Sustituto [ ☆ Dylmas AU ☆ American Assassin ]

Aclaración: los personajes del siguiente OS, pertenecen a la serie de fanfics basados en American Assassin. Este momento en particular, se sitúa entre Red Code y Revenge Code, coronándose como un prefacio. 


Los ojos color miel observaron fijamente al hombre que tenía sobre el piso. El terrible olor metálico inundaba sus fosas nasales. El sujeto continuaba sonriendo y parecía ser completamente ajeno al inminente final que le aguardaba. Mitch movió el arma sobre la frente del hombre, quien una vez más, soltó una risa seca y cortada al aire.

—Vendrán... Más... —El sujeto tosió, una hilera de sangre brotó por una de sus comisuras ocasionando que el castaño volviese a mover el arma sobre su piel. Sinceramente, solo deseaba atravesarle la bala en el cráneo.

—Sólo habla, no tengo todo el día. Morirás de todos modos. ¿Dónde están el resto de los tuyos? —esta vez, Mitch inyectó más fuerza sobre el metal, al grado de arrugar la piel contra la que chocaba la boca de la beretta.

—Están... Detrás... De él... Saben... Saben que está vivo... Está... Está...

Los ojos del americano se abrieron de sobremanera ante ello. Dos segundos después y sin siquiera presionar el gatillo, el hombre yacía con los ojos desorbitados y notoriamente, muerto. Apretando los dientes el castaño se alejó del cadáver, observando el segundo exacto en que el resto del equipo atravesó la puerta del lugar. Detrás de todos los comandos armados, arribó Irene y junto a ella, Hurley.

—La misión se completó, no tiene caso pensar en los medios. Tenemos a nuestra rata. —La mujer de color habló, parecía inmersa en una charla singular con Hurley.

—De nuevo te saliste del plan, chico. ¿Hasta cuando vamos a tener estas charlas, Rapp? —No, Stan no parecía feliz, pero aquello siquiera era de la atención del castaño.

No, Mitch continuaba pensando en las palabras del sujeto que acababa de morir a sus pies. Llevaban días rastreando las migas de pan que había dejado un peculiar grupo de la SVR. Todo parecía indicar que una vez más, estaban tratando con la red de tráfico de armas que fluctuaba entre Europa y Asia. ¿Lo complicado? Lo complicado era tener que colaborar con los rusos y los ingleses. SVR, SIS, CIA. Todos tirando información ineficaz al aire, todos mirándose los unos a los otros y buscando el primer error para asesinarse.

—Debo irme. Volveré a Cincinnati.

El ex marine clavó su mirada en el chico a unos cuantos pasos de él. Un bufido al aire interrumpió el silencio entre ambos.

—No hemos terminado aquí. Falta un informe que llenar —oh no, por supuesto, el hombre sabía desde siempre de qué iba la mirada que Mitch tenía por aquel instante.

Había sucedido desde hacía seis meses. La extraña necesidad de Mitch de volver a su fachada particular le había hecho meter las narices un más de lo normal. Regularmente, el americano buscaba volver a su departamento un poco más de lo habitual. No debía ser un genio, entendía perfectamente de qué se trataba. Mejor dicho, de quién se trataba.

El ex marine rodó los ojos al segundo en que el castaño abandonó la habitación. No quedaba más por hacer que llenar una vez más, el estúpido informe por su cuenta.

Le había llevado cerca de un día volver a Estados Unidos. La estúpida misión en Italia lo había dejado jodido. Por aquel momento solamente deseaba poner un pie en su departamento y sentir el imbécil aroma a tabaco.
Estaba acostumbrado a él. Solía estar siempre que volvía de una misión. Era bastante probable que el muy estúpido hubiese invadido su privacidad para saber cuando debía volver al departamento.

Apenas abrió la puerta de madera, el silencio lo recibió en menos de un instante. Las luces estaban apagadas, el olor a encierro era evidente. Mitch parpadeó con suavidad poco antes de encender el interruptor del pasillo de la entrada. El lugar se iluminó al momento.

Sus pasos resonaron sobre el alfombrado persa, llevándole hasta la sala de cuero que había adquirido hacía unas semanas. El inútil bicho continuaba viviendo a sus expensas y visitando su departamento bastante seguido, y Mitch no era un estúpido para no saberlo.

Pero no, ahí no había ni un rastro de la cabra y mucho menos, del mocoso del demonio.

Dejó caer la bolsa deportiva sobre uno de los muebles poco antes de caminar hasta la cocina: vacía. Soltó un bufido al aire mientras se dirigió hasta el dormitorio. Las palabras del sujeto continuaban dando vueltas en su cabeza, rebotando como una maldita bola de ping pong.
Pero Alexander no era estúpido. Sabía que su pesadilla personal no era lo suficientemente imbécil como para hacer notar que continuaba vivo. O quizá sí.
Esta vez caminó hasta el baño. Vacío de nuevo. Apenas dio un paso hacia atrás cuando fue capaz de percibir el frío metal que se instaló en su nuca.

—Deberías cuidar mejor tu espalda. —La voz del británico inundó de manera inmediata sus sentidos. El aroma a Armani llegó en menos de un instante. Mitch bufó por lo bajo.

—Es mi puta casa. No espero que un cabrón llegue a apuntarme con una maldita pistola.

Alexander retrocedió dos pasos y apartó el arma que apuntaba en la dirección del otro. Con la izquierda libre se limitó a buscar dentro de la chaqueta de cuero, sacando una pequeña cajetilla de cigarros. Acto seguido, caminó hasta la cama y dejó el arma sobre la mesa de noche, para posteriormente, colocar un cigarrillo en sus labios.

—¿Se puede saber dónde mierda estabas? —El británico fue capaz de percibir el tono hostil que la pregunta de Rapp dejó entrever. Arrugó ambas cejas y procedió a quitarse la chaqueta, apretando brevemente los labios cuando el ardor en su piel disparó una pequeña oleada de dolor.

—Salí. ¿No puedo salir? —Alexander movió una ceja poco antes de sentir el segundo exacto en que las manos de Mitch se posaron en sus hombros. No pudo evitar el breve siseo de dolor que brotó de su boca.

—Te lo he dicho, cabrón. Si vas a vivir aquí, compórtate como... —Mitch detuvo sus palabras. La expresión de dolor era lo suficientemente clara en el rostro del rubio. Le bastaron cinco segundos para apartar su agarre del delgado cuerpo del otro, y uno más, comenzar a quitar la pulcra camiseta blanca que portaba el británico por aquel instante.

—Mierda, Mitch, si quieres sexo solo tienes que...

—Cierra el puto hocico, Jones.

Alexander se limitó a bufar ante ello. Estaba acostumbrado a la actitud hostil de Mitch. Estaba acostumbrado a sus abruptos cambios de humor y más aún, al nulo tacto que este tenía para con él.
Bastó apenas un minuto para que los mieles del americano recorrieran su piel. La duda abordó estos en menos de un instante. El rubio casi podía escuchar la aguda respiración del otro.

—Probablemente no me porté del todo bien. No es lo que parece, en lo personal, disfrutó más cuando estamos en la cama y ... —La frase quedó al aire al segundo exacto en que los dedos del americano se clavaron sobre su barbilla. De nuevo y mudamente, Mitch estaba exigiendo una respuesta. El británico suspiró y le dedicó una sonrisa al instante—. Tuve un percance en Alabama. Supongo que jugar a los carros chocones con autos de verdad no es la mejor idea. El sujeto está muerto.

—¿Qué mierda hacías en Alabama? Se supone que deberías quedarte en los alrededores. ¿Eres un imbécil o qué? —La manera tan peculiar de demostrar cariño que el castaño tenía, solo lograba que el rubio sonriera en consecuencia.

—Escuché de unas propiedades estupendas. Tienen amplios patios.

—¿Para qué mierda estás buscando una casa? —El imbécil rubio vivía a expensas de él. Le bastaba con mirar los estados de cuenta de sus tarjetas para saber, que el estúpido mocoso estaba dándose una buena vida a sus espaldas.

—Quiero una maldita casa con un patio. En este estúpido lugar no puedo tener mascotas. La anciana de enfrente me sugirió unas propiedades en Alabama, ¿feliz? Si quieres puedo hacerte un itinerario del día. Si quieres puedo decirte a qué puta hora meé y cuando fumé el último cigarrillo.

¿En serio el maldito británico estaba diciendo aquellas estupideces? Mitch arrugó ambas cejas y terminó por apartar las manos del otro, para finalmente, por ponerse de pie. Bastaron dos segundos para que las manos del británico se posaran en su pecho. El americano tensó la mandíbula al instante, cerrando los ojos y tratando de recuperar la paciencia perdida.
El calor inundó su espalda cuando el delgado cuerpo del rubio se pegó al propio.

—Si me extrañaste, solo debes decirlo. Me quedaré en este basurero como una buena esposa si eso es lo qué quieres.

El silencio volvió a dominar entre ambos. Tomó tan solo un segundo antes de que las manos de Mitch subieran hasta las del rubio, apartándolas de su cuerpo.
Alexander parpadeó ligeramente confundido observando el momento exacto en que Mitch le sujetó de la cintura y literalmente, le tiró sobre la cama.

Para cuando los pardos del británico volvieron a buscar la figura del americano, este ya se hallaba encima de él, obligándole a abrir las piernas, a brindarle el lugar que durante meses le había correspondido. No hubo palabras dulces, no hubo una confesión. Fueron los labios de Mitch sobre los propios, fue su lengua prácticamente violando su boca. Alexander suspiró al instante, terminando por llevar sus manos hasta la espalda del otro.

Sin delicadeza de por medio, el americano buscó deshacerse del cinturón de cuero, del calzado, de sus vaqueros. El rubio solo rompió el beso cuando Mitch haló de la ceñida mezclilla, llevándole a secundar sus acciones, a buscar deshacerse de la estúpida ropa que el otro portaba por aquel instante. No sucedió. De un momento a otro, el británico se halló bocabajo sobre la cama, con las caderas al aire y con un castaño, evidentemente descontrolado. La sonrisa se extendió en la boca del rubio, mientras sus manos iban a parar sobre la almohada que estaba debajo de sí. Cerró los ojos y mordió su labio inferior, mientras movía brevemente su trasero. Mierda, había extrañado eso.

—Lubricante —la orden de Rapp brotó ronca, el aliento escaseaba.

—En el primer cajón.

Hubo un instante de silencio. Alexander se mantuvo a la espera mientras el ruido de la madera llegaba a sus oídos. Un segundo, dos, tres. El ruido del cajón desapareció, Mitch se quedó quieto y el británico se obligó a abrir los ojos.
La pequeña botella de lubricante había quedado olvidada encima de la mesa de noche, mientras Rapp sostenía el juguete en sus manos. Mierda, olvidó que lo dejó ahí la última vez que lo empleó.

—¿Se puede saber qué mamada es esta? —Los ojos mieles de Mitch continuaban fijos en el pene de plástico que sostenía en la diestra.

—Un consolador. —Alexander finalmente se giró y encaró al menor con una sonrisa. No, definitivamente no era algo para ocultar—. Demoras mucho en tus estúpidas misiones, tengo que divertirme. ¿Cuál es el problema? —Esta vez el rubio elevó los hombros y restó importancia al asunto. Tenía un doloroso asunto en la entrepierna y no estaba dispuesto a continuar charlando de eso con Mitch—. ¿Vas a follarme o debo pedirle a tu sustituto que lo haga?

El castaño se mostró indiferente durante un instante, y, tras analizar una vez más los veinte centímetros del juguete, procedió a colocar este en la cama, bajándose de esta. Alexander observó la escena sin entender.

—Entonces hazlo. —Mitch caminó un par de pasos, terminando por dejarse caer sobre el asiento de dos plazas que estaba frente a la cama. Tras ello, apoyó uno de los codos en el descansabrazo y dejó que su mejilla se posara sobre la mano acomodada—. Metete esa mierda de plástico por el culo. Adelante.

Alexander estuvo a punto de reír. Era la primera vez que observaba aquella expresión en el rostro del menor. ¿Quería un maldito espectáculo? Joder, estaría encantado de dárselo.
Sin decir absolutamente nada, el rubio acabó por extender la diestra, tomando el pequeño frasco de lubricante olvidado sobre la mesa de noche. Tras aquello, optó por sentarse en la cama, apoyando la espalda contra la cabecera de la misma.
Una sonrisa iluminó sus labios al segundo en que abrió la botella y dejó que el líquido viscoso se derramara sobre dos de sus dedos. Los ojos de Mitch seguían cada uno de sus movimientos, su mandíbula fieramente apretada, hacía notar que el americano estaba lo bastante concentrado en tratar de mostrarse indiferente. Aquello valió lo suficiente para que Alexander acabara por dejar la botella sobre la mesa, para poco después llevar los dedos lubricados hasta su apretado agujero.

No le importó el juego previo. A ese punto se sentía tan duro por la sola expectativa, que no demoró más de un instante en deslizar el índice en su interior. El dedo medio siguió el camino del primero, mientras un ahogado gemido brotaba de sus labios. No estaba tocando su erección, pero claramente podía notar como esta palpitaba contra su vientre, dejando los hilillos de caliente presemen sobre su piel.

Alexander hundió los dedos dentro de su agujero, deteniéndose solamente cuando la posición se lo impidió. Ladeando el rostro con suavidad, se permitió finalmente comenzar a mover su mano, a estirarse con celeridad, sin apartar su mirada del porte del castaño. No había reacción. El imbécil de Rapp podría jugar a las malditas estatuas y seguramente, ganaría.
Apretando los labios, el rubio finalmente se detuvo. Sacó los dedos de su interior, sin importarle demasiado la incomodidad del movimiento. Su mano voló rápidamente hasta el juguete abandonado sobre las sábanas, tomándolo de la base redonda de color vino.

—¿En serio quieres que me meta esta en vez de la tuya, Mitch? —A ese punto había un ligero jadeo en su tono. Mierda, mierda, Necesitaba al imbécil americano, no ese estúpido juguete.

Pero no existió respuesta. Mitch continuaba inmutable en su asiento, mirándole fijo.
Alexander sonrió ligeramente decepcionado, poco antes de llevar la punta del consolador hasta su pequeña y apenas dilatada esfínter. Jugueteó un segundo con la glande venosa de plástico sobre su piel, poco antes de empezar a dejarla ir en su interior.
Un gemido brotó de sus labios cuando la punta del consolador, alcanzó su objetivo. Sentía su agujero lloroso, estirado y ardiendo. Separó un poco más las piernas antes de finalmente atreverse a comenzar a mover el juguete.
Sus paredes se cerraban, succionaban el plástico a su interior, su cuerpo se negaba a dejar ir el consolador. Alexander sintió el segundo en que sus piernas temblaron, justo cuando la curva del juguete comenzó a jugar a su favor, dejando que la punta de este, empezara a dar de lleno contra la delgada pared interna que le llevaba al maldito cielo.

Los gemidos no demoraron en inundar la habitación al instante. El británico continuó empujando el plástico una y otra vez en su interior, permitiéndose llevar la izquierda libre hasta uno de sus muslos, elevándolo un poco más; sabiendo que aquello bastaría para que Mitch pudiese apreciar cada maldito ángulo de su pequeño espectáculo.

—Gírate y ponte en cuatro.

Las palabras del americano cortaron las acciones del británico en menos de un instante. Alexander observó el segundo exacto en que Mitch apretó su entrepierna, en un probable y vago intento de contenerse.

—¿En serio quieres verme el culo penetrado desde esa posición? ¿No prefieres...? —El rubio arqueó una de sus cejas, ladeando la cabeza mientras sacaba el consolador de su interior.

—Cierra la puta boca y haz lo que te digo.

Alexander sonrió. Dos segundos después, ya se había colocado en cuatro sobre la cama, para finalmente, apoyar el pecho sobre una de las almohadas. Se aseguró de que sus caderas quedaran directamente posicionadas sobre la mirada de Rapp, para después, proceder a llevar su izquierda hasta una de sus nalgas. Estiró la firme piel, sintiendo su agujero palpitar tan solo de ser expuesto por aquel simple movimiento. Su diestra no demoró más en llevar el consolador, aun lubricado, hasta su entrada. Bastó un simple movimiento para que el plástico volviera a deslizarse en su interior, arrancando un agudo gemido de los labios del británico.

La nueva carrera para alcanzar su orgasmo inició. Pese a lo incomodo de la posición, el rubio comenzó a mover la diestra, a hundir una y otra vez el grueso pene de plástico dentro de sí. El juguete golpeaba una y otra vez su próstata, haciéndole jadear, gemir. Los dedos de su izquierda se hundieron en su propia piel, halando la misma, estirándose aún más para poder tomar los veinte centímetros del consolador.

—Mierda... Más fuerte, Mitch... Mierda, dame más... —Alexander gimió ajeno, sumido en su pequeña burbuja. Finalmente estaba comenzando a rasgar la nube de su orgasmo, percibiendo como sus testículos se contraían y lo preparaban para el inminente final. Cerró los ojos y comenzó a girar el juguete, disfrutando de la manera en que este abría su interior.

Todo finalizó de manera abrupta cuando sintió el firme agarre de la mano de Mitch sobre su dolorosa extensión. El orgasmo se detuvo, un gemido ahogado de dolor brotó de sus labios, la sangre abandonó su erección en menos de un instante.
El británico abrió los ojos tan solo para encontrase con la figura de Rapp justo detrás de él.

—¿Qué mierda? ¿Qué diablos te pa...? —No finalizó la oración, no cuando Mitch le obligó a apartar la diestra del juguete que aun permanecía enterrado en su interior.

—Jamás te dije que podías correrte, Alex. —La voz autoritaria de Mitch logró que el cuerpo del británico temblara al instante de mero placer. Apenas apoyó uno de sus codos contra la cama, fue capaz de notar que los vaqueros de Mitch estaban abiertos, mientras su erección yacía libre y completamente lubricada.

¿En qué puto segundo Rapp había cogido la botella de lubricante?

El británico abrió los ojos de sobremanera cuando el entendimiento llegó a su cabeza. Estuvo a punto de impulsarse hacia adelante, de bajarse de la cama, pero las manos de Rapp sobre sus caderas le mantuvieron anclado a su lugar, y por ende, a la posición.

—No te atrevas, cabrón, no te atrevas...

—Hace dos minutos gemías como una puta por mí. Querías más, ¿no?

Los pardos del británico buscaron los mieles del otro: el deseo se reflejaba en estos, la lujuria se desbordaba y lo devoraba con la misma necesidad que hacía unos momentos. Las palabras murieron en sus labios al segundo en que fue capaz de sentir como la punta del pene del castaño comenzaba a abrirse paso en su interior. El dolor se disparó en su sistema, obligándole a tratar de alejarse, a frenar la locura del acto. Los dedos de Mitch se hundieron en su piel, manteniéndole aun ahí.

—Basta... Cabrón... Vas a romperme el culo... Vas... —El británico cerró los ojos cuando su interior se tensó. El jadeo brotó de manera instantánea mientras sus manos buscaban a todas luces, cualquier agarre sobre la cama: nada. La humedad en sus ojos le delató tanto como el gemido cortado que finalmente acabó por brotar de sus labios.

Mitch se impulsó contra él, empalando el estrecho cuerpo del británico de un solo movimiento. Alexander volvió a gemir en consecuencia: su delgado cuerpo temblaba entre sus manos, su pequeño agujero palpitaba y se obligaba a estirarse, a darle cabida tanto al estúpido consolador como a él. Cerrando los ojos, el castaño finalmente se concedió el apartar una de sus manos de la piel del otro, guiándola hasta la punta de la roja y apenas hinchada erección del británico.

—Me parece que estás disfrutándolo. Eres un jodido mentiroso, Alexander —Mitch se permitió inclinarse sobre la espalda del otro, llevando sus labios hasta uno de los hombros del británico. Besó la piel con extraña suavidad, mientras su diestra comenzaba a bombear lentamente el pene del rubio—. Si no te relajas, probablemente esto acabe mal.

Por primera vez, Alexander sabía que estaba a merced del americano. Su cerebro había dejado de procesar la situación desde hacía mucho, mientras su cuerpo se encargaba de llevarlo de ida y regreso hasta el jodido límite de la situación.
Cuando Mitch comenzó a moverse contra él, supo que no había marcha atrás. Su interior se tensó al instante, sus piernas estuvieron a punto de fallar, de dejarlo caer contra la cama, pero una vez más, fue el agarre de Mitch el que lo mantuvo. El británico podía sentir claramente su interior ceder con lentitud, abrirse, devorar la erección del americano al mismo tiempo que se tragaba el consolador.

Arrugando las cejas y dejándose finalmente llevar por la morbosa situación, el rubio elevó las caderas, moliéndose una y otra vez contra los testículos del castaño. Se sentía bien, se comenzaba a sentir jodidamente doloroso y bien. Los gemidos abandonaban sus labios, su sexo se mecía una y otra vez, rozándose repetidamente contra el algodón de las sábanas, volviendo a llenarse de sangre, a erguirse ante el morboso placer de la situación.
Alexander cerró los ojos al instante, ignorando como la humedad se desprendía de sus ojos acabando por marcar un trazo salado hasta su barbilla. Las súplicas para que Rapp se detuviera, en algún punto habían sido sustituidas por gemidos, sabía que su voz estaba rota y que probablemente, sus vecinos ya se habían enterado de lo que estaban haciendo. Pero le daba igual, completamente igual. Era sexo duro, salvaje y sucio. Mitch lo moldeaba a su antojo, lo penetraba a su ritmo. El juguete se movía una y otra vez, mera consecuencia del exceso de lubricante que se hallaba en su interior. Estaba aturdido, con los labios desencajados y los ojos perdidos.

Cuando Mitch se detuvo, el aliento ya escaseaba en el británico. Siquiera podía razonar, siquiera era capaz de negarse a la nueva posición a la que era llevado. Solo reparó en el hecho cuando se halló sobre las caderas del menor, mientras este, se sentaba y apoyaba la espalda contra la cabecera de la cama. De nuevo las manos del castaño llevaron la batuta, de nuevo el cuerpo del británico se dejó hacer ante el salvaje acto que estaba protagonizando.

El cuerpo de Alexander se sentía bien entre sus brazos. Mitch apenas y podía concentrarse en la situación, apenas y podía continuar moviendo al rubio sobre su pene. Los gemidos del británico lo tenían ligeramente perdido, ansiando continuar desatando la tormenta entre ambos.
Podía sentir como el interior del británico se cerraba, como su cuerpo se tensaba y volvía a abrirse, como lo tragaba y lo escupía en cada embiste. Habían sido tres jodidas semanas sin verlo, probablemente, el tiempo más largo que habían pasado separados.
Estúpido británico. Imbécil Alexander.

—Mierda, Mitch... Joder... Más... Más, mierda, dame más... —Alexander sabía que debía existir un filtro cerebro-boca, pero por aquel instante, se esforzaba por ignorar su razón. Por aquel instante, solo quería ser follado hasta perder la consciencia, gemir lo bien que aquello se sentía, desgarrar su garganta con obscenidades.

Y Mitch pareció leerle el pensamiento. Bastaron dos segundos antes de que los brazos de este se deslizaran hasta sus muslos, mientras comenzaba a moverle de arriba abajo, hasta el punto de casi dejarlo caer sobre su erección. El dolor había desaparecido, las lágrimas que rodaban sus mejillas eran de placer puro. En ese momento, no le interesaba parecer una puta, mierda, Mitch sabía cómo joderlo hasta hacerlo perderse. Quizá por ello siquiera notó el instante en que el juguete acabó fuera de su dilatado interior, mientras el sexo de Mitch continuaba arremetiendo una y otra vez contra él.

El británico deseó maldecir, pero de nuevo, la voz no brotó de su boca. En su lugar, una aguda y rota risa se deslizó fuera de esta. La tensión se disparó desde su abdomen hasta cada una de sus extremidades, obligándole a echar la cabeza hacia atrás al tiempo que sus manos buscaban las de Mitch, sin intención alguna de frenarlo: quería aferrarse a ese hombre y a la extraña mierda que existía entre ambos.
Separó los labios, el nombre del americano apenas brotó entrecortado. Alexander no pudo continuar, no cuando todo a su alrededor se desvaneció un segundo, no cuando su ser perdió hasta el último gramo de fuerza. El orgasmo finalmente arribó: duro, arrasador, fulminante. Todo su cuerpo tembló de placer cuando su pene lloró con suavidad, escupiendo las tiras blanquecinas sobre el estúpido conjunto azul de sábanas.

Mitch no frenó sus acciones, ni aun cuando fue capaz de percibir como el agarre del rubio flaqueaba. No, sus brazos continuaron moviendo el cuerpo de Alexander, enterrándose en su abusado interior, sintiendo como se tensaba mientras el lubricante hacía el resto del trabajo. La abrasadora sensación del orgasmo ajeno lo empujó con lentitud hacia el propio. El castaño cerró los ojos al segundo en que finalmente, pudo sentir como los dedos del rubio volvían a encajarse contra sus tensos dorsos. Su sexo explotó caliente, espeso y abundante, no demorando demasiado en derramarse fuera del abusado interior del rubio.

Cuando finalmente todo movimiento cesó, Mitch mantuvo el cuerpo de Alexander en aquella posición. Sintió el segundo exacto en que la cabellera de este aterrizó sobre uno de sus hombros, mientras sus labios entreabiertos luchaban por regular la desastrosa respiración que llevaba. Sin siquiera pensarlo, el castaño llevó su boca hasta el cuello del otro, mordiendo la piel hasta que el sabor metálico de la sangre inundó sus papilas. Alexander no reaccionó de la usual mala manera, por el contrario, sonrió y buscó devorarle la boca con un beso. Fue sucio, húmedo y en general, un desastre.

Tras ello, finalmente Mitch sujetó los muslos del británico, elevándole brevemente por sobre su cuerpo, antes de acomodarle con extraño cuidado, sobre la cama.
Alexander estaba hecho un jodido desastre. Había semen y lubricante adornando su piel, pero el británico parecía ajeno a la situación. Sus parpados estaban cerrados, y probablemente, ya se hallaba inconsciente.
Inclinándose en su dirección, el americano simplemente hundió la nariz contra la despeinada cabellera de este: el aroma a tabaco tan familiar, mezclado con la suave menta.

—Si es para tu estúpida cabra, tengo casas en otros estados, imbécil.

Alexander apretó los labios un instante. No era estúpido. Sabía que Mitch Krause —la fachada de Mitch Rapp—, era un importante empresario, que tenía bastante dinero y residencias por todo el país. Probablemente, debía guardar aquel secreto un par de días más. Probablemente, quería disfrutar de esa vida un poco más, solo eso, unos días más. 

Notas finales: hacía falta un smut ¿no es así? Ya habían pasado demasiados OS vainillas, era turno de algo sucio, como Mitchxander. Insisto, esto puede ser tomado como un prefacio a Revenge Code, pero no estará incluido en el fic en general. Solo... Amamamos escribir sobre estos dos, y con la larga espera, era hora de soltar un poquito de ellos. 
Este OS una vez más, está dedicado a mi dulce niña anniepellegrino7 

Nos estamos leyendo, mis amores ~

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