Esperanza rosa


— ¡Despierta!— Una voz me llamaba, era extrañamente familiar, parecía que estaba desesperada y deseaba a gritos que despertara. Pero... Mis ojos no se abrían y el respirar en un momento a otro se volvió una difícil labor, no podía hablar o moverme, parecía que estaba amarrado. Trataba por cualquier modo liberarme de lo que sea que me estuviera reteniendo. Los gritos seguían, y no podía cambiar para nada la situación, me sentía débil. Hasta que por fin lo logre, mis ojos me hicieron caso y al tocar mi boca una máscara la cubría completamente, trate de arrancarla aunque solo termine arañando parte de mi rostro, ella permaneció ahí totalmente ilesa y yo sin entender de donde diablos llego. Mire a mi alrededor; mi pecho aun no controlaba todavía su subir y bajar, dolía. Me encontraba en la habitación completamente solo, ninguno de mis demás hermanos que se suponía que estaría durmiendo se hallaban, me parecía extraño. — ¡De seguro fueron ellos quienes me pusieron esta cosa!—. Me saque el piyama en menos de un segundo, y molesto baje a reclamarles a esos idiotas hermanos mayores. Yo era el menor, se suponía que debían ser considerados conmigo.

Baje las escaleras, mientras me ponía mi poleron y gorro. Me las iban a pagar, me tendrían que sacar esta cosa de la cara. Al llegar al comedor abrí la puerta con fuerza, iba a gritar, pero solo me congele la televisión estaba dando devastadoras imágenes de miles de cuerpos y heridos, discursos de presidentes de todo el mundo, guerras de todas partes y la lista de nombres de los fallecidos. Parecía a esos fatídicos anuncios de las películas cuando el mundo llegaba a su fin,

—Lamento informar a la audiencia que este...— La presentadora rompió en un devastador llanto y pronto alguien detrás de escena le puso una máscara similar a la mía, no tuvo de otra que tranquilizarse y proseguir. —Es el final de nuestro mundo. Hasta el momento se reporta que el 30% de la humanidad... ¿No? Disculpen me han pasado la información más reciente, la cifra se duplico es de un 60%. Vayan al centro de refugio cercano a su hogares, esta es la última transmisión de nuestro canal. Para los sobrevivientes, buena suerte—. Y el canal se distorsiono a rayas blancas y negras.

No espere un solo segundo para abrir puerta por puerta, no encontraba a nadie de mi familia, desesperado empecé a llamar a cada uno. Ya estaba soltando lágrimas, para cuando me di cuenta. Era una mentira, ¡una mentira! ¡No podía ser verdad! ¿Dónde estaban? Estoy solo... No quiero soledad. ¡No quiero! — ¡Osomatsunii-san! ¡Karamatsunii-san! ¡Choromatsunii-san! ¡Ichimatsunii-san! ¡Jyushimatsunii-san! ¡Mamá! ¡Papá!— Ni una sola voz me respondía.

Seguí buscando hasta que llegue al baño, ahí estaban. Muertos. No grite, solo me acerque y mis piernas perdieron fuerza, caí a los brazos helados de todos ellos. Parecían tener un buen sueño, sonreían... ¿Por qué? — ¡¿Por qué diablos sonríen?! — Me di cuenta que mi madre sostenía una nota. La tome y leí, mis lágrimas caían como nunca, ya entendía. Solo había una máscara...Para una sola persona.

Ahora si que me sentia totalmente perdido, el calor de mi cuerpo se esfumo al igual que la luz de mis ojos. Los pequeños temblores se transformaron en pequeñas heridas en mis brazos, que desprendían hilos rojos que salpicaban en el suelo. ¿Por que? Nada me parecía lógico, o con mínimo sentido de racionalidad. Me dejaron en el infierno de un apocalipsis, en el ojo de un huracán con la leve esperanza de que seria capaz de sobrevivir. Pero yo no soy capaz de ello. 

Mis manos descubrieron como sacar aquella mascara, una máscara de gas. El dióxido de carbono ahogaba mis pulmones y probaba el sabor a humo.

— ¡Despierta Todomatsu!— Sentí como habían golpeado mi cara con brusquedad. Me levante molesto, y me di cuenta de la realidad. Ese solo era el vago recuerdo de como esta tortura comenzó. El sudor caía desde mi frente hasta las sabanas de la cama en que me encontraba. A mi lado me miraban chicos que parecían copias mías, un yankee y un mafioso. Que mejores compañeros ¿no? Al igual que yo, los dos ocupaban sus respectivas mascaras. Estábamos en una habitación abandonada, ese era nuestro hogar, un departamento cómodo para todos aunque con solo una cama, tenia unos pocos muebles llenos de armas y repuestos de balas, también de esos frascos de pastillas que eran una pequeña esperanza; todo estaba ordenado con una fallada algo dulce y simple, pero con pistolas de todos tipos escondidas por debajo. Se parecía a todos nosotros de alguna manera. Desde la ventana se podían observar los edificios en deplorables condiciones, las calles vacías con rastros de sangre por doquier y la neblina condesada de un gris envenenado por completo. 

—Un poco más y morías, Todomatsu-san—. Se burló ese intento rosa de mafioso. Esa copia fallida, que me sonreía tiernamente debajo de esa mascara.

—Jajaja...— Aplaudí con ironía. — ¿Algo más que decir Totty? —Le pregunte con la misma gracia.

—Dejen de pelear por un segundo—. Como todos los días, el menor de nosotros solo seguía pendiente de las redes sociales, aunque la conexión con el mundo estuviera mas muerta que nosotros mismos. Nos miraba algo molesto, pero al igual que nosotros nos compartió la misma expresión.

Todos suspiramos cansados, era agotador ver nuestra típicas riñas. —Si Todo-chan—. Dijimos los dos en afán de burla.

Así nos dividimos los apodos. Todos teníamos el mismo nombre, era demasiado confuso ocuparlos, por lo cual cada uno quedo con un apodo. Por supuesto que fue una larga batalla para que quedáramos de acuerdo, pero lo logramos.

— ¡No agreguen el "chan"!— Chillo. Se paró de la silla y cruzo sus brazos. —No quiero escuchar eso de un nini y un mafioso.

— Tú eras un delincuente, no tienes mucho que decir—. Le señale.

Totty, rio ante mi comentario y aun jugaba con una pistola que siempre llevaba con él. —Además ¿eso importa ahora? El mundo está a punto de morir, somos pocos quienes siguen vivos. Y de todos ellos, me encuentro con dos personas iguales a mí, ambos sin fama ni populares con las chicas—. Recibió dos almohadas en la cara, y cayó al suelo. Nosotros aprovechamos el momento y empezamos a sacar fotos con el chico en el suelo.

—A veces me cuesta creer que ese desgraciado tiene mi cara y mis gestos—. Decía Todo-chan mientras se reía de las fotos.

— ¡Todomatsu-chan!

Se levantó el mafioso y empezó una discusión con el delincuente juvenil.

Mientras que yo me dirigí y abrí la ventana, la brisa se sentía genial al revolver mis cabellos, pero esa misma brisa había acabado con mi vida. Y ahora tenía que sobrevivir con dos personas tan parecidas, mientras que nuestro mundo aún era consumido en humo. —Así que el fin del mundo...— Toque las mascara que era el último regalo de mi familia para mí. El menor de todos que trataba vivir.

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