🔖[Una esposa de mentira]Kwon x Tory

Kwon
x
Tory

Narrado por Kwon.

Lunes 09:14 a.m

Si alguien me hubiera dicho hace un año que estaría atrapado en una telaraña de mentiras que yo mismo tejí, probablemente me habría reído en su cara. Mentir nunca había sido mi estilo, pero esa noche en la playa con Zara Malik, todo cambió.

Zara no era solo hermosa, era magnética. Esa noche habíamos pasado horas caminando descalzos por la arena, hablando de todo y nada bajo el cielo estrellado. En algún punto, el mundo exterior desapareció y quedamos solo nosotros dos. No voy a entrar en detalles, pero digamos que la noche terminó como suelen terminar las mejores historias: enredados en una manta, con el sonido de las olas de fondo y el calor de la pasión envolviéndonos.

Desperté con una sonrisa en el rostro, convencido de que la vida no podía ser mejor. Zara estaba a mi lado, aún dormida, luciendo como una pintura renacentista perfecta. Me levanté con cuidado para no despertarla, recogí mi camisa de la arena y metí la mano en el bolsillo para buscar mis llaves.

Ahí fue cuando todo se fue al diablo.

—¿Qué es esto? —La voz de Zara me congeló en el acto.

Me giré lentamente para encontrarla de pie, sujetando un pequeño anillo de matrimonio que había caído de mi bolsillo. El anillo pertenecía a mi antigua novia ,era mi arma secreta para seducir chicas. No tenía ningún significado romántico para mí, pero a los ojos de Zara, contaba otra historia.

—¿Esto es un anillo de matrimonio, imbecil? —preguntó, su tono era una mezcla de incredulidad y enfado.

—Eh... sí, pero... no es lo que piensas...—respondí, mi mente trabajando a toda velocidad para encontrar una excusa razonable.

Ella levantó una ceja, cruzándose de brazos.

—No es lo que pienso. Claro. Entonces explícame por qué llevas un anillo de matrimonio en el bolsillo.

Tomó su bolso y comenzó a recoger sus cosas. La calma y la dulzura de la noche anterior habían desaparecido. Zara estaba furiosa, y con razón.

—Espera, Zara, por favor, no te vayas. Déjame explicarte.

—No hay nada que explicar. Sos un hombre casado, Kwon. No puedo creer que me haya acostado contigo.

Esas palabras me golpearon como un puñetazo. Tenía que hacer algo, y rápido.

—¡No, no! Estoy divorciándome, ¿si? Estoy en medio de un divorcio complicado.

Ella se detuvo, girándose lentamente para mirarme con los ojos entrecerrados.

—¿Qué dijiste?

—Estoy divorciándome. Mi matrimonio está acabado, Zara. Lo juro.

Ella dejó escapar una risa sarcástica, pero al menos había dejado de empacar sus cosas.

—¿Y cuándo pensabas mencionar ese pequeño detalle?

—Quería hacerlo, de verdad. Pero... es un tema difícil para mí. No quería arruinar lo que tenemos.

Zara me estudió por un momento, claramente evaluando si me creía o no. Finalmente, dejó caer su bolso al suelo y se cruzó de brazos nuevamente.

—Bien. Entonces explícame por qué te estás divorciando.

Sabía que tenía que actuar rápido, así que saqué la respuesta más trágica que se me ocurrió.

—Ella... —hice una pausa, tratando de parecer genuinamente herido—. Ella es una persona terrible. Egoísta, manipuladora, siempre poniéndose a sí misma primero ,me explota las tarjetas de crédito ,es adicta ,entre otras cosas.

Zara levantó una ceja, claramente escéptica.

—¿Y cómo es que te casaste con alguien así?

—No era así al principio —improvisé—. Pensé que la conocía, pero con el tiempo... cambió.

Ella me miró fijamente, como si tratara de leer mi alma.

—No te creo nada ,no me hables más.

Zara terminó de recoger sus cosas y se fue ,dejándome como un idiota en bóxer en la playa.

14:06 p.m

El problema con mentir es que siempre te deja atrapado en una espiral de caos. Pensé que todo estaba bajo control con Zara. Había logrado mantener la fachada de "marido infeliz en proceso de divorcio", pero claro, Zara no era una mujer cualquiera. Era astuta, emocionalmente inteligente y tenía un sentido de justicia que me hacía sudar.

Así que ahí estaba, de pie frente a la puerta de su salón de clases en una guardería llena de niños gritando. Zara, con su impecable cabello recogido y un vestido que mezclaba elegancia con ternura, supervisaba a un grupo de pequeños mientras estos jugaban.

La miré desde el marco de la puerta, tomando aire. ¿Qué tan difícil podía ser pedir perdón?

—¿Kwon? —su voz cortó mis pensamientos. Me descubrió observándola, y su ceño fruncido ya me hacía dudar de todo.

Avancé lentamente hacia ella con las manos alzadas como si me estuviera rindiendo.

—Zara, necesito hablar contigo.

Ella entrecerró los ojos, claramente molesta con mi presencia.

—Estoy trabajando, Kwon. No tengo tiempo para tus excusas.

Antes de que pudiera decir algo más, un pequeño niño, probablemente de unos cinco años, corrió hacia Zara, tirando de su vestido.

—Señorita Malik, ¿ese hombre es un adultero? —preguntó con toda la inocencia del mundo.

Mis ojos se abrieron como platos mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar.

—¡Sí, adultero! ¡Fornicador! —repitió el niño, apuntándome con un dedo como si estuviera en un juicio de la corte suprema.

—Relájate, Bobby —le dije, tratando de mantener la compostura, pero con ganas de desaparecer.

Zara cerró los ojos y suspiró, claramente avergonzada.

—Se llama Nicolás, Kwon —dijo, fulminándome con la mirada.

—Nicolás, claro —murmuré, asintiendo rápidamente.

Zara le dio una sonrisa tranquilizadora al niño antes de agarrarme del brazo y arrastrarme a un salón vacío, lejos de las miradas curiosas de los pequeños.

—¡Te juro que lo asesinare! —gritó el niño detrás de nosotros mientras nos alejábamos.

—¡Cuando quieras! —le respondí con una sonrisa forzada antes de que Zara cerrara la puerta de golpe detrás de nosotros.

Ella me soltó el brazo y cruzó los suyos sobre el pecho, claramente furiosa.

—¿Qué demonios haces aquí, Kwon? ¿No tienes suficiente con las mentiras que ya me contaste?

—Zara, por favor, escúchame. Vine aquí para explicarme, para pedirte perdón.

Ella dejó escapar una risa amarga.

—¿Perdón? ¿Por qué exactamente? ¿Por mentirme sobre tu estado civil o por arrastrarme a este desastre emocional?

Tomé aire, tratando de mantener la calma.

—Sí, estoy casado, pero no es lo que piensas. Mi matrimonio es un desastre. Ella y yo ni siquiera hablamos.

Zara alzó una ceja, claramente no impresionada.

—Eso es lo que todos los hombres casados dicen.

—Pero es la verdad —insistí—. Me estoy divorciando, Zara. Ya está hecho. Solo es cuestión de firmar los papeles.

Zara me miró, sus ojos brillando con una mezcla de enojo y decepción.

—No puedo creer que haya destruido un matrimonio.

—No, no, no. —Extendí una mano y le toqué suavemente el brazo, esperando calmarla—. Esto no es por ti, Zara. Créeme. Lo nuestro ya estaba roto mucho antes de que tú y yo nos conociéramos.

Ella me miró, claramente luchando por creerme.

—¿Cómo se llama? —preguntó finalmente.
Entré en pánico. Mi cerebro comenzó a buscar una respuesta, cualquier respuesta. Entonces pensé en mi secretaria.

—Eh... Victoria.

—¿Victoria qué? —preguntó Zara, cruzando los brazos, sus ojos perforándome.

—Victoria... Nichols. —Las palabras salieron de mi boca más rápido de lo que pude procesarlas. Claro, acababa de lanzar el nombre completo de mi secretaria, Tory Nichols.

Ella frunció el ceño, procesando la información.

—¿Y crees que podría hablar con ella?

Mi corazón se detuvo.

—¿Hablar con ella?

—Sí, en persona.

—¿Por teléfono? —intenté negociar, sudando frío—. Claro, la llamo ahora mismo.

Zara puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro exasperado.

—No, idiota. Quiero verla en persona.

Mi cerebro entró en pánico total. ¿Cómo diablos iba a salir de esta? ¿De dónde iba a sacar a una "Victoria Jae-Sung"? ¿Y cómo iba a convencerla de que mi mentira monumental era verdad?

—Ehh... claro. Déjame organizar eso.

Zara me miró como si no creyera una palabra, pero finalmente suspiró y cruzó los brazos nuevamente.

—Más te vale que lo hagas, Kwon. Porque si descubro que me has mentido otra vez, esto se termina definitivamente.

—Lo haré, Zara. Lo prometo.

Ella salió del salón, dejándome solo con mis pensamientos y con un agujero aún más profundo que cavar. ¿Cómo iba a hacer para qué Tory interpretara a mi supuesta esposa? Y, lo más importante, ¿cuánto tiempo más podría sostener esta mentira antes de que todo explotara?

Martes 13:22 p.m

El hospital tenía esa energía peculiar a primera hora de la mañana: un constante ir y venir de pacientes, el aroma a café recién hecho mezclado con desinfectante, y el inconfundible eco de conversaciones apresuradas entre doctores y enfermeras. Para mí, ese día el caos usual era un respiro, porque lo que me esperaba en mi oficina era algo mucho peor: explicarle a Tory Nichols cómo la había metido en uno de mis líos más grandes.

Tory era mi secretaria, sí, pero también mi mejor amiga. Era la única persona en este hospital que podía mantenerme cuerdo... y también la única que sabía que, detrás de mi fachada de cirujano plástico exitoso, yo era un desastre total en lo personal.

Cuando llegué, ella ya estaba en su escritorio, impecablemente vestida como siempre. Llevaba una camisa blanca perfectamente planchada y una falda lápiz negra que combinaba con sus tacones. Su cabello rubio estaba recogido en una coleta alta que hacía que se viera seria, pero su sonrisa era lo que realmente hacía que todo funcionara. Tory podía convencer a cualquiera de cualquier cosa, y hoy, iba a necesitar mucho de eso.

—¡Buenos días, doc! —me saludó alegremente, sin levantar la vista del monitor mientras tecleaba algo.

—Tory... necesito hablar contigo. Ahora.

Mi tono fue suficiente para que dejara de escribir y me mirara con una ceja levantada.

—¿Qué hiciste ahora?

Solté un suspiro y abrí la puerta de mi oficina, señalando con la cabeza para que me siguiera. Ella agarró su café y entró, cerrando la puerta detrás de ella con un gesto teatral.

—Esto va a ser bueno, ¿verdad? —dijo, tomando asiento frente a mi escritorio.

—Eso depende de tu definición de "bueno".

—Kwon, no tengo tiempo para acertijos. Suéltalo.

Me dejé caer en mi silla y pasé una mano por mi cabello. No había una manera fácil de decirlo, así que simplemente lo solté.

—Necesito que seas mi esposa.

El café de Victoria casi termina en la alfombra.

—¿Qué?

—Por favor, no me mates. Déjame explicarte.

Ella dejó la taza en la mesa, cruzó las piernas y me fulminó con la mirada.

—Tienes exactamente dos minutos para convencerme de no golpearte.

—Okay, okay... Mira, anoche fui a la guardería para hablar con Zara. Ya sabes, la chica con la que estoy saliendo.

—¿La misma Zara a la que le mentiste diciendo que estabas en proceso de divorcio?

—Esa misma.

Tory soltó un bufido, claramente molesta pero no sorprendida.

—Continúa.

—Bueno, estaba tratando de explicarle que mi "matrimonio" es un desastre, que prácticamente ya está terminado. Pero entonces, ella preguntó cómo se llama mi esposa.

Tory se inclinó hacia adelante, interesada ahora.

—¿Y qué dijiste?

Hice una pausa, sintiendo cómo me sudaban las manos.

—Dije tu nombre.

Hubo un momento de silencio absoluto.

—Disculpa... ¿QUÉ?

—Lo siento, lo siento, lo siento —dije rápidamente, levantando las manos en señal de rendición—. Entré en pánico, y tu nombre fue lo primero que se me vino a la mente.

Tory se quedó mirándome, incrédula.

—¿Me estás diciendo que ahora soy tu esposa ficticia porque no pudiste mantener una mentira simple?

—Técnicamente, sí.

Ella dejó escapar una risa sarcástica y negó con la cabeza.

—Esto es un nuevo récord incluso para ti, idiota.

—Tory, por favor, escucha. Necesito que me ayudes. Zara quiere conocerte. Quiere hablar contigo en persona.

Ella se levantó de su asiento y comenzó a caminar por la oficina, claramente frustrada.

—¡No puedo creerlo! ¿Cómo me metiste en esto? ¿Sabes lo difícil que va a ser explicarle esto a alguien sin parecer una loca?

—No tienes que explicar nada. Solo tienes que aparecer, sonreír y actuar como si estuviéramos casados.

—¿Actuar como si estuviéramos casados? —repitió, incrédula—. Kwon, ni siquiera puedo soportar cuando masticas chicle en mi escritorio. ¿Cómo voy a fingir que soy tu esposa?

—Es solo una reunión, Tory. Un par de horas, como máximo. Después de eso, podemos inventar algo y decir que el divorcio está en proceso.

Ella me miró con los brazos cruzados, claramente pensando.

—¿Qué gano yo con esto?

—¿Qué quieres? Te lo doy.

Ella entrecerró los ojos, evaluándome.

—Quiero dos semanas de vacaciones pagadas.

—Hecho.

—Y no más llamadas fuera de horario para pedirme favores personales.

—Prometido.

—Y quiero tu auto el próximo fin de semana.

—Espera, ¿mi auto?

—Sí, tu Tesla.

Suspiré, resignado.

—Bien, lo que sea. Solo di que sí, por favor.

Tory me miró con una mezcla de lástima y diversión.

—Sos un desastre, Kwon.

—Pero un desastre adorable, ¿verdad?

—No. Solo un desastre.

Se giró hacia la puerta, pero antes de salir, se detuvo y me miró por encima del hombro.

—Espero que tengas un buen plan para esto, porque si Zara descubre la verdad, ni tu Tesla ni tus vacaciones van a salvarte.

El trabajo pasó volando, o tal vez me pareció así porque estaba demasiado ocupado pensando en cómo iba a transformar a Tory en una ex-esposa rica, egocéntrica y modelo. Sí, una misión imposible. Ella era muchas cosas: directa, brillante, y con un sarcasmo afilado como un cuchillo... pero no era el tipo de mujer que usaría un bolso de diseñador solo para lucirlo.

Cuando terminamos la última consulta del día, la esperé en la recepción, viendo cómo organizaba su escritorio como si no tuviera un futuro papel estelar que interpretar.

—Tory, vámonos.

—¿Adónde? —preguntó sin levantar la vista.

—De compras.

Eso la hizo detenerse. Me miró como si acabara de invitarla a un ritual satánico.

—¿De compras? ¿Contigo?

—Sí, conmigo. Necesitamos transformar tu imagen para que Zara crea que realmente eras mi esposa.

Tory entrecerró los ojos, sospechando de mis intenciones.

—¿Y cómo se supone que debo verme?

—Como una modelo rica y egocéntrica.

Ella soltó una carcajada.

—¿Rica y egocéntrica? ¿Creés que tengo cara de andar en tacones de doce centímetros y cargar un bolso que cuesta lo mismo que mi alquiler?

—No, pero por eso vamos de compras.

—No pienso gastar un centavo en esto, Kwon.

—No lo harás. Todo va por mi cuenta.

Tory me estudió por un momento, como si estuviera evaluando cuán desesperado estaba.

—¿Qué tan rica se supone que era tu "esposa"? —preguntó, con un tono que me hizo sospechar que estaba planeando algo.

—Bastante.

—Entonces prepárate para que tu tarjeta llore.

No sé en que momento mi decisión de involucrarla pasó de ser un plan estratégico a un suicidio financiero, pero ahí estábamos, conduciendo hacia el centro comercial más caro de la ciudad.

El primer lugar al que fuimos fue una boutique de lujo que parecía sacada directamente de París. Apenas entramos, Tory me miró con una sonrisa maliciosa.

—Bueno, "esposo mío", ¿por dónde empezamos?

—Por algo sencillo. Un vestido. Algo que diga "me casé por amor, pero el dinero ayudó".

Ella soltó una carcajada y se dirigió hacia los percheros, mientras yo la seguía de cerca. Tory examinaba los vestidos con una mezcla de fascinación y sarcasmo.

—¿Qué tal este? —preguntó, levantando un vestido negro con lentejuelas que parecía diseñado para una gala de premios.

—Un poco mucho, ¿no?

—Pensé que querías egocéntrica. Esto grita "mírenme, soy mejor que ustedes".

—Está bien, agrégalo al montón.

Seguimos recorriendo la tienda, con Tory probándose todo tipo de vestidos: largos, cortos, ajustados, sueltos. Mientras tanto, yo veía cómo mi tarjeta de crédito acumulaba deuda con cada pieza que ella elegía.

Después de un desfile improvisado en el probador, finalmente nos decidimos por tres vestidos que podían pasar como "ex-esposa rica". Tory se miró en el espejo, claramente incómoda con la elegancia exagerada.

—Esto no soy yo, Kwon.

—Lo sé, pero por eso funcionará. Zara nunca sospechará que una mujer tan... sofisticada como tú podría siquiera mirarme dos veces.

—Aw, gracias por el cumplido sarcástico.

—De nada.

El siguiente destino fueron los zapatos. Aquí fue donde Tory realmente comenzó a disfrutar. Se probó un par de tacones altísimos y caminó por la tienda con una exagerada pose de modelo.

—¿Qué tal me veo? —preguntó, girándose dramáticamente.

—Como si estuvieras a punto de humillarme frente a un grupo de amigos ricos.

—Perfecto.

Elegimos tres pares de tacones que, según Tory, eran "insoportables pero necesarios para el look". Mientras pagaba, sentí cómo mi alma abandonaba mi cuerpo al ver el total.

—¿Estás seguro de que podés permitirte esto, doc? —preguntó, con una sonrisa burlona.

—No, pero ya estoy demasiado metido para retroceder.

Finalmente, llegamos a la sección de bolsos. Aquí fue donde Tory realmente se emocionó.

—¡Me encantan!—dijo, sosteniendo un bolso de diseñador que parecía más caro que mi auto.

—¿Cuánto cuesta?

Ella revisó la etiqueta y silbó.

—No querés saberlo.

—Dímelo.

—Dos mil dólares.

—¿Qué?

Tory se encogió de hombros, claramente divirtiéndose con mi sufrimiento.

—Es lo que cuesta ser una ex-esposa rica, Kwon.

—Está bien, agrégalo.

Ella me miró con una mezcla de sorpresa y respeto.

—Wow, de verdad estás comprometido con esta mentira.

—Lo que sea para salir de esto vivo.

Horas después, salimos del centro comercial cargados de bolsas. Tory se veía completamente satisfecha, mientras que yo sentía como si hubiera envejecido diez años.

—¿Sabés algo, Kwon? —dijo mientras subíamos al auto—. Esto fue divertido.

—Me alegra que estés disfrutando mi ruina financiera.

—Por supuesto que sí. Además, tenés que admitir que me veo increíble con estos tacones.

—No lo niego. Pero recuerda, esto es solo para Zara.

Tory me miró con una sonrisa traviesa.

—¿Y si me gusta el papel de esposa rica?

—Entonces necesito un segundo empleo.

Ambos reímos mientras arrancaba el auto, pero en el fondo sabía que lo más difícil estaba por venir. Ahora que tenía a mi "esposa rica", solo faltaba convencer a Zara de que todo esto era real.

Miércoles 21:44 p.m

Había muchas cosas que podían salir mal esa noche, pero no tenía opción. Zara quería conocer a mi "esposa", y yo necesitaba que Tory interpretara el papel a la perfección. Era una apuesta arriesgada, pero si alguien podía ser convincente, era Tory. Aunque eso significara arriesgar mi salud mental y, posiblemente, mi dignidad.

El restaurante era uno de esos lugares que hacían que mi cuenta bancaria llorara con solo mirarlo. Zara llegó primero, impecable como siempre, con un vestido rojo que dejaba claro que a sus 22 años tenía a todos comiendo de la palma de su mano.

Nos sentamos, y ella me agarró las manos, mirándome con esos ojos grandes y sinceros que me hicieron aceptar esta locura desde el principio.

—Kwon, de verdad lamento haberte metido en esto —dijo, con una culpa genuina en su voz.

—No te preocupes. Todo está bajo control —mentí descaradamente, mientras intentaba ignorar la ansiedad que me carcomía.

—Espero que tu esposa no me odie por esto...

—Ella entiende la situación —dije, aunque no estaba del todo seguro de que Tory entendiera algo más allá de lo divertido que era verme sufrir.

De pronto, las puertas del restaurante se abrieron y todo el lugar se detuvo. O al menos, así se sintió. Allí estaba Tory, haciendo una entrada triunfal como si fuera la protagonista de una película. Llevaba un vestido blanco ajustado que resaltaba cada curva, unos lentes de sol que le daban un aire de diva inalcanzable, y tacones tan altos que dudaba que pudiera caminar con ellos.

Pero lo hizo. Y lo hizo con una confianza que me dejó boquiabierto.

—¿Ella es tu esposa? —preguntó Zara, mirándola con incredulidad.

—Creo que sí —respondí automáticamente, todavía procesando lo que estaba viendo.

Tory, sin inmutarse, se acercó al guardia del restaurante como si fuera la dueña del lugar.

—¡Javier! —dijo, con un tono que combinaba autoridad y desdén—. Espera en el auto, no me tardo.

Acto seguido, le lanzó las llaves del auto como si estuviera acostumbrada a hacerlo todos los días. El pobre hombre las atrapó al vuelo, completamente confundido, mientras Tory seguía avanzando hacia nosotros.

Cuando llegó a nuestra mesa, se quitó los lentes de sol con un movimiento dramático y me lanzó una sonrisa deslumbrante.

—Hola, cariño —dijo, abriendo los brazos para abrazarme.

Yo me acerqué automáticamente, todavía intentando procesar cómo había pasado de ser mi colega sarcástica a esta versión completamente diferente de ella.

—¿Qué traes puesto? —le susurré, impresionado y ligeramente aterrorizado.

—Lo que compraste para mí, imbécil —respondió, con una sonrisa que era tanto encantadora como insultante.

Antes de que pudiera responder, Tory se soltó del abrazo y se giró hacia Zara, como si fuera la reina de la noche.

—Zara, querida, ¿cómo estás? —dijo, con una calidez que no sabía que podía fingir.

Zara, visiblemente impactada, se levantó de la mesa y la saludó con la misma amabilidad.

—Es un placer conocerte, Victoria.

—El placer es mío. Kwon me ha hablado mucho de ti.

Mientras ellas intercambiaban cumplidos, yo me senté, intentando calmar mis nervios. Tory estaba haciendo un trabajo impecable, pero sabía que su verdadero talento estaba en encontrar formas de hacerme sufrir.

—Así que, ¿cómo se conocieron ustedes dos? —preguntó Zara, rompiendo el hielo.

Tory me miró, dejándome claro que me tocaba inventar algo.

—Oh, fue... inesperado —dije, luchando por improvisar.

Tory intervino, salvándome con una historia que era tan absurda como convincente.

—Nos conocimos en un evento benéfico. Él estaba ayudando a recaudar fondos para un hospital, y yo, bueno, estaba comprando arte para mi colección.

Zara pareció impresionada.

—¿Tienes una colección de arte?

—Oh, claro. Nada muy grande, solo piezas selectas. Lo que me gusta, lo compro. —Tory tomó una copa de vino del mesero que acababa de llegar y brindó hacia Zara.

Yo, mientras tanto, sudaba frío.

—Kwon me impresionó desde el principio —continuó Tory, dirigiéndome una sonrisa que mezclaba dulzura y amenaza—. Era tan... dedicado. No podía resistirme.

Zara sonrió, claramente encantada.

—Siempre supe que Kwon era especial.

—Oh, lo es. —Tory dio un sorbo a su vino, mirándome con una diversión apenas oculta.

Mientras seguían hablando, me di cuenta de que Tory estaba manejando la situación mucho mejor de lo que esperaba. Zara parecía completamente convencida, y yo apenas tenía que decir nada.

Pero también sabía que Tory no hacía nada sin un motivo. ¿Qué estaba planeando? ¿Y cuánto iba a costarme?

Todo iba demasiado bien, y eso me preocupaba. Zara parecía encantada con Tory, y Victoria, contra todo pronóstico, estaba manejando la situación como una profesional. Pero en el fondo sabía que esa aparente paz era el preludio de un desastre, porque Tory no podía resistirse a ponerme en situaciones incómodas.

La conversación seguía fluida cuando Zara, con un tono genuino y dulce, miró a Tory.

—De verdad lamento si arruiné su relación —dijo, con esos ojos grandes llenos de culpa.

Yo estaba a punto de intervenir, pero Tory, como siempre, tomó las riendas de la conversación.

—¿Arruinar nuestra relación? —repitió, soltando una risa que resonó en toda la mesa—. Oh, cariño, no arruinaste nada. No se puede revivir lo que ya está muerto.

Lo dijo mientras su mirada bajaba, descaradamente, hacia mi entrepierna.

Zara soltó una risa nerviosa, claramente incómoda, mientras yo miraba a Tory con los ojos entrecerrados, rezando para no perder la paciencia.

—Tory —le advertí, entre dientes.

Ella me ignoró por completo, disfrutando de mi incomodidad como si fuera su plato principal.

—Es broma, cariño —dijo finalmente, tomando un sorbo de vino mientras me lanzaba una sonrisa sarcástica—. Kwon es maravilloso... en su propia manera.

Zara intentó cambiar de tema, pero yo no podía dejarlo pasar.

—¿En mi propia manera? —pregunté, alzando una ceja.

—Sí, bueno, no todas pueden lidiar con un hombre que cree que un traje de diseñador lo hace irresistible. —Tory me guiñó un ojo, mientras Zara soltaba otra risa nerviosa.

La conversación siguió por ese tono, con Tory lanzando indirectas y yo intentando no caer en su juego. Pero la situación se salió de control cuando intenté detenerla.

Tory acababa de hacer otro comentario sarcástico, algo sobre mis "habilidades ocultas en la cocina", y decidí que era suficiente. Extendí mi pierna por debajo de la mesa, con la intención de darle un ligero golpe para que se callara. Pero, como todo en mi vida últimamente, salió mal.

En lugar de patear a Tory, terminé pateando a Zara.

Zara me miró con una mezcla de sorpresa e indignación mientras se frotaba la pierna.

—¿Qué fue eso? —preguntó, claramente molesta.

Tory, por supuesto, estaba tratando de contener la risa. Su cara estaba roja de tanto esfuerzo, y sus hombros temblaban mientras intentaba parecer seria.

—Lo siento mucho, Zara. Fue un accidente —dije rápidamente, aunque sabía que no iba a sonar convincente.

—¿Un accidente? —repitió, levantando una ceja.

Antes de que pudiera explicarme, Tory decidió echar más leña al fuego.

—¿Accidente? Kwon tiene pésima puntería, Zara. Piénsalo, si no fuera así, no estaríamos aquí pretendiendo que estamos casados. —Me lanzó una mirada de falsa inocencia mientras Zara soltaba una risita nerviosa.

Eso fue la gota que colmó el vaso.

—¿Sabes qué, Tory? Todo esto es tu culpa. Si no fuera por tus... pastillas de drogadicta, nada de esto estaría pasando.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Tory me miró con una mezcla de sorpresa y enojo, mientras Zara nos observaba, claramente confundida.

—¿Mis qué? —preguntó Tory, con una sonrisa peligrosa que prometía venganza.

—Tus pastillas, ya sabes, esas que te hacen comportarte como... tú. —Le devolví la sonrisa, sabiendo que estaba jugando con fuego.

Ella soltó una carcajada sarcástica y se giró hacia Zara.

—Kwon tiene un sentido del humor muy... particular.

—Eso es algo evidente —dijo Zara, cruzando los brazos mientras me miraba como si estuviera evaluando mi cordura.

La noche continuó con esa dinámica: Tory encontrando nuevas formas de provocarme, Zara tratando de no incomodarse demasiado, y yo intentando no perder la paciencia.

La cena había terminado, y el aire fresco de la noche me ayudó a liberar un poco la tensión acumulada. Zara parecía relajada, sonriente, y Tory... bueno, Tory estaba siendo sorprendentemente civilizada. Me sentí casi orgulloso de ella, aunque sabía que era cuestión de tiempo antes de que hiciera algo que lo arruinara todo.

Caminábamos hacia el estacionamiento cuando Tory se detuvo, girando sobre sus tacones con esa sonrisa que nunca traía nada bueno.

—Fue un gusto conocerte. —dijo, exagerando la dulzura en su voz.

Zara, siempre amable, le devolvió la sonrisa.

—El gusto es mío, Tory. Sos encantadora.

Mis alarmas se dispararon. Tory nunca se iba sin lanzar una última bala.

—Les deseo lo mejor a ustedes dos —continuó ella, haciendo una pausa teatral—. Son como Barbie... y el abuelo de Ken.

La frase golpeó como un ladrillo.

—¿Qué? —le espeté, con los ojos entrecerrados.

Ella sólo se encogió de hombros, como si nada. Zara, para mi horror, soltó una risita que trató de disimular cubriéndose la boca.

—Es un halago, Kwon —respondió Tory con una sonrisa burlona antes de darme una palmadita en el hombro.

—Tory... —empecé, pero fue en vano.

Ella ya estaba sacando su celular, que había comenzado a sonar. Contestó, y su expresión despreocupada cambió en un instante.

—¿Hola? Sí, cariño, ya sé... ¿Otra vez peleando con tu hermano?

Se hizo un silencio incómodo. Noté cómo Zara fruncía el ceño, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Hijos? —preguntó en voz baja, más para sí misma que para mí.

Intenté intervenir.

—Es un malentendido... —empecé, pero Tory seguía en la llamada.

—No, mi amor, mamá ya está yendo. No te preocupes.

Mi corazón se detuvo. Tory se dio cuenta de lo que acababa de hacer y, en un movimiento torpe, colgó la llamada y guardó el teléfono.

—Bueno, me tengo que ir —dijo rápidamente, mirando a Zara con una sonrisa forzada—. Fue un placer conocerte, de verdad. Espero que las cosas con mi querido Kwon sigan funcionando.

Y antes de que pudiera detenerla, se subió a su auto y desapareció en la noche, dejándome solo con Zara y una bomba a punto de explotar.

Zara se cruzó de brazos, mirándome fijamente.

—¿Hijos? —repitió, esta vez con un tono más firme.

Tragué saliva. Sabía que no podía echarle la culpa a Tory sin que las cosas se complicaran más.

—Eh... sí, pero déjame explicar...

—¿Por qué no me dijiste nada? —interrumpió Zara, sus ojos clavándose en los míos.

—Porque... porque no quería asustarte. No es algo que suelo contarle a la gente cuando nos conocemos.

Zara parecía procesar la información.

—¿Son tuyos? —preguntó finalmente, con un tono neutral que no pude interpretar.

Mi cerebro gritaba que dijera que no, que desmintiera todo, pero las palabras salieron antes de que pudiera detenerme.

—Sí... son mis hijos.

El silencio que siguió fue tan pesado que casi podía escucharse. Zara me miró fijamente, sus labios apretados. Yo esperaba una explosión de enojo, un "¿cómo te atreviste a ocultarme algo tan importante?". Pero en lugar de eso, algo sorprendente sucedió.

Sus labios se curvaron en una sonrisa enorme.

—Eso es maravilloso.

Parpadeé, confundido.

—¿Maravilloso?

—¡Sí! Me encantan los niños. Siempre quise tener hijos algún día, pero la vida no me lo permitió hasta ahora.

No podía creer lo que estaba escuchando.

—Espera... ¿no estás molesta?

—¿Por qué estaría molesta? —preguntó, encogiéndose de hombros—. Lo único que me preocupa es que no me hayas tenido confianza para contármelo antes.

Me quedé sin palabras.

—Pensé que... que te iba a asustar. Que lo tomarías como una carga.

Zara negó con la cabeza, sus ojos brillando de emoción.

—¡Para nada! Además, si son hijos tuyos, deben ser increíbles.

Tuve que morderme la lengua para no reír. Increíbles no era la palabra que usaría para describir a los hijos ficticios que acababa de inventar. Pero antes de que pudiera decir algo, Zara continuó.

—¿Cuántos son? ¿Qué edades tienen? ¿Cómo se llaman?

—Eh... dos —dije, improvisando—. Tienen seis y ocho años. Se llaman... Emilia y Esteban.

Zara aplaudió emocionada.

—¡Qué lindos nombres! ¿Cuándo puedo conocerlos?

Mi mente corría a mil por hora, buscando una salida.

—Bueno... no viven conmigo, así que tendría que coordinar con su madre.

—Claro, lo entiendo —dijo Zara, tomando mi mano—. Pero me encantaría conocerlos pronto.

Asentí con una sonrisa tensa, mientras por dentro me preguntaba cómo iba a arreglar este desastre.

Mientras caminábamos hacia el auto, Zara no paraba de hablar sobre lo emocionada que estaba por conocer a "mis hijos", mientras yo intentaba imaginar cómo iba a convencer a Tory de seguir con esta mentira. Pero, a pesar de todo, no podía evitar sonreír.

Porque, aunque mi vida se había salido completamente de control, tal vez esa locura era justo lo que necesitaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top