🎳[Same problems]Axel x Tory

Axel
x
Tory
Advertencias:Ninguna


11:34 a.m

La tensión se estaba apoderando de mí, como una niebla densa que se asentaba sobre mi pecho, dificultando mi respiración. Estaba completamente consumida por la furia. El gimnasio estaba oscuro, la única luz provenía de las lámparas que colgaban del techo, arrojando sombras sobre el suelo y el saco de boxeo al que le estaba dando puñetazos. Cada golpe retumbaba en las paredes, un ruido sordo que resonaba en mis huesos. Mis nudillos, enrojecidos y doloridos, parecían a punto de explotar, pero no me importaba. El dolor físico no significaba nada cuando la rabia te embriaga el alma.

Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Zara Malik me aparecía en la mente. Su sonrisa arrogante, esa que siempre tenía cuando conseguía lo que quería. Y Robby... lo veía a él, con esa mirada distante que solía ser mía, esa mirada de "todo está bien", la misma mirada que me ofreció tantas veces en el pasado, pero que ahora le pertenecía a ella. La traición. Esa sensación hiriente que me desgarraba desde dentro. Sentía que el pecho me explotaba, pero no podía parar.

—¡Los odio! —grité, arrojando un puñetazo con toda la fuerza que pude reunir.

El saco de boxeo osciló violentamente, y el sonido sordo de mi golpe resonó en mis oídos. Cada vez que la imagen de Zara se me cruzaba por la mente, mi ira crecía, me comía por dentro. Ellos dos. Robby, Zara... parecía que todo en mi vida se había desplomado como un castillo de cartas.

Otro golpe, más fuerte esta vez. El saco se balanceó, y sentí que mi cuerpo respondía solo al dolor, que mi rabia me empujaba a seguir golpeando. Mis puños se volvían cada vez más dolorosos, pero no podía parar. No quería. Cada golpe que daba me acercaba más a la explosión que sentía en mi interior. Me imaginaba que el saco de boxeo era el rostro de Robby, el rostro de Zara... cada uno de ellos se desmoronaba con cada golpe. Mi rabia no tenía fin. Estaba atrapada en un ciclo de ira y dolor, y no sabía cómo salir de él.

En un momento, no podía más. Mis manos estaban ardiendo, sentía los huesos crujir, la piel desgarrándose. Pero todo eso parecía irrelevante, insignificante. Quería destruir algo. Quería que todo el mundo sintiera lo que yo sentía. Quería que ellos sintieran mi dolor.

Y entonces, de repente, un golpe seco en la espalda me hizo tambalear hacia adelante, como si una corriente eléctrica me hubiera atravesado. El aire que había estado tan pesado se detuvo por un instante, y me giré, furiosa, con el cuerpo rígido y los ojos desbordados de rabia.

—¡¿Qué mierda?! —grité, mi voz llena de veneno, preparada para enfrentar a quien se atreviera a interrumpirme.

Ahí estaba ella. Kim Da-Eun. Mi sensei. Con su maldito palo de entrenamiento en la mano, mirándome desde una distancia como si fuera un insecto, como si todo lo que estaba haciendo fuera una pérdida de tiempo. Esa expresión en su cara, tan fría, tan desapegada, me hacía hervir la sangre. Sabía que había estado observando todo el tiempo, y no me importaba lo que pensara. Pero no pude evitar sentir que, en algún nivel, ella disfrutaba viéndome quebrarme.

—¿Qué crees que estás haciendo? —su voz era aguda y cortante, como un filo de cuchillo. No era una pregunta, sino una acusación.

Me froté la espalda, el golpe con el palo había dejado una marca que ardía como un fuego. La rabia creció aún más. ¿Qué me importaba lo que ella pensara? ¿Qué me importaba lo que cualquier persona pensara? Robby me había destrozado, y ahora ella venía a criticarme. ¿Quién era ella para decirme qué hacer?

—¿Te crees fuerte por desquitarte con un saco? —continuó Kim, avanzando hacia mí, su mirada tan penetrante que sentí como si me estuviera perforando el alma. —Mira tus manos, Nichols. ¿Qué clase de guerrera se debilita a sí misma? ¿Qué clase de luchadora está dispuesta a destruirse a sí misma por algo tan insignificante como una persona?

Las palabras de Kim golpearon más fuerte que cualquier golpe que le hubiera dado al saco. Pero no me dejé dominar por su provocación. Miré mis manos, los nudillos estaban hinchados, rojos, y sangraban levemente. Y sin embargo, algo en mí me hizo apretar los dientes con más fuerza. No le iba a dar la satisfacción de ver que su crítica me afectaba. A nadie le iba a dar esa satisfacción.

—No estaba haciéndolo para ser fuerte —respondí, manteniendo la mirada fija en el suelo. Mi voz era baja, apenas un susurro, pero cargada de veneno. Pero incluso yo podía escuchar la debilidad en ella. Un suspiro, un suspiro de frustración que me había quitado la fuerza para ser completamente desafiante.

Kim no se detuvo. Continuó con sus palabras como si no importara nada más. A pesar de todo, yo no la iba a dejar ver cómo me había tocado, cómo su desprecio me quemaba más que cualquier golpe físico.

—¿Ah, no? Entonces, ¿para qué? ¿Para sentirte mejor? —su risa fue cruel, casi burlona, y resonó en mi cabeza como un martillo golpeando un yunque. —Qué patético. Pensé que eras mejor que esto. Que tenías algo de valor, algo que te hiciera diferente de las demás.

Sus palabras me estaban estrangulando, la ira me subía como una marea. No podía dejar que me derrotara. No iba a ceder. Iba a hacerla callar. A pesar de todo, no podía permitir que alguien, ni siquiera ella, me viera caer.

—¡¿Y a usted qué le importa?! —le respondí con rabia, alzando la cabeza para mirarla a los ojos. Mis palabras eran un grito desafiante, casi como un rugido de animal herido. Pero por dentro, sentía que mis entrañas se retorcían, luchando contra el dolor que no podía controlar.

Kim me miró como si fuera una criatura patética. No le interesaba lo que pensaba. Y eso solo alimentó más mi ira.

—Me importa porque tu actitud inmadura refleja mal en mí —dijo, como si cada palabra fuera un cuchillo clavado en mi pecho. —Soy tu sensei. Si tú eres débil, eso me hace ver débil a mí. Y no puedo permitir que eso suceda.

Mi respiración se aceleró. Cada palabra de Kim me apuñalaba una y otra vez. La presión en mi pecho era insoportable. El deseo de gritarle, de desahogarme, me carcomía, pero en el fondo sabía que no servía de nada. Solo me hacía más débil. Y no podía ser débil.

—¿Terminó? —pregunté con sarcasmo, aunque mi voz temblaba ligeramente, como si la fragilidad que sentía fuera palpable.

Kim dio un paso hacia mí, tan cerca que pude sentir su aliento frío rozándome la piel. Era una presencia imponente, como una sombra que no me dejaba escapar. Cada palabra que decía me arrastraba más y más a un abismo del que no quería salir.

—No. Aún no he terminado. Si quieres desquitarte con algo, hazlo en el torneo. Ahí es donde importa. No aquí, donde nadie puede verte fracasar.

La palabra fracasar me golpeó como un martillazo en la cabeza. Mi mente se detuvo por un segundo. ¿Fracasar? ¿Qué sabía ella de eso? No iba a fracasar. No podía. Mi orgullo no lo permitiría.

—Esto no se trata del torneo —respondí, apenas un susurro, mi voz temblorosa de ira y frustración—. Esto es... personal.

Kim soltó una risa seca, una carcajada vacía, y me dejó allí, en el centro del gimnasio, con el saco de boxeo balanceándose débilmente frente a mí.

No sabía si quería llorar, gritar o simplemente irme de ahí. Pero sabía que lo que más quería era hacerla callar, hacer que ella supiera lo que estaba pasando dentro de mí, lo que realmente sentía. Pero no podía. No podía perder el control.

Y mientras me quedaba allí, con la rabia recorriéndome las venas, algo en mi interior me dijo que no podía dejar que esto fuera el final. Esto, lo que estaba viviendo ahora, era solo el principio de algo mucho más grande. Algo que tenía que demostrarme a mí misma... y a ellos.

13:55 p.m

El gimnasio estaba silencioso salvo por el sonido de los guantes golpeando el cuero de los sacos y los pasos firmes de los entrenadores moviéndose entre los alumnos. Como siempre, yo estaba a un lado del tatami, concentrado en mi rutina. Era mi espacio, mi momento. No había lugar para distracciones. O al menos eso pensaba, hasta que Zara decidió arruinarlo.

Ella estaba sentada a unos metros, con su teléfono en la mano, como de costumbre. Sus uñas recién pintadas de un color brillante parecían más importantes que el entrenamiento. A su lado, un termo con agua y su bolso perfectamente colocado, como si estuviera en una sesión de fotos en lugar de en un dojo.

—Mira esto, Axel —dijo, girando su pantalla hacia mí. Mostraba una foto de ella y Robby abrazados, con un pie de foto tan ridículo que casi me hizo reír por la ironía: "Los reyes del dojo 🖤🔥".

No le contesté. Apenas levanté la vista de las vendas que estaba ajustando en mis manos. Pero Zara no se daba por vencida tan fácil.

—¿Sabías que Robby quiere llevarme a un viaje? —continuó, sin esperar una respuesta—. Es tan detallista, no como... bueno, ya sabes, otros chicos.

Revolee los ojos sin disimulo. Si Zara tuviera un botón de apagado, lo habría presionado hace media hora.

—Zara, ¿alguna vez pensaste en entrenar en lugar de pavonearte? —dije finalmente, mi tono tan frío como el clima en diciembre.

Ella me miró ofendida, pero luego se encogió de hombros con una sonrisa petulante.

—Lo que pasa, Axel, es que no necesito esforzarme tanto. Yo ya tengo todo bajo control. No como otros.

Sentí un nudo de irritación en el pecho, pero no le di el gusto de mostrarlo. Ella siempre sabía cómo presionar los botones de todos, incluso los míos.

Antes de que pudiera contestarle, la puerta del gimnasio se abrió con fuerza, y el sonido de las botas de nuestro sensei, el señor Wolf, llenó el lugar. Su presencia era imponente. Tenía una manera de caminar que hacía que todos enderezaran la espalda y apretaran los dientes. Zara, como era costumbre, simplemente se levantó, agarró su bolso y desapareció con una sonrisa falsa.

—Axel —gruñó Wolf, ignorando completamente a Zara mientras pasaba por su lado—. Al centro.

Me puse de pie de inmediato y me acerqué. Sabía lo que venía: corrección tras corrección. En teoría, me gustaba. En la práctica, era agotador.

—Postura, maldita sea. ¿Así es como un capitán lidera? —rugió mientras yo trataba de mantener la guardia alta.

Me centré, pero las palabras de Zara seguían rondando en mi cabeza, y el cansancio mental empezó a pasarme factura. Mi primer golpe salió desviado, y Wolf no tardó en señalarlo.

—Otra vez.

Volví a intentarlo. Otro fallo. Wolf soltó un gruñido de frustración.

—Otra vez, Axel. Concéntrate o no serás más que un peso muerto.

Fallé por tercera vez, y antes de que pudiera reaccionar, sentí el golpe del palo de entrenamiento en mis costillas. No era la primera vez que lo hacía, y sabía que no sería la última.

—Si fuera tu oponente, estarías muerto ahora mismo —escupió Wolf, su tono lleno de desdén.

No me quejé. No tenía sentido. Quejarse con él era como hablar con una pared. Solo bajé la cabeza, inhalé profundamente y volví a mi postura.

—¿Qué te pasa hoy, Axel? —continuó, caminando a mi alrededor como un depredador acechando a su presa—. Siempre eres preciso. Siempre eres letal. Pero hoy estás tan fuera de foco como una maldita cámara rota.

Sabía que no esperaba una respuesta, pero aún así hablé.

—Estoy bien, sensei.

—No, no lo estás. Y si no lo estás tú, tampoco lo está este equipo. ¿Es por Zara? —preguntó, con una ceja levantada. Su voz goteaba sarcasmo—. ¿Su nueva relación con el golden boy de Miyagi-Do te tiene celoso?

Sentí que la sangre me hervía, pero me controlé.

—No, sensei.

—Bien. Porque si permites que algo tan insignificante te distraiga, nunca serás más que un niño jugando a ser guerrero.

No contesté. No valía la pena. Wolf se alejó unos pasos, como si me estuviera dando un respiro.

—Otra vez —ordenó, y yo obedecí.

Esta vez el golpe fue certero. Sentí una chispa de satisfacción, pero no dejé que se reflejara en mi rostro. Wolf asintió con aprobación, aunque su expresión seguía siendo severa.

—Mejor. Pero no perfecto. Sigue.

Continué, golpe tras golpe, ignorando el dolor en mis manos y el zumbido en mi cabeza. Cada vez que fallaba, Wolf estaba ahí con su palo, recordándome que no había espacio para la mediocridad.

Cuando terminamos, mi camiseta estaba empapada en sudor y mis músculos temblaban de agotamiento. Wolf me miró fijamente antes de hablar.

—No vuelvas a traer tus distracciones aquí, Axel. Este dojo no es un lugar para debilidades.

Asentí, sin decir palabra. Sabía que tenía razón, pero eso no lo hacía más fácil. Mientras recogía mis cosas, vi a Zara regresar, fresca y arreglada como si no hubiera sudado un solo minuto en su vida.

—¿Qué? ¿Te dio otra paliza con el palo? —preguntó, su tono burlón mientras se ajustaba el cabello.

—Mejor eso que vivir en Instagram —le respondí, y salí del gimnasio antes de que pudiera contestar.

16:12 p.m

Estaba en mi habitación, sentado en el borde de la cama, con las luces bajas y el sonido del reloj marcando un ritmo monótono. Había intentado leer algo, pero mi mente no podía concentrarse. El entrenamiento con Wolf había sido extenuante, y aunque mi cuerpo estaba agotado, mi cabeza seguía llena de ruido. Me recosté, dejando que la penumbra me envolviera mientras cerraba los ojos por un momento.

El silencio fue interrumpido bruscamente por el sonido de la puerta abriéndose sin aviso. Mi mandíbula se tensó incluso antes de mirar. Sabía quién era. Zara no conocía el concepto de privacidad.

—Tranquilo Axel, solo vengo a buscar unas cosas —dijo con su tono despreocupado, entrando como si la habitación le perteneciera.

No me molesté en contestar. Mi mirada se dirigió al tipo que la seguía, un chico de mediana estatura, con el cabello castaño revuelto y un aire de incomodidad evidente. Robby.

Zara se movía por la habitación, revisando cajones como si estuviera en su casa. Yo, mientras tanto, me quedé mirando a Robby. Había algo familiar en él, algo que no lograba ubicar. Sabía que lo había visto antes, pero ¿dónde?

Él evitaba mi mirada, manteniéndose cerca de la puerta, como si quisiera salir corriendo. Zara no paraba de hablar, pero yo la ignoraba completamente. Mi atención estaba puesta en él.

—¿Quieres algo? —preguntó finalmente, notando que lo observaba.

—Nada —respondí seco, aunque no aparté los ojos de él.

Zara se giró con una blusa entre las manos y sonrió con su característica falsedad.

—Ya casi terminamos, ¿si? No te pongas nervioso.

Rodé los ojos y me apoyé contra la pared, cruzando los brazos. Entonces me llegó la imagen: Zara me había mostrado un par de fotos en su teléfono hacía unos días. Fotos de Robby. No estaba solo en esas fotos; había una chica rubia a su lado. Una que me resultaba vagamente familiar, pero no lograba recordar su nombre.

La imagen de la chica apareció en mi cabeza. Tenía un rostro atractivo, pero con un aire de dureza que la hacía destacar. Su nombre me esquivaba como si estuviera al borde de mi memoria, pero siempre fuera de alcance. Probé mentalmente algunos nombres: Tina... Tania... Tara... ¿Thalia? Nada encajaba.

Zara terminó de recoger sus cosas y se giró hacia Robby, sonriendo como si no hubiera un problema en el mundo.

—¿Nos vamos? —preguntó con una voz dulce que me resultaba insoportable.

Robby asintió, pero no se movió de inmediato. Zara salió primero, dejándonos solos en la habitación. Aproveché el momento.

—Oye —lo llamé, deteniéndolo en seco—. Esa chica con la que estabas en las fotos. ¿Quién es?

Robby palideció. Sus ojos se abrieron un poco más, y su mandíbula se tensó. Lo había agarrado. Nadie reacciona así si no hay algo detrás.

—¿Por qué queres saber? —preguntó, su voz cautelosa, como si estuviera caminando sobre terreno inestable.

Me encogí de hombros, manteniendo mi tono neutral.

—No sé. Me resultaba familiar, pero no logro ubicarla.

Se quedó en silencio por unos segundos, como si estuviera decidiendo cuánto debía contarme. Finalmente, suspiró.

—Se llama Tory Nichols —dijo, casi en un susurro—. Es la capitana de Cobra Kai.

El nombre me golpeó como un rayo. Claro, Tory. Ahora recordaba. Había visto a esa chica antes, y no en las mejores circunstancias. Una noche en un bar, cuando Zara estaba en uno de sus episodios más insoportables, Tory casi la desgreña frente a todos. Había algo en su mirada esa noche, una mezcla de furia y desprecio que la hacía imposible de olvidar.

Sonreí, una sonrisa que salió sin permiso, al recordar la escena. Tory había estado a segundos de arrancarle el cabello a Zara, y no voy a mentir: no me habría importado que lo hiciera.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Robby, con el ceño fruncido.

—Nada —respondí, aunque mi sonrisa permaneció—. Solo que ahora recuerdo quién es. La he visto antes.

Robby desvió la mirada, visiblemente incómodo. Había algo más ahí, algo que no me estaba diciendo. Decidí presionarlo un poco más.

—Entonces, ¿cuál es la historia entre ustedes? —pregunté, adoptando un tono casual.

Robby me miró fijamente, pero no respondió de inmediato. Podía ver la lucha interna en su rostro. Finalmente, habló.

—Es complicado.

—¿Complicado cómo? —insistí, disfrutando un poco de su incomodidad.

—Tory y yo... estuvimos juntos, pero no terminamos bien.

No necesitó decir más. La tensión en su voz lo decía todo. Algo en su mirada me decía que había más de lo que estaba dispuesto a admitir, pero decidí no seguir presionando.

—Interesante —murmuré, más para mí que para él.

Zara apareció de repente en la puerta, con su sonrisa superficial y su teléfono en la mano.

—¿Todo bien aquí? —preguntó, lanzando una mirada inquisitiva entre nosotros.

Robby asintió rápidamente y salió de la habitación detrás de ella, casi como si estuviera huyendo.

Me quedé ahí, apoyado en la pared, pensando en Tory Nichols. Su imagen seguía rondando en mi cabeza, y por alguna razón, la escena del bar me hizo sonreír nuevamente. Esa chica tenía fuego, eso era seguro. Un fuego que, por lo visto, Robby no había podido manejar.

21:18 p.m

La noche había caído sobre la playa, y el ambiente era perfecto. El sonido del mar chocando contra la orilla tenía algo casi terapéutico, más marcado bajo el cielo estrellado. No había nadie alrededor, y las luces de la ciudad quedaban demasiado lejos como para interferir con la calma del lugar. Era justo lo que necesitaba después de un día cargado de tensiones.

Dejé mi mochila en la arena y me quité la camiseta, sintiendo el aire fresco acariciar mi piel. La luna iluminaba lo justo, lo suficiente para distinguir el movimiento de las olas y las huellas que había dejado en la arena. Decidí practicar la kata que Wolf me había insistido en perfeccionar. Sus palabras aún resonaban en mi cabeza, casi como una orden que no podía ignorar.

Los movimientos eran fluidos, pero el dolor en mis costillas me recordaba que todavía no estaba al cien por ciento. Aun así, seguí, dejando que la repetición mecánica despejara mi mente. Fue entonces cuando sentí algo.

Una mirada.

Era difícil explicarlo, pero mi instinto me decía que no estaba solo. Fingí no darme cuenta y continué con la kata, aunque cada fibra de mi cuerpo estaba alerta. Finalmente, no pude ignorarlo más y me giré rápidamente.

Ahí estaba ella.

Tory Nichols.

Vestía unos shorts deportivos negros y un top oscuro que dejaba al descubierto su abdomen. La luz de la luna le daba un aire casi irreal, y su cabello, recogido en una coleta alta, parecía moverse con la brisa. Estaba parada a unos metros, con una expresión divertida mientras me observaba.

—No sabía que eras de los que entrenan bajo la luna —dijo, cruzándose de brazos mientras se acercaba. Su voz tenía ese tono burlón que parecía caracterizarla.

—Y yo no sabía que te gustaba espiar a la gente —respondí, sin poder evitar una sonrisa.

—Tocaste mi punto de entrenamiento —replicó, sin dudar—. Así que técnicamente, el intruso sos vos.

Me reí suavemente y negué con la cabeza.

—¿Ah, sí? No vi tu nombre por ningún lado.

Ella arqueó una ceja, claramente aceptando el desafío.

—Está implícito —respondió con una sonrisa provocadora, como si esa fuera la respuesta más lógica del mundo.

No pude evitar fijarme en su postura, relajada pero lista, como si estuviera esperando que hiciera algún movimiento en falso. Fue entonces cuando noté algo que me llamó la atención: las cicatrices en su espalda. Eran visibles a través de la luz de la luna, irregulares y profundas, algunas más recientes que otras.

Mi mirada se quedó ahí por un segundo más de lo necesario, y ella lo notó.

—¿Qué tanto mirás? —preguntó de inmediato, girándose hacia mí. Había algo desafiante en su voz, pero también una ligera nota de incomodidad.

Decidí ser directo.

—Tus cicatrices —dije, señalando con un leve movimiento de cabeza—. No son fáciles de ignorar.

Por un momento, pensé que me había pasado de la raya. Sus ojos claros se oscurecieron ligeramente, y el silencio que se formó entre nosotros fue pesado. Pero antes de que pudiera decir algo, sentí su mirada sobre mí, bajando hacia mis costillas.

No hizo falta que dijera nada; sabía exactamente lo que había visto: las marcas que Wolf había dejado durante el entrenamiento.

—¿Y vos? —me retrucó, levantando una ceja—. ¿Qué pasó ahí?

Esa pregunta me descolocó. No era algo de lo que quisiera hablar, especialmente con alguien a quien apenas conocía. Bajé la mirada, buscando una forma de cambiar el tema sin que pareciera que estaba huyendo.

Ella tampoco insistió, y para mi sorpresa, fue la primera en romper el silencio.

—¿Qué hacés acá tan tarde? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Entrenar —respondí, encogiéndome de hombros—. Es un buen lugar para desconectarse.

Tory soltó una risa breve, casi burlona.

—Bueno, me robaste el lugar. Este es mi punto de práctica nocturna.

—¿Ah, sí? —dije, alzando una ceja—. Si es tuyo, ¿por qué no hay un cartel que lo diga?

Ella sonrió, ese tipo de sonrisa que te hace pensar que está planeando algo.

—Porque no necesito uno —respondió—. Pero, si querés, podemos resolverlo de otra manera.

—¿Qué tenés en mente?

—Un combate amistoso —dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante como si estuviera estudiando mi reacción—. Si me ganás, te dejo quedarte. Si no, te vas.

Levanté una ceja, divertido.

—¿Y si es al revés?

—No lo va a ser —respondió con tanta confianza que no pude evitar sonreír.

—Está bien —acepté, dando un paso atrás para preparar el espacio—. Pero no te ofendas si termino sacándote de la arena.

—Eso quiero verlo.

Nos posicionamos, ambos midiendo al otro. El combate comenzó ligero, más como un intercambio de movimientos que como una pelea seria. Tory era rápida, eso estaba claro. Cada movimiento suyo era ágil, preciso, como si estuviera acostumbrada a anticipar a su oponente.

En un momento, logré esquivar un golpe suyo y aproveché la apertura para barrerla. Cayó de espaldas, levantando una nube de arena.

—¿Eso es todo? —pregunté, extendiendo una mano para ayudarla.

Pero Tory no era de las que aceptaban una derrota fácilmente. En lugar de tomar mi mano, me jaló con fuerza, haciéndome perder el equilibrio. Terminé en el suelo junto a ella, con arena en el rostro.

—¿Eso es todo? —replicó, burlona.

Reímos, ambos tumbados en la arena, el sonido de las olas llenando los silencios entre nuestras risas.

—Bueno ,bueno...empate —concedí, levantándome mientras me sacudía la arena.

Ella hizo lo mismo, aunque seguía sonriendo con satisfacción.

—Sos bueno —admitió, mientras se acomodaba la coleta—. Pero la próxima vez no te la voy a dejar tan fácil.

—Lo mismo digo.

Nos sacudimos la arena mientras una brisa salada soplaba desde el mar. Tory se pasaba las manos por las piernas y los brazos, intentando quitarse los granos de arena pegados, aunque más de uno quedaba atrapado en su piel. La luz de la luna iluminaba su cabello rubio, que parecía un tono más claro bajo su brillo tenue.

—¿Damos una caminata? —me preguntó de repente, mirándome por encima del hombro con esa actitud suya tan despreocupada.

La idea me tomó por sorpresa, pero no lo suficiente como para negarme.

—Claro, ¿por qué no? —respondí, intentando que sonara casual.

Mientras comenzábamos a caminar por la orilla, noté cómo el silencio entre nosotros no era incómodo, sino más bien natural. Las olas rompían suavemente contra la arena, y el aire fresco era un alivio después del entrenamiento. Sin embargo, no podía ignorar que mi cabeza daba vueltas con preguntas.

No lo admitiría en voz alta, pero siempre fui demasiado curioso. Mi madre lo llamaba "chismeo compulsivo", aunque yo prefería pensar en ello como "interés natural por las personas". Y, en este caso, había algo que no podía sacarme de la cabeza: Robby.

Miré de reojo a Tory, que parecía distraída con el paisaje, y pensé en cómo abordar el tema. Pero antes de que pudiera abrir la boca, ella se giró hacia mí como si me hubiera leído la mente.

—Si querés preguntarme algo, hacelo. No me molesta. —Su tono era directo, aunque había una ligera sonrisa en sus labios.

Vacilé un segundo, pero luego decidí no dar más rodeos.

—Está bien. ¿Qué pasó con el chico Keene?

Tory soltó una risa seca, una que no tenía ni un poco de alegría. Se cruzó de brazos y siguió caminando un par de pasos antes de responder.

—Me engañó con Zara.

La confesión me dejó helado. Por un momento, no supe qué decir. Claro que conocía a Zara; todos la conocían. Era de esas chicas que no se detenían hasta conseguir lo que querían, y siempre había rumores sobre sus "conquistas". Pero Robby... no lo veía como el tipo de persona que haría algo así.

—¿Robby? ¿El "niño Keene"? —pregunté, incrédulo.

Ella asintió sin mirarme, y su expresión cambió. Se soltó la coleta, dejando que su cabello cayera en ondas sobre sus hombros. Parecía más relajada, como si quitándose la goma del pelo también se quitara algo de peso de encima.

—Sí. No te voy a mentir, al principio me costó creerlo. Pero Zara es Zara, y yo... bueno, no soy de quedarme llorando por alguien que no me valora.

Se encogió de hombros con una tranquilidad que me sorprendió. Aunque su tono era ligero, había algo en su mirada que decía lo contrario. Sin pensar demasiado, solté:

—Él se lo pierde.

Tory giró hacia mí con una sonrisa pícara que me descolocó.

—¿Eso creés? —preguntó, claramente divertida.

—Obvio. —Intenté parecer indiferente, pero sentí cómo el calor subía a mi rostro. Para disimular, desvié la mirada hacia el agua y revoleé los ojos, esperando que no notara nada raro.

Ella rió suavemente, pero no dijo nada más. Seguimos caminando hasta que encontramos un lugar más alejado donde la arena parecía más suave. Sin decir nada, ambos nos sentamos, aunque yo rápidamente me di cuenta de un detalle.

—Esperá. —Me levanté y agarré mi camiseta del hombro. Se la tendí mientras señalaba la arena.

—¿Qué hacés? —preguntó, alzando una ceja.

—Sentate en esto. No querrás ensuciar tus bonitos shorts.

Tory tomó la camiseta, pero su expresión cambió al instante, una sonrisa llena de picardía apareció en su rostro.

—Vaya, Axel. Una excusa muy buena para que te pueda ver sin camiseta. Que caballero.

Me reí, divertido por su comentario.

—Podés admirar sin problemas, Nichols. No soy de los que se quejan por eso.

Ella dejó escapar una risa breve y se sentó sobre la camiseta.

—Tan generoso —respondió, todavía sonriendo.

Nos quedamos allí, en silencio por un momento, mirando las olas ir y venir. Tory comenzó a dibujar líneas en la arena con el dedo, mientras yo jugueteaba con un poco de arena entre mis manos. Había algo en esa noche que hacía que todo se sintiera más tranquilo, más fácil.

—¿Sabés algo? —dijo de repente, rompiendo el silencio.

—¿Qué cosa?

—Robby no era tan malo como todos piensan. Pero Zara... —hizo una pausa y negó con la cabeza—. Ella sabía cómo manipularlo. Supo exactamente que decirle para que él se alejara de mí.

Asentí lentamente, procesando lo que decía.

—Zara tiene fama de hacer eso. Pero Robby debería haber sido más listo.

—Lo sé. —Suspiró y se encogió de hombros—. Pero, ¿sabés qué? Mejor así. No necesito estar con alguien que no tiene claro lo que quiere.

Su actitud me impresionó. Había algo admirable en la forma en que enfrentaba las cosas, incluso cuando claramente la habían lastimado.

—Tenés razón —dije, mirándola fijamente—. Te merecés algo mejor.

Ella me devolvió la mirada, y por un segundo, parecía que iba a decir algo más. Pero en lugar de eso, simplemente sonrió, esa sonrisa suya que siempre parecía guardar un secreto.

—Gracias, Axel.

Y ahí estábamos, dos personas completamente diferentes, compartiendo una noche en la playa. Tal vez no éramos tan distintos después de todo.

Barcelona era un espectáculo por la noche. Las luces de la ciudad reflejaban un brillo dorado en el agua, y las calles, a lo lejos, bullían de vida, incluso a estas horas. Nos quedamos un rato en silencio, simplemente mirando el paisaje, dejando que el ruido del mar llenara los vacíos de la conversación. Era uno de esos momentos donde no hacía falta hablar, porque todo parecía estar dicho.

De repente, Tory sacó su celular del bolsillo trasero de sus shorts. Lo desbloqueó con un rápido movimiento del dedo y revisó la pantalla con una expresión que pasó de neutral a desconcertada en cuestión de segundos.

—¿Qué pasó? —pregunté, apoyándome hacia adelante.

—Son los anuncios de las competencias de mañana. —Frunció el ceño y luego me miró, como si no pudiera creer lo que acababa de leer—. Adiviná con quién me toca.

—¿Con quién? —pregunté, aunque ya sospechaba que no sería alguien al azar.

—Zara. —Tory levantó la mirada hacia mí, sus labios apretados en una línea tensa.

No pude evitar soltar una carcajada baja, porque justo en ese momento, mi celular también vibró. Revisé el mensaje y, como si el universo tuviera un retorcido sentido del humor, me había tocado con Robby.

—No me digas que... —Tory me miró con los ojos entrecerrados, ya sospechando la respuesta.

—Exacto. —Le mostré la pantalla del celular, donde el nombre de Robby aparecía junto al mío en la lista.

Ambos nos quedamos mirándonos durante unos segundos, procesando la coincidencia absurda.

—Esto es demasiado cliché para ser verdad. —Ella rodó los ojos, aunque una sonrisa comenzaba a asomarse en sus labios.

—El destino tiene un sentido del humor raro, pero no me voy a quejar. —Sonreí con suficiencia y me recosté hacia atrás, apoyando las manos en la arena. La miré de reojo y añadí con tono burlón—: Por cierto, Robby no tiene chances de ganarme.

Tory se rió, una risa sincera y relajada, algo que no siempre se le veía hacer.

—Por favor, vengame. —Puso las manos juntas, como si estuviera rezando, pero la sonrisa en su cara dejaba claro que se estaba divirtiendo con la idea.

—Lo haré. Con gusto. —Le guiñé un ojo.

De algún modo, la conversación tomó un giro inesperado. Tory, claramente aún molesta con Robby, empezó a hablar de sus debilidades en el tatami. Era como si estuviera descargando toda su frustración acumulada en forma de consejos estratégicos.

—Siempre se confía demasiado en su velocidad. Si lo presionás lo suficiente, pierde el ritmo y comete errores. Además, odia cuando alguien le bloquea el camino a la esquina izquierda; su reacción es siempre predecible.

—Tomando nota. —Fingí escribir en un cuaderno imaginario, lo que le sacó una sonrisa.

Cuando terminó de hablar, me incliné hacia ella con una expresión traviesa.

—Bueno, si me estás pasando toda esta información valiosa, es justo que te devuelva el favor.

—¿Ah, sí? —alzó una ceja, intrigada.

—Te voy a decir cómo arruinarle la vida a Zara mañana.

Sus ojos se iluminaron de interés mientras me acomodaba para contarle.

—Primero, Zara odia que la saquen de su zona de confort. Si la llevás a jugar en defensiva, pierde la paciencia rápido. Y segundo... bueno, ella siempre subestima a sus rivales. Así que asegurate de que piense que la tenés controlada, y cuando menos se lo espere, la barrés del tatami.

Tory me miró con una mezcla de gratitud y algo más que no pude identificar del todo.

—Te voy a amar si eso funciona.

—Lo hará, confía en mí. —Sonreí con aire de seguridad, porque la verdad era que no había nada que disfrutara más que imaginarme a Tory derrotando a Zara.

El silencio volvió por unos segundos, pero esta vez era diferente. Había algo en el aire, algo más cargado. No sé exactamente qué pasó, pero cuando me di cuenta, Tory y yo nos estábamos mirando de una manera que no se sentía normal. Había algo más en esos ojos suyos, algo que no había visto antes.

Sin pensarlo demasiado, me acerqué a ella. Podría decir que fue un impulso, pero sentí como si en ese momento no existiera otra opción. La besé, y para mi sorpresa, ella correspondió.

Fue un beso breve, pero intenso, como si ambos hubiéramos estado esperando ese momento sin siquiera saberlo. Era raro, porque apenas unas horas atrás. Pero en ese instante, sentí que ella me entendía de una manera que nadie más lo hacía.

Cuando nos separamos, Tory me miró con una sonrisa pícara, como si hubiera estado esperando a que yo tomara la iniciativa.

—¿Qué fue eso? —preguntó, aunque su tono era más divertido que sorprendido.

—No sé, pero no me arrepiento. —Le devolví la sonrisa, todavía sintiendo el cosquilleo del momento.

Ella negó con la cabeza, como si no pudiera creerlo, pero no dijo nada más. Nos levantamos de la arena y comenzamos a caminar de regreso hacia el hotel. Había algo en el aire que hacía que todo se sintiera más ligero, más fácil.

Cuando llegamos, nos detuvimos frente a la entrada. Tory me miró, todavía con esa chispa en los ojos, y se despidió con un simple:

—Descansá, Axel. Mañana te quiero en tu mejor forma para aplastar a Robby.

—Y yo espero ver a Zara hecha polvo. —Le guiñé un ojo antes de girarme hacia el ascensor.

Mientras subía hacia mi habitación, no podía dejar de sonreír como un idiota. Esa noche había sido extraña, inesperada y, de alguna manera, perfecta. No podía esperar a ver qué nos traería el día siguiente.

10:21 a.m

El sol apenas comenzaba a despuntar cuando llegamos al estadio al día siguiente. La ciudad todavía estaba adormecida, pero el estadio ya bullía con energía, como si todos los que estábamos allí hubiéramos estado esperando este momento durante meses. Las luces brillaban intensamente sobre el tatami, y el aire estaba cargado de nerviosismo y emoción. Sabía que no solo competíamos contra otros, sino contra nosotros mismos. Esa sensación de presión, de tener que superar tus propios límites, era lo que realmente me mantenía en pie.

Miré a mi alrededor, buscando a Tory. No la vi inmediatamente, pero cuando mi mirada recorrió el estadio y la localicé al otro lado, un suspiro de alivio y emoción se escapó de mis labios. Allí estaba, ajustándose el gi negro con una concentración que casi se podía tocar. Los movimientos de su cuerpo mientras se preparaba, tan precisos, tan seguros, me hacían pensar que nada la iba a detener. Cuando nuestras miradas se cruzaron, un pequeño destello de complicidad pasó entre nosotros. Fue como si el resto del mundo dejara de existir por un segundo. Ella me sonrió con una sonrisa pícara y me dedicó un guiño. Mi estómago se encogió de la forma más agradable posible. No era solo su destreza, no era solo su competencia. Era algo más. Algo que todavía no entendía, pero que sentía profundamente.

—Vamos a arrasar —murmuré para mí mismo, observando a Zara al otro lado del tatami. Zara, como siempre, estaba con su celular, completamente ajena a la realidad del momento. Se estaba tomando fotos como si estuviera en un desfile, como si este torneo fuera solo una pasarela. No parecía preocuparle lo más mínimo el hecho de que tenía una pelea por delante. Yo sonreí con suficiencia. Era una lástima para ella, pero yo ya sabía cómo terminaría esto. Tory era mucho más que Zara. Mucho más.

El pitido del árbitro resonó por el estadio, y todo se detuvo. El combate estaba por comenzar, y no había vuelta atrás. Yo observaba cómo Tory se posicionaba, con esa calma impresionante que siempre la había caracterizado. Era un espectáculo verla en acción. Mi corazón latía fuerte en el pecho, pero en mi mente solo había espacio para una cosa: ganar.

La pelea entre Tory y Zara comenzó con una velocidad que apenas pude seguir al principio. Pero pronto entendí que no tenía que hacer nada más que observar. Zara, aunque rápida, no tenía nada que hacer contra la precisión y la destreza de Tory. Cada movimiento de Zara parecía predecible, y cada intento de ataque era neutralizado por Tory con una facilidad increíble. Vi cómo Zara se frustraba, cómo sus movimientos se volvían cada vez más erráticos, cómo sus ojos reflejaban la desesperación de no poder hacer nada contra su oponente.

Los patrocinadores de Zara, que no parecían entender mucho de lo que estaba pasando, ya comenzaban a mirar a su luchadora con frustración. La verdad, no podía culparlos. Zara nunca había sido derrotada con tanta facilidad. Pero lo que más me divertía era ver cómo ella se empeñaba en seguir intentando. Sabía que su mundo se estaba desmoronando, y sin embargo, continuaba. Hasta que, finalmente, Tory la derribó con un movimiento tan rápido que ni siquiera pude anticiparlo. Zara cayó al tatami, derrotada, y el árbitro la declaró perdedora.

El público estalló en aplausos, pero yo solo podía concentrarme en Tory. Su mirada era una mezcla de satisfacción y diversión. Le dedicó a Zara una sonrisa burlona mientras se levantaba y esperaba a que la declararan campeona. Yo me sentí increíblemente orgulloso de ella, pero también de mí mismo, porque en ese momento, sabía que todo lo que había entrenado, todo lo que había aprendido, había valido la pena.

Cuando Zara salió corriendo del tatami, roja de verguenza, yo tomé una respiración profunda. Sabía que ya me tocaba a mí. Robby estaba esperando en el otro lado del tatami, y aunque parecía seguro de sí mismo, algo en su postura me decía que no estaba completamente preparado. Su confianza no era más que fachada, y yo estaba listo para derribarla.

Me acerqué al tatami con paso firme. Estaba tranquilo, a pesar de lo que se jugaba aquí. Sabía que la victoria era mía. Robby me miró, y pude ver la inseguridad en sus ojos, aunque intentaba ocultarla. Los dos nos alineamos en el centro del tatami, esperando la señal del árbitro. A medida que la pelea comenzaba, me di cuenta de que Robby estaba desconcertado. No entendía cómo hacía para anticipar cada uno de sus movimientos. Cada vez que intentaba un ataque, yo ya estaba un paso adelante. Y eso, evidentemente, lo estaba sacando de su zona de confort.

Recordé todo lo que Tory me había dicho la noche anterior, mientras caminábamos hacia el hotel, mientras nuestras palabras se mezclaban con la quietud de la noche:

—Si lo presionás lo suficiente, pierde el ritmo y comete errores.

Era lo que estaba haciendo. Robby no tenía idea de lo que estaba sucediendo. Yo ya lo había estudiado, conocía sus movimientos, y él estaba demasiado ocupado pensando en cómo responder, en lugar de anticipar lo que yo iba a hacer. Cada intento de él era neutralizado con una facilidad desarmante. Y entonces, cuando vi su movimiento de barrido, supe que era el momento. Con un solo movimiento, lo empujé con una patada que lo derribó de inmediato. El sonido del tatami cuando su cuerpo chocó contra el suelo me dio la confirmación de lo que ya sabía. Estaba fuera de combate. El árbitro no tardó en levantar mi brazo, y la multitud estalló en vítores.

Miré hacia el otro lado del estadio, donde Tory me observaba. Ella me aplaudió con una sonrisa que no pude evitar ver como un trofeo en sí misma. Y, con un simple gesto de la cabeza, le agradecí. Todo lo que había hecho, todo lo que había sido, había valido la pena. Y sabía que había algo más detrás de esa sonrisa. Algo más que no entendía completamente, pero que me empujaba a seguir adelante.

Salí del tatami, el bullicio de la multitud resonando en mis oídos, pero no me importaba. Solo pensaba en una cosa: los vestuarios. Cuando llegué, la puerta estaba entreabierta, y ahí estaba ella, esperándome. Tory. Su mirada juguetona me hizo sonreír, y su actitud despreocupada me hizo sentir como si todo estuviera bien. La tensión de la competencia, el cansancio, todo se desvaneció en ese instante.

—¿Qué tal, campeón? —dijo, con esa voz suave pero llena de picardía.

—¿Qué tal tú, campeona? —respondí, y no pude evitar soltar una risa nerviosa. Era imposible no sentirse atraído por ella. Por todo lo que ella representaba.

—Solo soy buena en eso de hacerte caer —respondió con tono burlón, y comenzó a acercarse lentamente hacia mí, mientras su sonrisa se volvía más traviesa.

Me reí y le agradecí por los consejos. Ella me respondió con un "No hay de qué", pero en su tono había algo más. Algo que me decía que había mucho más por descubrir entre nosotros. Y antes de que pudiera decir algo más, ella se acercó aún más, enredó sus piernas alrededor de mi cadera, y me atrajo hacia ella en un beso. Un beso que, desde el primer segundo, fue intenso, profundo, como si nos hubieran estado esperando para dar ese paso.

Yo correspondí sin pensarlo. Sus manos recorrían mi cuello, y la sensación de su cuerpo contra el mío me hizo perder por completo la noción del tiempo. El mundo entero desapareció en ese momento. No importaba si habíamos ganado o perdido. No importaba nada más. Solo estábamos ella y yo, y por un momento, era todo lo que necesitábamos.

—¿Y ahora qué? —pregunté entre besos, con una sonrisa que no podía dejar de mostrar.

—Ahora, dejamos que pase —me susurró, y antes de que pudiera agregar algo más, sus labios volvieron a encontrar los míos. Y esta vez, la pasión fue aún más intensa. No había nada que decir. Solo dejarse llevar.

El resto del mundo, con sus problemas y sus complicaciones, podía esperar. Por esa noche, solo existíamos nosotros. Y tal vez, solo tal vez, eso era todo lo que necesitábamos.



AluihH espero que te haya gustado! ,gracias por la idea<3

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