El Mercado de las Flores [ ☆ Newtmas AU ☆ Parte 1 ]
Existen más de diez mil tipos de flores, desde los girasoles, las rosas, las hortensias, los tulipanes, las dalias, las lilas, los lirios... Algunas más exóticas, algunas más difíciles de conseguir que otras.
Por eso en este mercado solo se comercializan diez tipos de flores, las más accesibles son las rosas, ocupan el lugar número diez de la lista y puedes encontrarlas de todos tamaños y colores en cada uno de las exhibiciones del lugar. Existen variadas flores que se ubican entre el final y el punto medio, ese que les pertenece a los claveles. Los claveles son menos comunes, muchísimo más difíciles de conseguir, debes tener una buena posición y cargar un dineral contigo para poder siquiera, ser capaz de conseguir un acceso a la presentación de estos.
En el puesto número uno, tenemos a la Juliet Rose, famosa por la obra creada en su nombre. Y no, no estamos hablando de una rosa normal, no por ello se encuentra de un extremo y del otro del listado. La Juliet Rose jamás ha sido vista en el mercado. Es imposible de conseguir, es única, es bella, su aroma es fresco, dinámico, su forma es precisa, grácil. Es otras palabras: inalcanzable.
Esto es lo que debes tener en cuenta cuando visites el mercado, porque los nombres que encontrarás pertenecen a las flores, pero la mercancía que llevarás, será completamente distinta.
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Newt observó una vez más, al muchacho castaño que yacía afuera de su habitación. Tenía el cabello largo, cayéndole disparejo sobre los hombros. Estaba vestido con un conjunto casual en color negro que remataba con las gafas oscuras que descansaban sobre el puente de su nariz. Newt volvió a contar los lunares que adornaban su rostro y se grabó la posición de cada uno de ellos, terminando por soltar un suspiro cuando se enteró de que ya había hecho aquello por al menos, un par de veces.
Lo cierto es que no tenía nada más que hacer que memorizar la figura del chico. Lo poco que podía recordar incluía su primer nombre y la razón por la que estaba ahí. Observó las prendas que adornaban su cuerpo y encontró de mal gusto el solo tener encima unos vaqueros de mezclilla negra. No recordaba qué había pasado con el resto de su ropa. Apretó los labios y descansó la cabeza contra la almohada una vez más.
Sabía que estaba en el edificio de WKCD, sabía que Ava Paige dirigía el lugar y sabía, que irremediablemente, terminaría por ser subastado en el Mercado que la rubia poseía.
No quería siquiera imaginar que acabaría en manos de un hombre o de una mujer de la que poco conocería, y de quien quizá, dependería enteramente toda su vida. Newt quería recordar, quería saber quién era, de donde venía, si tenía familia o hermanos, si alguna vez tuvo una novia, si tenía estudios o si había vivido en la calle. Pero todo eso se había esfumado de sus recuerdos, no existía nada más que un vacío colosal que le obligaba a cerrar los ojos y a pensar en cualquier otra cosa. Su cabeza dolía cuando trataba de hurgar en sus recuerdos, de recuperar un nombre o siquiera un rostro. Ahí no había nada, al menos no fuera del rostro del muchacho que había custodiado la entrada de su habitación desde que había llegado al lugar.
—¡Thomas! ¡Hey tío! —Newt saltó sobre la cama cuando un chico apareció en su campo de visión, palmeándole los hombros al castaño, sonriendo ampliamente mientras sus músculos parecían bailar debajo de la camisa a mangas largas que portaba por aquel instante.
Thomas, el muchacho castaño se llamaba Thomas.
—¡Shuck! Minho, te he dicho que no abandones tu trabajo para venir a tontear —. Thomas sonrió, y Newt tuvo que levantarse de su cama para poder apreciar el bonito gesto que se pintaba sobre los labios rojizos del castaño.
—La chica se ha pitado desde hace rato. No despertará, lleva días así. Tío, le he dicho a Janson que tiene que hacer algo, que la Dalia se va a morir —, el asiático hizo una pausa al tiempo que su mirada conectaba con la mirada color chocolate que le escrutaba desde dentro de la habitación—. ¡Wow! Thomas, te la has rifado. En serio, ¿por qué tú? Tengo muchísimos más músculos para proteger a la Juliet Rose que tú.
—No todo se reduce a músculos, Minho, lo sabes, ¿no? Probablemente por eso tú estás en la puerta de una chica drogada y yo cuido a la mercancía más importante. Ahora, ¿puedes regresar a tu lugar antes de que Janson vuelva?
El asiático volvió a sonreír, de hecho, lo hizo de manera tal, que Newt supo de inmediato que ese gesto iba dirigido a su persona, y aunque sus comisuras se elevaron con lentitud, la respuesta no llegó a sus labios.
Mercancía. Thomas había mencionado que solo era mercancía. ¿Acaso no estaba en lo correcto? Newt no sabía en qué momento había pasado de ser un humano que respiraba y hablaba para convertirse en el objeto de deseo de alguna persona a la que aún, no conocía. Pero era así, así sería y así acabaría. Tenía que aceptar la idea de que al final de la semana, los cerdos pujarían en el chiquero, y que él, se iría de aquel lugar para pertenecer a la colección de algún enfermo mental.
Apretó los labios y se sentó sobre la cama, completamente dispuesto a tratar de hurgar una vez más dentro de su cabeza. Algo continuaba bramando en su interior, sabía que tenía que estar ahí, quieto, en silencio. Sabía que tenía que comportarse, parecía estar programado para ello; pero algo gritaba con más potencia en su interior, algo que le obligaba a querer huir, irse de ahí. No recordaba la sensación del sol sobre su cabeza, no recordaba siquiera la impresión del tacto humano sobre su cuerpo. Desde hacía días, lo único que conocía era esa pequeña habitación, y al chico de cabellos castaños que custodiaba la entrada. El vacío en su cabeza comenzaba a doler de nuevo, solo su conocía nombre, solo ese lugar, solo a Thomas.
Se llevó las manos hacia el rostro y se permitió aguantar un largo suspiro entre las palmas. Se sentía roto, inútil, solo. La última palabra le quemaba hasta las entrañas, haciéndole sentir arcadas y desear estar muerto en vez de estar en ese lugar.
—¿Te sientes mal? —la voz de Thomas sonando desde la puerta le hizo apartar las manos del rostro, al tiempo que este retiraba las gafas oscuras de su faz. La mirada color pardo conectó con la miel en menos de un instante. Pudo leer sincera preocupación en los iris del otro, al tiempo que los pasos de las botas de este comenzaban a sonar en la habitación, yendo justo en la dirección en la que él se hallaba.
—No —. Su voz sonó extraña, cortada. No recordaba siquiera el acento que tenía, no recordaba ese tono que poseía. Quiso llorar por algo tan simple como aquello. Le habían robado tantas cosas de su cabeza que, a ese punto, siquiera sabía quién era.
—Escucha, Newt, no tienes que fingir conmigo ¿de acuerdo? La señorita Paige dio instrucciones demasiado específicas. Tu bienestar es lo más importante para mí ¿entiendes?
Newt le observó en silencio con la duda asomando por sus pardos. ¿Su bienestar? Bien, si esa era su misión, si él se debía encargar de que estuviera bien, quizá debía sacarlo de ahí, ¿qué no?
Pero por mucho que el rubio quiso soltarle aquello al bonito muchacho que le observaba con preocupación, simplemente se limitó a bajar la mirada y a jugar con las manos que descansaban sobre su regazo.
—Thomas, puedes decirme Thomas —el castaño seguía hablando, y aunque esta vez Newt había mantenido la cabeza hacia abajo, Thomas casi había podido jurar que una suave risa brotó de aquellos rojos y finos labios.
—Lo escuché hace unos momentos, Tommy —de nuevo su voz sonaba extraña, ajena a él, pero a cada segundo continuaba reconociéndose, sabiendo que ese tono tan particular le pertenecía.
—Entonces sabes que mantendré una barrera segura entre el exterior y tu persona —aquello sí que hizo que Newt alzara la mirada casi de inmediato.
Una barrera segura. Al rubio le gustó la idea, aun siquiera antes de considerar el verdadero sentido de aquellas palabras. Si se sentía frágil, inútil, un completo objeto: ese chico estaba ahí ofreciéndose a levantar una barrera de seguridad a su alrededor. Sí, le encantaba la idea, pero su orgullo gritaba en el interior y la razón le devoraba las ilusiones sin sentido.
—Es tu trabajo ¿no? Solo soy la mercancía especial, perderías el sustento si algo llegara a pasarme ¿o me equivoco? —. Esta vez la vida había abandonado su tono de voz. No quiso ser evidente ante la duda que ya había comenzado a aquejar su razón, pero esa era la verdad, la que por un segundo se había negado a ver. Newt entendía perfectamente que aquella relación no era más que en estricto sentido laboral.
Thomas solo hizo una mueca extraña ante ello. Si bien, Newt tenía razón, sabía perfectamente que estaba siendo sincero con lo que expresaba ante el chico. Después de todo, podía recordar perfectamente los primeros días en que estuvo con él, en la habitación. Aquella primera semana en la que el chico no había hecho más que dormir después de recibir el tratamiento del neutralizador. En algún momento, Thomas llegó a pensar que el británico estaba muerto, pero le bastaba con acercarse lo suficiente para notar como el pecho de ese bonito rubio subía y bajaba con suavidad, indicándole que aún continuaba respirando pese a todo lo que había pasado.
No sabía exactamente de qué parte de Londres le habían cogido. Los datos que le habían brindado sobre él, eran mínimos, los suficientes tan solo para cuidarle y mantenerle con bien el tiempo que fuera necesario. Después de todo, la noticia de la llegada de la Juliet Rose a las instalaciones de C.R.U.E.L. ya se había esparcido, los compradores habían salido de cada rincón del planeta para ofertar por el bonito muchacho que ahora, yacía a su cuidado.
La exposición se llevaría a cabo en unos días. Newt sería exhibido como mercancía y la puja comenzaría con tales cantidades de dinero, que él siquiera podría ser capaz de pronunciar. Así estaban las cosas. Era simple: un negocio más.
Si bien, Thomas había sido custodio de numerosas flores en el mercado, jamás había interactuado con una tanto como lo hacía con Newt. Con él era distinto, con él simplemente no podía evitar romper la barrera del marco de madera e ir en su búsqueda cada que este parecía necesitarlo, justo como ahora. La diferencia radicaba en que esa era la primera vez en que realmente llegaba a cruzar una palabra con el bonito muchacho, las demás veces se limitaban al cuidado que le había brindado cuando este había estado inconsciente.
—Si digo lo contrario, no me creerías, Newtie —la sonrisa que se dibujó por aquel segundo en los labios de Thomas había sido suficiente para lograr que los ojos de color pardo, recuperaran un poco del brillo perdido.
—Tienes razón, no te creería —esta vez el tono que soltó era neutro, indiferente. Newt sabía perfectamente que no podía aferrarse al único ser humano con el que recordaba haber hablado. Thomas se mostraba cortés por una razón, y él la entendía perfectamente.
Sin tener más palabras para decir, el rubio simplemente había vuelto a colocar los pies sobre la cama, acomodándose en silencio al tiempo que se atrevía a darle la espalda a Thomas, completamente dispuesto a olvidar aquellos bonitos ojos de color miel que sabía, aún continuaban mirándole.
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Thomas estaba sentado a la orilla de la cama, al tiempo que Newt, yacía atrincherado contra la esquina de esta, con la almohada contra su pecho y sosteniendo un cristal del que no recordaba siquiera donde lo había cogido.
Una pesadilla. Aquello era recurrente tras los tratamientos del neutralizador y Thomas lo sabía perfectamente. Por supuesto que, para él, el observar a Newt de aquella manera le había hecho abandonar una vez más su lugar en la puerta y correr en su ayuda sin siquiera pensarlo. Así las cosas de nuevo. A veces se preguntaba por qué se preocupaba tanto por ese rubio muchacho. Entendía perfectamente que el británico era sumamente atractivo, que incluso a él, le hacía dudar de su relación con Teresa, pero había algo más, dentro de él surgía una necesidad que no podía explicar y todo eso se había disparado desde el segundo en que Newt había aparecido en la habitación a su cuidado.
Extendiendo la diestra, Thomas había terminado por sujetar la pequeña y rubia muñeca del más alto, notando como el británico finalmente cedía ante su tacto y soltaba el cristal que fue a parar directo sobre el colchón. Un suspiro de alivio le siguió a aquello, poco antes de que finalmente y en un mero acto de impulso, terminara por halar el pequeño cuerpo del otro contra el suyo, deslizando sus brazos hacia su pequeña espalda, completando el abrazo que siquiera sabía que deseaba.
El cuerpo de Newt tembló ante su tacto. Sus pequeños hombros vibraron contra sus brazos, pudo sentir como hipaba contra su pecho y trataba de contener el llanto que la pesadilla le había producido. Thomas cerró los ojos y pasó la palma de su diestra de manera repetida contra la espalda del rubio, tratando de lograr que este se relajara, pero Newt parecía negarse a ello.
Sabía que el neutralizador solía provocar sueños más vividos, pesadillas más reales. De alguna manera podía entender la razón por la que el bonito muchacho continuaba temblando contra su pecho y hundiendo las uñas en sus bíceps. Thomas se limitó a guardar silencio al tiempo que hundía su rostro en la preciosa mata de cabellos rubios y largos, aspirando el dulce aroma que brotaba de estos y le llenaba de una fragancia familiar que, hasta ese momento, no sabía que había memorizado. Vainilla. Thomas sabía que el aroma a vainilla que percibía de Newt le era sumamente familiar, y que no podía estarlo confundiendo con alguno de los postres que Teresa le obsequiaba de vez en cuando. De nuevo había algo en ese muchacho que volvía a hacerle dudar de la necesidad de cercanía que sentía por él.
—C.R.U.E.L. no es bueno, Tommy —fue un susurro ahogado, la voz de Newt pendía de un hilo por aquel instante. Thomas se limitó a llevar sus labios hasta la rubia frente del muchacho para poder depositar un escaso beso en la sien del mismo.
—Estoy aquí, Newt —murmuró sin prestar demasiada atención a las palabras cargadas de terror que el rubio británico había soltado apenas unos cuantos momentos atrás.
¿De qué le servía dudar de la organización que le daba de comer a él y a su novia? Entendía perfectamente que comerciar con personas de esa manera, rayaba en lo absurdo, en lo inhumano, pero así eran las cosas. Siquiera había una ley contra eso, no cuando C.R.U.E.L. prácticamente, era el gobierno. Si bien las cosas continuaban llevándose a cabo muy por debajo de la superficie, la verdad nunca vería la luz.
Apartó sus ideas cuando las manos de Newt se deslizaron hacia su espalda, al tiempo que un pequeño suspiro se fugaba de los rojizos labios del mismo. Finalmente le tocaba ver como el muchacho cedía, como se abría ante él, como tenía el más mínimo gesto de aceptación en las que había considerado, como semanas eternas. No podía culparlo, Thomas entendía perfecto que Newt tenía sus motivos para dudar de él, para erguir una barrera entre ambos. Era un muchacho precioso pero sumamente orgulloso, apartado, reservado. Mantenía esa extraña personalidad arisca, como si tratara de mantener lejos a todos, y todo aquello, desde que había cruzado la primera palabra con él hacía unos cuantos días.
—Quiero irme de aquí —con la voz aún pendiendo de un hilo, Newt se había permitido hablar contra unos de los hombros de Thomas, tratando de sonar convincente tanto para él, como para el castaño.
No pertenecía ahí, no quería estar ahí. Contrario a lo que sus pensamientos iniciales habían dictado en su persona, Newt entendía perfectamente que iba contra su naturaleza el creerse un objeto más para la colección de alguien. Tenía que salir, tenía que volver a sentir el sol sobre su cabeza, la arena debajo de sus pies. Recordaba el mar, el recuerdo de un océano azul pululaba en su cabeza, le hacía cerrar los ojos y relajarse. Sabía perfecto que él pertenecía a algún lado, que alguien estaba esperando por él, pero a ese punto, aún no había descifrado quién.
—Newt... —Thomas no sabía cómo responder a eso. No le agradaba tener que decirle a su rubio que no podía hacer nada por él, que solo sería cuestión de días antes de que finalmente abandonara el lugar, pero no de la manera en que precisamente deseaba. Era doloroso hasta un punto que no lograba comprender, y eso le despertaba más dudas de las que de por sí, ya abordaban su mente por aquellos días.
—Tommy, quiero irme de aquí —de nuevo repitió aquello. Newt sabía que estaba pidiendo un imposible, que era la esperanza escapando por sus labios. Estaba condenado, no había siquiera una manera lógica de abandonar aquella prisión de hierro y paredes lujosas, no llegaría lejos, lo capturarían antes de siquiera poner un pie fuera de su habitación.
No hubo más palabras después de ello, no cuando Thomas había suspirado una vez más contra la rubia melena dorada, al tiempo que sus manos subían hasta los pequeños hombros del británico. Newt sintió el segundo en que Thomas le separó de él, en que sus miradas conectaron. La prisión de carne y huesos fue la que mantuvo su corazón apretujado contra su pecho. Había algo en ese muchacho y Newt lo sabía. No entendía como era que el castaño podía sonarle tan familiar cuando apenas, y lo había conocido un par de semanas atrás.
Con la duda comiéndole la cabeza, Newt había terminado por extender la diestra, deslizando sus dedos por sobre la crecida barba que Thomas apenas y ostentaba por aquel instante. Recorrió los lunares, el mentón, cada mejilla. El áspero tacto aunque le causó incomodidad en un principio, pasó a segundo plano casi de inmediato.
Un suspiro y un segundo de vacilación, bastó aquello para que los labios de Thomas acabaran contra los de Newt en menos de un instante. La gloria se deslizó en ambas direcciones.
Por un lado se hallaba un rubio inexperto, que aunque asustado por el primer contacto, había terminado por corresponder el dulce beso que el otro le otorgaba por aquel instante.
Por otro lado, se hallaba Thomas, devorando aquellos labios que desprendían un sabor a chocolate, a menta. Ahora la familiaridad le arrancaba más dudas, más pensamientos. Él conocía el sabor de esos labios, él sabía perfectamente a qué sabía Newt incluso antes de probarlo. La cabeza le dio vueltas, aquel pensamiento le hizo detenerse, apartarse del cielo que el rubio le otorgaba con aquel beso correspondido.
—Leí una vez que... Aguantar la respiración puede ayudar a calmar a una persona. — Newt le miraba en silencio, cuestionándole aún la razón por la que aquello había sucedido entre ambos y Thomas, aun trataba de darse una explicación que no rayara en el deseo—. Cuando te besé, aguantaste la respiración.
—¿Lo hice? —Newt finalmente salió de su mutismo, arrugando sus pequeñas cejas rubias al tiempo que se mordía el labio inferior y escuchaba con atención las palabras que brotaban de los labios del menor.
—Sí, lo hiciste —. Thomas sonrió, como si realmente creyese algo de lo que estaba diciendo por aquel instante.
—Gracias, Tommy —no había reproche, no había arrepentimiento en sus palabras, siquiera confusión. Newt entendía que aquello había sido un beso, rememoraba el concepto básico de aquel gesto, pero lo que no podía recordar, era si aquel había sido el primero que había dado.
La sensación le sonaba familiar, el sabor también. A cada minuto que pasaba con ese muchacho de castaños cabellos, estaba más convencido de que lo que más deseaba, era recuperar sus recuerdos.
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La mujer rubia le observaba en silencio. Thomas estaba de pie, justo detrás de ella, mientras que él, yacía erguido y sin prenda alguna, siendo escrutado con sumo cuidado con la mirada inquisitiva de la mujer. Lo estaba analizando, estaba buscando imperfecciones en su cuerpo, heridas. Newt sabía que aún había algunas cuantas que se había hecho cuando sostuvo el cristal roto apenas unas noches atrás, pero fuera de eso, se había recuperado bastante bien del procedimiento al que la mujer, le había sometido contra su voluntad.
—Has recuperado tu peso, Newt —murmuró la rubia al tiempo que le obligaba a darse la media vuelta para poder examinarle la espalda, los glúteos, los muslos—. Thomas cuidó bastante bien de ti. Estás listo, no hay fallas —con una sonrisa de suficiencia, la rubia mujer finalmente había apartado su mirada del británico, dirigiendo su completa atención al castaño que yacía de pie justo detrás de ella—. Dos días. Tienes dos días para prepararlo, Thomas. Sabes de lo que estoy hablando ¿verdad? Que le den comida de excelencia, que le brinden aceites y aromas para la ducha. Lo necesito en su máximo apogeo para la subasta del viernes.
—Entendido, señora —. Como si de un soldado se tratase, el castaño simplemente había asentido, sin atreverse a mirar ni una sola vez en la dirección en que se hallaba el rubio. No era que no quisiera mirarlo, si no el hecho de que probablemente, no quería tentar a su mente cuando Paige se encontraba cerca de él.
Las palabras cesaron cuando Ava le recorrió con la mirada una última ocasión, antes de finalmente, proceder a retirarse del lugar.
Newt parecía ausente, manteniéndose de pie y aún dándole la espalda al castaño. Estaba tieso, como si la voluntad le hubiese abandonado en menos de un minuto, ¿y cómo no hacerlo? En dos días conocería su destino final, en cuarenta y ocho horas, pasaría a estar en manos de un desconocido, satisfaciendo cuanta barbaridad se le pudiese ocurrir. El pensamiento le hizo temblar. Se negaba con cada partícula de su cuerpo a hacer algo como a eso, a rendirse, a ser tratado como un objeto más. No quería ese destino para él, él soñaba con el océano, con la libertad.
—Newtie, si no te vistes podrías coger un resfriado —no hubo respuesta ni un movimiento. Newt solo temblaba de una manera apenas perceptible para el castaño, mientras hundía los dedos de su diestra en el antebrazo de su izquierda.
Thomas simplemente suspiró. No necesitaba ser un genio para saber la razón por la que el rubio estaba actuando de esa manera. Tampoco a él le agradaba la noticia: tenía solo dos días más para estar con él. Después de eso, perdería para siempre a la preciosa Juliet Rose de la que se había enamorado. No habría otra igual, en ese edificio no existiría un hombre o mujer que pudiese ostentar el título de la flor más rara y única del planeta, no, ese título le pertenecería para siempre al británico que tenía justo frente a él.
Sin importarle el mar de pensamientos que de momento llenaban su cabeza, el castaño finalmente había caminado hasta donde se hallaba el más alto, llevando sus manos hasta los hombros de este y obligándole a coger asiento en la cama. En una de las orillas de la misma, estaba una muda de ropa nueva, una sencilla playera blanca a mangas cortas y unos vaqueros de mezclilla negra justo como los que siempre había usado su británico favorito.
—Newt, no puedo vestirte solo, siquiera sé cómo es que entras en estos vaqueros, en serio —hizo un intento de sonrisa el tiempo que cogía la primera prenda, antes de tomar asiento justo a un lado del bonito y ausente muchacho.
Newt apenas y apartó su mirada del punto fijo en la nada. Observó la puerta que Ava había cerrado con seguro apenas unos minutos atrás, condenándolo a aquella habitación durante dos días más. Dos días más. Las tres palabras bramaban en su cabeza y el parecía negarse a aceptarlas. La voz de Thomas sonaba lejos, ausente, sabía que el muchacho estaba ahí, para él, deseando con cada parte de su cuerpo recibir la atención que Newt parecía negarse a dar.
Parpadeó y enfocó su mirada en él. Thomas ahora estaba en silencio, sosteniendo unos vaqueros de mezclilla que ofrecía en su dirección. Fue como si de una revelación se tratara, fue como si la respuesta hubiese estado frente a él todo el tiempo. Newt elevó las comisuras y un extraño intento de sonrisa apareció en sus labios por aquel instante. Se impulsó hacia arriba, se puso de pie y en menos de un minuto, se había colocado a horcajadas sobre las caderas de un confundido y sorprendido castaño. Su cuerpo desnudo rozaba las prendas de mezclilla, sus dedos se anclaban a los amplios hombros del muchacho.
—¿N-Newt? ¿Qué crees que es...? —no hubo más palabras, no cuando los labios de Newt impactaron contra los de Thomas, deteniendo todo el flujo de palabras que luchó por brotar de sus labios por aquel instante.
Un suspiro, la gloria misma. Menta, chocolate, vainilla. Newt lo estaba besando, de nuevo podía percibir el dulce sabor de los labios del muchacho que había logrado arrancar más de un suspiro de su boca. Las manos de Thomas subieron lento, inseguras, buscando la altura de las pequeñas caderas hasta que sus dedos se hundieron en la blanca piel que ostentaba el británico. La calidez inundó casi de inmediato sus yemas, su vientre bajo cosquilleó con insistencia. No necesitó más para saber que su cuerpo estaba reaccionando, que si no se detenía no habría manera de dar marcha atrás a sus deseos.
Con la negativa rondando en su cabeza, el castaño apartó sus labios de los del más alto, sus mieles descendieron, la culpa le embargó al instante: no podía, no podía entregarse al creciente sentimiento que ese muchacho despertaba en él.
—Mírame, Tommy —el murmuro logró que el menor alzara el rostro, que los mieles abandonaran el inexacto punto de la nada que había estado contemplando hasta aquel instante. Ahí estaba ese bonito par de color pardo, ahí había una hermosa sonrisa pintada sobre los labios más finos que se hubiese permitido probar. Newt, su Newtie, su propia Juliet Rose.
Thomas lo supo en ese instante. No había escapatoria del mismo infierno hasta el que él mismo había buscado. Estaba ardiendo dentro del inequívoco deseo que el rubio comenzaba a provocar en él. La sonrisa del mayor se amplió, la complicidad se pintó en sus rasgos, en sus finos gestos. Thomas dejó de pensar, de razonar. Sus manos regresaron a las caderas del mayor, sus dedos volvieron a hundirse en la tierna piel. Newt ladeó la cabeza, su cuello quedó al descubierto logrando que la boca de Thomas se hundiera con suavidad en la curvatura del mismo.
Newt, Newt, Newt. Los sentidos del castaño se inundaron con la suave fragancia, con el dulce sabor que lograba recoger con cada nuevo beso, con cada pequeña mordida. Los pequeños jadeos del británico lo impulsaban a continuar, sabiendo de antemano que probablemente, estaba a punto de cavar su propia tumba.
Fueron las manos de Newt sobre sus hombros, fueron sus dedos buscando sus cabellos, hundiéndose dentro de las largas hebras de color castaño, obligándolo a mantenerse succionando cada pequeño ápice de piel que le era accesible por aquel instante. Su dulce Juliet Rose, su frágil y roto británico. Suyo.
Thomas volvió a suspirar contra la piel perlada en apenas una fina capa de sudor, al tiempo que sus manos bajaban, anclándose a la firme y redonda piel de los glúteos del más alto. El pequeño gemido que brotó de los labios de Newt por aquel instante, logró que su ser entero vibrara de emoción. Hundió sus pulgares en la suave curva de su coxis, al tiempo que sus índices llegaban más lejos, un poco más, alcanzando aquel punto virginal que se hubo contraído apenas su tacto dio de lleno contra la sensible zona.
Alto, peligro. Las señales inundaron sus pensamientos, la lógica atiborró su razón, pero los labios del rubio dando pequeños besos por toda la zona de su cuello le hicieron destrozar de nuevo la barrera, ceder, dejarse ir: lo deseaba, Newt lo deseaba. ¿Estaba sucediendo? Sonrió, cerró los ojos y deslizó su diestra hasta el abdomen del más alto, buscando el sexo que ya se erguía con orgullo.
—Tócame, Tommy —la súplica inundó sus pensamientos, los mieles se abrieron de par en par. Bastó aquel tono sensual y lascivo para que el menor cerrara sus dedos alrededor del erecto sexo del británico. Bombeó con lentitud, con suavidad, se permitió subir hasta la punta, disfrutar de la humedad que comenzaba a ser participe dentro del pequeño juego en la oscuridad. Su nombre volvió a bailar con deseo fuera de los labios del otro, Newt lo llamaba al tiempo que sus caderas se mecían, buscando que sus cuerpos se rozaran, que su diestra le mimara con ahínco desmedido.
Peligro. La palabra volvió a sonar en su cabeza al tiempo que la diestra del rubio le tomaba de la muñeca, apartándole de su propio cuerpo, guiándole hasta la pequeña boca entreabierta que ostentaba por aquel instante.
Thomas se quedó estático, perplejo, como si fuese un pequeño muñeco de trapo. Tragó saliva de manera audible al preciso instante en que Newt deslizó su índice dentro de aquel perfecto par de rosados labios. La sensación húmeda le embargó en menos de un instante, sus pulmones se vaciaron, el corazón dejó de latirle. Percibió la lengua del rubio envolviendo sus falanges, revoloteando, succionando con suavidad. Su cuerpo entró en tensión de nueva cuenta, su lívido se disparó en un instante. Los movimientos de Newt eran lentos, pausados, inexpertos, y aún así, lograban que Thomas suspirara, que se arrebatara ante la imagen que contemplaba por aquel instante.
Thomas movió los dedos con suavidad, dejándose ir hasta donde Newt le permitía llegar. Ahogó un suspiro, sintió la incomodidad de sus propias ropas. Volvió a deslizarse, a perderse en la imagen, a embriagarse con la lasciva muestra que el rubio le permitía contemplar por aquel instante. No más, basta, su dulce Juliet Rose le estaba enloqueciendo. Sacó los dedos de la boca del británico, utilizando la desbordante humedad para repasar la fina línea de las caderas del mismo. Sintió como Newt se estremeció ante su toque, notó como cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás, ofreciéndose una vez más para él. Gloria, infierno, pecado. Thomas ahogó el gemido en sus labios al preciso segundo que sus dedos alcanzaron la pequeña abertura del otro. Sintió como Newt se contraía, como palpitaba y se negaba a darle acceso a su interior. Uno, dos segundos y finalmente se dejó ir con suavidad dentro del estrecho canal. Escuchó el gemido de Newt, la dulce voz que brotó de sus labios entreabiertos. Notó como su ceño se arrugaba, la manera en que mordía su labio inferior. Peligro, peligro, detente, detente.
—Tommy... —deleitable, complaciente. Newt desconocía ese tono, desconocía sus palabras, desconocía la sensación tan dulce que comenzaba a invadir sus entrañas. No supo el segundo exacto en que sus caderas se mecieron, no hasta que pudo percibir el ardor que el tercer intruso causó en su interior. Se sentía estirado, incómodo. Jadeó, abrió los ojos y buscó apoyar la frente contra uno de los hombros del más bajo. A ese punto sentía el sexo de Thomas golpearse contra el propio, sabiendo de antemano que a ese punto ya no existía vuelta atrás. Más, más, quería más. Cuando Thomas curvaba sus dedos podía sentir como su cuerpo se tensaba, como su sexo palpitaba. Se sentía bien, en algún punto de todo ese velo de incomodidad se asomaba el placer.
—Te necesito, Tommy. Te necesito. —El susurro se dejó ir con celeridad. Newt no fue capaz de percibir el segundo exacto en que acabó en la cama, con Thomas entre sus piernas abriéndose los vaqueros y abandonando el resto de sus prendas en el suelo en tiempo record.
Pero no le importaba, no cuando el castaño le observaba de aquella manera: aturdido, embelesado. A ese punto Newt solo atinó a separar más las piernas, a exponer su palpitante abertura, jadeando deseoso al contemplar como el pene de Thomas ahora expuesto, rozaba contra él. Era instinto, lascivia, deseo. No lo sabía, no recordaba haber pensado en sexo, no sabía siquiera como había guiado sus acciones hasta ese punto, y no le importaba, no cuando ya estaba empujando su trasero contra la firmeza del otro, deteniéndose apenas fue capaz de sentir como su canal se expandía y comenzaba a albergar al castaño. Newt percibió el segundo exacto en que sus ojos se cristalizaron, en que el dolor explotó en sus entrañas. Thomas se deslizó con sigilo, con lentitud, lo abrió, lo moldeó y supo detenerse apenas notó la expresión que se había pintado en su rostro.
—¿Te lastimé? Shuck, Newtie, lo siento, lo siento —los besos llegaron. Sintió los labios de Thomas sobre sus mejillas, la desesperación de sus manos recorriendo sus caderas sus muslos. Newt percibió el segundo exacto en que Thomas estuvo a punto de abandonarlo, de dejarlo a la mitad. Sus manos se movieron rápido, casi como mero acto de reflejo.
—No... No te vayas, no me dejes —la súplica brotó desde lo más profundo de su mente. El pensamiento fue irrisorio, Newt no sabía definir de donde había llegado aquello, pero Thomas supo responder con celeridad. Sintió sus brazos rodearle, sintió su sexo llegando al final, uniéndose a él de manera única, inigualable.
El movimiento de vaivén inició con suavidad, con Newt envuelto en los fuertes brazos de Thomas. Su cuerpo temblando, sus piernas enrolladas a las caderas del castaño. Era como si temieran dejar un solo espacio libre entre sus cuerpos, como si el calor les fuese abandonar en menos de un instante.
—No voy a dejarte, nunca —la respuesta llegó tardía, pero bastaba para borrar la extraña sensación que se había creado en Newt.
Un suspiro, un gemido ahogado. Los movimientos de Thomas aumentaron con lentitud, como si temiera lastimar el frágil cuerpo que sostenía entre sus brazos. Suyo, Newt era suyo. Enterró la nariz en la suave cabellera rubia y volvió a impulsar sus caderas hacia adelante, percibiendo el segundo exacto en que Newt gimió y enterró las uñas en su espalda. Era perfecto, único, sublime. Thomas cerró los ojos y volvió a dejarse ir, hundiéndose en el canal que se expandía con lentitud, que lo apretaba, que lo invitaba y devoraba por partes iguales. Se sentía jodidamente perfecto.
Lo tomó con lentitud, como si aquel ser humano fuese a romperse con tal solo tocarlo. Sabía que sus besos estaban ahí, que sus marcas prevalecerían en él, que Newt era suyo y que aquel momento le pertenecería por la eternidad.
—Tommy... —la súplica llegó el segundo exacto en que su interior se contrajo. Newt meció las caderas, se empaló con gusto en el sexo de Thomas. Le gustaba ese ardor, le gustaba el escaso placer asomando cada vez que el menor llegaba hasta al fondo, cada vez que sentía sus testículos impactarse contra su trasero. Más, más, más. El gemido no lo controló, no supo en que segundo acabó sobre Thomas, sentado sobre sus caderas, meciendo su cuerpo de manera generosa contra él. Y no le importó, al menos no cuando ya se apoyaba en las rodillas y se impulsaba hacia arriba, dejándose caer, abriéndose, rompiéndose para él. Dolía y le gustaba. Thomas parecía haberse perdido en el momento, enterrándole las uñas en las caderas, permitiéndole llevar el ritmo, tomarlo por completo.
Lo necesitaba. Newt gemía a pedazos, suplicando por más. Le gustaba esa sensación, roto y completo por partes iguales: contradictorio. Sentía su interior ardiendo, su sexo palpitando, contrayéndose, catapultándolo a límite desconocido hasta aquel instante.
—Rómpeme, Tommy, rómpeme... —aquello fue suficiente para que Thomas le tomara con firmeza, que le obligara a subir hasta que su sexo abandonara su interior, dejando que la sensación de vacío le embargara por unos segundos, antes de permitirse volver a penetrarlo, a llenarlo, hasta el fondo, hasta que su vientre rugiera de dolor, hasta que su próstata diera de lleno contra la dureza de Thomas. Bastó aquello para que su clímax arribara como un torbellino, haciéndole montar la ola de placer y dolor que le invadió por partes iguales. Sintió su sexo explotar, su cuerpo desfallecer.
Disfrutó de su orgasmo hasta que la sensación de humedad invadió su interior, hasta que Thomas le llenó por completo, haciéndole gemir por segunda ocasión, temblar con suavidad. Su cuerpo se movió con suavidad, hasta que fue capaz de percibir como su agujero se desbordaba, palpitando, apretando el laxo miembro que aún permanecía en él.
Cuando Thomas abandonó su interior, Newt no pudo evitar gemir, buscar abrazarse de nuevo a él. Le gustaba esa cálida sensación, le gustaba hallarse en los brazos de Thomas, se sentía tan seguro, tan bien, como si aquel lugar hubiese sido creado exactamente para él. Probablemente fue por ello que no notó cuando sus ojos cedieron al cansancio, llevándole con suavidad hasta la dulce inconsciencia.
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