Treinta y dos
—Pará... ¿Vos no tenías que trabajar ahora a la tarde? Hoy es jueves.
Alba ya estaba adquiriendo una maestría en persuadir las oportunidades de perder los estribos con Paulo. De todos modos, era una duda válida, ella recordaba que él siempre iba por comida al finalizar su turno.
—El turno de la tarde es opcional, mientras cumpla mis ocho horas diarias, puedo hacerlas como quiero, siempre y cuando tenga el edificio rechinando de limpio. Sólo me queda sacar la basura, ahora cuando te vayas me pongo con eso.
—Entonces me olvido de que vengas conmigo al local. Además, seguro tu novia te está esperando para... Ya sabés —soltó una risita.
—Ya te dije que no es mi novia —soltó exasperado.
—Pero vos dijiste que era una mujer divina y que...
—Sí, pero es medio asfixiante —la interrumpió algo indignado—. Y eso me la baja un poco. Nos acostamos cuatro veces, y solo porque ayer fuimos a cenar a Puerto Madero ya flashea una relación seria. Hoy quería que almuerce con ella y su hijo. Ya me quiere endosar al pibe, y no. Yo quiero mis propios hijos, y no quiero a nadie en las sombras. Porque encima, también me tendría que fumar al padre de su hijo, y no quiero. —Hablando de fumar, Paulo se encendió un cigarrillo y finalizó su monólogo—. Estoy bastante caliente con ella, y no en el mal sentido.
—¿Entonces?
—Entonces, termino de sacar la basura y voy para allá.
—¿Y si se enoja?
—Me chupa un huevo, creo que fue una mala idea enredarme con ella.
—Creo que voy a ir ahora, así te dejo terminar tus quehaceres de hoy y venís más rápido. ¿Te espero entonces?
—Sí, le pego una revisada a todo el edificio, saco la basura y cruzo. Te acompaño abajo.
Bajaron en completo y cómodo silencio, al llegar a la puerta se abrazaron como si fuera la última vez que se veían en su vida.
—No sé qué haría sin vos, Pau. Te quiero mucho, aunque sea poco tiempo de conocerte.
—Yo también te quiero, corazón. Nos vemos en un rato.
Paulo besó su mejilla con cariño, y la observó hasta que cruzó la calle y abrió el local. Hizo su recorrido a pie hasta el último piso del edificio, y al llegar al suyo y ver la terraza recordó las fotos que le había sacado a Alba. Tomó su teléfono y las observó, y no pudo resistirse a compartir una de las dos fotos en su estado de WhatsApp.
Y cuando estaba sacando la basura de los pisos, su celular vibró, Érica había visto su estado.
Y cuando quiso darse cuenta, estaba en el quinto piso. Érica sostenía su celular en las manos mientras estaba apoyada en el marco de la puerta de su departamento. Se acercó sin dudarlo, la tomó del brazo y la metió al departamento, luego cerró la puerta para que nadie escuchara la pequeña discusión que iban a tener.
—A ver si se te graba esto en la cabecita. Te dejé bien claro que no íbamos a ir más allá del sexo, dos veces te lo dije, esta es la tercera. Una más y se acabó.
—No entiendo cuál es tu puta obsesión con esa mina, es desagradable, y encima está juntada con el viejo ese que tiene dudosa reputación.
—¿Querés saber qué me pasa? —escupió entre dientes y acercó su rostro al de Érica—. ¡Estoy enamorado de ella! ¡Y no puedo hacer nada porque Raúl me tiene amenazado! ¡Ninguno de los dos puede! Porque ella también se muere por corresponderme, y no se puede, los dos lo sabemos bien y nos conformamos con esta puta amistad.
Érica se cubrió la boca mientras Paulo trataba de recomponerse, aguantando las ganas de llorar. —Ahora entiendo todo, que estúpida fui al tratar de conquistarte —Ella sí se dio el lujo de derramar algunas lágrimas de impotencia.
—No me vas a decir que te enamoraste de mí...
—¡Mirá quién lo dice! —lo interrumpió—. ¡El que se enamoró en menos de una semana! Las dos llegamos a tu vida casi al mismo tiempo, y yo que pude llegar más lejos que ella soy solo sexo.
—No entenderías, Abi es todo lo que busco en una mujer. Y vos... —Paulo no pudo continuar siendo lapidario frente a una mujer que claramente lloraba por él. La tomó por las muñecas y la abrazó—. Perdón, Eri... No es tu culpa, y si ya no te hace bien que nos veamos, está bien.
—No... Me gustaría demostrarte que yo también puedo hacerte feliz, pero no me dejás —susurró todavía hundida en su pecho.
—Es que nada de lo que hagas va a cambiar esto que siento, creo que lo mejor va a ser dejar todo acá.
—No... Está bien. Ya entendí todo. Cómo fui a enamorarme de ti... —susurró hundida en su pecho—. Era para Alba, no era para mí.
—¿Me escuchaste cantar? —Paulo la tomó por los hombros y la separó para verla a la cara.
—Hasta te vi bailar... Hoy a la tarde, pasado el mediodía. No me viste porque estabas en tu mundo, creí que la cena de ayer había causado algo en vos... Ahora entiendo todo. Solo... No me alejes, ¿sí? Si lo único que puedo tener es tu cama, me conformaré con ese poco.
—No sé si sea bueno, pero... —Paulo se rindió a la mirada suplicante de Érica—. Está bien, pero no más escenas de celos, ahora ya sabés lo que pasa.
Érica acortó la distancia y lo besó, dulce y pausado. Fueron interrumpidos por un «mami», proveniente de las habitaciones.
—Voy a ver qué quiere Lauti. ¿Te veo después?
—Te escribo. Y no le digas a nadie lo que siento por Abi, mucho menos a tu tía porque sino sí, se acabó todo.
—No te preocupes, creo que todo el edificio ya sabe que andamos, no quiero que me señalen como cornuda.
Paulo estaba por comenzar de nuevo con su sermón de «no somos nada», pero luego recordó que era conveniente que el barrio supiera que estaba embarcado en una relación.
Así, sería más fácil liberar a Alba de su tortuosa relación.
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