Treinta y tres

—¡Pau! Que milagro verte de nuevo —Guido volteó el mostrador para saludarlo con un abrazo.

—¿Todo bien, amigo? Vine a ayudarlos un poco con la cocina. ¿Abi?

—Atrás, anda incursionando de nuevo. Sopas ramen caseras, una receta que vio en internet. Si sigue así, nuestro volante de precios va a ser una biblia de tantas cosas que ofrece —bromeó.

Paulo saludó a Cristian, y se introdujo en la trastienda. Alba hervía huevo batido, pasándolo por una espumadera para que tomara forma de fideos finos, mientras cantaba una canción que a él lo hizo sonreír, la conocía muy bien. Todavía no notaba la presencia de Paulo.

Llegaste a mí en una etapa de mi vida, cuando el amor golpeó las puertas de mi herido corazón. Yo que pensé que todo había terminado para mí, con tu mirada y tu sonrisa un mundo nuevo descubrí.

Pero no puedo, pero no puedo. No yo no puedo vivir sin ti. Pero no puedo, pero no puedo. No yo no puedo acercarme a ti —Paulo se unió a ella en el canto.

—¡Ay! ¡Me asustaste! —Alba pegó un salto y se llevó una mano al pecho.

—No sabía que te gustaba la cumbia, mucho menos Los Charros.

—Ya sé, se me cayó el DNI —bromeó mientras se acercaba a saludarlo con un abrazo.

—Tampoco sabía que cantabas tan bien.

—Lo mas cerca que estuve al canto en mi vida fue el coro en la escuela secundaria. Eso, y aullar mientras cocino, a veces. Como hoy, por ejemplo.

—¿Y por qué no ponemos música?

—Tenía un equipo de música, pero se lo habrá llevado Raúl. Solía ponerme algunas cumbias acá, a él no le gusta esa música. Aunque yo me tengo que fumar su chamamé a todo volumen en casa, eso sí lo detesto.

—Dame un minuto y te traigo un equipo de música. Tengo uno viejo en el sótano, las cosas que me regalan los inquilinos del edificio para ver si puedo sacarles provecho.

—¿En serio? ¿Y es muy grande? Te ayudo a traerlo.

Masomenos... El equipo mas dos parlantes, será así —Paulo extendió sus manos para calcular el tamaño del aparato—. Pero sí, me vendría bien una manito, así no hago malabares.

Cruzaron hasta el edificio, Alba lo siguió por la planta baja hasta la puerta del fondo. Paulo abrió con su llave, encendió la luz y bajaron con cautela por la estrecha escalera caracol. Al llegar a la planta inferior, un olor a encierro y a humedad inundó las fosas nasales de ambos. Caminaron entre las bauleras mientras Alba observaba curiosa las cosas que los inquilinos guardaban allí. Se detuvo al notar un antiguo cezve de cobre, con sus accesorios para preparar café turco.

—¿Qué viste? —Paulo volvió sobre sus pasos para ver qué distraía a Alba.

—Es increíble las cosas de valor que la gente deja tiradas. Ese set para café turco debe ser, mínimo, de principios del siglo pasado. Debe valer una fortuna.

Paulo levantó la mirada para ver quién era el dueño de esa baulera, en la parte superior. Sus ojos se abrieron al ver a qué departamento pertenecía. —Quinto B... Era de un chef retirado, se mudó hace dos meses, creo que voy a tener que vaciarla.

—¿Y ahora no vive nadie ahí? Capaz es del nuevo inquilino.

—Lo dudo. Es el departamento de Érica. Mañana hablo con doña Rita a ver qué hago con esto, seguramente me va a decir que tire todo. Si lo querés, te lo separo.

—¡Ay, sí! Y si hay más cosas de cocina antigua también lo quiero, no alcanzo a ver bien.

Paulo se paró tras ella, y la sentó en sus hombros. Alba soltó una risa mientras se agarraba de la jaula de la baulera para mantener el equilibrio.

—Sí, hay bocha de cosas antiguas de cocina, no entiendo por qué dejó todo esto abandonado.

—Andaba mal de salud, supongo que tenía otras cosas de qué preocuparse antes que de cosas viejas que sus hijos harían guita tras su muerte. Imagino que por eso abandonó todo, estaba medio alejado de su familia.

—¿Y no te van a decir nada si te quedás con sus cosas?

—No. —Paulo bajó cuidadosamente a Alba de sus hombros—. Me va a decir que me quede con lo que me sirva, y el resto lo tire o lo done al Ejercicio de Salvación. Así que mañana a la tarde me encargo de esto.

—¡Gracias, Pau!

Alba se colgó del cuello de Paulo, con tanta fuerza que éste perdió el equilibrio y cayó de espaldas al piso. Y junto con él, Alba también cayó encima de él. Sus bocas quedaron a escasos centímetros, pero Alba estaba más preocupada por el golpe que se había dado Paulo. Se reincorporó rápidamente y ayudó a Paulo a levantarse.

—¿Estás bien? Perdón, es que me emocioné.

—Sí, me he dado golpes peores. ¿Vos estás bien? —Paulo la tomó por las mejillas, mientras Alba sentía deseos de besarlo lejos de todo y de todos. Ese húmedo sótano podría guardar el secreto de un beso que ninguno de los dos debía dar, pero tenía que ser paciente, ordenar su vida y alejar a Raúl—. Abi... ¿Te golpeaste?

—Estoy bien... Vamos por el equipo de música, antes de que los chicos se preocupen.

Siguieron hasta el fondo, en donde estaba su baulera. Curiosamente, la de la portería era doble. Había muchas cosas obsoletas, el equipo de música estaba arriba del montículo de cosas, tapado con una vieja manta para protegerlo de la humedad. Paulo tomó una escalera y se lo extendió a Alba por partes, primero cada parlante, y por último el equipo.

—Hay que ver si funciona, hay mucha humedad acá abajo. A ver, traé los parlantes. Ojo con los cables de la pared y el agua, es peligroso.

Alba siguió a Paulo hasta el sector de las llaves térmicas del edificio, había algunos charcos de agua porque allí también se encontraba la caldera de la calefacción. Conectó el equipo y los parlantes, lo encendió, y comenzó a sonar la interferencia de la radio.

—Creo que ya tenemos música en la cocina —sentenció con una sonrisa en sus labios—. Solo me faltaría conseguirte... —pensó en voz alta mientras desenchufaba el aparato, lo apilaba y lo dejaba en una zona segura.

—¿Qué? Así está bien. —Alba lo observaba volver de un pique a la baulera—. ¿Qué le falta?

—Esto. —Paulo sostuvo un cable entre sus dedos—. Un cable auxiliar, así vas a poder conectar tu teléfono y reproducir lo que quieras. Así que señorita, es hora de volver a cocinar al ritmo de unas buenas cumbias.

Alba soltó una risa mientras veía a su ángel de la guarda vestido de jeans bailar sin música. Paulo era su motivo para dejar todo atrás. 

En multimedia les dejo la canción que cantaba Alba en la cocina. Un cumbión argento de los clásicos.

Y antes que me pregunten, esto es un cezve. Se utiliza para preparar café turco, el que quizás vieron en alguna telenovela turca (Cof... cof... Las Mil y Una Noches... Cof... cof...).

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