesionalismo había pasado a segundo plano, veía. No conocía al adolescente, pero el regocijo de su mamá bastaba para que le cayera bien.

—¿El All Valley sigue operando? —La ecuatoriana respondió con un «mjm»—. Wow. Recuerdo cuando empecé a ejercer como maestra de Matemáticas en la West Valley en los ochenta. El karate era todo un fenómeno aquí en El Valle. Enhorabuena por su niño.

Enhorabuena, en efecto.

Miggy era su mayor orgullo. Le agradecía a Dios por su vida en cada oportunidad.

—Quizás le haya dado clases al sensei de Miguel. ¿Johnny Lawrence le suena?

—¿¡Johnny Lawrence!? —El chillido sobresaltó a Carmen, y se sobresaltó aun más, impulsándola incluso a retroceder un paso, cuando Patricia asomó su cabeza por el hueco de la cortina que ella misma había creado—. ¿¡El rubio rompecorazones!?

—... ¿Sí?

—¡Ay, creo que se me ha curado el abdomen! ¡Qué alegría volver a escuchar de él! —Regresó a su lugar y deber—. Yo me pasaba regañándolo, a él y a sus amigos. Ya sabes, siendo una jovencita, tenía que ser dura con los estudiantes para que me tomaran en serio. Alborotaban mucho en el almuerzo y en los pasillos, durante las lecciones. Así fue como nos conocimos. No fui su maestra. —Exhaló un suspiro rápido y de incredulidad, pero de la buena—. Dígame, ¿cómo está ese chico?

La radióloga, todavía impresionada por su reacción —aunque satisfecha porque su paciente tenía algo de qué alegrarse—, no supo qué contestar. El Johnny de Patricia no se parecía a su Johnny; ni siquiera en la parte de rompecorazones. Sí había supuesto que también era atractivo en su juventud, sin embargo.

Además de que sus interacciones con él solían sentirse incómodas, ninguna mujer había ido a su casa en el tiempo que llevaban siendo vecinos, a excepción de la mamá de su hijo; Shannon. Al menos, eso creía, porque se esperaba cualquier cosa de un hombre reservado.

—Miguel lo ama como a un padre.

¿Qué más iba a decir? ¿Que bebía mucho alcohol, se alimentaba mal y ahora era un pobretón de Reseda? Su ilusión terminaría arruinándose.

—¿Está casado?

—No. Tengo entendido que nunca se ha casado.

Aw. Pensé que el tiempo lo reconciliaría con Lydia.

Lydia fue lo último que se habló en cuanto a Johnny se refería.

Tras salir de la cortina ya cambiada y solo con calcetines, Carmen se acercó para acomodarle los bordes inferiores de la bata. Le tendió unas gafas de protección y le indicó entonces que se parara frente a la máquina correspondiente. Callada y quieta, Patricia separó un poco sus cuatro extremidades del resto de su cuerpo, y el protocolo de radiografía finalmente dio inicio.

La técnica radióloga —bastante lejos de la escena— estudiaba las imágenes que aparecían en la pantalla de la computadora cuando tocaron la puerta. Carmen desvió la vista hacia esta misma con extrañeza.

Una sesión nunca se interrumpía.

—Señora Moore, vuelvo enseguida.

La joven mujer se encontró con la secretaria de la oficina y una compañera de trabajo al otro lado. La segunda aprovechó para ingresar en silencio y cerrar.

—¿Qué está sucediendo?

—Díaz, Lane te cubrirá a partir de ahora...

No le gustó su postura de tener todo bajo control, ni su cara de ocultar secretos, ni su tono de malas noticias. Fue por ello que la cortó:

—¿Es Miguel? ¿Peleó en la escuela?

No sería la primera vez que se involucraba en una pelea fuera de su dojo. Ya estaba cansándola.

—Sí. El director escolar llamó a la recepción. Pero eso no es todo.

Carmen unió las manos en un puño y lo acercó a su boca.

—¿Mi hijo está bien?

Se lamentó con un gemido al no recibir una respuesta inmediata. Las manos de la secretaria Weisz tomaron su puño y lo apretaron.

—Carmen, cariño, tu hijo se ha caído de un segundo piso. La ambulancia viene en camino.

Se soltó de Weisz con brusquedad y las piernas le flaquearon. Se tuvo que aguantar de la pared a su derecha con tal de no rozar el suelo.

—Miguel —susurró, con el aliento entre agitado y débil, y ahora sujetándose el pecho.

Su corazón bombeó una única vez, amortiguando cualquier otro sonido.

Mi Miggy.

Volvió a bombear lento, pero fuerte.

Debía recomponerse por él.

Se enderezó y empezó a correr a la salida de la oficina. No le importaron, en lo absoluto, las miradas confusas ni los jadeos de sorpresa de aquellos que esperaban por su turno: incluso ignoró el elevador abierto y optó por descender las escaleras.

Mientras más avanzaba, tropezándose con sus propios pies, más sollozaba. Intentaba reprimirlo, pero se encontraba incapaz. Le rogaba a Dios no te lo lleves, no te lo lleves, no te lo lleves en su mente, porque su voz carecía de determinación. El cuerpo entero le temblaba.

Llegó a la sala de emergencias, y al mismo tiempo que ella, una camilla; con dos paramédicos, uno en cada costado, en la entrada de West Valley General Hospital.

Se tapó la boca al reconocer, incluso en la distancia, su cabello oscuro. Ya no tenía el «look» que le halagó en la mañana, y los zapatos deportivos que le había comprado el fin de semana pasado para que los luciera ese día, en el nuevo comienzo de clases, estaban con los cordones sueltos.

—¡Miguel! —Sintió su garganta desgarrarse, mas no se escuchaba a sí misma. Tal vez ni siquiera articulaba las palabras correctas. Ella misma se había convertido en un eco—. ¡Estarás bien! ¡Mamita está aquí!

Cuando la camilla pasó delante de ella, directo a la sala de operaciones, logró acariciar los dedos muertos de su hijo.

Fue el rostro amoratado, cortado y ensangrentado, la inconsciencia, lo que detonó la decisión de Carmen Díaz.

El karate era veneno.

Necesitaría a un abogado que lo demostrara.











N/A

cómo amo esta historiA

Cuál fue su parte favorita del capítulo???

A mí me encantó el personaje de Miss Moore ❤️ tengan por seguro que volverá a aparecer

Le hice una mini entrevista a mi tía radióloga (que casualmente también se llama Carmen) para no escribir un disparate, aunque hubo cosas que omití porque no supe narrarlas y no me quería bloquear, o cosas que añadí porque me parecieron lógicas (?

MENCIÓN A MI BEBÉ LYDIAAA, QUÉ CREEN QUE HAYA PASADO ENTRE ELLA Y JOHNNY QUE NECESITE RECONCILIACIÓN? AJAJAJAJAJAAJJAJSJS
YA QUIERO FLASHBACKS Y REENCUENTRO

OJO A ESE FINAL Y A LA SINOPSIS

Gracias por leer 💌

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