Antaño.
—Vamos, dìcelo, Miguel. Dile a este chileno de mierda que tù y yo estamos juntos en esto, dile.
Ese dìa, Julio no fue capaz de reprimir el secreto de nuestra alianza. Ese dìa llegaste de improviso, lo recuerdo. No estaba preparado para aquello. No aùn.
—Julio... —le dije, bajando la mirada e intentando calmarlo, pues se veìa notoriamente enojado por la presencia de Manuel—. No es momento, escuch...
—¡¡Dìcelo, Miguel!! —exclamò violento—. Dile a esta rata chilena que te da igual serle o no leal. Que me has elegido a mì por sobre èl. Què has elegido a tu hermano, antes que a èl.
Recuerdo tu rostro al oìr esas palabras... ¿por què tenìas que llegar justo en ese momento, Manuel? No quería que ello sucediera. Me mirabas con una expresión que hasta el dìa de hoy, de tan solo recordarlo, me hace sentir indigno. Nunca supe si era rabia, o dolor.
—Julio, ahora no...
Le dije asustado, y hubo un silencio absoluto entonces, lo recuerdo. Yo no quise mirar a tus ojos, Manuel. Siempre mantuve la mirada nerviosa y triste hacia el suelo; jamás fui capaz de verte a los ojos.
No era capaz de darte la cara y explicarte, porque sentía vergüenza. Sentìa vergüenza de lo que pensabas de mí en aquellos instantes. No fui capaz de enfrentar dicha situación.
—Bueno, chilenito... —articulò Julio en mi lugar, con un tono totalmente despectivo a ti, lo recuerdo—. Te explicarè lo que pasa. Es una buena coincidencia el que justo hayas llegado a casa de Miguel en estos momentos, ¿sabes?, yo y èl firmamos hace un tiempo una alianza secreta en tu contra, y hoy afinábamos detalles —dijo Julio, riéndose jocosamente de tu expresión llena de dolor y decepción, que apuntaba directo a mi rostro.
—¿Q-què estàs... diciendo? —dijiste en un aliento devastado, incrèdulo por lo que Julio acababa de confiarte—. Es... mentira. Miguel no haría eso, ¿verdad? Miguel, tù no...
Pero no te respondì. Y a pesar de que fijaste tu mirada afligida en mi expresión triste que yacìa clavada en el suelo, no obtuviste respuesta de mi parte. Lo siento, Manuel. No podía mirarte. No me sentía capaz de confiarte la verdad; sentía tanta vergüenza.
—El silencio otorga —dijo Julio, sonriendo con malicia aquella vez—. Miguel y yo somos alianza en esta guerra, y tù, Manuel, te quedaste solo. Miguel ha decidido apoyar a su hermano de sangre, pero a ti... a ti ha decidido dejarte a un lado.
Sentì una punzada fuerte en el pecho.
Maldita sea, quería callar a Julio de un golpe en la cara. Estaba actuando de forma muy cruel.
Todas sus palabras eran innecesarias.
—No le importas en lo absoluto —dijo Julio con malicia, sabiendo que aquellas palabras te provocaban daño—. Èl no te quiere. Por èl, que te mueras, ¿sabes? Me ha elegido a mì, no a ti. Asi que puedes irte a la mier...
—¡¡¡Julio!!! —gritè, furioso de ver que no podía controlar su afilada lengua. Me sentía tan devastado en aquellos instantes, siendo testigo de cómo mi relación con Manuel comenzaba a romperse de forma definitiva. ¿Por què tenìas que hacerlo de esa forma, Julio?
¿Por què tenía que ser de esta forma?
¿Por què debía elegir entre Julio, mi hermano, y Manuel, la persona que en secreto hasta ese entonces amaba profundamente?
—Miguel... —te oì de pronto susurrar, en un hálito suave, pero cargado de evidente tristeza—. Mìrame.
Me pediste con indulgencia, tratando de buscar mi mirada, que insistentemente yacìa en el suelo, lejos de un contacto directo con la tuya.
No me sentía capaz. No me sentía digno de ti en esos instantes.
—Miguel mìrame, por favor.
No podía. Tenìa miedo. Me sentía una rata.
—Miguel, por fav...
—Ya déjalo, maldit...
Pero de un movimiento brusco, miraste a Julio, y no fue necesaria palabra alguna, para entregar aquel mensaje claro a él.
Una mirada asesina, cargada del màs denso odio, arrinconó a Julio, provocando que enmudeciera de pronto.
—Càllate, mierda —musitaste, entre dientes—. Càllate.
Y yo comencé a temblar despacio. Los sentidos se me comenzaron a nublar.
Y de pronto, te oì de nuevo.
—Miguel... —susurraste, volviendo al mismo tono dulce de siempre—. Mìrame, y dime... ¿es cierto? ¿Es cierto lo que dice èl? ¿Te has asociado a èl en una alianza secreta en mi contra?
Tus palabras resonaban con dolor, y de nuevo, no fui capaz de mirarte.
Y entonces dijiste aquello:
—Si algo de amor sientes aùn por mì. —Aquello me quebrò completo por dentro—. Entonces mìrame a los ojos, y dime que no es verdad, Miguel. Por lo màs sagrado del cielo, dime que no es cierto.
Y por el amor que sentía por ti, entonces no pude mentir.
—Es cierto, Manuel... —dije, en un susurro, temblándome el labio inferior—. Es cierto...
Un sepulcro silencio invadió la atmósfera entre ambos.
—Yo y Julio hemos fundado la alianza Perù-boliviana. Es cierto lo que dice.
Y te mirè a los ojos, sintiendo en los mìos las lágrimas desbordando; después de ello, tu expresión ya no fue la misma.
Fue como que un témpano inundara en tu alma. El brillo de tus ojos desapareció, y un vacío se vislumbró en ti.
Rompì algo en tu interior, y supe que jamás volverías a ser el mismo después de ello.
Había sido mi culpa. ¿Cuànto dolor te provoquè con ello? ¿Cuàl era la magnitud de la decepción?
—Còmo pudiste... —susurraste, retrocediendo de forma lenta—. Miguel, tù... —apretaste los dientes, signo de ira contenida—. Còmo pudiste...
Y sentí la desesperación acorralarme. Te estaba perdiendo en aquellos instantes. No, no quería perderte. No a ti, Manuel. En esos momentos habrìa sido capaz de disolver la alianza y correr a tus brazos.
—Ma-manuel, escucha... —te dije, intentando recuperarte—. Te amo, y yo... yo, lo siento... —estaba confundido, no sabìa què palabras decir exactamente; me sentía en una nube—. Julio es mi hermano de sangre, y èl... la familia es lo primero, ¿no? Digo... —me tomè la cabeza y agachè la vista, sabiendo que mis palabras empeoraban todo—. Yo... yo pensé que tù lo entenderìas. Manuel. En mi lugar, habrìas hecho lo mismo, ¿n-no?
Y me callè, cuando observè en tu rostro una expresión de dolor infinito.
Los labios te temblaron, pero ahogaste el sollozo.
—Jamàs te habrìa traicionado... —dijiste—. Nunca te abandoné. No lo hice cuando nos conocimos, siendo niños, y no lo hice en los años que vinieron, cuando te liberè de Antonio.
Aquello último me calò profundo en el alma.
Era cierto, lo de Antonio...
Aquella vez lideraste varias tropas para darme libertad, y arriesgaste tu vida, librando horrorosas luchas para entregarme esta independencia que ahora tenía.
Siempre habìas estado ahì para mì, a pesar de todo.
Y hoy yo no lo estuve para ti. Te había fallado.
—Pero asì es como lo quieres, Miguel... —jadeaste, notándose el creciente rencor en tus palabras—. Asì es como lo quieres.
Dijiste, y te volteaste con paso firme y veloz hacia la salida.
Y yo corrì, espantado por ver que te perdía de forma definitiva.
—¡Manuel, espera! —te gritè, sosteniéndote el antebrazo.
Te zafaste de un movimiento violento, dedicándome una mirada llena de desprecio y dolor.
Me quedè pasmado.
—Esto jamás te lo perdonarè —dijiste, casi en un sollozo—. Julio es tu hermano, está bien, no te culpo, pero Miguel... —paraste un momento, me observaste por última vez, y dijiste en un susurro—. Yo jamás te habría traicionado. Èl si lo hará.
Y pasmado por tus últimas palabras, y no sabiendo exactamente a què te referìas, vi tus làgrimas surcar por tus mejillas. Las ocultaste rápidamente con tu antebrazo, al oír las risas estridentes de Julio celebrando tu dolor; te volteaste y te fuiste hacia la salida.
Y te perdí de vista.
Y nuestra relación se rompió.
Julio comenzó a celebrar tras mi espalda. Me abrazò, me dio unos golpes en el hombro, y siguió riendo jocoso.
En cambio, yo por dentro, sentía que una parte de mì se iba contigo.
(...)
El tiempo pasó, y la guerra avanzò. No volvì a verte màs, y en parte por mi cobardía —de no volver a buscarte después de dicho episodio pues, sentía mucha vergüenza por mis actos—, y por otra parte, a causa de tu profundo rencor, la guerra se volvió cada vez màs y màs sanguinaria.
Era un escenario terrible.
Jamàs pensé que el poder de tu rencor e ira pudiesen provocar tales consecuencias. Sentì que entonces no te conocía, y que tu faceta màs oscura, quizá en parte motivada por mi deslealtad, salía a florecer con todo aquel dolor que yacìa en tu interior.
Ese no eras tù, Manuel. Aquel no era el Manuel que yo conocía, y del que me había enamorado profundamente.
Los días pasaron, y la guerra se hizo insostenible.
Y entonces, pasó aquello que tanto temí.
Aquello que tù mismo dijiste pasarìa.
—No puedo seguir, lo siento, Miguel —dijo Julio ese dìa, agarrando todo lo que podía para sus municiones, y alejándose del escenario catastròfico—. Deberàs seguir solo, sè que podràs tù sol...
Agarrè fuertemente a Julio por el brazo, con ira.
—¡¡No puedes dejarme solo en esto!! —le gritè, tan herido como èl—. ¡¡Hicimos una alianza, recuérdalo!! ¡¡Estamos juntos en esto!!
—¡¡Renuncio!! —gritò, violento—. Es todo, Miguel —comenzó Julio a sollozar—. Jamàs pensé que la ira de Manuel fuese a provocar esto. Es un demonio. Lo siento, me rindo...
—No puedes... —le susurrè, suplicante—. Eres mi hermano, la familia no te abandona... —le tomè por el uniforme, intentando contenerlo—. Si me dejas, será el fin, Julio. Te preferí a ti por sobre Manuel, porque eres mi hermano... por favor. No me hagas pensar que tomè la decisión equivocada al priorizarte a ti, y destruir mi relación con Manuel...
Julio me mirò con tanto miedo, que no demorò en pensar su próxima respuesta.
—No —dijo—, lo siento, Miguel. Hay algo màs importante que la familia, y eso es salvarte a ti mismo.
No pude creer su nivel de cobardìa en aquellos instantes. Que poco digno.
—Adiòs, y por favor no mueras.
Lo soltè con desprecio, y lo observè con un profundo dolor. Cayò al suelo como un animal, y se levantò de inmediato, corriendo desesperado de aquel lugar entre quejidos de angustia.
Y me quedè solo.
Me sentí como un verdadero idiota.
(...)
Los días pasaron, y mi deceso fue rápido.
Despuès del abandono de Julio, las cosas no perduraron mucho màs.
Ya te habìas convertido en un ser lleno de rencor e ira, y no podía reconocerte cuando te observaba.
Tus ojos habían mutado de tu habitual color miel, a unos ojos carmines que denotaban un maquiavelismo que nunca antes había visto en ti.
Tù no eras Manuel.
—¡Detèn esto, por favor! —te sollocè un dìa, tirado en el suelo y suplicándote piedad—. ¡Basta, Manuel! ¡Ya has ganado! ¿¡Què mas quieres?! ¡Julio me abandonò en medio de esto, y ya no puedo seguir!
Me observaste con total indiferencia por sobre tu hombro. Tus ojos carentes de alma, expedían un aura vacía, como si fueses un ser inerte.
—No me interesas —dijiste seco, clavándome màs profunda la daga en el corazòn—. No me interesa què pase contigo. Esto es una guerra, y aùn no estoy satisfecho.
—¡¡Tù no eres asì, Manuel!! —te gritè, intentando hacerte entrar en razòn—. ¡¡El Manuel que conozco es un joven noble y bueno, no este monstruo que eres ahora!!
Frunciste los labios con desagrado; me observaste con desprecio.
—¡¡Te has vuelto una bestia!! ¡¡Y asì ya no te amo!!
Sentì tu mano chocando en mi mejilla. Una bofetada me sacudió el rostro. Quedè perplejo. Alcè mi vista asustada, mientras tocaba mi mejilla herida.
—Un dìa lo fui... —dijiste, notando algo de sentimiento en tus palabras vacìas—. Noble y bueno. Supongo que sì.
Oírte era desesperanzador. Parecías no tener alma.
—Pero entonces tù... —un brillo resplandeció en tus ojos; eran làgrimas—. Miguel, jamás olvidarè lo que has hecho. No olvidaré tu humillación. Ojo por ojo, diente por diente.
Entonces entendí el origen de tus palabras.
Mi traición...
Cuánto rencor guardabas, Manuel. Tu alma estaba envenenada, y ahora, te habìas convertido en un ser oscuro.
Y con el tiempo, también me convertí yo en ello.
El tiempo pasó, y la guerra llegó entonces a su fin.
Los resultados fueron devastadores para ambos, pero mucho màs para mì.
Sè y entiendo, que en parte todo esto fue por mi causa. De haber confiado en tus palabras en un inicio, y de haber rechazado la alianza secreta con Julio, no habrìa desatado aquel dolor, decepción e ira en ti, y las cosas no habrían terminado de esta forma. Si tan solo hubiese priorizado el lazo e historia que compartìamos, este no habrìa sido el resultado. Si tan solo hubiese sido leal a nosotros, no habrìa este desenlace.
Pero no se justifica, Manuel.
Entiendo que te hice daño, y que de mi te decepcionaste, pero te ensañaste de una forma cruel y vil conmigo.
Tù nunca me perdonarás esta traición, pero yo tampoco te perdonarè a ti jamás este daño que me has hecho.
Estamos a mano ahora, ¿no?
Este es el resultado final. Tù me odias, y yo te odio.
Pero, también somos conscientes de otra cosa...
Que me amas profundamente, y que te amo profundamente. Que anhelo los días en que vivimos felices, y los días previos a estos sucesos que rompieron algo importante entre nosotros.
Anhelo volver a ti como antes solìa hacerlo, porque te amo, y sè que también me amas.
En esto se resume nuestra historia. Y aunque aùn está viva la memoria que duele, de a poco intentamos reconstruir aquello que nos une màs allá de aquel terrible episodio.
Al final, creo que son màs cosas buenas las que nos unen, que las malas que nos desunen.
Al dìa de hoy, cuando te veo, vuelvo a ver esa aura noble y dulce en tus ojos. Has vuelto a estar sano, pero estàs herido, al igual que yo. Al verme, me sonríes como lo hacías antaño, y revivo aquellas emociones que yacían guardadas en lo profundo de mi alma.
El dìa de hoy te veo, y después de pensarlo muchísimo durante los últimos años, me atrevo a decirte:
—Manuel, ¿retomamos nuestra relación de antaño? —sonrìo—. ¿Comenzamos de cero?
Te sorprendes, te ruborizas de forma leve, y sonríes despacio, diciendo:
—Claro que sì. Llevo años esperando esta pregunta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top