El significado de tu nombre (Jack el Destripador)

Nombre: Nancy Waterford.

Ocupación: Única hija y primogénita de los condes de Waterford.

Este será un poco más largo que los anteriores, pero debo decir que he disfrutado mucho escribiéndolo, consiguiendo hacer el capítulo fluido como deseamos todos :3

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Los sonidos de los cascos de los caballos eran claros y continuos, monótonos y repetitivos. Al chocar contra la calzada de piedra, sonaban todavía más. Eso acompañado de las ruedas del carruaje y el sonido de las riendas era lo único que escuchaba Nancy desde que salía de su mansión en las afueras de Londres hasta que entraba a la gran capital. Allí esos ruidos se sumaban al de los vendedores ambulantes, otros coches de caballos, conversaciones, canciones que cantaban los niños, algunos gritos y aparecían algunos olores que a ella le llamaban la atención.

Apartó un poco la cortina de su ventana para asomarse a ver cuando el coche se detuvo un momento. Realmente, le gustaba escapar de su mansión para ir a Londres y descubrir la ciudad.

 - El señor Waterford quiere que le compremos unos zapatos nuevos para el baile que se celebrará este fin de semana - le comunicó su mayordomo, sentado enfrente de ella, mientras se ajustaba las gafas leyendo un papel - Antes de eso, haré una parada para comprar naranjas, señorita. Se que le gusta mucho merendar zumo recién exprimido.

 - Muchas gracias, Claude - ella sonrió mirándolo.

El mayordomo asintió. Era un hombre joven, bien peinado de cabellos oscuros y ojos penetrantes, de faceta seria y responsable que en cuyo interior guardaba a un hombre de carácter tierno y sobreprotector con su joven ama, y alguna vez consentía sus pequeños deseos a espaldas de los señores como era merendar un poco de zumo de naranja por verla feliz.

Habiendo comprado una cesta de mimbre llena de hermosas y jugosas naranjas que a Nancy le encantaba oler, se dirigieron hacia un zapatero de prestigio, situado en una de las calles más comerciales donde panaderías, pastelerías, boutiques, carnicerías y cantinas eran lo más común a la vista entre callejón y callejón.

Nancy se bajó del carruaje sosteniendo su vestido y con la ayuda de la mano de su mayordomo. La joven, al tocar el suelo con sus zapatos blancos, inspiró profundamente, oliendo el pan recién hecho de la panadería cercana, un placer tanto para las narices más pobres como para las más adineradas.

Tras más de una hora dentro de la tienda calzando y descalzando, Nancy salió de la tienda acompañada de su mayordomo, que fue a guardar dos cajas al carruaje mientras el tendero esperaba en la puerta para recibir su pago y comentarle al mayordomo cuándo le llegarían nuevas y selectas piezas.

La joven se separó unos pasos, mirando a todas partes llena de curiosidad. Vio a unos niños menores que ella acercarse corriendo y jugando, con unas espadas de madera muy rudimentarias de juguete, mientras reían y se apuntaban con ellas. Ella sonrió mirándoles. Eran tan inocentes...

Apoyó la mano enguantada en la esquina de la zapatería, mirando al fondo de un callejón, de donde provenía un ruido metálico, perteneciente a unas visagras, y una gran sombra se movía por las paredes. A Nancy le dio curiosidad, y mientras el señor zapatero mostraba un catálogo a su mayordomo, cerciorándose ella de que estaban ocupados y no le prestaba atención, salió de la calle principal para caminar despacio por ese callejón.

Parecía que dentro de esa pequeña calle, todos los buenos olores y los bonitos colores de Londres desaparecían. De repente, antes de llegar hacia el fondo, una voz rota y grave le hizo dar un sobresalto al gritar.

 - ¡¿Qué haces otra vez en mi propiedad?! ¡El contenedor es mío, chico! ¡Mi basura, mi contenedor!

Justo cuando Nancy entendió que el regaño no era para ella e iba a acercarse a ver lo que ocurría, fue embestida por un niño que corría hacia ese callejón y no la vio al girar la curva. Ambos dieron un grito y acabaron tirados por el suelo, con las cosas que el niño llevaba en brazos tiradas alrededor.

 - Ay... lo siento mucho... - se quejó el chico sentándose y frotándose la nuca.

 - No... fue culpa mía... - ella se miró el vestido, algo sucio sentada en el suelo.

El muchacho se levantó del suelo, sin sacudir el polvo de su ropa y se acercó a ella para tender su mano y ayudarle a levantarla, quedándose prendado de esa chica. Nancy le miró y dio una pequeña sonrisa. El niño tendría unos 12 años, y a juzgar por su atuendo y el leve hundimiento de las mejillas por el hambre, no era de una clase acomodada como ella. Pero lo que más le gustó del muchacho, fue ver sus bonitos ojos bicolores, haciendo que ambos se quedaran mirando el uno al otro durante un momento en el que el tiempo se separó.

 - Tienes... - murmuró el chico - Tienes los ojos de colores diferentes... - dijo sonriendo lentamente.

 - Sí... como tú - ella dio una sonrisa, colocándose el flequillo, que escondía un poco su ojo castaño y dejaba ver su ojo azul.

Justo cuando ella iba a aceptar su mano para levantarse, aunque estuviese sucia, un gran hombre agarró al niño por el cuello de su ropa levantándolo del suelo como si pesara menos que una pluma.

 - ¡Aquí estás, mocoso! - gritó.

El chico se cubrió con sus brazos en el aire, ante los gritos furiosos de ese enorme panadero gordo de delantal lleno de restos de harina y masa que estaba cansado de oír.

 - ¡No le haga nada! - pidió ella tendiendo una mano hacia él - ¡Es sólo un niño!

Ignorando el señor su petición, ella se giró a mirar a la salida del callejón buscando la ayuda de su mayordomo, que ya estaba ahí. Agarrando por la muñeca peluda al señor panadero cuando iba a golpear al chico, el mayordomo le miraba con esa frialdad característica de sus ojos detrás de sus lentes cuando algo no le gustaba en absoluto.

 - Señor, tenga la amabilidad y la decencia de comportarse. Está usted, además de lastimando a un menor, delante de la primogénita de los condes de Waterford, señores dueños de todos los campos de donde usted consigue su trigo.

El hombre dio un mueca, más bien parecida a un desafío hacia Claude, mirando de reojo a la chica en el suelo. Tanto ella como su mayordomo vestían muy bien, y aunque no sabía si era verdad, no ganaba nada provocando a ese hombre que había podido detener un puñetazo con un solo brazo.

 - Pierdo el tiempo - dijo con desgana.

Y soltando al chico de malas maneras, cayendo al suelo a horcajadas, se retiró hacia la puerta trasera de su negocio cerrando de un portazo. El mayordomo levantó a su ama del suelo, sacudiendo su vestido con delicadeza, preguntándole si se había hecho daño. Ante su negación, él retrocedió un paso y se cruzó de brazos, mostrándose serio. Nancy suspiró, juntando las manos y mirando a otro lado apenada.

 - Lo siento, Claude... no debí haberme marchado de tu lado... - se disculpó.

El mayordomo quiso abrir la boca y regañarle, pero tras pensarlo un poco, giró los ojos al cielo negando suavemente. No merecía la pena, ella ya había aprendido lo que pasaba , y no le gustaba regañarla.

 - Volvamos al carruaje, por favor - pidió él - No le diré nada a sus padres de esto, pero debo limpiar bien esas manchas de su vestido en cuanto lleguemos.

Ella asintió, tomando el brazo que le ofrecía como un caballero. Al ir caminando, ella miró hacia atrás, para ver al niño recoger los trozos de pan duro que habían salido volando con el choque, además de detenerse a mirarla marchar.

 - Nunca me habías hablado de esto, Claude... - dijo ella mientras el mayordomo abría la puerta del carruaje.

 - Es la parte triste de Londres - confesó - No era necesario hablarle de esto.

 - No creía que en una ciudad tan urbanizada y moderna como esta hubiesen niños tan pobres... - comentó con pena subiendo al carruaje.

 - Señorita... la pobreza siempre está ahí, aunque no la veamos - contestó él con algo de lástima en su voz - No son sólo niños. Hay mendigos, meretrices, ladrones...

 - Eso lo entiendo, pero... - siguió ella asomada a la ventanilla, buscándole con la mirada - ¿Tan pobre como para tener que comer de los contenedores?

El mayordomo asintió sin mirarla cuando se subió al carruaje y cerró la puerta. Nancy suspiró tristemente, y su mirada cayó sobre la cesta de mimbre que tenía llena de naranjas a su lado. Su mayordomo, antes de darle la orden al cochero de partir, miró su rostro, sabiendo leerlo como un libro abierto desde que estaba a cargo de su joven ama.

 - ¿Está dispuesta la joven ama a privarse de su zumo de naranja durante los próximos tres días? - preguntó con una pequeña sonrisa.

 - ¡Claro que sí! - contestó con una sonrisa agarrando la cesta.

 - Deje - pidió agarrándolo él - Yo lo llevaré.

Él abrió la puerta y bajó, llevando la cesta de mimbre con la fruta y se adentró en el callejón, llamando al niño. Nancy no lo podía ver desde donde estaba, pero le hubiese encantado poder salir del carruaje y acompañarle. Era la primera vez que veía a un niño pobre, la primera vez que veía a alguien con heterocromía además de ella, y sobre todo, la primera vez que veía a alguien que debería sentirse triste por su situación... tener una sonrisa tan llena de felicidad.

El carruaje se marchó luego hacia la mansión, dejando tras de sí la gran ciudad. Algunas calles más alejadas de ese sucio callejón, el niño entró sin aliento por la puerta de atrás de un humilde prostíbulo, jadeando una vez dentro sintiéndose a salvo de alguien que pudiese robar su botín diario.

 - ¡Mamá, Anna! ¡Ya he vuelto! - gritó felizmente.

 - No alces tanto la voz, niño - dijo esta última en una habitación de al lado - Tu madre está ocupada.

El chico entró felizmente a recoger el libro que había dejado a medias y se sentó en los escalones inferiores de la escalera, retomando su lectura y guardando la cesta de mimbre a su lado. Muchas veces no podía evitar sentirse atraído por su olor y color, notándose babear al pensar en cómo sería comer una naranja tan grande sin que estuviese podrida.

 - ¿Otra vez leyendo, pequeña rata de biblioteca?

Anna había salido del cuarto contiguo sosteniendo una botella de vino barato, encontrándose al niño donde siempre solía esperar a su madre. Aunque le llamara a veces por algunos nombres algo hirientes, ella lo hacía desde un cariño profundo que no solía mostrar. 

 - Oye... ¿pero qué tienes ahí? - preguntó al ver la cesta con naranjas.

 - ¡Una cesta llena de naranjas! - exclamó con felicidad - ¡Me muero de ganas por enseñársela a mi madre! ¡Cuando ella la vea, te podré dar una, Anna! 

 - Oh, buen chico, ¿has empezado a robar? - preguntó llevándose a la boca la botella.

 - No, no quiero tener que hacerlo... - dijo el chico - Me las han regalado.

 - Venga ya - respondió con una sonrisa llena de sarcasmo - Nadie regala una cesta de naranjas a un niño pobre, Jack.

 - Lo digo en serio - él se giró hacia ella - Otra vez el panadero me volvió a atrapar, pero me salvó un mayordomo de una familia adinerada. Luego me regaló esta cesta, en nombre de la primogénita de los condes de Waterford, Nancy Waterford - recitó de memoria el detalle del mayordomo hacia él.

 - Sí, claro que sí, niño - comentó ella restando importancia - Si te has encontrado con la hija de los condes, yo me he follado esta mañana al príncipe Eduardo.

Jack la miró alzando una ceja, preguntándose internamente, por qué no le creía.

 - Oh, perdona, no debería hablarte de esa manera - dijo Anna - A tu madre no le gusta que use esas palabras delante de ti.

 - No te preocupes, estoy acostumbrado... - contestó el niño.

*

*Una semana más tarde*

*

 - ¡Claude! - le llamó Nancy bajando las escaleras del recibidor sujetando su vestido - ¡Déjame ir contigo!

El mayordomo se detuvo en la puerta, cuando se disponía a bajar hacia el carruaje, preparado para ir a la ciudad.

 - Pero señorita... - dijo al verla.

 - He terminado todos mis deberes y ahora mismo tengo tiempo libre, por favor... - suplicó juntando las manos delante de él.

 - ¿Sabe el señor que quieres venir? - preguntó refiriéndose a su padre.

 - Nancy.

La voz grave de su padre en la escalera les hizo mirar a ambos. Él bajaba lentamente, bien vestido y arreglado, con aire solemne.

 - ¿Para qué quieres ir a la ciudad? Claude sólo va a hacer unos recados.

 - Padre, es que... - ella dudó un poco, sabiendo que debía buscar una excusa rápidamente - Me gustaría... comprarme un collar nuevo.

El señor se detuvo a mitad de la escalera, con una mano en su bastón y la otra en la barandilla.

 - ¿Tú un collar? Me impresionas, hija... - dijo continuando bajando - Nunca has mostrado ningún interés por las joyas.

 - Sí, padre... es porque... - ella se ponía nerviosa - Porque sabes que mi matrimonio está próximo y... quiero empezar a comportarme como una mujer decente de mi categoría.

El conde terminó de bajar las escaleras, caminando hacia su hija, abriendo los brazos lentamente.

 - No sabes lo feliz que me hacen tus palabras, hija - comentó orgulloso - Por fin vas a sentar la cabeza y aceptar ser una señora digna de tu matrimonio. Claude, acompaña a mi hija a todas las joyerías de Londres que quiera - dijo buscando en el interior de su chaqueta, sacando un gran fajo de billetes - Compra todas las joyas que ella desee, y quiero que al regresar me las enseñes. Así veré los gustos de mi hija. Oh, pero que orgulloso estoy - dijo abrazándola - Verás cuando se lo diga a tu madre. Esta noche en la cena, hablaremos de esto.

Ella dio una sonrisa nerviosa y agarró el dinero que tendía su padre, para luego agarrar a su mayordomo del brazo y salir de la mansión lo antes posible en dirección al carruaje. Se subió rápidamente cuando el cochero abrió la puerta, bajo la mirada feliz y satisfactoria de su padre en la puerta. Su mayordomo subió después.

 - La joven ama no acostumbra a mentir... - dijo sentándose enfrente.

 - Odio mentir, Claude... pero si le dijera la verdad, nunca me dejaría ir... - dijo echando la cortina en su lado del carruaje, para que no entrase mucho sol.

 - Se que lleva toda la semana pensando en lo que ocurrió con el chico - dijo tras dar la orden al cochero - Lo bueno es que su mentira ha hecho que no importa lo que tardemos en volver, pues en teoría, tenemos que ir a todas las joyerías de Londres.

 - Pero es que da igual a que joyerías vayamos, no quiero ir - pidió ella - No me gustan las joyas. prefiero la sencillez de mi ropa. ¿Podrías... ayudarme?

El mayordomo pensó un momento, siempre dispuesto a darlo todo por ella.

 - Me temo que tendremos que ir al menos a una joyería, señorita. Al menos compremos algo, por la alegría de su padre y por cubrir su mentira.

Ella asintió, algo nerviosa.

 - ¿Y podríamos... buscar al niño? - preguntó tímidamente.

 - Bueno, será complicado - pensó - No sabemos su nombre, pero si tiene heterocromía, será conocido por los alrededores. Podemos preguntar.

Ella se agitó levemente nerviosa. Se encontraba muy feliz, y por primera vez, el trayecto hacia Londres se le hizo eterno, deseando llegar.

Allí, en la misma calle que la semana anterior, Claude hizo sus compras, preguntando a los tenderos por el niño de ojos bicolores que se movía entre los callejones, y tras eso, marcharon hacia una joyería en la misma calle. Nancy eligió un collar sencillo sin pensarlo mucho, buscando comprar algo para salir pronto y comenzar su búsqueda, impacientándose un poco mientras la vieja dueña metía la joya en su estuche envolviéndolo bien.

 - Le felicito por su elección, joven ama - comentó el mayordomo al salir - Aunque no lo crea, tiene gusto.

 - Gusto por lo sencillo, Claude. Bien, ¿has averiguado algo del chico? - preguntó.

 - Tengo una dirección, dicen que cree que vive ahí - dijo mirando un pequeño papel doblado.

Él tuvo reflejos y evitó que Nancy le quitase el papel de las manos con velocidad.

 - No, señorita. Mejor que lo vea usted mismo, y desde el carruaje.

Tras dejar las compras y dar la dirección al cochero, el agitó las riendas y marchó por las calles hacia su nuevo destino. Nancy iba nerviosa. ¿Con qué se iba a encontrar? ¿Estaría el chico ahí? Sus manos temblaban suavemente, pero estaba decidida a ir.

Tras unos minutos, el coche se detuvo y el mayordomo bajó. Antes de tenderle la mano para ayudarla a abajar, miró el lugar con seriedad.

 - Señorita, mire desde ahí antes de bajar.

La chica se asomó, apoyando las manos en la puerta. Delante de ella había un edificio de dos plantas, de fachada mal cuidada, con un letrero encima borroso donde podía leerse "Burdel ...." El resto era ilegible por el desgaste de la pintura.

 - ¿Un... burdel? - preguntó mirando al mayordomo.

 - Así es. Si no quiere seguir con esto, subiré al carruaje y nos marcharemos - le propuso él.

Ella volvió a mirar el lugar con intriga, y después de tragar saliva, se levantó del asiento dispuesta a bajar. Claude le tendió una mano para ayudarla.

 - Siempre fue muy valiente y curiosa - admiró él - Pero déjeme ir primero, no sabemos qué o quien puede haber dentro.

Ella asintió, tomando su brazo ofrecido y caminando hacia la puerta. Tras abrirla con un chirrido, una pequeña campana sonó, indicando clientes. Por suerte para ellos, el recibidor estaba vacío, pues no era una hora común para acudir a estos lugares.

 - Voy, voy... - se escuchó decir en un cuarto contiguo.

De ahí salió una mujer de vestido simple, sujeta como siempre a una botella de vino, que se quedó prendada por la visita de ese alto, guapo y elegante mayordomo vestido de color negro.

 - Vaya... creo que es la primera vez que veo entrar a un hombre tan apuesto... - comentó sonriendo y acercándose - ¿Vienes buscando cariño, guapo?

 - Gracias por su ofrecimiento, señorita, pero en realidad no he venido a eso - contestó con educación, declinando su oferta con un movimiento de cabeza y una sonrisa.

Luego, los ojos de la mujer se dirigieron hacia la chica tomada de su brazo, apegada a él con algo de miedo, mientras inspeccionaba el lugar. Su primer pensamiento fue creer que era su hija, o incluso su pareja, pero al ver sus ropas tan finas y delicadas con las manos enguantadas, la historia que Jack le contó hacía una semana le vino a la mente.

 - Disculpe... - dijo la joven con timidez - Estoy buscando a un niño, me han dicho que podría vivir aquí. Unos 12 años, cabello claro, ojos...

 - Jack no mentía cuando me dijo aquello - le interrumpió la prostituta - Sí, estas buscando a Jack.

Ella finalmente sonrió tras la impresión. Jack... te había encontrado.

 - ¿Realmente fuiste tú quien le dio la cesta de las naranjas? - preguntó - Acabó compartiéndolas con todas las mujeres aquí.

 - Sí, espero que le gustase el regalo - contestó con una sonrisa - Esto... ¿podría hablar con él?

 - Ahora mismo está en la calle - contestó Anna - Nunca sé cuando va a volver...

La puerta trasera del prostíbulo se abrió, entrando el niño mencionado con unos jadeos. Ni siquiera los miró, pues estaba dándoles la espalda recuperando el aliento.

 - Qué suerte, ahí lo tienes - dijo la mujer - Jack, tienes visita.

El niño levantó la mirada, preguntándose quién podría querer visitarlo a él, si ni siquiera jugaba con otros niños pobres por preferir quedarse a leer en las escaleras del burdel. Al acercarse y chocar su mirada con la de la chica, ambos sonrieron a la vez.

 - ¿Jack? - preguntó ella para confirmar su nombre.

 - ¡Señorita Waterdorf! - contestó él con felicidad acercándose.

Ella esperaba que le llamase por su nombre, pero se quedó impresionada al recordar su apellido y saber dirigirse hacia ella como todo un caballero.

 - ¿Cómo has estado, Jack?

 - Bien, feliz como siempre - contestó - ¿Has venido a que te devuelva la cesta? ¡Ah, no te di las gracias en persona por el regalo! Muchísimas gracias por su regalo y generosidad, señorita Waterdorf - agradeció inclinándose.

 - Llámame Nancy, por favor - pidió ella sonriendo.

La campana del lugar volvió a sonar, entrando dos hombres que conversaban entre ellos. Al verles ahí en medio, sus ojos se dirigieron hacia la chica nueva.

 - Vaya, Anna, ¿has traído a una chica nuev...?

La mirada penetrante y asesina del mayordomo le dio un escalofrío, aunque ni siquiera le había mirado a la cara, podía sentirla clavándose dentro de él, advirtiéndole sobre sus palabras.

 - Disculpad, debo atender a estos hombres - dijo la meretriz - Jack, llévalos a la cocina, ahí podréis hablar tranquilos.

El niño asintió obedientemente, mientras les invitaba a abandonar el recibidor. La cocina era pequeña para tantas mujeres que estaban dentro del lugar, pero el chico limpió rápidamente la mesa antes de invitarles. Agarró una silla y la apartó, colocando un pañuelo limpio sobre el asiento y ofreciéndoselo a Nancy. Ella sonrió dando las gracias y se colocó para sentarse.

 - Disculpad que no os pueda ofrecer nada de comer - se excusó el niño.

 - No te preocupes. Entonces... ¿de verdad vives aquí? ¿Esta es tu casa?

 - Sí - él sonrió - Vivo con mi madre y las demás mujeres. Ella ahora mismo está ocupada, por lo que parece, pero me dijo que le haría ilusión darte las gracias en persona por el regalo.

 - Oh, ella estará cansada, Jack - pensó ella - Si es tu casa, ¿por qué entras por la puerta trasera?

 - Oh, Anna dice que los niños en los burdeles damos muy mala imagen. No tienen que verme mucho - él contestó sin importancia.

Nancy tragó saliva, sintiéndose mal. Luego vio unos libros en la mesa.

 - ¿Esto es tuyo?

 - ¡Sí! - afirmó.

Ella tomó uno de ellos, encontrando una de las primeras obras de Willian Shakespeare.

 - ¿Lees Shakespeare? - preguntó con una sonrisa - Es increíble para tu edad.

 - Leo desde que aprendí, nunca he dejado de hacerlo - el chico sonrió - Me gusta mucho. Siempre que puedo me acerco a la librería, a ver si el dueño tira a la basura más ejemplares que no vende o se estropean.

La chica acarició la tapa del libro, viendo cómo el libro tenía un refuerzo en las páginas de haber sido cosido para evitar que se desarmara. Por dentro le daba mucha pena la vida del chico... y sin embargo parecían tan feliz con lo poco que tenía... mostrando lo humilde que podía ser.

 - Yo... quería preguntarte algo... - habló el chico con algo de timidez.

 - ¿Sí? - ella dejó el libro donde estaba.

 - Tu ojo... ¿también es mágico? - preguntó.

 - ¿Mis ojos... mágicos? - ella parpadeó sin entender - No, no son mágicos. El azul es de mi padre, y el castaño de mi madre - dijo ella, apartando un poco más su flequillo para que pudiese verlo mejor.

 - Yo... - dijo señalando su ojo más oscuro - Con este ojo puedo ver las emociones de los humanos manifestadas en colores...

Ella se sorprendió mirándole. Claude, detrás de ella con postura recta, también lo hizo, pero no se notó.

 - ¿Cómo es eso? - preguntó ella.

 - Es como una pequeña nube alrededor de las personas. Cambia de color al expresar lo que sienten. Es fácil para mí decir que ambos os sentís sorprendidos... pero... -Jack sonrió con felicidad - Tú si me crees aún sin demostrarlo, pero tu mayordomo también tiene el color de la duda.

Ella le miró, y él sólo pudo encoger sus hombros, mostrando que era obvio que se sintiese así.

 - Pero no me importa que no me crea - Jack continuó - Tú acabas de creerme, eso sí que vale para mí.

Nancy sonrió, apoyando el codo en la mesa y la mejilla sobre su mano. Jack podría tener 12 años, vestir con harapos y estar sucio y maloliente... pero a los ojos de Nancy parecía mayor por lo bien que hablaba y lo alto que era para su edad, y sólo podía concentrarse en lo feliz que parecía después de todo. Era educado, cariñoso, tierno, agradecido... era alguien a quien el ambiente que le rodeaba no era capaz de corromper.

Hablaron de mil cosas distintas, sin que se agobiaran ni aburriesen, haciendo la conversación cada vez más y más interesante. El tiempo pasaba rápido, controlado por su mayordomo, que mantenía la postura erguida y en silencio tras su ama, pensando en cómo avisarle de la hora de partida a casa al verla tan contenta con un... un chico de la calle.

 - Jack es un nombre realmente común en Londres - comentó Nancy, pues ahora hablaban de sus nombres, ya que Nancy no era muy común en aquella época - Creo que tiene origen hebreo, si no recuerdo mal. Vendría significando... "lleno de gracia y misericordia de Dios" o algo parecido.

 - ¿En serio? - Jack preguntó entusiasmado - Entonces tendré que darle las gracias a Dios por el regalo que me hizo al nacer, sí, lo haré todas las noches - dijo refiriéndose a su ojo - Mi madre dijo que esto es un regalo que Dios me hizo para compensar en las malas condiciones que me ha traído al mundo, aunque yo estoy bien.

Nancy rio un poco.

 - A veces cuando hablamos olvido que tienes 12 años... incluso pareces mayor que yo. Pero cosas como esta me recuerdan que eres un niño aún...

 - ¿Acaso tú no eres una niña también? - preguntó - No se tu edad, realmente...

 - Tengo 17 años - contestó con una sonrisa.

 - Vaya... - a él le dio algo de vergüenza, y giró la cabeza con una pequeña sonrisa.

Ellos iban a seguir hablando, pero Claude puso su mano en el hombro de su joven ama.

 - Señorita, siento decirle que es la hora de irnos.

Jack pudo ver cómo el color alegre y cómodo de Nancy cambió bruscamente a uno más apagado y deprimido, como si esa noticia le hubiese sentado como un cubo de agua fría encima.

 - Sí... pero me llena de tristeza... - dijo suspirando.

 - Nancy... ¿podrás volver otro día? - preguntó él levantándose.

 - Intentaré escaparme tantas veces como pueda para venir aquí... - dijo tomando sus manos entre las suyas enguantadas - Hasta que tenga que tenga que casarme.

Jack abrió más los ojos, con el rostro descompuesto ante tal noticia. ¿Casarse? ¿Tan pronto?

 - Pero... si tienes 17 años... ¿cómo...? - preguntó aturdido.

 - El mes que viene cumpliré los 18 - contestó ella con una sonrisa triste - Me iré a vivir a la mansión de mi prometido y muy pronto será el enlace matrimonial. A partir de ese momento, no creo que pueda volver sola con Claude en estas condiciones a Londres nunca más.

Ahora el que sintió ese cubo de agua fría sobre sus hombros fue Jack, que bajó la mirada hasta sus manos sujetadas por la joven. Si así iban a ser las cosas, no había nada que hacer.

 - Entiendo... un matrimonio concertado que hacen las clases nobles, ¿verdad? - preguntó con algo de tristeza.

 - Desde el día en que nací - ella asintió.

 - Pero... desde ese día... ¿cuántos años tiene tu...? - Jack no quería meterse donde le no llamaban, pero le podía la curiosidad. 

 - 27 - dijo en un hilo de voz.

 - ¡Pero si es 10 años mayor que tú! - se quejó él.

La mirada de soslayo de Nancy le indicaba que lo sabía muy bien. Muy bien... pero no podía hacer nada.

 - Es por mi familia por lo que lo hago. Siempre ha sido así... - ella suspiró - Me gustaría que la diferencia de edad fuera menor... aunque mi madre dice que me acostumbraré rápidamente.

 - Conmigo te llevas cinco años... - comentó Jack.

 - Y preferiría casarme contigo antes que con mi prometido.

Esas palabras salieron sin previo aviso de su boca y sin ni siquiera pasar antes por su cerebro, viniendo directamente desde el corazón. No se sabía quién de los dos hombres presentes en la habitación estaba más sorprendido, si Jack o el propio Claude, que no se creía lo que había escuchado. Después de comprender lo que había hecho, Nancy se avergonzó poniéndose colorada y soltó las manos de Jack.

 - Debería irme ya... ha sido un placer estar aquí... yo... - dijo con nerviosismo y timidez.

 - Hasta la próxima - terminó Claude - Despidete por nosotros de la señorita Anna.

Jack asintió, yendo con ellos hacia el recibidor para despedirles, y verlos subir por la puerta entreabierta al carruaje. Luego recordó algo, algo que quería preguntarle y por la conversación interrumpida no pudo ser.

 - ¡Nancy! - gritó saliendo fuera por la puerta principal - ¿Qué significa tu nombre?

Ella se sorprendió mirando por dentro de la ventanilla del carruaje, y se asomó a la puerta abierta.

 - ¡Te lo diré la próxima vez que nos veamos, así que espérame! - gritó con una sonrisa.

Tras eso, Claude se despidió con un gesto, entrando al carruaje y cerrando la puerta, para segundos después, marcharse de esa calle. Jack se quedó mirando la carroza hasta perderla de vista, sintiéndose más feliz que nunca.

Luego la cerró, para evitar que entrase frío, y se dirigió hacia la cocina aún pensando en esas palabras. Al sentarse en la silla a pensar, vio por el rabillo del ojo algo encima de la mesa que no estaba antes: 5 monedas de oro apiladas una encima de otra, un pequeño presente por la amabilidad recibida.

*

*Tres días después*

*

La campanilla del recibidor volvió a sonar, indicando la llegada de un cliente. Anna salió del cuarto para descubrir a Claude, el mayordomo de la familia, vestido con ropas más corrientes.

 - Oh, cariño - le llamó ella - No importa lo que te pongas, siempre te veo guapo...

 - Buenos días, Anna - saludó él con respeto - ¿Está Jack? Tengo algo para él.

 - Sí, está. Y dime, ¿cuándo vendrás a verme a mí? - preguntó con una sonrisa coqueta.

Él sonrió, y la llegada del niño le ahorró tener que responderle.

 - ¿Señor Claude? - preguntó con una sonrisa - ¡Bienvenido!

 - Hola, Jack - dijo inclinándose un poco a su altura - Traigo algo para ti, aunque en este caso, no es algo bueno como de costumbre.

Jack parpadeó confuso, viendo cómo él buscaba en su chaqueta para sacar un carta con un sello muy característico: el de la familia Waterdorf.

 - Esto te lo envía Nancy - dijo entregándosela - Sintiéndolo mucho... creo que no tengo nada más que decir. Todo te lo cuenta ella ahí, en esa carta. Me alegro de que sigáis bien y os deseo mucha suerte con el negocio.

Tras una pequeña reverencia, se colocó su sombrero en la cabeza y salió del burdel. Jack le miró con algo de tristeza con la carta en sus manos, y se fue caminando despacio al pie de la escalera a abrirla con mucho cuidado y leerla. Anna se apoyó a su lado, mirando por encima del hombro, aunque sabía leer muy poco.


 Mi querido Jack:

¿Cómo estás? Se que sólo han pasado tres días desde que nos vimos, pero realmente sigo acordándome de lo bien que me lo pasé hablando contigo. El recuerdo de tu rostro sonriente es constante en mi mente.

Realmente deseaba haber ido pronto a verte, pues tenemos que seguir conversando de muchas cosas y quería invitaros a ti, a tu mamá y a Anna a unos pasteles y té. Pero eso ya, tristemente, no va a poder ser.

La misma noche en que regresé a casa después de haber estado contigo, mis padres estaban increíblemente enfadados y decepcionados con Claude y conmigo, pues según dicen, un hombre de confianza suyo ha jurado ver uno de nuestros carruajes en la puerta de un burdel, además de vernos a nosotros salir de ahí y marcharnos. ¿Entiendes lo que supone eso?

Para mí no es nada malo, entré por voluntad propia y protegida por él, pero que una familia tan rica como la mía sea vista en un burdel da una imagen muy mala de nosotros, aunque no hemos hecho nada de lo que ellos pensaban, ni mucho menos. Tú lo sabes.

Claude se ha echado las culpas para intentar protegerme, como siempre hace, pero esta vez no ha servido de nada, salvo para que se enfadaran más con él. Le han despedido, ya no trabaja para mi familia, y me han roto el alma al separarme de él.

Mi matrimonio se ha adelantado. Me casaré el día contiguo a cumplir los 18 años con el hombre del que te hablé y me mudaré a su mansión, que ni siquiera se donde está. A partir de ese día, se acabó mi libertad, aunque me atrevería a decir que se acabó esa misma noche.

No quiero que te sientas mal, Jack, no es en absoluto tu culpa. Nunca había hablado con alguien sintiéndome tan bien, ni siquiera con chicas de mi edad y mi clase. Ellas no me entienden, pero contigo creo haber conectado desde ese día en que nos chocamos en el callejón. 

Ojalá para la próxima vez que nos veamos sigas manteniendo esa sonrisa tan especial tuya.

Con cariño, Nancy.


Jack dio un pequeño sollozo mientras doblaba la carta de nuevo, y se secaba las lágrimas con la manga de su camiseta.

 - No es justo... - se quejó en voz baja - Ella no ha hecho nada malo...

 - ¿El qué no es justo? - preguntó Anna, que no había terminado ni el primer párrafo - No me ha dado tiempo a...

 - ¿Qué tiene de malo venir a verme? - preguntó con un sollozo mirando a la meretriz - Ella no... ni la habrán dejado explicarse...

Con un sollozo mayor que hizo sentir pena a la meretriz, escondió su cara entre sus brazos, haciéndose un ovillo al pie de la escalera. Anna se sentó a su lado, acercando al chico hacia ella para abrazarle. Le parecía muy raro ver a Jack llorar, pues no recordaba la última vez que el niño había llorado, y como su madre no podía ayudarle en ese momento, debía encargarse ella de consolar al muchacho... aún sin saber qué le afligía tanto para provocar su llanto.

*

*15 años después*

*

 - Es que no lo entiendo, Nancy... ¡No lo entiendo! ¿¡Por qué tienes que ser así?!

 - Es lo correcto, Benedict...

En la mansión que era ahora el hogar de Nancy, ella reñía con su marido en su habitación, haciendo que los gritos de él resonaran por todos los lugares de la casa mientras ella mantenía la compostura como uan señora y no alzaba la voz.

 - ¿¡Que es lo correcto, Nancy?! ¡¿Que me dejes en evidencia delante de todos nuestros invitados?! ¡¿Eh?! - gritaba cada vez más cerca de la cara de su mujer.

 - Nos ahorraríamos todo esto si dijeras la verdad cuando les hablas - contestó ella con seriedad - No ganas nada con mentir, se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo, así dice el dicho.

 - ¡No me fastidies, Nancy! ¡Si miento, es porque me avergüenzo de ti! - dijo señalándola con el dedo - ¡Y no me corrijas en público!

Ella endurecía la mirada, sentada en la silla acomodada de su tocador, mientras él se paseaba por el cuarto gruñendo como una bestia encerrada.

 - No me parece correcto lo que haces - dijo ella con voz dura levantándose - No es digno de alguien de tu porte mentir más que habla, pero en tu caso, es lo único que sabes hacer bien.

El golpe de una fuerte cachetada contra ella hizo que la sirvienta que estaba fuera de la habitación se llevara las manos a la boca, asustada de oír el cuerpo de su ama caer al suelo.

 - ¡¡Que no me contestes!! ¡Que no me contestes! ¿¡Qué no entiendes de algo tan simple?! - él gritaba y gritaba, con la cara de color rojo - ¡Cada día me avergüenzo más de estar casado con una mujer que no es capaz ni de darme hijos!

Mientras él seguía gruñendo y rabiando, Nancy se levantó y se colocó el vestido como un señora digna y se dirigió hacia la puerta sin mirar siquiera a su marido.

 - ¡Eso es, vete! ¡Piérdete de mi vista un rato, mujer!

Nancy salió del cuarto, cerrando a sus espaldas, con la mirada fija al frente. La criada, a su lado y asustada por el color llameante de la mejilla de su ama, se acercó con cuidado.

 - Señora... - la llamó en voz baja poniendo la mano sobre su brazo.

Nancy la miró, con los ojos vidriosos y el flequillo despeinado, y se acercó a su sirvienta a darle un abrazo.

 - Vamos, Hannah. Acompáñame al servicio, y si eres tan amable, dame una gasa húmeda y fresca para la herida.

 - Por supuesto, señora...

Ella obedeció y acompañó a su señora al baño a bajar la hinchazón de su mejilla, mientras ella volvía a colocarse el cabello de su flequillo tras la oreja, dejando ver sus ojos bicolores, ese gesto que odiaba su marido y consideraba un enfrentamiento porque no quería que nadie viese esa deformidad de sus ojos, dejándola enseñar sólo su orbe azul.

Mientras tanto, en el cuarto, su marido Benedict había salido al balcón mientras se encendía un puro de calidad y lo fumaba para calmar los nervios. Seguía maldiciendo a su mujer en voz baja, queriendo decirle todo lo que no le dijo en cara porque ella huyó del cuarto mientras miraba el bosque, muy concentrado en su batalla mental en la que salía victorioso y por primera vez en su vida, su esposa le apoyaba y daba la razón.

En el silencio de esa noche en la que las primeras gotas de una fina lluvia querían aparecer, Benedict escuchó un suave cantar entre la oscuridad.


 London Bridge is falling down,

falling down, falling down.

London Bridge is falling down,

my fair lady.


Benedict levantó la cabeza, pensando quién de sus guardias podría estar tarareando esa estúpida canción para niños pequeños. Para su sorpresa, y sigiloso como un gato, un hombre caminaba por lo alto de las barandillas de los cuartos cercanos, dando un leve salto para cambiar de barandilla cuando esa se acababa.

 - London Bridge is broken down... my fair lady.

Él ni siquiera hacía sonar la suela de sus zapatos, y se movía con elegancia haciendo volar su capa con el frío viento de la noche. No fue hasta que llegó a su barandilla y se quedó a escasos dos metros de él cuando Benedict se dio cuenta de que quien cantaba, no era uno de sus guardias... y que había una amenaza cerca. 

Un hombre alto y delgado, vestido de atuendo elegante estaba en lo alto de la barandilla con un pie delante de otro, y al verle tan cerca, el conde se sobresaltó haciendo que su puro cayese al suelo.

 - ¿Quién es usted? - preguntó enfadado - ¿Cómo...?

Pero su cara de enfado no era nada para el miedo que sentía, y eso el hombre que irrumpió en su casa lo sabía muy bien. Nada podía ser escondido de él y su ojo mágico. Mientras que Benedict observaba la cara de ese hombre que irrumpió en su casa, vio brillar algo en su ojo izquierdo, pensando que era un monóculo.

 - Me presento - dijo con una pequeña reverencia - Soy Olaf II de Noruega.

(* - Olaf II de Noruega fue el príncipe que mandó a su ejército a derribar el famoso puente de Londres.)

Unos segundos después de eso, Benedict dejó salir una risa nerviosa, que acabó siendo una carcajada.

 - ¡Olaf II de Noruega! - repitió riendo y señalándole con el dedo - ¿Pero usted está bien de la cabeza? ¡Es patético!

Echando mano a la bolsa que colgaba de su cintura, el intruso sacó un objeto brillante con gran velocidad, y cuando Benedict quiso darse cuenta, su dedo índice había sido cortado y había caído al suelo, seguido de la sangre de su muñón y un grito de agonía. Él se agarró el dedo queriendo detener la hemorragia.

 - Mi buen señor, ¿no le han enseñado que señalar con el dedo es de mala educación? Es un acto muy vulgar - indicó el intruso levantando la cabeza, revelando su rostro con la luz de la luna mientras su pelo flotaba suavemente en el aire por el viento.

 - ¡Maldito seas, loco! - gritó retrocediendo - ¡Guardias, guardias! - gritaba.

 - No haga escándalo, señor. Nadie va a venir en su ayuda - siguió hablando él con serenidad, mientras limpiaba su cuchillo de sangre.

 - ¿¡Cómo te atreves?! - gritó desesperado - ¿¡Acaso no sabes quién soy yo?!

 - Sí, sí que lo sé - una gran sonrisa apareció en su rostro, viendo cómo la emoción del miedo aumentaba en ese hombre - Usted es... el puente de Londres.

Unos instantes después de decir eso y disfrutar de verle temblar de miedo mientras se acercaba hacia él como un depredador, el cuerpo de Benedict yacía en el patio después de una gran caída, con los ojos llenos de puro terror y un charco de sangre cada vez mayor que salía de su cabeza, indicando su muerte. El hombre que provocó eso ahora le miraba apoyado en la barandilla, observando orgulloso su trabajo.

 - Falling dawn, falling down... - murmuró con una pequeña sonrisa mientras se retiraba del balcón.

*

Mientras tanto, Nancy volvía al cuarto con una toalla húmeda contra su mejilla acompañado de su sirvienta. En la puerta se detuvieron.

 - Márchate a dormir, Hannah, ya no pasará nada esta noche - le dijo con una pequeña sonrisa.

 - ¿Seguro, señora? Puedo quedarme en la puerta si lo prefiere - contestó ella con algo de tristeza.

 - No, todo va a estar bien - ella sonrió - Él no va a poder conmigo. Nunca lo ha hecho.

 - Señora, que quede entre nosotras dos... - dijo acercándose - En el fondo la admiro mucho...

Ella sonrió tomando sus manos y le devolvió el paño mojado. Se despidió de ella con una sonrisa y volvió a entrar a su habitación con toda la dignidad con la que se había marchado. Al abrir y mirar dentro, vio que el aire entraba por el balcón y las cortinas se mecían con él, además que no había rastro de su marido. 

Se acercó al balcón para cerrar las ventanas y por el rabillo del ojo vio algo en el cuarto que antes no estaba. Sobre su tocador, al lado del espejo, había una enorme naranja de un color muy vivo. Ella miró con curiosidad y se acercó, extrañada. No sabía cómo había llegado ese objeto ahí, y quiso pensar que era un pequeño obsequio de su marido para pedirle perdón, sabiendo que amaba las naranjas... pero eso era imposible.

Al tomar la naranja entre sus manos con una sonrisa, vio que tenía algo escrito en la piel, como si se hubiese hecho con la punta de una navaja. Era su nombre.

 - Nancy... - murmuró ella extrañada.

 - Nancy - se escuchó a su espalda.

Entre la voz desconocida y el movimiento que vio a su espalda por el espejo, Nancy se giró asustada apretando la fruta contra sus manos. Delante de ella, unos pocos metros más atrás, había un elegante caballero. Vestido con ropas elegantes que cubrían todo su cuerpo, el señor hizo una elegante y fina reverencia quitándose su sombrero.

 - De origen hebreo, tal vez, puede significar "aquella llena de virtudes", o más exacto, "la bondadosa", "la compasiva" - comentó el hombre mientras se acercaba después de enderezarse.

Ella se mantenía quieta y tensa. La irrupción de un desconocido en su cuarto que le hablaba con tanta familiaridad le asustaba, como es normal, pero a la vez un sentimiento de curiosidad empezaba a emanar de ella, una curiosidad que quería vincularle a ese extraño hombre tan apuesto a sus ojos.

 - Han sido demasiados años esperando a saberlo, y finalmente, la curiosidad pudo conmigo - comentó caminando, llegando a quedarse a menos de un metro de ella, sin que el espacio de respeto le importase - Al igual que han sido muchos a la espera... pero no te guardo rencor ni odio, ni mucho menos. Sé que no lo has pasado bien, prisionera con el verdugo dentro de la jaula.

Ella no hacía por donde huir, pues no se sentía amenazada. Todo eso era reflejado para el hombre en la nube de color que la chica desprendía, una que lentamente iba cambiando de color hacia el que él iba a buscando: la alegría de Nancy de volverle a ver después de tantos años.

Él alzó una mano despacio, llegando hasta su adolorida mejilla para poner en ella su frío pulgar, notando su reacción, y después retiró despacio el flequillo que quería ocultar su ojo castaño, para ver bien sus colores. Él se sorprendió al ver aparecer sus manos cerca de su cara, tocando cerca de su bigote con las yemas de sus dedos, queriendo reconocer ese rostro, analizarlo y comprenderlo, y con una lentitud medida, sostuvo el monóculo con tres dedos para retirarlo despacio de su ojo cubierto, revelando así también la heterocromía del otro.

Ella soltó el monóculo, que no cayó al suelo por estar enganchado en una pequeña cadena a la ropa y se llevó las manos ocultando su boca por la gran sorpresa y dando un paso atrás.

 - Jack... - murmuró - Oh, Jack, dios mío...

 - No escondas tu sonrisa con tus manos, querida mía - dijo guardando el monóculo en el bolsillo - Pues llevo años esperando a verla de nuevo.

Ella se llevó las manos al pecho, haciendo que la naranja cayese al suelo, sonriendo con la boca abierta y una gran expresión de incredulidad. Jack sonrió, observando cómo esa nube alrededor de ella se tornaba de hermosos colores: felicidad, satisfacción, buenos recuerdos, empatía... cariño... amor...

Cuando la cumbre de sus emociones llegó, ella corrió a lanzarse contra su cuello en un gran abrazo con el que Jack le correspondió, girando sobre sus talones con ella en su pecho. Llevaba años queriendo que llegase ese momento, años en que ambas nubes de emociones se mezclasen entre sí sintiendo lo mismo el uno por el otro y expresando así un color oscuro y brillante.

Al volver a poner sus pies al suelo y dejar de girar, ella se apartó de su pecho para mirarle, esta vez de arriba a abajo.

 - Mírate, es increíble... - decía con una sonrisa, queriendo sus bonitos ojos lagrimear de felicidad - Eres todo un hombre, todo un caballero...

 - Lo agradezco, y yo tengo que decirte que el tiempo no ha pasado para ti. Sigues con esa frescura de tu adolescencia, aunque el ambiente en la que te has desarrollado no ha sido el mejor para que esa frescura evolucionara. Y sin embargo... - él la tomó de la barbilla con un leve roce, como si sus manos pudieran hacerle daño - Sigues teniendo los ojos tan vivos como aquella primera vez que te vi.

Tomándola de la mano e invitándola, la llevó hacia la cama para hacer que se sentara sobre el colchón, haciéndolo él a su lado sin llegar a tocarla.

 - Tengo demasiadas cosas que decirte... y sigo tan emocionada que no puedo decir nada ahora mismo. Estoy tan... impresionada de verte tan bien... - una lágrima cayó a su mejilla, cargada de felicidad - ¿Han sido esos libros lo que te han hecho convertirte en un caballero?

 - Ellos han tenido parte de culpa, sí - dijo él retirando la lágrima de su mejilla con un dedo - La otra parte de culpa la tenías tú. El día en que llegase de nuevo a verte, debía ser alguien digno de una condesa.

Ella le observaba con una sonrisa que no se iba de su rostro, sabiendo que su cara tenía un color rojizo, no precisamente del golpe en su mejilla.

 - Realmente he aprendido mucho de los libros - continuó levantándose - Como por ejemplo, cómo se besa la mano de una mujer.

Él se arrodilló lentamente en el suelo de la habitación sin soltar su mano sujetándola por los dedos, bajando la cabeza y dejando los labios posados un segundo sobre su nudillo central. Nancy se sonrojó. Era la primera vez en tantos años... que la habían tratado como una dama.

 - Y... ¿te han enseñado cómo besar a una mujer directamente? - preguntó con una pequeña sonrisa, en busca de alguna perturbación en su rostro al ser una pregunta tan directa.

Pero no obtuvo lo que quería, porque él se mantenía muy correcto y formal. Luego, él sonrió.

 - Eso lo he aprendido en otra parte - contestó mirándola a los ojos - Le recuerdo que me he criado en una... casa de citas.

Ella sonrió, apretando su mano contra la suya, como si tuviese un leve temor a que se marchara. Ella le miraba a los ojos mientras él volvía a sentarse a su lado. Entonces, se le ocurrió algo. Una pequeña prueba hacia su amado Jack.

 - Cuando te vi, me enamoré... - dijo ella con una sonrisa serena.

Eso hizo que Jack moviese las cejas interrogativamente, con disimulo bajo su flequillo, mientras observaba su rostro. No, eso no era un confesión de amor. O por lo menos, no lo era hasta que no estuviese completa.

 - Y tú sonreíste, porque lo sabías - contestó él.

(* - "Cuando te vi, me enamoré, y tú sonreíste, porque lo sabías" es una frase célebre de Shakespeare del libro Romeo y Julieta)

 - Sí... siguió Jack hablando - Tú sonreíste cuando me viste observarte como quien observa a un hermoso ángel. Sabías que me había enamorado de ti.

 - No, yo no sabía...

Nancy quería excusarse, pero la mano de Jack había atrapado su nuca atrayéndola hacia él para besar sus labios, un beso al que ella no opuso la más mínima resistencia. Todo lo contrario.

Aquella noche no hubo nadie más para ambos, ni el recuerdo de que ella tenía un marido, ni el de que una condesa no podía yacer en la cama con alguien como él. Nadie les molestó, ni quisieron ser molestados. Tenían que hablar de miles de cosas, pero esa noche pocas cosas se dijeron en palabras. Hablaron otras partes del cuerpo con lenguaje propio, el lenguaje que se crea cuando dos pieles correctas se acarician y besan.

Si tenían cosas que hablar y recordar, tendrían toda una vida para hacerlo más adelante.

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