Prometo... Que todo irá bien.
POV OCHAKO
Había dormido en la residencia.
En la fría y solitaria residencia.
Mi cama se sentía vacía e incompleta sin un brazo cálido sobre mis hombros. Todo se sentía vacío e incompleto sin él. Incluida yo. Y me lo había buscado solita.
Ya había amanecido. Miré mi maleta hecha y lista para ser transportada. Había llorado toda la noche. Tragué saliva y miré mi móvil. Kemy llegaría en quince minutos. Entonces, iría a casa y... se acabó.
Todavía puedes volver. Quizá no se haya despertado. No es demasiado tarde.
Vuelve.
Me puse de pie alejando ese pensamiento y me acerqué al cuarto de baño. Tenía los ojos hinchados y los labios pálidos. Parecía un maldito cadáver andante. Me pasé un poco de agua fría por la cara, intentando reaccionar. ¿Ya se habría despertado? Seguro que sí ¿Ya habría leído la nota que le había dejado? Se me hizo un nudo al corazón al pensarlo.
La maldita nota. Ni siquiera quería pensar en lo que había escrito. No había sido capaz ni de decirle a la cara que quería irme. Una parte de mí, una muy cobarde, suplicaba que se despertara cuando yo ya estuviera de camino a casa. No sería capaz de mentirle a la cara. Me pillaría enseguida.
Me froté la cara con ganas, intentando darle un poco de color, y me miré en el espejo de nuevo.
—Eres una zorra impulsiva, ¿lo sabes? —murmuré.
Y, entonces, llamaron a la puerta.
Me quedé helada en mi lugar.
No era él, ¿no?
Con el corazón en un puño, me acerqué lentamente a ella. Estaba a punto de alcanzarla cuando se abrió de golpe. Mi cuerpo entero se tensó al pensar que podía ser él, pero era Momo. Noté que podía volver a respirar.
Ella tenía los ojos muy abiertos cuando me miró.
—¿Qué pasa? —preguntó, cerrando de nuevo y acercándose a mí con urgencia—. ¿Qué ha pasado? Por Dios, ¿qué te ha hecho?
—Nada —aseguré—. ¿Se ha... despertado?
—No estaba despierto cuando me he ido —murmuró.
Me pregunté a mí misma si prefería que fuera así. No tener que enfrentarme a él. Irme a casa.
Diez minutos y Kemy estaría aquí. Solo diez minutos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Momo de nuevo con urgencia.
—Es... complicado —murmuré.
—¿Te vas a ir? —se le llenaron los ojos de lágrimas.
Dudé un momento antes de asentir con la cabeza.
—Pero... no puedes irte —empezó a lloriquear—. Eres... no... no sé qué ha pasado, pero...
—Lo siento —susurré.
—Te quiero mucho, Ochako. Eres mi mejor amiga. No quiero que te vayas.
Me abrazó con fuerza y le devolví el abrazo con ganas de llorar. Conseguí contenerme hundiendo la nariz en su hombro.
—Quédate —me dijo—. Sea lo que sea que ha pasado, segur que encontramos una solución. Seguro que...
—No la hay, Momo.
—¿Ninguna? ¡Es imposible! Si me cuenta lo que...
—Momo... me voy a casa. Necesito hacerlo.
Ella guardó silencio por un momento, pensando a toda velocidad.
—Pero... ¿por qué lo has hecho todo tan precipitado? ¿Pasó algo anoche?
—Es complicado —repetí.
—¡Sé que es complicado, pero...!
Las dos nos quedamos calladas cuando alguien empezó a aporrear la puerta.
—¡Ocha! —la voz de Izuku me dejó helada—. ¡Abre la puerta!
Noté que se me hundía el pecho.
Oh, no.
Momo me miró con los ojos muy abiertos.
—¿Qué...?
Volvió a aporrear la puerta con ganas.
—No quiero verlo —murmuré.
Momo respiró hondo y se acercó a la puerta. La abrió un poco para asomarse y mirar a Izuku.
—Ella no...
—Momo, quítate ahora mismo —le advirtió él en voz baja.
Momo dudó un momento, pero se apartó cuando vio que era inútil insistir. Izuku entró en la habitación con la respiración acelerada, despeinado y con expresión perdida. Miró mi cama y luego mi maleta. Se me hizo un nudo en la garganta cuando se giró hacia mí con expresión perpleja.
Durante un momento, ninguno de los dos dijo nada.
—Yo... —murmuró Momo—. Iré abajo con Shoto y Kyoka.
Silencio. Ella cerró la puerta. Izuku me miró de arriba a abajo con esa expresión perdida que me rompió el corazón.
—¿Qué...? —empezó, buscando las palabras, pero no parecía encontrarlas—. No... no entiendo nada, ¿qué...? ¿Te vas?
Dudé un momento, tragando saliva.
—Sí —dije con la voz más firme que pude sacar.
—¿Por qué? —sonaba completamente perdido—. ¿Qué...? ¿Qué ha pasado?
—Quiero irme —repliqué.
—Anoche... yo... —se pasó una mano por el pelo—. Joder, ¿no estaba todo bien?
No dije nada. Izuku se pasó una mano por el pelo, pensando a toda velocidad.
—No puedes irte —se acercó a mí—. No sé qué ha pasado, pero no puedes irte.
—Quiero irme —repetí.
Me agarró la cara con ambas manos, buscando cualquier signo de mentiras en mi expresión. Pero había ensayado demasiado. Su pecho empezó a subir y bajar rápidamente cuando no encontró nada.
—Ocha, yo... —empezó—. ¿Por... por qué?
—Solo quiero irme a casa, Izuku.
—No lo entiendo —murmuró—, ¿qué ha pasado? Anoche, todo estaba bien.
—Izuku...
—¿Qué he hecho mal? Sea lo que sea, te lo compensaré, te lo juro, yo...
—No es por nada que hayas hecho —murmuré, notando que iba a llorar.
—¿Y qué es? —insistió, desesperado por entender—. ¿Qué pasa? ¿Por qué quieres irte?
No dije nada. No sabía qué decir.
—Solo dímelo, por favor. Solo...
—No quiero seguir contigo —le dije, tajante.
Él dudó un momento antes de soltarme la cara y dar un paso atrás como si le hubiera dado un puñetazo.
—¿Qué? —le salió un hilo de voz.
—No puedo seguir con esto —le dije lentamente. Mi voz temblaba—. No puedo seguir... con nada de esto. No puedo ir a vivir contigo, Izuku. No... no quiero. Quiero ir a casa.
—¡Ya estás en casa!
—¡No lo estoy! —insistí—. Este no es mi hogar, es el tuyo.
—Ocha...
—No formo parte de esto, Izuku.
—Formas parte de mí.
Había sonado tan roto que me partió el corazón en mil pedazos.
—Tengo que irme —sacudí la cabeza.
—No, no tienes por qué hacerlo —insistió—. Quédate... quédate en el piso un tiempo más. Dormiré en el sofá, no me importa. Piénsalo... déjame compensarte y...
—No —lo corté—. Tenía un trato con mi madre, ya te lo dije. Si en diciembre quería volver a casa...
—Ya ha pasado diciembre —me dijo.
—Por eso. Ya ha pasado. Todo lo que sucedió antes de diciembre... es pasado.
Silencio. Entreabrió los labios, mirándome fijamente. Le temblaban las manos.
—No me dejes —suplicó en voz baja.
Oh, no.
Se me llenaron los ojos al instante en que noté la desesperación en su voz.
—No me dejes —repitió, acercándose y agarrando mi mano—. Te quiero, Ocha. He estado seguro de muy pocas cosas en mi vida, pero esta es una de ellas.
Aparté la mirada y él me obligó a mirarlo de nuevo sujetándome por el mentón.
—Quédate conmigo —suplicó—. Aunque sea viviendo aquí, en la residencia. Vendré a verte cada día si hace falta. Te compensaré por lo que sea que haya pasado.
—I-izuku...
—¿Es por algo que dije? ¿Te... he hecho algo sin darme cuenta?
—No es eso, Izuku.
—¿Y qué es? ¿Qué ha pasado?
—¡Nada!
—¡Eso no es verdad!
—¡Sí lo es! ¡Solo quiero irme!
—¡No es cierto, hay algo más, algo...!
—He vuelto con Sen.
Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera detenerlas.
Su expresión cambió de golpe. Se quedó helado y me miró fijamente.
La frase quedó suspendida entre nosotros durante unos segundos eternos en que no reaccionó.
—No —empezó a negar con la cabeza.
—Era mi novio antes de llegar aquí —dije en voz baja—. Y... me he dado cuenta de que... lo echo de menos. Por eso... tengo que volver.
—No —repitió, negando lentamente con la cabeza.
—Lo siento, Izuku.
—Pero... no... me dijiste... pensé...
—Nunca te he dicho que te quisiera —murmuré.
Él entreabrió los labios para decir algo, pero no sabía qué decirme. Solté mi mano de su agarre y cerré los ojos un momento, apartando las lágrimas.
Entonces, mi móvil sonó. Un mensaje de mi hermana. Ya estaba a abajo. Izuku no dejó de mirarme. Seguía buscando cualquier indicio de mentiras. No las habría. Me había mentalizado demasiado para ese momento.
—Tengo que irme —le dije en voz baja—. Yo... lo siento.
No respondió. Me miraba como si no me conociera.
Pasé por su lado. Izuku no se movió en absoluto. Agarré mi maleta y aproveché que no me estaba mirando para dejar escapar una lágrima que aparté con rabia. Respiré hondo y me puse de pie arrastrando mis cosas.
Entonces, noté que me agarraba de la muñeca y me daba la vuelta para mirarlo.
—¿Estás enamorada de él? —me preguntó bruscamente.
Respiré hondo. Lo miré fijamente, sin parpadear. Y, aunque todo mi interior gritaba que no, me obligué a mí misma a asentir con la cabeza.
—¿Lo has estado todo este tiempo? —preguntó en voz baja.
No pude evitarlo. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando vi que se le rompía la voz.
—Siempre —murmuré.
Silencio.
Me soltó la muñeca y me dio la espalda. Yo también se la di. No quería verlo. Me cayeron varias lágrimas y me las limpié con la manga de mi jersey.
Respiré hondo y fui hacia la puerta. No dijo nada.
Abrí la puerta lentamente. No me detuvo.
Miré por encima de mi hombro. No se movió.
Avancé por el pasillo. Cada paso era una maldita tortura. Mis instintos me gritaban que me diera la vuelta y volviera corriendo. No lo hice.
Bajé las escaleras y vi que Awase me estaba mirando con los ojos muy abiertos. Ninguno de los dos dijo nada. Solo quería irme. Él agachó la cabeza. Miré por encima de mi hombro. Izuku no había salido de mi habitación.
Vi a Kemy hablando con Shoto, Kyoka y Momo junto a su coche. En cuanto salí, los cuatro me miraron fijamente. Kemy suspiró. Ella lo sabía todo.
En realidad, solo ella y Shoto lo sabían. Kyoka y Momo parecían completamente descolocadas.
—Oh, Chakito... —murmuró mi hermana, acercándose—. ¿Quieres...?
—Solo quiero irme —supliqué.
Ella agarró mi maleta y la dejó en la parte de atrás del coche. Miré el interior de la residencia. No había rastro de él. ¿Por qué seguía mirando como si fuera a aparecer? Le acababa de romper el maldito corazón.
—No me puedo creer que te vayas —murmuró Momo, acercándose a mí.
No pude devolverle la sonrisa cuando me abrazó. Kyoka se acercó con expresión confusa, como si no entendiera lo que estaba pasando.
—¿Estás segura de esto? —me preguntó.
Asentí con la cabeza. Ella suspiró.
—Joder —murmuró, y me dio un abrazo corto antes de apartar la mirada y dejar que Shoto se acercara.
Él se detuvo delante de mí y me dio un abrazo con fuerza.
—Espero que estés haciendo lo correcto, Ochako —murmuró.
—Asegúrate de que vaya a esa escuela —le dije en voz baja.
Él asintió con la cabeza y se separó para mirarme. Era la primera vez que lo veía a punto de llorar.
—Cuidate —murmuró.
—Cuídale —murmuré yo.
No dijimos nada. Volví a mirar el pasillo de la residencia. Desierto.
Kemy ya estaba en coche, esperándome. Sentí que me volvían a caer lágrimas calientes por las mejillas cuando me senté a su lado y me puse el cinturón. Ella me miraba de reojo. Me pasé las manos por los ojos, frustrada.
—Ochako...
—Ahora no —le pedí en voz baja.
—Ahora sí —me cortó con su tono autoritario—. ¿Sabes lo que estás haciendo?
Parpadeé varias veces cuando los ojos empezaron a escocerme otra vez.
—Lo que creo correcto —murmuré.
—Mira, siempre te digo la verdad. Aunque no te guste oírla. Esta vez no es una excepción.
La miré, pasándome las manos por debajo de los ojos. Ella respiró hondo.
—Estás cometiendo el mayor error de tu vida.
—No es verdad —murmuré.
—Ohako, si no te bajas de este maldito coche ahora mismo te arrepentirás el resto de tu vida.
—¿Y cómo sabes que no pasará lo mismo si me bajo? —le pregunté en voz baja.
Ella suspiró.
—No lo sé —admitió.
No respondí. Intenté dejar de llorar, pero no podía.
Y, entonces, vi algo moviéndose en la residencia.
Me giré al instante en que él salió del edificio. Tenía la expresión más triste que había visto en mi vida. Nos sostuvimos la mirada el uno al otro cuando se quedó de pie, mirándome.
—Ochako... —la voz de mi hermana no hizo que me girara—. Todavía no es tarde. Todavía puedes bajarte.
Contuve la respiración cuando mi mano se puso en la manilla del coche para abrir la puerta. Él me miraba fijamente, implorándome con los ojos que me quedara. Que me quedara con él. Y mi corazón bombeaba con fuerza, diciéndome que eso era lo que tenía que hacer.
Mis dedos se apretaron entorno a la manilla. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Él dio un paso hacia mí. Ladeó la cabeza y me dedicó una mirada que me partió el alma en dos.
Me imaginé bajando del coche, corriendo hacia él y diciéndole la verdad. Que lo quería. Que nunca querría irme de su lado. Que esos meses con él me habían enseñado más cosas de las que jamás creí que podía aprender. Que. Lo. Quería.
Más que a nadie.
Pero, entonces, me di cuenta de que estaba haciendo eso precisamente porque lo quería. Porque necesitaba que hiciera lo que sabía que lo haría feliz... aunque eso supusiera que dejara de formar parte de su vida.
Porque yo no volvería a serlo del todo. Si no abría esa puerta, algo se rompería y nunca podría repararlo.
—Ochako —mi hermana me miraba—. Sabes que te apoyaré decidas lo que decidas, pero... no hagas algo de lo que vayas a arrepentirte.
Me miré las manos y respiré hondo. Me temblaba el cuerpo entero.
No podía hacerlo.
No podía quedarme.
Porque, a veces, tenemos que hacer sacrificios por amor. Porque queremos a la otra persona más que a nosotros mismos. Porque queremos lo mejor para ella. Una vez tomada esa decisión... es difícil cambiarla.
El señor Midoriya tenía razón. Era difícil cambiarla.
Cerré los ojos con fuerza al soltar la manilla de la puerta.
Cuando los abrí, vi que él había me miraba con lágrimas en los ojos. Le supliqué me perdonara con la mirada. Le supliqué que algún día lo entendiera.
Respiré hondo, lo miré por última vez, y me giré hacia delante.
Kemy me observaba en silencio. Asintió con la cabeza, como si pudiera entender lo que estaba sucediendo.
—¿Estás lista para volver a casa? —preguntó en voz baja.
Luché con el impulso de girarme de nuevo. Me seguían cayendo lágrimas por las mejillas. Respiré hondo y miré a mi hermana.
Asentí con la cabeza, decidida.
—Estoy lista.
***
Y cómo olvidarte
Si la vida me enseñó que vas primero
No me importa la distancia, yo te quiero...
***
Lloré. ¿Quien más lloró?
Arigatō... mata ne... Me voy a llorar un poco más.
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¿Fin?
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