2·escritor
En el pintoresco pueblo de Tortillaland, la llegada del célebre escritor Spreen había causado un revuelo entre los habitantes. Los rumores de su deslumbrante atractivo se extendían como la brisa matutina, llevando a muchos a buscar un encuentro con él. Sin embargo, lo que la mayoría desconocía era que Spreen no era un forastero; sus raíces estaban profundamente ancladas en ese mismo suelo que ahora pisaba con zapatos de viajero.
Spreen había vivido allí, y cuando la oportunidad de perseguir su pasión por la escritura se presentó, no dudó en abrazarla. Pero ahora, después de años de éxito y reconocimiento, su inspiración parecía desvanecerse, su amor por las letras se escurría entre sus dedos como granos de arena. Regresó a Tortillaland en busca de una musa, alguien capaz de derretir la helada barrera que rodeaba su corazón.
Habían pasado apenas unos días desde su llegada, y ya contemplaba la idea de regresar a la ciudad. "¿Por qué no hay nadie que logre cautivarme?" se preguntó, apoyando su cabeza en su mano en un gesto de desesperanza.
"Quizás no has buscado bien", resonó una voz detrás de él, pequeña y risueña, con una risa aniñada que se filtró a través del silencio. Al girarse, Spreen se encontró con un personaje vestido con un manto azul, una capa roja, sombrero, lentes y un collar de jade adornando su pecho. Era Juan, el hechicero del pueblo, un rostro familiar que le devolvía a recuerdos de infancia.
"Tienes razón, parece que no busqué bien", admitió Spreen, acercándose al hechicero. Con un gesto audaz, tomó su rostro entre sus manos y selló sus labios con un beso suave y explorador.
Juan, el hechicero, no se resistió. Había sentido amor por Spreen desde aquel día lejano en que lo vio bajo un árbol, absorto en la escritura de su libro. Aquel niño que se había transformado en el hombre que ahora tenía frente a él.
"Sé mío", exigió Spreen, su voz ronca no dejaba lugar a dudas, era más una orden que una súplica.
"Claro, ¿por qué no?", respondió el hechicero con una sonrisa. "Pero dime algo más romántico, eso no es suficiente para mí."
El escritor soltó una risa que se perdió en la brisa nocturna y, con una voz llena de amor y sinceridad, le dijo: "Por cada estrella en el cielo, pronunciaré una palabra que describa mi amor por ti. Y aunque me falten estrellas, nunca me faltarán palabras para expresarlo."
"Qué cursi", replicó el mago, aunque el rubor en sus mejillas decía lo contrario.
"Aun así, te gustaba espiarme, ¿crees que no te veía? Mi pequeño espía", dijo Spreen con una sonrisa cómplice.
Ambos compartieron una sonrisa bajo la luz de la luna, que esa noche se convirtió en confidente de su amor. La luna, encantada con la profundidad de sus sentimientos, les juró secreto y les deseó suerte en su camino juntos.
Y así, en el corazón de Tortillaland, comenzó una historia de amor que prometía ser tan eterna como las estrellas bajo las cuales se había sellado.
[=Holi, nuevo cap jaja.
#Editada 15/04/24
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