Estrella de cristal
El dìa en que Micaela llegó a Chile, fue para Manuela quizá, uno de los días más felices de su vida.
Ella lo recuerda con claridad; tenían ambas ocho años cuando, Manuela, introvertida como de costumbre, dibujaba sola en un rincón del salón, alejada del bullicio y de las miradas curiosas y algo prejuiciosas del resto de niñas de la clase.
Era una niña algo extraña para los ojos inocentes del resto.
—¡¡Hola!! —escuchò de pronto Manuela, saltando con sorpresa en su puesto y, por la impresión, cayéndose un par de lápices al suelo—. Oh, perdón, ¿te asustè? No fue mi intención...
Manuela recogiò sus lápices con evidente nerviosismo. Cuando levantò la mirada entonces, vio con sus ojos entornados de forma tìmida, lo que aquello le parecerìa por muchos años el rostro de un àngel.
El rostro de su mejor amiga.
—Soy Micaela —dijo de pronto. Era una chica de cabello negro y rizado, recogido en dos coletas, ojos dorados, rellenita, con una sonrisa coqueta y voz alegre—. Me gusta tu dibujo. ¡Mucho gusto!
Y de forma inexplicable, Manuela sintió un calor abrasador inundarle el pecho. Sus ojitos castaños brillaron, y sonrió de forma tímida.
E iniciò lo que, por muchos años, sería un vínculo especial e indestructible entre ambas.
Los años pasaron y, entre Manuela y Micaela, los lazos se estrecharon.
A eso de sus doce años, cuando comenzaron la etapa de su adolescencia, Micaela pasaba todos los días a casa de Manuela, y juntas aprendían a maquillarse.
De pronto, en las tardes, dedicaban escaso tiempo también a estudiar. El resto del dìa veían televisión, escuchaban música, dibujaban, leían revistas y se sentaban en la azotea de la casa de Manuela, observando las estrellas, e imaginando que habrìa màs allá del negro azulado del espacio.
—Yo creo que hay una dimensión paralela —decía Micaela, abriendo sus brazos hacia la infinita imagen que se observaba desde dicha azotea, siendo tan expresiva como siempre—. Un lugar en donde existe vida, pero inversa a esta realidad. Es una dimensión en donde yo soy la introvertida, y tù la extrovertida.
Manuela rio divertida, y le dio un empujoncito en señal de cariño. Micaela sonrió.
—¿Y si existe una civilización? —dijo ocurrentemente Manuela, fundiéndose sus pupilas con el brillo de las estrellas en lo alto—. Quizà hay seres extraños, en platillos voladores...
Y allí se quedaban, imaginando en la inmensidad de aquel silencio de la noche, lo que habrìa màs allá de la infinidad. En un lugar en donde solo existìan dos almas, y dos fuentes inagotables de ideas jóvenes, visionarias y hambrientas por descubrir todos los secretos del mundo y el universo.
Trece años tenìan en ese entonces.
Cuando los quince años llegaron entonces, ambas comenzaron a entender la complejidad de sus emociones. Y Manuela, comenzó a experimentar por primera vez los problemas de autoestima y trastornos mentales.
Marcada y vulnerada varios años de su vida —por sentirse fea, y el abuso de su padrastro—, es que comenzó a sentir asco por su propia imagen. En ocasiones no asistìa a la escuela, o a veces huìa en medio de las clases.
En ocasiones debía llegar con mangas largas para ocultar sus autolesiones, y a veces, solìa dormir mucho, o dormir muy poco, y su imagen demacrada, junto a las bolsas por debajo de sus ojos, evidenciaban aquello.
Y todo casi acaba en un intento de suicidio, cuando un dìa en su casa, quiso cortar sus venas, pero lo hizo mal.
La vida le había dado una nueva oportunidad de vivir.
Y no es que Manuela fuese introvertida por naturaleza, es que el daño del bullying del resto, y de su historia de abuso, le había hecho menospreciarse sin ella poder darse cuenta.
Pero, ¿què ocurrìa cuando Manuela comenzaba a sentir asco de ella misma? La voz de Micaela siempre persistìa al final del túnel, y le daban sosiego en medio de la calamidad.
—No digas que eres fea, Manu —decía Micaela, limpiando las làgrimas de Manuela, y arreglando el cabello de su amiga por detrás de sus orejas—. Eres bellìsima, tanto por fuera, como por dentro. Eres inteligente, valiente, fuerte, preciosa y... ¡y eres a quien yo màs amo!
Cada vez que Manuela presentaba crisis, la única que persistìa a su lado era Micaela.
—No eres débil por llorar, ni por sentirte vulnerable. Tienes todo el derecho de sentirte débil en ocasiones, y de pedir ayuda; para eso estarè yo siempre contigo, porque eres mi amiga, y te amo mucho. —Manuela la abrazò y llorò en su pecho, rendida; Micaela comenzó a acariciarle el cabello—. Para eso estoy, Manu, y prometo jamás dejarte. Eres como mi hermana, hemos estado siempre juntas, y estaremos en las buenas, en las malas, y en las muy malas.
El proceso depresivo de Manuela durò alrededor de dos años; dos años en donde el principal apoyo afectivo y emocional fue, justamente, Micaela.
Ni Manuela ni Micaela, imaginaban su vida sin la otra. A veces, muy ilusoriamente, llegaban a pensar que jamás podrían encontrar a un hombre para compartir sus vidas pues, sentían que no podían separarse de la otra.
Iban juntas a la escuela, se regresaban juntas, pasaban las tardes en compañía de la otra, y la mayoría de los días dormían juntas también. Lloraban, reían, se enojaban, y volvían de alguna forma siempre la una a la otra.
Era inevitable siempre volver a estar juntas, y por ello, ellas sentían que amaban incondicionalmente la una a la otra pues, eran de forma recíproca el primer pensamiento al despertar en las mañanas, y el último al anochecer antes de dormir.
—Quiero ser astronauta —dijo un dìa Micaela, con los brazos cruzados por detrás de su cabeza, y recostada en la azotea de la casa de Manuela, mientras bebían dos tazas humeantes de café con leche, en una fría noche. Sus ojos brillaban expectantes.
En ese entonces tenían diecisiete años.
—¿Irás a Estados Unidos para eso? —preguntò Manuela, mirándole de reojo y notando la emoción en los ojos de su amiga—. Hay pocas mujeres astronautas, pero sè que seràs la mejor de todas.
Micaela se levantò de un salto, y sonriò de forma amplia.
—¡Serè la mejor astronauta de todas, Manu! —exclamò, abrazando a Manuela eufóricamente; esta última sonriò enternecida—. Aunque los hombres digan que no soy capaz, o que eso no es cosa de mujeres... ¡Yo sè que sì! Puedo hacerlo. Descubrirè nuevos planetas, nuevas estrellas, nuevos lugares...
Manuela amaba observar y oìr a Micaela. En sus dorados ojos brillaban con ardiente fervor los sueños de su futuro. Era una mujer magnìfica, valiente e inteligente, con ambiciones sanas y que deseaba cambiar su destino ya designado por una sociedad en la que era manejada mayoritariamente por hombres.
Era la mujer a la que màs admiraba. Era valiente, inteligente y muy humana. El solo ver si carisma le llenaba de fuerza.
Y era su mejor amiga.
—¡Y cuando descubra un planeta bello, le pondrè como nombre: ''Micanuela''! —dijo, alzando sus brazos y sonriendo hacia el cielo negro azulado.
Manuela sonriò divertida, y ladeò su cabeza, preguntando curiosa:
—¿''Micanuela''?
—¡Si! —respondió Micaela—. Es una palabra que resume mi nombre y el tuyo. Es el planeta al que nos mudaremos las dos. Y tendremos muchos gatos y perros... ¡y tendremos una casa rosa y muy grande!
Mientras vociferaba a viva voz todos sus planes que haría junto a su amiga, Manuela no podía evitar sentir una càlida sensación en su alma.
Amaba mucho a Micaela, y estar a su lado le daba una paz inigualable. Le aterraba pensar en el dìa en que ambas se distanciaran por el curso natural de la vida...
Despuès de todo, cada una debía formar familia por su lado.
¿Aquello no era el curso natural de la vida? ¿No era el papel designado a las mujeres?
Y su miedo un dìa se hizo realidad.
Para aquel entonces, Manuela había entrado ya a su primer año de universidad. Micaela en cambio, encontró un empleo de medio tiempo, mientras se preparaba para estudiar extensos libros de astronomía, para dar su examen como aspirante a una universidad en Estados Unidos.
Su sueño de ser astronauta, iba en serio.
Para ese entonces, no perdieron el contacto. No solían verse tan seguido como siempre, pero, de todas maneras, buscaban siempre estar juntas.
Hasta que un dìa, entonces Micaela le confesó:
—Estoy saliendo con un chico del trabajo...
Manuela quedó helada de pronto, y sintió que una flecha le cruzó en el corazón.
Se quedó pasmada por unos instantes.
—O-oh... —se animò a decir—. Eso... eso es genial, Micaela. Sì.
Micaela le mirò un tanto nostálgica.
—¿No te ha gustado la noticia?
—No... —dijo Manuela—. No... no es eso. Es solo que... es la primera vez que una de nosotras comienza a salir con un chico, y...
—¿Estàs celosa? —preguntò Micaela, sonriendo.
—¡No! —respondió Manuela, sonrojándose notoriamente y ocultando su rostro entre sus manos—. ¡Cla-claro que no!
—¡Estàs celosa! —rio Micaela—. ¡No seas tontita, Manu! —Abrazò a su amiga y la hundió en su pecho—. Tù siempre seràs mi Manu... y nadie estarà jamás sobre ti.
Manuela sonriò incòmoda y se sonrojò. Desviò la mirada.
—Solo quiero que seas feliz, mi Mica.
—Asì será, Manu. Èl es muy lindo conmigo... ¡Es diferente al resto de chicos!
Y Manuela sonriò, nostálgica y cargada de algo de tristeza.
Y cuando Micaela se alzò del sofà, y caminò hacia la cocina para ir a buscar de comer para ambas, entonces Manuela susurrò a la distancia.
—Quiero que seas feliz, mi niña... Si alguien llega a hacerte daño alguna vez, jamás podría perdonarlo. Eres mi luz y por siempre, quiero que brilles, mi Mica...
(...)
Los meses pasaron, y un dìa, de pronto Micaela hizo una de las tantas visitas sorpresas que solìa hacer a casa de Manuela.
Sin embargo, aquello sorpresa si le tomò desprevenida a Manuela pues, desde el inicio del supuesto romance con aquel muchacho del trabajo, Micaela se había distanciado notoriamente de ella...
Y aquello le dolía profundo en el alma.
—Hola, mi Manu.
—¡Mi...Micaela! —exclamò Manuela, sorprendida por aquella visita tan repentina—. ¡Viniste! No pensé que tù...
—Traje para comer —dijo Micaela, sosteniendo un litro de helado y algunos chocolates, interrumpiendo a Manuela y entrando rápidamente al interior de la casa. Llevaba ese día unos anteojos de sol—. Vamos a ver algo y a comer.
Algo ocurrìa con Micaela. Manuela la notaba algo exaltada en sus movimientos. Era como si estuviese escapando de algún tipo de persecución.
—Mica, espera...
Micaela caminò rápido hacia el interior, y comenzó a servir los helados, no dándole tiempo a Manuela siquiera de conversar.
—Oye Mica... ha pasado tiempo desde que no me contestabas los mensajes. El otro dìa fui también a tu casa, pero no abrias. Pensè que estabas enojad...
—Traje con sabor a vainilla —le ignoró Micaela, extendiéndole el vaso con helado a Manuela—. Elegì ese porque es el que màs te gusta.
Manuela observó el vaso con incredulidad. Lo tomò y quedó disconforme.
—Vamos al sofà —dijo Micaela, caminando con rapidez hacia la televisiòn, y buscando una película de forma ràpida. Le puso play y comenzó a andar.
Manuela le observaba desde la cocina, extrañada.
Asì no actuaba su Mica de siempre. Asì no era su Mica que conocía desde los ocho años de edad.
—Mica... —susurrò Manuela, acercándose levemente a su amiga, y tomándole de las manos—. ¿Què te pasa? Estàs muy extrañ...
—Veamos la película, ¿sì? —le interrumpiò, notándose en su voz un leve temblor.
Manuela entonces lo notò de inmediato.
—Sàcate las gafas de sol —le ordenó.
—No, ¿para què? Veamos la pelìcul...
—Micaela, sàcate las gafas...
—No quiero.
—Hazlo, Mica, por fav...
—¡No me digas què hacer, carajo!
Micaela se mostró agresiva, y se alzò del sofà, derramando el helado en la alfombra.
Se puso en posición defensiva.
Manuela le observó atónita.
Esa no era su Mica.
—Mica...
—¡Ay! —exclamò Micaela, notando su error—. N-no... lo siento, Manu, es solo que... —se detuvo, observando hacia el suelo, pensativa, y dijo—: Es solo que... no he dormido lo suficiente y... tengo ojeras terribl...
Y de pronto, Manuela deslizò sus dedos por las gafas de sol de Micaela, y las retirò con suavidad.
Y Micaela se quedó quieta en su sitio.
Y hubo un silencio absoluto entre ambas, y se observaron en silencio.
Y Manuela sintió que una daga profunda le rasgaba el alma.
Micaela... su Micaela. La dulce niña que le daba sentido a su vida. La niña de cabello negro, rizado y desordenado. De caderas anchas, de ojitos dorados llenos de brillo y fuerza, y a quien había confiado su vida desde que eran niñas...
Ahora yacìa con los ojos moreteados e inyectados en sangre.
Unos ojos dorados que antes brillaban con fuerza e inocencia, ahora eran lúgubres y con aspecto cansado.
Parecìan haber librado muchas làgrimas.
—Micaela... —susurrò Manuela, y pronto sintió como las làgrimas le surcaron por las mejillas—. Por favor, no me digas que tù...
—No es lo que crees... —susurrò Micaela, intentando ocultar su rostro, que ahora le provocaba vergûenza—. Yo... fue un accidente. Me tropecé en las escaleras del trabajo y caì mal...
—Micaela, por favor... —Manuela sentía que un voraz fuego de ira se alzaba en su interior—. No lo justifiques... ¿fue èl? ¡¿fue èl, Micaela?!
—Yo...yo... —Micaela no podía hablar; el miedo era palpable en sus palabras—. No es asì... èl me ama. Lo hizo porque me ama, èl...
Manuela se quedó de piedra.
—¡¿Entonces sì lo hizo èl?! —Manuela se alzò de pronto, y su rostro se puso tenso de ira—. ¡¡Micaela, no!! ¡¡No puedes permitirlo!! ¡¡Ya verà de lo que soy capaz!! ¡¡Nadie te hará daño mientras yo viva, jamás!!
—¡Manuela! —vociferò Micaela, intentando hacer entrar en razón a Manuela, que estaba fuera de sì—. Èl... —se callò, y después de varios segundos, prosiguió con la voz temblorosa—. Èl no fue... de verdad.
Manuela no se tragò aquella mentira.
—No me mientas, Mica...
—Te lo juro, Manu...
—Mica, no. Èl fue, ¿verdad? Dìmelo, amiga. Voy a ayudarte. Vente conmigo a casa, pero no vuelvas allí... no podría soportar si algo màs te ocurre. Dime la verdad, Mica...
—Manu... —Micaela acortò distancia hacia su amiga, le tomò por los hombros, acariciándola, y con voz suave, le dijo entonces—. Te prometo que ha sido un accidente. Èl no fue...
—No me mientas... —Manuela sintió un nudo en la garganta.
—Manu, mi querida Manu... —dijo, entornando apenas sus ojos moreteados y cansados, en la mirada exaltada de Manuela. Luego le tomò de la nuca, y la posò delicadamente en su pecho; le hizo sentir sus latidos del corazón. Se recostò en el sofà, obligando con sus movimientos a Manuela para que también lo hiciese a su lado—. Prometo que no te miento. Te lo juro por nuestra amistad, mi amada Manu...
Manuela guardò silencio, y entonces cerrò los ojos. Recuerdos de antaño vinieron a su mente, cuando eran apenas unas niñas, ignorantes de la voracidad de la vida adulta, y pasaban horas y horas en la azotea de su casa, observando el brillo y la inmensidad de las estrellas.
Còmo habrìa amado en ese entonces pausar aquellos momentos tan llenos de paz.
—Te creo, Mica... —susurrò entonces Manuela, resignándose y correspondiendo al abrazo de su amiga—. Te creo mi amado Mica, porque sè que no me mentirìas, y menos si has jurado por nuestra amistad...
—Te amo, mi Manu... —le susurrò Micaela, y comenzó a acariciarle el cabello a su amiga—. Eres todo para mì, y jamás te mentirìa...
Manuela sintió que el corazón se le inundò de una paz inmensurable.
—Y yo te amo a ti, mi Mica... —susurrò, alzando la vista hacia su amiga, y tocándole despacio alrededor de sus ojos, por la zona de las sienes; como intentando sanar el dolor con su tacto, o, como se dice en Chile, haciéndole ''nanai'' en la zona herida—. Si alguien llega a hacerte daño, juro por mi vida que sería capaz de todo...
Micaela sonriò enternecida, y una pequeña làgrima cansada intentò deslizar por una de sus mejillas.
—Mi bonita... —susurrò Mica, y entonces, un completo silencio se posò entre ambas, y tan solo el tic tac del reloj perturbò el silencio absoluto, mientras sus miradas se conectaban íntimamente.
De la misma forma en que conectan las constelaciones en el cielo, para guiar a quien se haya perdido en medio de la nada. En medio del miedo que carcome en un oscuro bosque, en donde la vulnerabilidad te come hasta hacerte pequeña.
Porque Manu hallaba una bella constelación en los ojos de Mica, incluso cuando ahora se encontraban violáceos y cansados. Y Mica, de la misma forma hallaba el camino en los ojos de su amiga, aunque ahora se sentía en medio de un oscuro bosque, y se hacía pequeña y vulnerable.
Y sin tenerlo previsto, ni tener las intenciones de ello, de pronto ambas unieron sus labios en un tierno beso.
Un tierno beso que durò un par de segundos, y luego se esfumò.
Ambas se observaron con vergüenza, y rieron nerviosas. Manuela hundió su rostro sonrojado en el pecho de Micaela, y esta se echó a reir cansada.
—¡¿Què acabamos de hacer?! —gritò Manuela, avergonzada y sin ser capaz de dirigir su vista a Micaela.
—¡No lo sè! —exclamò Micaela, sonrojada y divertida ante la situaciòn—. ¡Pero fue lindo!
Y ambas rieron enternecidas.
—Estoy cansada... ¿durmamos por unos instantes? —le instó Micaela.
—Sì... durmamos.
Y con las caricias de Micaela en su cabello, entonces Manuela se durmió profundamente.
Y las horas pasaron en silencio, mientras dormían en el sofà de la sala.
Y ojalà aquella tarde, las horas hubiesen sido infinitas. Porque cuando Manuela entonces depertò, jamás imaginó lo que sobrevendría.
—U-umh... —Manuela, recién despertando, comenzó a abrir sus ojos y a tomar nociòn del lugar en donde estaba—. ¿Mi...Mica?
Micaela guardaba sus cosas en su bolso para abandonar la casa.
—O-oh... Manu, despertaste —dijo, con la voz temblorosa—. Me despertè despacio para que siguieras durmiendo... lamento despertarte, mi bonita.
—¿Te vas? —disparò Manuela, con tristeza—. ¿No te quedarás conmigo?
Micaela negó con triteza.
—Pero... es tarde, ¿no? Es de noche...
—Son las once de la noche...
—¡Es tarde! —exclamò Manuela—. No tienes que irte, Mica... quédate conmigo por hoy. Ven, preparemos algo de comer, y sigamos con la película, ¿sì? Quèdate, Mica...
—No puedo quedarme, mi bonita...
—Pero Mica... —le suplicò.
—Lo siento...
Y de pronto, la pantalla del celular de Micaela se encendió por la recepción de un nuevo mensaje. Manuela observó de reojo, y pudo alcanzar a leer dicho mensaje.
''¿Dònde mierda estàs? Oye, no puedes terminar lo de nosotros. Voy a encontrarte, huyas a donde huyas, y te arrepentirás de esto. Eres mía''.
Manuela se quedó fría de pronto.
—Mica, ese mensaje...
—¡Ah! —exclamò Micaela, restándole importancia—. Debio ser algún bromista, ya sabes...
Micaela rio divertida, pero Manuela sintió que el miedo le inundaba el alma.
—Mica, no te vayas... —le suplicò—. Quèdate conmigo. Acà estaremos bien, te lo prometo, Mica...
Micaela le observó con ternura y, por varios segundos, no se pudieron despegar las miradas.
Y Micaela suspirò con tristeza.
—Debo irme, mi Manu...
Y se zafó con lentitud del agarre de su amiga.
—Mañana debo trabajar temprano. Debo ir a casa. Prometo que llegarè bien —dijo, mientras se ponìa el bolso al hombro, y se dirigía con rapidez a la salida; Manuela se alzò del sofà y camino tras ella.
—Mica, no...
—Prometo que mañana vendrè a verte después del trabajo, mi bonita —le dijo, sonriendo—. Y traerè muchas cosas para que podamos comer, allí arriba, en la azotea.
Manuela le observaba con tristeza.
—¡Y traerè un pequeño telescopio que comprè en oferta! Y veremos juntas al planeta ''Micanuela'', mientras tomamos un rico café con leche, y nos tapamos las piernas con una frazada calientita.
—Mica, no te vayas... —insistió Manuela, y Micaela entonces le sonriò de vuelta.
—Te amo, mi Manu —le dijo por última vez—. Buenas noches, mi bonita.
Manuela no contestò.
Y cuando Micaela abrió la puerta, antes de cruzar, Manuela le dijo:
—Avìsame cuando llegues a casa.
Micaela le mirò desde la puerta, y entonces le sonriò en respuesta.
Y abandonò el lugar.
(...)
Manuela quedó con el alma en un hilo aquella noche. A esperas de que Micaela le avisase cuado llegara a su casa, entonces pasaron los minutos en espera de dicho mensaje.
Y pasaron las horas.
Una hora.
Dos horas.
Tres horas.
Y nada.
Manuela sentía que el alma abandonaba su cuerpo junto al ruido del reloj.
''Amiga, llegaste?'' 3:02 am.
''Mica, dónde estàs? Llegaste a casa?'' 3:45 am.
''Mica, apenas leas esto, por favor avísame si llegaste'' 4:05 am.
''¡Mica, por favor... contéstame! Dijiste que me avisarìas si llegabas. Dònde andas? Estàs bien?'' 4:36 am.
''Te quedaste dormida, verdad? Mañana me la pagaràs... tendràs que traer doble porción de helado'' 4:51 am.
''Mica... me quedè dormida por unos minutos. Quiero pensar que has llegado a casa muy cansada, y has ido directo a la cama. Sè que entras temprano al trabajo, asì que, apenas despiertes, avísame que estàs bien. Te amo, mi Mica''. 5:28 am.
''¡¡No olvides avisarme que estàs bien!!'' 5:29 am.
Y aquel mensaje nunca llegó.
Y Micaela a su casa, tampoco.
El reloj dio en aquel entonces, las 10:15 am, y Manuela despertó de sobresalto en su sofà, después de una noche en vela.
Y lo primero que hizo, fue ver su celular.
Y allí aparecía el último mensaje.
''¡¡No olvides avisarme que estàs bien!!'' 5:29 am.
Y aquel mensaje, no marcaba si quiera el visto por parte de su amiga.
Y Manuela sintió que los pies le actuaron solos, cuando se alzò de golpe del sofà, y corrió hacia el exterior de su casa.
Y se fue corriendo hacia la casa de Micaela.
En el trascurso entonces, vio a mucha contingencia policial y a muchas personas reunidas, cuchicheando entre ellos, pero poco le importò. Sus ansias por saber si su amiga estaba bien y en casa, eran màs poderosas que cualquier otra cosa.
Y cuando quiso cruzar las cintas de procedimiento policial hacia la otra calle, en donde yacía la casa de su amiga, un policía le detuvo tomándole el brazo.
Manuela se zafò de forma violenta.
—¡¡Dèjame, no tengo tiempo!! —exclamò iracunda.
—Señorita, no puede transitar por aquí, estamos en pleno procedimiento polic...
—¡¡No me interesa!! —gritò eufòrica—. ¡¡Irè a ver a mi amig...!!
Y de pronto, cuando una camioneta de la unidad policial se mueve, Manuela es capaz de ver una lona azul al otro lado de la calle.
Y un cuerpo por debajo de ella.
Se quedó de piedra.
El policía se percatò de la reacción de Manuela.
—Señorita, por favor... —le dijo—. Es por eso que le pido se retire. Estamos haciendo pericias de...
—E-eso es...
—Es el cuerpo de una persona.
Manuela sintió que las làgrimas le brotaron solas.
—Y... y e-esa persona...
—Es una mujer.
Manuela se echò de rodillas en el suelo, y con la vista perpleja hacia la lona azul que cubrìa el cuerpo, comenzó a sentir que las làgrimas le borraban la visión.
—Ella... ella es... es...
—No podemos entregar información. Estamos en pericias polic...
Y cuando el policía se dispuso a explicar la situación, Manuela se alzò despacio y caminò sin oìrlo. Se echò al lado de la lona azul, y con movimientos automàticos y robóticos —cuestión impulsada únicamente por el shock emocional—, alzò la parte superior de la lona.
Y pudo ver con sus propios ojos, la razón del por què su amiga no había contestado a todos sus mensajes.
Aquellos ojos dorados llenos de fuerza y vitalidad, ahora yacìan inundados de una neblina galáctica grisácea. En un plano temporal infinito, allá por donde Micaela soñò algún dìa incurrir, cuando fuese astronauta.
Y partió hacia la infinidad. Hacia un lugar libre de dolor, y en donde Micaela podrá ser la astronauta que siempre soñò, caminando entre las estrellas y descubriendo dicho planeta que ella tanto añoraba.
Un lugar en donde podría vivir libre y sin miedo.
Un lugar en donde nacer mujer, no sea una condena desde el nacimiento.
(...)
Micaela Prado.
Q.E.P.D
''Hay ríos que nunca van a llegar al mar, pero tu sonrisa se quedará''.
Es aquello que dice en su làpida, después de seis años desde aquel acontecimiento.
Manuela, de rodillas en el fresco césped, le obsequia a Micaela una macetita con unas flores.
—Ha pasado tanto tiempo desde que te fuiste, pero... tu memoria sigue tan presente como siempre.
Manuela se alza, se sacude las rodillas y, siendo ya una profesional reconocida en su área de estudio, toma el pliego que llevaba en sus manos.
—Hoy es 8 de Marzo, mi Mica... —le susurra—. Y hoy, viviràs màs que nunca, y estaràs presente en mì, y en la voz de todas...
Manuela se persigna, besa la lápida de su amiga, y con un fuego voraz que enciende todo en su interior, se dirige hacia su lugar de destino.
Allì, sin miedo, sin callar màs, a paso firme y con suma valentía, entonces Manuela alza su pancarta entre medio de la multitud de valientes mujeres que la acompañan, entre cánticos, gritos y otras pancartas de apoyo y empoderamiento.
Y en la suya, claramente logra distinguirse su mensaje y fotografía:
''Justicia por Micaela Prado. Asesinada por su ex novio, cuando iba camino a su casa. Feminicidio que está archivado, y del cuál no hay culpable hace 6 años''.
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''Hay ríos que nunca van a llegar al mar, pero tu sonrisa se quedarà, no la quiero olvidar. Aprenderè a navegar sin querer controlar, entre la duda y el dolor solo queda aceptar, que tus latidos bailaràn en otro lugar''.
Nunca màs solas.
Nunca màs con miedo.
Nunca màs calladas.
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