Gus [ ★ Dylmas ★ ]
Observó su reflejo una vez más mientras terminaba de acomodar un último mechón cobrizo detrás de una de sus orejas. Con un suave suspiro al aire, Thomas aceptó nuevamente aquel extraño peinado que debía portar en los días de grabación, arrugando ambas cejas con la expresión que habitualmente tenía ante aquel tipo de situaciones.
Colocándose la mascarilla de color negro, el inglés finalmente salió de su remolque, encontrándose con la sonrisa de la chica del café. La de cabello negro le despidió con una mano, mientras Thomas correspondía cortésmente el gesto al tiempo que apresuraba el paso.
Había recibido el mensaje del castaño un par de horas atrás.
Debido a sus agendas, no habían podido frecuentarse demasiado. Sumado a que, el mundo prácticamente continuaba colapsando a su alrededor debido a una pandemia, bueno, no era precisamente el mejor escenario para reunirse con un viejo compañero de reparto.
Compañero. Amigo. Thomas repasaba las palabras en su mente, tratando de colocar un significado a la relación que tenían ante las cámaras.
Dylan lo había dicho una vez: era cansado, y hasta cierto punto, patético. Pero ambos habían aceptado los términos del contrato, ambos habían acordado llevar el sentimiento hasta el límite de lo imaginable... O quizá, solo él. Solo él continuaba siendo el eje egoísta en la relación. Él era quien continuaba cojeando de un pie, pensando que el seguir las instrucciones de su manager al pie de la letra, llevaría a ambos justo por donde quería. Pero, de nuevo, ¿quién era él para continuar decidiendo por Dylan?
Era injusto, sí, pero era él o era su chico.
No podía imaginar a Dylan atravesando aquella situación, no podía permitir que el castaño se obligase continuamente a fingir ante una cámara, a besar a una persona que no era ni por asomo, aquella a quien realmente quería. No, jamás dejaría a Dylan sometiéndose a una situación como aquella. Él también tenía a una manager, una que velaba por los intereses del americano, una que le repetía hasta el cansancio que lo que ambos llevaban, era una constante de peligro que acabaría en un desastre en cualquier segundo.
Por eso había tomado esa decisión. Por eso cada noche, besaba la mejilla de una persona por la que sentía respeto, pero más allá de ello, siquiera podía colocar un nombre a lo que ella despertaba en su persona.
Desde el manejo de su imagen personal, hasta el control de sus pocas o casi nulas redes sociales. Ella sabía exactamente cómo actuar, qué decir. Ella sabía exactamente cómo comportarse, y por sobre todo, sacar el mejor partido de la situación. Y no podía culparla, en realidad, no le interesaba hacerlo. La británica había aceptado ser parte de ello a cambio de una remuneración no monetaria, algo que entendía, por supuesto. Reconocimiento, un séquito de seguidores, ¿qué persona no desearía ello? Su tan ansiado sueño probablemente estaba al alcance de unos likes.
Thomas jamás entendería aquel concepto. Él continuaba pensando que hacer las cosas de la manera clásica, era bastante más válido que simplemente dejar que una red social definiese una carrera. Pero, ¿quién era él para juzgar las nuevas maneras de escalar a la fama?
Dejando aquel hilo de pensamientos de lado, el inglés simplemente de había deslizado dentro de su auto clásico, dejando que el viento comenzara a correr al mismo ritmo que iba acelerando por la calle casi desértica.
No tenía demasiado tiempo. El toque de queda estaba a punto de iniciar, y no deseaba que la policía le detuviese como la vez anterior. Claro, todo había salido bastante bien tras argumentar quien era, e inventar que había tenido un escaso retraso en el set de grabación. Después de ello, había podido colarse en la habitación de Dylan y tomar un par de cervezas con él.
El castaño había extendido su estancia en Londres, si bien, había un par de regrabaciones que habían retrasado su partida, el acto iba mucho más allá de simplemente alegar mantenerse por trabajo. Y Thomas no podía estar más feliz por ello.
¿Feliz? No, probablemente no era la palabra. Gracias a las restricciones actuales, Thomas no podía frecuentar el continente americano, y lo mismo sucedía con Dylan. Si llegaba a Los Ángeles, debía pasar dos semanas alejado del castaño, y eso implicaba un importante atraso en su agenda.
Gracias a Queen's Gambit, su carrera había despegado nuevamente, y el pequeño año sabático que había tomado, era cosa del pasado. Ahora, tenía varios proyectos por delante y la idea de actuar continuaba alimentando los sueños que, en algún punto, había creído que ya no existían.
Suspirando de nueva cuenta ante la perspectiva soñadora que estaba atravesando, Thomas finalmente aparcó el auto, observando la fachada del sencillo hotel en el que Dylan se hallaba. Ciertamente, para las grabaciones, Dylan continuaba manteniendo una habitación del otro lado de la ciudad, dejando que su nombre figurara en la lista de inquilinos con la esperanza de que sus encuentros no se vieran desfavorecidos.
Thomas volvió a acomodar otro mechón cobrizo detrás de su oreja mientras se colocaba los lentes de sol y descendía del auto, caminando directamente hasta la pequeña puerta que daba al bar del lugar. Bastaron solo un par de pasos para que un par de ojos color miel se posaran en su persona. El inglés no pudo evitar la sonrisa que se fugó de sus labios, ni el apuro que sus piernas dieron por aquel instante, quitándose la mascarilla en el camino. Cuando tomó lugar en la barra, sus fosas nasales se llenaron con la deliciosa fragancia de Paco Rabanne que le había obsequiado a Dylan en navidad.
—Comenzaba a pensar que esta vez si que tendría que pagar tu fianza. —Dylan sonrió al instante en que su diestra buscó la de Thomas por debajo de la barra, fuera de las miradas indiscretas que pudiesen suscitarse.
—Pensé que esto empezaría con un "te extrañé" —por supuesto, la sonrisa de Thomas se mantenía intacta, mientras sus dedos se enredaban en los de Dylan. Dos segundos después, la necesidad del beso corría por sus venas, como si una manada de caballos salvajes guiara su pulso sanguíneo. En realidad, solo era su órgano vital estando a nada de colapsar.
—Te extrañé.
Cuando Dylan sonreía, Thomas no podía evitar notar el pequeño lunar que se hundía en el hoyuelo de su mejilla. Lo había memorizado, lo había besado, Dios, amaba tanto ese pequeño punto en su piel, aquella característica en Dylan que simplemente rayaba en el límite de lo sensual.
Suspirando con suavidad, el inglés finalmente se inclinó en la dirección del otro.
—¿No crees que es un tanto impropio continuar usando lentes oscuros aquí, nene? Todos sabrán que algo tratas de ocultar.
Thomas simplemente negó ante ello, sabiendo que el extraño segundo en que había perdido la noción de sus acciones, había terminado gracias a la pequeña intervención de Dylan. Debía agradecer ello.
—Debería ser un delito que abras la boca cuando estamos a solas —Thomas simplemente cogió el vaso a medio beber del castaño, echándose el resto del contenido de este a la boca. El sabor amargo del whisky le quemó la garganta, pero lo pasó sin complicaciones.
—Acabamos de romper por lo menos, dos normas sanitarias en este instante. ¿Quieres que nos lleven presos? Creo que no podría protegerte en prisión.
—Por quebrantar las normas sanitarias, no iríamos a prisión. Pagaríamos una fianza. En estos momentos el sistema penitenciario no está para...
—¡Dios! Baby Trombone, tu sentido del humor es pésimo. ¿Mal día en el trabajo?
Thomas arrugó el entrecejo y observó a Dylan con detenimiento. Dos segundos después, había terminado por suspirar con nueva resignación, sabiéndose ligeramente acorralado ante la pregunta. De acuerdo, había tenido un pequeño incidente en el set, pero nada de ello podía compararse a la constante preocupación que conllevaba el fin de semana cada vez más cercano. Dylan volvería a los Ángeles, y él no tenía algún pretexto viable para mantenerlo ahí. De cualquier manera, no era como si pudiese retenerlo.
—Sé lo que estás pensando —fue la mano de Dylan apretando su pulgar la que finalmente le hizo saltarse la línea de sus pensamientos—. Deja de pensar en las cosas que no tienen solución. Tommy deberí...
Dylan no terminó de hablar, no cuando el sonido del teléfono móvil de Thomas interrumpió la charla. Sabía de quien se trataba. Bastaba con ver la expresión que se había instalado en el rostro del inglés para deducirlo.
Alejándose unos pasos, Thomas había cogido la llamada mientras Dylan se mantenía en la barra, cuidando cada movimiento de este. Ciertamente, estaba ligeramente harto de la cortina debajo de la que vivían por aquel instante. La chica se encargaba de llenar el vaso con celeridad, jugando con la paciencia de ambos. Odiaba verlo expuesto de esa manera. Detestaba cada que Kaya le enviaba una nueva captura de pantalla al chat privado, tan solo para mantenerle al tanto de lo que aquella mujer hacía. En algún punto había pensado que Thomas le terminaría por colocar un límite, pero no olvidaba que el inglés era tan ajeno como él a las redes sociales.
Pero hablar con Thomas sobre ello, era algo que siempre acababa en una inminente discusión. Y no, no había visto al británico en días, como para simplemente dejarse llevar por el pensamiento visceral que aquella chica producía en él. Sabía que no vivían juntos, y las pocas veces que se dejaban ver en público, Thomas era bastante menos expresivo.
Podía recordar las primeras fotos que habían salido de ambos. Podía recordar con exactitud como la gente había tragado la mentira entretejida del trato tácito que ambos habían hecho, sintiéndose atrapado entre el alivio y el mismo enojo.
La proposición de Thomas continuaba sonando ilógica para él, pero no para su representante, ni mucho menos para el mundo.
Julia sabía exactamente de que se trataba. Su hermana le había descrito exactamente como ella se había sentido al principio de su propia relación, y la maldita similitud que guardaba con la que él mantenía con Thomas. La diferencia, la enorme diferencia, siempre radicaba en la manera en que ambos se ganaban la vida. Recordaba perfectamente como su representante le había dado una lista interminable de artistas, cuyas relaciones secretas habían salido al aire en conjunto con sus inclinaciones, terminando por perder papeles, público y muchos proyectos que probablemente hubiesen tenido en puerta.
No quería eso para Thomas. Había recordado la hermosa sonrisa que este le había regalado tras el éxito de Queen's Gambit, haciéndole aceptar que, pese a todo, lo que estaban haciendo tenía una razón y un mismo fin.
Pero ni las interminables llamadas por la madrugada podrían compensar la falta de una muestra pública de afecto, aquella que siempre guardaba en el fondo de su mente, ese irrisorio anhelo de hallarse besando los labios de su inglés sin la constante preocupación de saber quién le miraba.
Cuando Thomas colgó el celular, Dylan no había podido evitar el ponerse de pie al tiempo que dejaba un par de billetes sobre la barra Acto seguido, el americano había terminado por colocarse la mascarilla, mientras un pelirrojo completamente confundido, aun continuaba mirándole.
—No podemos subir a las habitaciones si no la portamos —sentenció el americano, al tiempo que caminaba hacia el inglés, acabando por colocarle la bonita mascarilla oscura a juego que había llevado con él aquel día.
Diez minutos más tarde, Dylan se hallaba empujando a un Thomas sonrojado dentro de la sencilla habitación en la que había vivido por aquella semana. Los rojos labios del inglés estaban completamente hinchados, mera consecuencia de la sesión de besos que se habían dado en el viejo elevador del edificio.
—Dyl... ¿Puedes decirme qué...?
No, Dylan no dejó que Thomas hablase, no cuando le había simplemente sujetado de las caderas, obligándole a enredar las largas piernas en su cintura mientras su boca volvía a devorar la de este. No, esa mujer jamás podría tener nada de lo que Thomas le daba a él. Ella podía tenerlo ante el mundo, pero cuando el mundo miraba hacia otro lado, Thomas Brodie-Sangster se entregaba a él. Solo a él.
Y sabía lo irracional de su constante necesidad, sabía lo incorrecto que podía llegar a ser el pensarse tan egoísta sobre un ser humano tan perfecto como él. No era un juego de poseer, no era un juego de ganar, era una puesta en escena a mantener. Solo eso. Misma de la que Thomas salía perdiendo en una constante picada, misma que él pocas veces podía detener. ¿Por qué? La pregunta continuaba rebotando en su mente, al tiempo que sus manos recorrían con maestría las caderas enfundadas en mezclilla del más alto. Adoraba aquellos vaqueros oscuros, aquellos que en otro tiempo, demoraba una eternidad en dejarlos fuera del escenario. Dios. Debía ser un pecado que alguien como Thomas, usara prendas como esas. Pero sí, solo con él, solo para él.
Porque ella lo había dicho, porque ella tenía un código de vestimenta cuando salían en público, porque Thomas debía adaptarse a sus exigencias para que ella mantuviese esos labios rojos sellados. Dios. Dylan solo gruñó ante el pensamiento, dejando que su diestra finalmente bajase los vaqueros recientemente abiertos. El leve gemido que brotó de los labios de Thomas, fue más que suficiente para terminar de concretar el problema en su entrepierna.
—Pensé que no te agradaban los perros —susurró Dylan al tiempo que terminaba por hundir el rostro en el largo cuello del inglés.
Thomas había suspirado, mientras sus manos subían hasta la espalda del americano, enredando entonces sus dedos en el doblez inferior de la camiseta oscura.
Conocía perfectamente bien a Dylan. Aquellos años no habían sido echados a la basura. Conocía cada gesto, cada expresión, la diferencia entre sus sonrisas. Conocía cada constelación marcada en su cuerpo, conocía cada pequeño ápice que amaba con locura. Entendía perfectamente, que su chico de ojos miel, no dejaba de pensar en lo que él mantenía con Gzi, ni mucho menos, en las escasas pistas que la mujer solía darle al mundo sobre aquella relación.
—Te gustan a ti.
El inglés pudo percibir el segundo exacto en que Dylan se apartó del hueco en su cuello, mientras sus grandes ojos le escrutaban en silencio. Cuando las comisuras del castaño se elevaron en una sonrisa, Thomas no pudo hacer más que corresponder el gesto con uno similar.
—Te llevaré a conocerlo. Se llama Gus. Es bastante activo, y castaño. Me recuerda a... —Thomas no terminó su oración, no cuando un beso había aterrizado en sus labios cortando de lleno cualquier cosa que estuviese por decir.
Cuando la desnudez reinó entre ambos, el inglés simplemente se dejó llevar. Dylan lo moldeaba con suavidad, con lentitud. Thomas podía sentir como las yemas del castaño recorrían cada centímetro de su cuerpo, deteniéndose en los lugares donde su boca le traicionaba, haciéndole tragar un gemido.
Cuando sus pardos se contemplaron el color blanco de la habitación, la incomodidad de los dedos de Dylan en su interior, se desvaneció. Un beso, dos. Thomas perdió la noción del tiempo aquella noche, mientras su cuerpo se unía al de Dylan tantas veces como fuese necesario. Solo ellos dos, solo esas cuatro paredes, solo el verdadero sentimiento profesado a la luz mortecina de una lámpara de noche.
[...]
Dejando de lado el cigarrillo que tenía en la diestra, Thomas había echado un suave suspiro al aire. Habían repetido aquella última escena un par de veces más de lo necesario, simplemente porque el director, deseaba que se notara un ápice más de realismo en esta.
Las personas encargadas del set, habían agotado su material del día, y ahora corrían en todas direcciones buscando algo que se viese un tanto más real que la utilería desperdiciada. Arrugando ambas cejas, el inglés simplemente se había dado la media vuelta, indicando que tomaría un descanso en el remolque.
Cuando finalmente se alejó del bullicio del set, no pudo evitar el alivio que aquello le ocasionó. Apagando el cigarrillo en el cenicero cercano, Thomas se echó en el sofá de cuero del lugar, agradeciendo que su representante fuese tan amable como para conseguirle un espacio personal en el lugar. Acomodándose nuevamente sobre el mueble, el inglés se desconectó un segundo de la realidad, volviendo abruptamente a esta cuando la puerta del baño privado del lugar se abrió.
Thomas estuvo a punto de soltar alguna palabra impropia de su persona, pero cuando sus pardos se encontraron con aquel bonito par de mieles, todo careció de importancia en menos de un instante.
—¿Qué haces...?
—Esperar en el auto era demasiado aburrido. Dijiste que terminarías a medio día. Tu manager decidió que era mejor idea esconderme aquí que mantenerme en los lugares cercanos. ¿Qué dirían si Dylan O'Brien se dejase ver cerca del set de grabación de Thomas Sangster? A veces le odio. —A ese punto, Dylan había repetido el tono de voz que el representante de Thomas solía usar con ambos. Aquel tono inquisitivo y casi delirante, que los hacía simplemente dejar de lado sus propias ideas de vez en vez.
—De cualquier manera, hay ciertos restrictivos en la ciudad, Dyl. No deberías estar saliendo del hotel innecesariamente —Thomas había arrugado el entrecejo mientras se acomodaba los rizos cobrizos detrás de una oreja.
—Vamos, lo dice el chico que sale en pleno confinamiento para tomarse un par de fotos con su novia.
Thomas no pudo evitar apretar los labios por aquel instante. Dylan no era un inmaduro, y habían hablado un par de veces sobre las peticiones de Gzi para con él por aquellos días. Ciertamente, conforme las exigencias subían, perdía la paciencia, y acababa simplemente por ceder, manteniendo a la británica en tanto silencio como fuese posible.
Apretando los labios, Thomas no pudo evitar finiquitar la distancia entre ambos, echando los brazos por sobre los hombros de Dylan, deseando de alguna manera, que aquel simple gesto borrara toda la inseguridad que les consumía a ambos por aquel instante.
Estaba cansado. Por supuesto que lo estaba. Siempre debía cuidar con quien salía, qué hacía. Siempre debía observar a su alrededor, notar el lente de la cámara del fan que les ubicara, parecer enamorado, actuar aun fuera de la pantalla. Estaba tan desgastado anímicamente, que no existía día alguno en el que no deseara simplemente alejar a la rubia de su vida, regresando a su propia y pacífica soledad.
Pero entonces, pensaba en ambos. Pensaba en las noticias, en las pocas veces en que las fotos indiscretas habían podido conectar eventos, lugares, aquellas donde Gzi se había esforzado en dejar en claro, que ambos estaban juntos, aun cuando Thomas había realmente pasado las noches con Dylan.
Era un juego enfermizo. Un partido que se había jugado en muchas ocasiones, que otras personas no habían soportado, que otros más habían perdido, y que solo un puñado continuaba anotando puntos mientras sostenía la única verdad en el medio del velo de la oscuridad.
La interrogante continuaba al aire, sabiendo que, si él no resistía, sería Dylan quien ocuparía su lugar. O quizá...
Thomas dejó de pensar nuevamente justo cuando los labios de Dylan se encargaron de apaciguar la tormenta en su interior. Como si estuviese leyéndolo, el americano se encargó de cogerle en brazos con suma gentileza, dejándole sobre el sofá de dos piezas que había en el lugar. El británico no había demorado ni en segundo en corresponder, en cederle a Dylan el espacio entre sus piernas, mientras este, se encargaba de besar con vehemencia la línea de su mentón.
Dylan lo desarmaba con una simple acción como aquella. Thomas no podía evitar el llevar las manos hasta la amplia espalda de este, aferrándose con fuerza a las sencillas prendas que su chico portaba por aquel instante. Todo su interior latía con anhelo, con necesidad. Las horas que la noche previa habían pasado en compañía, no habían sido suficientes. Nunca lo eran. El abrumador sentimiento entre ambos seguía tan vigente, como la primera vez que habían pronunciado la verdad que negaban al mundo.
Con la necesidad pululando en el aire, el británico no pudo evitar el segundo en que finalmente abrió los vaqueros de Dylan, deslizando sus dedos hasta la dureza que este ya ostentaba entre las piernas. La única respuesta del menor, fue aquella pequeña risa ahogada, cómplice, aquella que murió cuando los labios de Thomas volvieron a perderse en la boca de Dylan.
No fue sino hasta que él mismo pudo sentir la calidez de su miembro erecto liberado, que finalmente se atrevió a mirar el espacio entre ambos cuerpos, aquel donde la carne se rozaba anhelante, buscando el placer físico que ambos deseaban con desesperación.
—Aun debes grabar, Tommy... Si lo hacemos...
—Dylan... ¿Cuántas veces hemos tenido que disimularlo? No moriré por hacerlo una vez más.
—¿Así que mi nene resulta ser un ninfómano insaciable? Pensé que la etapa de las grabaciones de Maze Runner había pasado.
Thomas simplemente había sonreído, al tiempo que las manos de Dylan se encargaban de bajarle los vaqueros de cuero hasta donde la prenda y la posición se los permitía. Un instante después, había escuchado una de sus botas caer al piso, justo cuando el americano se encargaba de sacarle la mitad de la prenda del cuerpo, dejándole finalmente accesible y expuesto para él.
El inglés no había podido evitar el suave gemido que escapaba de sus labios, notando como el castaño se las ingeniaba para doblar con gracia su cuerpo, dejando sus caderas elevadas. Su pequeño agujero hinchado y expuesto, palpitaba cerca de los labios de Dylan, quien parecía estarse tomando todo el tiempo del mundo para memorizar aquella imagen.
—No necesitas prepararme, Dyl, solo... —No más, el inglés había cortado sus palabras justo cuando la húmeda lengua del castaño comenzó a enterrarse en él. Thomas no pudo evitar llevarse la diestra hasta la boca, mordiendo con fuerza su meñique en un vago intento de mantenerse en silencio.
Pero era simplemente imposible. Su cuerpo estaba sumamente sensible. Podía sentir su punta llorando, el líquido semi transparente goteando y cayendo de vez en vez sobre su rostro. Estaba completamente encorvado, mientras Dylan se encargaba de abrirlo, de prepararlo. Cerrando los ojos Thomas, no pudo evitar tensarse, suspirar. El gemido ahogado de necesidad y deseo brotó por encima de la casi nula capacidad de contenerse. A ese punto, el maquillaje de la escena estaba arruinado, conjuntamente con el peinado y el resto del vestuario que portaba por aquel instante.
Dylan usaba ambos dedos índices para abrirlo, para deslizar su músculo lingual en su interior, tocando con lentitud sus paredes estrechas, hinchadas, ansiosas. Thomas estuvo a un segundo de echarse hacia atrás, sabiendo que aquello podía ser suficiente para dejarlo en ridículo mientras se corría en un tiempo récord. Pero el castaño pareció leerle el pensamiento, porque, en menos de un instante, se había encargado de bajarlo, de acomodarlo sobre la pierna que mantenía flexionada sobre el sofá.
El inglés simplemente echó un breve vistazo, notando la erecta anatomía que estaba dispuesta para él en aquel instante. Sin poder evitarlo, Thomas había terminado por relamerse los labios, antes de que sus manos volaran hacia la melena castaña del americano, enredándose en la suavidad de aquellos mechones.
—Hazlo... —La súplica había brotado con lascivia desmedida, al tiempo que Thomas mecía las caderas y trataba de empalarse él mismo.
Pero no sucedió. Fueron los golpes en la puerta del remolque los que capturaron la atención de ambos, cesando sus acciones al instante. No, Thomas no había olvidado donde estaban, pero tampoco quería recordarlo por aquel momento.
—Joven Sangster, entra en escena en diez minutos. ¿Se siente bien? —La voz de una de las chicas del set había llegado lejana, escasa.
Thomas simplemente había tomado aire, poco antes de carraspear y tratar de corregir el tono de voz del que seguramente, era acreedor por aquel instante.
—Sí... Yo... —No, Thomas no dijo más, no cuando Dylan se había enterrado de un simple y llano movimiento en su interior, cortándole el aire, finiquitando su concentración. El suave gemido que había cortado sus palabras no hizo más que mortificar al inglés, quien, de inmediato había terminado por volver a llevar la diestra hasta sus labios—. No... No... La cabeza...
Dylan sonrió brevemente, al tiempo en que comenzaba a mecer su cuerpo contra el de Thomas, sin medir del todo sus movimientos, tan solo deseando arrancar otro lascivo sonido de aquellos labios rojos.
—¿Le duele la cabeza? ¿Desea que le traiga una aspirina?
—N-No... Estaré bien... Mierda... —Los pardos de Thomas habían abandonado la pequeña puerta de madera, centrándose en la juguetona mirada color miel que de momento le estaba dedicando su castaño por aquel instante.
No podía. Dylan le mecía al compás que adoraba, haciendo que su cuerpo prácticamente se marcara en el cuero del sofá, al tiempo que su rojiza melena se despeinaba contra uno de los brazos de este. Su cuerpo se amoldaba, se abría, palpitaba y recibía con gusto la polla del otro.
—Voy a matarte... D...
—Shhh —Inclinándose sobre el cuerpo del más alto, Dylan simplemente se enterró hasta el fondo, dejando entonces que sus labios descansaran sobre el cuello de Thomas. Solo fue un beso pequeño, sin afán de dejar marca—. No creo que quieras que sepa que no estás solo aquí.
—¿Joven Sangster?
La voz al otro lado de la puerta volvió a sonar con preocupación. Thomas no había podido hacer más que morderse con fuerza el labio inferior poco antes de finalmente, recoger alguna vaga excusa desde el fondo de su momentáneamente inservible memoria.
—Aspirina... —Soltó Thomas al tiempo que Dylan volvía a embestirle con ímpetu, robándole el aliento, haciéndole tragar saliva y casi atragantarse con esta. Si cerraba los ojos, casi podía jurar que perdería el control y acabaría gimiendo como un poseso por más de ello—. La... La tomaré...
—En diez minutos —murmuró Dylan cerca del oído de Thomas al tiempo que enterraba los dedos en las caderas del inglés, buscando un mejor agarre, manteniendo el cuerpo de este justo donde quería.
—En diez minutos... —Repitió Thomas justo cuando acababa por llevar las manos hacia el brazo del sofá, buscando el punto de apoyo que había perdido desde hacía minutos atrás—. Diez... Diez... Más... —Perdido durante un instante, el inglés acabó por desconectarse, apretando sus largas piernas alrededor de la cintura del castaño, buscando que el espacio entre ambos cuerpos desapareciera—. Más... Fuerte...
—¿En más de diez minutos? —La chica se mantenía ahí, ajena a la pequeña burbuja que existía en el interior de aquel lugar.
Dylan solo quería reír de la situación.
—Vamos, nene... Dile que en diez minutos irás tú por ella —Dylan de nuevo había susurrado, besando una de las mejillas del británico al tiempo que se encargaba de cumplir su petición al pie de la letra, dejando que el bonito y delgado cuerpo del británico comenzara a ser un desastre de espasmos y gemidos ahogados.
—Sí... Yo iré... En diez... Di... Diez... —Thomas tragó audible al jodido instante en que su cuerpo se contrajo con fuerza, anunciando el inminente final del acto. Cerrando los ojos no pudo evitar los breves balbuceos que cesaron al segundo en que los labios de Dylan aterrizaron en su boca.
Sofocado, Thomas simplemente alcanzó el clímax, dejando que su sexo explotara en largas tiras blanquecinas que por supuesto, acabaron por arruinar el jodido vestuario del día. Pero el pensamiento siquiera llegó a su cerebro, siquiera le interesó por aquel instante, no cuando el cuerpo de Dylan continuaba impulsándose contra él, buscando el tan ansiado fin que él había alcanzado.
—Ahora nene, como has sido tan bueno, voy a recompensarte —El susurro de Dylan se dejó escuchar en el medio de la bruma que Thomas atravesaba, logrando que su cuerpo se tensara, que sus paredes le apretaran con la necesidad propia del acto.
Cuando la cálida sensación inundó el interior del inglés, el espasmo fue casi inmediato. Thomas no pudo evitar el instante en que su cuerpo casi se retorció contra el de Dylan, mientras el clímax de este continuaba derramándose en su interior, llenándolo, desbordándolo. La sensación los consumió por igual en aquel instante, frenándose solamente cuando los brazos de Dylan se enrollaron alrededor del laxo cuerpo de Thomas, volviendo a crear la sensación de estabilidad y bienestar que ambos tan urgentemente siempre necesitaban.
Thomas sabía, que, si existía un lugar seguro en el mundo por aquel instante, eran los brazos de Dylan. Esa sensación de saberse protegido, amado, y por, sobre todo, único. No existía nadie más además de él que pudiese provocar aquello en su persona.
¿Acaso siempre sería así? ¿Acaso siempre sería aquella sensación asfixiante que le hacía delirar y querer gritar al mismo tiempo? La intensidad nunca mermaba, el sentimiento siempre bullía desde el fondo de su ser, quemándolo con la necesidad del más breve roce de pieles. La necesidad de un beso, un abrazo, una mirada.
Estaba totalmente perdido si continuaba amando a Dylan de aquella manera. Y probablemente, le daba completamente igual.
—Tienes cinco minutos para arreglarte, Tommy. No olvides tomar esa aspirina.
Cierto. El rodaje.
[...]
Apoyando la frente contra la ventanilla, Thomas dejó ir un suspiro contra el cristal. Dylan, a su lado, conducía con lentitud, propia de los cierres próximos que se harían en las calles de la ciudad.
De momento, estaba quedándose en casa de sus padres, y aunque había informado que llevaría compañía, no estaba del todo cómodo teniendo que soportar la idea de Dylan siendo cuestionado por su madre.
No era como si Tasha no lo supiera, pero naturalmente, la mujer no estaba del todo de acuerdo. Por supuesto, no conocía nadie en su sano juicio que realmente aceptase de buenas a primeras todo aquel maldito circo que tenía a su alrededor.
—Podemos ir a un hotel. No es necesario ahorrarnos unos dólares esta noche, T-rex.
La conexión entre ambos volvía a salir a relucir, logrando que Thomas soltara una breve risa que finalizó cuando el auto se estacionó justo frente a la casa de sus padres.
—Ava hizo un pastel. ¿Por qué no deberías bajar a comerlo? —Arqueando una ceja, Thomas continuó—. Algo sano, ya sabes. De tus cosas favoritas —el inglés había ampliado la sonrisa en sus labios poco antes de dejar un beso en la boca del otro, acto seguido, simplemente se había deslizado fuera del auto, acomodando su cabello y ropa, de manera que se viese medianamente decente.
Tras unos segundos, Dylan finalmente había secundado al británico, acompañándole a subir el pequeño trecho de escaleras que estaban en la entrada del lugar. Sacando las llaves de la chaqueta de cuero, Thomas finalmente abrió la puerta encontrándose con un silencio sepulcral, no pudiendo evitar arrugar el entrecejo mientras caminaba hacia el interior.
Pero no había señal alguna de su madre, de Ava, o de su padre. Todo estaba perfectamente ordenado, incluso un poco más de la cuenta. Thomas no pudo evitar el dirigirse hasta la cocina, esperando encontrar alguna señal de su hermana, pero una vez más, el lugar se halló vacío, salvo por una pequeña nota de papel que descansaba sobre la enorme mesa del comedor.
Fue Dylan el que le apresuró en pasos, terminando por coger la nota al tiempo que se llevaba una galleta a la boca. ¿De dónde la había sacado?
—Salimos. Te dejamos el pastel en la nevera. Estaremos en casa de unos amigos. Procura no desordenar demasiado. Ava —Dylan casi se atragantó, terminando por pasar el bocado en menos de un instante para poder tirar una risa cómplice al aire—. Me agrada. ¿Dónde está el pastel?
Thomas no pudo hacer más que rodar los ojos poco antes de caminar hasta donde Dylan, quitándole la nota de las manos al tiempo que caminaba hasta el frigorífico: ahí, al fondo de la primera parilla, se encontraba el pastel de zanahorias que Ava había preparado para la ocasión. El británico no demoró más de un instante en sacar el postre, dejándolo sobre la barra desayunadora para después, finalmente concentrarse en sacar los platos.
—Hay también unas cervezas, tus favoritas.
Tras sacar un par de botellas, Thomas no pudo evitar notar la sonrisa que se había instalado en los labios de Dylan. Por supuesto, se había encargado de comprar un par de estas unos días atrás, cuando se había enterado que el castaño le visitaría.
—Entonces, somos tú, yo, el pastel y un par de cervezas en casa de tus padres. Me recuerda aquellos días en que promocionábamos Maze Runner.
Por supuesto, para ese entonces, Jack necesitaba la casa, y Thomas se había ofrecido a pasar un día o dos en casa de sus padres. Claro, con Dylan. Era entonces cuando apenas todo comenzaba a tomar forma, cuando no podía estar sin prácticamente tener al castaño encima o debajo de él.
Dios. Seguramente sus padres aun recordaban ello, y quizá esa era la poderosa razón por la que, en ese momento, su hogar se hallaba vacío.
Sin poder evitarlo, el inglés había terminado por rodar los ojos poco antes de comenzar a buscar en las alacenas los demás utensilios.
Probablemente no había pasado más de unos minutos antes de que se escuchase el timbre de la puerta. Thomas le había dedicado una breve mirada a Dylan, preguntándose internamente si realmente les habían dejado solos, o si solo habían olvidado algo.
Dejando de lado lo que estaba haciendo, el inglés no demoró en ir hasta la entrada principal. Apenas había corrido el cerrojo cuando la puerta se abrió de par en par, develando la figura de una rubia de labios rojos, bastante alegre, activa y que acabó por tirarse en los brazos del inglés.
—¿Qué...? —¿Qué se suponía que hacía ahí? Habían acordado que los días que Dylan estuviese en Londres, no se dejarían ver en público y que, Gzi, utilizaría las fotos que habían sacado días previos para poder continuar con el teatro que ambos llevaban.
—Necesitaba salir, Gus necesitaba salir. ¿Están todos en casa? Muero por comer uno de los postres de tu hermana. Estaría aquí por unos días, ¿no es así? —Quitándose el abrigo de piel, la rubia había avanzado unos pasos poco antes de detenerse abruptamente ante la figura que le observaba desde el marco de la entrada de la cocina.
Thomas no pudo evitar el segundo de mortificación que le invadió por aquel instante, terminando por apartarse de la rubia para poder ir hasta donde se hallaba Dylan. Pero de nuevo, la voz de la chica se dejó escuchar por el lugar.
—Es extraño. Dylan está aquí. Todos los saben. Tú vives aquí. ¿No crees que sería extraño que continuásemos evitándonos como aquella vez que visitamos los Ángeles? Es imposible que continúes viendo a todos los demás, Dyl, a todos menos a Thomas. ¿No es así?
El castaño no había podido evitar apretar los dientes justo cuando aquella mujer le llamó de esa manera. Sabía perfectamente como jugar sus cartas, como picar los límites de su paciencia con tan solo un par de palabras. No podía decir que la detestaba, pues, de alguna manera u otra, ella estaba ahí por un motivo que los tres compartían.
Pero todo aquel hilo de pensamientos desapareció al segundo exacto en que notó como un bonito perrito se escabullía entre sus pies, moviendo su colita mientras le olfateaba. Dylan no pudo evitar el colocarse de cuclillas para tomar al pequeño can entre sus manos, disfrutando cuando este le dio un par de lengüetazos en la mejilla.
—Bien, al parecer le agradas —Gzi había sonreído altiva justo cuando pasó de largo al par, cogiendo una cerveza que estaban en la barra, antes de salir por la puerta de cristal que daba hacia el patio.
La tarde comenzaba a caer. Las casi eternas nubes que adornaban el cielo londinense continuaban ahí, ocultando los últimos rayos de la tarde.
Thomas no había demorado en seguir a Gzi, dispuesto a pedirle de la manera más cortes que se marchara de su hogar. Pero apenas había puesto un pie en el patio trasero, cuando pudo notar que la chica se hallaba sentada, bebiendo.
—Deberíamos volver a tomarnos una foto juntos, Tommy.
—No sé si comienzas a dejar de ver la línea entre lo real y lo ficticio, cariño. Se supone que teníamos un acuerdo durante este mes. Necesito trabajar y mantener este asunto lo más aislado posible. ¿No tendrías una sesión en estos días?
—La agencia canceló. Al parecer aun no soy lo suficientemente influyente, o no lo que están buscando —tras darle un trago a su bebida, la rubia centró su atención en el par que yacía a los lejos—. Al menos tu novio parece bastante feliz con Gus. ¿No puedes darme crédito por algo?
—Creo que no me estás entendiendo. Mira yo...
Pero Thomas no había terminado de hablar, no cuando la chica se había puesto de pie mientras sacaba su teléfono móvil, capturando la escena única que Dylan estaba protagonizando con el can por aquel instante.
—¿Lo ves? Está sonriendo. Dame puntos por eso. Tengo sed. ¿Tienes más cervezas? —Sin dar tiempo a respuestas, la rubia se había dado la media vuelta, regresando hasta el interior del lugar.
Un instante después, la música se había dejado escuchar. Thomas no había podido evitar el suspiro de hartazgo que escapó de sus labios por aquel instante. Llevándose la diestra hasta frente, el inglés se dio un suave masaje, deteniéndose al instante en que un par de brazos de anclaron con suavidad en su cintura.
—No la culpo por querer creer que lo de ustedes es real. Es decir, mírate, nene. Eres perfecto. ¿Quién no querría ser pareja de un caballero inglés como tú? —Dejando un suave beso en el cuello del inglés, Dylan simplemente le había apretado contra su cuerpo, tratando de mermar toda la tensión que este acumulaba por ese instante—. Tomemos un par de tragos con ella, vayamos a tu habitación y pongamos todos los cerrojos. ¿Quieres darle un concierto personalizado?
Thomas no había podido evitar sonreír, al tiempo que se separaba de Dylan e iba directamente hasta el interior de su hogar. Apenas había puesto un pie en la cocina, cuando pudo notar que la rubia ya había colocado un par de vasos plásticos sobre la mesa, sonriéndoles a ambos mientras movía ambas cejas con insinuación.
—Juguemos algo divertido.
Si algo no podía negar, era lo mucho que a Dylan le gustaba el beer pong, y lo endemoniadamente bueno que era en ello. Quizá la rubia había investigado antes de ir ahí, quizá Thomas debió imaginar que las razones de Gzi iban mucho más allá de lo que él mismo podía contemplar. Quizá, pero cuando la chica acabó dormida en el sofá de la sala principal, y él, encerrado en su habitación con Dylan, probablemente, todo aquello careció de importancia.
Solo la mañana revelaría la verdad, una de la que Thomas, no estaría enterado, probablemente no en esa semana, quizá no ese mes. Después de todo, siempre era un dar por recibir. Ella hacía su parte. Era parte del trato. ¿No era así?
Notas finales: porque me lo pidieron, porque debía hacer algo con esa foto para darle una explicación. Juaz juaz.
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