Rengoku
La sangre caía por mi rostro.
Un dolor intenso apareció en mi pecho.
Había muertos, muchos muertos.
Y demasiada sangre.
Pero había algo raro.
El dolor en el pecho no era físico, era emocional. Como si me hubieran abierto un hueco en el alma y no hubiera forma posible de recomponer ese trozo.
Entonces alcé la vista y la vi.
Mi princesa estaba sonriéndome a la vez que escupía sangre por la boca. No entendía nada hasta que vi el motivo.
Era Douma quien tenía agarrada a mi princesa con una de sus manos. Era la Segunda Luna Demoníaca quien estaba matando a mi princesa.
No iba a permitirlo.
Una fuerza increíble salió de mi interior, y aunque intenté moverme, algo me detuvo.
Una risa se escuchó detrás mía.
-¡Deja que vea cómo la matas! ¡Deja que su último suspiro sea doloroso!
No entendía nada hasta que me di la vuelta y vi al portador de aquella voz.
Akaza.
-No entiendo cómo no terminaste muriendo aquella vez, Rengoku, pero esta vez te remataré, tenlo por seguro -me habló mientras mantenía una sonrisa socarrona.
Dios, cómo odio esa sonrisa.
Me abalancé sobre Douma, que sin más partió el cuello de mi princesa.
Sus ojitos se apagaron por completo y me dedicó una sonrisa antes de exhalar su último suspiro.
No.
Antes de poder llegar a Douma, Akaza me agarró de un brazo y me hizo dar vueltas mientras se reía desquiciadamente.
-¡Suéltame, perro! -le grité mientras zafarme de su agarre. Él siguió riéndose como el maldito que era.
Me soltó, sí, pero estaba tan mareado que apenas me tenía en pie. Akaza se acercó y me pateó el rostro de manera seguida, tan rápido que apenas distinguía entre un golpe y otro.
No alcanzaba mi espada, estaba demasiado lejos. Sabía que iba a morir, pero nunca me iría con mi madre y mi princesa sin antes haber peleado.
Dejó de patearme y se alejó unos metros. Me levanté a duras penas y vi cómo Douma me lanzaba mi espada.
-Nos sentimos generosos hoy. Pelea, pero ten claro que morirás -me aclaró Akaza. Seguía sin quitar aquella sonrisa.
Agarré la espada y nada más desenvainarla me abalancé sobre Akaza, que paró cada uno de mis golpes como si estuviese jugando con un niño.
Recibí un golpe en la espalda baja que me dejó sin aire.
-Parece que te has olvidado de mí, ¿eh? -la voz de Douma sonó detrás mía. Es verdad, no me acordaba de él.
Entre los dos empezaron a golpearme de una forma realmente rápida, tan rápida que apenas me daba tiempo a responder a los golpes.
Terminé en el suelo, con los huesos rotos y sin poder moverme apenas. La vida se me estaba yendo y lo último que vería serían las caras de mis asesinos. Qué irónico, ¿verdad?
El pie de Akaza se lanzó sobre mi cabeza, terminando de matarme de una vez.
Lo vi todo negro, hasta que una luz blanca me invadió. Abrí los ojos y ahí la vi. Mi princesa.
Bueno, la muerte al final del todo no parecía tan mala, ¿no?
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