Contigo.

Creemos que estamos bien, hasta que todo, sin razon alguna, se derrumba y de paso tu corazon tambien. Y desde ese mismo momento, solo tienes que esperar, a que el tiempo te haga cicatrizar, porque nada va a ser igual.

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POV OCHAKO

Al final, mamá había insistido en que nosotros dos nos quedáramos por más tiempo, así que pasamos fin de año con ellos. Fue bastante gracioso ver cómo mis hermanos, medio borrachos intentaban ganar a Izuku en una pelea de bolas de nieve.

Creo que fue al día siguiente, cuando amaneció, cuando me di cuenta de lo que quería hacer.

Iba a quedarme con él.

Había estado todo el viaje pensándolo y había llegado a la conclusión de que no quería separarme de él.

Cuando fuimos a por nuestras maletas a mi habitación el último día, noté que él me miraba de reojo.

—¿Estás bien? —preguntó.

Asentí con la cabeza.

—Estaba pensando... —murmuré—, si quiero llevarme algo más de aquí.

Su cara se iluminó con una sonrisa burlona.

—¿Puedo revisar tus cajones a ver qué cosas interesantes encuentro?

—Puedes revisar lo que quieras, pero no creo que encuentres nada interesante —sonreí un poco.

Fui a mi armario y agarré algunas sudaderas que había echado en falta, tirándolas a mi pequeña mochila. Escuché que él abría los cajones y los volvía a cerrar sin estar muy entusiasmado con los resultados.

Ya estaba metiendo lo que había elegido en la mochila cuando vi que él revisaba un cajón con más atención.

—Una pulsera que nunca te he visto puesta —murmuró, mirándola.

—Casi nunca me pongo complementos —murmuré.

—¿No tienes collares? —puso una mueca al ver que solo había pendientes y pulseras.

—Creo que no —murmuré, encogiéndome de hombros.

—Mhm... ¿qué más? Un cuaderno...

—No es un cuaderno —protesté.

—¿Es un diario? —se le iluminó la cara por la curiosidad al abrirlo. Sonreí al ver su cara de decepción—. ¿Por qué hay una lista de nombres de lugares... y de personas?

—Cuando era pequeña, tenía una lista de cosas de las que me sentía orgullosa —señalé lo que miraba—. Haber ido a Disney, aprobar cálculo... tonterías.

—¿Y yo no estoy aquí? —enarcó una ceja.

—Tú estás detrás —bromeé—. En la lista de errores de mi vida.

Fue a la última página y vi que lo revisaba concienzudamente.

—Que tu hermano te pillara haciéndote fotos —asintió con la cabeza, como si estuviera de acuerdo—, haberte caído a una piscina vestida, haber elegido una asignatura que no te gustaba solo para estar con tu amiga...

Se detuvo y me frunció el ceño.

—¿Por qué no está escrito Sen?

—¡Hace años que no escribo nada ahí!

—Nunca es tarde —sonrió ampliamente y volvió a dejarlo en el cajón para seguir revisando—. Un iPod... mhm...

Siguió cotilleando mis cosas hasta que fue hora de marcharnos.

Mi familia se despidió y mi madre nos estrujó a ambos en un gran abrazo. Cuando estuvimos en el taxi, no pude evitar mirar mi casa y luego a Izuku, que me sonrió.

¿Estaba haciendo lo correcto?

Todavía no era tarde para rectificar.

Pero... no. No había nada que rectificar.

Clavé la mirada en mis manos. Era lo correcto. Lo era. Quería quedarme con él. Quería estar con él.

Estuve en silencio en el avión y casi todo el camino restante. Fingí estar dormida para que no me hablara. Había dormido poco y me dolía la cabeza. Incluso me había puesto sus gafas de sol, cosa que no hacía nunca.

Él aparcó el coche en el garaje y nos bajamos en silencio. Izuku recogió nuestras dos mochilas y las subió al ascensor. Nada más abrir, el olor a quemado me inundó las fosas nasales. Momo estaba chillando algo. Entramos corriendo al salón, alarmados. Ella estaba abriendo el horno en la cocina.

—¡Mierda! —soltó.

Una nube negra salió enseguida del horno y de una bandeja que sujetaba con un pollo del mismo color. Momo puso una mueca. Shoto, Denki y Kyoka se reían de ella disimuladamente desde la barra.

—¿Veis por qué no quería ponerme a coci...? —se detuvo al vernos—. Ah, hola, chicos.

—¿Estás intentando que el apartamento arda? —preguntó Izuku.

—Ugh, cállate. Diez dólares a la basura.

—¿Qué intentabas hacer? —pregunté, divertida, olvidándome por completo de lo que había tenido en la cabeza durante todo el camino.

—¡Pollo al horno! Quería que tuviéramos una cena decente.

Suspiré y la miré.

—Si no te has aburrido de cocinar, podemos ir a por otro y te ayudo.

—¡Síííí! —exclamó, entusiasmada.

Así que ella, Shoto y yo nos pasamos la tarde cocinando como idiotas e intentando no hacer un desastre. Al final, nos salió un plato sorprendentemente bueno. Kyoka olisqueó el aire cuando lo dejamos en la mesa de café. Todos nos sentamos a su alrededor y Momo le frunció el ceño a Denki cuando preguntó por qué no habíamos puesto la televisión.

—¡Es Navidad! —protestó Momo—. En Navidad, se habla. No se mira la estúpida televisión.

—Navidad ya ha pasado —le recordé—. Estamos en enero.

—No pudimos pasar las navidades juntos —dijo ella con un mohín—, ¿no podemos fingir un poco y celebrarlas juntitos y felices?

Clavó los ojos en Shoto, que suspiró.

—Me parece una idea genial —dijo él.

—¿Chako? —preguntó, mirándome fijamente.

—Eh... sí, claro.

—¿Y tenéis regalos? —preguntó Denki, ilusionado.

—Eh... no —murmuró Momo.

—Qué mierda de segunda Navidad.

—¡Cállate! —protestó ella.

—¿Ahora no puedo dar mi opinión?

—No, parásito —le dijo Kyoka.

—¿Por qué sigues llamándome parásito? —protestó Denki—. Sin mí, os aburriríais.

—O disfrutaríamos de la vida —le dijo Izuku.

—Cuñada, necesito refuerzos —protestó Denki.

—Chicos, parad —dije casi automáticamente.

Y, para mi sorpresa, lo hicieron. Pero no porque los hubiera intimidado. Fue porque todo el mundo tenía hambre.

Después, nos pusimos una película en la televisión mientras Denki y Kyoka la criticaban, Shoto y Momo se besuqueaban y Izuku y yo estábamos solos en el otro sofá. 

Él era la única persona que conocía que, cuando te decía que quería ver una película con su novia, lo decía de verdad. Si intentaba distraerlo besándolo, llegaba incluso a irritarse y era bastante gracioso. Estaba muy atento a ella. Contuve una sonrisa mientras veía que fruncía el ceño a una escena.

—¿Qué? —preguntó, pillándome de pronto.

—No quería distraerte —bromeé.

—Ya estoy distraído —enarcó una ceja.

—Es que... —bajé la voz—. Tengo un regalo de Navidad para ti.

Él lo consideró un momento antes de entrecerrar los ojos, curioso.

—¿Un regalo? —preguntó, intrigado—. ¿Por qué no me lo diste en casa de tus padres?

Noté que se me encendían las mejillas.

—Bueno... no es un regalo muy... mhm... convencional.

Se le iluminó la mirada al instante en que esbozó una sonrisa perversa.

—Quiero verlo.

—¿No quieres esperar a que la pel...

—Vamos —le urgió, poniéndose de pie y arrastrándome hacia la habitación.

Se sentó en la cama con la ilusión de un niño pequeño.

—Yo también tengo algo para ti —me dijo.

—¿En serio?

—Era un regalo de cumpleaños, pero puedo adelantarlo.

—Mi cumpleaños es dentro de un mes —levanté las cejas.

—Me gusta ser previsor. ¿Quieres abrirlo tú primero?

—¡Sí! —estaba un poco más entusiasmada de lo que debería.

Se puso de pie y rebuscó en su cómoda hasta encontrar su objetivo. Lo lanzó al aire y conseguí agarrarlo de milagro. Le puse mala cara.

—¡Podría haberse roto!

—Confiaba en ti —bromeó, sentándose de nuevo.

Empecé a romper el papel rojo con cuidado. Era una caja pequeña. Él me observaba con atención.

—No sé si te gustará mucho —añadió.

—¿Por qué no? —me detuve a punto de abrirla.

—No lo sé. Ya te dije que soy un poco nuevo en esto de hacer regalos.

Eso hizo que mis ganas de abrirlo se incrementaran. Terminé de romper el papel y lo lancé al suelo. La caja era azul y de terciopelo. Levanté una ceja, intrigada.

—¿Y si...? —empecé.

—Ábrela de una vez —protestó, irritado.

Sonreí, divertida, y abrí la cajita.

Mi sonrisa pasó a perplejidad cuando vi que, en su interior, había una llave plateada y pequeña. Él se mordió el labio inferior, nervioso.

—¿Qué...? —empecé, levantando la llave.

—Es la llave de aquí —aclaró—. Del apartamento.

Seguía sin entenderlo. Yo ya tenía llave de ahí.

—Es... simbólico —murmuró.

—¿Simbólico?

—Hoy hace dos meses que viniste aquí —me dijo—. Y en la noria te dije que no tenías que responderme enseguida, pero... bueno, ya sabes.

Me quedé mirándolo un momento. Pareció ponerse más nervioso porque no dijera nada. Casi me pareció tierno ver que estaba nervioso por primera vez desde que lo conocía.

—¿Y bien? —preguntó.

—Yo... —no sabía ni qué decir—. Mi regalo es una mierda en comparación.

Sonrió, aliviado, y se puso de pie para acercarse.

—Sinceramente, ahora mismo solo quiero ver mi regalo —me quitó la caja de las manos y la dejó en la cómoda—, ¿dónde está?

—Pero... ¿no tengo que respond...?

—¡Mi regalo! —exigió.

—¡Que sí! Ve a sentarte ahí —señalé la cama.

—¿A sentarme? —preguntó, confuso.

—Sí, no mires.

—¿Qué...?

Protestó cuando lo senté en la cama, dándome la espalda. Cuando intentó darse la vuelta, volví a colocarle la cabeza.

—Quieto —advertí.

Me apresuré a ir hacia mi armario mientras él tarareaba una canción, fingiendo distracción. Me aseguré de que no estaba mirando mientras rebuscaba en mi armario. No se giró. Menos mal. Saqué lo que había rebuscado.

—¿Puedo girarme ya?

—No.

—¿Y ahora?

—Tampoco.

—¿Y aho...?

—¡Izuku!

—Perdón.

Casi pude vislumbrar su sonrisa divertida mientras yo hacía mi trabajo a toda prisa.

—¿Y ahora?

—Si vuelves a preguntármelo, lo haré más despacio.

Repiqueteó los dedos en sus rodillas pacientemente. Yo terminé mi parte y me miré en el espejo de cuerpo entero. Ya estaba roja como un tomate y todavía no se había dado la vuelta.

Me había puesto el conjunto que mi hermana mayor me había comprado. Era lencería. Muy sexy. Y muy rara. Nunca me había puesto algo así. No parecía yo.

—Me estoy durmiendo —protestó, resoplando para irritarme.

—Un momento —me apresuré a quitarme soltarme el pelo y a colocarlo sobre mis hombros.

¿Por qué estaba tan nerviosa? Solo era un maldito conjunto de lencería. Me había visto cientos de veces con menos cosas.

Escondí las cosas en el armario y lo cerré. Él se había tumbado, pero tenía los ojos cerrados dócilmente. Me coloqué, pero no me gustó la postura y la cambié, incómoda. Repetí el proceso tres veces. Él seguía repiqueteando los dedos en su estómago con una sonrisa divertida.

—Te escucho moverte por la habitación —murmuró, divertido.

—Cállate y no mires.

Al final, me quedé simplemente de pie, roja como un tomate.

Respiró hondo.

—Vale. Ya puedes mirar.

Él abrió los ojos al instante y me miró.

Durante unos segundos horriblemente eternos, se quedó mirándome. Vi que sus cejas se disparaban hacia arriba mientras me escaneaba de arriba abajo. Mi cara seguro que estaba escarlata. Intenté no taparme con las manos. Tenía los brazos tiesos y tensos a ambos lados de mi cuerpo.

Y seguía en silencio. Se quedó mirando el sujetador con las cejas levantadas.

—¿Y bien? —pregunté con voz aguda.

Él volvió a mirarme de arriba a abajo.

—Joder.

—¿Joder de qué bien o joder de qué mal regalo? —pregunté, un poco insegura.

—Joder de... —dudó, volviendo a escanearme—. De joder.

Cuando clavó la mirada en mi cara, sentí que podía volver a respirar.

—¿Desde cuando tienes eso y por qué no te lo habías puesto hasta ahora?

—¡No he encontrado una ocasión especial!

—Por mí puedes usarlo cada día —me aseguró enseguida.

—Bueno —ya no pude evitarlo y me tapé un poco con los brazos—, yo...

—Ven aquí —dijo, divertido.

Me acerqué a él. Izuku me agarró de la mano y me sentí en su regazo. Me estremecí cuando noté sus dedos en mi rodilla y mi espalda.

—Nunca me había alegrado tanto de celebrar una segunda Navidad, te lo aseguro.

***






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