.˚◌𑁍Kiss Me!𑁍◌˚.

-Déjamelo a mí dijiste, ¡Soy un halcón! Dijiste, ¡Mi sentido de la orientación es brillante! Dijiste... -comentó cruzando sus brazos y rondando los ojos con un claro excepticismo acerca de las cualidades orientativas de las que Keigo solía alardear.

Las hojas secas y otoñales crujían bajo los pies de ambos, rodeados por un ambiente húmedo y frío acompañado de un tedioso viento que apenas les dejaba visualizar más allá de lo que sus manos les permitían al colocarse sobre sus cejas para que ningún proyectil agreste les esartase un ojo.

-Oh vamos, no es para tanto, ¡Qué exagerada eres! ¿Piensas quedarte toda esta pintoresca velada de excursión lúdica refunfuñando?

-¿Te refieres al "¿paseo que íbamos a dar para llegar antes al pueblo?" además, yo no refunfuño.

- Sí, lo haces. ¿Quieres que te imite? Souy un gran actor, tanto que probablemente no me hables en tres semanas, pero tu expresión valdrá totalmente la pena créeme. -comentó riendo. Parecía no estresarse por el hecho de que estaban perdidos en el medio de la más absoluta nada, bueno... No, quizá no en medio de la más absoluta nada, porque había árboles, había un sin fin de arboles de copas espesas y follaje denso que impedía que las plumas del halcón pudiesen abrirse camino por el aire y sacarles de ahí. Estaban siguiendo un arroyo que probablemente les traería al pueblo más cercano, lo que resultaba un irónico consuelo, si se morían ahí dentro, no sería de sed-Además, aunque te imitase, no aguantarías sin hablarme tres semanas.

Dijo sonriendo de lado y girandose hacia una joven que ya no sabía si amaba a ese idiota o simplemente era un gilipollas que la ponía de los nervios.

O ambas.

Una ráfaga de aire se llevó cualquier pensamiento de su cabeza, dejando únicamente el que le indicaba que tenía muchísimo frío. Y cada ráfaga parecía filtrarse por las fibras óseas de sus huesos hasta el fondo, condenando a su cuerpo a sentir un escalofrío cada dos por tres, para que pudiese entrar en calor, sin embargo cuando pensaba encontrarse térmicamente bien, otra ráfaga de viento se llevaba su temperatura a la mierda.

-Te castañean los dientes, niña.

Odiaba aquel apodo que le había colocado. Hacía como cinco meses, el héroe se había mostrado interesado en ella y en Tokoyami, por el hecho de que los quirks de los tres eran parecidos. Sin embargo con Tokoyami no parecía ser tan absolutamente pesado. ¿Es que no había otra persona en todo el mundo a la cual molestar con sus bromas constantes? ¿Tenía que ser ella? Incluso cuando echaba de menos de vez en cuando sus comentarios sarcásticos... En serio ¿de verdad que no podía encontrar otro pasatiempo que implicase fastidiar a otro?

-Hey, te estoy hablando ¿Tanto frío tienes?
Solo serán como siete grados, te he visto correr hacia un escaparate de dulces con menos temperatura. -rió pasando un ala por detrás de su espalda, con la intención de calentarla un poco.

Sin embargo ella no contestó. A decir verdad ya estaba un poco harta de su... ¿Compañero, maestro, superior, amigo? Siempre acababan perdiéndose, o metiéndose en problemas, o yendo a la carrera a última hora, y él no decía nada en claro, sólo le decía que le siguiese, que si no quería podía marcharse, pero que si iba con él, no hiciese preguntas por que lo más probable era que no serían contestadas. Definitivamente el día que se conocieron no tuvieron el mejor de los encuentros.

Sin embargo ambos se dieron cuenta de que no se miraban únicamente como jefe y subordinado, ni siquiera como héroe y compañero en prácticas.

-¿No me hablas? Oh, déjame adivinar, apuesto a que es culpa mía. Hey, cualquiera puede perserse.

-Exactamente, pero tú te empeñas en alardear de que no eres cualquiera y por tanto, no te pierdes, pero aquí estamos. Me queda un siete por ciento de batería, llevamos horas perdidos, el bosque es muy denso y no puedes volar sobre la copa de los árboles y todo porque tú sabías acerca de un atajo. Sí, por supuesto que es culpa tuya.

-¿Ya empezamos con las indirectas? -comentó burlándose girando su cabeza hacia atrás, mirándola por encima de sus alas de plumas bermellón.

-Creo que he sido bastante directa y clara al hablar, si quieres puedo gestualizar y hablarte más despacito como a los bebés. -dijo enarcando ligeramente una ceja mientras inflaba las mejillas y apartaba su vista de los ojos audaces y dorados del halcón.

-Oh, vamos (T/n), ¿Sabes sumar dos más dos? ¿Leer entre líneas? ¿Blanco y en botella? Si acabo de decirte que cualquiera puede perderse, y yo no soy cualquiera, eso significa que no nos hemos perdido. ¿No se te ha ocurrido pensar que yo he querido traerte aquí adrede para tener un rato tú y yo a solas sin que nadie nos vea? ¿No has estudiado lógica en filosofía?

Estaba claro que estar loco era igual a ser un genio. Frunció el ceño y abrió los labios ligeramente casi sin poder creérselo de primeras. Sin embargo pensó que teniendo en cuenta lo impredecible que era el héroe que tenía delante quizá lo más sensato fuese buscar una cámara oculta.

-¿Querías perdernos?

-Y dale. No estamos perdidos. Bueno, tú sí, en todos los sentidos -rió ante el desconcierto de su compañera. -No, ahora es el momento en el que de repente saco un hacha de no sé dónde y te asesino. -dijo entrecerrando los ojos con un brillo malicioso. Ella cada vez entendía menos, y él cada vez parecía disfrutar más con la situación.

-¡Hawks fuera bromas! ¡Lo digo completamente en serio! ¿¡Qué hacemos aqu-..!?

De repente todo el bosque, el viento, el arroyo, las hojas, las densas copas de los árboles... Todo se desvaneció a sus ojos en un abrir y cerrar de los mismos.

Y de repente únicamente vio plumas.

Miles de hermosas plumas brillantes y suaves que se cernían sobre ella en dos enormes abanicos de rubí que rodeaban sus hombros, balanceándose suavemente con un ligero vaivén que acariciaba sus hombros, cuello, rostro, cintura y piernas, provocando miles de agradables y placenteros escalofríos

-¿Qué estás...?

Y en medio de todas esas plumas, estaba él. Con la vista ligeramente baja para clavar sus ojos dorados en las pupilas de su compañera.

Su corazón se desbordó, y latió hasta que su sienes estallasen cuando él se acercó un poco más y presionó su torso contra el suyo, un inmediato calor invadió todo su pecho hasta el irradiante de Keigo, quién prácticamente podía sentir todas y cada una de las palpitaciones cardíacas de la chica si no tuviese su vista únicamente fija en sus facciones.

-No me miras como un alumno a su maestro. Ni tampoco como un compañero, ni siquiera me miras como un amigo. Si no ves un maestro... Si no ves un héroe... Si no ves un amigo... Si no ves un compañero... ¿Qué ves cuando me miras? -Su tono no era amenazante, ni tenía la intención de serlo, era ronco, tan suave en algunos tramos de sus palabras que era abrumador.

Jadeó ligeramente acariciando la garganta del héroe con su aliento y se mordió los labios apartando ligeramente la vista.

-¿Tú qué crees? Está claro que tienes una sospecha. ¿No eres tan inteligente y predictivo? -preguntó a la defensiva sonrojandose. Odiaba su actitud en aquellos momentos, ¿pero qué podía hacer? Sentía debilidad por él, le gustaba, ¡claro que le gustaba! ¿Qué más podía hacer aparte de defender con uñas y dientes su orgullo que parpadeaba cada vez con menos fuerza a medida que sus miradas se curzaban? No sabía cuánto iba a aguantar, su mejor plan era tratar de cambiar de tema y esquivarlo. ¿Había una alternativa mejor? Y si la había, en ese momento ni siquiera era capaz de recordar cómo respirar de manera automática, como para buscar una solución al problema que le planteaba entre sus majestuosas y enormes alas.

-Creo muchas cosas. Pero no tengo nada en claro. No me dejas nada en claro.

-¿Perdón? Tú eres el que no dejas nada en claro.

-Te acercas a mí, y cuando creo que vas a abrazarme te alejas. Eres muy fría conmigo. Creo que te gusto, y no sabes cómo lidiar con eso. Y me desconciertas, haces que pierda el norte cada vez que dices que no, cuando quieres decir sí. Me pides que me vaya, pero quieres que me quede. Y si te pregunto si quieres besarme ¿Qué me contestarías? ¿Me dirías que sí? ¿Que no? ¿Lo harías sin darme una respuesta? ¿Te irías?

-¿Y si te lo pregunto yo? -preguntó armandose de valor para encararle, y rozar con la suya, la punta de su nariz. -Tú tampoco me dejas nada en claro, te hago preguntas, y tú no me las contestas. ¿Por qué iba a esperar una respuesta de si es verdad que quieres besarme o no? Y si me la das... ¿Cómo sabré que no me mientes?

-Nunca te he mentido, (T/n). Ni una sola vez. ¿Te dije que estábamos perdidos?

-No... -suspiró huyendo de su mirada, pero él tomó su mentón con los dedos y le obligó a mantener sus ojos en conexión con los suyos.

-Tú misma pensaste que te había perdido por este bosque, y sin embargo yo podría decirte incluso las coordenadas exactas de dónde estamos. No te he abrazado con mis alas porque no quiera besarte y tampoco habría sacado a la luz mis sospechas sobre tí si no quisiera que tu me dijeses qué quieres. Dímelo. ¿Qué es lo que quieres?

-¿Qué quieres tú, Keigo?

-Yo quiero besarte.

Todo quedó en silencio, únicamente se podía escuchar una respiración femenina agitada que ondeaba en el aire. No supo si había palidecido o si se había sonrojado, no sabía si su corazón iba a salirse del pecho o si había dejado de latir. No sabía si estaba en el cielo o si nunca se había sentido más viva en toda su vida.

Sacudió la cabeza. Y le miró a los ojos con un ruego en sus pestañas. Tomó los extremos del cuello de su sudadera y se puso de puntillas, mientras sentía cómo sus plumas de nuevo volvían a aislar sus sentidos de cualquier cosa que se interpusiesen entre ambos pares de labios.

-¿¡A qué estás esperando entonces!? ¡Bésame! –Sin embargo, aquella última palabra fue incapaz de abandonar sus labios en el sonido de un aliento.
Keigo se lo había llevado.

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