Chishiya [1/¿?]
[Pedido de: EvelynFalivene]
Chishiya odiaba con toda su alma el primer lunes de cada bimestre;
Tenía marcado ese día con rojo en todos los calendarios, y la razón era sencilla: había cambio de servicio en el hospital en donde hacía sus prácticas profesionales. Al principio, cuando el primer servicio que le asignaron fue cirugía, estuvo bastante feliz. Había encontrado realmente su vocación, y después todo se fue en picada.
Pensaba que pasearse en los pasillos de medicina interna, donde atendían pacientes al por mayor y donde también el olor era terrible era lo peor que pudo experimentar. Sus colegas, con quienes apenas podía hablar en ratos libres, se quejaban amargamente de que urología era peor, o nefrología. Hasta ese momento él solo podía traer a colación que tococirugía, el último servicio en el que estuvo, fue lo peor que le pasó. No dormía un solo segundo en sus guardias de 36 horas continuas, las pacientes llegaban todas las noches cuando apenas intentaba dar el primer bocado, y Dios sabe la cantidad de veces que tuvo que comprar pastel para el personal de enfermería que le ayudaron a recibir los bebés en las camas porque la sala de expulsión estaba llena. Salía todos los días abatido, sin ganas de hacer nada y completamente lleno de todo tipo de fluidos.
Aún así, él sabía perfectamente que lo peor estaba por venir.
Pediatría era, sin duda alguna, la especialidad que más les aterraba a todos. Escuchó mil y un historias al respecto, incluso sus compañeros se jactaban de que lo prudente era gastar sus días de vacaciones (que apenas eran cinco) en ese servicio. Mientras menos tiempo pudieras caminar en los pasillos de pediatría, mejor era para ti.
Chishiya no podía hacer eso, porque dos semanas atrás tuvo una infección de vías urinarias por aguantarse tanto las ganas de ir al baño; pero no podía hacerlo cuando tenía las quince camas llenas. Se complicó tanto que terminó en una pielonefritis que lo tuvo incapacitado. Por razones que solo les competen a aquellos que estudian medicina, su incapacidad terminó costándole las vacaciones.
El japonés entendió en la primera semana por qué pediatría era la rotación más temida. No había día alguno en donde no quisiera abandonar todo y lanzarse por la ventana. Los pendientes que le asignaban eran tan absurdos que sus médicos a cargo ni siquiera se molestaban en revisarlos, y eso lo tenía aún peor. Para colmo, su compañero de piso pidió vacaciones.
Entonces pensó en escapar de ese campo de concentración de medicina interna en miniatura, y la respuesta llegó a él el martes de la segunda semana, cuando uno de sus médicos a cargo le pidió que le asistiera en una operación de Kasai para tratar la atresia biliar de un pequeño. Chishiya corrió encantado a quirófano tan rápido que casi tiró uno de los carritos rojos de enfermería, y encontró lo que buscaba.
Una salida.
Escribió una carta pidiéndole al consejo del hospital que fuera transferido al área de cirugía pediátrica. Después de todo, en piso podían manejarse bien sin él. Consiguió firmas de cartas de recomendación del personal de cirugía que estuvo con él en su primer rotación y llevó todos los papeles a la oficina de los directores médicos. Recibió su respuesta el viernes.
Era una negativa.
Aún así, y debido a su petición de ser transferido de piso, le abrieron la posibilidad a moverse a oncología pediátrica. Tendría que llevar clases de tanatología, y aunque las cirugías no eran tan frecuentes, Chishiya pensó fríamente que vería mucho menos a sus pacientes y estaría más en calma las situaciones.
Además que no le estaban preguntando del todo. La carta "abría" la posibilidad a transferirse obligatoriamente a oncología pediátrica.
El sábado se presentó cambiando el incómodo uniforme blanco por una cómoda pijama quirúrgica azul. Le gustaba también que en oncología no tendría que usar bata. Admiró las paredes, blancas completamente, y en el suelo dibujados diversos juegos que sabía de antemano que jamás eran utilizados.
Tomó su libreta, su tabla de pendientes y comenzó a hojear los expedientes uno a uno, luciendo lo suficientemente ocupado para que nadie quisiera interrumpirle. Se fijó en la hora, los médicos adscritos tardarían aún un poco el llegar, por lo que podría hacer rondines antes para anticiparse a sus preguntas o por lo menos conocer a sus pacientes antes del tan temido pase de visita.
Llegó al nombre de Himari Itora, un niño de apenas tres años que presentaba un caso de glioma pontino intrínseco difuso, un tipo de tumor cerebral maligno en estado avanzado. Tuvo que tomar su teléfono y meterse a las bibliotecas médicas y a los documentos de la American Cancer Society para documentarse lo suficiente como para poder determinar que el pequeño no tenía un pronóstico de vida compatible con la vida.
Se lamentó, pero ese caso era importante porque era el único de su tipo en el pasillo. El expediente no estaba del todo completo con los antecedentes, así que sus pies se movieron rápidamente hasta llegar a la habitación 1567-B, donde un niño dibujado en la puerta con el nombre del pequeño le dio la bienvenida. Chishiya tocó la puerta y después la abrió cuando recibió una respuesta positiva.
Una joven de no más de veintitrés años se encontraba sentada en la silla continua a la cama. Tenía ojeras bajo sus ojos azules, y una mirada bastante triste. El sillón de la habitación tenía una manta cuidadosamente doblada que le hizo saber a Chishiya que ella había dormido ahí. Los cuentos al lado de la cama, en la mesita de noche, llamaron la atención del joven de igual forma.
La joven se levantó en cuanto lo miró y se inclinó en forma de saludo, Chishiya hizo lo mismo y después se presentó. Dijo su nombre, se identificó con el gafete, mencionó que era el nuevo estudiante que estaría rotando por los pasillos y le hizo saber que había revisado el expediente del niño que se encontraba dormido después de lo agotado que lo tenían los medicamentos.
—Señora Itora, quería hacerle unas preguntas sobre su hijo—ella asintió, pero después negó levemente.
—No es mi hijo—aclaró en un primer momento—, tampoco soy la señora Itora. Soy Alex Itora, la tía de Himari.
Chishiya se disculpó y hojeó nuevamente en sus archivos por el bochorno.
—Lo siento, quería hablar con la madre del pequeño—mencionó mirando nuevamente a la joven que vestía con un jumper violeta y el cabello rubio suelto—, ¿vendrá hoy en algún momento?
Alex sonrió, pero no era una risa de burla. En realidad era una sonrisa triste.
—Tengo la patria potestad de Himari—anunció girando levemente a tomar su bolso y comenzar a sacar carpetas de papeles—, hace dos años cuando cumplí la mayoría de edad me la otorgaron. Su madre no está así que yo me hago cargo. Cualquier pregunta que tengas, creo que puedo ayudar.
Chishiya se sintió tan apenado que casi golpea la carpeta que Alex le extendió para que la bajara inmediatamente. Se disculpó mucho, pero para la joven no había nada qué disculpar.
—Es un error muy común, tranquilo—mencionó—. El tumor recidivó, si era la duda que tenías. No es nuestra primera vez aquí como te habrás dado cuenta, es por eso que el expediente no cuenta con sus antecedentes.
—Lo siento—murmuró, y se quiso golpear por hacerlo. Aquella disculpa le había salido casi involuntariamente, porque eso hacía pediatría. Te daba bofetada tras bofetada.
—Sí—asintió con tristeza la joven—, yo también lo siento.
Alex lanzó un suspiro y miró a la cama de Himari, quien dormía plácidamente.
—Te ves cansado—le dijo a Chishiya—, sé que por aquí los tratan horrible. No quiero hablar de esto frente a él, no me gusta que escuche todo. Aún así, sé que está dopado completamente pero temo que despierte si seguimos la conversación aquí. ¿Te parece si vamos a la cafetería? Necesito un expreso. Ahí puedo responder todas las preguntas que tengas.
Chishiya quiso decir que no, que aquello era impropio, pero había metido la pata más de la cuenta y Alex parecía casi suplicarle que aceptara la invitación. Quizá solo necesitaba alguien con quien hablar, y así fue.
Alex habló con él sobre la enfermedad de su sobrino, sobre las quimioterapias, sobre la biopsia que le hicieron que estuvo completamente fuera de protocolo solo para asegurarse. Le dijo que sabía de la esperanza de vida, pero que no quitaba el dedo del renglón. A final de cuentas, la patria potestad la había tomado porque adoraba al niño como suyo.
Fue al cuarto día de que Chishiya iba al pase de visita personal por las camas que encontró a Himari despierto. El niño le dijo que le gustaba su cabello, y que cuando volviera a tenerlo, esperaba que Alex se lo dejara teñírselo de igual forma. Chishiya le prometió obtenerle el número de su estilista y le consiguió libros para colorear que robó del conjunto de niños con leucemia dos pasillos más atrás.
En el segundo mes, Alex y Chishiya desayunaban todos los días en el comedor del hospital. A veces, cuando Alex sabía que Chishiya tenía guardia, le llevaba comida casera que él agradecía porque sabía muchísimo mejor que lo que servían en la cafetería. Desarrollaron una linda amistad, una que iba más allá del ámbito profesional.
La rotación de Chishiya acabó y creyó que Himari era un milagro completamente. Su expectativa de vida creció en ese periodo de tiempo, él lo había visto con sus propios ojos. El día antes de que fuera transferido al servicio de nefrología, le prometió que lo llevaría al cine con Alex cuando pudiera salir del hospital. También le juró que lo visitaría con frecuencia, exactamente porque nefrología se encontraba solo dos pisos debajo de oncología. Odio nefrología aún más porque en su segunda semana su teléfono cayó en un balde de orines de un paciente, y aunque era contra el agua, prefirió dejarlo ahí que tomarlo. Por lo menos podía hablar con Alex siempre que fuera a oncología.
Fue en el tercer mes, y en el primero en su nueva rotación, que al salir de guardia y caminar a la habitación 1567-B sintió un ambiente tenso. Miraba que las enfermeras lo veían, lo cual se le hizo bastante extraño, porque no era extraño que él rondara ese pasillo. Lo conocían perfectamente por eso. Incluso su jefe de enseñanza le había enviado un citatorio mencionando lo imprudente que era al involucrarse con un paciente de esa forma, pero no le importó.
Abrió la puerta de la habitación y su sorpresa fue grande cuando la encontró vacía. Miró al sillón, intacto completamente. Pensó que quizá habían transferido al niño a otra habitación, lo cual no era del todo común pero era probable, o quizá que se encontraba en algún procedimiento.
Luego escuchó la campana y el mundo se le iluminó.
Himari estaba curado, estaba tocando la campana que señalaba que podía volver a casa, o eso es lo que quiso pensar cuando caminó aplaudiendo al igual que el resto del personal hasta darse cuenta de que, en realidad, se trataba de uno de los pequeños con leucemia.
Su sonrisa se volvió triste cuando sus ojos conectaron con uno de los médicos y este le dio una leve negación y después le palmeó el hombro.
Encontró en la isla de enfermeras una nota de Alex donde le indicaba la hora y el lugar en donde estarían velando al pequeño Himari que no pudo vencer la batalla contra el cáncer.
Se imaginó lo destrozada que se encontraba en ese momento, y aunque aún debía entregar su guardia como era debido, se cambió lo más rápido que pudo y salió del hospital a toda prisa. No encontró ningún taxi y se metió al metro en un solo segundo después de comprar unas flores.
Cuando salió del subterráneo, aquel Tokio que conoció no era el mismo.
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