💙 ¿Qué responder? 💛
¡Hola! Ya tenía mucho que no actualizaba este libro 🥺, y la verdad es que una dinámica se prestó para que pudiera regresar a escribir de esta parejita.
Este fic participa en la dinámica del grupo de Facebook "Pasión por los Fanfic's"; en la dinámica de: «¿Cómo reaccionaría tu personaje si su mejor amigo/a le declara su amor de repente?»
Entre en un conflicto por saber a qué personaje elegir, y Armin fue mi selección ya que recordé cuanto amaba a esta parejita hace mucho 💙💛.
💙 Shipp: EreMin
💛 Historia narrada en tercera persona, desde la perspectiva de Armin.
💙 Está historia NO contiene spoilers del manga.
💛 La historia se asienta durante el periodo después de la batalla del retorno a Shinganshina, donde se toca MUCHO el tema del suero, y lo qué pasó después.
💙⚠️ La historia se basa en el canon original de la obra; sin embargo, se le considera canon verse, pues se modificaron ciertos momentos, actos de y entre los personajes, además de la cronología de los eventos.
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Fue después de una sesión informativa.
Él se acercó y simplemente se lo dijo.
Lo soltó.
Lo evidenció.
Y ahí estaba, recostado en la amplitud del gigante escritorio, pensando y analizando —como lo hacía siempre —todas las palabras que escuchó y que no era capaz de procesar.
¿Cómo se reaccionaba a tal confesión?
Armin Arlert era un lío por donde se viera, con los cabellos desparramados a lo largo de la gigante mesa de abedul, y los brazos apretando la pluma y las hojas que debían ser las herramientas para escribir un informe; pero no, eran las víctimas de la inquietud del rubio.
Incluso, los pesados y pequeños libros de Grisha Jaeguer, era más sencillo de analizar y profundizar en y ante la incertidumbre de la ignorancia de su vida misma, pero «eso», digerirla, era algo imposible.
¿Cómo podría ser capaz de disuadir los mensajes ocultos del Doctor Jaeguer, pero los de su hijo no?
La respuesta radicaba, en sí misma, en el culpable. Era el propio hijo del enjuiciado, el que le estaba generando un tremendo atasco en las tuercas de la —ya de por sí —disfuncional cabeza, hecha un lío de tanta información y sin nada de respuestas.
Armin resopló con hastío, uno que ya era demasiado conservado para no intentar escapar de su boca.
Su mirada azulada divisó por los cristales de la ventana, como si el sol —por sí mismo —fuera alguna especie de foco gigante que le proporcionara las piezas faltantes a su enigmático rompecabezas de dudas, incertidumbres y más dudas.
¿Porqué a él, y en ese momento?
Podía formular trillones de preguntas, todas sin respuesta, claramente. La cuestión pragmática era que ni siquiera formularlas sabía, puesto que eran tan simples y hasta evidentes, que se sintió ofuscado, por primera vez.
El mismísimo Armin Arlert dejó de canalizar respuestas, y fue incapaz de resolver el enigma.
—Creo que necesito café... —y tras lo dicho, se puso de pie de mala gana, con ese arrastre de pies que lo llevó a la esquina del gigantesco despacho.
El no era alguien que le gustaba disfrutar de los utensilios de los demás, mucho menos de lo que fueron como personas; pero robar un poco del café caliente de la extraña cafetera de los altos veteranos —como el antiguo comandante —era un lujo que se dignó en aceptar, sin represalias, solo por esta vez.
Tras los sucesos de la última expedición, había llenado su organismo de altas dosis de cafeína, tan altas, que el temblor en sus manos era más que evidente.
Desconocía completamente el término de «dormir» y vivía aterrado de las constantes pesadillas que tenía, día con día, incluso sin cerrar los ojos.
A veces era Berthold, otra veces se le aparecía el comandante Erwin, pero las peores eran donde el pueblo lo castraba con la mirada, el repudio nacía en el ejército y sus conocidos le regalaban miradas de lástima.
Esa fue la nueva realidad que tendría que enfrentar, y ni siquiera la había pedido.
Tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que solo pudo regresar en cuanto su lengua ardió con dolor ante la quemadura de la bebida ardiente. Ahora recordaba porque prefería beber agua, mil veces.
Y derrotado, tal como al inicio y desde su llegada a tal oficina, volvió a rebobinar el suceso que lo estaba volviendo loco.
≈ ≈ ≈ ≈ ≈
Los recesos a tal gigantescas sesiones eran limitadas —por no decir que nulas —según la información que en ella se había compartido.
La participación de los diferentes mandos y dirigentes, dentro de las murallas, era de suma importancia para predecir y acatar ante un futuro enigmático y provechoso para todos.
Aunque claro, aquellos que tenían en un estándar más alto la visión panorámica del mundo exterior, tenían toda la ventaja.
Armin se había quedado en la sala, tratando de reacomodar sus nervios y no caer en un declive emocional tan rápido. La sátira de miradas reprochativas e incorosas no eran de su grado —de ninguno, tal vez —y los cuestionamientos indirectos hacia su persona, eran una pieza más de paciencia con la que había olvidado lidiar hace unos momentos.
Juntó las hojas llenas de información con torpeza, arrugándolas en el acto. Arlert se creyó lo suficientemente valiente para culpar a la abusiva cafeína aprovechándose de su debilidad, y prefirió negar lo evidente.
Se forzó a sí mismo a no dar a torcer su boca cuando los comentarios despectivos a sus espaldas, iban dirigidos a su existencia. También trató de controlar sus dedos y fingió repasar la lectura de su anterior discurso, como si le buscara alguna clase de falla ortográfica o la tontería que fuera; aunque lo más difícil fue el resistir las lagunas de sus ojos rompiéndose lentamente, y no se permitiría hacerlo.
Palabras, discursos, actos y burlas... había un sin fin de cosas por las que podría odiar tanto respirar el aire de nuevo.
—¿Armin?
Despejó su propio cielo nublado en cuanto el castaño hizo acto de presencia frente a el, peor aun, cuando sintió el roce de su mano tomando la suya.
Internamente le agradeció el controlar sus temblores y ayudarlo a acomodar las hojas, pero seguía perturbado por los pensamientos ingenuamente negativos en su cabeza; algo que ni el, claramente, entendería.
—¿Si? —preguntó, forzando esa sonrisa típica suya, cuando recibió los papeles en mano.
Eren Jaeguer lo miraba de frente, con una mirada seria e inquisidora. Era el tipo de miradas que solía mostrar después de las sesiones y cualquier evento donde más personas, fuera de la Legión, estuvieran presentes alrededor de ellos.
¿La razón? Armin seguía debatiéndose en eso, aunque sentía el "porqué" escupiéndose en su lengua.
—¿Podemos hablar un momento? —cuestionó, y más que un pedido, comprendió que era alguna clase de orden entre ellos que no se podía rechazar.
Lo cierto es que la cercanía entre ambos era apegada, siempre andaban juntos. Arlert se cuestionaba si el hecho de conocer la verdad del mundo exterior, plasmado en las historias del sótano, era lo que los mantenía tan ansiosos.
Aferrarse a alguien que conocías no era tan difícil, incluso en los momentos complicados ¿cierto?
—Eren, estoy muy cansado y solo quisie-
—¡Serán unos minutos! —replicó con prisa, antes de reincorporarse y mirarse mutuamente —por favor... —inquirió, esta vez, casi en un susurro que acompañó con el entrelazamiento de sus manos.
Armin soltó un suspiro, antes de asentir con la cabeza y simplemente seguir sus pasos al lado contrario del gigante salón. Se dejó guiar por los pasos del castaño, un agarre ligero pero con cierta tensión entre ambos.
Armin no supo interpretar si el latir de su corazón —y la agitación general de su pecho —eran a causa de la cafeína, del insomnio, de su monólogo o del actuar del insistente castaño.
El laberinto de escaleras trazaba bajo ellos alguna especie de bodega gigante con agujeros por doquier, una antesala que se ubicaba cerca de la esquina derecha de la tarima donde el generalísimo y la reina se sentaban. Probablemente era un lugar prohibido, pero si era por un par de minutos, romper las reglas no sería de mucha significancia.
La seriedad de Eren no era un carácter que a Armin le gustara perturbar, pero el que la mirada hacia su persona fuera del mismo tipo, le generaba una clase de escalofríos.
Prefirió iniciar por lo básico, como romper el agarre de sus manos, después desvió la mirada y trató de enfrentarlo con sus ojos.
Eren escondió las manos detrás de su propia espalda, aclaró su garganta con cierta rasposidad y siguió el reto de las miradas. Su postura predisponía una clase de enfrentamiento del que Armin no estaba seguro de ganar, y eso era un mal augurio.
—Sé que estás cansado, —comentó en primera, relajando en un segundo su cuerpo —así que iré al grano.
Armin lo agradeció internamente. Desde que bajó del palco y miró su alrededor en aquella sala, deseaba escapar y huir sin mirar atrás. Parpadeó con cansancio y le hizo segunda al suspiro del castaño, solo que el suyo iba lleno de falta de sueño y nerviosismo.
Ambos volvieron a mirarse.
—¡Me gustas! —admitió sin pudor, ni mentira. Armin abrió los ojos y la boca sorprendido, y por si no había quedado claro, Eren lo tomó de los hombros y repitió: —¡me gustas!
Su pecho resintió el vacío del inexistente aire, escapándose de sus pulmones sin permiso. Una inexplicable fuga se asentó en su cuerpo, con la huida de su razonamiento, el escape del aire que lo dejó en cierto estado de shock, y también, el cuerpo decidió dejar de funcionarle.
Bajó los brazos de golpe, como si fueran de metal pesado, y dilató sus ojos de tal forma que su iris perdió cierto tono azul, y solo fue capaz de reflejar la imagen de Eren.
Eren seguía tomándole de los hombros —agitándolo de vez en cuando —mientras se mordía los labios y trataba de resistir el agónico silencio formándose en su burbuja secreta.
No temblaba, pero Armin lo conocía tan bien como para entender que la vergüenza lo estaba consumiendo, que el sonrojo en sus mejillas era la evidencia perfecta a su real y ninguna mentira dicha.
—¿Q-Que...? —trató de decir, pero el torpe balbuceo se lo impidió.
Eren lo miró con mayor intensidad, poniéndolo nervioso cuando el contacto entre ellos fue acortándose lentamente. Los irises de ambos brillaban con un sentimiento compartido y a la vez tan diferente; pues un ambiente para nada descrito se comenzaba a formar y arrastrarlos en el, sin permiso.
Jaeguer fue intrépido y valiente, lo suficiente para atrapar al rubio entre sus brazos, en un abrazo que lo encarceló contra su persona. El choque de sus alientos fue una mezcla de café de grano y pan de harina, nada exquisito en realidad.
—¿¡E-Eren?! —su voz se cortó, tanto como el control de sus brazos sin saber que hacer.
—¡Me gustas! —replicó, hundiendo su rostro en la abertura entre el hombro derecho y cuello del rubio, sintiendo como se tensaba —¡saber que podía perderte me dejó claro que oculté, no, negué estos sentimientos por ti!
El aliento de Armin seguía sin aparecer, o tal vez ya no era consiente de si lo hacía. Fuera lo que estuviera pasando en su interior, el era consiente de que Eren había saltado una barrera que desconocía, que su valentía lo llevó a aventurarse a una experiencia nueva y de la que el estaba siendo arrastrado, sin saber siquiera como saltar.
—¡Quiero abrazarte cada que salgamos de las sesiones, tomar tu mano nerviosa después de que tomes café, velar tu sueño para evitarte pesadillas! —manifestó con sinceridad, el corazón de Armin se estrujó —¡callaré a golpes a cualquiera que te mire de mala manera, viajaremos en caballo para conocer el mar, y limpiaré tus lágrimas cuando los recuerdos te ataquen!
Sus dedos finalmente reaccionaron, probablemente por culpa de las inofensivas palabras de un discurso que le estaba lastimando escuchar. Llevó sus dedos a las ropas del contrario y trató de empujarlo de sí mismo, quebrar ese abrazo que sentía quemarse vivo, rememorar sus últimos momentos de supuesta muerte en lágrimas.
—Eren, yo n-
—¡Sólo piénsalo! —le interrumpió, rompiendo la cercanía y generando alguna clase de súplica con la mirada —solo te pido que lo pienses, y sepas que es real, cada palabra.
Y así, como tan pronto se generó alguna clase de bosque incendiándose, éste se apagó con la lluvia repentina de su sonrisa, de las esmeraldas brillando junto al visible rubor de sus mejillas; y entonces, cayó rendido al suelo cuando lo vió marcharse en silencio, dejándolo abandonado en un lago congelándose lentamente.
Huir de ahí le llevó minutos, casi una hora. Y solo fue capaz de arrastrar los pies por los ya conocidos pasillos, para encerrarse en el despacho de un hombre caído en batalla, probablemente decepcionado de el.
Primero cayó una gota sobre la alfombra, después le siguieron dos, remarcando un camino que pronto fue visible con el caer de las lágrimas; todo, hasta que se tumbó sobre la gigante madera que fungía como escritorio, y lo llevó hasta donde estaba ahora, sin poder digerir nada de lo acontecido ese día.
≈ ≈ ≈ ≈ ≈
¿Cómo debió reaccionar a esa confesión?
Probablemente ya era tarde para responder. Eren fue el valiente, y Armin el cobarde, como siempre.
¿Cómo no fue capaz de notar el cambio significativo en Eren con el, tras su supuesta muerte y resurrección?
Lo atribuyó a lo sencillo, a lo simple. Eran amigos, él también le había llorado cuando lo vió emerger del cuerpo del gigantesco titán, y entrelazó sus manos sabiendo que aquella extremidad se había perdido por culpa suya.
¿Porqué a él, y en ese momento?
Quizás fue por lo débil que se encontraba física y mentalmente, aunque Armin sabía que Eren nunca se aprovecharía de ello.
Y lo eligió a el, pues, por pura coincidencia. Quizás por lástima, o la excusa de que eran amigos.
Amigos. No volvieron a llamarse con ese término desde que él había revivido.
Su mano realizó el precipitado movimiento de golpear la mesa, y con ello, la taza de café caliente tiró su contenido. Sus irises azules miraron el derrame como si fuese cualquier cosa, recostado sobre la mesa, observó como el humo del líquido levitaba hasta perderse, dejando el charco como evidencia.
Probablemente, así se perdían las almas tras morir, y así se veía el vapor de los gigantes titanes desapareciendo.
Quizás lo comprendió, tal vez no.
Lo que si era cierto, es que ansiaba limpiar su mente, necesitaba con urgencia que la magia de alguien lo ayudase a quitar las nubes de miedo, limpiar las paredes de tristeza y almacenar el odio a sí mismo en lo recóndito de su cabeza.
Los toques insistentes en la puerta le dieron una clase de alarma en la que divagó mucho antes de poder pensar con claridad. Creyó que no estaría mal desfallecer en silencio, oculto de los demás.
Pero su torpe cuerpo solo lo dejó a la deriva del ¿qué pasaría? en cuanto balbuceó un «adelante» y se escondió en el propio nido de sus brazos, sin mirar al intruso.
Reconoció los pasos, lentos pero seguros, que cruzaron la puerta y los encerró en la habitación.
Identificó el largo suspiro, junto a la maña de arremangarse la gabardina por la talla extra que portaba.
No se asustó en cuanto sintió el roce de la mano ajena sobre la suya. Armin negó dejarla ahí, a propósito, o eso se hizo creer.
No retrocedió cuando sintió el choque de cabezas, la de el encima de la suya, en un toque que exteriorizó paz y comprensión al dolor, a la incertidumbre respuesta, al cómodo silencio.
Fingió no escuchar su voz llamándole en susurros, no aceptó que su voz era un relajante mucho más efectivo que el café, el cual si le haría dormir.
Lo único que si fue capaz de reprocharse a sí mismo, fue evidenciar su dolor con las lágrimas formando un charco debajo de sus pesados párpados, columpiándose sus lágrimas con los labios despegados en son de sorpresa, resbalándose para formar la evidente laguna de su dolor.
—Armin...
El susodicho se restregó en respuesta, rompiendo su cercanía. Pero no pudo desistir a la idea de la atención, a la compañía y el hecho de aceptar —de alguna forma —que su corazón latía en sincronía con el ajeno en la habitación.
—Abrázame... —balbuceó con miedo, escondiéndose como un ovillo ante el otro —quiero... necesito dormir por una noche...
Su súplica fue rápidamente correspondida con un jalón que lo arrastró a los brazos ajenos, ocultando el rostro en el pecho contrario, percibiendo ese aroma mezclado de azúcar y hierba mientras se relajaba con el latir del corazón.
Estaba bien relajarse ahora, no tenía porque sentir miedo de cerrar los ojos inmerso en la oscuridad.
Eren estaría ahí para velar su sueño, abrazarlo tras finalizar la sesión del día y secaría cualquier lágrima si algún recuerdo osaba en atacarle.
Estaba bien, porque era capaz de aceptarlo, aferrarse a su compañía y tener esa presencia a su lado.
Armin siempre creyó que, si el mundo se pusiera en su contra, Eren sería su único salvador y aliado.
Por ello, al aceptar las palabras de su amigo, derribaría la muralla de ese término. Y estaba bien para el.
Las nubes en su cabeza finalmente osaron por despejar su mente y responder a esa confesión, a su modo.
Por ahora, dormiría; ya vería después si necesitaba responderle con palabras.
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¡Me disculpo por si alguien lloro 🥺💔, pero en algún momento deseé escribir sobre mi bebé Armin y lo que probablemente sufrió con lo del suero y otros factores 😔💔.
En fin, espero que les haya gustado y haya cumplido con la consigna estipulada.
Tal vez, me animaré a escribir de esta parejita pronto. Mientras tanto, nos veremos pronto 💙💛.
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