Aegon II T. | La novia dorada
Aegon siempre ha estado enamorado de su hermana Daella y después de ganar la guerra contra Rhaenyra, decide casarse con ella.
OC: Daella Targaryen.
A Aegon no le gustaba pensar en el pasado, cuando todos eran simple críos jugando mientras los adultos planificaban su futura guerra. Recordaba los gritos de su madre y sus golpes. Recordaba la sensación de poder que le daba ver que sus sobrinos le seguían y hacían todo lo que él decía. Recordaba la forma en la que su propio padre, el rey, les ignoraba, centrándose en su querida hija, la heredera al Trono de Hierro.
Pero también se acordaba de su otra hermana mayor: Daella.
Segunda hija del rey, nacida de su primer matrimonio. Hermana menor de Rhaenyra y la única que se dignaba en conocer a sus medios-hermanos.
Daella Targaryen, al no tener la presión de ser la heredera del rey, no tuvo problemas entre los negros y los verdes. Ella era amable con todo el mundo, hasta con el propio Aegon.
Cuando bebía demasiado, lo llevaba a sus aposentos y lo cuidaba mientras su propia madre le gritaba que había sido un irresponsable.
-¿No te cansas de esto, hermana? -preguntaba a la mañana siguiente con un terrible dolor de cabeza.
-¿Cansada de qué? -decía ella riéndose mientras dejaba un té a su lado para ayudarle a despejar la cabeza.
-De cuidarme -respondía Aegon. No lo entendía, nadie realmente se preocupaba por él. No iba a ser diferente con Daella. Sin embargo, ella no paraba de sorprenderlo.
-Nunca, hermano -mencionó dejando un suave beso en su frente. Aegon se quedó mirándola hasta que salió de sus aposentos.
X
Lucerys había quitado un ojo a Aemond. Por fin se habían elegido bandos y ahora iban a separarse. Los verdes volverían a Desembarco del Rey. Los negros irían a Rocadragón.
Daella se iba a ir.
Los sirvientes estaban empacando sus cosas. Aegon se había despertado pronto y nada más saber la noticia, salió corriendo de su habitación. Le dolía la cabeza y apenas podía correr en línea recta, pero tenía que alcanzarla antes de que se fuera.
Llegó al ala donde estaba instalada la mayoría de los negros. Por suerte, encontró a Daella observando el mar desde la ventana. Aunque su repentina llegada hizo que se fijara en él.
-Aegon, ¿qué haces aquí? -susurró levantándose de su asiento, acercándose a este-. No deberías estar aquí, tu madre estará preocupada.
-Cásate conmigo -pidió ignorando sus palabras anteriores. Daella se quedó sin aliento, por lo que el chico aprovechó para seguir hablando-. Casemonos y ven conmigo a Desembarco del Rey -suplicó cogiendo sus manos.
La expresión de Daella se volvió seria y se soltó de las manos de Aegon, quien quiso volver a coger sus muñecas, pero su hermana no se lo permitió. El príncipe sintió que su corazón se volvía pesado, pero el verdadero golpe llegó poco después.
-Aegon, estás comprometido con Helaena.
-Me da igual -negó desesperado-. Podemos montar nuestros dragones, ir a Rocadragón y casarnos. Estaríamos juntos.
Daella negó con la cabeza.
-Hace tiempo que tomé una decisión hermano. No deseó casarme, ni ahora ni nunca. Nuestro padre y nuestra hermana respetan mi decisión. Además, nuestro compromiso estaría condenado al fracaso -indicó acariciando la mejilla de su hermano con cariño, que había comenzado a derramar varias lágrimas.
Cuando se alejó, Aegon se quedó observándola un rato antes de salir corriendo de la habitación. Daella suspiró con cansancio. Amaba a Aegon como se ama a un hermano. Esperaba que las cosas no se volvieran peores.
X
Las cosas estaban muchísimo peor. Aegon y su corte habían usurpado el trono y lo habían nombrado rey de los Siete Reinos. Sus sobrinos por parte de Rhaenyra murieron y sus sobrinos por parte de Aegon y Helaena fueron asesinados cruelmente.
Daemon y Aemond se habían matado mutuamente. Helaena se había lanzado hacia su muerte, Aegon todavía estaba desaparecido. Y según las últimas noticias que llegaban de su hermana, Desembarco del Rey estaba sufriendo múltiples revueltas.
Daella sentía temor por su familia al escuchar estas noticias. Ella se había quedado junto con Baela en Rocadragón. La más mayor porque no quería ser participe de toda esa matanza, la más pequeña porque si la dejaran marcharse se pondría a pelear en primera línea.
Rocadragón había sido su refugio durante los dos largos años de guerra civil. Daella pensaba que allí estaban a salvo, hasta que fueron asaltados de noche.
La princesa se despertó por los gritos de la gente. Apenas tenían a un par de caballeros bien formados. Lo único que les podía proteger eran los dragones.
Daella corrió al establo donde se encontraba su dragona, pero antes de que pudiera llegar a ella, unos soldados la atraparon en el pasillo, agarrando sus brazos y arrastrándola al patio de armas.
Apareció un dragón en el aire, pero no era uno de los suyos: era Fuegosolar.
Cuando Aegon bajó de él, Daella sintió que se quedaba sin aire. Había escuchado rumores sobre las quemaduras que le habían causado en su primera batalla, pero al verlas descubrió que eran peor de lo que se había imaginado. Al menos la mitad de su rostro estaba quemado.
Llevaba en su cabeza la corona de Aegon el Conquistador, la cual brillaba con un halo blanquecino, casi amenazador. El ursurpador observó el patio mientras veía a sus hombres matar a los soldados de su hermana. Entonces se fijó en Daella.
No miró nada más. Caminó directamente hasta ella, observando el vestido blanco que utilizaba para dormir. Cuando sus ojos se conectaron, Daella pudo ver la crueldad dentro de ellos, algo que no había estado ahí al inicio de la guerra.
Su sonrisa además de cruel era retorcida.
-Hermana mía -dijo.
Antes de que pudiera responder o atacarlo, dos soldados arrastraron a otra figura al patio. Daella abrió los ojos con temor. Era Baela.
La chica estaba intentando luchar contra los hombres de Aegon, pero apenas surtian efecto sus gruñidos y movimientos bruscos.
El "rey" se acercó con una mirada de puro odio en sus ojos. Al llegar hasta ella, le dio una patada en el estómago, dejándola sin aliento.
-¡Eh! ¡Déjala en paz! -gritó Daella al ver aquello. Ante su comentario, los soldados la obligaron a arrodillarse con fuerza, queriendo que se callara.
La Targaryen intentó zafarse de ellos, pero entonces, una mano agarró su barbilla y alzó su cabeza, enfrentándose cara a cara con Aegon.
Su sonrisa no vaciló, es más, se hizo más profunda.
-O sino, ¿qué? ¿Qué harás, hermana mía? -preguntó forzando su agarre-. Le puedo cortar un brazo, tal vez los dos. Junto a sus piernas, ojos... Se lo enviaría a la zorra de Rhaenyra por cachos hasta que abandonara mi trono. A menos que... tengas otra oferta -murmuró arrodillándose frente a ella.
Daella le observó detenidamente. Había soldados muriendo a su alrededor, pero el momento que importaba era el que estaban compartiendo ellos dos.
-¿Qué quieres? -cuestionó su hermana, aunque ambos sabían muy bien lo que Aegon quería.
-Cásate conmigo.
Daella mordió su labio. Después de todo lo que habían hecho los verdes, se creía con el derecho de ordenarle aquello. Aegon se incorporó entonces, a punto de sacar su espada Fuegoscuro.
-¡Espera! -gritó Daella. Aegon se giró, una sonrisa expectante en su rostro-. Lo haré.
La sonrisa de Aegon se hizo más profunda.
-Excelente decisión, hermana mía.
Al día siguiente, Aegon y ella se casaron con una boda Valyria. Obligaron a Baela a estar como testigo, aunque amordazada para evitar que soltara amenazas e improperios.
Por otro lado, Aegon había colocado a Daella unas cadenas doradas tanto en sus muñecas como en sus tobillos. Había sonreído mientras veía tanto a su dragona como a su ahora esposa.
-Mi dragón dorado y mi novia dorada -susurró antes de besarla con fuerza.
Cuatro días más tarde, un cuervo llegó a la isla: Rhaenyra y Aegon III habían huido de Desembarco del Rey y se dirigían a Rocadragón. Una semana más tarde, Rhaenyra era devorada por el dragón de Aegon II ante los ojos de Aegon III y Daella.
Los gritos de la ahora reina consorte se escucharon por todo el patio, suplicando a su hermano-esposo que dejara vivir a su hermana. Le dijo que le daría lo que quisiera.
Aegon, agarrando con fuerza las cadenas doradas, se inclinó hasta poder susurrar en su oído.
-Ya tengo todo lo que quería de ti.
17 años más tarde
El primogénito del rey Aegon II y la reina consorte Daella, Maekar Targaryen, caminaba oculto por las sombras de la Fortaleza Roja, rumbo a los aposentos privados del rey.
Dentro de unos días iría a Rocadragón para casarse con su medio-hermana Jahaera, y allí se quedarían ambos hasta que Maekar tomara el Trono de Hierro tras la muerte de su padre. Y si las cosas salían bien, podía lograr que su madre se fuera con ellos. Pero antes tenía que coger una cosa.
Entró en los aposentos del rey y comenzó a rebuscar entre los cajones. Tenía que estar por algún lado, Maekar estaba seguro de ello.
-¿Buscas esto?
El joven Targaryen se quedó quieto. Al girarse, se enfrentó cara a cara con su padre. Los años no habían hecho nada por mejorar sus quemaduras, por lo que ahora se veían más grotescas. En su mano había una llave dorada.
Maekar tragó con fuerza.
Si bien las cadenas que unían los grilletes de su madre se habían quitado años atrás, el rey todavía mantenía los brazaletes dorados en sus muñecas y tobillos.
Cuando era pequeño, pensaba que eran joyas regaladas por su padre como muestra de amor y cariño. Más tarde descubrió lo que significaban de verdad.
-Deseo que madre venga conmigo a Rocadragón, alteza.
Maekar ya no llamaba a Aegon su padre. Tampoco es que le importara mucho a este, apenas prestaba atención a sus hijos, solo a su esposa.
-Ella no se va a ninguna parte -indicó Aegon guardando la llave en el bolsillo-. Además, dudo que quiera ir a Rocadragón. ¿No te contó lo que pasó allí?
Maekar apretó la mano con fuerza. Su madre nunca le contó nada sobre la Danza de los Dragones, y sabía que los maestres estaban cambiando la verdad para que los súbditos vieran a su rey con buenos ojos. Lo cierto es que fue una masacre. Y su padre lo comenzó todo al proclamarse rey.
-Cuando sea rey, le quitaré sus grilletes -prometió.
-Tal vez los físicos, pero que sepas que siempre estaré en su mente de una forma u otra. Nunca se librará de mí -indicó con una sonrisa cruel, no como la de su madre, que siempre lo hacía con cariño y amor-. Ahora lárgate de aquí antes de que haga que te azoten frente a toda la corte.
Maekar gruñó pero terminó haciendo lo que le decía. Las amenazas del rey nunca se quedaban simples amenazas, solían cumplirse.
Cuando llegó el momento de irse, el príncipe miró a su madre avergonzado, aunque ella no sabía que había intentando robar al rey. Su hermano pequeño estaba de pie al lado de Daella y su hermana, que apenas tenía un par de meses, estaba en brazos de su madre. Los brazaletes parecían brillar bajo la luz del sol.
-Adiós, mi niño -se despidió con una pequeña sonrisa en sus labios. Se la veía cansada, como si el rey le estuviera quitando toda la energía que tenía.
-Adiós, mamá -susurró casi con lágrimas en los ojos. Al lado de la reina, el rey parecía aburrido-. Alteza.
Aegon simplemente le ignoró mientras esperaba a que se marcharán. Ya tenía todo lo que quería a su lado.
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¡Hola!
Sé que ha pasado mucho tiempo, pero como hoy sale la segunda temporada de House of the Dragon, quería publicar algo.
Yo apoyo a los negros, aunque el one-shot ha terminado siendo de Aegon II. En fin, espero publicar algún one-shot más en las próximas semanas, pero por el momento, espero que os haya gustado este.
¡Nos vemos!
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