Godless [ ☆ Dylmas AU ☆ ]
Es la tierra de la espada y el rifle. Es un país sin Dios.
—Frank Griffin.
Que temible es amar lo que la muerte puede tocar. Amar, ilusionarse, soñar, ser, perder. Porque tu vida ha vivido en mí. Recordar esto trae dolorosa alegría. Es una cosa humana amar lo que la muerte ha tocado.
☆
El frío recorría su cuerpo. Su ser entero no paraba de tiritar contra la madera que yacía debajo de él. Podía escuchar los disparos a unos cuantos metros de distancia. Ellos habían llegado a La Belle, y ellas estaban respondiendo.
Probablemente de haber salido unos minutos antes de la comisaría, su destino hubiese sido otro. Se sentía tonto, de alguna manera: inútil. Debió protegerlas, debió luchar con ellas, debió lograr más, debió matar a Frank Griffin.
Pero ahora, el dulce beso de la muerte le había sido otorgado minutos atrás y los parpados le pesaban. No podía abrir los ojos, no podía moverse. Recordaba claramente el metal de la navaja sobre su pecho, el dolor, frío y nada. Seguía vivo, pero a ese punto ya no sabía por cuanto más.
Probablemente ese fue el detonante que disparó el cansancio en su cabeza: necesitaba dormir. Solo un poco, un poco nada más.
Y entonces por primera vez en mucho tiempo, soñó.
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Dylan Ward. El sheriff le había dado ese nombre al hombre que yacía detrás de las rejas frente a él. Un castaño sucio, de ojos color miel y sin una sola palabra para soltar. Se le había acusado de crímenes menores y con la sentencia de permanecer en prisión, hasta que el sheriff regresara de su encomienda personal.
El pobre chico no pasaba de los veinticinco y más de la mitad de las viudas del pueblo ya le había hecho una visita por aquel día. ¿Cuál era la ventaja para el ayudante del sheriff? Que podía comer un poco de los postres que las mujeres llevaban para aquel hombre.
Y si justo eso estaba haciendo por aquel momento. Un pequeño panqueque estaba siendo devorado ávidamente, al tiempo que sus avellanas volvían a repasar la figura del hombre que estaba sentado en la sucia banca de la prisión. Las viudas habían abandonado la comisaría apenas unos minutos atrás, y habían dejado más de diez canastas para escoger. Había mermelada fresca, leche y un par de quesos que nunca había probado en su vida: era el paraíso.
El chico de ojos color miel, comía una de las rebanadas de pan untadas con mermelada, mientras mantenía su vista fija en él, como si esperara que soltase algo en el medio de su glotonería momentánea.
—Tom Winn —. Soltó nada más terminó el bocado que tenía por aquel segundo, dejando que sus ojos vagaran en la figura del castaño —. Si te lo preguntas, soy un excelente tirador. Así que, no intentes nada, larcho.
No era una advertencia, sabía que el sujeto no se movería de ahí, estaba tan apacible, tan en silencio, que realmente se preguntaba si Bill tenía un buen motivo para mantenerlo ahí, bajo su custodia.
—No, realmente me preguntaba dónde puede caber tanta comida en un cuerpo como el tuyo —con media sonrisa en los labios, el chico que hasta ese momento había creído mudo, finalmente había soltado una broma. Una broma.
Thomas sonrió. Sus padres habían muerto y hasta donde recordaba, la comida de Mary Agnes no era tan buena como la de las demás. Ella se esforzaba por mantenerlo vivo, alimentado, con bien, pero sinceramente, su estofado era una cosa demasiado horrenda.
—Soy la ley mientras el sheriff no está. ¿Ves esto? —soltó nada más al mover ligeramente uno de sus hombros, haciendo notar la pequeña placa que portaba sobre la tela de la sucia camisa —, me da la autoridad para soltarte o para dejarte ahí. Tú eliges.
De nuevo una sonrisa volvió a pintarse en las comisuras del castaño. Durante un segundo, Thomas se halló preguntándose cómo era que un ladrón tan vulgar, poseyera un porte como aquel. Los lunares adornaban su rostro, la larga melena castaña estaba sucia, apelmazada, y pese a todo eso, el chico se miraba bien. Probablemente los ladrones de aquellos tiempos habían evolucionado y se cuidaban un poco más de la cuenta. Mejor para él. No tenía que aguantar a un tipo sin chiste con media dentadura chueca, sino a un muchacho bastante bonito que no paraba de mirarle por aquel instante.
—No planeo salir. Estoy perfectamente bien aquí. Me gusta la vista —. Aquello simplemente logró que el rubio dejara de untarle mantequilla al pan que tenía en la mano, bajando la mirada y meditando las palabras que atravesaron su mente por aquel instante.
—Claro, a quien no le gustaría vivir viendo cerros de buena comida —. Esta vez rodó los ojos y se permitió seguir con su labor, ignorando aquel insistente cosquilleo que se instalaba en su nuca, producto de la mirada color miel que no se lograba apartar de él.
A ese punto, comenzaba a pensar si realmente valía la pena vigilar al estúpido ladrón las veinticuatro siete.
—No, no es la comida, y lo sabes bien.
—Tu actuación no te va a salvar. No te voy a sacar de ahí. Deja de decir cosas extrañas, Ward —. Ignoró aquel pequeño flaqueo en sus movimientos, si bien era incómodo, era la primera vez que alguien le estaba coqueteando de manera abierta.
Las cosas no habían salido del todo bien con Louise. La chica de Blackdom que le había prendado y por la cual, se había atrevido a usar el violín de su difunto padre. Era bonita, una chica de tez oscura que poseía un talento sin igual. La quería, le gustaba, pero su padre no aprobaba su relación. Fuera de ella, las mujeres de La Belle vivían anhelando a un hombre, no a un chico de veintiséis que no aparentaba siquiera su edad.
Si, probablemente por eso y mucho más, era que se sentía ligeramente nervioso.
Soltó un enorme suspiro cuando dejó sus cavilaciones de lado, terminando por llevarse el panecillo a la boca. La explosión de sabor le hizo sonreír ampliamente, terminando arrancar un pequeño sonido de satisfacción por ello.
Probablemente comer era lo único que le hacía mantener la atención lejos de aquel castaño, ese que no dejaba de mirarle ni por un segundo.
✩。:*•.
El alcohol le quemaba la garganta. Olvidaba cuantas botellas ya se había bebido esa noche, pero no le importaba. Louise le había mandado al demonio, diciéndole que le dejara en paz ¿El motivo? No, no había un motivo lógico, no quería tragarse la cruel mentira que la chica le había tirado en la cara. Era estúpido. Seguramente todo era mera culpa de su padre. Era él quien no les quería juntos ¿Qué no? Bueno, daba igual. Le iba a regalar lo que la chica tanto le solicitó esa noche: se alejaría para siempre.
El piso bajo sus pies temblaba, o quizá, era su cabeza la que no dejaba de dar vueltas. Había abandonado la cantina apenas unos minutos atrás, y estaba seguro que ese camino le llevaría de regreso a la comisaria, o bueno, algo así. Tenía un deber que cumplir, y ya llevaba bastantes horas fuera. Probablemente Mary Agnes le reprendería por haber abandonado a su preso de honor, pero ella no tenía por qué enterarse de las cosas ¿Cierto?
Además, él quería ver a Louise, quería ver a la que había sido su chica. Su chica. Las dos palabras le supieron tan amargas como el alcohol que se deslizaba por su garganta.
Sus pasos se detuvieron al segundo exacto que sus botas dieron de lleno contra las escaleras de madera, fue un mal movimiento, una cosa de nada, porque en menos de un minuto, Thomas ya se hallaba besando las duelas de la entrada del edificio. Un quejido brotó de sus labios al segundo que la explosión de dolor se presentó en su nariz. El líquido carmín no demoró nada en hacer acto de presencia mientras el pequeño sheriff, giraba sobre uno de sus costados para poder quedar bocarriba sobre la polvorienta madera.
La botella ¿Dónde había quedado la botella? Ladeó ligeramente el rostro y fue capaz de divisar el cristal a escasa distancia de donde se hallaba; la mala noticia era que más de la mitad había quedado como adorno en la entrada de la comisaría. Soltó un bufido de frustración al tiempo que buscaba las fuerzas para lograr ponerse de pie. Fue un movimiento torpe, estuvo a punto de volver a visitar el piso, probablemente de no aferrarse contra uno de los postes de madera de la entrada, habría terminado por segunda ocasión de adorno en la duela.
Cuando el mundo dejó de girar a tan apresurada manera, Thomas finalmente pudo moverse. Dio unos cuantos pasos sobre el lugar, terminando por inclinarse de manera torpe para ser capaz de recoger la botella medio vacía.
De un simple movimiento, acabó por empinarse el resto del líquido derramando más en la sucia camisa que en su garganta. El sabor amargo volvió a bailar en sus papilas al tiempo que carraspeaba y trataba de retener el líquido dentro de su boca. Sabía horrible, la mezcla más fuerte del viejo cantinero era una cosa terrible ¿Cómo era que los demás la soportaban? La tos no demoró en llegar. Las arcadas acompañaron al espasmódico movimiento de su pecho, al tiempo que sus pasos le dirigían de manera torpe hacia el interior de la comisaría.
Las velas estaban apagadas, las lámparas de aceite descansaban complemente mermadas sobre una de las pequeñas mesas de madera del lugar. Y el castaño de ojos bonitos, solo le observaba detrás de los barrotes en completo silencio, como si estuviese disfrutando de la miseria de hombre que era por aquel instante.
—No creo que eso te haga muy bien —el silencio se rompió cuando la voz de Dylan así lo dictó. Los ojos de Thomas se separaron de la botella, al tiempo que caminaba de manera torpe hacia una de las sillas de madera, dejando caer su cuerpo sobre esta.
—¿Y a quién si? Cállate, no tengo humor para escucharte —. No sonaba molesto. El tono que había brotado de los labios del rubio era de duda, confusión. En su vida había experimentado una cosa tan miertera como el amor y de verdad, que si alguien le hubiese dicho que se sentía de esa manera, probablemente se hubiese abstenido de probarlo.
—Me parece que si estás aquí, no te quedan muchas opciones —. El menor alzó los hombros, como si aquella broma pudiese romper la mirada de muerte que le tiraba el rubio por aquel instante.
—Estoy aquí, porque tengo qué. No te sientas importante, eres un simple preso y nada más. Ahora ¿Te quieres callar? —hizo una pausa mientras echaba la cabeza hacia atrás, llevándose una de las manos hacia la sien, un vago intento de calmar el mareo que ya le acosaba por aquel instante.
—En realidad me gustaría saber la razón por la que el único sujeto de la ley del lugar, se ha puesto como una cuba, descuidando las labores que se supone, tiene en ausencia del sheriff —el tono del castaño no era acusador, en realidad, la duda bailaba en el medio de sus palabras, quizá hasta había una pizca de preocupación.
—No hables. Me irrita tu voz. Ahora cállate, Dyl, en serio, o voy a dispararte y me valdrá una plopus lo que Bill diga cuando regrese —. Apartando la diestra se su sien, el rubio finalmente se permitió mirar al chico dentro de la celda: estaba de pie, en el medio de la oscuridad, con ambas manos aferradas a los sucios barrotes de la misma.
Dylan solo sonrió. Era como si estuviese jugando con su paciencia, o quizá, solo se estaba burlando de él. Había sido un ladrón completamente ejemplar, probablemente, el único sujeto que le había tocado custodiar y que no se la había pasado tratando de ganar su libertad, era como si realmente disfrutase estar ahí, detrás de esos mierteros barrotes.
—No, no vas a dispararme.
—¿Si? ¿Por qué estás tan seguro? —con fingido hastío en la mirada, Thomas finalmente había terminado por erguirse sobre la silla, permitiendo que sus ojos pardos se enfocaran torpemente en los mieles del chico.
—Porque te agrada mi compañía y lo sabes bien.
Basta. Aquel terminó por ser el detonante en la mente del rubio. Con un torpe movimiento, acabó por ponerse de pie, sacando las llaves que se guardaba en el cintillo al tiempo que caminaba a duras penas, hasta donde se hallaba el menor. Sus ojos volvieron a escrutarle en silencio, mientras su labio inferior temblaba de enojo, ira, confusión. Era una mezcla indescriptible que no se atrevía a nombrar por aquel instante.
—Dije que guardaras silencio, ¿Estás sordo o qué? —manteniendo aquel cruce de miradas, el pequeño ayudante del sheriff se había permitido abrir de manera torpe la celda, como si realmente, estuviese dispuesto a dispararle al chico y acabar con toda esa garlopada de una sola vez.
—¿Vas a matarme, Tommy? —el tono de broma continuaba bailando en el medio de las palabras del chico, al tiempo que la paciencia del rubio se consumaba en el medio de una pira de decepción y alcohol.
Fue una cosa de segundos. Tan rápido como la puerta de metal había crujido para abrirse, Thomas había terminado por coger la pistola que guardaba en el cintillo, apuntando con la misma el mentón del chico que se hallaba dentro de la celda. Dylan siquiera se había movido, ni aun cuando había tenido la oportunidad de derribar a su alcoholizado guardia y salir huyendo del lugar. El castaño simplemente se había limitado a recorrerse sobre el reducido espacio, terminando por quedar acorralado contra una de las paredes de madera mientras la fría boca del arma se hacía un espacio en su barbilla sin afeitar.
—¿Vas a matarme, Tommy? —de nuevo la pregunta brotó de los labios del castaño, como si estuviese incentivando la mecha que ya ardía de manera automática en el interior del rubio. No era como si se fuese a dejar matar, no era como si realmente el rubio pudiese lograr esa hazaña con él, pero le parecía una buena manera de mermar la distancia que el chico había establecido entre ellos.
—Vete al demonio, Dylan —. Con un suspiro totalmente frustrado, el rubio había terminado por bajar el arma. Estaba actuando demasiado visceral, él no era así. Podía ser el chiquillo estúpido del pueblo, pero nunca actuaba sin pensar las cosas, al menos no de esa manera. Si Bill le había encomendado cuidar a ese detestable castaño, así lo haría.
Recogiendo los últimos pedazos de raciocinio, el rubio habría terminado por apartarse del menor al tiempo que giraba sobre sus talones, dispuesto a abandonar el reducido lugar. Solo necesitaba ir y tumbarse en una de las bancas de madera de la comisaría, o probablemente, optara por dormir afuera y dejar que el frío de la noche le bajara la maldita borrachera que se cargaba por aquel instante. Curioso, era la primera vez que bebía tanto. Siempre había conocido sus límites, siempre había actuado dentro del marco moral, siempre había dicho lo que los demás habían esperado de él. Y la primera vez que realmente había deseado hacer algo por su cuenta, había terminado con mierda embarrada en el rostro y con una chica gritándole que le tenía lastima.
Estaba solo. No tenía familia, primos, hermanos. Sus padres habían sido todo. Pero tras aquel fatídico día en la mina, había perdido hasta el último gramo de esperanza que fue capaz de albergar en su vida.
Cuando esos ochenta tres hombres acabaron muertos en menos de cinco minutos, la historia del pueblo de La Belle cambió de manera radical. Y para él, había sido igual.
Apretó los labios en una fina línea, maldiciéndose para sus adentros por estar pensando en aquellas cosas que ya no tenían ni el más mínimo sentido por aquel instante. Fueron unos cuantos segundos de vacilación, una cosa de nada. Probablemente había sido aquel único lapso de tiempo en que el menor había terminado por sujetarle de los hombros, dejándole contra la pared de madera en menos de lo que fue capaz de concebir.
Los ojos de Thomas se abrieron por aquel instante, permitiendo que pese a la oscuridad, fuese capaz de clavar su mirada en el bonito par de ojos felinos que le observaban fijamente.
—¿Qué demon...? —la frase quedó al aire, incompleta. Los labios del castaño habían terminado por cortarle toda la línea de pensamientos, dejándole completamente desarmado en menos de un instante.
Su cuerpo demoró en reaccionar, su mente se había terminado por perder en el medio de la suavidad del contacto, permitiéndole disfrutar del extraño cosquilleo que se instaló en la base de su abdomen. No eran como los labios de Louise, los labios de Dylan eran muchísimo más toscos, pero más hábiles: se movían con maestría sobre su boca, pero cuando la lengua de este luchó por entrar en su cavidad bucal, finalmente su cuerpo se permitió reaccionar. Las manos que habían descansado en sus costados, habían terminado por posicionarse sobre el pecho del chico, empujándole con fuerza tal, que el castaño terminó por trastabillar un par de pasos por el movimiento.
Thomas le observó con las cejas casi juntas, dispuesto a sacar de nuevo el arma de la funda para dispararle al chico que yacía frente a él: pero no completó su labor. Dylan estaba muchísimo más lúcido que él y aquello le había quedado completamente claro cuando este volvió a sujetarle de los hombros, esta vez, partiéndole la espalda contra los barrotes de metal.
La boca de Dylan volvió a instalarse sobre sus labios, al tiempo que las manos de este se encargaban de cogerle de las muñecas, elevando los delgados brazos del rubio, por sobre la mata de cabellos dorados del mismo.
Esta vez el beso no fue suave, esta vez los labios del castaño mordieron los suyos, buscando marcarlo desde todas las perspectivas posibles. Sus parpados cayeron casi por instinto, al tiempo que su boca finalmente se abría con lentitud, permitiendo que la lengua del chico se colara dentro de ésta. Fue un choque de dientes, una danza de aquel par de suaves músculos y un interminable intercambio de salivas. Fue el sonido de sus respiraciones agitadas, los gemidos reprimidos y la lenta tortura de la excitación apoderándose de sus entrañas.
El menor solo se alejó cuando el aire terminó por hacerle falta, dejando que su rostro descansara a unos cuantos centímetros de distancia del de Thomas. El color carmín ya había tintado la blanca piel del rubio , el tono era visible pese a la pequeña capa de suciedad que cubría sus mejillas: era la primera vez que alguien le besaba así, de verdad.
Jadeó de manera audible en un intento por recuperar el aliento, terminando por bajar la mirada mientras las fuerzas amenazaban por abandonarle por aquel instante. Las piernas le temblaban y claramente podía sentir la incomodidad hinchándose en el medio de sus ajustados vaqueros: estaba sobre estimulado.
—Quien sea que haya sido, no vale la pena —la voz de Dylan brotó en un suave susurro, logrando que los ojos del mayor acabaran por posarse en él. Por primera vez en su vida se sintió completamente expuesto, como si hubiese soltado la verdad que le aquejaba sin siquiera darse cuenta ¿Cómo había sido aquello posible?
Dentro de su pecho, el corazón le latía de manera alocada. Era como si su órgano vital hubiese iniciado una carrera contra sus pulmones, para ver cuál le hacía perder la razón primero. Volvió a jadear para llevar aire a sus pulmones, mientras las manos de Dylan se trasladaban hasta sus caderas y le moldeaban al antojo de este. No supo el segundo exacto en que sus botas abandonaron el suelo, ni como sus piernas acabaron enredadas en la cintura del chico. Todo transcurría en el medio de un remolino de emociones, era como si su cerebro le estuviese jugando una broma, haciéndole actuar exactamente como no debería hacerlo.
Un suave mareo hizo escala en su cabeza al mismo tiempo que su boca volvía a fundirse con la del chico de castaños cabellos. De nuevo el cosquilleo volvió a visitar su abdomen bajo, al tiempo que sus manos se trasladaban hacia la amplia espalda del chico, aferrándose a las escápulas de este.
El alcohol le nublaba el juicio, era eso, tenía que ser eso. ¿Qué otra explicación podía existir? Estaba besándose con un vulgar ladrón, dentro de una maldita celda que nunca debió abrir. Un suspiro, un jadeo, locura total.
Era gasolina ardiendo al contacto del fuego, quemando toda razón que existiese en su sistema. Era deseo ardiente emergiendo desde su interior, era el dulce pecado presentándose bajo la piel de un hermoso castaño cubierto de cientos de lunares.
Se separó de aquellos labios cuando el aire volvió a hacerle falta, obligándose a echar la cabeza hacia atrás en un vago intento de recuperar la cordura. Su pecho subía y bajaba rápidamente, sus pulmones luchaban por acarrear oxígeno vital. Sus caderas se mecían con suavidad al ritmo que la pelvis del otro marcaba, sus uñas se encajaban en la desgastada camisa tejana que portaba el chico mientras este se dedicaba a depositar suaves besos en la piel de su cuello. En resumen: era un desastre.
No había una frase con mediana congruencia que pudiera soltar por aquel instante y en realidad, no era como si quisiera decir algo. Era como si solo quisiera dejarse envolver en esos brazos, permitirse conocer la verdad que encerraba la extraña sensación que lentamente subía por sus entrañas, haciéndole dudar hasta del suelo que pisaba.
Cerró los ojos y permitió que las estrellas se hicieran presentes debajo de sus parpados. Los dientes del menor ya se hallaban mordiendo la piel de uno de sus hombros, logrando que un ligero escozor hiciera escala en su piel, antes de sentir el alivio que la húmeda lengua del chico le proporcionaba.
Un suspiro brotó de sus labios al tiempo que el último gramo de razón abandonaba su mente. Era la primera vez que aquel mundo de sensaciones era visible para él. Todo su cuerpo vibraba con ansiedad, mientras sus dedos continuaban haciendo figuras inexactas sobre la piel aún cubierta del otro.
Las manos de Dylan se mantenían ocupadas en sus caderas, amasando la piel aún presa bajo la gruesa tela de sus vaqueros. Un poco más de eso y Thomas estaba seguro que explotaría. No entendía como su piel se encendía ante el toque de aquel chico. ¿Acaso le atraían los hombres? Probablemente. Aquel era un maldito pueblo lleno de viudas y ni una sola mujer joven. Más de lo mismo en cada esquina donde miraba. Monótono, gris, aburrido, y ese chico, ese chico era una explosión de colores, un verdadero paraíso encerrado detrás de un par de ojos color miel.
Jadeó con fuerza cuando la incomodidad en sus vaqueros había llegado hasta un límite irreconocible. El dulce sonido que brotó de los labios entreabiertos de Thomas había terminado por capturar la atención del castaño, quien sonriendo, terminó por bajar el delgado cuerpo del chico, hasta asegurarse que este volviese a poner ambos pies sobre la sucia madera del piso.
Los labios del castaño se detuvieron de la devota tarea que marcaban, dedicándose solamente a depositar dulces y espaciados contactos contra los rojos labios de los que era poseedor el ayudante del sheriff. De rápidos movimientos, comenzó a deshacerse de las prendas que ostentaba el rubio, hasta dejarle simplemente con las botas y los vaqueros.
Thomas estaba ligeramente ido, absorto en el ambiente tan lascivo que se hallaba respirando. Le gustaban esos mimos, le gustaban esos besos, y ni aun con todo ese tóxico líquido recorriendo su sistema, era capaz de negarse a tan dulce locura.
Se mordió el labio al justo segundo que fue capaz de sentir como la boca de Dylan comenzaba a marcar un camino de besos por su pecho, deteniéndose en sus costados, mimando las pequeñas cicatrices que eran visibles en su piel: cuando aprendió a usar las armas, tuvo miles de accidentes, y cada una de esas protuberancias, era una marca de sus experiencias aprendidas.
Con lentitud que llegaba incluso a resultar exasperante, el menor continuó descendiendo, permitiendo que su lengua dejara un húmedo camino que hacía compañía a las pequeñas marcas violáceas que ya también adornaban el cuerpo del rubio.
Un nuevo jadeo y Thomas ya se había terminado por llevar sus manos hasta los barrotes que yacían a sus espaldas. Necesitaba un ancla que la mantuviera en la realidad, algo que le hiciera pensar que no estaba a punto de cometer una locura con un tipo al que apenas conocía. Pero su cuerpo parecía a negarse a detener aquello. Sus piernas aún flaqueaban, titiritaban de deseo al tiempo que el castaño comenzaba a abrirle los vaqueros.
Volvió a cerrar los ojos al preciso instante que Dylan le liberó de la prisión de tela, terminando por envolver su erecto sexo con una de sus grandes manos. No fue capaz de reconocer la voz que brotó de él por aquel instante, no cuando los gemidos ya habían comenzado a inundar la habitación que les rodeaba.
Escuchaba la música que le llegaba desde la cantina, escuchaba a Charlotte cantar al compás de la pianola, mientras las demás mujeres hacían el coro de una canción que él escasamente conocía.
Arrugó el puente de la nariz y estuvo a punto de rogar a su razón hacer uso de su cuerpo, pero su deseo se suicidó hacia un acantilado al segundo exacto que la boca del castaño envolvió su encendida intimidad. Esta vez abrió los ojos y no fue capaz de evitar mirar hacia abajo, terminando por gemir de manera audible apenas pudo percibir la figura del chico atendiéndole con genuina devoción. Era el paraíso, era el cielo en la tierra. Su cuerpo explotó con miles de sensaciones, sus terminaciones nerviosas dispararon en todas direcciones, mientras la sangre continuaban tintando sus ya de por si enrojecidas mejillas.
—D... Dylan... —no más, no pudo decir más, no cuando la boca del chico le albergó por completo, haciéndole incluso notar como este detenía un par de arcadas cuando su punta le rozaba la garganta.
Estaba al borde del colapso mental y su deseo le hacía mantenerse de pie, observando, forzándose a dejarse llevar por el dulce pecado que probaba por vez primera. Más, quería mucho más. Sus caderas ya habían comenzado a impulsarse lentamente hacia adelante, buscando arremeter con cuidado aquella húmeda boca que le atendía con tanta dulzura. Podía sentir como la sangre se disparaba en su sexo, logrando que su anatomía engrosara aún más dentro de aquella cálida cavidad. La lengua del castaño revoloteaba por su piel, por su base humedecida por la saliva del chico. Podía sentir sus testículos chocando contra la mandíbula tensa del menor, logrando que su orgasmo comenzara a prepararse desde lo más recóndito de su cuerpo.
Pero la fiesta de sensaciones encontró un final abrupto cuando fue capaz de sentir como su abertura era profanada por uno de los dedos del chico. Un nuevo gemido hizo acto de presencia en su boca al tiempo que sus manos bajaban hasta los cabellos del castaño, un acto de mero reflejo.
La contrariedad de sensaciones comenzó a hacer escala en su sistema, sumergiéndole en el medio del placer y la incomodidad, porque el castaño no parecía tener planes de detenerse.
—B... Basta, no... E-Eso n-no... N... —Otro dedo más y Thomas sintió que las piernas le fallaban. Su tenso canal palpitaba contra el par de intrusos, cediendo lentamente y haciéndole precipitarse hacia la locura. El orgasmo se había esfumado, aun cuando el atisbo de placer continuaba haciéndose presente en su tenso abdomen bajo.
Iba a dispararle a Dylan, iba a matarlo. Cuando fuese capaz de deshacerse del estúpido alcohol de su sistema, iba a terminar por enterrarlo tres metros bajo tierra en el cementerio de La Belle.
Otro dedo y el mundo comenzó a dar vueltas nuevamente. Su interior se forzaba, se expandía con dificultad, logrando que el dolor se disparara lentamente en sus entrañas. Jadeó con fuerza mientras sus dedos terminaban por encajarse contra sus palmas. Sentía que en cualquier segundo iba a acabar por perder las escasas fuerzas que le quedaban y acabaría en el suelo sin remedio alguno.
—No te tenses, Thomas o lo harás más difícil —. Tardó en procesar aquello. ¿A qué se estaba refiriendo? Su mirada volvió a vagar de la mata de castaños cabellos, hacia la pared de madera del fondo de la celda.
Necesitaba respirar, su cuerpo volvía a encenderse y estaba amenazando con hacerle perder la cabeza nuevamente. Extrañamente comenzaba a sentirse bien. Demasiado bien. Volvió a suspirar cuando los tres dedos comenzaron a moverse en su interior, marcando el mismo ritmo con el que el castaño comenzaba nuevamente a devorarle con la boca. Los gemidos volvieron a hacer acto de presencia en sus labios mientras sus ojos volvían a amenazar con cerrarse.
Los dedos del chico llegaban cada vez más adentro, haciéndole temblar cada vez que se rozaban con aquel punto en su interior, logrando que su boca se deshiciera en suaves y ahogados jadeos que hacían compañía a su alocada respiración. No podía, ya no podía más: estaba a nada de derretirse y dejarse caer al vacío.
Como si el castaño hubiese leído sus pensamientos, detuvo de manera abrupta sus acciones, deslizando el sexo del chico fuera de su boca, al tiempo que hacía lo mismo con sus dedos. Thomas estuvo a punto de precipitarse hasta el piso, totalmente agotado con el torbellino de sensaciones que le envolvía y abandonaba en el medio de la cumbre, dejándole a la expectativa de un acto que no parecía tener final. Fueron las manos de Dylan las que le mantuvieron de pie, girándole con lentitud y permitiéndole quedar frente a frente contra el frío metal de los barrotes.
El contraste de la temperatura de su cuerpo contra la superficie que ahora lo sostenía, le hizo temblar; pero aquello no fue absolutamente nada en comparación al efecto que la endurecida hombría del castaño tuvo en él.
Su cuerpo se tensó de manera inmediata al tiempo que la punta del castaño comenzaba a abrirse paso por su estrecho anillo de músculos. Sus ojos se abrieron de manera abrupta y un gemido ahogado brotó de sus labios, mismo que terminó por ser detenido por una de las manos del castaño.
De un firme movimiento, el menor terminó por empalarle completamente con su gruesa anatomía, logrando que todo su cuerpo se retorciera lentamente contra los fríos barrotes frente a sí. Dolía, dolía como el demonio. Quería gritar, quería apartar al maldito idiota que se atrevía a creer que aquello se sentía bien, pero la mano sobre sus labios le impedía decir cualquier estupidez que le viniera a la cabeza, y estaba seguro que si apartaba sus manos del firme agarre de los barrotes, terminaría por deslizarse hasta el piso y en consecuencia, a la inconsciencia del acto.
—Relájate, Tommy —el dulce tono de voz que brotó de los labios del chico le pareció irreal. Sus labios dejando un húmedo camino de besos sobre su nuca, mimando la piel descubierta de sus hombros luego de ello: todo eso parecía suceder en un punto lejano que no era capaz de procesar.
Apoyó la frente contra la imperfecta superficie que le recibía, ignorando como su cuerpo comenzaba a relajarse y a disfrutar de las dulces caricias que estaba recibiendo por aquel instante. Dylan no cesaba la tanda de pequeños besos por su piel, por sus lunares, por cada centímetro que era accesible desde su posición. Sus hombros descendieron lentamente al tiempo que su interior finalmente cedía y a duras penas, se amoldaba al trozo de carne que albergaba por aquel momento.
Sus cejas, que habían permanecido juntas hasta ese instante, finalmente volvieron a su posición inicial, permitiendo que el rostro del rubio mostrara un atisbo del placer que retornaba lentamente a su cuerpo. Aquella había sido la última señal para Dylan, quien en menos de un segundo, ya había comenzado a mecer con lentitud sus caderas.
De nuevo sus labios volvieron a desear liberarse, al tiempo que los sonidos morían contra la mano de la que aún era presa por aquellos momentos. Una vez más sus entrañas volvieron a gritar por una tregua, mientras su sexo se deslizaba por entre los barrotes, lo suficientemente endurecido para hacerle saber que el resto de su cuerpo aún deseaba probar el cielo.
Apretó sus parpados con fuerza al tiempo que una de sus manos hacía escala en la muñeca diestra del castaño: un vago intento por apartarlo de sus labios. Pero contrario a lo que Thomas suponía, Dylan había terminado por ceder, liberando su boca en menos de un instante. La tanda de gemidos y maldiciones no demoró nada en deslizarse hacia el vacío de la habitación, al tiempo que su cuerpo se mecía con la parsimonia que marcaban las caderas del otro.
Lentamente, el nuevo abanico de sensaciones terminó por presentarse ante él. Eran punzadas de dolor que parecían mermarse cuando los labios del castaño se encontraban con su encendida piel. Suspiró audible al momento exacto que fue capaz de sentir los dedos del menor contra su mentón, obligándole a girar ligeramente la cabeza para sumergirse en un beso que terminó por robarle el aliento. Esta vez no hubo resistencia, esta vez permitió que sus labios se encontraran y se devoraran sin inhibición alguna. No supo en que instante su otra mano se deslizó lejos de los barrotes para instalarse en la cabellera castaña, profundizando aún más aquel contacto, como si aquello fuera posible.
Después de ese beso, todo hizo combustión. Las caderas de Dylan comenzaron a embestirle con fuerza, logrando que su cuerpo se impactara una y otra vez contra el frío metal de los barrotes. Pero no importaba, no cuando aquel pedazo de carne encendía su interior con una mezcla indescriptible de dolor y placer. Quería llorar de dolor y gritar de placer, todo por partes iguales. La pared acuosa que se había instalado en sus ojos se negaba a romperse, aun cuando el orgullo del muchacho había terminado por suicidarse desde hacía mucho tiempo atrás.
Un nuevo gemido brotó de sus labios al segundo exacto en que el castaño deslizó una de sus manos hasta uno de sus muslos, obligándole a elevar una de sus piernas que acabó presa entre la fuerza del brazo del chico y uno de los gruesos barrotes de la celda. Fue capaz de sentir como el sexo del menor le abría aún más, comenzando a convertir la incomodidad en placer total. Lo estaba partiendo en dos, y se sentía tan malditamente bien, que comenzaba a dudar de su propia cordura por aquel instante. Quería más, rogaba por más.
—¿Es ahí, Tommy? ¿Es ahí donde te gusta? —con media sonrisa en los labios, el castaño había terminado por morder suavemente uno de los lóbulos del chico, al tiempo que sus caderas redoblaban el ritmo de las embestidas. A ese punto lo único que inundaba el lugar además de los gemidos de Thomas, era el obsceno sonido de la pelvis del menor chocando contra los glúteos del rubio.
—D... D-Dylan... —su cuerpo estaba ardiendo, casi de manera literal. No entendía como aquello lo estaba haciendo enloquecer hasta un grado que no era capaz de imaginar —. Más... Dios... Más...
—¿Dios? No, no soy Dios, pero puedo darte más, bebé —. Dylan sonrió de nuevo, disfrutando de la obscena imagen que el rubio le ofrecía por aquel instante. Quizá había sido por ello que no demoró nada en salir de su cuerpo y arrastrarlo hasta la tosca mesa de madera que estaba cerca de la celda.
Toda la comida que las viudas del pueblo le habían dejado por aquella mañana, terminó desperdiciada en el piso, al tiempo que el menor acomodaba el delgado cuerpo del rubio sobre la superficie de madera.
El castaño se deshizo del calzado restante y de las ropas que habían quedado enrolladas en los tobillos de Thomas, arrojándolas hasta un punto inexacto de la habitación.
El rubio siquiera necesitó de una guía esta vez, su cuerpo simplemente respondió ante su deseo, abriendo las piernas y permitiendo que el otro se acomodara entre estas, continuando lo que habían dejado de manera inconclusa apenas unos segundos atrás.
El paraíso volvió a ser accesible al segundo exacto en que el menor terminó por penetrarlo una vez más, arrancando una nueva tanda de gemidos y súplicas que ya no era capaz de controlar. Sus manos terminaron aferradas a las escapulas de Dylan, al tiempo que este le sostenía de las caderas y aumentaba el ritmo de las estocadas que ya le propinaba por aquel instante.
Thomas gemía, se deshacía en suplicas, gritaba por más, y Dylan no podía hacer más que responder a los deseos de ese bonito muchacho.
Lentamente el orgasmo volvió a construirse en el interior del rubio, permitiéndole alcanzar la cima del acto cuando el chico entre sus piernas acabó por derramarse en su interior, logrando que una última y desconocida oleada de placer inundara sus entrañas. Cerró los ojos con fuerza al tiempo que su sexo explotaba a chorros contra su abdomen, arrancándole un último gemido de los labios.
Tras eso, no fue capaz de procesar nada más. Su mente se desconectó casi de manera inmediata, producto del alcohol, o quizá, de la abrumadora sensación que experimentó por primera vez.
✩。:*•.
Después de aquello, la relación entre ellos cambió de manera abrupta. Aunque las damas de La Belle continuaron visitando al castaño en la comisaría, el rubio había optado por trasladarlo a su casa, alegando que era muchísimo más fácil cuidar de un preso tan inofensivo como aquel, desde la comodidad de su hogar.
Probablemente en un principio mantuvo la distancia con el chico, creyendo que realmente si estaba haciendo todo aquello porque era frustrante pasar todo el día vigilando los fríos barrotes de una celda. Pero Dylan se encargaba de dejarle en claro, que él no estaba ahí para domar caballos o para ayudarle en las tareas cotidianas del pueblo. Bastaba con un descuido de su parte para tener las manos del chico sobre su cuerpo. No era que se quejara, pero realmente no estaba acostumbrado a ese trato. Ward era demasiado dulce, demasiado abierto, y él, él era el polo completamente opuesto.
Probablemente todas aquellas razones eran las que le habían hecho ignorar las señales de advertencia, y el cartel que Grigg llevó consigo cuando arribó al lugar. Aunque lo observó durante una hora completa, no encontró similitud alguna con el rostro del castaño que le aguardaba en su hogar.
Dylan Goode, el infame forajido que huía de Frank Griffin: un hombre que ya ostentaba una fama de asesino en todo el Oeste, y que se había encargado de desaparecer a un pueblo entero de la noche a la mañana.
No, cuando sus pardos se perdían en los ojos color miel de Dylan, no encontraba aquella mirada asesina con la que lo describían, no encontraba toda la maldad que acarreaba con el infierno que se suponía, traía consigo. No, Dylan era la persona más dulce que había conocido, y probablemente, la mejor coincidencia de su vida.
—Él vendrá, me buscará en La Belle, Tom —. Los ojos del menor estaban posados en el horizonte, mientras su diestra sostenía la montura del equino en negro pelaje que amaba con toda el alma.
—¿Y vas a matarle antes de que llegue? ¿Es ese tu plan? —el rubio no se creía que Dylan estuviese planeando una locura como aquella: treinta hombres contra uno solo. Era un suicidio.
—Planeo mantenerlo lo suficientemente lejos de ti y de La Belle —una mueca extraña se dibujó en los labios del castaño, mientras este bajaba la mirada negándose a perderse en el bonito par color chocolate del que era poseedor el rubio.
—Puedo ir contigo, sabes que...
—¿Y dejar solas a las damas de La Belle? No, Tommy, ni lo sueñes. Aunque esos cerdos hayan comprado la mina, ellas todavía necesitan de ti. Bill te dejó a cargo, bien, probablemente se enoje cuando se entere que me dejaste ir, pero tío, no voy a llevarte conmigo. No está a discusión —con un tono firme en la voz, el castaño finalmente se había permitido alzar la mirada, perdiéndose durante un segundo en los ojos suplicantes que el rubio le dedicaba por aquel instante.
—Eres un idiota, la estás larchando de verdad ¿Lo sabes, no? —Thomas entrecerró los ojos y soltó un suspiro, sabiendo de antemano que toda la plática era completamente inútil: Dylan no iba a quedarse ni mucho menos le llevaría con él.
—Sí, lo sé, soy un idiota —con media sonrisa en los labios, el menor había terminado de acomodar la montura del caballo, dándose la media vuelta para poder ser capaz de encarar al rubio por aquel instante—. Pero probablemente el idiota con más suerte de todo el Oeste —mantuvo la sonrisa en sus labios mientras caminaba hacia el rubio muchacho, deteniéndose solamente cuando la distancia entre ambos fue mínima.
—No me hagas decir una estupidez, Goode... —Thomas quiso sostenerle la mirada, de verdad que sí, pero por aquel segundo su corazón estaba estrujándosele en el pecho, amenazando con dejarle sin aliento en cualquier instante.
—No, planeo que guardes esa estupidez para la próxima vez que nos veamos, Tommy.
El rubio quiso contestar, quiso tirarle todo el enojo que burbujeaba en su pecho, quiso reclamarle por la decisión tan absurda que el menor estaba tomando; pero se detuvo al instante en que los labios de Dylan se sellaron sobre los suyos, haciéndole grabarse a fuego la sensación que esa simple acción despertaba en él.
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El dolor volvió a inundarle de manera inclemente. Se removió contra la incómoda superficie de madera al tiempo que los sonidos volvían a llegar a él: sollozos, llanto, las mujeres de La Belle se lamentaban en las calles. ¿Habían ganado? ¿Frank había sido abatido? Quiso moverse, quiso ponerse de pie, pero no tenía fuerza, siquiera entendía como era que a ese punto aún continuaba con vida. Su cuerpo estaba rígido, el frío aún seguía ahí, devorándole las entrañas. Los sueños se habían marchado y con ello, la paz de la inconsciencia.
Quería dejarse ir, quería permitir que aquello acabara: estaba bien, si ellas continuaban con vida, todo estaba bien. Lento, muy lento, de nuevo el cansancio comenzó a arribar a su cuerpo, tomándole de la mano, guiándole hasta donde suponía, pertenecía.
—Vas a estar bien, Tommy.
Reconoció esa voz. Aquello fue suficiente para que frenara el vacío que ya había comenzado a inundar su mente. ¿Dylan? ¿Ese era Dylan? ¿Había vuelto? ¿Estaba con vida? Quiso abrir los ojos, quiso decirle que estaba ahí, que aún estaba para él, pero de sus labios tan solo brotó un sonido que no fue siquiera capaz de procesar.
—Calma, Tommy, todo acabó. Vas a estar bien, te lo prometo.
La tranquilidad inundó su cuerpo en el preciso instante que los brazos de Dylan le envolvieron. No necesitaba más por aquel instante: estaba completo, estaba con él.
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Notas finales: Acabo de terminar de ver Godless. A decir verdad, demoré una eternidad porque no quería ver de nuevo la muerte de Thomas a base de un maldito cuchillo. Vale kk la vida. En fin, tenía ganas de hacer un AU con la idea de la serie. Me quedó bastante chafa y acabé escribiendo lemon, como siempre.
Aquí dejo final abierto. Thomas pudo morir o no, eso se los regalo a su criterio.
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