Llamas
Regreso pronto 🖤
La chica suspiró con pesadez al leer la nota adherida al refrigerador, la arrancó con notable furia haciéndola bola para después proseguir a arrojarla al suelo, le valió si a el autor de aquella nota se molestará por el desperfecto en su orden. Estaba molesta, furiosa.
Sirvió el café en una taza, y lo bebió en soledad cómo se había hecho de costumbre desde hacía meses; sopló con delicadeza sobre el líquido antes de beberlo. La cocina elegante y de estilo moderno estaba oscura, fúnebre, ahogada en silencio.
Se sacudió el cabello, oprimiendo sus ojos, sus labios se tensaron y de ellos un sollozo se escapó, tomó con gran fuerza la taza mientras las lágrimas descendieron por sus pómulos. Se llevó ambas manos a sus rostro, secó de las lágrimas tratando de ahogar los sollozos que saldrían.
Ella, una chica caracterizada por su contagiosa sonrisa ahora lloraba desdichada a en una cocina. Su cabello rubio cenizo mal cortado, revoltoso, sin arreglar, ojos de un verde ahora muertos, sin brillo, sin vida, sólo unas canicas vacías que no reflejaban nada en lo absoluto.
Su nombre era menos importante ahora, miró la argolla de matrimonio en su dedo, aún le pertenecía, aún estaban casados, aún eran uno solo, o eso se debía decir.
Quería sonreír por ello, pero cómo hacerlo, si la de su marido era dejada cada mañana en el desayunador en un supuesto olvidó por las prisas del trabajo.
Pero ella no es una idiota para tragarse esa mentira diaria.
— Eres un imbécil — dijo con amargura con la mirada clavada en la argolla.
Entonces gritó con rabia, arrojó la taza contra la pared, haciéndose trizas en el momento y el líquido cayó por todo el suelo. Se levantó del banco en un ataque de furia y dirigiéndose a uno de los cajones de la cocina, de dónde saco unas tijeras grandes.
Y por tercera vez en los últimos dos meses, cortó desenfrenada de su rubio cabello, llena de desdicha, amargura y desconsuelo, los mechones fueron cayendo a su alrededor, dejándolo tan corto que apenas y cubría de sus oídos.
Poco le importa su apariencia, poco le importó el desastre que dejó en la cocina. Subió a la recámara, se despojó de la pijama y entró a la regadera, en donde tomó una larga ducha.
Estando más tranquila, volvió a tomar las tijeras para acomodar su cabello en un corte uniforme. Del ropero tomó un vestido negro de encaje en los hombros, uno ajustado a su cintura y después suelto, se maquilló de una manera que luciera natural y después hizo sus labios resultar con un color rojo; se llenó de perfume y sonrió después de meses sin hacerlo.
Tenía que hacer lucir bien el apellido que se le dieron, era la señora Ackerman, la mujer de un Ackerman, y tenía que lucir como tal. Miró el reflejo de sí en el espejo, convencida por su apariencia, tomó su bolso y salió de casa después de cuatro meses encerrada por el duelo en el que estaba.
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— Un gusto en atenderle, que vuelva pronto — Se despidió la joven mujer.
Su cabello rubio recogido en una coleta con copetillo cayendo sobre su frente, con una amplia sonrisa atendiendo el café, era su primera semana y su primer empleo de medio tiempo, cada tarde trabajando en una cafetería pequeña del centro para poder pagar su universidad.
Ella era la más animada de todas las empleadas, siempre sonriente y bromeando con todos los clientes para poder contagiar de su alegría.
— Bienvenido a Sunset, ¿Qué le gustaría ordenar? — se acercó animosa a hombre de abrigo beige que leía el periódico en una de las mesas alejadas.
El hombre alzó la mirada de su periódico haciendo inmediatamente contacto con los verdes ojos de ella, provocando en la joven rubia un choque eléctrico, uno del que disfrutó.
— Vaya, usted es un hombre de fríos ojos que piden algo tibio ¿No? — se apresuró a decir sonriente — ¿Se le apetece un té?
— Té negro — agregó él con poco interés.
— Por supuesto, invita la casa — dijo ella alejándose de la mesa a por el té.
No era la primera vez que a la cafetería llegaba algún cliente atractivo o con un aire encantador. Era común que gente así llegará, pero está vez se deferencia por el simple hecho de que la joven chica había quedado anonada por el cliente atractivo.
Un amor a primera vista podría ser lo que ella había sentido en cuanto sus miradas se fusionaron por un breve momento. La rubia era creyente de aquello, así que no se había negado al sentir una descarga por su cuerpo, lo había aceptado tal y como era, era un amor puro lo que sintió.
Así paso el tiempo, ella siempre para su fortuna le tocaba atender a aquel misterioso cliente, en algunas ocasiones lograba sacarle plática y en otras únicamente un chasquido proveniente de su lengua. Usualmente, ella terminaba invitando el pan o el pastel que acompañaba a su té; intentado siempre ser lo más amable y atenta con él.
— Que tenga buena tarde, agradecemos su visita — despidió al joven azabache, quien sólo asintió alejándose por las calles siempre aglomeradas de la ciudad.
La chica procedió a recoger la mesa en donde había estado, su sorpresa fue grande cuando en vez de la usual propina que se dejaba encontró una rosa roja con una tarjeta color crema pegada.
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Espero pacientemente en una banca fuera a las oficinas en donde su marido trabaja, sentada con la espalda recta y la mirada en lo alto, unos elegantes guantes negros de encaje que cubrían hasta sus codos, un sombrero negro con velo del mismo color cubriendo parcialmente su rostro y para un buen contraste unas tres rosas blancas en su sombrero y un largo collar de perlas que hacía resaltar su cuello.
Captó la atención de varios de las personas que transitaban por el lugar, era una dama realmente imponente, su figura era de poder, el porte y todo ella en sí. Resaltaba entre todas las figuras que caminaban a su alrededor, inclusive su brillo inigualable llego a resplandecer a las ventanas de los ejecutivos en lo alto de la edificación.
Su marido la notó desde las alturas, una casi inapreciable sonrisa en sus labios apareció. Acomodó su corbata, tomó el ascensor para ir a con su mujer.
— Levi — pronunció ella en cuanto la figura de su marido estuvo frente a ella.
— Te ves muy bella — respondió él acariciando su rostro con suma delicadeza.
Ella se tenso ante el contacto físico que estaba teniendo, y entonces sin ser descortés con cuidado apartó la mano de su rostro. Estaba por gritarle, por pegarle incluso, pero se contuvo y solo respiro con tranquilidad.
— Por favor — suplicó ella cerrando los ojos.
Tenía meses que él no la tocaba, en donde las palabras había ido disminuyendo como el contacto físico, hasta únicamente quedar en silencios prolongados e incómodos, inclusive las miradas eran escasas, no tenían valor de mirarse el uno al otro; existían noches en que ni siquiera llegaba a dormir, aveces no veía ni su sombra durante días, pues llegaba tan tarde como para esperarlo y se marchaba muy temprano antes que el sol saliera.
Y todo había surgido desde que ella había perdido al bebé, había tenido un aborto cuando apenas tenía los cuatro meses de gestación, ambos quedaron devastados como pareja, y ninguno fue lo suficientemente maduro para poder sobrellevarlo juntos, cada uno manifestó su dolor por separado hasta el punto en que el fuego entre ellos dos se extinguirá.
No era algo no supieran. Ambos conocían que el fuego entre ellos ya no ardía más desde hacía meses.
— Tenemos que hablar sobre... Nosotros — dijo ella con dificultad en la última palabra, el azabache suspiró con desgano.
— Bien, pero vayamos a un lugar más cálido — propuso él poniéndose en pie — Vayamos a una cafetería.
— Sí.
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La joven se arregló debidamente, optó por usar un vestido floreado y fresco, el cabello recogido en una media coleta, un poco de glass en los labios para ir al parque donde la tarjeta en la rosa indicaba. Estaba muy entusiasmada, era la primera vez en años que alguien la invita a salir, tenía que verse lo mejor posible para su cita.
Al llegar, el joven azabache la esperaba con un ramo de girasoles, a lo que ella respondió con un sonrojo tomándolas con felicidad.
— Creo que nunca te dije mi nombre — ambos tomaron asiento en una banca de parque.
— Ella, si no me equivoco — contestó con suavidad, a lo que ella se sorprendió — Lo ví en tu uniforme — se apresuró a decir.
— Oh, bueno. ¿Y usted?
A pesar de tantas charlas que habían tenido, jamás había comenzado por preguntar sus respectivos nombres, había saltada ello, por tanto era ciertamente curioso que en una cita ya formal estuvieran preguntando sus nombres como si recién se conocieran. Como si de una cita a ciegas se tratase.
— Levi — respondió tomando una de sus manos.
— ¡Como la marca de Jens! ... ¡Oh! Lo siento.
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Ambos entraron a una cafetería cercana, donde tomaron unas de las mesas más apartadas, el lugar estaba semi vacía, pues era algo tarde ya, sin mencionar que era un miércoles, media semana; el charlar sería más fácil en un lugar así, quizás y era solo una apariencia, pues la rubia en cuanto entraron la incomodidad llegó a su cuerpo. Tomaron asiento uno frente al otro, una mesera los miró un tanto sorprendida mientras entregaba las cartas del menú.
— ¿Por qué a este lugar? — pregunto con enfado.
— ¿Nostalgia? — contraatacó él.
La elegante mujer bufó, bajó los brazos desviando la mirada, pronto volvió la mesera a pedir la orden, una ex compañera de la rubia, una a la cual le tenía aprecio pero no pudo decirle nada mientras tenía a ese hombre como acompañante. El azabache pidió su usual té negro, mientras que ella un café americano. La mesera se retiró.
— Eres un imbécil por traerme aquí — se quejó cruzándose de brazos.
Él no respondió, únicamente le sostuvo la mirada. Soltó un largo suspiro.
— Levi — tomó ambas manos del joven, acarició sus nudillos, estaba por formarse un nudo en la garganta — Seré sincera, yo... Pienso que lo mejor para ambos sería separarnos, no lo niegues, hace meses que me has dejado. Has buscado calor en otro lugar dejándome hundirme sola en mi desgracia, ¿Crees que no lo había notado? Te conozco bien, ya no existe un nosotros, quizás nunca debió existirlo, ¿Sabes?
La chica se levantó del asiento, caminado despacio se dirigió a su esposo, acarició su cabello antes de darle un corto beso en los labios.
— Se acabó — y dicho esto, se quitó la argolla colocándola frente a él.
Tomó su bolso y se marchó del lugar.
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El hombre se sintió tan débil como un niño, de nuevo se sentía golpeado, herido, apuñalado por una inmensa tristeza, pero no sabía cómo demostrarlo, no tenía idea de cómo sacarlo a flote. Así que simplemente callo, no corrió a los brazos de su mujer, no la besó, no hizo nada por dar apoyo cuando ella había entrado en estado shock.
Pasaron días para poder darle de alta, más por los ataques de histeria que presentaba. Se estaba volviendo loca, estaba perdiendo la razón, siempre gritaba y lanzaba todo objeto a su alrededor mientras lloraba por la pérdida de su bebé.
Y él, empezó a alejarse, jamás la apoyó. Inclusive empezó a buscar soporte en otros brazos, cada uno viviendo el duelo a su manera, ella al filo de perder la cordura y él buscando el calor de otros cuerpos. Haciendo así que el viento soplara con violencia sobre la flama que entre ellos había hasta hacerla perecer.
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Ambos terminaron en el mismo lugar, en casa pero no a la que llamarían hogar, ella con la espalda pegada a la pared llorando en silencio mientras abrazaba un oso de peluche, ahí era donde pasaba sus días desde la pérdida, lamentándose en la habitación a la que debía pertenecer a su difunto bebé.
Levi entró a la habitación de azules paredes, se sintió sofocado, pero no podía continuar con huir de lo hechos, no continuaría con el evadir la realidad a la que ambos los envolvía. Se arrodilló frente a su mujer a la que el rimel le corría por el tanto derramar lágrimas.
— Ally — la llamó con cariño, tal y cuando la llama recién se encendía.
— ¿Qué quieres ahora? He hecho tus maletas, puedes tomarlas para irte ya — apartó la mirada de la penetrante mirada de su marido.
— No me marcharé — aclaró haciendo que ella se pusiera de pie — Te falle, y lo lamento.
Entonces sin aviso previo la atrajo a su cuerpo abrazándola, ella se mantuvo tensa con su cabeza enterrada en el pecho de él, escuchando los acelerados latidos de su marido, hizo un mueca en un intento de sonrisa.
— Ocuparás más de un simple abrazo si quieres de mi perdón... Maldito Jens caros.
Levi se sorprendió, una tímida sonrisa apareció en rostro acompañado de un poco de rubor. Su esposa lo volvía a llamar como cuando su relación recién iniciaba. Entonces besó su frente y continuó con el abrazo.
La llama entre ellos volvía a encenderse, y está vez ambos cuidarían de ella para que el apagarse fuera imposible.
Holis!!
¿Les ha gustado?
Pensaba darle un final triste, como es costumbre, pero estaba de buen humor y hubo un final feliz.
¿De qué les gustaría que pasara en el próximo que escriba?
Estoy abierta a ideas 7u7
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