Veintiuno
Luego de la declaración de Paulo, Érica se relajó considerablemente. Pidió su sushi, y Paulo la acompañó con una cerveza y unos maní salados. Hablaron un poco de sus vidas en el pasado, y obviamente terminaron la noche enredados entre las sábanas. Pero al sonar el despertador, Érica seguía durmiendo a su lado.
—Eri... —Paulo la zamarreó suavemente—. ¿No deberías bajar antes de que empiece a haber movimiento en el edificio? Yo ya tengo que empezar con mi turno.
—Mhh... —se quejó mientras se reacomodaba en la almohada—. Me chupa un huevo que me vean. Que me envidien las viejas.
Paulo suspiró frustrado, sin perder más tiempo, se duchó y se alistó con su uniforme. Se estaba preparado su pava de mate cuando Érica apareció en ropa interior en la cocina, restregando sus ojos con las palmas.
—¿Qué hora es? —preguntó con tono grave.
Paulo sacó su teléfono del bolsillo para darle la hora exacta. —Son seis menos diez, todavía podés seguir durmiendo en tu departamento.
—No... Tengo que ir al estudio, hoy tengo una sesión de fotos con una quinceañera, la cité a las nueve.
—Hablando de fotos... No trajiste tu cámara ayer... Yo me puse la camiseta de Crucero al pedo —bromeó.
—Es que si íbamos a salir, no la iba a llevar. Me la olvidé cuando bajé a cambiarme. La próxima la traigo, quiero ver qué tal te ves con una lente profesional. —Érica se acercó hasta Paulo, y lo besó mientras lo tomaba de la cintura—. Porque si así de sexy saliste con un iPhone... No quiero imaginarme qué maravillas puede hacer con vos mi cámara profesional —susurró sobre su boca.
Paulo acortó la distancia y volvió a besarla, Érica se colgó de su cuello, y de un salto, envolvió sus piernas a su cintura. Paulo giró y la sentó sobre la mesada de la cocina, fue besando su cuello hasta llegar a sus pechos, y no lo aguantó. Corrió hasta su habitación por protección, volvió y concretó el acto sobre la mesada, con el reloj corriendo en contra suyo. Un entremés mañanero.
—Terminamos y te vas —jadeó entre embestidas y besos. —Tengo que trabajar, ¿sabés? Pero te me apareces así y me volvés loco.
—Tu uniforme me puso loca a mí. Tomalo como una fantasía... —jadeó Érica—. La inquilina y el encargado sexy.
La mención de la fantasía fue el condimento suficiente para que ambos llegaran a destino juntos, conteniendo los gritos por la temprana hora. Paulo se acomodó la ropa, y Érica se cambió a la velocidad de la luz. Acordaron que ella bajaría primero, y él cinco minutos después. Se despidieron con un rápido beso, y cada uno fue a comenzar su día.
Su primera tarea era baldear la vereda, antes que comience el tráfico fuerte de transeúntes por la calle, se encontraba cepillando el piso cuando algo llamó su atención. Una moto, que pasaba repetidas veces por Rivadavia y se quedaba observándolo. De seguro estaban vigilando para cometer algún ilícito en el edificio, no era la primera vez que sucedía en la zona. Decidió no perseguirse por demás, siguió limpiando haciendo caso omiso, pero tomando nota del hecho. Más tarde le contaría a Rita para que lo comente en la siguiente reunión de consorcio.
Pero a la tarde, cuando ya había terminado su turno y estaba sacando la basura, el mismo joven sospechoso volvió a aparecerse, esa vez, caminando. Se acercó a Paulo mientras colocaba las bolsas en el contenedor de basura.
—Paulo, ¿no? —preguntó sin rodeos.
—Sí... ¿Quién sos? ¿Te conozco?
—No, amigo. No nos conocemos. Solo venía a decirte que ojo con Alba. Si te pasas de pillo con ella, la vas a pasar mal, amigo.
Paulo terminó de colocar las bolsas y se paró desafiante frente al joven. Se cruzó de brazos y lo miró con soberbia. —Dejame adivinar, te mandó Raúl, ¿no?
—Eso no importa. No te pases de pillo porque la vas a pasar mal —repitió intentando ser intimidante—. Si la Abi lo deja al Raúl por tu culpa, no la contás, eh.
—Decile «al Raúl» —enfatizó en su mismo tono—, que si tiene algo para decir, que venga y que me lo diga de frente. ¿Qué eso de mandarme mensajitos mafiosos con sus mulos? Y «la Abi» es mi amiga y nada más. Yo respeto, «amigo» —volvió a enfatizar en tono burlón—. Y yo también estoy con alguien. Así que decile a tu jefe que se quede tranquilo. Y que la próxima no sea cagón y venga él a decírmelo en la cara.
—No, amigo. Vos no entendés. No sabés con quién te estás metiendo. Esto te lo digo de onda ahora, porque guacho, me cae bien tu actitud. No jodas con la Abi, porque vas a terminar en el noticiero. Haceme caso.
El joven palmeó su hombro y se alejó sin despedirse. Paulo soltó todo el aire que no sabía que estaba reteniendo y desplomó su espalda sobre el contenedor de basura.
Rita y los vecinos tenían razón. Eso había sido una amenaza mafiosa, si Raúl lo tenía vigilado era porque de seguro había notado un cambio en Alba. El mismo que notaron todos, inclusive él, sin conocerla lo suficiente. Sus miedos se habían materializado, pero ¿cómo se alejaba de Alba?
Volvió a su departamento, debatiéndose entre contarle o no. No sabía qué hacer, porque tampoco quería lastimar a Alba, alejándose sin darle explicaciones. Podría utilizar a Érica y sus celos de excusa, pero eso la destrozaría más por lo que le había hecho prometer. Y recordó a Guido, quizás él podía ayudarlo a tomar una decisión.
Antes de ir al local de Alba, escribió su celular en un pedazo de papel, y lo envolvió alrededor del billete con el que está vez sí le pagaría a Guido. Ya encontraría la manera de abonarle la comida a Alba, sin que ésta se pusiera necia. Se dirigió al local mirando hacia todos lados, temía que el enviado de Raúl estuviera cerca vigilándolo.
—¡Pau! Llegaste justo, te estaba esperando. —Alba de nuevo, con esa algarabía que la caracterizaba, rodeó el mostrador para saludarlo con un abrazo—. Tengo lista tu cena, ¿te acordás los bocaditos de carne que hiciste? —Paulo asintió con la cabeza—. Bueno... Los hice hamburguesa. Te preparé una, ya vuelvo.
Paulo estaba por hablar con Guido, pero Alba salió demasiado rápido con el paquete en sus manos. Lo embolsó, y Paulo entró en acción.
—Abi... Me lo llevo solo si hoy me cobrás, sino me voy y pido una pizza —sentenció tajante y con tono serio.
—¡Paulo! —chilló haciendo un berrinche.
—Nada, Abi. No hay discusión. Decime cuánto es.
—Bueno, pero te hago un descuento del cincuenta por ciento por ser uno de mis experimentos. Cincuenta pesos, Guido. Cobrale antes que me arrepienta. —Y se alejó a la trastienda del local. Era su momento.
—Escribime, por favor —susurró rápidamente mientras le extendía el billete con el papel envuelto y el número visible.
—¿Eh? —Guido palpó el papel envuelto en el billete, lo quitó, y entendió el susurro de Paulo. Asintió con la cabeza mientras guardaba el papel en su bolsillo.
—No le digas a Abi, por favor. —Guido volvió a asentir silenciosamente, justo en el momento en el que Alba aparecía.
—¿Y? ¿Qué tal te fue ayer, galán? —preguntó pícaramente apoyada en el mostrador.
—Excelente, creo que podría llegar a cambiar de opinión con Érica, es una mujer divina. Y me voy, que seguro en un rato ya nos vemos. Después te escribo para contarte.
Tomó la bolsa y se alejó sin dar más explicaciones, se sintió horrible al ver la cara de Alba cuando habló así de Érica, pero tenía que comenzar a alejarla de su vida.
Al menos, sentimentalmente.
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