Hijos del peligro
El dìa en que Miguel salió del clóset, su familia completa lo repudiò. En Perù, un país altamente machista, homofóbico, clasista y, en donde sorprendentemente, también se presentaba el racismo, Miguel entendió, que aquella reacción era esperable.
Pero no por ello, dejaba de doler. Solamente su abuela, una anciana de setenta años, le dio su apoyo a medias.
A los veinte años, Miguel entonces, dejó todo atràs. Y, con la maleta llena de esperanzas y buenos deseos, Miguel emigrò a Orlando.
Estados Unidos; el país de oportunidades. El sueño americano. La aspiración de toda persona que, en la desgracia del tercer mundo, era discriminada si nacía en una cuna arcoíris.
En Estados Unidos ello no pasaba... ¡Dicho país era el paraíso para los de la comunidad LGBT! Miguel, seguramente se sentiría a gusto allí...
Y respetado, no como ocurrìa, tristemente, en su país de origen...
Perù era un país hermoso, pero tristemente, aùn era muy conservador, y se privaba de derechos a quienes se saliesen del paradigma impuesto.
—Trabajaremos con la sentencia entregada ayer. Haremos análisis de Jurisprudencia para la siguiente clase. Hasta la próxima, alumnos.
El profesor se despidió, y todos los alumnos, contestaron al unìsono. Miguel, que llevaba ya un buen tiempo en dicho país, decidió ingresar a Derecho.
Para su infortunio, hasta aquel entonces, no habìa hecho amistades reales en dicho país. Miguel en parte, odiaba admitirlo, pero, extrañaba la calidez de la gente latina. En Estados Unidos, la gente solìa ser un poco màs distante, y èl, que era un peruano promedio, muy extrovertido y de piel, en parte sufría por ello.
Extrañaba la compañía de algùn hermano latino.
—Alò... ¿sì? Sì, tranqui, Arthur. Pa'llà voy. En un rato llego a la casa. Espèrame.
¿Oyò bien?
Miguel, a pocos metros de su puesto, oyò entonces el singular hablar de aquel muchacho.
Un compañero suyo. Sì... lo conocìa. Lo habìa visto en ocasiones, pero jamás le habìa oìdo hablar tan de cerca.
Era indudable; era latinoamericano. Y sì, lo decía por su inconfundible acento.
Miguel, sin pensarlo por màs tiempo, entonces acortò distancia.
—¡Hola! —exclamò, ensanchando una tierna sonrisa—. ¿Què tal?
El muchacho, que sorprendido le observó, guardò silencio, algo descolocado.
—Te... oì desde mi puesto, por allí —le dijo, volteándose, y apuntando a su mesa—. Tienes un lindo... acento. No eres de por acà, ¿verdad?
El muchacho torció los labios, y comenzó a guardar sus cosas en su mochila.
Miguel entristeció.
—Disculpa, fui grosero. Mi nombre es Miguel —dijo, y extendiò su mano—. ¿Cuàl es tu nombre?
El otro muchacho volvió a alzar la vista, y con tono soberbio, dijo:
—Manuel.
Miguel sonriò, y algo avergonzado, retirò su mano; al parecer, Manuel no quería estrechar su mano. ¡Pero estaba feliz! El muchacho, definitivamente era un latinoamericano. Manuel era un nombre tìpico de aquella región, y no, no tenía tampoco acento de un español, por lo que era aùn màs segura, su procedencia latina.
—¿Eres latino, Manuel? —le dijo, y Manuel, desinteresado, y volviendo su atención a su mochila, asintiò—. ¡Genial! Es bueno saber que, entre todos estos gringos, hay un hermano latino; jaja...
Miguel rio, pero Manuel, no mostró gracia por ello.
—Debo irme. Con permiso —dijo tosco Manuel, y se abrió paso por delante de Miguel.
—¡E-espera, Manuel! —Miguel se volteò, y le tomò por el abrigo; Manuel se volviò hacia èl con desagrado, y le arrebatò la prenda de las manos.
Ambos se observaron con cierta tensión.
Miguel comprendiò entonces, que Manuel no tenía intenciones de mostrarse amigable con èl.
Pero... ¿por què? ¡Èl solo quería ser amigable! Extrañaba tanto el calor de un latinoamericano promedio, que Manuel se le hacìa el único muchacho, entre el resto de sus compañeros, el indicado para entablar una relación de amistad.
Pero Manuel, parecía ser incluso màs frìo que el resto de americanos, y que el mismo hielo del àrtico.
—¿Què quieres? —escupió—. Dèjame en paz, maricòn.
Miguel se quedó perplejo.
''¿Maricòn?''
¿Habìa oìdo bien?
—¿Por què miras asì? ¿Piensas que no lo sè? —Manuel se volteò, desafiante, y frente al rostro perplejo de Miguel, musitò despacio—: Todos aquí, saben que eres el maricòn de la clase. Sì, sè que eres latinoamericano, te he escuchado antes hablar, ¿pero sabes? No me acerquè antes a ti, porque sè tambièn lo que eres.
Miguel se quedó de piedra, y pestañeò consternado.
—¿Q-què dices?
—Los gays me dan asco —dijo finalmente Manuel—. Alèjate de mí, por favor. No vuelvas a molestarme.
Manuel tomò sus libros con firmeza, y antes de retirarse, observó a Miguel con evidente desprecio.
Y en la soledad de aquel gran salòn, Miguel se quedó atrás.
Vaya... genial. Otro homofóbico màs.
Miguel sintió, por enésima vez en su vida, entonces otra decepción.
Manuel parecía ser distinto...
(...)
Los dìas que siguieron, Miguel siguió viendo a Manuel en medio de las clases en la universidad. Miguel, solìa observarle de reojo, y Manuel, jamás le correspondìa a dicho juego de miradas.
Al parecer, el desprecio hacia los gays, era bastante profundo por parte de Manuel.
¿Por què era asì de homofóbico?
—Este trabajo lo haremos en pareja —dijo la profesora, delante de sus alumnos—. Elegiré a las parejas mediante una tómbola. Estèn atentos a sus nombres.
A viva voz, la profesora comenzó a nombrar a los alumnos. Miguel, que seguía ensimismado en sus pensamientos, observaba de lejos a Manuel. Con la pluma, en la hoja trasera de su cuaderno, dibujaba el rostro del chileno.
Odiaba admitirlo, pero Manuel era bastante guapo. Tenìa un aura misteriosa, incluso cuando fuese màs estùpido que una ameba.
Estùpido... ¡Sì, estùpido! Porque una persona homofóbica eso es lo que era; alguien estùpido, e ignorante.
—Josè Manuel —dijo la profesora en voz alta, y Manuel, alzò la vista hacia el centro del salòn.
Miguel no tomò atención a ello, y con aura de ensoñación, siguió dibujando a Manuel en la hoja trasera de su cuaderno.
Sonriò despacio.
—Y Miguel Prado —dijo la profesora, y Manuel, contrajo las pupilas.
Miguel sacudió la cabeza, e incrèdulo, se salió de sus pensamientos.
¿Què habìa dicho la profesora?
—¿Di-disculpe, profesora? ¿De... de què habla? —preguntò Miguel.
Todos rieron. Miguel se sonrojò por ello.
—Joven Miguel, tome atención —reclamò la docente—. Estamos formando las parejas de estudio. A usted le tocò con el alumno Josè Man...
—Lo harè solo, profesora —irrumpió Manuel, con la expresión endurecida—. No lo harè con Miguel.
Hubo un profundo silencio, y Miguel, observó con sorpresa.
—Eso usted no lo decide, Josè Manuel —instò la profesora, volviendo a girar la tòmbola—. Bueno, la siguiente pareja, es...
—Puedo hacerlo solo, profesora. No necesito de Miguel. Por favor, permìtam...
—El dìa de mañana, joven Manuel —dijo la profesora, ya hastiada—, cuando usted sea un abogado, tendrá que trabajar con colegas, le guste o no. Mi recomendación es que comience a actuar para ello. Si hace el trabajo solo, le pondrè la calificación màs baja. Lo hace con Miguel, o simplemente reprueba. Es asì de simple.
Todos comenzaron a cuchichear. Manuel frunció el ceño, y entre dientes, lanzó una queja.
Bajò la mirada, y lo que restò de la clase, Manuel no volvió a hablar.
Miguel entonces, sintió cierta culpabilidad.
—Nos vemos la próxima clase, alumnos —avisò la profesora, al concluir su trabajo, después de una hora—. Recuerden que el trabajo, se presenta la próxima semana. Que estèn bien.
Los alumnos se despidieron al unìsono, y se retiraron. Miguel y Manuel, entonces quedaron en la soledad del salòn.
De lejos, Miguel observó de espalda a Manuel, que yacìa estàtico en su puesto.
Despacio se irguió, guardò sus cosas, y caminò por el costado de Manuel, con dirección a la salida.
Y se detuvo de golpe, cuando lo vio durmiendo.
Miguel entonces, susurrò:
—Oye, Manuel...
Manuel lanzó un leve quejido, y no se moviò.
Estaba cansado; se le notaba. Aparte, el dìa ya casì concluìa, y fuera de dicho salòn, el color del atardecer se alzaba por sobre sus cabezas.
—Eh, Manuel; despierta... —volvió a insistir, pero Manuel, se quedó quieto.
Miguel entonces, se sentó a su lado, y por varios minutos, le observó.
Con curiosidad, Miguel observó el computador portátil de Manuel. Estaba encendido, y con la pantalla suspendida, frente a èl.
Despacio, Miguel alzò su mano, y con un leve movimiento, deslizò un dedo por la zona del mouse.
La pantalla del computador portátil de Manuel, entonces quedó a la vista.
Miguel contrajo su expresión.
En el escritorio de la computadora de Manuel, yacìa un fondo de Queen, o, mejor dicho, de Freddy Mercury.
Miguel quedó boquiabierto, cuando entonces, pudo percatarse de que aquella imagen de Freddy Mercury, no era nada màs, ni nada menos, que el de la canción ''I Want To Break Free'', en donde Freddy, salìa con ropas femeninas.
Miguel quedó confuso.
¿Què clase de homofóbico, usa a Freddy Mercury, en su canción oficialmente màs gay, de fondo de pantalla?
Miguel se quedó pensativo.
Y Manuel... Manuel siguió durmiendo.
—Esto es... inesperado —musitò Miguel, observando detenidamente la pantalla.
De pronto, un mensaje llegó al celular de Manuel, el que se hallaba sobre la mesa. Este vibrò despacio, y a la vista de Miguel, quedó entonces el fondo de bloqueo, en el celular de Manuel.
Y Miguel, volvió a quedar perplejo.
Era Boy George.
Manuel... ¿de verdad era homofóbico?
Y de pronto, el celular de Manuel comenzó a sonar.
Alguien estaba llamando.
Y en alto, comenzó a sonar una canción, que a Miguel le terminò por convencer de su reciente sospecha.
''Hung Up'', de Madonna, resonò en el celular de Manuel.
Y Miguel, en un movimiento rápido, e impulsivo, cortò la llamada.
Manuel se removió en su sitio, y siguió durmiendo.
Miguel sintió de pronto, el corazón en la mano, y perplejo, jadeò:
—Naaah... este huevòn no puede ser hetero.
Y de pronto, la llamada volvió a entrar. La música de Madonna, volvió a sonar.
Y Manuel, esta vez despertó.
—¡¿Q-què... què pasó?! —se levantò de un golpe, y atònito, observò a Miguel, el que yacìa sentado a su lado.
Manuel le observó con sorpresa, y evidente confusión.
Y de inmediato, Manuel tomò su celular. Avergonzado, entonces contestò.
—¿Ho-hola?
—Where are you, Manuel?
—¡A-Arthur! Y-yo... lo siento. Estoy en la universidad, pero voy enseguida. Me quedè raja dormido. Ya... ya v...
—Stupid, hurry up. You must not be late.
—¡Lo siento! —dijo Manuel, evidentemente asustado—. ¡Sè que no debo llegar tarde a casa, perdóname! ¡Me irè ahora mismo!
Miguel observó atònito a Manuel, y ante èl, el muchacho se deshizo en un evidente ataque de nervios.
Y al paso de unos pocos segundos, Manuel colgó la llamada.
Y de inmediato, Manuel le observó con enojo.
—¡¿Què hacì' aquí, culiao?! —gritò Manuel, iracundo—. ¡¿Què hacias a mi lado?! ¡¿Por què le colgaste la llamada a Arthur?! ¡¿Quièn te creì'?!
—¡Tra-tranquilo, huevòn! —le dijo Miguel, shockeado—. ¡Y-yo solo... intentè despertarte! ¡Estabas dormido, y...!
—¡¡Càllate!! —exclamò Manuel, tembloroso—. ¡¡Arthur piensa que le cortè la llamada!! ¡¿Sabes que pasarà por eso?! ¡No tienes idea! ¡Me metiste en un gran problema!
Y evidentemente, Miguel no sabìa las consecuencias de ello, pero, seguramente era algo terrible.
O aquello parecía ser, por la asustadiza reacción de Manuel.
—Escucha, Manu... —le dijo de pronto.
—¡No me digas Manu! —gritò, iracundo—. ¡¿Quièn te crees?!
—Bueno, bueno... Manuel. Escucha... yo solo quise despertarte, ¿està bien? No quise hacer nada malo. Ya todos se han ido; ibas a quedarte solo acà.
Manuel siguió observando con enojo. Miguel entonces, para alivianar el ambiente, dijo divertido:
—Esa canción de Madonna es buenísima. —Manuel se sonrojò, y contrajo las pupilas—. La de tu ringtone. Es una de las mejores.
Manuel lanzó un bufido, y contrajo la expresión. Enojado, guardò sus cosas, y de un empujòn, apartò a Miguel.
Y Manuel, caminò a zancadas hasta la salida.
Miguel entonces, se quedó solo en el gran salòn.
(...)
Al dìa siguiente, Manuel no llegó a clases. Y no fue hasta dos dìas después, que a Manuel se le vio regresar. Miguel, que estuvo pendiente de su ausencia, entonces le observó un tanto preocupado, y Manuel, tomò asiento en el último puesto del salòn, allí en donde no llegaba ni la mirada del profesor, ni la mirada del resto de compañeros.
Y entre la sombra del rincón, y escondiendo su rostro entre sus códigos, en completo silencio, Manuel asistió a la clase.
—Manuel Gonzàles... —dijo la profesora a viva voz, mientras pasaba la lista—. ¿Josè Manuel Gonzàles? —volvió a insistir, no recibiendo respuesta en absoluto.
Miguel torció los labios, y se girò en su silla, observando hasta el rincón, a Manuel, que yacìa callado.
—No vino... —musitò la profesora, escribiendo en su libro.
Miguel entonces, hablò.
—Profesora, Manuel está sentado en el último puesto. Allì está.
Todos se giraron, y observaron con curiosidad. La profesora alzò la vista.
—¿Y por què no responde, Manuel? —preguntò la docente, algo ofendida.
Manuel torció los labios, nervioso.
—Y por favor, quítese los lentes de sol. Està en la clase. No se puede entrar ni con gorras, ni con lentes de sol. Quìteselos.
—N-no puedo, profesora... —respondió Manuel, de forma muy tìmida.
Todos se miraron escépticos.
—¿Por què no? Acà no hay sol, estamos en una clase; quìtesel...
—Estoy... un poquito resfriado —dijo, carraspeando un poco su voz—. Por eso no contestè a la lista. Me duele la garganta, y los ojos me lagrimean. Por eso uso los lentes de sol.
Hubo un silencio, y la profesora, finalmente asintiò.
—Està bien. La próxima vez, quédese en casa. Debe descansar.
Manuel asintió.
El resto de la clase, transcurrió en silencio.
(...)
Cuando la clase terminò, el reloj en lo alto del salòn, marcò las siete de la tarde. Todos se alzaron, y finalmente, Manuel, después de esperar pacientemente en su sitio, se alzò.
Miguel le observó, preocupado.
—Faltaste a clases estos dìas... —dijo Miguel, alzándose desde su puesto.
Manuel, que aùn llevaba los lentes de sol, y que tenía la gorra de su abrigo hasta la cabeza, asintió en silencio. Ràpido avanzò, con intenciones de abandonar el salòn.
Miguel, impulsivo como siempre, entonces le siguió, y antes de que pudiese cruzar el umbral de la puerta, le tomò por el abrigo.
Y lo detuvo.
Manuel, ensimismado, no dijo palabra alguna.
—Manuel —dijo Miguel—. No es que quiera molestarte, pero... debemos avanzar con el trabajo, ¿lo recuerdas? El trabajo en parejas. Quedan pocos dìas para la entrega, y...
—Lo sè —respondió Manuel, cabizbajo—. Sè que debemos hacerlo.
Hubo un silencio entre ambos. Miguel alzò su mirada, y vio, que entonces la noche caìa. El viento afuera era gèlido, y extrañamente, aquella tarde, la atmósfera era màs melancólica que de costumbre.
—Entonces... ¿vamos a la biblioteca? —preguntò Miguel—. No será mucho tiempo, solo...
—No puedo —contestò seco Manuel—. Debo irme a casa. Arthur me está...
—¿Quièn es Arthur? —preguntò Miguel, impulsivo.
Manuel torció los labios, y hubo otro largo silencio. Miguel supo entonces, que aquella pregunta no habìa correspondido.
—Lo siento, que metiche que s...
—Es mi papà —respondió Manuel—. Y no le gusta que llegue tarde a casa.
Miguel suspirò.
—Pero... ¿puedes hacer un intento, y llamarlo? Explícale que debes hacer un trabajo para la universidad. Solo será unos minutos, y...
—No creo.
—Manuel, intèntalo.
—No va a escucharme.
—Manuel; carajo, lo haces tù, o lo hago yo.
Manuel guardò silencio, y frunció levemente el entrecejo. Y, ante la mirada estàtica e inquisitiva de Miguel, Manuel tomò su celular, y salió del salòn. Miguel le persiguió, y ya en el exterior, Manuel marcò en su celular. Al pasó de unos segundos, entonces Manuel, hablò:
—Ho-hola, Arthur...
Miguel le oyò hablar a lo lejos, entre palabras cortadas, su situación a Arthur. Se preguntò de pronto, la razón del por què, cada vez que hablaba de aquel hombre, Manuel mostraba miedo.
Y al paso de uno minutos, entonces Manuel se acercò de nuevo.
—Me dejó quedarme hasta las ocho y treinta —dijo Manuel—. Si me paso de esa hora, me va a... —Manuel se detuvo, y tragò saliva— a castigar.
Miguel alzò una ceja.
—¿Te castigan? —rio Miguel, curioso—. Tienes como veinticinco años.
—Veintidós —corrigiò Manuel.
—Bueno, eso. Pero, ¿quièn rayos se deja castigar con veintidós años? Jajaja, eres un niño mimado de papà, ¿verdad?
Miguel comenzó a reìr, y Manuel, empuñò sus manos, y le golpeò el hombro.
—Deja de reírte, aweonao de mierda.
—Ya, ya... —siguió riendo Miguel—. Calma, solo fue una broma. Mejor vamos rápido a la biblioteca, o llegaràs tarde a casa, y tu papà podría quitarle la Playstation.
Miguel volvió a reìr, y Manuel le volvió a golpear el hombro.
(...)
Ya en la biblioteca, ambos tomaron asiento en un lugar algo recóndito. El lugar estaba casi desierto, y las pocas personas que estaban en el interior, eran funcionarios de la universidad.
Afuera, el frìo era intenso. Manuel y Miguel, arropados en sus abrigos, entonces sacaron el material de trabajo, y en silencio, avanzaron.
—¿No vas a quitarte esas gafas de sol? —inquirió Miguel, divertido—. Hace un frìo terrible, y es de noche. No los necesitas ya.
—La luz de la laptop me daña los ojos —se excusò Manuel—. Debo usarlos aùn.
Miguel le mirò curioso, y sin màs, alzò los hombros.
Los chilenos eran raros, pero este, era raro en especial.
Y al paso de otros minutos, entonces Miguel preguntò:
—¿Quieres un café?
Manuel ladeò su rostro, y se mostró interesado.
—¿Quieres o no? —volvió a decir Miguel.
—Bueno, ya —correspondió Manuel.
—A esta hora da sueño —dijo Miguel, y alzándose despacio de su puesto, de pronto vio como todo ante sus ojos, se apagò.
Ambos se sobresaltaron.
Hubo un apagòn en la biblioteca, y todo, quedó oscuro.
—Jòvenes... —dijo de pronto una señora, que se acercò a ellos—. Tuvimos una falla eléctrica en la biblioteca. Me temo que no podrán seguir aquí...
Ambos lanzaron un bufido.
—¡Tenemos que avanzar un trabajo! —reclamò Miguel, alzando los brazos—. Por favor...
—Me temo que no...
—¡Por favor! —dijo Manuel, por detràs—. Es la única oportunidad que tenemos para prepararlo. No nos importa quedarnos a oscuras, Tenemos la luz de la laptop. Incluso, si nos permite una vela, con eso nos es suficiente.
La señora, que tenía una linterna entre sus manos, observó curiosa a Manuel.
Y se echò a reìr por lo bajo, porque Manuel, en pleno invierno, y con dicha oscuridad, usaba gafas de sol.
—Bueno... ¿de verdad pueden seguir con su trabajo, solo con la luz de una vela? —dijo la señora.
—Sì —respondieron al unìsono.
La señora asintió, y despacio, sacò de su bolso una vela blanca.
—No tengo fuego, eso sì.
—Yo tengo fuego —respondiò Manuel, sacando desde su bolso un encendedor—. Muchas gracias, de verdad.
La señora asintió, y cuando se volteò para retirse, Miguel preguntò:
—Disculpe... ¿aùn está funcionando la máquina del café?
—No, claro que no —respondió la mujer—. No hay electricidad, pero... el café aùn debe seguir caliente dentro de la máquina. ¿Quieres cafè? —Miguel asintiò—. Bien, vamos, sígueme...
Miguel y la señora, entonces se alejaron del lugar.
Y en aquel pequeño rincón de la biblioteca, a oscuras, y con solo la débil luz de la pantalla de la laptop, y con la tenue luz del fuego de la vela, Manuel se quedó a solas.
Y de pronto, observó por la ventana de cristal, que yacìa frente a èl.
Afuera, en el exterior, todo se veìa tan melancólico. La oscuridad de la noche, la luz de los edificios a lo lejos, el foco de los vehículos, la gente volviendo a sus casas...
Tan jodidamente melancòlico...
Manuel entonces, tomò sus audífonos. Los conectò a la laptop, se metió a Youtube, y desde ahì, reprodujo una canción.
Y comenzó a oìrla.
Y frente a sus ojos, por debajo de los anteojos de sol, todo pasó en cámara lenta.
Inclusive los recuerdos.
''Estoy aquí, ¿alguien puede verme? ¿Alguien puede oírme?
Estoy aquí, la prisionera de una historia, ¿alguien puede ayudarme?
...
Estoy llorando a gritos, me estoy rompiendo.
Le tengo miedo a todo...
Pegada en estas paredes.
Dime que hay esperanza para mì
¿Hay alguien por ahì escuchando?''
Y cuando menos lo esperò, Manuel sintió entonces, que se hundìa en un profundo fango. La tristeza entonces, le hizo prisionero, después de mucho aguantar.
—Traje los cafès —Miguel llegó de pronto, trayendo consigo una taza en cada mano—. Aùn están calientes, asì que bebamos rápido.
Miguel tomò asiento al lado de Manuel, y le extendió el café. Hundiò su mirada en la pantalla de la laptop, y comenzó a escribir.
—El corte de luz, fue porque el viento tirò a un pájaro cerca de las conexiones, y lo electrocutò. Eso me dijo la señora de la entrada. Què loco, ¿no?
Miguel intentò meter conversación a Manuel, pero de pronto, se dio cuenta de que este no le contestaba.
De hecho, Manuel no prestaba atención ni siquiera a la taza humeante de café.
Miguel se descolocò.
—¿Manuel? —musitò, girándose hacia Manuel, y percatándose, de que este tenía su atención estàtica hacia el exterior.
Manuel no se inmutaba, no mostraba expresión alguna, y solo se mantenía fijo, hacia la oscuridad de la calle.
Miguel entonces, pudo percatarse de que Manuel oìa una canción, por los audífonos conectados.
Miguel mirò curioso.
—Oye, ¿te sientes bien? —preguntò, y a los pocos segundos, pudo ver algo que le dejó màs descolocado aùn.
Por debajo de los lentes de Manuel, entonces se deslizò una làgrima.
Miguel contrajo las pupilas.
—¿Manuel? —musitò, acercándose despacio—. Oye... ¿te sientes bien?
Y vio otra làgrima.
¿Manuel estaba... llorando?
Y sin mediar màs palabras, Miguel tomò suave el brazo de Manuel. Alzò despacio su mano, y con lentitud, acercò sus dedos a las gafas que Manuel llevaba.
Y Miguel, las quitò.
Miguel soltò las gafas de golpe, y estas cayeron al suelo. Contrajo las pupilas, y torció los labios.
Manuel no le observó, y con la mirada inundada en làgrima, siguió estàtico en su sitio.
Miguel entonces, comprendiò el por què Manuel habìa faltado a clases.
Tenìa un terrible hematoma en uno de sus ojos.
Probablemente, causa de algún fuerte golpe en la zona ocular.
O, peor... ¿una golpiza?
—Manuel... —musitò Miguel, perplejo—. Oye, ¿necesitas ayud...?
—¿Còmo pudiste ser tan valiente, Miguel? —susurrò Manuel entonces, con la voz apagada, mientras las làgrimas le escurrìan—. ¿Còmo pudiste tomar fuerzas, y decirlo?
Miguel le observó incrèdulo.
Manuel entonces, en un fuerte sollozo, observó a Miguel, y le dijo:
—¿Còmo puedo asumir que soy gay, si por serlo, hacen mierda mi vida?
Miguel entonces, lo comprendiò.
Sì; Manuel era gay.
Y Miguel, en su esencia humana, impulsiva, y sumamente compasiva, no necesitò de màs palabras, para entender que Manuel, que se deshacía en un amargo llanto ante èl, y en un implìcito llamado de auxilio, necesitaba contención.
Y en un movimiento suave, Miguel abrazò a Manuel.
Manuel, que se hundìa en tristeza, dejó entonces el ego de lado, y en un fuerte sollozo, se echò sobre el hombro de Miguel, y llorò.
Miguel, con expresión enternecida, entonces le contuvo. Y ambos, en la oscuridad de la biblioteca, y a la tenue luz de la vela, se mantuvieron en dicha posición, por varios minutos.
Hasta que entonces, Manuel se sintió mejor, y despacio, se separò de Miguel.
Ambos se observaron en silencio. Manuel se limpiò las làgrimas. Miguel le extendió un pañuelo.
—Tu ojo... —susurrò Miguel, y Manuel, desviò la mirada, avergonzado—. Por eso usabas las gafas. ¿Què te pasó? Eso... ¿fue un accidente?
Manuel bajò la cabeza, y avergonzado, negó despacio.
Miguel, temió entonces lo siguiente.
—¿Alguien te... golpeò?
Manuel contrajo su expresión, y nervioso, comenzó a jugar con sus manos.
Miguel entonces, le tomò las manos, y las entrelazó.
Hubo un profundo silencio.
Manuel sonriò con ternura.
Miguel sintió que el corazón le brincò, y sonriò despacio.
Què bonito era.
—Sì... —musitò Manuel, avergonzado.
Miguel entonces, agachò la mirada.
Y ninguno de los dos, hablò por un buen rato. Y en silencio, jugaron con sus manos.
De pronto Manuel, se mostraba tan distinto. Màs cercano, màs humano, màs vulnerable, màs tierno.
Màs èl mismo.
—¿Puedo preguntar... quién te lo hizo?
Manuel torció los labios, y entristeció. Sus manos se pusieron rìgidas, y Miguel las apretò con fuerza. Manuel, dijo entonces en un débil jadeo:
—Mi papà...
Miguel lo comprendiò entonces.
Manuel era víctima de la homofobia de su padre.
—¿Quieres hablar de eso?
Manuel alzò la mirada, y observó a los ojos de Miguel. De frente, se encontró con aquella aura dorada de aquellos bellos ojos. La mirada de Miguel, expendìa tanta pureza y sinceridad, que Manuel supo, que con èl, su verdad, se encontrarìa a salvo.
Y Manuel estaba tan colapsado, que necesitaba revelarlo ahora, o pronto, moriría del dolor.
—Yo... nacì en Chile —comenzó Manuel, y Miguel, escuchò con paciencia—. A los diez años, Arthur y su esposa, me adoptaron. Venìan desde Inglaterra.
—¿Arthur es tu padre? —preguntò Miguel, y Manuel asintiò—. ¿Y èl... te adoptó?
—Sì. Yo no soy su hijo biológico. Cuando yo tenía diez años, èl me adoptó junto a su esposa —volvió a decir—. Èl... tenía veinticinco años cuando me adoptó. Eran un matrimonio joven... —recordó, y sonriò con tristeza—. Pero a los tres años después, ellos se divorciaron. Mi madre entonces... se fue de la casa, y Arthur, luchò por tener la custodia.
—¿Y actualmente vives...?
—Con Arthur, mi padre —precisò Manuel—. Desde hace años, vivo solo con èl.
Hubo un profundo silencio, y Miguel, entendió que la historia no terminaba allí. Manuel se tomò unos momentos, inhalò profundamente, y siguió.
—Arthur es un militar retirado —confesò—. Su abuelo... es un ex veterano de guerra. Arthur ama las armas, la milicia, el orden... —Manuel sonriò melancòlico—. Es muy estricto, ¿sabes? Por eso èl... se enoja mucho cuando le desobedezco.
Miguel asintió, y tras unos segundos, preguntò:
—¿Èl sabe que tù... eres gay?
Manuel entornò los ojos, y sintió de nuevo, que las làgrimas le cedieron.
Miguel se sobresaltò.
—Disculpa, Manuel. No quise... lo siento.
—La... la ra-razòn por la que tengo este golpe en el ojo... —sollozò Manuel—. Arthur... èl fue. Me golpeò, porque dice tener miedo de que yo vuelva a mis malos pasos. Èl, en un principio no quería que yo entrara a la universidad. Dice que este sitio es una cuna de perversidad, y yo...
Miguel frotò los hombros a Manuel, intentando calmarlo.
—Calma, ¿sì? Tranquilo, Manuel...
Manuel sonriò despacio, y dijo:
—Manu; solo dime Manu.
—Manu... —sonriò Miguel—. Èl; Arthur... ¿te golpeò por lo del otro dìa? ¿Por la llamada que cortè? —Manuel asintiò—. Oh, Dios... lo siento, Manu. De verdad, lo siento. Fue mi culpa...
—No, no... —musitò Manuel—. No fue tu culpa, Miguel. Arthur siempre es asì de estricto. De todas maneras, iba a golpearme por llegar tarde a casa.
Miguel lanzó un suspiro, y tras varios segundos, se atrevió a preguntar.
—¿Por què es asì de estricto contigo?
—Porque me ama —dijo Manuel—. Yo... me portè mal hace tiempo. Cuando tuve trece años, me enamorè de un amigo mìo. Èl nos sorprendió besándonos, y... me envió al psicólogo. Aprendì que eso estaba mal entonces. No es natural. Desde entonces, Arthur me cuida de cerca. Cuando ve en mì actitudes femeninas, me golpea. Siempre está controlando mis horas de llegada. Cuando tengo un amigo, lo vigila de cerca. Me cela mucho también... dice que nadie va a amarme como èl lo hace. Una vez me sorprendió en una aplicación de citas gay, y èl... m-me... me cas-castigò...
Miguel quedó entonces perplejo. Aquello sonaba tan jodidamente enfermizo. Manuel era, un joven gay reprimido. No le era permitido el aceptarse.
—¿Te... castigò? —preguntò Miguel, observando en Manuel una expresión muy asustada—. ¿Què clase de... castigo?
Manuel no quiso hablar, y se mordió los labios. Miguel comprendiò entonces, de que era mejor no incursionar en algo como eso.
—No te preocupes, no es necesario que...
—Me metiò a-algo por... por de...detrás...
Hubo un silencio. Miguel quedó atònito.
Manuel ocultò su rostro entre sus manos, avergonzado.
—Lo siento, debo irme —dijo Manuel de golpe, y se alzò, muriéndose de la vergüenza. Tomò su bolso, y se lo calò hasta el hombro—. Se-seguimos otro dìa, Mig...
—No —Miguel le tomò por el antebrazo, y lo redujo. Manuel le observó pasmado, y ambos, se observaron en silencio.
—Yo harè el trabajo solo, ¿està bien? —Hizo un leve forcejeo, y Manuel, volvió a sentarse—. No te preocupes, me encargarè del trabajo, pero ahora... necesitas calmarte.
Manuel, que mantuvo la mirada agachada, asintió.
—Eso último que has dicho... —musitò Miguel, aùn perplejo—. Suena a... no sè como decirlo —lanzó un jadeo, y apretò los labios—. Suena a una... violación correctiva.
Manuel volvió a hundir su rostro entre sus manos.
—Manu... —susurrò Miguel—. ¿Estàs seguro de que Arthur te ama como un padre? Èl no te ama... ¡Un padre no hace eso con un hijo! La forma en que te controla, en que te vigila, en que te cela... ¿estàs seguro de que, Arthur no tiene una obsesión contigo? Su homofobia... es tìpica en hombres homosexuales, que no pueden asumirse. Probablemente, èl sienta atracción hacia ti, y como no es capaz de aceptarse a sì mismo, reprime tu propia homosexualidad. Mucho peor si, es un ex militar, y si su familia tiene tendencia homofóbica. Èl te mira con otros ojos, Manu. Por eso te trata de esa forma, èl...
—Suficiente —dijo Manuel, visiblemente afectado—. No me gusta como estàs hablando de Arthur. —Esta vez se alzò, pero con aura desafiante—. N-no debì confiarte esto... lo siento, Miguel. Esto fue tan... patètico. Por favor, olvida que viste todo esto, ¿vale? No me viste llorar, no sabes que soy gay, y no sabes de Arthur. Es momento de que me vaya, lo lamento.
Manuel se alzò de golpe, y Miguel, no tuvo siquiera el tiempo de reaccionar. Cuando Manuel entonces salió de la biblioteca, Miguel guardò sus cosas con rapidez, y le siguiò el paso.
Tras unos minutos, entonces en el fuerte frìo del exterior, Miguel logró detener a Manuel.
—Manu, espera, por fav...
—¡Dèjame en paz! —dijo Manuel, alterado—. ¡Dèjame ir a casa! ¡¿Està bien?! Dejemos esto hasta acà. No debimos...
—Me gustas, Manu.
Hubo un profundo silencio entre ambos. El gèlido viento se oyò resoplar. Manuel entonces, contrajo las pupilas.
Miguel siguió en su sitio, con expresión firme.
—¿Q-què estàs...?
—Me gustas —repitiò—. Y-yo... te he estado observando en clases, ¿sabes? A veces... me pierdo en tu lindo rostro, y... despuès de un tiempo, creo que comienzo a entender que tù... simplemente me gustas.
—¡¿Còmo puedes decir algo como eso, asì de simple?! ¡¿Crees que es un juego?!
—No es algo complejo, Manuel —dijo Miguel—. Muchas personas se confiesan a diario. Me gustas, ¿què tiene eso de complej...?
—¡Somos dos hombres! —exclamò aterrado.
—¿Y?
Manuel torció los labios, y con un fuerte sonrojo, dijo:
—Eres... realmente muy extraño. Dèjame en paz, o le dirè a Arthur lo que estàs haciendo.
Manuel entonces, se alejò.
Miguel se quedó en medio de la calle, con el corazón palpitàndole con fuerza, y con el pensamiento junto a Manuel.
(...)
Los dìas que pasaron, entonces fueron complejos. Durante una semana entera, Manuel no asistió. Tal fue la preocupación de Miguel, que entonces con mucha insistencia, intentò buscar la dirección de Manuel, para poder cerciorarse, de primera mano, de que Manuel se hallaba a salvo.
Pero nada encontró.
¿Cuàl era el motivo de su ausencia?
Pero un dìa, en una tarde lluviosa y nublosa, en las cercanías de un parque, Miguel lo vio.
Se acercò a èl, y Manuel, cuando le vio de lejos, no se moviò.
Cuando ambos estuvieron entonces frente al otro, se observaron con aura serena.
Miguel sonriò bajo su paraguas.
—Hola.
Saludò, y Manuel, se sonrojò.
—Hola...
Miguel acortò distancia, y quedó a pocos pasos de Manuel. Bajo la lluvia, amos guardaron silencio.
—Te he estado pensando mucho, Manuel.
Manuel, que tuvo un evidente sonrojo, ocultò, bajo el paraguas, su rostro entre su bufanda.
—Yo... —susurrò, tìmido—. Tambièn te he estado pensando, Miguel.
Se observaron con vergüenza, y tras el paso de unos minutos, Miguel lo decidió.
Acortò distancia hacia Manuel, y en un movimiento lento, se acercò a su rostro.
Manuel no se moviò, no se alejò, ni le rechazò.
Y con aura tìmida, ambos se besaron en los labios.
Con los ojos cerrados, entonces se separaron, y se observaron con timidez.
Sonrieron despacio.
—La razón por la que dejè de ir a clases... —hablò Manuel—. Es porque necesitaba ordenar mis ideas, Miguel.
—¿Y... què fue lo que pensaste?
—Acerca de lo que soy, y de lo que siento —dijo entonces Manuel—. Soy... soy gay, Miguel, y eso jamás podrá cambiar. —Miguel sonriò—. Y estoy harto de tener que esconder lo que soy. Soy gay, y me acepto, y me amo...
Ambos rieron, y Miguel, sintió de pronto un tierno calor en su pecho.
Manuel se veìa distinto. El aceptarse, el asumirse, y el amarse, lo convertía en una persona real, y preciosa.
Porque las personas del colectivo LGBT, que vivìan reprimidos, dentro del clòset, negándose a sì mismos, eran personas tristes, marchitas, y no dejaban ver su brillo interior.
Y ante èl, Manuel se dejaba ver ahora.
Y con el ìmpetu a flor de piel, y con el corazón brincándole, Miguel volvió a besar a Manuel.
Esta vez, el beso fue menos despojado de vergüenza y timidez, y en un movimiento, Miguel soltò el paraguas, y con sus manos desnudas, tomò a Manuel por la cintura.
Manuel, entre medio del beso, sonriò. Soltò también el paraguas, y bajo la leve llovizna, ambos se besaron.
Y en medio de la calle, ya a ninguno de los dos, les importò mostrar el alma desnuda frente al otro.
(...)
—¿Estàs seguro de que no llegarà? —preguntò Miguel por enésima vez, mientras que Manuel besaba su cuello—. Me... me da un poco de susto, èl podría...
—No va a llegar... —respondió Manuel, sacándole la camisa a Miguel, y dejándole el torso desnudo—. Arthur trabaja como guardia de un banco. Esta noche tenía turno; no te preocupes...
Miguel lanzó un leve jadeo, y asintió.
Y ambos, comenzaron a besarse. Y, los tìmidos besos bajo la llovizna, de hace unas horas atrás, se volvieron en aquella habitación de Manuel, un fogoso juego de erotismo.
Y aquella noche, ambos intimaron.
Cuando, al paso de màs o menos una hora, ambos se envolvieron en un vaivén de caderas, de besos, caricias, miradas y palabras, Miguel sintió que llegó a su lìmite, y con un profundo suspiro, eyaculò en el interior de Manuel.
Manuel lanzó un suave gemido, y arqueò despacio su espalda.
Y ambos entonces, cayeron rendidos. Se abrazaron en la desnudez de sus cuerpos, y se besaron con lentitud.
—¿Te gustò? —musitò Miguel, con la respiraciòn entrecortada.
Manuel le besò los labios, y se abrazò a su pecho.
—Sì... —susurrò—. Me gustò mucho...
Ambos rieron, y se echaron en la cama. Manuel se aferrò al pecho de Miguel, y este, le comenzó a acariciar el cabello castaño.
Hubo un profundo silencio, y de pronto, Miguel hablò.
—¿Còmo piensas contarle esto a Arthur, Manu...?
—¿Esto? —inquirió Manuel—. Arthur no puede saber que nos hemos acostado.
—¡No me referìa a eso, huevòn! —ambos comenzaron a reìr. Manuel alzò la mirada, y Miguel, sonriò—. Me refiero a nosotros...
Manuel alzò su mano, y le acariciò los labios a Miguel. Acortò distancia, y se los volvió a besar.
—Simplemente tendrá que aceptarlo. Yo te quiero, y eso es lo único que necesito saber. Me cansè, Miguel. No quiero... ser un adulto como Arthur. Èl es... tan amargo. Yo no soy asì. Yo brillo, tengo un alma distinta, y... y contigo, me siento tan bien... —Miguel sonrojò al oìr aquello—. Contigo quiero compartir mi vida, Miguel.
Miguel se aferrò a su cintura, y lo atrajo hacia sì mismo. Ambos volvieron a besarse.
—Entonces que asì sea —dijo Miguel—. Estarè contigo, Manu. Te ayudarè a decírselo. No estàs solo en esto.
Manuel sonriò con tristeza.
¿Por què tenía que ser de aquella manera? A Manuel, le habrìa encantado, simplemente decirle a Arthur, de que estaba enamorado, asì como lo haría cualquier otro heterosexual. Pero, cuando se trataba del amor homosexual, siempre había impedimentos, o explicaciones de por medio. Existìa el miedo al rechazo, al repudio, y la presión de no ''decepcionar'' a los padres.
Manuel odiaba aquello.
—Miguel, anhelo el dìa, en que las personas gays, como tù y yo, no tengamos que pasar por todo esto nunca màs... —susurrò entonces—. Tù y yo, somos hijos del peligro.
(...)
Fue un dia domingo, 12 de junio, cuando Manuel, después de varias semanas, manteniendo su relación con Miguel en secreto, decidió dar un paso importante.
Aquel dìa, en la discoteque gay ''Pulse'', de la ciudad en la que residía —Orlando—, se celebraría una fiesta, en conmemoraciòn al mes del orgullo gay.
En junio, se celebraba dicho acontecimiento, en conmemoración a los disturbios de Stonewall, del año 1969, lo que marcò el inicio del movimiento de liberación homosexual.
—¿Por què te arreglas tanto, Manuel? —dijo Arthur aquella noche, con su acento anglosajón, notando como Manuel, se miraba demasiado en el espejo.
—Esta noche saldrè —respondiò Manuel a secas, ignorándole.
Y asì Manuel, se comportaba últimamente con Arthur. Se habìa vuelto màs insolente, respondòn, y se defendía, cada vez que Arthur intentaba alzarle la mano.
Y aquello a Arthur, no le hacìa la màs mínima gracia.
—Where are you going, Manuel? —¿A dónde iràs, Manuel?, preguntò.
—A un lugar, Arthur —respondió Manuel, peinándose el cabello, y observándose en el espejo, que esta noche, se veìa màs guapo que de costumbre—. Estarè seguro, no necesitas preguntar màs.
Arthur observó con expresión seria. Desde la puerta, se cruzò de brazos.
—No iràs a ningún sitio —dictaminò, y Manuel, le observó.
Manuel sonriò desafiante.
—Ya no soy un niño, Arthur —le dijo—. Irè, y me da igual lo que digas...
—Do you think i'm an diot? —''¿Crees que soy un idiota?'', dijo—. Ya sè que iràs a una fiesta, Manuel. What kind of party are you going to? —''¿A què tipo de fiesta iràs?'', preguntò—. No te he dado mi permiso, y si vas a una de esas fiestas en donde hay homosexuales... lo lamentaràs, Manuel. Esos lugares son perversos, tù no puedes...
—¡¡Dèjame tranquilo, viejo de mierda!! —exclamò Manuel, hastiado—. ¡¿Què te importa a tì, si voy a una fiesta gay?!
—¡Ah! Asì que... sì era eso —dijo Arthur, acercándose desafiante a Manuel—. Con razón has estado extraño últimamente. Me faltas el respeto, me ignoras, y te noto distinto. ¿Has estado hablando con otro hombre, Manuel?
Manuel le mirò con enojo, y volteándose, desafiante a Arthur, articulò:
—Sì.
Y sonriò.
Arthur le dio una bofetada. Manuel lanzó un fuerte jadeo. Se tomò la mejilla, y con làgrimas retenidas, le mirò ofendido.
—¿Y quién es ese maldito, Manuel? —inquirió Arthur—. Voy a matarlo. Por eso no quería que entraras a la universidad. Ese sitio es asqueroso. Allì aprendes el homosexualismo. ¡No iràs a ningún sitio, Manuel! Hoy saldrás con èl, ¿verdad? Claro, era obvio... por eso estabas tan feliz últimamente. Mi amor ya no te basta, ¿verdad? Deja esto, Manuel; no quiero castigarte. No eres un anormal, tù...
—¡¡Deja de esconderlo, Arthur!! —gritò entonces Manuel, aùn tomàndose la mejilla—. ¡¡Tù también eres gay!! ¡¡Deja de reprimirte!! ¡¡Eres un homosexual reprimido, violento, y frustrado!! ¡Eres triste, y amargo, y solo proyecta tu tristeza en mì! ¡Dèjame ser fel...!
Otra bofetada. Manuel comenzó a llorar.
—Have more respect, brat! —''¡Ten màs respeto, mocoso!'', gritò iracundo—. ¡Yo jamás sería gay! Eso es anti natural, en contra de Dios. Soy un hombre, y cumplo con el mandato divino. Si te he adoptado, es porque vi en ti el pecado del homosexualismo, Manuel, y quise ayudarte, pero no me dejaste màs opciones. Siempre fuiste un generado, tù...
—¡¿Yo, un degenerado?! —gritò Manuel, entre làgrimas—. ¡Tù fuiste quien, hace tiempo, metió un palo en mi culo, como forma de castigo! ¡¿Lo recuerdas?! —Arthur contrajo las pupilas, perplejo—. ¡Yo era un adolescente, cuando lo hiciste, solo porque me besè con mi mejor amigo! Una violación correctiva, ¿lo recuerdas? Porque yo sì...
—I did it because you left me no options —''Lo hice porque no me dejaste opciones'', le dijo—. Estabas desviándote del camino de Dios, Manuel. Lo que hice, fue para mostrarte que el acto carnal del homosexualismo, duele, y es impuro. Es sucio, Manuel. Todo lo que he hecho, es para cuidarte, tù...
—Mentira, Arthur... —dijo Manuel entre dientes—. Ya no soy un niño. Tengo veintidós años, y sè que eres homosexual. Por eso, tù y mi mamà se divorciaron. Nunca la tocabas. Nunca te hizo sentir deseo, ¿pero yo? Yo si te causo deseo, ¿verdad? Acèptalo... por eso me celas, por eso me vigilas, por eso peleaste con tantas ganas mi custodia, y por eso te molesta, que con quien yo me acueste ahora, no es contigo... —Arthur contrajo las pupilas, y sintió de pronto una terrible ira. ¿Manuel se acostaba con alguien màs?—. Eres un gay reprimido, y frustrado. No quiero ser como tù, en unos años màs. Irè a la fiesta con mi novio, Arthur.
—Wh-What? What did you just say? —''¿Què? ¿Què acabas de decir?'', dijo perplejo.
—Que tengo un novio —repitió Manuel, con insolencia—. Tengo un novio, Arthur. Se llama Miguel, es peruano, y es mi compañero de universidad. ¿Tienes un problema con eso? Lo siento, tus frustraciones, no son mi asunto.
Manuel se limpiò las làgrimas, en un movimiento iracundo. Tomò su bolso, y observó a Arthur con desprecio.
Arthur le mirò descolocado.
—Adiòs; mi novio me está esperando.
Manuel salió de la habitación, y a lo lejos, Arthur oyò la puerta de la casa cerrar con fuerza.
Y se quedó inmóvil, con la rabia creciéndole peligrosamente en el interior.
Manuel, el niño que habìa adoptado hace años en Chile, ahora se revelaba ante èl. Se desviaba del camino, y se alzaba con autoridad sobre su vida. Rompìa el paradigma, salìa del closet, y ahora no hacìa caso a sus órdenes.
Manuel ahora, se autodeterminaba.
¿Y lo peor? Ahora Manuel ya no le pertenecía, porque otro hombre a su vida, habìa llegado.
Arthur entonces, sintió una ira absoluta.
El asco por los homosexuales, entonces le incrementò. El trauma de un ''yo'' no asumido, la frustración del no poder aceptarse a sì mismo, y la homofobia internalizada de tiempos ancestrales, provocó en Arthur un impulso asesino.
Y la rabia le consumió.
—Damn gays... —''malditos homosexuales'', susurrò—. I will not let Manuel be taken from me... —''No dejarè que me quiten a Manuel''.
Arthur se levantò, y caminò hacia su habitación.
De entre sus cosas, sacò entonces una pistola.
Sonriò.
(...)
—¿Por què tardaste tanto, amor? —le dijo Miguel, besándole los labios en un saludo.
Estaban en el exterior de la discoteque. Desde allí dentro, de podía oìr la fuerte música resonando.
—Tuve problemas con Arthur... —musitò, y se quitò la mano de la mejilla, dejando al aire la herida del golpe; Miguel se sobresaltò.
—¡¿Què te hizo?! —gritò—. ¡¿Ese baboso de mierda te golpeò?!
Manuel sonriò apenado, e hizo un ademàn, restándole importancia.
—No importa...
—¡¿Còmo que no importa?! —exclamò Miguel—. ¡Le voy a sacar la conchetumare a ese!
—Ya, ya... —Manuel le besò los labios, intentando calmarlo.
Miguel se puso rìgido, y finalmente, cedió a los besos de su amado Manuel.
—Que no me gusta que te golpee, pues...
—He soportado peores cosas del weòn ese —respondió Manuel—. Da lo mismo, total, ya le dije todo.
—¿Còmo asì?
—Le dije todo, po —rio Manuel—. Le dije que tù y yo somos novios. Que me tiene harto, que es un homosexual reprimido, frustrado, amargo... y que deje de proyectar su mierda en mì. En pocas palabras, lo mandè a la chucha. Bueno... eso me costò dos bofetadas, pero creo que es mucho menos de lo que esperaba.
Miguel lanzó un profundo suspiro.
—¿Pensaste en la propuesta que te hice el otro dìa? —dijo Miguel.
—¿El irme a vivir contigo?
Miguel asintió.
—Sì. Sì quiero vivir contigo. O... bueno, después de esto, Arthur no me volverà a recibir en la casa; es obvio.
Miguel sonriò.
—Todo va a mejorar, mi amor... —le dijo, y Manuel asintió con una sonrisa—. Ahora... ¿quieres entrar?
Manuel asintió, y ambos, entonces ingresaron.
Dentro del recinto, todo era sublime. La música electrónica golpeaba en las paredes, y un sin fìn de personas, de todas las razas, colores, tamaños, hombres y mujeres, celebraban a viva voz, el mes del orgullo.
Allì dentro, no importaba tu orientación, ni a quien amaras. Muchas parejas homosexuales, se besaban sin importar la opinión ajena. Otras parejas de lesbianas, bailaban y se miraban con suma ternura. Allì dentro, era el escape a la cruda realidad del exterior.
Allì dentro, el amor en todas sus formas y expresiones, reinaba en cada rincón.
Manuel y Miguel, entonces se sintieron seguros para ser ellos mismos.
Y al son de la música, ambos comenzaron a bailar.
Se abrazaron, y en un suave movimiento de caderas, pegaditos se entrelazaron.
Y las miradas cómplices entre ambos, reinaron.
Y al paso de los minutos, entonces los besos no cesaron.
—Te quiero, Migue...
Miguel sonriò, y se abrazò con fuerza a la cintura de Manuel.
—Y yo te quiero a ti, Manu...
Sonrieron entre medio del beso, y la noche entre ambos, pasó revestida de muchas emociones.
(...)
—Aquì es... —musitò Arthur, observando desde su vehículo, la discoquete por fuera. Estacionò el carro, y se bajò. Caminò con lentitud, y bajo su chaqueta, aprisionò la pistola.
En la entrada, un guardia revisaba los bolsos. Arthur se hundió el arma por dentro de la ropa, y cuando estuvo en la entrada, entonces sus pertenencias fueron revisadas.
—Pase —le indicó el guardia, y Arthur, asintió.
Y cuando Arthur ingresò en el recinto, se sintió abrumado.
Todo era demasiado para èl.
Ante sus ojos, el libertinaje homosexual le impactaba. Hombres con hombres, mujeres con mujeres; perversión, personas riendo, siendo ellas mismas...
Arthur se sintió agobiado.
—Ma-Manuel... —dijo de pronto, recordando la razón del por què habìa ido hasta allà—. Sì, debo buscar a Manuel, y llevarlo a casa.
Arthur, por debajo de su chaqueta, apretò el arma.
No tenía intenciones de matar a nadie. Lo único que quería, era llevar a Manuel hasta casa, y si era necesario, amenazar a Miguel, el nuevo novio de su amado hijo, con el arma, para que no interviniese.
Sì; èl no matarìa a nadie. Solo llevaba el arma, para efectos de amenazar.
Cuando Arthur entonces, se adentrò muy en el fondo del recinto, llegó hasta la pista de baile. Allì, a lo lejos, entonces vio aquello que le desgarrò el alma.
Manuel y Miguel, se besaban con suma ternura en los labios, y demostraban afecto, sin ninguna pizca de vergüenza.
Aquello, hizo a Arthur perder los estribos.
—¡¡Manuel!! —gritò eufòrico, avanzando a zancadas—. Come here, Manuel!
Manuel oyò de lejos, entonces el terrible grito de Arthur. Perplejo, abrió los ojos, y Miguel, entonces entendió su reacción.
Ambos se separaron de forma leve, y con expresión asustadiza, Manuel retrocedió. Miguel se interpuso por delante, y observó con expresión desafiante.
Y de pronto, Arthur sacò el arma de su chaqueta. Ante las luces de la discoteque, entonces el metal del arma, relució.
Manuel y Miguel, entonces quedaron perplejos.
Se oyò entonces un disparo.
Todo quedó en silencio.
Y al instante, todos gritaron.
.
''Ya perdí el miedo ancestral a la casualidad,
Vamos a pelo galopar contra la eternidad
Es tan cierto, seremos estrellas, estrellas del cielo, de esas de verdad
En lo alto, en donde no se juzga, lo bueno, lo malo, ni la libertad
Somos hijos del peligro, nada nos sabe tocar...''
.
.
La discoteca pulse, de Orlando, entonces se volvió una masacre.
Cuando Arthur, bajò la mirada hacia su vientre, observó la sangre derramarse.
Una bala le atravesò, y sin vida, cayó al suelo.
Manuel y Miguel, entonces observaron horrorizados, y corrieron a ocultarse, entre la muchedumbre que huìa despavorida.
Todos corrìan, todos se aplastaban, y todos chocaban. Y en lo alto, resonaban las balas de una metralleta, con el relucir del fuego vivo en aquel sitio.
Y cincuenta personas, perdieron la vida esa noche.
Cuando otro hombre, distinto a Arthur, ingresò también en la discoteque, y ejecutò un atentado homofóbico terrorista.
''Seremos las balas, seremos los muertos, seremos por siempre, seremos allá, en lo alto, donde no se juzga, lo bueno, lo malo, ni la libertad. Somos hijos del peligro, nuestro destino es igual. Si algo se tiene que acabar, que seas tù adentro mìo, no me imagino otra gema que le haga el peso al metal.
...
Y si lo llevas ya en tus venas, ¿què puedes cambiar?
Y si me llega justo esa flecha, ¿què puedo esperar, màs que una canción de amor?''
.
.
Omar Mir Seddique Mateen, fue el autor de dicho atentado. La masacre, de la discoteca Pulse de Orlando, ocurrida el 12 de junio del 2016, fue entonces adjudicada, por el Estado Islàmico.
Aquella noche, Manuel y Miguel, a duras penas, lograron sobrevivir.
Pero cincuenta personas, ya no volvieron nunca màs a sus casas.
Y aquello, solo por su orientación sexual.
Y hoy, 12 de junio del año 2020, se cumplen cuatro años de dicha tragedia.
Manuel y Miguel, lo recuerdan hoy con claridad.
.
.
''Somos hijos del peligro
Nunca nos van a callar...''
(...)
N/A;
En memoria de todas las vìctimas de la masacre de la discoteca Pulse de Orlando, a cuatro años de su acontecimiento. Este escrito lo hago con muchìsimo respeto, y en ocasiòn del mes del orgullo. Este caso fue real, el atentado fue adjudicado por el Estado islàmico, y ocurriò el 12 de Junio del año 2016, hoy se cumplen cuatro años.. Tambièn es real toda la violencia homofòbica descrita en esta historia. Espero de todo corazòn, que esto pare ya. Seamos conscientes de nuestras actitudes, y de entender realmente què tipo de educaciòn debemos entregar a los màs pequeños, para parar con la violencia homofòbica y transfobica. El respeto, y la empatìa son la clave para ello.
Si pueden oìr la canciòn que inspirò esta historia (hijos del peligro, de ''Me llamo Sebastian'', un artista chileno), hàganlo. El videdo es fuerte, y es bàsicamente esta historia.
Muchas gracias por leer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top