•◦❥•◦ Labial rojo •◦❥•◦ » Simarkus

Título:  “Labial rojo.”

Explicación: leer el one-shot para comprender.

Pareja: Simarkus «Markus×Simon»

Advertencias: Largo. AU Mafia. Todos son humanos. Pareja mencionada: Luthara (Luther×Kara). Ooc.

Palabras: 3261.

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Espero que disfrutes tu lectura.

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    Markus Manfred, tenía una admiradora secreta. Al ser un futuro heredero importante, muy apuesto e inteligente, no era sorpresa que tuviera tantas pretendientes. Pero ninguna como ella. Sus pretendientes eran unas descaradas, se le insinuaban sin vergüenza alguna, sin importar cuántos rechazos recibieran. Mientras la desconocida, tenía la capacidad de ser realmente sensual, no vulgar. Ella parecía ser una experta con los hombres.

    Su primera carta la recibió meses atrás, luego de haber vuelto de un viaje. Tenía un olor a perfume suave, costoso y elegante. La letra cursiva, la tinta azul, el papel doblado a la perfección... el joven nunca había visto nada igual. El recuerdo de sus palabras, lo quemaba como fuego en su interior.

“Bienvenido, mi líder.

   Seré breve. Me atraes de una forma que nadie me atrajo antes. ¿Sorprendido? Ambos sabemos que eres un ser exquisito, con muchas cualidades dignas de admirar. Eso sí, no esperes de mi parte, nada de lo que cualquiera de esas básicas te haya ofrecido. Soy mejor que eso. Tengo dignidad, Markus. Y también, ganas de jugar. Ahora mismo, de seguro quieres saber quién soy. Yo no quiero eso, no aún. No tengo intención de abandonar la comodidad del anonimato todavía. Así que tendrás que esperar. Si intentas buscarme, lo sabré. Sólo sé paciente. Nunca lo olvides, mi líder...

ahora, le perteneces a 'S'.”

    Sus manos temblaron contra el papel, ya un poco arrugado. Cada vez que estaba estresado, abría aquella cajita escondida en su habitación, para ponerse a leer un poco. Pero, como siempre pasaba, el contenido de las cartas, pasaba a segundo plano. Sus ojos siempre terminaban en el inferior derecho de las mismas. La infaltable mancha de beso, seguía ahí. Aquel tono carmín fuerte, acabó volviéndose su favorito. Todas las cartas contaron con dicha particularidad. Siempre era el mismo labial, en el mismo lugar.

    Fue la carta número 13, la que en ese día tan lejano, lo tentó a hacer algo ciertamente desesperado. Besó la mancha de dicha carta, ansioso de conocer su sabor. Incluso estando un tanto opacado por el papel, sus agudos sentidos le permitieron distinguir algo. Vino tinto. Por lo cual desde entonces, pasaba sus días soñando despierto, fantaseando con una hermosa mujer de rojos labios, llevando una copa de cristal a su boca.

    Intentaba convencerse de que no fue su culpa haber caído a un nivel tan vergonzoso. La desconocida sabía cómo despertar su lado más irracional.

“Ya lo sé, mi líder.

    Ya sé que en este corto lapso de tiempo, he logrado tenerte a mis pies. Aunque te voy a tener que pedir, que no lo hagas tan obvio. Te he visto rechazando a las básicas nuevamente, siempre lo hago, de hecho. Hasta ahora, me causaba cierta gracia, pero ayer fue diferente. Nunca te había visto siendo tan cortante, rozando lo agresivo, incluso. Fue por mí, mi instinto me lo dice y quiero que sepas, que mi instinto nunca falla. Pero eso no puede volver a repetirse, Markus. No me gustaría ver como te vuelves un maleducado, como tu hermano Leo. Sólo ignóralas como siempre has hecho, prometo que no voy a enojarme.

   Sé bueno y hazme caso, porque eres mío ahora. A partir de ahora, te lo diré más seguido, sé que eso te excita. Tendrías que haber visto mi cara cuando me enteré, eres una caja de sorpresas y yo quiero verlas todas. ¿Quién sabe? Si te portas bien, puede que recibas un pequeño premio. De momento, deberás conformarte con un simple dato: mi boca húmeda está esperándote. No hagas que el encuentro se atrase, ambos estamos deseándolo. Sólo yo puedo complacerte.

Con anhelo, 'S'.”

    Aún agradecía que no hubiera nadie en casa, en el momento que dirigió sus labios hacia aquel papel amarillento. Esperaba no haber sido visto. Aunque de seguro, "S" lo vio. Ella lo veía todo, aparentemente. La idea no le desagradaba, en lo más mínimo. Comenzó a imaginar a una mujer de su vecindario, sentada de piernas cruzadas en alguna terraza, con unos binoculares en una mano y su típica copa de vino, en la otra.

    Vaya, jamás imaginó que una mujer a la que ni siquiera había visto, podría hacer volar su mente de esa manera. En la carta número 20, sin embargo, ella demostró su descontento con eso.

“Me sorprendiste, mi líder.

   Admito que, al principio, esto no iba a ser más que una broma. Yo te enviaría la carta, vería tu cara y me reiría de ti a tus espaldas. Lo lamento. No obstante, desde aquel entonces pude notar cierto interés de tu parte, interés que no paró de crecer con el paso del tiempo. Eso es inconveniente. Mis palabras son superiores a mi apariencia, la diferencia de nivel, es indiscutible. Tanto las manchas de mi labial, como la forma de expresarme, han logrado sembrar en ti, unas espectativas demasiado altas. Me temo que nunca podré alcanzarlas. No voy a gustarte, Markus. Y creo que, por eso mismo, será mejor que no nos encontremos. Jugar con alguien como tú fue un error, lo admito sin pena, cada letra de cada papel, todo fue una equivocación egoísta. Por más que duela, te voy a tener que pedir que te olvides de mí.

Se disculpa, 'S'.”

    Luego de leer eso, el moreno sintió como su mundo se venía abajo. Podía perdonarle la broma del principio, ¿pero pedirle que la olvide? No podría hacerlo aunque quisiera y no quería hacerlo. Su cara de tonto enamorado, debió de espantarla. Por desgracia, no sabía qué hacer a continuación, se negaba a dejarla ir, no lo se lo haría tan sencillo. Decidido, se dirigió a la habitación del patriarca de la casa. Tocó la puerta, recibiendo de inmediato, permiso para entrar.

    Carl Manfred, su querido padre adoptivo, estaba desayunando en la cama. Era sábado, por lo que podía levantarse tarde, salir o quedarse. Generalmente prefería quedarse en las comodidades de su lujoso hogar. Todos decían lo mismo de él: era quizá, demasiado bueno como para ser un mafioso. Si bien, su juventud fue un tanto problemática, con los años la tranquilidad, amabilidad y paciencia se volvieron sus rasgos más comunes. Eran sus hijos y ayudantes, quienes hacían el trabajo sucio. En especial Leo y North. Esos dos disfrutaban derramar sangre, a niveles poco saludables.

    El hombre saludó a su hijo con su característica sonrisa.

– Siéntate, Markus. Te noto algo preocupado.

– Sí. No es nada grave, pero de todas formas... quería hablar contigo.

– Te escucho.

– Papá... ¿qué harías si conocieras a una mujer que dice no ser suficiente para ti, cuando en realidad sí lo es? – el mayor no pudo reprimir una ligera mueca de sorpresa, seguida de un par de risas.

– Esa mujer, Markus, sea quien sea, tiene la autoestima algo baja. Si quieres que se sienta mejor, debes hacer que se quiera a sí misma, tanto como tú la quieres a ella. Debes decirle que sí vale la pena.

– ¿Y cómo lo hago? – soltó sin pensar.

– Pues hablando, como las personas normales hacemos – respondió con obviedad.

    Luego de dudar un poco, el joven decidió contarle a su padre acerca de la situación en la que se encontraba y, luego de una petición a la que no pudo negarse, acabó llevándole las cartas, para que pudiera verlas. Vaya vergüenza. Esperaba que "S" no se enojara, su padre era muy curioso a veces. El señor acabó riendo.

– Nunca pensé que habría alguien allá afuera, lo suficientemente increíble como para llamar tu atención, hijo. Y mucho menos, alguien tan anticuado como para escribir cartas estando en pleno 2038. Apenas le veas, dile que ya se ganó a su suegro – no pudo evitar burlarse.

– Papá, por favor.

– Está bien, está bien. Dices que las cartas suelen aparecer cuando dejas la ventana abierta por las noches, ¿no es así? – recibió un asentimiento de cabeza – Entonces, la respuesta es simple. Tú mismo envíale una carta.

– ¿Qué? ¿Cómo?

– ¿De verdad debo explicártelo todo? Debes dejar tu carta en la ventana también. Si pasa seguido, cosa que al parecer sí hace, entonces la tomará y sabrá lo que quieres decirle.

– Oh.

– Vamos, ya, sé un buen muchacho y ve a escribirle a esa persona especial, anda. Este anciano tiene un desayuno que terminar.

– Lo siento, te quité bastante tiempo. Gracias por la ayuda.

– De nada. Y Markus... – lo llamó, antes de que saliera.

– ¿Sí?

– Dile a esa persona que estoy abierto a la posibilidad de tener nietos.

– Oh por Dios – escuchó una serie de quejas provenientes del abochornado joven, que se fue de ahí a paso rápido. Volvió a reír.

    Estaba contento, sobre todo, por una razón en particular. Pues al leer las cartas, se dio cuenta de algo que, al parecer, su distraído hijo había pasado por alto. El remitente siempre utilizó pronombres neutrales, lo que significaba que, tranquilamente, podía ser un hombre. Le agradaba la idea, de hecho. Ya que Markus, hasta aquel momento, nunca había mostrado interés en ninguna mujer, sin importar que tan hermosa o exitosa fuera. Tal vez, eso sería lo mejor. Él sólo quería lo mejor para su pequeño. Un pequeño de casi 28 años, pero para él, seguía siendo su pequeño.

    Mientras, el susodicho había regresado a su habitación. Sentado frente a su ordenado escritorio, pensaba sus palabras con cuidado. No solía dar sus ideas por escrito, lo suyo siempre habían sido los discursos. Era grande la diferencia. Hablando, era alguien con confianza, alguien seguro de lo que decía. Escribiendo, en cambio, se volvía tímido, torpe e inexperto. Recriminó su propia falta de práctica. Por fortuna, una buena idea cruzó su mente. Quizás expresaría su mensaje de manera adecuada, si conseguía inspiración para ello, como cuando quería hacer una pintura. Porque si "S" podía hacer arte sólo con letras, ¿por qué él no podría intentarlo? Era un atractivo riesgo que estaba dispuesto a tomar.

     Luego de un corto período de tiempo mirando fotografías y escuchando sus canciones favoritas, se sintió listo. Dejó que su mano se moviera sobre el papel, con la misma libertad con la que se movía sobre el lienzo. Se sintió orgulloso del resultado, mentiédolo con cuidado en un sobre. Esperó hasta el anochecer, abrió un poco la ventana y depositó su carta ahí. Ya más tranquilo, se acostó a dormir.

    Se escuchó un ruido pequeño, aunque no lo suficiente, pues Markus era de sueño muy ligero. Adormilado, miró hacia la ventana, justo para llegar a ver una mano muy blanca tomando su carta. Por mero impulso, se levantó de un salto, avanzando a pasos torpes, casi tropezando con sus propias sábanas. Al momento de asomarse, en plena oscuridad de medianoche, apenas alcanzó a ver una figura delgada corriendo, alejándose. Su corto cabello rubio, fue lo único que pudo distinguir.

    Eso le hizo dudar, le resultaba demasiado familiar. ¿Acaso su buena amiga Kara, era "S"? No tenía sentido, considerando que la mencionada estaba ya felizmente casada con Luther, quién alguna vez fue su guardaespaldas. ¡Hasta tenían una niña! No, no podía ser ella. Sacudió la cabeza, sin más remedio que volver a sus aposentos. A la mañana siguiente, habiendo descansado, lo pensaría mejor.

    Ni siquiera tuvo que molestarse, pues apenas despertó, lo primero que vio fue un típico sobre amarillento encima del marco de su ventana. Con su letra tan bella y su preciosa mancha de labial rojo. Sonrió como el enamorado joven que era y se dedicó a leerla con entusiasmo. "S", estaba tranquila, se sentía mejor. Incluso le había prometido algo especial para su cumpleaños, que era bastante próximo. Sabiendo que había hecho lo correcto, se levantó, para comenzar con su ajetreado día.

    Tenía que cobrarle algo a alguien, alguien que, como siempre, se negaba a pagar. Estaba medio acostumbrado a las respuestas violentas, pero era la primera vez que le disparaban y le daban. A pesar de haber sido un simple roce en su brazo, sangraba bastante y vaya que dolía. De no haber sido por su malhumorado hermano... mejor no pensar en eso. Estaba mejor, fue atendido y dejado en su casa de inmediato, para que pudiera descansar. Por suerte, al ser ambidiestro, el incidente no le afectaba demasiado. Aún así, recibió la visita de algunos socios y colegas, entre ellos, Simon Phillips.

    Su relación con Simon era extraña. Se llevaban bien, tenían cosas en común, ¿entonces qué les pasaba? Ni ellos lo sabían. No podían pasar mucho tiempo sólos, porque se ponían nerviosos mutuamente. El moreno no sabía porqué. Mientras el rubio, siendo totalmente consciente, sonreía en su interior, a sabiendas de que aquello pronto acabaría, porque su plan estaba yendo incluso mejor de lo que creyó. Su visita fue rápida, cosa que dejó a Markus con una sensación que no podía definir. Tal vez, debería concentrarse en su reposo.

    Y en su tan esperado cumpleaños.

    Sólo dos semanas, que no tardaron en pasar, hacían la diferencia. Recibió a las doce en punto una felicitación de su padre y, a regañadientes, de su hermano. Para ese entonces, la herida había sanado casi por completo. A pedido del mayor, brindaron un poco con aquel costoso whisky escocés que tanto les gustaba. Curiosamente, poco después decidieron volver a sus habitaciones, pues durante el mediodía tendrían una fiesta con la familia y amigos cercanos, por lo que deberían estar lúcidos si querían ser buenos anfitriones.

    El cumpleañero despertó a las diez y cuarto, debido a unos fuertes golpes en su puerta, acompañados de los tan comunes gritos de su hermano mayor. Le abrió para que pudiera regañarlo más cómodamente, al mismo tiempo que movía, la cabeza, fingiendo aceptar todo lo que el otro le decía. Con Leo, lo mejor era seguirle la corriente, bastante se enfadaba con el solo hecho de existir, como para añadirle leña al fuego. Una vez tranquilo, se vistió y bajó para ver en qué podía ayudar.

    Realmente no había mucho qué hacer, las celebraciones en ese lugar siempre lograban volverse sencillas y ostentosas a la vez. Las muchas obras de arte del padre, eran más que suficientes para adornar el lugar, así que eso quedó descartado. La comida estaba siendo preparada por unos profesionales contratados especialmente por Carl. Mismo caso que los tragos. Lo único que pudo hacer, es ayudar a los del personal de limpieza, y muy poco, considerando que de alguna forma, ese lugar siempre estaba inmaculado. Su hermano no estaba por ninguna parte, pero decidió restarle importancia. Su hermano nunca estaba.

    No pudo darle vueltas al asunto, pues los primeros invitados ya estaban llegando, como llegarían varios más. Se acercó a saludar, a recibir felicitaciones y regalos. Aproximadamente unas cincuenta personas se encontraban en la sala, la mayoría de pie, charlando, bebiendo, pasándoselo bien. Carl estaba sentado en los sillones con la familia de Kara, una familia bastante grande considerando que, además de su hija biológica, Luther y ella habían adoptado a un niño rubio y a siete niños pelirrojos, muy parecidos entre sí. Sonrió.

    Lastimosamente, tuvo que borrar su sonrisa al ver la hora. Era la una menos diez y la celebración terminaba a la una y media. Ni su hermano ni Simon habían dado señales de vida, ¿de verdad no pensaban venir? Esperaba al menos verlos pasar un momento. Quiso concentrarse en otra cosa, como preguntarle a alguno de los cocineros que era eso del "pastel especial" que había escuchado más temprano, pero antes de que el otro siguiera con sus excusas de que era una sorpresa, vio a dos personas entrar tomadas de la mano, dos personas que intercambiaban miradas cómplices y sonrisas genuinas.

    Sí, justo eran el rubio y el castaño que, minutos atrás, anduvo extrañando. Observó, estupefacto, como ambos se dirigían de manera silenciosa a un rincón del lugar, cerca de los estantes llenos de libros, de su querido piano. Fuera de todo pronóstico, se besaron; fue un beso corto, cariñoso, como el que se da una pareja de recién casados para saludarse en la mañana. Sin poder evitarlo, Markus se sintió traicionado. Intentaba convencerse a sí mismo de que sólo era porque habían tardado, dejándolo sólo en un día importante, aunque en el fondo, sospechaba que había algo más.

    Estaba dolido, por supuesto que no lo esperaba. Eso sí, no pensaba quedarse ahí parado con cara de haber recibido un puñetazo repentino, seguía siendo un joven educado, por lo que, con determinación, se acercó a saludar.

– Buenos días, lamento interrumpir. Me alegra de que hayan podido venir – trató de sonar alegre, fallando al instante. No pasó desapercibido, pero los otros dos sabían que pronto, lo que sea que estuviera molestando al moreno, quedaría olvidado.

– ¡Hola, hermano! – le mostró una sonrisa radiante. Desde que puso un pie en esa casa, Markus jamás lo había visto así – Te presento a mi pareja, Danny.

– ¿D-Danny? – la confusión en el rostro de su cuñado, hizo enternecer al rubio de cierta forma.

– Daniel Phillips, en realidad. Danny es sólo un apodo.

    El de ojos heterocromáticos, se sintió estúpido. Había olvidado que, aparte de Emma, su hermanita menor, Simon también tenía un hermano gemelo idéntico. No era del todo su culpa, jamás lo había visto en persona, a parte de que lo nombró una sola vez, mucho tiempo atrás. Sorprendiéndose ante su propio alivio, estrechó la mano del otro.

– Encantado, Daniel.

– Lo mismo digo. Feliz cumpleaños, Markus. Ah, por cierto – dirigió sus ojos rápidamente a Leo – Tu "pastel especial" fue dejado arriba, en tu habitación. Te recomendaría ir a echar un vistazo.

    Luego de que el aludido lo mirara con cara de "¿Y tú cómo sabes eso?", el castaño avanzó un paso al frente, rodeando los hombros del rubio con un brazo.

– Fue idea de ambos y de alguien más. No te preocupes, estoy seguro de que te gustará – ese "alguien más", generó cierta duda en Markus – ¡No seas desconfiado, anda! Ya estamos algo mayorcitos como para andarnos gastando bromas pesadas.

– De acuerdo, gracias – se resignó.

    Mientras subía las escaleras, su cabeza seguía divagando. Si bien sintió alivio de que su hermano no estuviera saliendo con Simon, se sentía decepcionado de que aquel ni siquiera se hubiera presentado a la fiesta. ¿En qué estaba pensando? Debía concentrarse en "S", en la bella mujer del labial, en la que le hizo una promesa para ese mismo día. Sacudió la cabeza, entrando a su habitación de un portazo, creyendo que un simple pastel, no lograría calmarlo del todo.

    Pero allí no había postre alguno.

    En su lugar, más específicamente en el medio de la cama, se encontró sentado de piernas cruzadas al rubio que tanto había añorado, vistiendo un abrigo negro largo, unos jeans ajustados del mismo color y botas plateadas con un pequeño tacón. Un rojo brillante adornaba sus finos labios. Dejó su copa de vino en la mesita de luz.

– ¿Simon? ¿Q-Qué estás...?

– Oh, mi líder. Puedes decirme 'S' a partir de ahora – esa confesión tan coqueta, acompañada de una mirada azul intensa, bastó para dejar otro con la boca abierta.

– ¿Entonces tú eres...? Pero me dijeron que...

– Shhh – se paró frente a él de un grácil salto, colocando un dedo sobre sus labios – Feliz cumpleaños, mi líder.

    Recién entonces notó que el rubio se estaba quitando el abrigo, dejando ver su cuerpo cubierto de ropa negra ajustada, sobre la cual habían pequeños brillitos blancos. Azúcar. Una sola mirada inquisitiva bastó para exponer todas sus preguntas.

– ¿No te lo dijeron? Supongo que tendré que hacerlo. Yo soy el pastel, Markus – enredó sus brazos al cuello ajeno, susurrando – Cómeme.

     En el momento que por fin pudo probar el sabor de los rojos labios que tanto había deseado, supo que ese sería el mejor cumpleaños de su vida.




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♥  

   De verdad quise esforzarme con este, la idea del labial rojo llevaba rato en mi cabeza. Adoro el resultado <3

PD: Simon seductor es mi debilidad, sorry not sorry.

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