4. El león de las artes (AioriaxShaka)
¡Holaaaaa! Paso a dejar este shot super rapido. Gracias a quienes leen y votan, todos los comentarios me hacen feliz ♥
Si bien tengo pensado escribir un fic largo de esta pareja, quería dedicarles algo breve y bonito :)
Mia ♥
"Espero que no te importe
que ponga en palabras
cuan maravillosa es la vida
cuando tu estás en el mundo..."
Your Song – Elton John
I
Lo observó durante algunos minutos antes de acercarse a él para sentarse a su lado. El rubio de cabellos dorados había correspondido aquellas miradas con algo de timidez, pero no protestó cuando el joven acomodó una silla junto a él y se instaló, con excesiva confianza.
–¿Puedo sentarme aquí? –preguntó, intentando sonar tan serio como pudo, haciendo danzar aquella voz gruesa en su lengua.
–Ya lo has hecho... –le susurró a modo de respuesta, observando su copa de vino.
–Lo siento, tenía la impresión de que me mirabas y que aceptarías si te invito a beber.
Los ojos traslúcidos del rubio lo alcanzaron, serios.
–¿Estás intentando ligar conmigo? Porque estoy casado, lo siento. –replicó levantando su mano para mostrar aquella alianza de oro, lo que el castaño de ojos verdes respondió levantando la suya, para mostrar otra antes de contestar.
–Y yo, pero podemos beber algo ¿no? Tú y yo. Quizás puedas contarme por qué estás en un bar emborrachándote solo...
El joven asintió, perdiéndose un poco en aquellos ojos verdes que lo estudiaban fija y magnéticamente.
–Soy Shaka, ¿y tú?... no sé tu nombre.
–Para ti, el que quieras. Llámame sólo "amor mío" y seré nuevamente bautizado.
La risa del rubio resonó en la sala quebrando su voz, y rompió aquel gesto de seriedad solemne que vestía su rostro. Lo miró enarcando una ceja.
–¿Siempre citas a Shakespeare cuando ligas? Eso es nuevo.
El joven misterioso y sus ojos color esmeralda sonrieron simpáticos.
–Solo cuando me interesa muchísimo la conquista. Soy Aioria. –contestó zanjando el tema. ¿Importaba? No, nunca importaba el nombre. –Ahora dime, Shaka... ¿Qué haces en Atenas? ¿Trabajo? ¿Amor, quizás? ¿Tu corazón ha caído preso del romance heleno?
Una sonrisa sutil se deslizó en los labios del rubio.
–Algo así. Mi esposo es griego así que supongo que sí; he caído preso del romance heleno y vivo aquí porque trabajo aquí... nací en India hace ya 33 años pero supongo que soy griego por adopción. Me mudé a Grecia a los 6 años. ¿Y tú?
–También trabajo en Atenas. –comentó antes de pedir un whisky. El alcohol siempre ayudaba a darle aquel empujón divertido a la irreverencia que tan bien le funcionaba. –Y también vivo con mi marido.
Los ojos de Shaka que bailaban sobre los bordes de aquella copa casi vacía se deslizaron para mirarlo.
–Ya veo. ¿Él está de acuerdo con tus ligues descarados con desconocidos en bares o no lo sabe?
Aioria sonrió.
–Lo sabe todo de mí. ¿Y el tuyo?
El rubio suspiró antes de dar aquel último trago.
–Bueno... mi marido es... especial. –resumió.
El whisky llegó minutos después para dar paso a otras dos copas de vino y una charla de desconocidos que fugazmente se encontraban en una mirada intensa. Algunas horas después el castaño supo que Shaka era profesor de matemáticas y que le gustaba mucho viajar, aunque no lo hacía tanto como deseaba. El rubio por su parte, supo que el castaño era pintor y le gustaba recorrer galerías. Le invitó desvergonzadamente a una, en una promesa que ambos sabían que jamás cumplirían.
Fue Aioria quien, finalizando la noche, acercó su mano a los dedos pálidos del rubio que comenzaba a desinhibirse para girar el anillo y deslizarlo lejos de su mano.
–¿Sabes? Hoy dormiré en este hotel y mi habitación es la 204. He visto que has prestado mucha atención al color, la forma y la caída de mi pantalón, pero puedes quitármelo si así lo deseas para ver lo que hay debajo; no llevo ropa interior, supongo que ya lo habrás notado. Si quieres subir conmigo, podemos olvidarnos de quienes somos por una noche.
El rubio sonrió levemente cogiendo su anillo de bodas para guardarlo y quitarle al griego el suyo.
–Solo tengo una noche. –respondió levantándose ante la mirada hambrienta del castaño, que observaba aquella camiseta negra ceñida y elegante como si estuviera preso de una hipnosis feroz. –Solo una, pintor.
La sonrisa del heleno lo alcanzó como una cachetada de ebriedad lujuriosa.
–Con una es suficiente.
II
Sus bocas colisionaron con un anhelo voraz en el pasillo y los brazos del indio se desplazaron hacia la cintura de Aioria, quien intentaba, torpemente, dar con el botón del ascensor mientras enfocaba toda su atención en aquel beso abrasador. El alcohol efectivamente había ayudado y los había empujado a aquella gula desesperada, con el cuerpo arrasado por llamas que solo podrían apagar de una forma: acostándose.
Luego de otro round de bocados feroces y ávidos lograron encontrar la puerta
(204)
y aterrizar sobre la cama: Aioria, como lo prometió, no llevaba ropa interior.
El rubio observaba fascinado cada fibra muscular del griego, quien en un instante, se deshizo de su camiseta estirándose hábilmente para arrojarla lejos y dejar ante sus ojos su piel desnuda y bronceada. El pantalón corrió con la misma suerte, liberando aquella erección que el rubio atajó con la boca, cautivo de su propia necesidad.
Unos jadeos húmedos y graves llegaron a sus oídos y su propia rigidez le reclamó atención. Alcanzó su vientre con una mano libre para empujarla aún más abajo y estimularse él mismo, acariciando su miembro que latía desesperado. Aioria acompañó con sus caderas aquel ritmo profundo y suave; pronto los jadeos lo inundarían todo.
–Déjame ayudarte con eso. –murmuró alejándose de su boca para desnudarlo completamente y acomodarse junto a él en la cama para estimularse mutuamente. Sus dedos, hábiles, alcanzaron pronto el vello rizado del rubio: la antesala de su erección pulsátil y agónica que desarmó presionándola y deslizando su mano una y otra vez, descubriendo aquel paraíso húmedo y ligeramente rosado.
Sus ritmos eran casi coreografiados; sería una buena noche, si. Ambos lo sabían.
III
La danza explosiva de sus cuerpos desnudos sobre las sábanas aburridas y blancas del hotel se extendió hasta la madrugada, cuando luego de vaciarse en gemidos casi musicales, se rindieron ante el cansancio en una batalla que ambos sabían que no ganarían.
Aioria yacía laxo y sus ojos se apagaban. Shaka se acomodó a su lado ajustándose en un abrazo antes de abandonarse al sueño.
–¿Tu esposo no se molestará si me abrazas? –preguntó el rubio, besando su pecho desnudo.
Aioria rió, relajado.
–No, puede ser un cabrón con malas pulgas pero me tiene muchísima paciencia. ¿Y el tuyo? Imagino que no le gustará nada saber todo lo que has hecho hoy con esa boca.
La sonrisa de Shaka se asomó, tenue.
–Salimos desde los 14 años, supongo que en casi 20 años de soportarme... puede lidiar con eso.
Un último beso alcanzó la boca del indio, con dulzura. Mañana sería otro día y ya no podrían olvidarse de quienes eran.
IV
Shaka se despertó temprano –su reloj biológico era estricto– pero cuando lo hizo, el castaño aún dormía. Lo observó con ternura antes de acariciar su cabello alborotado y dejar un beso sobre su frente antes de alcanzar la ducha. Debía volver pronto.
–¿Puedo? –preguntó Aioria minutos más tarde colándose en la ducha para atrapar al rubio en un abrazo firme, con una sonrisa amplia y divertida.
–¿Por qué me preguntas si puedes hacer algo que ya has hecho? –rió Shaka buscándolo en un beso simple y rápido.
El griego le regaló una sonrisa, enjabonando la espalda pálida del joven con suavidad.
–No quería perderme la oportunidad de bañarme con el profesor de matemáticas más hermoso de Atenas antes de volver a mi vida real. Deberíamos irnos ya, ¿no? Siento terminar esta noche tan bonita pero debo trabajar en 45 minutos.
El indio asintió, barriendo los restos de jabón y el acondicionador de su pelo eternamente largo y dorado.
–Sí, deberíamos volver.
V
Luego de un baño fugaz se vistieron rápidamente y se alistaron para salir pero la voz del rubio lo alcanzó antes de que atraviese la puerta.
–Aioria... tu anillo. Deberías ponértelo...
El griego sonrió, buscándolo en el bolsillo de su pantalón, para dárselo con un gesto veloz y dulce.
–Deberías ponérmelo tú, como siempre.
La mano del indio se movió lenta para deslizar la alianza dorada en el dedo del castaño que lo miraba hipnotizado y feliz. Selló aquello con un beso, esta vez largo y suave.
–¿Siempre serás tú? –preguntó el heleno con sus ojos verdes llenos de ruego y amor. El rubio asintió, sonriendo.
–Siempre, león.
Llevaban casados ya 7 años de los casi 20 que habían compartido como pareja, juntos, desde aquel primer beso inocente a sus 14 años. Aquel juego de los desconocidos y el hotel les divertía porque lograban alejarse momentáneamente de su vida cotidiana en el Santuario e inventarse mundos mágicos que les obsequiaban noches de diferentes aventuras para explorarse sexualmente de maneras novedosas.
Sus respectivos maridos no se enojarían, no, porque eran ellos mismos.
VI
Ya en el templo de Leo, Aioria se desvistió nuevamente para, esta vez, volver a su ropa de entrenamiento; el bohemio lujurioso había muerto para dar paso al soldado, guardián de la quinta casa. Shaka lo imitó, abandonando aquel "disfraz" sobrio y elegante antes de alcanzar su túnica blanca.
Ajustaba sus sandalias con cuidado cuando la risa contagiosa del griego brotó como una fuente inesperadamente.
–¿Profesor de matemáticas? ¿De verdad? Creí que esto iba más rollo fantasía, cariño.
El rubio se unió a la carcajada.
–Pues discúlpame por no inventarme algo tan sensual y genial como ser pintor, visitar galerías y citar a Shakespeare, león de las artes.
El león de los relámpagos artísticos se acercó a su marido para volver a besarlo, aún preso del vaivén de su propia risa.
–Tú me gustas mucho, seas quien seas. ¿Sabes quién me gustaba muchísimo también? El músico alemán que fingiste ser la primera vez... ¿Cómo se llamaba?
La sandalia rebelde del rubio finalmente había cedido y Cenicienta ya tenía un zapato. No pudo calzar su otro pie porque otra vez la risa no se lo permitió.
–Hans. Era un músico muy bueno aunque yo no pueda tocar ni el botón del ascensor. No estuvo mal.
Aioria sonrió, recordando.
–Pues flautista igual un poco sí eres. Hay cosas que sí sabes tocar, especialmente con la boca... y muy bien debo decir, el mejor, muy bien diez.
El rubio lo observó, con divertida ternura.
–¿El mejor? Creí que era el único que había pasado por tu cama, león de las artes.
Unos brazos gruesos y bronceados lo alcanzaron y pronto sintió los labios del griego aterrizar en su frente para desviarse luego por su rostro hasta su boca.
–El único que pasó por mi cama y al único que quiero allí, sí. No me importa cómo te llames; si eres indio, japonés o nigeriano. No me importa si eres profesor de matemáticas o un músico alemán. Te amo a ti y a todos los que decidas ser si ellos me aman a mí, seguiré eligiéndote y deslizando este anillo una y otra vez, si tú así lo deseas. ¿Sabes lo que me gusta de todos mis amantes? Que todos ellos son Shaka, mi vecino torpe y entrometido con malas pulgas y los ojos más hermosos que esta vida de mierda me ha dado la oportunidad de ver. Amo despertarme contigo, con Hans, con Richard... porque todos ellos huelen a ti y se ven como tú, gimen como tú y me cuidan como tú. El mundo es un lugar más feliz cuando me miras, mi doncella matemática.
Sí, el mundo era un lugar más feliz en sus ojos, así lo sentía y así lo creía, con una certeza avasallante. El indio cogió sus manos, para jugar con su anillo de bodas y entrelazar sus dedos, sonriendo tímidamente.
–Vaya, pero si el león de las artes es un poeta.
Aioria negó antes de besarlo otra vez.
–No. El león de las artes solo te ama demasiado y espera pasar lo que resta de su vida durmiéndose con tus ronquidos nocturnos y despertándose con tu pelo en su cara.
El guardián de la sexta casa asintió dándole un beso rápido y avergonzado antes de alejarse a la cocina a preparar el desayuno. La voz del santo de Virgo le llegó desde la lejanía.
–Pues dile a ese león que la doncella matemática también lo ama. Lo ama desde que tenía 9 años y el cachorro iluminó su habitación con algunos relámpagos amables para que no le tema a la oscuridad. La doncella también adora a su león, porque le hace feliz. Gracias, Aioria, por... no darte por vencido conmigo.
La voz del griego esta vez sonó a sus espaldas. Un beso suave y dulce sorprendió al indio al acariciar su mejilla.
–Dile a la doncella matemática que solo un loco se daría por vencido porque su amor le hace feliz. –sentenció con certeza. –El amor de la doncella ilumina la vida del león más que cualquiera de sus relámpagos.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Shaka.
...Quizás,
el próximo aniversario,
se curre mejor a su personaje.
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