Capítulo 6

Varios días habían pasado desde aquel sueño de Natalia. Siguieron recorriendo mundos cercanos en busca de alguna pista sobre Sora, pero sin éxito.

Esa tarde Riku iba al volante de la nave gummi, concentrado en el firmamento que se extendía ante ellos. El resto del equipo descansaba en la cabina.

Fue entonces que Honey avistó algo peculiar a lo lejos—. ¡Oigan miren! ¿Ven eso?

Todos se asomaron a la ventanilla. Un planeta oscuro surgía en la lejanía, decorado con extraños ornamentos en brillantes colores.

Sobre todo resaltaba un gran cráneo que parecía guiarlos—. Vaya, qué mundo más raro —comentó GoGo arqueando una ceja.

—¿Deberíamos investigar? Podría estar relacionado con Sora —sugirió Wasabi.

—No perdemos nada con echar un vistazo —concordó Riku dando un giro hacia allí.

Natalia observó el planeta con curiosidad mezclada de esperanza. Quizá ahí hallarían alguna pista.

Al abordar el planeta, todo se volvió borroso para Natalia. Rememoró brevemente una luz cegadora y luego... oscuridad.

Cuando despertó lentamente, pestañeó confusa. Sus ojos se encontraron rodeados de pétalos naranjas esparcidos sobre el suelo.

Se incorporó aturdida, sintiendo la cabeza algo pesada. Se levantó despacio y notó que había... ¿¡esqueletos caminando!?

—¿Qué?... —miró alrededor, notando que estaba en un enorme puente hecho de pétalos naranjas—. Ah... ¿¡Chicos!? ¡¿dónde están!? —los buscó con la mirada.

Nat empezó a retroceder super aterrada, hasta que sintió el cuerpo del alguien y a voltear, se reencontró con Wasabi, sin embargo... estaba muy diferente. Su amigo se había transfigurado en un esqueleto—. ¡AAAAAAAAAAAAH! —gritó la chica.

—¡AAAAAAH! —gritó Wasabi retrocediendo asustado al verla.

—¡No me hagas daño esqueleto! —chilló Nat cubriéndose el rostro.

—¡Soy yo, Wasabi! —exclamó agitando los brazos, mandíbula desencajada.

Se miraron boquiabiertos, jadeando—. ¿P-pero qué nos pasó? —tartamudeó ella.

—¡Ni idea! Cuando desperté ya estaba así. Esto es el colmo del terror —gimoteó su amigo.

Natalia poco a poco fue tranquilizándose—. Cálmate, no es para tanto.

Observaron a su alrededor, esqueletos deambulaban por doquier—. Busquemos a los otros, quizá sepan algo —sugirió Wasabi.

Asintió decidida. Era la única forma de resolver ese misterio. Caminaron entre la multitud incrédula, llamando a sus amigos desapercibidos.

—¡Riku! ¡Honey! ¿Dónde están?

Luego de recorrer aquel singular escenario porfiadamente, por fin avistaron al resto del equipo.

—¡Chicos, aquí están! —gritó Honey agitando sus huesudas manos.

Se reunieron aliviados—. Parece que a todos nos afectó lo mismo —señaló Hiro examinándose.

Fue entonces que Riku divisó algo inusual entre la multitud—. Oigan miren... ¿acaso son...?

Giraron la vista encontrándose con una extravagante visión. Entre tantos esqueletos grises, resaltaban dos figuras deslumbrantes: Goofy y Donald en todo su colorido esplendor.

—¡Cómo es posible...! —exclamó Wasabi boquiabierto.

Goofy los vio y fue corriendo tras ellos—. ¡Aquí estaban! Estábamos buscándolos por todas partes.

—Goofy, Donald, estábamos igual de preocupados. ¿Pero cómo es que ustedes no se transformaron? —preguntó Wasabi señalando el singular aspecto de ambos.

—¡Hyuck! Nosotros solo despertamos así cuando llegamos —rió Goofy despreocupado.

—Bah, este lugar tiene magia extraña —refunfuñó Donald—. Pero lo importante es que estamos juntos de nuevo.

—Tienes razón —asintió Riku pensativo—. Ahora debemos averiguar el motivo de todo esto y cómo regresar a la normalidad.

—Oye Goofy, ¿viste a Sora por aquí? —inquirió de pronto Natalia, impulsada por la esperanza.

—Lo lamento, aún no hemos sabido nada de él —se disculpó el perro entristecido.

Hizo un mohín pesarosa. Pero había que continuar investigando.

—Bien... será mejor que crucemos el puente —dijo GoGo, empezando a andar.

El grupo asintió y emprendió camino tras GoGo, cruzando el largo puente de pétalos naranjas.

La imponente estructura ósea que dominaba el panorama continuaba inquietando a Riku. Había algo más detrás de esa magia.

—Natalia, ¿has tenido alguna otra visión relacionada a este lugar? —le preguntó intentando descifrarlo.

Ella negó con la cabeza—. No, es la primera vez que veo este mundo. Pero me da la sensación de haber estado aquí antes...

—Continuaremos explorando, quizá encontremos algo —la animó Honey apoyando su huesuda mano en el hombro de su amiga. 

Así siguieron avanzando en silencio, expectantes ante lo desconocido que los aguardaba más allá. La clave para resolver el misterio estaba ahí, sólo debían hallarla.

Iban conversando tranquilamente cuando de pronto todos se detuvieron boquiabiertos. Sobre el horizonte se erguía lo más extraordinario que jamás hubieran visto.

Una enorme y vibrante ciudad se alzaba ante ellos, envuelta en un aura mágica que la impregnaba de matices púrpuras y anaranjados. Diferentes construcciones óseas se alzaban majestuosas hasta el cielo.

—Increíble...es hermosísima —susurró Natalia extasiada. Los demás solo atinaron a asentir, hipnotizados.

—Bienvenidos a la Tierra de los Muertos —dijo una grave voz a sus espaldas.

Sorprendidos, se dieron la vuelta encontrándose con un elegante esqueleto de traje. Les dedicó una cordial sonrisa.

–¿T-tierra de los qué? —tartamudeó Natalia.

—Disculpen, no quisimos asustarlos —dijo el esqueleto amablemente—. Bienvenidos a la Tierra de los Muertos.

—Eeeh, gracias —articuló Wasabi azorado.

—Podrían decirme la causa de su deceso, para registrarlos. Son nuevos residentes después de todo.

Todos intercambiaron miradas nerviosas. Entonces Riku tomó la palabra:

—Verá oficial, fallecimos de formas muy...peculiares. Mi amigo aquí murió atragantado con una galleta —señaló a Hiro.

—¡Y él murió haciendo pompas de jabón gigantescas que reventó en su cara! —apuntó a GoGo entre risas forzadas.

Así fueron inventando causas cada vez más ridículas. El oficial los veía escéptico.

—Comprendo...bueno, no juzgo cómo llegaron. Solo regístrense y diviértanse! —se despidió retirándose.

Soltaron un suspiro aliviado—. Eso estuvo cerca —murmuró Riku.

—Sí... —suspiró Natalia.

Kairi miró al resto—. Espera, ¿cómo que nos tenemos que registrar? Es imposible. No estamos muertos, solamente estamos... disfrazados por así decirlo.

—No te preocupes, Kairi. Ya veremos que hacer. Además, visualmente nadie sospechara de nosotros —argumentó Riku—. Bueno, vayamos a registrarnos... si es que todo salga bien.

Natalia asintió fingiendo tranquilidad, aunque por dentro estaba igual de inquieta que los demás.

Siguieron a Riku hasta un imponente oficina donde se realizaban los trámites. Una larga fila de difuntos aguardaba su turno.

—¿Y ahora qué? No podemos registrarnos así como así —susurró Honey preocupada.

—Ya veré cómo salgo de esta —respondió Riku con confianza—. Sólo síganme la corriente.

Llegó su turno. Tras explicar convincentemente su coartada, el funcionario revisó los registros falsos.

—Lo siento, pero no podré dejarlos salir —comentó el señor.

Intercambiaron miradas nerviosas. La situación se complicaba más de lo deseado.

—¿Qué? ¿Cómo qué no? —balbuceó Wasabi.

—Oh, que lastima... eh... ¡Corran por sus vidas! —gritó Riku emprendiendo fuga a toda velocidad, seguido por el resto.

Los oficiales emprendieron persecución tras ellos, agitando sus hoces amenazadoramente.

—¡Separémonos, será más difícil atraparnos así! —indicó Natalia torciendo en una esquina.

Los demás tomaron rutas distintas. Riku se escabulló por callejones con agilidad, esquivando cada amenaza.

—¡Alto ahí, fugitivo! —bramó un oficial alcanzándolo.

Riku rápido como un rayo, le propinó una patada derribándolo. Tomó ventaja y continuó huyendo.

Recorrió la ciudad presa del pánico, pero manteniendo la sangre fría. Pronto logró despistarlos a todos. Ahora debían pensar de cómo reencontrarse con sus amigos.

Jadeando, Riku se detuvo tras de una estatua para descansar. Observó a su alrededor con cautela, comprobando que ya no lo seguían.

—Rayos, esto se complicó —murmuró frustrado. Lo importante ahora era reunirse con los demás para pensar un plan.

Salió de su escondite y empezó a caminar por las calles, atento a cualquier señal de sus compañeros.

—¡Goofy, Donald, chicos, si me escuchan respondan! —llamó en voz baja.

Pasaron algunos minutos de tensa búsqueda hasta que distinguió una voz familiar:

—¡Riku, aquí estamos! —se volvió y vio a Honey agitando los brazos desde un callejón. Suspiró aliviado.

—Menos mal los encontré. ¿Dónde están los demás? —preguntó acercándose. Ahora debían actuar con prontitud.

—No lo sé, deberían que estar por aquí... —dijo Honey con pensar—. Ay, Riku. Esto va a ser tú culpa si nos meten a la cárcel —lo regañó.

—Lo sé, lo siento —se disculpó Riku apesadumbrado—. Fue una idea tonta tratar de engañarlos, sólo complicó más las cosas.

—No te mortifiques, ya encontraremos la forma de resolver esto —lo consoló Honey dándole unas palmaditas en el hombro.

—Gracias Honey, eres la voz de la razón. Ahora veamos... —miró a su alrededor pensativo—. Si los demás corrieron como nosotros, no deben estar lejos. Vayamos por aquí.

Reanudaron la búsqueda con cautela, asomándose a cada rincón en busca de señales de sus amigos. De pronto Riku se detuvo en seco.

—¿Oíste eso? —susurró aguzando el oído. Un quejido provenía de un callejón.

Se acercaron sigilosos y vieron a GoGo sujetándose el brazo—. ¡Chicos, por fin los encontré! —exclamó aliviada.

—GoGo, ¿estás bien? —se apresuró Honey a asistirla. Debían darse prisa en reunir al grupo.

—Sí, tranquila. Sólo que... —le mostró su brazo huesudo despegado—. Se me cayó cuando me caí mientras me caía, jajaja.

Riku y Honey se quedaron mudos de impresión ante la visión.

—¡GoGo, tu brazo! —exclamó Honey con la mandíbula desencajada.

—Tranquilos, ya lo volveré a poner —dijo como si nada la chica esqueleto—. Ayúdenme —les tendió el huesudo miembro.

Con mucho cuidado, entre Honey y Riku acomodaron el brazo en su lugar. GoGo lo movió satisfecha.

—Bueno, averigüemos qué otros desastres les pasaron a los demás —suspiró Riku poniéndose de pie.

Reanudaron la búsqueda. Era cuestión de tiempo encontrar a Hiro, Wasabi y los demás. Sólo esperaba no encontrarse otro espectáculo similar.

—Vamos, debemos hallarlos antes de que se metan en más líos —apremió Riku trotando junto a Honey y GoGo.

Recorrieron varias calles escrutando cada rincón, cuando de pronto escucharon voces familiares quejándose en un callejón.

—¡Chicos, por aquí! —señaló Honey corriendo hacia allí.

Dentro encontraron a Fred y Wasabi en el suelo, lamentándose. Sus huesos parecían haberse mezclado.

—¡Por las estrellas, qué les pasó! —exclamó Riku al borde del colapso.

—No fue nuestra culpa, tropezamos en la huida y terminamos así —se quejó Wasabi.

—Pero no se preocupen, los huesos míos y el Wasabi no son para nada parecidos. Pueden arreglarnos sin problema —habló Fred despreocupado.

—Ya veo... bueno, vamos a la obra —finalizó Riku.

Con sumo cuidado los desenmarañaron, provocando quejas y crujios. Al fin lograron separarlos.

—Ya casi estamos todos, menos mal —suspiró GoGo—. Ahora sigamos buscando al resto y pensemos cómo escapar antes que nos arresten.

Riku asintió. Emprendiendo a buscar a los demás.

Finalmente Riku y los demás divisaron a Natalia y Kairi mirando a su alrededor ansiosas.

—Chicas, que alivio encontrarlas —dijo Honey acercándose—. ¿Han visto a Hiro o los otros?

—No, no están en ninguna parte de la plaza... —respondió Nat.

—¿¡Qué!? —exclamó Riku sorprendido—. Eso es imposible...

Una expresión de preocupación cruzó el rostro de las chicas.

—Rayos, se han de haber perdido en esta enorme ciudad —maldijo GoGo pateando el suelo.

—No ganaremos nada alterándonos —dijo Riku tratando de pensar con claridad—. Vayamos por partes. Ustedes dos registren por ahí, nosotros continuaremos buscando por acá. El primero que los hallemos avisa.

Todos asintieron y se dispersaron raudos.

🌊

Mientras tanto, Hiro caminaba consternado junto a Donald y Goofy. Llevaban horas perdidos en aquella extraña ciudad.

—Rayos, los demás deben estar buscándonos como locos —murmuró angustiado.

—¡Hyuck! No te preocupes, estaremos bien —lo tranquilizó Goofy.

En eso divisaron algo que les devolvió la esperanza: un peculiar transporte se acercaba.

—¡Oigan miren, es nuestra salvación! —señaló Donald corriendo hacia él.

Subieron rápido y vieron varios esqueletos más a bordo. Hiro caminó sin fijarse y chocó con alguien.

—¡Ah! L-lo siento, no me fije —se disculpó.

—¿Mmh? —se volteó. Era un "esqueleto" más joven que él. Traía una chamarra con capucha roja—. No te preocupes

El chico se fijó en Donald y Goofy, sorprendiéndose.

—¡Wow! ¿Son tus alebrijes?

—¿Ale- qué?

—Alebrijes, tus animales espirituales. Los que te acompañan a tu viaje en Mictlan —comentó él.

—Aaah... ¿Ok? —se apartó Hiro un poco y fingió toser—. Oye, una pregunta. ¿De por casualidad viste a un chico más alto que yo, con cabello castaño puntiagudo por aquí?

—No. Lo siento —dijo él—. Ah, ¿cómo se llaman? Yo soy Miguel —se presentó amablemente—. ¿Son nuevos por aquí? Parecen perdidos.

—Así es, nos separamos de nuestros amigos —explicó Hiro—. Y Mucho gusto Miguel —saludó estrechando su esquelética mano—. Mi nombre es Hiro y ellos son Donald y Goofy.

—¡Hyuck! Que lugar más extraño este —rió Goofy despreocupado como siempre.

—Sí, la Tierra de los Muertos puede ser abrumadora al principio —asintió Miguel comprensivo—. Pero no teman, les ayudaré a encontrar a sus amigos. ¿Cómo son? Tal vez los haya visto.

—Son un montón. Bueno, uno de ellos es una chica de cabello naranja y ojos azules —recordó Hiro—. También una que es alta con el cabello rubio miel y siempre está acompañada por una chica de pelo negro.

—Uy, siento decirte que no las reconozco a ninguna de ellas —se disculpó, hasta que entre la gente, apareció un esqueleto con ropas desgastadas.

—Chamaco, ¿con quién hablas? Te dije que no te alejaras de mí.

Miguel volvió la mirada y sonrió—. Hola Hector, lo siento. Hice unos nuevos amigos.

Héctor dirigió su mirada hacía los tres—. Vaya, eres muy rápido haciendo amigos. ¿Cómo se llaman ustedes?

—Hola señor Héctor, soy Hiro. Y ellos son Donald y Goofy, mis... dos animales espirituales. Nos hemos perdido de nuestros amigos y Miguel amablemente se ofreció a ayudarnos.

—¡Bah, no me digas señor! Sólo Héctor —replicó el esqueleto afable—. Veo que este chico ya los está ayudando, pero siento decirte que tenemos algo pendiente que hacer.

—¿Qué cosa? —cuestionó Hiro.

—Yo y Miguel tenemos que ir a la plaza para participar en un concurso de talentos —explicó Héctor—. ¿Quieren acompañarnos?

—¡Sí! Puede que ahí encontremos a los demás —pensó Goofy.

—Tienes razón. Vayamos hasta allá entonces —habló Hiro.

Llegaron pronto a un gran plaza donde se desarrollaba el evento. Bajaron observando con atención entre la multitud.

Héctor acompañó a Miguel a inscribirse al concurso. Luego de unos minutos Héctor y Miguel estaban ensayando.

—A ver niño, si quieres ganar y conseguir el boleto de entrada para conocer a tu tatarabuelo. Debes que reunir valentía y echar tu mejor grito de Mariachi. Así, fijate —Héctor echo su mejor grito—. ¿Ves? Inténtalo tú.

—Aah... ¿de verdad creen que pueda hacerlo? —balbuceó Miguel.

—¡Yo digo que sí! Eres músico, ¿no? —sonrió Hiro.

—Ok... lo intentaré...

Pronto, la presentadora llamó a Miguel y éste subió rápido al escenario.

Ya era el turno de Miguel. Subió al escenario con nerviosismo, sosteniendo su guitarra. La gente comenzó a silbar y abuchear impaciente.

Tomó aire y miró a Héctor entre la multitud, quien le hizo una seña de apoyo. De pronto sus amigos nuevos, Hiro, Donald y Goofy le gritaron cosas como "¡Ánimo Miguel!" y "¡Tú puedes!". Se sintió impulsado.

La música comenzó y Miguel empezó a cantar con toda el alma. Su voz resonó por todo el lugar, emocionando al público. Al terminar, recibió una fuerte ovación. Se sentía eufórico, sus amigos le habían dado el empujón que necesitaba.

Bajó corriendo a saludarlos—. ¡Lo logré gracias a ustedes! —dijo abrazando a Hiro y compañía. Sin embargo, logró observar que un alebrije con cuerpo de león con alas estaba cerca del escenario acompañado por una mujer de vestido morado hablando con un encargado.

—Oh, oh...

—Miguel, ¿qué pasa? —preguntó Hiro alarmado por su reacción.

El chico apuntó con mano temblorosa—. Y-yo... no puedo decirlo... no puedo —musitó angustiado.

Hiro dirigió la mirada hacia donde indicaba y admiró absorto al impresionante animal espiritual.

—Será mejor no llamar la atención —sugirió Miguel tragando saliva—. N-no deben encontrarme... Ven conmigo.

Miguel lo tomó de la mano rápido y se lo llevo corriendo, Goofy poco después se dio cuenta que ambos adolescentes se estaban alejando.

—¡C-chicos! ¡Esperen! —los siguió alarmado, seguido por Donald.

—Miguel, ¿nos siguen? —preguntó Hiro jadeando mientras corrían.

El chico echó un vistazo por encima de su hombro—. ¡No, perdimos su rastro! —gritó aliviado—. Por aquí, hay un lugar seguro.

Doblaron una esquina y se detuvieron frente a una puerta. Miguel la abrió de prisa y los hizo pasar.

—Quedense aquí hasta que pase el peligro —pidió cerrando con llave.

—Disculpa amigo, pero estamos muy confundidos. ¿Quiénes eran esas personas y por qué te perseguían? —quiso saber Hiro.

Miguel suspiró agobiado—. Verán, yo... no debería estar aquí. Soy... vivo.

Al escuchar aquello, Hiro y los otros intercambiaron miradas de estupefacción sin comprender nada. Pero confiaban en su nuevo amigo, y esperarían una explicación.

—¿Quéee? —dijeron los tres.

—¿Vivo? A ver, explícate Miguel —ordenó Hiro.

—Es una larga historia: robé la guitarra de mi tatarabuelo llamado Ernesto de la Cruz, él fue antiguamente un famoso cantante cuando estaba vivo. Pasó que cuando toque la guitarra, terminé aquí en la Tierra de los Muertos y justamente me encontré con mi familia. Si viste a la mujer de vestido morado, pues ella es mi tatarabuela y se llama Imelda —relato Miguel—. Sé suponía que YO debía que aceptar su bendición para volver a la Tierra de los vivos, pero por causa de una condición la desobedeci y aquí ando con ustedes.

—Vaya... nunca había escuchado una historia como esa —dijo Hiro atónito—. Pero si quieres volver a casa, debes cumplir lo que te pidió tu familia ¿no?

—Así es —asintió Miguel desanimado—. Pero no quiero... ellos quieren que deje de cantar y tocar música. ¿Pueden ayudarme a ir a la fiesta de Ernesto?

—Sí. No te preocupes, te ayudaremos —intervino Goofy con su optimismo—. Y creo que ya sé cómo.

—¿Ah sí? Escucho ideas —se animó Miguel. Goofy procedió a explicarle su descabellado plan.

—No sé si funcione, pero vale intentarlo —decidió Hiro después de meditarlo—. Lo primero será conseguir esa bendición cueste lo que cueste.

—Gracias chicos, son los mejores amigos que he hecho aquí —sonrió Miguel—. Vamos allá, haremos todo lo posible por volver a casa sano y salvo.

Con renovadas fuerzas, el cuarteto emprendió su siguiente misión. Hiro confiaba ciegamente en que todo saldría bien.

De pronto, al doblar una esquina una masa oscura se abalanzó sobre ellos.

—¡AAAAH, QUÉ SON ESO! —gritó Miguel aterrado.

—No temas, déjamelo a mí —dijo Hiro blandiendo su keyblade—. Son sincorazones, criaturas que capturan corazones. ¡Prepárense, Donald, Goofy!

Confiando en su nuevo amigo, Miguel observó asombrado cómo luchaba contra los monstruos. Sus golpes eran ágiles y precisos, acababa con varios de un solo movimiento.

Donald y Goofy le apoyaban realizando poderosos hechizos. Pronto los derrotaron a todos.

—Increíble... —musitó Miguel sin salir de su asombro. Hiro le dirigió una sonrisa tranquilizadora.

—Ya ahora estamos a salvo. Vayamos con cuidado —advirtió guardando su arma.

Miguel asintió en silencio, sintiendo una extraña conexión con ese valiente chico de otro mundo. Confiaba plenamente en él para regresar a casa. Y en algo dentro suyo hizo "clic".

—Eres increíble, Hiro —dijo Miguel con sincera admiración—. Jamás había visto a alguien luchar así.

—Solo hago lo que puedo para ayudar —respondió el aludido con modestia.

—Bueno chicos, continuemos con el plan —apremió Goofy entusiasmado—. ¡Vamos por esa bendición!

Asintiendo, el grupo reanudó la marcha. Pronto avistaron la Mansión de Ernesto de la Cruz.

—Wow... —dijeron los cuatro.

—Es enorme... —vaciló Hiro.

—Sí. ¡Vamos! ¿¡Qué esperamos!? —sonrió Miguel y corrió hacia ahí.

La plaza estaba llena de esqueletos divirtiéndose y bailando. Era una vibra sumamente maravillosa y colorida.

Miguel caminaba entre la multitud buscando ansioso a Ernesto de la Cruz. Al fin lo divisó entrando a la mansión, hablando amablemente con sus invitados.

—¡Señor Ernesto, espere! —gritó agitando los brazos. Pero el ruido era ensordecedor y no logró llamar su atención—. Rayos, no me ve... —musitó frustrado. Se le ocurrió una idea—. Ven Hiro, entremos con él.

Sin pensarlo dos veces se abrió paso entre la gente, seguido de cerca por Hiro. Dentro la fiesta estaba en toda su plenitud.

—Oye Goofy, ¿en dónde se metieron Hiro y Miguel? —preguntó Donald volteando a todos lados.

—¡Ay no, parece que los perdí de vista! —exclamó Goofy sonriendo apenado—. Los estábamos siguiendo y de pronto ¡puff! Desaparecieron.

—¡Cómo que los perdiste! —Donald lo regañó dándole un coscorrón—. Ahora tendremos que buscarlos entre tanta gente. Vamos, hay que encontrarlos pronto.

Así comenzaron a abrirse paso entre la multitud, llamando a sus amigos con preocupación creciente.

Miguel y Hiro entraron anonadados a la mansión. Dentro, el ambiente era completamente diferente a la fiesta de afuera.

Retumbaba música electrónica a todo volumen y había un enorme DJ en una tarima. Los esqueletos bailaban animadamente al ritmo de los beats, sacudiéndose sin parar.

—Whoa, esto sí que es una fiesta —exclamó Hiro desconcertado. No había visto nada igual.

Miguel observaba todo boquiabierto. Ese ambiente moderno contrastaba totalmente con la música de mariachi a la que estaba acostumbrado.

—Bueno, ¿algún plan para que hables con tu tatarabuelo, Miguel? —preguntó Hiro.

Éste negó nervioso, debía que pensar en algo rápido antes que el tiempo se acabe. En una de las pantallas grandes, pudo escuchar algo que le inspiró.

"¿Pero qué puedo hacer? Es imposible."

"Necesitas tener fe, hermana."

"Pero, Padre, él nunca me escucha."

"Él escuchará... la música."

Los ojos de Miguel se iluminaron. Tenía una buena idea.

—Hiro, sígueme —dijo corriendo hacía las escaleras del vestíbulo.

—Espera Miguel, ¿adónde vas? —preguntó Hiro siguiéndolo rápido.

El chico subió las amplias escaleras de mármol hasta llegar a una enorme terraza desde donde podía verse toda la zona de baile.

—Aquí arriba hay equipo de sonido —explicó corriendo hacia una cabina—. Si toco una canción, estoy seguro que Ernesto volverá su mirada hacia mí.

—Me gusta cómo piensas —sonrió Hiro dándole un pulgar arriba—. Toca con todo lo que tienes, captura su atención. Yo daré el visto bueno a la música.

Miguel asintió decidido. Tomó la guitarra y se conectó al sistema, respirando hondo. Hiro le hizo un gesto y presionó "play".

Entonces Miguel comenzó a tocar aquella canción que significaba tanto para él. Su melodía comenzó a resonar por toda la mansión...

La multitud se quedó plasmada la preciosa voz del muchacho, incluso él DJ apagó la música para oírlo.

Miguel comenzó a descender las escaleras mientras tocaba la guitarra—. Señoras y señores. Buenas tardes, buenas noches. Buenas tardes, buenas noches
Señoritas y señores.

El joven cantante fue bajando la escalinata con su melodiosa voz. La multitud escuchaba embelesada, incluso Ernesto de la Cruz se abrió paso entre la gente para ver de dónde provenía aquel maravilloso sonido.

Miguel siguió descendiendo poco a poco, sus ojos buscaron entre la multitud hasta toparse con la imponente figura de su tatarabuelo. Su mirada transmitía tanta pasión y sentimiento al cantar aquella canción, que pronto capturó la atención de todos.

Sin embargo, Miguel no se fijó que había una piscina enfrente de él y cayó al agua.

—¡Miguel! —gritó Hiro. Corrió hacia la piscina preocupado por su amigo.

Ernesto se asustó y se quito su sombrero para ir a rescatarlo. Se sumergió en el agua y nadó hacía el chico, sacándolo de la piscina.

Miguel tosió expulsando agua, su cuerpo temblaba presa del pánico. Éste a levantar la mirada hacia la multitud, todos se asombraron.

Su maquillaje de calavera se había desvanecido.

—Eres tú... ¡Él niño perdido en el que todos estaban hablando! —exclamó Ernesto sorprendido.

—A-ah... sí. —se sentó nervioso. Levantó su mirada hacía él esqueleto mariachi—. Por favor, debe escucharme. Soy Miguel, y tú eres mi tatarabuelo.

—¿Qué? ¿Tengo tatarabuelo? —se dijo a sí mismo.

Hiro pronto llegó hacía los dos, preocupado—. ¡Miguel! ¿Estás bien?

Miguel lo vio llegar y asintió—. Sí. Lo estoy —le sonrió a su amigo. Para luego volver a mirar al señor—. Necesito que me des tu bendición para volver a mi casa y ser músico igual a ti. El resto de mi familia no me escuchan... —continuó—. Esperaba que usted me escuche.

Ernesto le sonrío sintiendo empatia—. Por supuesto, con ese talento que tienes lo dudo. Tenemos muchísimo de qué hablar, pequeño —susurró ayudándolo a ponerse de pie—. Ven conmigo.

Así, con paso vacilante, Miguel siguió a su tatarabuelo en busca de respuestas. Rogaba que ese fuera el primer paso hacia su redención.

—Gracias por escucharme —dijo Miguel tímidamente—. Significa mucho para mí.

Ernesto le palmeó la espalda con calidez—. Tu talento habla por sí solo, muchacho. Ven, tomemos asiento en mi oficina.

Caminaron entre la multitud, que cuchicheaba sobre lo sucedido. Hiro se apresuró a alcanzarlos.

—Miguel, estás empapado. Permíteme que te ayude —ofreció quitándose la chaqueta para cubrirlo.

—Muchas gracias, Hiro —musitó sintiendo envidiable su apoyo.

Llegaron a un elegante estudio, donde Ernesto le pidió contar su historia. Miguel habló con el corazón en la mano, poniendo su alma en cada palabra. Su tatarabuelo escuchó conmovido.

—Tu pasión por la música es digna de admirar —dijo Ernesto—. Tienes mi más sincera bendición, Miguel. Eres todo un De La Cruz.

Él chico sonrió de alegría—. ¡Muchas gracias! Se lo agradezco.

—Disculpe... pero, ¿no le ibas a ayudar a él a regresar a la Tierra de los vivos? —intervino Hiro.

—Oh, cierto —Ernesto se levantó de su estudio y fue por un pétalo de cempasúchil. Se acercó hacia el adolescente—. Miguel, tienes mi bendición...

—¡Hicimos un trato, Ernesto! —irrumpió alguien entre las sombras. Traía prendas femeninas y con una preciosa corona de flores.

Ernesto lo miró confundido, cruzando sus brazos—.  ¿Quien eres tú? ¿Qué haces aquí?

El esqueleto salió de las sombras, con un gesto molesto.

—¡Aah, Frida! Creí que no ibas a venir —pensó Ernesto.

El esqueleto pronto se quito la peluca, y no, no era Frida Kahlo, ¡era Héctor!

—Dijiste que ibas a llevar mi foto, Miguel. ¡Lo prometiste!

—¿Conoces ese... tipo? —masculló Ernesto a Miguel.

—Sí, lo conocí hoy. Él me dijo que te conocía —confesó él muchacho.

Ernesto pronto lo reconoció, quedando atónito—. ¿Héctor?...

Hector se puso en cuclillas enfrente de Miguel—. Por favor, pon mi foto en tu ofrenda... —le mostró su foto, hasta que Ernesto se lo arrebató.

—¡Hey! ¡devuelve eso a Héctor! —ordenó Hiro molesto. Mas él no escuchó.

—Mmh... amigo, te están empezando a olvidar...

—¿Y la culpa es de quién!? —aulló Héctor enojado.

—Héctor, por favor... —retrocedió intentando calmarlo.

—¡Aquellas canciones eran mías! Fueron ellas que te volvieron famoso —incriminó Hector—. Estoy siendo olvidado porque nunca revelaste que yo era el autor.

Miguel y Hiro observaban la tensa situación con preocupación. ¿Qué estaba pasando?

—Pero, de la Cruz escribió todo esas canciones... —balbuceó Miguel confuso.

—¿Lo cuentas tú o lo cuento yo? —cuestionó Héctor desafiante.

—Héctor, yo nunca quise dejarte fuera. Tus canciones son buenas, pero moriste... —trató de explicar —. Y yo sólo canté tus canciones para mantener una parte de ti entre nosotros.

—Aah, que generosidad —dijo Héctor sarcástico.

—Entonces era cierto... —pensó Miguel para sí mismo.

Héctor suspiró, devastado—. No quiero discutir. Sólo quiero arreglar las cosas. Miguel volverá a su casa y dejará mi foto en la ofrenda para que yo pueda cruzar la puente. Quiero ver a mi hija, por favor... —suplicó—. Ernesto, ¿te acuerdas cuando partí?

—Eso pasó hace bastante tiempo... —recordó él.

—Bebimos juntos y tú me dijiste que moverías cielo y tierra... por ser mi amigo. Bueno, creo que es el momento indicado para esto.

Miguel se acercó a Héctor—. ¿Cielo y tierra? ¿Cómo en la película? Es lo dijo Don Hidalgo en el brindis.

—Niño, se trata de mi historia, no de la película —respondió él.

—¡No! Está ahí, ¡mira! —señaló una pantalla en la que estaba pasando justamente aquella escena de la película.

Héctor miró la película, sintiendo cómo su alma se helaba poco a poco. De pronto, todos los recuerdos borroneados regresaron a él con cruel claridad.

—Fuiste tú... —dijo temblando de rabia contenida—. Todo este tiempo... ¡FUÍSTE TÚ!

Sin poder contenerse más, se abalanzó contra Ernesto soltando un grito desgarrador. Comenzó a golpearlo con fuerza, consumido por la ira de décadas.

—¡ME TRAICIONASTE, ROBASTE MI MÚSICA Y TERMINASTE CON MI VIDA! —bramó desquiciado.

Miguel y Hiro lo sujetaron como pudieron, alarmados por su fuerza sobrenatural—. ¡Cálmate Héctor, por favor! —gritó el moreno forcejeando.

Pero Héctor seguía forcejeando para destrozar a quien tanto daño le hizo. Su alma dolida exigía justicia después de tanto tiempo.

—¡AAAH, AYUDA! ¡SEGURIDAD! —gritó Ernesto preso del "pánico".

La puerta se abrió de golpe y entraron dos grandes guardias esqueleto. Al ver la escena, rápidamente sujetaron a Héctor por los brazos, separándolo de Ernesto.

—¡Suéltenme! ¡No saben la verdad! —gritaba Héctor fuera de sí, forcejeando sin cesar—. ¡Él me asesinó!

—Lo siento señor, pero tendrá que acompañarnos —dijo uno de los guardias conteniéndolo.

—¡No, esperen! —exclamó Miguel angustiado. Miró a Ernesto con ojos llenos de dolor. No estaba entendiendo nada, y eso le asustaba.

Con un último grito de rabia, Héctor fue arrastrado fuera de la oficina. Miguel sintió sus ojos humedecerse, abrumado por la maldad de los hechos.

Hiro le puso una mano en el hombro, transmitiéndole apoyo silencioso. Ambos sabían que las cosas se habían vuelto mucho más complicadas.

Ernesto se acercó a ambos adolescentes—. Bien, ¿a dónde me quedé? —preguntó indiferente.

—Eh, en mi bendición... —volvió a verlo, aunque con algo de desconfianza.

—Miguel, mi reputación... es bastante importante, odiaría que pensarás que yo...

—¿Qué tú mataste a Hector para que te quedarás con todas sus canciones?.. —vaciló Miguel nervioso.

Ernesto se burló—. No crees en eso. ¿Cierto?

—N-no. Todo mundo sabe que eres un héroe... —tartamudeó Miguel.

Ernesto terminó su trago distraídamente. Sacó la foto desgastada de Héctor y la miró con lo que pareció remordimiento, antes de guardarla en su chaqueta.

—Ha sido una noche muy reveladora. Lástima que no todo pueda salir como quisiéramos —dijo con tranquilidad fingida.

Presionó un botón intercomunicador—. ¿Seguridad? Lleven a estos muchachos a la zona cero, por favor.

Rápidamente dos guardias irrumpieron y sujetaron a Hiro y a Miguel con brusquedad.

—¡Suéltenos, qué está pasando! —gritó el moreno retorciéndose.

—Lo siento chicos, pero aquí termina su visita —Ernesto sonrió cínicamente—. Espero que la zona cero los entretenga lo suficiente.

Viendo la maldad en sus ojos, Miguel comprendió que solo la muerte los liberaría de él. Su traición era total.

Los guardaespaldas arrastraron a ambos adolescentes a la parte trasera de la mansión.

—¡¿A dónde nos llevan!? —gritó Hiro furioso.

—No podemos decirlo, órdenes del señor de la Cruz.

Ambos guardaespaldas llegaron a una parte y arrojaron a ambos chicos dentro un cenote.

Miguel y Hiro cayeron con un grito ahogado al agua oscura. El choque con la superficie fue doloroso, pero lograron llegar a la orilla apenas.

—¡Hay que salir de aquí! —jadeó el moreno ayudando a Hiro a ponerse de pie entre las rocas.

—¿N-niños? —habló Héctor acercándose a duras penas.

—¡Héctor! —Miguel corrió hacia él y lo abrazó—. Era cierto. Yo debía que haber vuelto con mi familia. Ellos me dijeron para no ser como el de la Cruz, pero yo no escuche.

—Tranquilo, mijo. Todo estará bien —hasta que, Héctor empezó a brillar de un color naranja, causándole dolor—. ¡Agh! —cayó al suelo.

—¡Héctor! —se acercó Hiro—. ¿Estás bien?

—Ella... se está olvidando de mí... —murmuró triste.

—¿Quién? —preguntó Miguel.

—Mi hija... sólo quería volver a verla. Nunca debí mudarme de Santa Cecilia...

Héctor tosió con dificultad, su cuerpo se desvanecía más.

—Mi pequeña Coco... tan sólo quería verla crecer —dijo con tristeza.

—Espera un segundo —Miguel buscó en sus ropas mojadas, hasta dar con una foto muy gastada—. Mi bisabuela se llama Coco también.

Le mostró la foto a Héctor, que miró boquiabierto.

—Ésa...es Coco...de bebé...

Entonces Hiro reparó en un detalle. —Miguel, si la hija de Héctor es tu bisabuela... ¡eso significa que Héctor es tu tatarabuelo!

El moreno se llevó las manos a la boca, impresionado. Héctor era parte de su familia.

—No puede ser... ¡Héctor, en todo este tiempo fuiste tú! —gritó Miguel alegre.

—Miguel... tú eres mi familia, de verdad —dijo Héctor enternecido de felicidad.

Se abrazaron emocionados, como si toda una vida de anhelo se reconfortara en ese instante.

—Jamás nos volveremos a separar, te lo prometo —sollozó Miguel.

Héctor acarició su rostro, sintiendo el calor de la familia que creyó perdida. En todo ese tiempo, fue ella su luz para cruzar el puente cada año.

🌊

Mientras, en otro lado, Donald y Goofy corrían apresurados buscando al resto de chicos.

—¡Chicos, chicos! ¡tenemos un problemota! —exclamó Goofy alarmado.

—¿Qué ocurre? —preguntó Riku poniéndose en alerta.

—Es Hiro —explicó Donald jadeando—. Lo arrojaron junto a un chico al fondo de un cenote.

—¿Qué? ¡Hay que ir a ayudarlos! —exclamó Wasabi asustado.

En eso, GoGo notó la imponente presencia de una gran alebrije a su lado. Se trataba de una leona colorida de gran tamaño con alas.

—¿Y esa bestia? ¿De dónde salió? —cuestionó observándola con cautela.

En ese momento, una figura femenina apareció ante ellos.

—Es mi alebrije, Pepita —respondió con voz dura—. Soy Imelda Rivera, la tatarabuela de Miguel. Vengo a ayudarlos.

—¡Gracias a cielo! —celebró Honey aliviada.

—Hay que subir rápido, ¡Ya! —Nat se subió rápido al lomo del alebrije.

—... Vamos a volar, ¿cierto? —preguntó Wasabi nervioso.

—Sí, Pepita nos llevará volando —respondió Imelda subiendo hábilmente a la grupa del felino mitológico. 

Les tendió la mano a los demás para ayudarlos a subir—. Vamos, no hay tiempo que perder. Miguel y ese chico Hiro nos necesitan.

Una vez que todos estuvieron arriba, Imelda acarició el pelaje de Pepita—. ¡Ahora, muchacha! —exclamó.

La alebrije batió sus enormes alas y se elevó con gracia por los aires. Imelda guió su vuelo siguiendo las indicaciones de Donald y Goofy sobre dónde había visto por última vez a los muchachos.

Mientras volaban a toda velocidad, ella rogaba internamente que no fuera demasiado tarde. No permitiría que le sucediera nada malo a Miguel.

Pepita aterrizó cerca del cenote. De inmediato Imelda se asomó y vio a Miguel, Hiro y Héctor abajo.

—¡Miguel! ¿Están bien? —gritó angustiada.

—¡Imelda! Sí, ya vamos —respondió él aliviado.

Con ayuda de todos, los tres lograron salir. Pero al ver a Héctor, Imelda no pudo contenerse.

—¡Héctor, eres un tonto, mira en qué lío te metiste! —lo regañó dándole un golpe en el brazo.

—Abuelita, él me ayudó —intervino Miguel—. Descuida, ya está todo bien.

Imelda suspiró para tranquilizarse—. Está bien. Lo que importa es que están a salvo.

—Pero aún falta recuperar la foto de Héctor —señaló Hiro—. Debemos ir al concierto de De La Cruz.

Todos estuvieron de acuerdo. Al subir a Pepita, Imelda no pudo evitar tomar la mano de su viejo amor Héctor, agradecida de tenerlo de nuevo a su lado.

Pepita los dejó caer suavemente en los tejados del estadio. Se escuchaban los estruendosos aplausos desde abajo.

Se escabulleron sigilosamente entre bambalinas, buscando el camerino de Ernesto. Para su sorpresa, él apareció en sus caras.

Antes de que alcanzara a reaccionar, Imelda se puso brava y le estampó su poderosa bota en la mejilla.

—¡Esto es por matar al amor de mi vida, maldito asesino! —bramó fuera de sí.

—¡Sí! Un momento- ¿Soy el amor de tu vida? —Héctor miró a Imelda conmovido.

—Todavía sigo molesta contigo, pero sí —Imelda volvió a estamparle otra cachetada.

Ernesto aulló de dolor. Rápidamente sus matones aparecieron, pero Héctor se interpuso lanzándose a puñetazos. El grupo completó ayudando en la pelea.

De un momento a otro, Imelda le arrebató la foto a Ernesto. Sin fijarse, se subió a un especie de plataforma, comenzando a subir y... apareció en el escenario.

—Aah... —vaciló nerviosa. Estaba siendo vista por más de mil esqueletos y para empeorar las cosas, la música sonó.

Era momento que Imelda hiciera algo, y lo iba a hacer.

Ella tomó aire y comenzó a cantar una de sus canciones favoritas: La llorona.

Imelda cantaba a todo pulmón cautivando al público con su voz emotiva. Al mismo tiempo iba esquivando hábilmente a los fornidos guardias que querían detenerla.

Su vista se clavaba en Héctor y Miguel para guiarse hacia ellos entre el tumulto. De pronto notó que Ernesto se acercaba sigilosamente por detrás.

Antes de que pudiera reaccionar, la tomó de la muñeca con fuerza. Pero ella no se dejaría intimidar. Con gracia giró sobre sí misma y le propinó una fuerte pisada en el pie.

Ernesto aulló de dolor agarrándose el pie,soltando su agarre. Imelda aprovechó para zafarse.

—No te saldrás con la tuya, maleante —le espetó siguiendo su camino.

La gente vitoreaba su acto espontáneo. Se abrió paso entre el gentío hasta llegar con su familia. Abrazó a Héctor aliviada entregándole su foto.

—Todo va a estar bien —le susurró con cariño viendo en sus ojos el alma que tanto amaba.

—Me había olvidado de esa sensación tan... increíble —confesó Imelda.

—Y todavía lo haces de maravilla —elogió él.

—Ejem... —se acercó Miguel con un pétalo de cempasúchil en su mano.

Imelda se dio cuenta y se acercó a su tataranieto, tomando el pétalo y devolviéndole la foto de Héctor—. Miguel, tienes mi bendición con la condición de volver a casa, colocar nuestras fotos y nunca... olvidar lo mucho que te queremos.

Miguel la miró con cariño, Hiro se acercó con timidez para observar la despedida de su amigo. En el momento que Miguel estaba apuntó de tocar el pétalo, Ernesto lo agarró de la chamarra y lo alzó al aire

—¡Tú no vas a ir a ninguna parte!

—¡Suéltalo, canalla! —gritó Héctor lanzándose contra Ernesto.

Imelda también se abalanzó para defender a Miguel. Pero Ernesto sacó una daga amenazante.

—Un paso más y el chico se muere —siseó con maldad.

Miguel forcejeaba asustado. Hiro intentó acercarse para ayudarlo pero algunos matones lo detuvieron.

—¡Suelta a Miguel! ¡Él no hizo nada! —imploro Hiro.

—¡Maldito cobarde, suéltalo ya! —bramaba Héctor fuera de sí, forcejeando contra los guardias.

—¡Atrás! Todo mundo, para atrás. Ningún paso adelante —amenazó Ernesto arrastrando a Miguel hacia la orilla.

—¡Suelta al niño por el amor de Dios! —suplicó Héctor.

—¡Ni en broma! —lo tiro al suelo con brusquedad—. Me esforcé mucho, Héctor. No voy a dejar que él destruya todo.

Mientras qué Ernesto hablaba, pronto Honey y Natalia se acercaron sigilosamente a una cámara de transmisión para grabar todo desde el estadio.

—¡Ese niño es una amenaza! ¿Crees que voy a dejar que lleve tu foto para el Mundo de los vivos? —espetó furioso.

—¡Eres un cobarde! —enfrentó Miguel.

—Soy Ernesto de la Cruz, él mayor músico de todos los tiempos... —se acercó amenazantemente al chico.

Miguel se levantó como pudo, revelándose—. Héctor es el verdadero músico, ¡Tú sólo fuiste el hombre que lo mató y robó sus canciones!

—¿Matar? —Ernesto lo agarró de la camiseta, levantando al aire—. Soy capaz de hacer todo lo posible para vivir mi momento.

Con furia asesina en la mirada, Ernesto levantó a Miguel en alto para arrojarlo por el barranco. Pero en ese momento una flecha de luz lo impactó por detrás, haciéndolo soltar un alarido.

Se giró tambaleándose y vio a Hiro empuñando su Keyblade, con una expresión furiosa que no parecía propia de un niño.

—¡Si lo arrojas, te verás conmigo! —gritó Hiro prendido en furia.

—Hiro... —masculló Miguel impresionado. Sus ojos brillaban tales como un diamante.

Hiro miró retadoramente a Ernesto, dispuesto a enfrentarlo si se atrevía a dañar a su amigo. Podía sentir la magia y el poder fluir por su cuerpo, dándole la fuerza y habilidad para librar cualquier batalla.

—Suéltalo ya o te las verás conmigo —repitió desafiante, apretando los dientes con rabia.

Ernesto retrocedió asustado. Pero su sed de poder pudo más que el instinto de supervivencia. Soltó una carcajada cínica y arrojó a Miguel al vacío.

—¡NOO! —gritó Héctor aterrado.

Héctor, Imelda y los demás se asomaron por el barranco con el corazón en un puño. Mientras Ernesto echaba a reír a lo lejos, diciendo que el show debía continuar.

—¡MIGUEL! —gritó Hiro destrozado.

Fue entonces cuando vieron un destello naranja y Miguel quedó suspendido en el aire, siendo sujetado por Pepita. Soltó un grito de júbilo antes de que la alebrije lo depositara suavemente en tierra.

—¡Está vivo! —exclamó Hiro, tan aliviado como furioso.

Imelda lo estranguló entre sollozos. Héctor no cabía en sí de alegría. En eso, oyeron los gritos airados de la multitud observando las pantallas.

La transmisión en vivo lo había capturado todo. Los rostros de asco y reproche se dirigían a Ernesto, cuya falsa máscara comenzaba a desmoronarse.

Su reinado de terror había llegado a su fin.

En el escenario, Ernesto miró horrorizado como Pepita se aproximaba a él rugiendo furiosa. No le dio tiempo ni de gritar cuando la alebrije lo tomó del tobillo con sus filosos dientes. 

Se elevó a gran velocidad entre los vítores de la multitud. Ernesto colgaba pataleando desesperado en el aire. Imelda sonrió satisfecha viendo su terror.

Pepita lo arrojó con furia hacia la gran campana situada en lo alto del estadio. El impacto retumbó estruendosamente cuando Ernesto chocó contra ella.

Pero eso no era todo. La enorme campana, fracturada por el golpe, comenzó a desprenderse de su soporte. Se desplomó de lleno sobre Ernesto en una lluvia de astillas.

El público enloqueció al observar aquella justicia poética contra quien había causado tanto daño. Por fin la mentira y el engaño habían terminado.

Miguel abrazó a sus seres queridos agradecido, felices por un buen final.

Sin embargo, Héctor volvió a brillar de color un naranja. Se desplomó en el suelo dejando salir un quejido.

—¡Héctor! —Miguel se agachó preocupado—. La foto... lo perdí mientras caía...

—No te preocupes, mijo... —volvió a estremecerse, dejándose acostarse en el suelo rígido.

—¡Héctor! ¿Héctor?... —murmuró Miguel triste.

—Coco... —habló Héctor con un hilo de voz.

—¡No! Vamos a encontrar la foto. —prometió el chico.

—¡Miguel! Esta amaneciendo —se acercó Imelda sentándose a lado de Héctor.

Miguel levantó la mirada, y sí, estaba amaneciendo...

—No quiero dejarte así, por favor... —sollozó él.

—No llores mijo, todo estará bien —dijo Héctor con una sonrisa triste acariciando el rostro de Miguel.

Se volvió hacia Imelda tomando su mano—. Perdóname por todo el dolor que te causé amor. Sólo quería verte una vez más.

Imelda rompió en sollozos abrazándolo—. No me dejes de nuevo Héctor por favor. Te amo.

Él derramó lágrimas mirando el cielo aclararse. Luego dirigió su vista a Miguel.

—Cuida de Coco por mí. Ahora ve y cumple tu promesa —prosiguió Héctor—. Vuelve a casa, abraza a tu familia y cuéntales nuestra historia. Que sepan que los amé con todo mi corazón.

Miguel sollozaba sin consuelo. Hiro miraba la escena desgarradora desde lejos, sin saber cómo reaccionar.

De pronto, Riku lo tomó del hombro—. Hiro, hay que irnos...

Hiro volvió a verlo—. Pe-pero... Miguel...

Wasabi se acercó a los dos—. Tranquilo, él estará bien.

Hiro bajo la mirada, quería despedirse de Miguel, pero a estas circunstancias sería imposible...

—¿Por qué... hay qué irnos? ¿No podemos quedarnos un rato más? Quiero... despedirme de Miguel... —expresó él japonés.

—No hemos encontrado ninguna pista del paradero de Sora, parece qué él no vino aquí —comentó Riku.

—Lo...lo entiendo —dijo Hiro conteniendo el llanto. Se arrodilló junto a Miguel y lo abrazó con fuerza—. Gracias por todo amigo, nunca te olvidaré. Cuídate mucho.

Se puso de pie para alejarse y comenzó a caminar sin mirar atrás. Pero entonces ocurrió algo imprevisto. Hiro comenzó a brillar con una suave luz dorada. Al despedirse de Miguel, había despertado algo muy dentro de él.

Sintió una cálida sensación en su pecho. Levantó la vista y vio una llave flotando ante sus ojos. La tomó instintivamente. Era hermosa y con un diseño avanzado, nada que ver con su desvencijada llave.

—Pero qué... —atinó a decir Riku impactado.

Hiro comprendió entonces su verdadera naturaleza. Su destino como portador de la Llave Espada había dado su siguiente paso.

—La llave del corazón... —susurro Riku asombrado contemplando la nueva arma.

Hiro se volvió para despedirse una vez más de Miguel con la mirada. Él le devolvió el gesto con una débil sonrisa entre lágrimas.

Sus amigos lo miraron con respeto y cariño. Aunque tenía sentimientos encontrados, también Hiro sentía orgullo por haber despertado ese don.

—Vámonos muchachos. Aún queda mucho por hacer —dijo el nipon con firmeza guiándolos.

Mientras caminaban de regreso a la nave Gummi, no pudo evitar echar una última mirada atrás. Rezaba porque Miguel encontrara pronto la foto y su familia volviera a unirse.

Ahora su viaje seguiría hacia nuevos mundos, con la misión de hallar a Sora y enfrentar las pruebas que pudieran venir.

El viaje transcurría en silencio. Cada uno se encontraba sumido en sus propios pensamientos después de los emotivos hechos vividos.

Hiro no podía dejar de darle vueltas a todo lo acontecido. Extrañaría mucho a Miguel y los demás, a pesar del poco tiempo compartido, una fuerte amistad había surgido.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó GoGo colocando su mano sobre su hombro, sacándolo de su ensimismamiento.

—Sí, sólo...es difícil dejar atrás a alguien que se volvió tan querido tan rápido —respondió con nostalgia.

—Pero estoy seguro que volveremos a verlos —intervino Honey Lemon con su optimismo habitual.

Riku asintió—. Ahora debemos enfocarnos en continuar con nuestra misión.

Hiro inspiró hondo, recuperando la compostura. Tenían razón, no debía desanimarse.

Quizás en algún día, lo volvería a ver...
































🌊

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top