1. Uzumaki Naruto

Las sonrisas eran la representación de las personas. Representaban sus sentimientos, sus pensamientos, lo que harían o lo que podrían hacer aun cuando su postura no indicara nada más. Las sonrisas estaban siempre presentes, en cada persona. Las había formales, ligeras, alegres, tristes, de pega...cada una de ella haciendo una representación completa de lo que una persona podía estar sintiendo. Cuando alguien veía a otra persona sonreír, debía estudiar lo que la sonrisa representaba. Esta podía darle la pista a la otra persona para que la pudiera ayudar, para que la pudiera salvar de su sufrimiento. Muchas personas, muchos niños ocultaban su sufrimiento en una sonrisa dura que nadie borraría y a la que los adultos no darían demasiada importancia. Pasarían de la sonrisa de los niños y estos solamente la verían como sonrisas alegres, aunque estuvieran ocultando un fuerte dolor.

Trump

Apretó las manos. Agachando la cabeza, miró hacia el suelo con sus ojos anegados en lágrimas. Estas ya estaban cayendo por sus mejillas, goteando hacia el suelo como si fueran gotas de lluvia, desapareciendo a los pocos segundos. En su mente, presente como un brillo constante, la sonrisa de su padre estaba presente con fuerza, como si la estuviera viendo frente a él, sin importar a donde estuviera mirando.

¿Por qué?

Dos horas. Había estado dos horas allí sentado, en un banco de piedra blanca, mirando sus pies cubiertos por unas deportivas blanca viendo pasar a los pacientes, enfermeros y doctores del hospital. Recientemente, justamente hacía dos horas, su madre había terminado entregando su vida al dios de la muerte. Finalmente, tras años de agonía, ella había llegado al descanso final dejando escapar un suspiro final, dejándole unas últimas palabras y una carta que estaba a su izquierda, metida en un enorme sobre con el sello familiar, aquel remolino rojizo que giraba de izquierda a derecha, como las manecillas de un reloj.

No tenía las fuerzas para leerla. Su mente tampoco estaba bien actualmente para enfrentar las palabras, últimas, de su madre. No sabía que era lo que había en aquella carta y dudaba demasiado de que pudiera tomarla en un tiempo demasiado cercano. El recuerdo estaba fresco. Podía verla allí, tirada en la cama, cubierta por una sábana fina blanca con las manos cruzadas sobre su pecho, con los ojos cerrados. Incluso recordaba como las enfermeras entraron y taparon el rostro de su madre con la misma sábana.

¡¿Por qué?!

Su estómago estaba gruñendo. Podía oírlo. La bilis estaba subiendo por su garganta. No sabía con certeza si podría mantenerse completo nuevamente. Sentía como su corazón golpeaba, martilleaba completamente contra su pecho. El aire comenzó a faltarle. Los pulmones parecieron encogerse o él lo sintió de ese modo...

Frush

Abrió los ojos cuando finalmente pudo suspirar. Estaba sudando. Las gotas gruesas y pegajosas escurrían por su rostro, cayendo junto a sus lágrimas contra el suelo. Respiraba agitadamente, como si el aire le hubiera sido robado y su pecho parecía apretarse con cada nueva respiración,

¡¿POR QUÉ?!

―Si sigues aguantando el aire, podría darte un infarto o un desmayo. Incluso oigo tu corazón martillear.

Con aquella voz llenando su oído izquierdo, abrió la boca completamente. Si, había estado manteniendo el aire completamente. Cuando el extraño se lo señaló, él pudo volver a centrarse en respirar como una persona normal. Nuevamente respirando, pudo notar como su cabeza dejó de palpitar y como su corazón volvía a bombear a un ritmo normal.

Tragando saliva, movió un poco la cabeza hacia la izquierda, hacia el lugar de donde había venido aquella voz calmada y tranquila que ciertamente le resultaba un poco familiar.

―¡Ohayo~!

Le saludó un hombre alto, espigado. Probablemente su altura rondaba el metro noventa si no más, con algunos centímetros ganados gracias a aquel cabello en punta que lo hacía semejante a una planta, teniendo este de un color blanco en un peinado que desafiaba completamente toda ley de la gravedad. Con una venda cubriendo sus ojos, el rostro solamente se recudía a su mentón, su boca y la nariz fina que estaba en aquel rostro delgado y un poco afilado.

―¿Qu-quién eres?

Sin responder, dejando pasar la pregunta, el hombre se movió con soltura y gracia como un bailarín para sentarse en el banco que estaba ocupando el joven. No habló, mantuvo las manos metidas en aquellos oscuros pantalones y cruzó la pierna derecha por encima de la izquierda.

Mantuvo el silencio. Entrecerró los ojos mientras los miraba. Estaba tranquilo, completamente en calma. Incluso su pecho apenas parecía moverse o la misma nariz que no hacía ruido alguno con cada respiración que daba aquel hombre. ¿Quién era? Por extraño que le pareciera, lo conocía de cierta manera. O su mente le decía que lo conocía más bien. Incluso tenía ese presentimiento constantemente desde que había llegado, sintiendo que vio al hombre en algún lado, pero no lo recordaba de ninguno específicamente.

―Si no cierras la boca, las moscas entraran en la misma―señaló el hombre con una sonrisa ligera.

Avergonzado por aquellas palabras, el joven apartó la mirada y cerró la boca, limpiando con el dorso de su mano la ligera baba que hacía caído por su mentón al mantenerla abierta por unos segundos. ¿En serio se había quedado con la boca un poco abierta mirándole? No se había percatado de ello y estaba resultando demasiado vergonzoso para él mismo. Nunca le había pasado algo parecido. Tal vez cuando vio a alguna chica de su escuela, pero poco más.

―¡Ma, ma! ¡No debes preocuparte! Es alentador tener fans como lo eres tú, con esa boca abierta y soltando saliva y todo.

El chico apretó los labios. Pronto, sintió como sus mejillas se calentaban y entrelazó los dedos, manteniendo los ojos sobre los mismos, sobre sus manos entrelazadas. Aquello estaba resultando demasiado vergonzoso para él y dudaba demasiado que lo olvidara en un futuro cercano. Incluso en uno lejano estaba demasiado difícil que olvidara aquel momento con aquel hombre.

Pero no fue un momento como tal. Solo fue un instante vergonzoso, poco recomendable y que intentaría no repetir en el futuro. Pero ya lo tenía presente en sus catorce años.

Suspirando, procedió nuevamente a mirar al hombre.

―Entonces ¿quién eres?

El hombre no le respondió. De hecho, con calma, como si no le hubiera preguntado, sacó un teléfono de su bolsillo y le enfocó directamente. Entrecerró los ojos cuando el flash golpeó sus retinas y parpadeó varias veces para borrar aquella luz.

―¡Oye!

―¡Has crecido mucho~! Te sigues pareciendo un poco a tu padre, con esos ojos azules y el cabello dorado―cuando intentó moverse, la mano del hombre lo detuvo completamente. Sintió como los dedos del hombre se enredaban en su cabello―. Kushina te ha educado bien.

Parpadeó. Miró como los labios del hombre se torcían y mostraba una suave sonrisa hacia él, cariñosa, cálida...pero tras unos segundos se deshizo de aquella mano y echó el cuerpo hacia atrás, observando como los dedos del hombre se cerraban y abrían ligeramente, como si estuviera intentando tomar algo y no lo encontrara.

―¿Ara?―cerró finalmente la mano y tomó una segunda fotografía. El chico parpadeó nuevamente, reculando un poco más―. Uhm. Si, realmente tienes el rostro redondeado de tu madre y el cabello desordenado y dorado como tu padre. Esos ojos parecen realmente de tu padre. Un poco más claros, casi como el cielo; pero aun parecen zafiros...

―¿Conocías a mi padre?

Vio como el hombre guardaba el teléfono en su bolsillo. También había tomado la carta, por lo que era algo que agradecía. Ya esperaba que el extraño hubiera terminado sentándose sobre aquel sobre, arrugándolo y arrugando el contenido de la misma, lo que luego tal vez afectaría a las mismas letras de dicha carta.

―Uhm~ digamos que sí―el hombre murmuró, tomando su mentón con la mano contraria―. Conocí a tu madre en nuestra escuela. También lo hice con tu madre. Muy bella, con el cabello formado por hilos del destino―con aquellas palabras, el joven sintió su corazón acelerarse. Pudo sentir los sentimientos en ellas, lo reales e intensos que eran y como entraron en su corazón―. Un buen hombre. Demasiado inteligente, dispuesto a hacer cambios y mejorar el mundo. Fue una pena lo que le pasó, así como a tu madre recientemente. No puede venir como me hubiera gustado.

―¿Quién es usted, entonces?

―Satoru. Gojo Satoru―se presentó, mostrando una sonrisa ancha, moviendo ligeramente la venda de sus ojos y mostrando un ojo azul como el mismo cielo―. Un placer conocerte, Naruto-kun.

Naru-chan. Recuerda, si algún día me pasa algo, busca a tu padrino. Su nombre es Gojo Satoru. Lo has visto alguna vez, ¿recuerdas? Si no lo haces, mira esta...

Movió la mano hacia el bolsillo de su pantalón de chándal, tomando algo de su interior. Tirando, sacó finalmente una fotografía donde había tres personas: su madre, su padre y el hombre que estaba sentado a su lado con una ropa mucho más casual, con unas gafas de sol en vez de aquella venda gruesa.

―Este...

―¡Ah! Que recuerdos con esa fotografía~―Satoru tomó la fotografía de la mano del muchacho y la miró, aunque nadie realmente podía decir si estaba viendo o no realmente―. Fue cuando finalmente nos graduamos de la academia. O un día antes. Aquí Geto se había marchado y Minato estaba un poco molesto todavía debido a su roce.

―¿Geto?

―Geto Suguru―la voz de Satoru se volvió ligeramente más dura. Soltando un suspiro, el hombre le devolvió la fotografía―. Es un compañero...no, un ex compañero que fue con nosotros a la academia. Ahora no tenemos demasiada relación y tu padre y él terminaron en dos lados completamente opuestos. Incluso tu madre también se vio forzada a alejarse de él, cuando realmente se llevaron bien.

Parpadeando, el chico miró nuevamente la fotografía. ¿Aquel hombre era Gojo Satoru, su padrino? De cierta manera, era reconfortante ver que no estaba totalmente solo en el mundo. Pensó que terminaría en algún orfanato o bajo la custodia de alguna institución del gobierno. Y no quería que eso pasara. Hubiera preferido morir junto a su madre.

―Entonces, ¿qué pasará conmigo?

Con esa pregunta sencilla, Satoru parpadeó detrás de la venda que cubría sus ojos. El hombre miró al muchacho y vio aquel rostro lleno de tristeza e incertidumbre. ¿Kushina no le había hablado sobre los hechiceros? ¿No le habló sobre las maldiciones? Parecía que ambos, Minato y Kushina, habían querido alejar a su retoño del mundo de la hechicería. Ahora, él tenía que cargar con su adiestramiento y con su vida. Tampoco es que le importara demasiado. Era su ahijado y como tal debía hacerse cargo del chico. Había sido también una promesa a Kushina.

―Vendrás conmigo. Mi casa es enorme, tal vez demasiado para mi gusto. Allí podrás terminar tu último año de secundaria y después te inscribiré en una academia especial. Si aceptas, mañana podríamos ver al director de la misma―explicó el hombre con voz calmada, mirando de reojo lo que haría su ahijado.

―¿No tengo opción?

―¿Quieres que sea sincero? No habrá mucho margen para que puedas actuar estando solo―levantó un dedo, moviéndolo en círculos―. Los viejos son molestos y, sin duda alguna, te tomarán si estas completamente solo. Demasiado listos y molestos cuando lo quieren.

―¿Viejos?

Parpadeando, vio como Gojo Satoru soltaba una risa divertida, ligera, como si hubiera dicho algún tipo de chiste. Sin darle demasiada importancia, mandó aquello al fono de su mente.

―Deberás cambiar de casa y escuela. No vivo precisamente en Hokkaido―el hombre explicó, dejando la sonrisa dibujada en su rostro, complaciente y sincera―. Vendrás a Tokio. ¡Tokio! Verás una gran ciudad. En la escuela hay máquinas expendedoras y todo.

Parpadeó siete veces exactas. Frente a su rostro, Gojo Satoru estaba moviendo la mano a modo de saludo, tomando una sonrisa y un rostro demasiado divertido por decirse de alguna manera.

Soltó un suspiro.

―No tengo demasiado que hacer. Sin...sin mi madre no tengo porque quedarme en Hokkaido. Tampoco tengo algo que me ate―murmuró, entrecortándose ligeramente al recordar nuevamente a su madre posada en cama. Sería una imagen que no podría olvidar en un tiempo cercano y que llevaría consigo a la tumba.

―¡Perfecto!―levantándose, Satoru dejó ver una bolsa colgando de su brazo izquierdo. Por lo que pudo leer en los kanjis de la misma, captó que esta era una bolsa procedente de una tienda de bollos local―. Tenemos el avión en la tarde. ¿Te importa que lo haya tomado pronto?

―N-no...

―¡Genial!―tomándole, Satoru lo atrajo hacia él en un pequeño abrazo que el muchacho sintió reconfortante―. Si necesitas llorar, hazlo. Si necesitas gritar, hazlo. Ahora yo estoy para ti, Naruto-kun. Estaré como un pilar para que crezcas desde aquí. ¡Por favor, cuenta conmigo en todo momento!

Y, sin más, sintiendo como su cuerpo comenzó a arder, lloró libremente.

Uzumaki Naruto gritó de dolor. 

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