La trampa (Estarossa)

Este me lo ha pedido Alderete, que a ver para que quiere uno de Estarossa, cuando puede ganarse el enfado de Escanor-sama xD

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El reino estaba siendo atacado por multitud de demonios rojos grises, además de los 10 mandamientos (menos Galand que está en el campo de adorno). Los 7 pecados capitales (menos Meliodas que en paz descanse y Gowther encarcelado) ayudaban a los caballeros sagrados en su pelea por alejarlos, pero no era muy fácil sin ayuda de su capitán.

- ¡No puedes estar aquí! - Gilthunder se acercó a una joven que iba a caballo - ¡Sal del reino, vuelve a tu casa!

- Pero... - dijo ella intentando controlar a su nervioso caballo.

- Vete de aquí si no quieres que devoren tu alma.

Dicho esto, Gilthunther azotó el caballo de la joven, que relinchando empezó a galopar hacia el puente.

- ¡Madre mía! - dijo agarrando fuerte las riendas - ¡A una le estalla la guerra y yo sólo quería hacer la compra!

Galopó saliendo del reino a gran velocidad en su caballo tordo, viendo a los grandes demonios, pero sin que ellos intentasen atacarla.

Más alejados de la ciudad, permitió al caballo bajar el ritmo, pues no había peligro. Se escuchan las explosiones y la destrucción desde la distancia, pero ella no podía hacer nada. Sólo era una humilde granjera.

- ¿Crees que esos demonios dormidos son tan grandes como esos rojos y grises? - le preguntó a su caballo - No se bien cómo es un demonio.

El caballo continuó su paso rápido, obviamente sin contestar ni entender.

- Los pecados capitales si sé que tienen apariencia humana... Ojalá consigan espantar a los mandamientos.

En ese momento se escuchó una gran explosión, seguida de una columna de agua a lo lejos. El lago que estaba al otro lado de la llanura se había evaporado en un momento.

- Oh no... - dijo parando su caballo - Será muy complicado conseguir agua ahora... vamonos rápido, con este ruido será imposible encerrar a las gallinas.

Y volviendo a galopar, siguieron por el camino de tierra rumbo a la granja que había más alejada entre las colinas. Al llegar allí, se apresuró a guardar a sus asustados animales.

Cuando iba finalmente a quitar las riendas y la silla a su caballo, ella se pasó el brazo por la frente.

- Uff... qué calor de repente...

Su caballo se encabritó y relinchó con miedo huyendo al establo, cuando ella se giró a ver lo que parecía una enorme bola de fuego que se acercaba muy cerca de ellos.

Ella gritó huyendo a su establo a medida que se acercaba ese calor abrasador, como si fuese un cometa colisionando, se estrelló contra una colina muy próxima.

Un cráter se abrió en la tierra y algunos árboles comenzaron a arder. La chica salió del establo asustada todavía, mirando la colina.

- ¿Que fue eso...? ¿Quién tiene tanto poder... para hacer un sol? - susurró.

Y con gran curiosidad y viendo que sus abimales estaban a salvo, agarró las riendas de su caballo y comenzó a caminar tirando de él hacia el cráter de la colina.

El aire estaba espeso y hacía mucho calor en esa zona. Todo había sido destruido. Alcanzó a escuchar una voz conforme se acercaba al cráter. Al dejar a su caballo atrás, vio a dos hombre en el interior, uno intentando reaminar al otro.

- ¡Vamos, hermano! - gritó el más bajo mientras zarandeaba al más alto, tirado en el suelo, con gran parte de la ropa destrozada.

El otro no se movía. Parecía inconsciente. El más bajo empezó a presionar su pecho, y en vez de hacer un boca a boca (lo siento, chicas) abrió sus ojos para ver la reacción de sus pupilas.

- ¡Mierda...! - gritó el bajo levantándose.

Justo en ese momento, se percató de una presencia que le espiaba, y levanto la cabeza hacia el borde, viendo a la chica. Ella se asustó y retrocedió retirandose. Nunca había visto a esa persona y le daban malas vibraciones.

El chico pasó el brazo de su hermano por sus hombros y de un salto se puso delante de la chica, con su gran hermano encima, que dejó en el suelo antes de girarse.

- Tú - dijo el chico bajo de pelo negro mirándola.

Ella tembló un poco. El chico era más bajo que ella incluso, pero no le gustaba esa mirada oscura.

- Mi hermano está en coma - dijo con enfado - Te lo dejo aquí. Cuida de él. Volveré en un rato.

Ella quería huir. ¿Ahora cuidar de un desconocido? No, no, no y no. A saber quiénes eran ellos, ¡Puede que fueran de los malos!

- N-no... - alcanzó a tartamudear.

El chico sólo alzó una ceja, viendo como la chica se armaba de valor para darle la espalda y huir... pero nada más dar dos pasos, se detuvo. Se giró despacio y se arrodilló en el suelo, mientras un aura oscura rodeaba sus ojos.

- Si, amo Zeldris, haré lo que me mande.

- Bien.

Dicho esta última palabra secamente y orgulloso de lo bien que funcionaba su mandamiento en estos casos, Zeldris se marchó sacando unas grandes alas negras.

La chica le miró irse, inexpresiva. Fue a por su caballo y lo trajo de las riendas. Lo puso al lado del enorme cuerpo e intentó con todas sus fuerzas levantarle, algo completamente imposible.

Ella jadeó, viendo que no podía levantarle, así que tuvo que obligar al caballo a tumbarse para arrastrar el cuerpo sobre su lomo. Luego, al levantarse el caballo a duras penas, lo condujo hacia su pequeña granja lentamente.

Entró incluso el caballo hasta su cuarto para acostar como pudo al hombre en su cama, haciendo que le colgaran brazos y piernas por ser demasiado grande.

Le puso una toalla húmeda en la frente y con otra limpió su cuerpo herido y sucio de tierra, dejando sus harapos puestos, pero cubriendole con una sábana.

Al cambiar la toalla de su frente, viéndole profundamente dormido hasta el coma, se fijó en las facciones de su cara. Esa cara la había visto antes...

Se levantó y buscó entre sus cajones con sus ojos oscuros por la Piedad de Zeldris, hasta encontrar un papele arrugado, que empezó a desdoblar despacio.

- Meliodas... - dijo en un susurro - El líder de los Pecados Capitales...

Ella volvió a la cama para verificar su cara con el papel. Que raro, ella tenía entendido que Meliodas tenía el aspecto de un niño.

- Vaya... entonces... - dijo sentándose - Tú eres Meliodas...

El hombre descansaba tranquilamente, y ella le apartó el pelo de la cara. Era un hombre bastante fuerte y atractivo, y si era uno de los "buenos" habría que cuidarle. Además, estaba obligada a hacerlo.

Cuando le vio, estaba cubierto de heridas realizadas por ese gran sol, pero ahora, se estaba regenerando solo despacio, mientras respiraba tranquilamente.

- Señor Meliodas... - dijo sentándose a su lado – No se preocupe y descanse tranquilo. Yo le cuidaré hasta que sus compañeros regresen con usted... me han contado... que es usted muy fuerte... tanto como para derrotar a todos los caballeros sagrados juntos, y si ahora luchas contra todos esos enemigos poderosos... es usted un ejemplo a seguir, señor Meliodas.

En ese momento, el hombre acostado en la cama movió un dedo con un espasmo, y después apretó el puño agarrando la sábana. Ella le miró, al ver ese gesto. Entreabrió la boca y empezó a respirar por ella, con un leve ronquido.

- Me... - dijo gravemente.

- ¿Me? – preguntó ella mirándole.

- ...liodas...

Tras estas últimas sílabas, el hombre dejó caer una lágrima de su mejilla izquierda. La chica se la limpió con un pañuelo.

- Si... Meliodas... se encuentra bien, no se preocupe – dijo dando una pequeña sonrisa.

Entonces, el hombre abrió los ojos mirando al techo, con algo de desconsuelo.

- Meliodas... - repitió enteramente mientras se incorporaba.

- Tranquilo... todo está bien... - dijo ella poniendo una mano en su pecho, intentando que se volviese a tumbar.

Él la miró, fijándose en sus ojos oscuros, sabiendo que su hermano Zeldris tenía algo que ver en encontrarse en este lugar con una humana velando por su recuperación. Luego dio un suspiro y miró por la ventana. Todo estaba en paz en Liones.

- Parece que todo ha acabado... por hoy... - dijo con su pequeña sonrisa característica.

- Ya no se escuchan explosiones desde que usted cayó del cielo... - dijo ella.

- ¿Caí del cielo?

- Sí, junto con un chico que me pidió cuidar de usted.

- ¿Mi hermano Zeldris? Sí, no hay otro... - dijo sentándose en la cama.

- ¿El señor Zeldris es hermano del señor Meliodas? – preguntó inocentemente.

El chico la miró, perdiendo poco a poco su sonrisa hasta una mueca de seriedad.

- Meliodas...

- Si, usted es el señor Meliodas, ¿verdad?

Estarossa lo pensó un poco, meditando lo de ser Meliodas. Él... su hermano mayor... era todo para él. Y él le asesinó... hace muy poco. Tomó el papel de la mesilla de noche y lo desdobló, viendo el cartel de Meliodas. Acarició el nombre de su hermano viendo su cara en el papel.

- Sí, eso es, soy Meliodas – dijo volviendo su sonrisa feliz de siempre.

- Por supuesto, señor Meliodas – ella respondió con una sonrisa.

Él se sentía satisfecho. Los "esclavos" que creaba Zeldris le parecían aburridos y simples, obedeciendo sin tener consciencia propia, haciendo de su vida una sin sentido entorno a Zeldris, pero le había gustado esta que le llamaba como su ídolo.

- ¿Vives en este lugar tan pequeño? – dijo rascándose la nuca y mirando a su alrededor.

- Sí, aquí trabajaba antes de volverme una sierva del señor Zeldris.

- Ah... no creo que te necesite, sinceramente – dijo cerrando los ojos y mirando hacia otro lado – Ya que he despertado y estoy casi sanado, no servirás para nada – dijo sin ninguna delicadeza.

- No me importa – contestó ella – Mis órdenes son cuidar de usted hasta que mi señor Zeldris regrese. Ese es mi cometido, sólo sirvo para eso.

Estarossa puso una mueca aburrida.

- ¿Incluso si te mata cuando venga?

- No me importaría mientras que esté satisfecho con mi trabajo.

- ¿Y si devora tu alma?

- Sería un honor.

- Que aburrido... siempre pasa igual con todos... - dijo levantándose.

- Señor Meliodas, debería descansar... - dijo ella levantándose preocupada – Sigue muy débil...

- Es cierto que no me encuentro muy en forma... - dijo abriendo y cerrando su puño – Pero esto se pasará cuando tome algunas almas... - dijo mientras miraba a la inocente niña de reojo.

En ese momento, ambos miraron hacia afuera. Alguien se acercaba a paso lento, pero con la barbilla alta: un gran hombre de armadura brillante como el sol y ojos azules como el cielo despejado.

Observaba la zona por la que cayeron los demonios, y luego miró a la pequeña granja, notando la energía malvada que emanaba del lugar. Estarossa miró la ventana seriamente.

- Escanor... nunca olvidaré ni tu cara ni tu nombre... - dijo fríamente.

En ese momento, la chica abrió un pequeño armario del que sacó una escopeta, y preparándola, salió corriendo por la puerta. Estarossa abrió los ojos y luego suspiró largamente.

Fuera, la chica corrió hasta el principio del camino por el que venía caminando el hombre de la armadura brillante, y poniendo la culata en su hombro, apuntó al individuo.

- No avances ni un paso más – dijo la pequeña.

El hombre la miró con seriedad. Hubiese sido un acto muy valiente para una joven como ella si no estuviese poseída por la Piedad, por lo que lo hacía por impulso y por una orden en su mente. Todo esto lo averiguó Escanor al ver sus oscuros ojos.

- Oh, pequeña... - dijo con su voz grave – Siento pena por ti, tú que no controlas lo que haces. ¿Proteges a alguien?

- No te dejaré avanzar hacia el señor Meliodas – dijo apuntando a su cabeza.

- ¿El señor Meliodas? – dijo alisando uno de sus bigotes – Te equivocas de persona, claramente.

- No le creo, no me obligue a disparar – dijo ella seriamente.

- ¿Me equivoco? ¿Yo? – dijo con una sonrisa tranquila empezando a reír – No es un buen destino acabar como acabarás tú si no bajas ese arma y me dejas pasar.

Escanor, después de estas amenazantes palabras, siguió caminando hacia ella. La chica no se lo pensó e inspiró profundamente para que su pulso no alterase la trayectoria de la bala. Entonces... disparó.

Un sonido brusco que hizo eco a través de las ventanas, a través de los oídos de Estarossa que seguía viendo la escena a través de la ventana, todavía algo impresionado por lo que el mandamiento de su hermano podía hacer en una débil persona, darle el valor necesario para ir a por el Pecado del Orgullo sin ningún temor y llegar a atacarle.

Pero la bala nunca llegó a su objetivo, sino que quedó atrapada entre el índice y pulgar de la mano derecha de Escanor. Ella bajó el arma mirando lo que sucedía, mientras de que del cañón de su arma salía un poco de humo.

- Una persona como tú no tiene salvación – dijo Escanor con solemnidad – Aquellos tocados por el efecto de los Mandamientos son débiles y morirán. Si tu maldición es ser eternamente una sierva de uno de ellos, deberías morir ahora.

Dicho esto, Escanor puso sobre su pulgar la bala apuntando hacia ella, para empujarla con la punta del índice después. La chica miró su arma y luego a su granja. Estarossa había salido, y aún con su ropa destrozada, caminaba hacia ellos con una pequeña sonrisa despreocupada.

La chica sonrió un poco al ver que el señor Meliodas estaba bien, y lo último que escuchó fue el leve sonido de la uña de Escanor contra la bala de plomo antes de que esta atravesara su cabeza por un lateral y saliese por el otro, perdiéndose en la tierra de la carretera. Después, ella cayó al suelo, y su alma salió de su cuerpo, dirigiéndose a la mano de Estarossa.

Él la tomó con su sonrisa tranquila, y sus hombros empezaron a temblar. Se estaba riendo. Escanor le miró con seriedad.

- ¿No es suficiente para vosotros usar a criaturas inferiores como humanos ajenos a mí para que sean vuestros esclavos que también os divierte su muerte? - preguntó.

Estarossa empezó a reír a carcajada limpia. Era estruendosa y macabra, y apretaba el alma en su mano mientras que con la otra se tapaba los ojos. A su risa se unió otra... otra más aguda y extraña, como miles de voces riendo a la vez.

Escanor empezó a sentirse mal. Un pinchazo le dio en el corazón y empezó a faltarle oxígeno. Se llevó la mano al cuello frunciendo el ceño, pero en ningún momento quitó su rostro solemne.

Una enorme sombra se movió detrás de Escanor mientras tapaba el suelo con su presencia, y él se giró sin ningún miedo. Al ver a Grayroad riendo detrás de él mientras su cuerpo se estremecía, Escanor comprendió que había caído en una trampa de la que no podría escapar.

*

Esa misma noche, en la base de los 10 mandamientos...

Todos (menos Galand, jeje) estaban alrededor de una hoguera en medio del suelo, sentados alrededor, apoyados en piedras o unos en otros, como en el caso de Derieri y Monspiet. Había carne de un animal enorme que comían algunos como Drole, recostado más atrás que ellos, o tomaban almas que habían recolectado durante el ataque como Meláscula.

- ¿Entonces entre Grayroad y tú le tendisteis una trampa al más fuerte de los Pecados Capitales? – preguntó Zeldris sentado en una piedra.

- Algo así... no teníamos nada preparado en realidad – dijo Estarossa tumbado en el suelo.

- Lo vi desde lejos y me acerqué con mucho sigilo fundiéndome con la tierra – dijo Grayroad con alegría disimulada – Fue un placer ver cómo moría. Puede que fuese el más fuerte, pero era uno de los mortales.

- Ahora que Meliodas ni Escanor están, es el momento idóneo de atacar, ¿no es así? – preguntó Gloxinia rodeado por Basquias.

- Ahora el principal problema sería esa maga – meditó Zeldris – La gigante, el hada y el muñeco podremos encargarnos de ellos, mientras que Merlín y Ban son inmortales. Ban no nos será ningún problema, pero debemos quitarnos a Merlín de encima.

Mientras que todos escuchaban a su líder y celebraban su victoria, Estarossa hacía caso omiso a su hermano y seguía tumbado, jugueteando con una pequeña cosa juguetona entre sus manos. El alma de la chica se deslizaba entre sus dedos mientras él la miraba con su sonrisa tranquila. Incluso siendo un alma, seguía afectada por la Piedad, por eso se mantenía con Estarossa.

- Dudo entre comerte o no... - dijo en voz baja tocando el alma con un dedo.

- Dámela a mí si no la quieres... - dijo burlona Meláscula con su larga lengua bífida fuera de la boca.

Estarossa la miró de reojo, y tan sólo sus ojos expresaron un gran odio a la chica pelirrosa que hizo que dejara de mirarle al momento.

- Sí... - dijo mirando al alma – Si te quedas fuera, otros querrán comerte, pero tú debes cuidar del señor Meliodas, ¿verdad?

Dicho esto, Estarossa abrió la boca y el alma entró obedientemente en ella. Sintió un dulce sabor al tragar, notando como esa alma le alimentaba y le daba algo más de poder.

Zeldris había observado a su hermano desde que terminó de hablar, viéndole juguetear con el alma y hablar con ella, para finalmente comerla. Sabía que su hermano era algo diferente a todos los otros demonios que había conocido, tenía algo especial dentro, algo que no se podía explicar... pero eso es lo que hacía a Estarossa un misterio para todos.


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