Complicidad
-Esta cosa improvisada salió de noche, porque estaba escuchando The Weeknd, y estaba volaita
-Son Manuel 2p y Miguel2p.
(...)
Aquella noche, cuando ambos estuvieron en la cama, Miguel se puso sus anteojos de lectura, y en la página de Aliexpress, comenzó a rebuscar en el catálogo, sintiéndose muy ansioso.
A su lado, pronto llegó Manuel. Se sacó la toalla, y comenzó a secarse el cabello; ante los ojos de Miguel, su novio, quedó desnudo. Miguel, desde la cama, lo observó con una sonrisa coqueta. Manuel alzó ambas cejas; luego se puso el pijama.
—¿En qué andái, amorcito? —ronroneó Manuel, con expresión seductora, y metiéndose por debajo de las frazadas. Le puso los pies fríos a Miguel, y este lanzó un divertido chillido.
Hizo el sonido similar de un cuy; Manuel rió divertido.
—¡Oe' que estás frío, huevón!
—¿Me calentai?
Ante aquella pregunta, Miguel sonrió coqueto, y alzó una ceja; Manuel se le quedó mirando con
similar expresión.
—No me antojes, ah. Mira que te doy muerte por snus snus, roto.
Manuel lanzó una fuerte carcajada.
—Rico po.
Manuel pronto, se acomodó a su lado. Como un gato macho, territorial, y con ganas de ser mimado, se metió por debajo del brazo de su novio, y allí, le demandó cariño a Miguel; este sonrió con ternura, y pronto, comenzó a acariciarle el cabello a Manuel, mientras que, con su otra mano libre, seguía revisando el catálogo de Aliexpress.
Manuel, a su lado, observó curioso.
—¿Qué estai comprando?
—Ya compré ya.
—¿Qué cosa?
Miguel lanzó una leve risilla.
—Sorpresa.
—¡¿Sorpresa?!
—Ajá.
—Pucha... no me gustan las sorpresas.
—Tendrán que gustarte no más, cojudo.
Manuel hizo un puchero, y al paso de un rato, comenzó a llorar como un cachorro. Miguel rodó los ojos; Manuel le miró con ojos suplicantes.
Miguel cedió.
Manuel dramatizaba en muy pocas ocasiones, pero tal parecía, que aquella noche, quería hacerlo de manera magistral. Miguel no podía resistirse a eso.
—Yaaaa... ganaste, chileno baboso. —Manuel sonrió—. Estoy comprando un conjunto sexy. Es de encaje. Lenceria.
Manuel contrajo los ojos, y sonrió embobado. Las mejillas se le sonrojaron.
Se mordió el labio.
—Uy... ¿lenceria? Qué interesante... —canturreó, jadeando despacio—. Se te va a ver bonito; mi amor...
Miguel se sonrojó, y sonrió.
—Te vai a ver hermoso... —Miguel se puso a reir—. ¿Por qué te reí? —inquirió Manuel, curioso.
—Nah... de nada.
—Ya po... ¿De qué?
—La emoción —contestó Miguel, sonriendo—. Quiero que llegue rápido la encomienda.
—Yo también quiero que llegue rápido... —repitió Manuel, seductor; se acercó al cuello de su amado, y jadeó—. Ya quiero vértelo puesto...
Miguel volvió a reír, y rodó los ojos. Aquella noche apagó la laptop, y varios minutos después, conciliaron el sueño, aunque bueno, no sin antes, hacer ciertas cositas...
¡Cómo, claro... ver una película en Netflix!
¡¿Qué más podría ser?!
(...)
Cuando dos meses pasaron, Miguel recibió la encomienda. Y, no fue hasta una semana después, cuando cumplía el primer aniversario de noviazgo con Manuel, que él dio a conocer dicha noticia.
Manuel, que estaba sirviendo la mesa —para la velada romántica que tendrían—, observó entonces curioso. A través de la luz de las velas, ambos chocaron sus miradas.
—¿Qué traís en ese bolso? —preguntó, alzando una ceja; Miguel sonrió de costado.
—Nada...
—¿Nada? Ya po, amor. No seái así, ¿qué es?
Miguel, muy sigiloso, dejó el bolso a un lado. Caminó hacia Manuel, y despacio, aferró sus brazos al cuello de él. Le dio un suave beso en los labios. Manuel sintió una leve reacción en su entrepierna.
—Hoy no puedes comer... ¿entendido? Solo puedes comer algo chiquito, y beber mucha agua.
Manuel observó con expresión enamorada, y, al paso de unos pocos segundos, al asimilar lo dicho por Miguel, descompuso su cara.
—¡¿Q-Qué?! —lanzó Manuel, ofendido—. ¡No po! ¡¿Por qué?!
—Porque sí, huevón. No preguntes por qué.
—Nooo po —reclamó, con expresión suplicante—. Tengo hambre, mi amor. ¡A-aparte preparaste lomo salteado, y suspiro limeño! ¡Yo quiero comer! Estamos celebrando nuestro primer aniversario, ¿por qué no puedo...?
—No preguntes más, solo hazme caso.
—¡¿Pero...?!
—Te va a gustar...
Manuel observó descolocado; alzó una ceja. ¿Qué le iba a gustar? ¿Qué cosa le iba a gustar? ¡¿LA COMIDA?! ¡Obvio que la comida le iba a gustar, si él amaba la comida peruana! ¡Pero Miguel, esa noche, no quería dejarlo comer!
—¿Q-qué?
Miguel comenzó a reír.
—¿De qué cosa estai habland...?
Miguel le calló las palabras con un beso; Manuel observó contrariado. Miguel se re lamió los labios.
—Ya; acompáñame. Voy á comer. Te dejaré comer algo livianito; vamos. Puedes tomar vino tinto si quieres; es vino tinto chileno. Es del fino.
Cuando ambos estuvieron a la mesa, con una rica variedad de comida ante ellos, y a la luz de las velas, iniciaron su velada.
Miguel comía muy a gusto, y Manuel, observaba con cara de pocos amigos; el no poder comer todo lo que quería —y más aún, si era comida prepara por Miguel—, le generaba molestia. Con suerte, Miguel le dejó probar unas papitas del lomo salteado, y unos sorbitos de un vino tinto.
Amaba el vino tinto, pero también, amaba comer. Y, aquella noche, en donde celebraban el primer año de su aniversario, Manuel quería beber, comer, y hacer el amor. No le agradaba la idea de que Miguel, no le dejase probar nada.
Cuando Miguel entonces, estuvo ya saciado, observó a la triste expresión de Manuel, y susurró:
—Ya... llegó el momento.
Manuel alzó la mirada, e hizo un puchero. Miguel caminó hacia su bolso, y desde el interior, sacó un paquete. Se lo extendió a Manuel; este observó extrañado.
—Ábrelo.
Manuel, un tanto inseguro, abrió el paquete. Cuando entonces, ante él se vio el contenido, Manuel contrajo los ojos. Hubo un silencio entre ambos.
—¡¿E-esto es...?!
En las manos de Manuel, en gloria y majestad, el conjunto de lencería brillaba. Era un conjunto de color negro, y rojo. Tenía algunas lentejuelas brillantes, y mallas de encaje. Había también un par de medias largas, y un portaligas.
Manuel sonrió extasiado; sintió palpitarle la entrepierna.
Dios... ¡el conjunto era jodidamente sexy! A Miguel, se le vería precioso. El solo hecho de imaginar a Miguel, su amado, con aquel conjunto, le alborotó los pensamientos a Manuel.
Suspiró.
—¿Te gusta? —susurró Miguel, sentándose en las piernas de Manuel, y besándole los labios. Alzó un dedo índice, y lo deslizó despacio por el carnoso labio inferior de Manuel; se observaron con lujuria.
Manuel sonrió, con expresión adormilada.
—Me encanta... —jadeó, sintiendo la presión en su zona genital—. Se te verá hermoso...
Miguel sonrió de lado; despacio, extendió el conjunto en manos de Manuel; este observó algo extrañado.
Al parecer, el conjunto no era de la talla de Miguel. Parecía ser una, o hasta dos tallas más grandes.
Manuel observó indignado.
—¡¿E-es el conjunto que pediste por Aliexpress, o no?! —Miguel asintió despacio—. ¡Te mandaron una talla equivocada! Tú eres una talla menos, y...
—No es para mí.
Ante aquellas palabras, Manuel ascendió la mirada. Los ojos verdes se le contrajeron, y ladeó la cabeza; observó curioso.
Miguel sonrió.
—Feliz aniversario, mi amor. —Tomó a Manuel por la barbilla, y le besó los labios con suma pasión; Manuel, con los ojos abiertos, se quedó de piedra—. Hoy serás mi pasivo, Manuel. Voy a hacerte sentir mil sensaciones; provecho...
Miguel se levantó despacio, y de forma seductora, le pasó la lengua a Manuel, por el borde de la boca. Manuel siguió en su sitio, con expresión descolocada.
Miguel salió de la habitación, y tras la luz de las velas, se oyó la puerta cerrar.
Manuel, en medio de la habitación, se quedó con el conjunto de lencería entre manos.
(...)
Inhaló el cigarrillo con aliento profundo, y despacio, exhaló el humo. Miguel, cruzado de piernas, y con los brazos extendidos, esperaba sentado en el sofá de la recamara.
Cuando ante su mirar azul, vio la perilla de la puerta girarse, sonrió con expresión seductora.
Y agradable fue su sorpresa, cuando ante él, aquella imagen tan anhelada, se extendió.
Manuel en lencería.
—Fiiiuuu... —lanzó un silbido al aire, y luego, dio otra calada al cigarrillo; se mordió el labio—; precioso...
Manuel desvió la mirada. Se llevó una mano al antebrazo, y con mejillas sonrojadas, guardó silencio.
Se quedó allí, parado frente a Miguel, que lo devoraba con la mirada.
Manuel se veía precioso. Con su cuerpo más atlético, y más grueso que el de Miguel, lucía aquel conjunto de lencería que, a gusto de Miguel, le venía perfecto.
Su piel blanca, contrastaba con el color negro y carmín del conjunto. Sus brazos marcados, sus piernas marcadas, su pecho desnudo, y una cintura contorneada que, aunque no era más diminuta que la de Miguel, seguía siendo melodiosa a su mirar.
Por debajo de la transparencia del conjunto, sensuales lucían sus tatuajes. Miguel respiró extasiado, y pronto, sintió su zona genital palpitar.
Ver asi a Manuel le excitaba; deseaba tomarlo.
—Ven aquí —le ordenó con voz áspera, y Manuel, alzó la mirada con cierta duda; Miguel alzó una ceja—. Ven acá, dije.
Repitió, y Manuel, asintió.
Pronto estuvo frente a él, y Miguel, con expresión seria, le espetó:
—Arrodíllate frente a mí, ahora.
Manuel observó con aura tranquila, y luego, sonrió desafiante.
Ya, vah... ya entendía de qué iba aquello.
Entendía el juego, al que Miguel quería jugar.
—¿Y por qué debería hacer eso, mh?
De golpe, Miguel se alzó del sofá. Dio una última calada al cigarrillo, y luego, lo lanzó al suelo. Con pisada fuerte, lo apagó. Se acercó al rostro de Manuel, y lentó expulsó el humo en su cara.
Manuel, con expresión seria, lo siguió observando.
Ambos chocaron sus miradas de forma desafiante; Miguel sonrió.
—Chilenito... —susurró, con expresión seria—. ¿No me harás caso, chilenito?
Manuel se mordió el labio. Apretó sus puños.
—¿Si no te hago caso, que pasará?
Y aunque Miguel, era considerablemente más pequeño que Manuel, con aura decidida, y sin titubear, alzó un brazo, y con un movimiento brusco, tomó a Manuel por el cabello.
Manuel lanzó un jadeo, y observó con expresión lujuriosa. Miguel lo lanzó con fuerza, y Manuel, cayó de rodillas al suelo.
Miguel se agachó con él, y aún jalándole el cabello, le susurró al rostro.
—Me llamarás amo. —Manuel sonrió desafiante—. Llámame amo.
—No... —jadeó Manuel, y Miguel, fortaleció el agarre en su cabello; Manuel lanzó un leve quejido.
—Conmigo no te servirá ser el rebelde, chilenito. Hoy no serás subversivo, ni el fuerte, ¿oíste? Hoy serás el sumiso; mi sumiso.
Despacio, volvió a fortalecer el agarre en su cabello. Le lanzó la cabeza hacia atrás, y Manuel, jadeó despacio. Miguel lo observó por encima, con expresión desafiante. Ambos se observaron en silencio. Miguel, despacio, deslizó su mano libre a la entrepierna de Manuel; con los dedos, comenzó a masajear despacio.
Manuel sintió una exquisita sensación embargarle.
—¿Quién soy yo?
—M-mi amo... —gimió Manuel, abriendo los labios, y jadeando despacio.
—¿Quién soy yo?
—M-mi amo, mi amo... —repitió Manuel, sintiendo pronto, la humedad en su zona genital—. Mi amo...
—¿Y quién eres tú?
Manuel se mordió el labio despacio; Miguel alzó una ceja.
—T-tu... tu chilenito...
Miguel sonrió triunfante, y de un movimiento brusco, le alzó la quijada a Manuel; le besó los labios con hambre; Manuel, en medio del beso, lanzó un leve gemido.
Miguel se sintió extasiado.
—La palabra clave será ''amapola'' —le susurró, y Manuel, con expresión adormilada, asintió—. Si llegas a decirla, pararé de inmediato, ¿vale? —musitó, esta vez, con expresión más tierna, y voz suave, Manuel, con una sonrisa, volvió a asentir—. Ya...
Despacio, le besó el rostro a Manuel; lo tomó por la cintura, y le dio un leve golpeteo. Manuel entendió la señal, y se irguió.
—A la cama —ordenó Miguel, y Manuel, correspondió.
De espaldas, Manuel se echó sobre el colchón. Miguel se posicionó por encima, y tomó unas almohadas. Las colocó a Manuel, y así, quedó más erguido sobre sí mismo. Miguel se posicionó por sobre su pecho, dejando su entrepierna justo en el rostro a Manuel.
Sonrieron.
—Chupa —le dijo.
Manuel alzó las manos, y despacio, sacó la correa del pantalón a Miguel. En aquel transcurso, mientras ello ocurría, ambos se observaron de forma directa, y con aura lujuriosa. No despegaron su vista mientras ello ocurría. Despacio, Miguel bajó una mano; en la boca de Manuel, introdujo los dedos.
Manuel comenzó a chuparlos, como simulando con los dedos de Miguel, la acción del sexo oral.
Miguel lanzó un jadeo; sintió la zona genital palpitar con más tensión.
Entre sus dedos, la suave, cálida y húmeda lengua de su amado, se deslizaba en movimientos muy placenteros. Su mirar, bajo su cuerpo, era ardiente. Manuel, en su aura, mostraba candidez absoluta.
Verlo bajo él, por primera vez, fue ardiente. Manuel sabía lo que hacía, y Miguel, no podía perder las riendas de dicho juego.
—Hazlo ya... —jadeó, retirando los dedos de los labios a Manuel—. Es una orden; apresúrate.
Un hilo de saliva, se extendió desde los dedos, hasta su boca. Manuel llevó ambas manos al pantalón de Miguel, y frente a su rostro, bajó la tela del jeans. Pronto, a su vista, apareció el bóxer. Por fuera, era notoria dicha presión del pene erecto de Miguel; Manuel alzó una ceja, y se remojó el labio inferior.
Con un dedo índice, Manuel bajó el bóxer. Ante él, entonces el pene erecto de Miguel, apareció. Miguel observó con expresión seria; Manuel acercó sus labios allí, y en la cabeza del miembro, lanzó un cálido jadeo.
Miguel experimento la sensación cálida y suave; lanzó un leve suspiro.
—Provecho... —susurró Manuel, y pronto, acercó sus labios.
Comenzó primero a besar la cabeza del miembro a Miguel. Con sus labios cálidos, delineada el borde, por encima, y también a lo largo. Con una de sus manos, también extendió su tacto al trasero de su amo. Masajeó despacio, y luego, hundió su boca al miembro.
Miguel lanzó un gemido; Manuel sonrió.
De nuevo estaba ocurriendo; Miguel sintió que estaba perdiendo la dirección del juego. Manuel no podía tomar el control del terreno, y Miguel, endureció sus medidas.
—Eres muy travieso, chilenito... —jadeó, y de un movimiento firme, sacó la mano de Manuel desde su trasero. Tomó ambas muñecas de Manuel, y de un movimiento brusco, las extendió por sobre la cabeza de él; Manuel quedó inmovilizado, y sometido; Miguel sonrió—. Yo soy quien tiene el control acá; no tú.
Con un movimiento firme, entonces hundió todo su miembro en la boca a Manuel. Este lanzó un sonido gutural; sintió la cabeza del pene, tocarle al fondo.
Entrecerró los ojos, y sintió unas leves lagrimitas impregnarle. Alzó la mirada, y por encima suyo, vio la lujuriosa expresión de su amo.
Manuel se sintió sometido, y excitado.
Miguel comenzó a mover sus caderas en un suave, pero firme vaivén. Comenzó a penetrar en la boca a Manuel, y entre gemidos roncos, mantuvo su mirada intacta a la expresión de Manuel.
Mientras la penetración ocurría, ambos se observaban con firmeza; en su juego de miradas, se veía orgullo, lujuria, y pasión.
Una mezcla explosiva. Como un destello cegador, de puro calor sexual.
—E-eso, así... así hazlo, así... —jadeó Miguel, penetrando con más fuerza, y profundidad, en la boca a Manuel; este, respirando con dificultad, y con los ojos impregnados en lágrimas; emitía sonidos guturales. Su rostro estaba acalorado, y por el borde de sus labios, caía la saliva.
A Miguel, aquella imagen le volvió loco.
Siguió penetrando por otros instantes, sintiendo en la boca de Manuel, una sensación inigualable.
Mierda... aquello era exquisito. ¡¿Por qué antes no pensó en aquello?! Tener el poder sobre Manuel, el poder conducirlo, poseerlo, tomarlo, y verle en esa posición, en aquel rol, bajo su cuerpo, y con esa expresión...
Dejaba a Miguel extasiado.
—A-ah... ah... qué rico... —jadeó despacio, viéndose en su rostro, lujuria total, y el calor impregnarle la piel morena.
Miguel, cuando sintió que estaba en su punto, entonces se detuvo. Por alrededor de su miembro, el líquido pre seminal comenzó a brotar, signo de muchísima excitación.
Manuel, bajo su cuerpo, observaba con rostro acalorado, respiración entre cortada, y expresión adormilada. Miguel dio unas dos últimas estocadas, y pronto, desde la boca de Manuel, retiró su miembro erecto.
Al retirarlo desde los labios de Manuel, se vio un hilo de saliva unirle hasta la cabeza del pene; Miguel gimió profundamente, y sonrió.
A Manuel le escurría la saliva; Miguel lo limpió con un movimiento suave. Ambos acercaron su rostro, y se besaron con hambre.
—Tómame rápido... —pidió Manuel, también preso del calor en el momento—. Tómame, Miguel; tómame...
Miguel se despojó de los pantalones, y pronto, ante Manuel, quedó desnudo. Al instante, se posicionó sobre Manuel, y entre besos húmedos, y cálidos, comenzó a besarle el cuello.
Manuel sonrió extasiado, y cerró los ojos. Miguel por cada centímetro de piel blanca, dejó un leve rastro de humedad. Manuel suspiró con profundidad; sobre él, Miguel le hacía sentir deseado, y con su tacto firme, pero suave, Manuel se sintió perfecto.
Al llegar a su pecho, puso atención a los pezones. Introdujo uno en su boca, y comenzó a lamer en movimientos circulares, y firmes. Llevó una mano al otro, y acarició con suavidad. Manuel gimió con fuerza, y se aferró a las sábanas.
Miguel sonrió.
Despacio, fue bajando por su vientre. Allí, por donde se ubicaban las abdominales y oblicuos, Miguel comenzó a besar despacio. Bajo la transparencia del conjunto, se vio el vientre marcado de Manuel. La combinación de lo masculino, la virilidad, y lo femenino, hizo estallar la mente a Miguel. Aquel era un contraste, a su parecer, muy excitante y paradisiaco.
Y mucho más aún, si por sobre su cabeza, Manuel gemía con voz tan profunda, pero a la vez, en un tono tan suave.
¡¿Por qué antes no lo había hecho?! Manuel como sumiso, era exquisito. Si tan solo, antes se hubiese atrevido a proponérselo, cuántas noches irrepetibles, habrían experimentado...
—Q-qué rico... —gimió Manuel, tomando a Miguel por el cabello, y masajeando con fuerza—. Qué rico...
Miguel sonrió; se sintió triunfante. Entre besos húmedos, entonces bajó a la entrepierna de Manuel.
Allí, en la zona, se vio claramente la erección. Miguel deslizó sus labios por sobre la tela, y comenzó a morder despacio; Manuel suspiró.
Empleando fuerza, Miguel entonces, tomó las piernas de Manuel; le dio un leve golpeteo, indicándole entonces, que debía ayudarle.
Manuel alzó un poco su cadera, y posicionó sus piernas por sobre los hombros de Miguel. Pesaban; las piernas de Manuel, que eras más musculosas, pesaban en sus hombros, pero en su rol de activo, Miguel resistió.
Con un dedo índice, tomó el borde de la tela en el calzón de encaje, y deslizó a un costado. De inmediato, ante la vista de Miguel, el pene erecto de Manuel, apareció.
Miguel se relamió los labios; Manuel, con rostro muy acalorado, observó con expresión somnolienta.
Miguel agachó la mirada, y desde sus labios, soltó un rastro de saliva. Este cayó por sobre el miembro de Manuel, y con la sensación húmeda embargándole el tronco, Miguel comenzó a masturbar.
Manuel gimió con fuerza.
—Aquí es cuando viene lo realmente bueno... —susurró Miguel, alzando una ceja, y observando con seducción, a Manuel, que gemía en un tono bastante dulzón.
Miguel, pronto, se echó de estómago en la cama. Posicionó su rostro justo frente al miembro de Manuel, y despacio, comenzó también a besar la cabeza del pene.
Manuel contrajo los ojos.
Y pronto, en su miembro, sintió una sensación cálida, y húmeda deslizarle. Miguel deslizó su lengua a lo largo del tronco, y frotando el miembro, de arriba abajo, logró sentir en poco tiempo, un sabor ácido inundarle el paladar.
De Manuel, brotaba el líquido que, en los primeros indicios, señalaba mucha excitación; Miguel lanzó una risilla coqueta, sintiéndose realizado. Manuel, por sobre su cabeza, observó algo aturdido.
—Ponte de espaldas a mí —le ordenó, apretando con fuerza su pene; Manuel lanzó un fuerte gemido—. Ahora, mierda. Muéstrame ese culo.
Manuel asintió con expresión aturdida. Miguel se acercó a su rostro, y le dio un beso hambriento; ambos suspiraron. Un imperceptible hilo de saliva, separó sus labios.
—Apúrate; o te voy a castigar.
Manuel asintió, y de forma algo torpe, se volteó en la cama, quedando con el trasero hacia Miguel. Colocó sus manos sobre su pecho, y con expresión tímida, se volteó a mirar.
Miguel sonrió.
—Levanta esa cola —ordenó Miguel, tajante; Manuel observó aturdido—. Levanta esa cola —repitió—. ¡Levántala, mierda!
Una nalgada potente; resonó por toda la habitación. Manuel lanzó un chillido; Miguel sonrió.
—¡Más, levanta más la cola! ¡Sé un buen sumiso, chileno conchatumare!
Miguel hablaba sucio; Manuel no supo por qué, pero aquello, lo encendió más.
—¡Levanta la cola! ¡Más, más!
Manuel alzó su cadera; Miguel lo volvió a nalguear, pero esta vez, más fuerte.
Manuel gimió de dolor.
Miguel observó extasiado. Se miró la mano, que yacía roja por el golpe reciente; bajó la mirada hacia el trasero de Manuel, y en la piel blanca de su amado, pudo ver la zona muy enrojecida por los golpes.
Miguel suspiró; sintió que el calor corporal le subió aún más.
Manuel, estando en posición de cuatro, no sabía usar la postura de un sumiso. Insistía en jorobar la espalda, y no el trasero. Y claro, aquello era entendible; Manuel nunca hacía con él de pasivo, y hoy, era su primera vez.
Pero Miguel, aquel día era un amo severo, y cruel.
Le enseñaría a Manuel, a punta de golpes, como debía ser.
—¡Levanta más esa cola! —exclamó, con voz potente y áspera; volvió a nalguear a Manuel; este lanzó un gemido de dolor, y excitación.
—¿A-así...?
—¡No! —Otra nalgada; Manuel lanzó un leve grito—. ¡Arquea la cintura, no la espalda!
Manuel observaba con expresión aturdida; en la piel blanca de su trasero, se marcaban los golpes de la mano de Miguel.
Y después de varias reprimendas, nalgadas y gemidos, Manuel logró hallar la postura ideal. Miguel, que sentía su mano arder por la cantidad de golpes, se sintió al fin satisfecho.
Manuel, que tenía ahora el trasero bien paradito, observó con una sonrisa atontada.
Miguel se quedó observando dicha posición por varios minutos; el ver así a Manuel, en esa forma, con dicha expresión, y mostrándose tan expuesto, era una imagen que deseaba resguardar eternamente en sus memorias.
Era magistral.
—Rápido... —jadeó Manuel, despacio, observando de espaldas a Miguel, y moviendo el trasero, de forma sugerente—. Entra po... rápido...
Miguel sonrió; Manuel aprendía rápido, como llegar a ser un sumiso.
Aquello le gustaba.
Se asomó por sobre el velador, y abrió un cajón. Rebuscó rápido, y encontró el objeto. Era una botella pequeña de lubricante; Miguel la tomó, y se vació una generosa cantidad sobre la palma de la mano; la escurrió luego en el trasero de Manuel; este lanzó un suspiro.
La sensación del ardor en su trasero, y la viscosidad del lubricante, le provocó una sensación electrizante. Manuel sonrió excitado.
Pronto, en su entrada, sintió una leve presión. Manuel contrajo los ojos, y luego, sintió una extraña, pero exquisita sensación. Por sobre su entrada, algo húmedo le acarició; Manuel sintió una brisa electrizante recorrerle desde su nuca, hasta los pies. Lanzó un suspiro muy agudo; Miguel sintió la erección endurecer más aún.
El poder lamer aquella zona de Manuel, era importante para luego, propender a la penetración. Siempre, cuando ambos mantenían relaciones, Manuel hacía aquello con Miguel. En su rol de activo, Manuel sabía perfectamente cómo prepararlo para ello, y Miguel, ahora, imitaba dichos pasos de Manuel, para prepararlo a él para la penetración.
Manuel jamás pensó, que aquello que él, siempre hacía con Miguel, de verdad pudiese sentirse así. No imaginó, que aquella sensación fuese tan placentera.
Ahora él comprendía, porque Miguel, cuando él hacía aquello con su cuerpo, se mostraba siempre muy excitado.
Ahora comprendía, lo placentero que era ser el sumiso. Miguel, se igual manera, comprendía lo placentero, que era tener un rol de activo.
La versatilidad era adictiva...
—A-ah... ah... q-qué rico se siente, weón... Mi-Migue... ah....
Gimió, sintiendo con más ímpetu, y profundidad, la lengua de Miguel en su entrada. Pronto, un dedo se le introdujo en el interior; con movimientos suaves y circulares, se abrió paso entre la carne. Manuel arqueó suave su espalda; entre sus manos, aferró las sábanas. El sudor le surcó las sienes. Luego otro dedo, se abrió paso en su interior. Miguel, en la piel de sus dedos, sintió la fuerte presión embargarle.
Manuel era muy estrecho; aquello era normal; él jamás había hecho el papel de sumiso, y básicamente, de atrás, era aún virgen.
Hasta esa noche, solamente...
—¿Te sientes bien así? —susurró Miguel, posicionándose por sobre Manuel, y acercando el rostro a su nuca.
—S-sí, aa-ah...
Volvió a gemir, cuando Miguel, profundizó el tacto en su interior. Miguel bajó sus labios a la espalda de Manuel, y con seducción, comenzó a repartir suaves besos. En cada tatuaje, que se extendía sobre la piel de su amado, Miguel dibujó un caminito de caricias.
Cuando entonces, sintió que Manuel ya había cedido lo suficiente, Miguel retiró sus dedos. Tras ello, Manuel lanzó un profundo jadeo. Miguel lo tomó por la cintura, y la ayudó a levantar de nuevo su trasero. Manuel se apoyó sobre sus brazos, y observó con expresión aturdida. Miguel le besó los hombros; se abrazó a él con fuerza, con sentimiento de apropiación.
Manuel era suyo; solo suyo.
—Te amo... —jadeó Manuel, con aura muy seductora; Miguel, al oírlo, sonrió.
Manuel ladeó un poco su cabeza; ambos se observaron. Unieron sus labios en un beso muy suave, y pasional. Al concluir, sonrieron.
Miguel entonces, se posicionó por detrás. Tomó su pene erecto, y lo deslizó por la entrada de Manuel. Al sentirlo, gimió con suavidad. Allí, en dicha posición, Miguel se quedó por unos instantes, frotando la cabeza de su miembro, contra la entrada de Manuel.
Aquello se sentía muy bien.
—Qué rico se siente esto... —jadeó, respirando con dificultad—. C-con razón, siempre lo haces conmigo, antes de entrar...
Manuel, que observaba por sobre su hombro, lanzó una leve risilla.
Y después de saciarse en aquel movimiento de vaivén, Miguel decidió que era momento de entrar.
—Voy a entrar... —susurró, y Manuel, asintió; las piernas le temblaron levemente; se aferró con fuerza a las sábanas—. Tranquilo... —le dijo al oído, intentando transmitirle tranquilidad; sabía que Manuel, podía estar nervioso; era normal; era su primera vez en ese rol—. Podría doler un poco en un inicio, pero pasará. Avísame si quieres que pare.
Manuel asintió despacio; Miguel le besó los hombros.
—Allí voy... —avisó, y pronto, hizo presión.
Manuel sintió entonces, su carne abrirse y una nueva intromisión. Contrajo los ojos despacio; sintió un leve dolor embargarle.
Lanzó un quejido ronco; Miguel se detuvo. Se quedó así por unos instantes, ejerciendo leve presión en un suave vaivén; Manuel respiró entre cortado.
Mierda, se sentía muy bien al estar dentro de Manuel. Había solo introducido un poco menos de la mitad, pero... incluso así, ya podía sentir la fuerte presión en su miembro, y la sensación cálida impregnarle. Quería meterse de golpe, pero no podía, ni debía. Él mismo, comprendía lo doloroso, que podía llegar a ser una penetración sin preparación previa. Manuel jamás lo penetraba a él, sin antes no prepararlo. Él, ahora, que jugaba el rol del activo, debía ser igual de paciente.
Admiró, en aquellos instantes, la paciencia de Manuel al no penetrarlo de golpe, en ocasiones anteriores.
—¿Estás bien? —susurró a Manuel, besándole los hombros—. ¿Te sientes bien? ¿Puedes seguir?
Manuel sonrió, y asintió.
Miguel entonces, volvió a hacer presión. Sintió de pronto, como Manuel se relajó. Y, aunque seguía habiendo mucha presión en su interior, pudo notar, como levemente, los músculos de Manuel cedieron despacio; ya no estaba tenso, ni rígido.
Miguel dio la primera estocada; Manuel lanzó un profundo gemido; arqueó suave su espalda.
Mierda... ¡sí, sí, sí! Qué bien se sentía.
Y desde ese punto, a Miguel le fue difícil retenerse.
Porque, en la unión con Manuel, Miguel sintió que su carne era abrasada, y que en cada estocada, algo suave, y muy cálida, le friccionaba.
No conocía esa sensación tan placentera; ahora entendía el placer de la versatilidad.
Qué exquisito se sentía.
—A-ah... ah... Ma-Manu... —gimió, abrazándose a la cintura de su amado, y jadeando en su oreja. Manuel, que sentía la dureza de Miguel por detrás, era también llenado de nuevas sensaciones que antes, él desconocía.
Pero oh, mierda; lo estaba disfrutando ahora, después de dispersarse la leve molestia en un inicio.
Porque con cada estocada lenta, pero profunda, su próstata lograba ser estimulada por el miembro de Miguel. Los jadeos profundos, y el concertar de dos pieles impactando, inundó entonces en la atmósfera. Entre besos, miradas cómplices, y caricias infinitas, Manuel y Miguel, hicieron el amor.
Y, aunque todo aquello, comenzó como un juego de roles, en donde había un amo, y un esclavo, Manuel y Miguel, no pudieron sostener aquella performance hasta el final.
Porque siempre, de alguna u otra forma, ambos terminaban siempre en la ternura de su vínculo. Entre miradas inundadas de amor, de afecto, de susurros suaves, y de caricias pasionales.
Esa era la naturaleza de su vínculo; eso es lo que ellos, amaban de su dinámica de pareja; la ternura, y la pasión.
—Ma-más, más, más... más... ah... qué ri-rico weón, qué rico...
Miguel, pronto comenzó a penetrar con más rapidez. En la habitación, se oyó sus cuerpos golpetear. Por debajo, Miguel deslizó una de sus manos; tomó el miembro erecto de Manuel, y comenzó a masturbar. Manuel lanzó un gemido agudo; Miguel sonrió.
Qué bonito era oír así a Manuel...
—Mi... mi amor... mi amor... —Manuel, con cierto ahínco, ladeó su rostro, buscando los labios de su amado; Miguel acudió de inmediato, y con desesperación, unieron sus labios.
Se besaron con hambre; con un fulgor sexual incontenible.
Y mientras se oía el golpeteo de sus cuerpos, poco a poco, ambos comenzaron a escalar en sensaciones. El hormigueo pronto, les embargó la zona baja del vientre. Lo cálido, y la fricción de la unión en sus carnes, pronto les electrificó el cuerpo. Manuel sintió, que su próstata era estimulada con demasiada fuerza; los gemidos, desde sus labios, no paraban de salir. Miguel, en su ímpetu, sentía que no podía detenerse tampoco.
Ambos entraron en un trance, y pronto, las sensaciones se intensificaron.
Miguel retiró su miembro desde el interior. Manuel suspiró con voz algo aguda. Miguel le dio un suave golpeteo en las nalgas; Manuel comprendió.
—Date vuelta, mi amor. Quiero verte a la cara.
A Manuel le temblaron las piernas. Miguel lo ayudó a voltearse.
Cuando Manuel entonces, quedó boca arriba, Miguel lo abrazó con ternura. Le tomó por debajo de los muslos, y empleando mucha fuerza, le alzó las piernas. Manuel, que sentía un fuerte temblor en ellos, intentó también poner de su parte, pero le fue algo complicado.
Miguel sonrió.
—Tranquilo... —le susurró; Manuel observó algo avergonzado—. Es normal que te tiemblen las piernas. Solo ayúdame un poquito con esto...
Manuel se dio un leve impulso con las piernas; Miguel se las acomodó en los hombros. Cuando ambos estuvieron entonces frente a frente, se observaron en silencio. Manuel extendió sus manos, y le acarició la cara; Miguel sonrió.
Ambos volvieron a unirse en un suave beso; Miguel entonces, volvió a penetrar.
Comenzaron a gemir.
Y, aunque la diferencia de tamaño entre ambos, era igual algo considerable, entre Manuel y Miguel, aquello, no perjudicó en nada su fulgor sexual.
Porque ellos, en cualquier rol, se complementaban estando en la cama. Finalmente, lo que siempre prevalía en su conexión íntima, era esa complicidad inigualable que ambos se profesaban.
Así era siempre.
Ambos se emboscaron en suspiros, y palabras de excitación. Abrieron sus ojos, y se miraron con lujuria desbordante. Entre una mirada esmeralda, y otra azul, se concertó una energía sexual de alto calibre, entre la sensación en la unión y fricción de sus carnes, y en la imagen visual de sus rostros, al momento de amarse.
Y cuando al paso de unos minutos, ambos sintieron que llegaban ya a su límite, se volvieron a besar. Con sus últimas fuerzas, Miguel entonces penetró con más profundidad. Encontró el punto exacto, en donde Manuel estallaba en sensaciones, y con un movimiento fuerte de caderas, arremetió en aquel rincón.
Manuel fue sobre estimulado, y al paso de unos pocos segundos, dio un gemido ahogado; arqueó su espalda, y se aferró con fuerza a Miguel.
Manuel entonces, eyaculó.
Miguel agachó la mirada, y pudo ver, como el vientre de Manuel, se humedecía con su propio semen.
Un gemido agudo, desbordó desde sus labios. Manuel quedó rendido, y observó aturdido. Miguel, que estaba muy cerca de su límite, observó con la misma expresión.
Y pronto, sintió el impulso de hacerlo.
Le besó los labios a Manuel; lanzó un leve suspiro.
Sacó su miembro erecto, desde el interior de Manuel. Las piernas de él, cayeron con suavidad sobre el colchón. Miguel tomó el pene aún erecto de Manuel, y pronto, se subió sobre él. Se posicionó la cabeza del miembro en su entrada, y pronto, se penetró a sí mismo.
Manuel sintió otro estallido de sensaciones. No solo había llegado al orgasmo, por penetración anal, sino que ahora, Miguel volvía a generarle placer, pero de aquella forma, en que él ya conocía.
De forma torpe, Manuel intentó ayudar en la penetración. Miguel le tomó las manos, y las alejó suave.
—Y-yo haré esto... —gimió, moviendo sus caderas, penetrándose a sí mismo—. Es-estás cansado; yo sé...
Manuel, que había ya llegado al orgasmo, poca energía conservaba. Con expresión aturdida, y sintiéndose sobre pasado en placer, sentía la fuerte y cálida fricción en el tronco de su pene. Miguel, por sobre él, se movía con rapidez.
¿Volvería a correrse? Sí, probablemente sí...
—Me voy a... —gimió Miguel, sintiendo el estímulo en su próstata; con fuerza, ahondó los movimientos en su propio pene; se masturbaba a sí mismo—. A-ahhh... ah.... Ma-Manu...
Pocos segundos después, Manuel, con sus últimas fuerzas, se aferró a la cintura de Miguel; movió con rapidez su cadera, en un vaivén; penetró a Miguel en movimientos duros, y firmes.
Miguel entonces, pronto tocó también el cielo con las manos.
Y sobre el vientre de Manuel, también eyaculó.
Ambos gimieron con fuerza. Un fuerte orgasmo les tomó presos del fulgor sexual.
Miguel entonces, cayó rendido sobre Manuel. Ambos, con los cuerpos sudorosos, concertaron respiraciones agitadas, y balbuceos inentendibles.
Estaban exhaustos.
—Te amo... —jadeó Miguel, y despacio, se aferró al pecho de Manuel.
Este, con la lencería aún puesta, sonrió cansado. Se abrazó a la cintura de Miguel; allí, aún con la respiración descolocada, se quedó. Miguel sonrió cansado.
Y cuando al fin, pudieron sentir mayor tranquilidad en su aliento, ambos, con expresión llena de amor, se miraron, y acariciaron.
La noche para ambos pasó, y en medio de la madrugada, entonces se durmieron en el universo del otro.
Y allí, se perdieron.
Para Manuel y Miguel, desde aquella noche, no existieron más los roles exclusivos.
Conocieron el fulgor, y la magia sexual de la complicidad en la cama.
Desde aquella noche, Manuel y Miguel, no abandonaron jamás la versatilidad.
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