⚡️[Yo te ayudo]Samantha x Tory

Samantha
x
Tory

Advertencias:Ninguna
Relación:Amigas



Nunca pensé que regresar a Cobra Kai sería el único camino que me quedaba. Después de que mi mamá falleciera, todo cambió. Fue como si el suelo desapareciera bajo mis pies, como si cada cosa que creía estable y firme en mi vida se desmoronara. Nadie podía entenderme, ni siquiera los que decían ser mis amigos. En Miyagi-Do siempre sentí que era la extraña, la que no encajaba. Como un engranaje defectuoso en una máquina que funcionaba perfectamente sin mí.

Robby intentaba estar allí para mí, pero nunca lo sentí real. Miguel, con su perfección moral, parecía más distante que nunca, y Sam... bueno, Sam nunca dejó de verme como su enemiga. Así que decidí irme. Y no solo dejar Miyagi-Do, sino todo lo que representaban: la unidad, la armonía, las falsas promesas de apoyo. Porque cuando realmente lo necesité, cuando mi mamá murió y mi mundo colapsó, ninguno estuvo ahí.

Cobra Kai era lo único que conocía que podía darme un propósito, incluso si era tóxico. Tal vez era lo que merecía. Después de todo, no era una buena persona. Había cometido errores, lastimado a otros, y ahora simplemente estaba regresando al lugar donde pertenecía.

Barcelona debería haber sido una experiencia emocionante. Representar a Cobra Kai en el Sekai Taikai, el torneo de karate más prestigioso del mundo, era un logro que pocos podían alcanzar. Pero para mí, todo el evento se sentía vacío. Las luces brillantes, los aplausos ensordecedores y las caras emocionadas de los demás no podían llenar el abismo que mi mamá había dejado. A veces me preguntaba si estaría orgullosa de mí. Si me vería como alguien fuerte o simplemente como alguien que estaba sobreviviendo, apenas manteniéndose de pie.

La segunda noche del torneo, después de un día agotador de combates y sonrisas fingidas, todo lo que quería era llegar a mi habitación y cerrar el mundo afuera. Me sentía desgastada, como si la máscara que llevaba todo el día estuviera a punto de romperse. Entré al elevador del hotel, mi cabeza baja, sin prestar atención a quién estaba allí.

Fue entonces cuando lo vi.

Robby estaba de pie al final del pasillo. Zara Malik, la estrella de los Iron Dragons, estaba con él. Ella tenía esa arrogancia natural que parecía encantarle a todos, ese aire de superioridad que me daba ganas de rodar los ojos cada vez que la veía en el tatami.

Mis ojos se encontraron con los de Robby por un breve instante, y sentí una punzada en el pecho. No había esperado verlo allí, y mucho menos con ella. Intenté convencerme de que no era nada, que solo estaban hablando, pero entonces lo vi.

Zara se inclinó hacia él, susurrándole algo que no alcancé a escuchar. Su risa, baja y coqueta, resonó en el pequeño espacio del elevador. Mi corazón se aceleró, pero intenté no reaccionar. Todo estaba bien. No había nada entre ellos. Pero luego pasó lo inevitable.

Ella se acercó más, y antes de que pudiera siquiera comprender lo que estaba sucediendo, sus labios se encontraron.

Sentí un golpe en el pecho, como si alguien hubiera arrancado todo el aire de mis pulmones. Era Robby. Mi Robby. El chico que una vez me prometió que estaría a mi lado, que me entendía, que me quería. Y ahora estaba besando a Zara, como si yo nunca hubiera existido.

Mis piernas temblaron. Quise gritar, golpear algo, pero no podía moverme. Estaba congelada, atrapada en ese momento que se repetía una y otra vez en mi cabeza. Zara sonriendo, Robby inclinándose hacia ella, sus labios uniéndose como si el mundo a su alrededor no importara. Como si yo no importara.

Cuando las puertas del elevador se volvieron a abrir, salí corriendo, incapaz de mirar atrás. Mi mente era un torbellino de imágenes y pensamientos, todos mezclados con el dolor insoportable que sentía en el pecho. No sabía a dónde iba, solo sabía que necesitaba escapar.

Sin darme cuenta, llegué a la playa. El frío de la arena bajo mis pies descalzos me devolvió a la realidad por un momento. Me dejé caer en la orilla, con las olas apenas rozando mis piernas. La ciudad seguía iluminada detrás de mí, pero aquí, frente al mar, todo parecía más tranquilo.

Por un instante, me permití sentirlo todo. La rabia, la tristeza, la humillación. Pensé en mi mamá, en cómo siempre decía que yo era fuerte, que podía con todo. Pero ¿y si se equivocaba? ¿Qué pasaba si no era tan fuerte como ella pensaba? Me sentía rota, como si todas las piezas de mi vida se hubieran perdido para siempre.

El sonido de unos pasos en la arena me sacó de mis pensamientos. Alcé la vista, y ahí estaba ella. Sam.

Era la última persona que esperaba ver. Su figura, iluminada tenuemente por las luces de la ciudad, se detuvo a pocos metros de mí. Su expresión cambió al verme. Había algo en su rostro, algo que no supe descifrar.

—Tory... ¿estás bien? —su voz era suave, casi vacilante, como si no estuviera segura de si debía hablarme.

¿Qué si estaba bien? Por supuesto que no estaba bien. Pero no quería que ella lo supiera, que viera lo vulnerable que me sentía.

—¿Qué haces aquí? —mi voz salió más dura de lo que quería, pero no me importó.

Ella no se movió, y por un momento pensé que se iría, que me dejaría sola con mi dolor. Pero en lugar de eso, se acercó y se sentó a mi lado, ignorando mi tono hostil.

El silencio que siguió era pesado, lleno de cosas que ninguna de las dos estaba lista para decir. Finalmente, ella habló.

—Vi que saliste corriendo. Parecías... bueno, como si necesitaras a alguien.

Quise reírme, aunque no por humor, sino por la ironía. Justo cuando sentía que no tenía a nadie, aparecía Sam, la chica que siempre parecía tenerlo todo, que siempre parecía tan perfecta.

—No necesito tu lástima, Sam —murmuré, mirando al agua.

—No es lástima —respondió con una calma que me irritó—. Es que sé lo que se siente estar sola.

Su comentario me tomó por sorpresa. La miré de reojo, intentando descifrar si estaba siendo sincera. Sus ojos, celestes y llenos de algo que no podía identificar, me miraban con una intensidad que me incomodaba.

El mar se extendía frente a Tory como un manto interminable, su inmensidad reflejaba el torbellino de emociones que llevaba dentro. Cada ola que rompía en la orilla parecía un susurro lejano, como si intentara ofrecer consuelo, pero en lugar de calmarla, hacía que el nudo en su garganta se sintiera aún más apretado. Su mirada permanecía fija en el horizonte, perdida entre el vaivén de las olas, pero su mente estaba en cualquier lugar menos allí.

Sam la observaba desde unos pasos atrás, con una expresión que mezclaba sorpresa y compasión. Ver a Tory en ese estado era como mirar a una versión completamente desconocida de la chica que siempre había visto fuerte, decidida, casi invencible. Esta Tory era distinta. Frágil. Rota. Sam dudó por un momento antes de acercarse, pero finalmente decidió sentarse a su lado en la arena, dejando un espacio suficiente para no invadir su espacio, pero lo bastante cerca como para que sintiera su presencia.

Al principio, ninguna de las dos dijo nada. Sam miraba el mar, buscando las palabras correctas, mientras la rubia seguía inmóvil, apretando los puños contra sus piernas, como si ese gesto pudiera contener las lágrimas que amenazaban con salir.

Finalmente, Sam rompió el silencio, su voz baja y tranquila:

—Lo siento mucho por lo de tu mamá...

Tory no reaccionó de inmediato, pero Sam pudo ver cómo sus hombros se tensaron levemente. Después de unos segundos, Tory volteó hacia ella, sorprendida de que Sam hubiera mencionado algo tan personal.

—Yo no la conocí —continuó Sam, con cuidado—pero... seguro era tan increíble como vos.

Tory dejó escapar un leve suspiro, uno que sonaba más como una mezcla de dolor y agotamiento. Sus ojos, que había logrado mantener secos durante tanto tiempo, comenzaron a humedecerse. Quería responder, decir algo sarcástico o desafiante como siempre hacía, pero no tenía la fuerza.

Sam, al notar su lucha interna, levantó un brazo en un gesto que era tanto una invitación como un permiso.

—Si necesitas llorar, hacelo. No tienes que ser fuerte todo el tiempo, ¿sabes?.

Tory dudó, mirando primero el rostro de la castaña, buscando algún rastro de burla o lástima, pero no encontró nada de eso. Solo una sincera preocupación. Después de un momento de vacilación, dejó que su cabeza cayera sobre el hombro de Sam, como si al hacerlo pudiera soltar parte del peso que llevaba encima.

—No sé cómo hacerlo —murmuró Tory, su voz apenas un susurro.

—¿Cómo hacer qué? —preguntó Sam, con suavidad.

—Llorar. Sentirme débil. Dejar que alguien me vea así.

Sam dejó escapar un suspiro, comprendiendo lo que Tory quería decir.

—No es fácil. Pero a veces... tenes que dejar salir todo. Si no lo haces, termina consumiéndote.

Tory cerró los ojos, dejando que una lágrima solitaria se deslizara por su mejilla.

—Vi a Robby con Zara —confesó de repente, su voz quebrándose al final.

La de bajá estatura se tensó de inmediato, incapaz de ocultar su sorpresa.

—¿Qué? ¿Robby con la chica de Iron Dragons?

Tory asintió lentamente, sin levantar la cabeza del hombro de Sam.

—En el hotel. Se estaban besando.

La incredulidad de Sam era palpable. Abrió la boca para decir algo, pero las palabras se le atascaron. Finalmente, logró articular:

—No puedo creerlo.

El silencio se apoderó de ellas de nuevo, pero esta vez estaba cargado de emociones. Sam respiró hondo antes de hablar, eligiendo sus palabras con cuidado.

—Tory... lo que Robby hizo no está bien. Pero eso no dice nada sobre ti, ¿sabes?

Tory dejó escapar una risa amarga.

—Claro que sí. Dice que no soy suficiente. Que no valgo la pena.

Sam negó con la cabeza, apartándose ligeramente para mirarla a los ojos.

—No. Eso no es verdad. Robby tomó una mala decisión, pero eso no tiene nada que ver contigo.

Tory la miró con los ojos vidriosos, su voz llena de dolor.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

Sam suspiró y, tras un momento de vacilación, decidió compartir algo que había guardado para sí misma durante mucho tiempo.

—Porque yo estuve en tu lugar. Una vez vi a Miguel con otra chica.

El comentario tomó a Tory por sorpresa. Se incorporó ligeramente, mirándola con incredulidad.

—¿Miguel? ¿Nuestro Miguel? ¿El mismo que actúa como si fuera un santo?

Sam dejó escapar una risa amarga.

—Sí, ese Miguel. Fue en una fiesta. No habían pasado ni cinco días desde que le pedí que nos tomáramos un tiempo... y lo vi con otra chica. Estaban besándose.

Tory abrió los ojos como platos, incapaz de procesar lo que escuchaba.

—No lo puedo creer.

—Yo tampoco lo creí en su momento —admitió Sam—. Pero pasó. Y aunque sabía que no podía reclamarle nada porque fui yo quien le pidió el tiempo, dolió.

Tory la miró en silencio, asimilando sus palabras. Era extraño, pero escuchar la historia de Sam le daba una sensación de consuelo, como si no estuviera completamente sola en su dolor.

—Supongo que estoy en la misma situación —murmuró finalmente Tory.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Sam, con curiosidad.

La rubia dejó escapar un suspiro, volviendo a mirar el mar.

—Le pedí a Robby un tiempo... ayer. Sentía que las cosas no estaban funcionando. Y ahora... ya está con Zara.

Sam sacudió la cabeza, claramente frustrada.

—¿Apenas un día? Eso es... eso es una mierda, Tory.

Tory dejó escapar una risa amarga.

—Sí, lo es. Pero ¿qué más esperaba?

Sam la miró con firmeza.

—Esperabas respeto. Y lo merecías.

Tory no respondió, pero sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente. Antes de que pudiera intentar ocultarlas, Sam la abrazó, envolviéndola con fuerza.

—No tienes que enfrentarlo sola. Estoy aquí.

Por primera vez en mucho tiempo, Tory permitió que las lágrimas fluyeran libremente. Se aferró a Sam, dejando que el dolor saliera, sintiendo que, al menos por un momento, no estaba completamente rota.

El sonido de las olas seguía llenando el aire, pero entre Sam y Tory, el silencio se sentía cada vez más pesado. Ambas sabían que había mucho por decir, pero no era fácil encontrar las palabras correctas. Tory, con los ojos hinchados y la mirada fija en la arena, luchaba con una mezcla de emociones que la abrumaban. Sam, a su lado, la observaba con una expresión de genuina preocupación.

—Tory... —empezó Sam, su voz suave, casi vacilante—. Quiero que sepas algo. A pesar de todo lo que ha pasado entre nosotras, a pesar de las peleas, las palabras hirientes y... bueno, todo, todavía te veo como una amiga. O al menos como alguien que podría haberlo sido.

Tory levantó la vista lentamente, sus ojos buscando los ojos azules de Sam. La sinceridad en el rostro de la otra chica era desarmante.

—¿Amiga? —repitió Tory, con incredulidad en su voz—. ¿Después de todo lo que te hice? ¿Cómo puedes decir eso?

Sam suspiró, mirando hacia el mar como si buscara respuestas en el horizonte.

—Porque no siempre fue así —dijo finalmente—. Hubo un tiempo en el que pensé que podríamos entendernos, que tal vez podríamos dejar atrás toda esa rivalidad absurda pero todo se fue al carajo.

Tory bajó la mirada, el peso de la culpa apretándole el pecho.

—Lo arruiné, ¿no? —murmuró, su voz apenas un susurro—. Volví a Cobra Kai... volví a pelear contigo. Ni siquiera sé por qué lo hice.

Sam negó con la cabeza, volviendo su atención a Tory.

—No fue solo tu culpa —admitió—. Sé que tú estabas pasando por algo horrible con lo de tu mamá. Y yo... nosotros... —se corrigió rápidamente, refiriéndose a Miguel, Robby y Eli— actuamos como unos completos idiotas.

Tory frunció el ceño, claramente confundida.

—¿Idiotas? ¿Por qué dices eso?

Sam tomó aire, como si estuviera preparándose para confesar algo que le pesaba desde hace tiempo.

—Porque sabíamos lo de tu mamá, Tory. Lo sabíamos y no hicimos nada. No te buscamos, no te apoyamos, no estuvimos allí para ti cuando más lo necesitabas. Sé que tú nunca lo admitirías, pero debió doler mucho que te dejáramos sola.

Tory apretó los labios, sus ojos volviendo a llenarse de lágrimas. Intentó decir algo, pero las palabras no salían. Sam continuó, su tono lleno de remordimiento.

—Sé que fue un error enorme. Y lo siento. De verdad, lo siento. No hay excusa para lo que hicimos. Pero quiero que sepas que, al menos de mi parte, no fue porque no me importaras. Porque sí me importabas, Tory. Siempre me importaste.

Tory dejó escapar un pequeño sollozo, cubriéndose el rostro con las manos. Era demasiado. La culpa, el dolor, la soledad. Todo se acumulaba dentro de ella, y ahora, escuchar las palabras de Sam solo hacía que ese nudo en su pecho se hiciera más grande.

—No sabes cuánto deseé que alguien viniera a buscarme —confesó finalmente, su voz quebrada—. Pensé que tal vez... tú, Miguel, incluso Eli o Robby... alguien. Pero nadie lo hizo. Me sentí como si no le importara a nadie.

Sam se inclinó hacia adelante, colocando una mano reconfortante en el hombro de Tory.

—Lo sé... Y estoy tan arrepentida... No sé cómo compensarlo, pero quiero intentarlo. No quiero que sigamos siendo rivales, no quiero que volvamos a pelearnos. Lamento mucho cómo se dieron las cosas entre nosotras.

Tory levantó la cabeza, mirándola con lágrimas corriendo por su rostro. Sus labios temblaron mientras trataba de hablar.

—Yo... también lo siento, Sam. Por todo. Por volver a Cobra Kai, por pelear contigo, por todo lo que te hice pasar. Solo quería... no sé, sentirme fuerte otra vez. Pero al final solo terminé alejándolos a todos.

Samantha negó suavemente con la cabeza, su mirada llena de comprensión.

—No tienes que disculparte por buscar algo que te haga sentir fuerte, Tory. Pero no necesitas Cobra Kai para eso.Sos fuerte por tu cuenta. Siempre lo fuiste, incluso cuando creías que no.

Tory dejó escapar un suspiro tembloroso, secándose las lágrimas con la manga de su chaqueta.

—No me siento fuerte ahora mismo —admitió—. Me siento rota. Perdí a mi mamá, y ahora... ahora lo de Robby. No sé cómo seguir adelante.

Sam apretó suavemente el hombro de Tory, ofreciéndole una pequeña sonrisa de aliento.

—No tenes que hacerlo sola. Sé que no soy perfecta, que he cometido muchos errores contigo, pero si alguna vez necesitas a alguien, aquí estoy. No voy a obligarte a que confíes en mí, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti.

Tory la miró, sus ojos llenos de una mezcla de gratitud y tristeza.

—Gracias, Sam —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. Significa mucho para mí que digas eso.

Por primera vez en mucho tiempo, Tory sintió que alguien realmente la veía, que alguien entendía su dolor. A pesar de las heridas del pasado, a pesar de las rivalidades y los malentendidos, en ese momento no eran más que dos chicas compartiendo su vulnerabilidad, intentando encontrar algo de consuelo en medio de la tormenta.

03:47 a.m

La brisa de la noche tenía algo especial, un peso que Tory no había sentido en mucho tiempo, pero que ahora reconocía como alivio. Caminaba despacio, con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta. El silencio de la calle contrastaba con el bullicio de sus pensamientos, donde una y otra vez repasaba la conversación que había tenido con Sam.

Sam.

Si alguien le hubiese dicho hace unos meses que compartiría algo tan íntimo con Samantha LaRusso, probablemente se habría reído en su cara. Pero ahora, después de todo lo que había pasado, después de todo lo que ambas habían dicho y callado, las cosas no parecían tan absurdas.

La despedida había sido breve pero significativa. Tory recordó el peso de ese abrazo, cómo se había sentido momentáneamente más liviana, menos sola.

—Gracias por entender —había dicho, sin mirarla a los ojos, como si admitirlo en voz alta la hiciera vulnerable.

Sam, con su calma habitual, había respondido con una sonrisa que no parecía condescendiente, sino sincera, casi reconfortante.

—Yo te ayudo, Tory. Siempre que lo necesites.

Esa frase la había perseguido durante toda la noche, y mientras abría la puerta de su casa, no pudo evitar preguntarse si realmente era posible. ¿Podría confiar en alguien? ¿Podría bajar la guardia?

Miércoles 13:21 p.m

El lugar estaba lleno de ruido y energía al día siguiente. Los pasos de los competidores resonaban en el suelo, las conversaciones cruzadas se mezclaban con las instrucciones de los senseis y el ambiente estaba cargado de tensión. La rivalidad entre Cobra Kai y Miyagi-Do siempre había sido intensa, pero esta competencia tenía un tono diferente. No solo se trataba de demostrar quién era mejor; había algo más en juego, algo personal para muchos de ellos.

La rubia estaba sentada en un rincón, ajustando las vendas en sus manos. Sus movimientos eran metódicos, casi mecánicos, pero su mente estaba en otra parte.

A pocos metros, Kwon practicaba movimientos con un compañero. Era imposible no notar su actitud arrogante mientras se preparaba para su pelea contra Robby.

—Voy a destrozar a ese idiota —dijo con una sonrisa de suficiencia, asegurándose de que todos lo escucharan.

Un par de compañeros rieron, pero Tory no pudo evitar tensarse. ¿Destrozarlo? Aunque tenía sus problemas con Robby, sabía que Kwon no estaba en posición de hablar así de nadie.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando levantó la vista y vio a Sam al otro lado del tatami. Estaba calentando con Miguel, pero Tory no pudo evitar notar que ella la miraba. Sam levantó la vista y le guiño un ojo. No era un gesto desafiante ni competitivo; era algo más... un recordatorio de lo que habían compartido la noche anterior.

Tory sintió una chispa recorrer su cuerpo. No sabía por qué, pero algo en ese simple gesto encendió una llama dentro de ella, una necesidad de actuar, de hacer algo.

El asiático seguía pavoneándose, ajeno a todo lo demás, y Tory tomó una decisión impulsiva. Se levantó de golpe, cruzó la sala con pasos firmes y se plantó frente a él.

—Yo peleo.

Kwon se giró, sorprendido.

—¿Qué? —preguntó, sin entender.

—Yo peleo contra Robby.

—¡No puedes hacer eso! —protestó Kwon, su tono lleno de indignación.

Tory lo empujó suavemente hacia un lado, colocándose en el centro del tatami antes de que pudiera decir algo más.

—Acabo de hacerlo —dijo, con una sonrisa desafiante.

El árbitro, acostumbrado a las excentricidades de los miembros de Cobra Kai, no discutió. Robby, por su parte, la miraba con incredulidad desde el otro lado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó mientras se acercaba.

Ella levantó las manos en guardia, sus ojos fijos en los de él.

—Poniendo las cosas en su lugar.

Robby parecía desconcertado, pero no tuvo tiempo de cuestionarla más. El árbitro dio la señal, y Tory atacó.

Sus movimientos eran rápidos, precisos y llenos de una intensidad que parecía personal. Cada golpe, cada patada, llevaba una carga emocional que Robby no entendía, pero que lo mantenía a la defensiva.

—¿Por qué estás tan molesta? —preguntó entre esquives, pero Tory no respondió.

Un barrido perfectamente ejecutado lo hizo perder el equilibrio, y antes de que pudiera recuperarse, una patada directa al pecho lo tumbó al suelo.

El lugar quedó en silencio mientras el árbitro contaba el punto de Nichols ,enseguida Tory le chocó la mano a Yoon para que continuara.

Desde el otro lado, Sam sonrió, sus ojos brillando con orgullo. Murmuró para sí misma, aunque parecía que sus palabras iban directamente a Tory:

—Esa es mi amiga.

15:19 p.m

El vestuario estaba tranquilo, un contraste con el bullicio del estadio. Tory se sentó en un banco, mirando sus manos vendadas. Los nudillos le dolían, pero no le importaba. Lo que había hecho en el tatami no había sido solo una pelea; había sido una liberación, un grito silencioso al mundo de que no iba a quedarse callada.

La puerta se abrió, y Sam entró, aún con su uniforme de Miyagi-Do. Se apoyó contra la pared, cruzándose de brazos mientras la miraba.

—Eso fue... inesperado —dijo finalmente, rompiendo el silencio.

Tory levantó la vista, claramente nerviosa.

—¿Vas a sermonearme?

Sam negó con la cabeza, una sonrisa suave en sus labios.

—No. Creo que fue genial.

Tory parpadeó, sorprendida.

—¿Qué?

—Peleaste con el corazón. No solo estabas ahí para ganar; estabas ahí para demostrar algo.

Tory bajó la mirada, jugando con los bordes de las vendas en sus muñecas.

—No lo hice por mí.

Sam se acercó, sentándose a su lado.

—No importa por quién lo hiciste. Lo que importa es que lo hiciste. Y lo hiciste bien.

Tory suspiró, sintiendo cómo las defensas que siempre había mantenido empezaban a desmoronarse.

—Gracias por... ya sabes, no odiarme.

Sam rio suavemente.

—Es difícil odiar a alguien cuando sabes por lo que está pasando.

Ambas quedaron en silencio, compartiendo un momento de entendimiento. Finalmente, Sam se puso de pie y le ofreció una mano.

—Vamos. Hay que enfrentar al mundo, ¿no?

Tory tomó su mano, levantándose.

—Sí... supongo.

Mientras salían juntas del vestuario, Tory miró a Sam y, por primera vez, sintió que podía confiar en alguien.

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos cálidos. El aire estaba frío, pero Tory no lo notaba. Mientras caminaban hacia la salida, Sam puso una mano en su hombro y sonrió.

—Te lo dije anoche, y lo repito ahora: yo te ayudo, Tory. Siempre.

Y aunque todavía quedaban heridas por sanar, en ese momento Tory supo que no estaba sola.

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