Vampiro
Vamos, pequeño demonio, no morirás hasta que nosotros lo ordenemos...
Ya no soportaba más, aquel ser que ellos denominaban "vampiro" o "demonio" ya quería morir, no estar ahí, sufriendo.
Él, yacía tirado en el suelo, desnudo, arañado, lastimado, aunque mantuviese una mirada fría, clásica de los vampiros. Frente a éste, dos hombres le miraban con malicia y lujuria. Uno, era un afamado cazador de brujas y vampiros, el otro, era un sacerdote reconocido por su fidelidad.
–Vamos, querido y respetable sacerdote, me haría usted el favor de iniciar con nuestra fiesta, por favor.
–Claro que sí, Milo.
El cazador encadenó a su presa con fuerza, mientras que el sacerdote sacó un pequeño frasco de cristal, empezando a rociar el contenido sobre la piel del vampiro. Comenzó a retorcerse del dolor, y quién no lo haría, aquel líquido transparente lo quemaba, lo hacía recordar el dolor puro.
–Ay... –Suspiró el cazador–, Afrodita, no cabe duda que eres el engendro más hermoso que hemos encontrado en los últimos años, ¿No es así, Kanon?
–Si, así es, lo he disfrutado tanto... es una lástima que debamos matarlo.
¿Matarlo?, ¿A caso habían dicho, matarlo?, eran las mejores noticias que había recibido desde que llegó ahí, el calvario finalmente había terminado, al fin moriría.
Afrodita era un demonio sueco de cabellos y ojos turquesas, muy joven, que había llegado 3 años atrás a aquel encierro, con 207 años, aparentaba el aspecto de un chico de tan sólo 19 años. Su captura había sido un juego para él, su astucia y agilidad le ayudaban bastante al momento de escapar... pero un día, dos hombres habían llegado para ayudar al gobierno, según lo que escuchó, eran los mejores cazadores de todo el mundo...
No hizo caso, siguió evadiendo a los soldados como un niño pequeño, y cuando menos lo pensó, ya se hallaba en aquel frío calabozo.
Desde entonces había sufrido de todo, en especial de violaciones, y hoy no sería la excepción.
–Kanon, quitate esa ropa, no querrás ensuciarla.
–Ay, ya sé, no debes decírmelo.
Los dos hombres se desvistieron rápidamente, quedando sólo con los pantalones puestos. Milo se acercó a Afrodita, para comenzar a besarlo. Él simplemente cerró sus ojos con fuerza.
Un collar de plata bendita fué colocado en el cuello del vampiro, éste ahogó un grito de potente dolor mientras que forzaba las cadenas para intentar quitársela. El sacerdote empapó su cabello con líquido transparente, el mismo que traía en el frasco. Se colocó encima de Afrodita produciendo aún más quemaduras con las gotas que escurrían de su cabello, mordía con fuerza el cuerpo del vampiro, mientras que con su mano masturbaba el sexo del sueco. Milo sacó un pequeño cuchillo y cortó las muñecas de Afrodita; la sangre comenzó a escapar de las aberturas hechas, no con cualquier cuchillo, si no con uno que impedía la sanación rápida de su presa.
Kanon introducía dos dedos dentro del vampiro y al mismo tiempo Milo obligaba a Afrodita a meter su sexo dentro su boca. El sacerdote detuvo la estimulación para bajar e introducir el miembro del sueco en su boca; las gotas caían de su cabello, quemando la blanca piel de su pequeño amante, éste, al sentir las quemaduras mordió inconscientemente el pene del cazador, y éste, enfadado, hizo tres cortes más en el cuerpo del vampiro.
Milo hizo a un lado a su amigo, el sacerdote, para poder posicionarse entre las piernas del sueco. Sin previo aviso introdujo su miembro en una estocada para posteriormente iniciar un movimiento salvaje, Kanon lamía la sangre en el cuerpo de Afrodita mientras hacía nuevos cortes en éste.
El orgasmo de Milo fué liberado dentro del vampiro, soltando un gemido de placer al finalizar; después de él, Afrodita se corrió.
Ahora Kanon quería correrse, y no lo haría si no era dentro de Afrodita. Con un movimiento brusco lo volteó y dejó de rodillas con el trasero levantado, el sacerdote introdujo su miembro, haciendo movimientos leves mientras sus largos mechones empapados se marcaban en la espalda del sueco. Las embestidas se hicieron bestiales, Milo masturbaba el sexo del vampiro, logrando que el clímax llegara más rápido y ambos se corrieron.
Kanon salió lentamente del interior de Afrodita, se sentó al lado y comenzó a reír.
–Ay... qué lástima, de verdad, qué lástima.
–Ya, ponte tus pantalones, vamos a bañarnos para terminar ésto de una buena vez.
–Si.
Ambos se levantaron y pusieron ropa, dejando el vampiro tirado en el suelo. Salieron del calabozo manchados de semen y sangre, dispuestos a darse una buena ducha.
Afrodita lloraba y reía al mismo tiempo, lágrimas salían debido al dolor mientras que se carcajeaba al recordar que finalmente saldría de ahí.
Pasó alrededor de una hora, el sacerdote y el cazador habían vuelto, ésta vez a terminar con su trabajo.
Milo entregó un arma y balas a Kanon, éste las bendijo y roció con agua bendita, para posteriormente regresarlas a su compañero.
–Adiós, belleza. –dijo el cazador.
Tres balas atravesaron el corazón del vampiro y otras dos llegaron a su cabeza. Afrodita miró por última vez a sus verdugos, sonriendo sarcásticamente, cayendo muerto al suelo.
Kanon atravesó una estaca de plata en el pecho del vampiro, terminando así su trabajo.
El alma de aquel demonio fué sellada en una botella.
Aunque lo negaran, Afrodita había sido su mejor presa.
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