💿[Razones para amarlas]Eli Mozkowitz



Eli Mozkowitz
x
Todas xd

13:22 p.m

En la cafetería de West Valley, el caos habitual reinaba: estudiantes yendo de un lado a otro, mesas llenas de charlas, risas, y comida rápida que apenas se podía considerar comestible. Eli Moskowitz estaba sentado en su lugar de siempre, una mesa al fondo junto a la ventana. Con su chaqueta de cuero, el cabello teñido de azul eléctrico y una actitud despreocupada, parecía el dueño del mundo. Enfrente de él, Demetri Alexopoulos observaba a su mejor amigo con una mezcla de fascinación y escepticismo.

—¿Entonces? —dijo Demetri, apoyando los codos en la mesa y mirando a Eli con curiosidad—. ¿Cuál es tu secreto, maestro del amor?

Eli dejó su bandeja a un lado, cruzando los brazos con una sonrisa arrogante.

—¿Mi secreto? —repitió, como si estuviera a punto de revelar una verdad universal.

—Sí, tu secreto. —Demetri lo señaló con un dedo acusador—. Porque no entiendo cómo hacés para estar coqueteando con una chica diferente todos los días.

Eli arqueó una ceja y se inclinó hacia él.

—¿Y por qué querrías saberlo, Deme-triste?

—Primero, no me llames así. Segundo, tengo curiosidad. No es que me interese seguir tu "método" —hizo comillas en el aire—, pero admito que tenés algo que yo no.

—¿Confianza, carisma, sentido de la moda? —Eli enumeró, contando con los dedos.

—Estaba pensando en "falta total de verguenza", pero adelante, seguí sumando cualidades.

Eli soltó una carcajada y se acomodó en la silla, disfrutando del momento.

—Mirá, Demetri, te voy a iluminar porque soy un buen amigo. Amarlas no es complicado. Es un arte. Y yo soy el Da Vinci del coqueteo.

—Por favor, iluminame, maestro. —Demetri se llevó una mano al pecho, fingiendo reverencia—. ¿Cómo es que el gran Hawk—perdón, Eli Moskowitz—maneja este "arte"?

Eli se inclinó hacia adelante, adoptando un tono conspirador.

—Primero, tenés que entender algo muy básico. Las chicas no son todas iguales, ¿si? Cada una es como un videojuego nuevo. Tenés que aprender las reglas, encontrar los puntos débiles, y luego dominar el juego.

Demetri parpadeó.

—¿Comparaste a las chicas con videojuegos?

—Sí, y vos sos el que se queda atascado en el tutorial.

—Ajá, claro. —Demetri rodó los ojos—. Seguí iluminándome, oh sabio.

Eli sonrió, saboreando su momento de superioridad.

—Por ejemplo, con Sarah. ¿Te acordás de Sarah?

—¿La de la clase de Historia? ¿La que te tiró su cuaderno en la cara cuando intentaste robarle el lápiz?

—Exacto, esa misma. ¿Sabés por qué pasó eso? Porque a Sarah le gustan los chicos que son misteriosos, inalcanzables. Yo fui demasiado obvio. Ese fue mi error.

Demetri dejó caer la cabeza sobre la mesa.

—¿Y por qué seguirías intentando si ya te tiró un cuaderno?

—Porque, mi querido Demetri, no es sobre ganar o perder. Es sobre el desafío.

—Claro, porque nada dice "madurez" como ser rechazado constantemente.

Eli ignoró el comentario, levantando un dedo.

—Ahora, con Ashley...

—¿Otra? ¿Cuántas hay?

—¡Cállate! —Eli le lanzó una papa frita que aterrizó en el vaso de agua de Demetri—. Como decía, Ashley. Ella es diferente. Es una de esas chicas que quiere que la escuchen, ¿entendés? Así que lo que hice fue quedarme callado mientras me hablaba de su colección de piedras.

Demetri lo miró como si acabara de decir que se unió a una secta.

—¿Vos? ¿Callado? ¿Mientras alguien hablaba de piedras?

—Exacto. Y funcionó. Me agradeció al final de la charla.

—Sí, porque no interrumpiste. No es un logro, Eli. Es ser un ser humano decente.

Eli se encogió de hombros, imperturbable.

—El punto es que cada chica necesita algo diferente. Y yo me adapto, porque soy un camaleón del amor.

Demetri soltó una carcajada tan fuerte que algunos estudiantes en la mesa de al lado se dieron vuelta a mirarlo.

—¿Un camaleón del amor? ¿Qué sos, un personaje de telenovela?

—Reíte todo lo que quieras, pero tengo mis estrategias.

Demetri lo miró, escéptico.

—¿Estrategias? ¿Como cuál?

Eli se reclinó en su silla, con aire de superioridad.

—Primero, la entrada. La primera impresión lo es todo. Tenés que ser confiado, pero no arrogante.

—¿Como cuando te caíste al tratar de apoyarte en una mesa para parecer "cool"?

—Eso fue un accidente. Y además, lo recuperé con una broma.

—Ah, sí, claro, porque decir "quise hacerte reír" es súper convincente.

Eli lo ignoró.

—Segundo, el humor. Las chicas aman reírse. Si podés hacerlas reír, ya ganaste la mitad de la batalla.

—¿Y la otra mitad?

—Escuchar. —Eli lo dijo como si fuera obvio—. Aunque no tengas idea de qué están hablando, asentí, mirá a los ojos y decí cosas como "interesante" o "eso suena genial".

Demetri lo miró incrédulo.

—¿Eso funciona?

—Por supuesto. Pero tenés que practicar el tono. No podés sonar como un robot. Decí "¡eso suena genial!" como si realmente te importara.

Demetri lo intentó, adoptando una expresión exageradamente seria.

—"Eso suena genial".

Eli se llevó una mano al rostro.

—Estás arruinando mi arte.

Demetri se encogió de hombros, divertido.

—Tal vez porque no es arte.

Eli lo miró, como si hubiera cometido una herejía.

—No entendés nada, Demetri. Por eso estoy yo acá, para enseñarte.

—Y yo que pensé que habías tocado fondo cuando comparaste a las chicas con videojuegos.

Eli sonrió, despreocupado.

—Decí lo que quieras, pero al menos yo no paso los viernes a la noche viendo documentales de ciencia.

Demetri frunció el ceño, ofendido.

—¡Hey! ¡Esos documentales son fascinantes!

—Claro que sí, Deme-triste. Claro que sí.

Mientras Eli se reía, Demetri tomó su vaso y le tiró agua en la cara, interrumpiendo su carcajada.

—¡Eso fue por las papas fritas!

Eli, empapado, lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión.

—¿Sabés qué, Demetri? Te voy a convertir en mi próximo proyecto.

Demetri se levantó, agarrando su mochila.

—¿Tu próximo proyecto? Paso. Prefiero mis documentales.

—Te vas a arrepentir cuando veas lo bien que me va con "mi método".

Demetri se dio vuelta antes de salir de la cafetería, lanzándole una última mirada burlona.

—¿Tu método? Más bien es pura suerte.

Eli se quedó sentado, con una sonrisa arrogante en el rostro, mientras el sol brillaba a través de la ventana.

—Tal vez, pero es una suerte que vos nunca vas a tener.

Dulces

Eli y Demetri se reunieron en el campo de fútbol de West Valley durante el recreo, con Eli decidido a demostrar su punto sobre su "arte" con una demostración en vivo. Se recostó en la cerca, señalando hacia una chica que charlaba con un grupo de amigos cerca de las gradas.

—Ahí la tenés, Demetri. María Álvarez. —Eli sonrió con orgullo, como si estuviera presentando a una obra maestra—. Dulzura en estado puro. Pelo negro, ojos marrones, sonrisa que te hace replantearte tu vida entera. Es la clase de chica que hasta los profesores quieren adoptar.

Demetri entrecerró los ojos mientras examinaba a María desde lejos.

—No sé, Eli. ¿No parece un poco... intimidante?

Eli soltó una carcajada que hizo que algunos estudiantes cercanos giraran la cabeza.

—¿María? ¿Intimidante? Amigo, no sé si estás hablando de la misma persona. Ella es literalmente un osito de peluche humano.

Demetri cruzó los brazos, escéptico.

—Si es tan dulce como decís, ¿qué hacés acá parado? Anda a hablarle, Casanova.

—Exacto. Ese es el plan. —Eli se irguió, ajustándose la chaqueta—. Pero antes, prestá atención. Esto no es solo "ir a hablar". Esto es estrategia. Es un arte en movimiento. Quiero que observes y tomes notas.

—¿Notas? ¿Qué te pensás que soy, tu asistente?

—Sí. —Eli le palmeó el hombro con una sonrisa maliciosa—. Pero un asistente que eventualmente se convertirá en un maestro, gracias a mí.

Demetri sacó un cuaderno pequeño de su mochila, resoplando.

—Está bien, dale. Pero si esto se vuelve muy vergonzoso, prometo fingir que no te conozco.

Eli lo ignoró y comenzó a caminar hacia María con un andar confiado, como si el viento mismo estuviera de su lado. Mientras se acercaba, Demetri observaba desde una distancia segura, con el lápiz en mano, listo para documentar cualquier desastre.

Eli llegó hasta María justo cuando ella terminaba de reírse de algo que uno de sus amigos había dicho. Se colocó a su lado, con una sonrisa relajada pero amistosa.

—María, ¿te puedo robar un minuto?

María se giró hacia él, parpadeando sorprendida, pero su sonrisa dulce no tardó en aparecer.

—¡Oh, hola, Eli! Claro, ¿qué pasa?

Eli apoyó un brazo en la baranda cercana, adoptando una postura casual.

—Nada en especial. Solo estaba pensando que sería un crimen no venir a decirte lo genial que te queda ese suéter. ¿Es nuevo?

María miró su suéter de lana azul, riendo suavemente.

—¿Este? No, lo tengo desde hace años. Pero gracias, es muy amable de tu parte.

Desde su lugar, Demetri anotaba frenéticamente en su cuaderno.

—Paso uno: halagar su ropa. Nota: asegurarse de que el halago no sea raro.

Eli siguió hablando, ajeno a los murmullos de aprobación de los amigos de María.

—Bueno, pues te queda genial. Además, combina con tu sonrisa.

María se ruborizó un poco, apartando la mirada.

—Eli, sos todo un caballero, ¿sabías?

—No tanto como vos sos un sol. —Eli se inclinó ligeramente hacia ella, como si estuviera compartiendo un secreto—. Pero, hablando en serio, ¿cómo te va? No te veo mucho fuera de clases.

María le dedicó una mirada agradecida, como si realmente apreciara que alguien le preguntara por su vida.

—La verdad, estoy bien. Un poco estresada por el examen de biología, pero nada que no pueda manejar.

Eli asintió con seriedad, como si estuviera a punto de salvar el mundo.

—Biología, claro. Una materia complicada. ¿Querés que te ayude a estudiar? Soy un experto en... bueno, en hacer que las cosas sean menos aburridas.

Ella rió, cubriéndose la boca con una mano.

—¿En serio? ¿Vos, estudiando? Eso sí que es una sorpresa.

Eli se llevó una mano al corazón, fingiendo estar herido.

—¡Eso fue un golpe bajo! Pero, bueno, lo acepto. No soy el típico nerd de biología, pero puedo hacer un esfuerzo por vos.

Demetri desde lejos casi se atragantó con su propia risa.

—"No soy el típico nerd de biología". Eso debería ir en una camiseta. —Escribió rápidamente: "Paso dos: mostrar interés en lo que le importa, aunque no tengas idea de lo que estás hablando".

María negó con la cabeza, aún riendo.

—Gracias, Eli, de verdad. Pero creo que puedo manejarlo sola. Aunque... me vendría bien un poco de compañía en la biblioteca. Es más fácil estudiar con alguien que me haga reír.

Eli sonrió, triunfante.

—¿Eso es una invitación? Porque si lo es, acepto.

María asintió, juguetona.

—Es una invitación. El miércoles después de clases, ¿te parece?

—Ahí estaré.

María le dedicó una última sonrisa antes de regresar con sus amigos. Eli, satisfecho, regresó donde estaba Demetri, quien lo miraba con una mezcla de incredulidad y admiración.

—¿Cómo... cómo hiciste eso?

Eli se encogió de hombros, como si fuera la cosa más fácil del mundo.

—Simple. Escuchá, sé amable, y hacela reír. Las chicas dulces como María quieren sentirse valoradas. No es ciencia de cohetes, Demetri.

Demetri miró su cuaderno y luego a Eli.

—"Hacela reír". Claro, suena simple cuando lo decís vos.

Eli le dio una palmada en la espalda.

—Tranquilo, amigo. Esta fue solo la primera lección. Todavía te faltan los otros tipos.

Demetri dejó escapar un suspiro largo.

—¿Qué otros tipos?

Eli sonrió de oreja a oreja.

—Vas a ver, Deme-triste. Apenas estamos empezando.

Angelicales

Eli y Demetri estaban sentados en la cafetería, repasando su "misión" del día. Después del éxito con la española, Eli no perdió el tiempo y ya tenía en mente el próximo objetivo. Con una sonrisa traviesa, señaló hacia el otro extremo del lugar.

—Ahí está, Demetri. El siguiente tipo de chica: las angelicales. Y no hay mejor ejemplo que Samantha LaRusso.

Demetri dejó caer su tenedor al plato, mirándolo como si Eli hubiera perdido la cabeza.

—¿Sam? ¿Estás hablando de esa Sam? ¿La novia de Miguel?

—Sí, ¿qué tiene? —respondió Eli, despreocupado, mientras se acomodaba la chaqueta y se preparaba para levantarse.

Demetri lo agarró del brazo, jalándolo con fuerza para que se quedara sentado.

—¡Eli, pará un poco! ¿Te acordás de Miguel, tu amigo? El chico con quien compartimos pizzas y maratones de películas de acción. ¿El que podría romperte la cara si se entera de esto?

Eli soltó un bufido, apartando la mano de Demetri.

—Ay, amigo, siempre tan dramático. No voy a hacer nada raro. Solo voy a hablar con ella.

—Sí, claro. Porque seguro "solo hablar" incluye coquetear descaradamente y dejar a Miguel como un idiota.

Eli se levantó de todos modos, ignorando las protestas de Demetri.

—Relajate, no va a pasar nada. Miguel ni siquiera está acá.

—¡Eso es lo que decís ahora! Pero cuando él aparezca y te vea cerca de Sam, no digas que no te avisé. —Demetri volvió a agarrarlo, desesperado—. ¡Eli, te lo digo en serio!

Eli simplemente le guiñó un ojo antes de caminar hacia Sam, quien estaba sentada sola en una mesa al aire libre, cerrando su cuaderno después de lo que parecía haber sido una intensa sesión de estudio.

—Hola, LaRusso. —Eli la saludó con una sonrisa despreocupada, apoyándose en la mesa frente a ella.

Sam levantó la mirada, sorprendida al principio, pero luego sonrió al reconocerlo.

—¡Halcón! Digo... Eli. ¿Qué hacés por acá?

—Ah, nada en particular. Pasaba por acá y pensé, "¿Sabés qué le vendría bien a mi día? Charlar con la chica más angelical de toda West Valley".

La castaña rió suavemente, negando con la cabeza.

—¿Siempre tan exagerado?

—Es un talento, no te voy a mentir. —Eli se encogió de hombros, con una sonrisa coqueta—. Pero, en serio, ¿cómo va todo? Parecías bastante concentrada ahí.

—Sí, estaba repasando para un examen de historia. Es bastante denso, pero creo que lo tengo bajo control.

—¿Historia? Fácil. ¿Querés que te pase mis notas? —bromeó Eli, sabiendo perfectamente que no tenía ninguna.

Sam lo miró con fingida incredulidad.

—¿Notas? ¿Vos? Eli, no sabía que eras un erudito.

—Hay muchas cosas que no sabés de mí, LaRusso. —Eli le guiñó un ojo, lo que provocó otra risa de Sam.

Desde su lugar en la cafetería, Demetri se tapaba la cara con las manos, murmurando para sí mismo.

—Esto es una porquería. Es como ver un tren descarrilar en cámara lenta.

Mientras tanto, Eli seguía en su misión.

—Pero basta de historia. ¿Qué hay de vos? ¿Qué te divierte últimamente? Seguro algo emocionante, porque siendo la novia del karateca prodigio, la vida debe ser una aventura constante.

Sam se encogió de hombros, algo avergonzada.

—Bueno, Miguel es un gran novio, eso seguro. Pero no todo es tan emocionante como creés. También hay momentos tranquilos, ¿sabés?

Eli fingió pensar, llevándose una mano al mentón.

—¿Tranquilos? Hmm, no sé si eso va con tu onda. Sos más de las que deberían estar viajando por el mundo, adoptando perritos y salvando pulpos, ¿o no?

Sam lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión.

—¿Adoptando perritos? ¿De dónde sacaste eso?

—No sé, tenés esa vibra angelical que dice "amo a los animales y quiero hacer del mundo un lugar mejor".

Sam rió de nuevo, pero esta vez parecía genuinamente conmovida.

—Eso fue... muy lindo, Eli. Gracias.

—De nada, LaRusso. —Eli se inclinó un poco más cerca, bajando el tono de su voz como si estuviera compartiendo un secreto—. Pero, entre nosotros, creo que deberías dejar que alguien te lleve a una verdadera aventura algún día.

Antes de que Sam pudiera responder, Eli vio a Miguel acercándose desde el otro extremo del patio. Sus ojos se abrieron de par en par, y rápidamente ideó un plan de escape.

—Bueno, fue un placer, Sam, pero tengo que irme. Nos vemos por ahí.

Antes de que Sam pudiera decir algo, Eli le plantó un beso rápido en la mejilla y salió corriendo hacia Demetri, quien lo estaba esperando con una expresión de puro pánico.

—¡¿Qué hiciste?! —preguntó Demetri mientras Eli lo agarraba del brazo y lo arrastraba hacia la salida.

—Sobreviví, eso es lo que hice. —Eli sonrió, todavía con la adrenalina corriendo por sus venas—. ¿Viste? Esa es la magia de lidiar con las angelicales.

—¿Magia? ¡Miguel está literalmente buscándote con la mirada!

—Entonces es hora de desaparecer, amigo. Hora de desaparecer.

Arrogantes

Eli y Demetri llegaron al gimnasio con su misión claramente definida: conocer a una representante del tipo "arrogante". Y Zara Malik era la candidata perfecta.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Demetri—.

—Por supuesto, amigo. Zara es el ejemplo perfecto. Competitiva, confiada, y con ese toque de arrogancia que la hace irresistible.

—Sí, también es un peligro para tu integridad física, pero bueno, ¿qué sé yo? —Demetri rodó los ojos—. ¿Te acordás cuando casi le rompe el brazo a ese tipo que intentó burlarse de ella en la última competencia?

—Esa es la gracia. Es intensa. Además, soy Halcón. Puedo manejarlo.

Demetri lo miró con escepticismo.

—¿Manejarlo? Claro. Porque seguro te va a recibir con un abrazo y un "hola, Eli, que bueno que viniste a interrumpir mi entrenamiento".

—Esa es la idea, ¿no? —Eli le guiñó un ojo y empujó la puerta del gimnasio.

Dentro, la castaña estaba entrenando sola, completamente enfocada en su rutina de taekwondo. A pesar de su baja estatura, sus movimientos eran fluidos y precisos, cada golpe y patada ejecutado con una velocidad que hacía que cualquiera dudara de su cordura al intentar acercarse.

—Ahí está —murmuró Eli, su sonrisa traviesa apareciendo al instante—. Pura perfección.

Demetri lo agarró del brazo antes de que pudiera avanzar.

—Eli, pará un poco. Mírame. ¿Te acordás del plan?

—¿Qué plan? —preguntó Eli, fingiendo estar confundido.

—El plan de no morir. Porque tengo la sensación de que si decís algo que no le gusta, Zara va a usarte como saco de arena.

—Relajate, amigo. Tengo esto bajo control. —Eli se zafó del agarre de su amigo y avanzó hacia Zara con la confianza de alguien que no tenía idea de lo que estaba a punto de ocurrir.

Zara estaba de espaldas, terminando una serie de patadas contra un saco pesado. El sonido de sus golpes resonaba en todo el gimnasio. Pero justo cuando Eli estaba a punto de abrir la boca para saludarla, ella pareció sentir su presencia.

Con la velocidad de un rayo, Zara se giró y lo barrió con una patada, derribándolo al suelo en un solo movimiento. Antes de que pudiera reaccionar, ella ya estaba sobre él, con una rodilla presionando su pecho y un puño listo para golpearlo.

—¿Quién...? —comenzó Zara, pero se detuvo al reconocerlo—. ¿Halcón?.

Eli, todavía aturdido pero con una sonrisa en el rostro, levantó las manos en señal de rendición.

—En persona. ¿Sabés? Nunca pensé que sería tan emocionante ser derribado por alguien.

Zara lo miró con incredulidad antes de soltar un suspiro y levantarse, ofreciéndole una mano para ayudarlo a ponerse de pie.

—¿Qué hacés?

—Bueno, estaba pasando por acá y pensé en saludar a la futura campeona mundial por vez número mil.

Zara cruzó los brazos, arqueando una ceja con una mezcla de desconfianza e incredulidad.

—¿Otra vez? —repitió, su tono firme, cortante, sin ningún atisbo de humor.

Eli se sacudió el polvo de los pantalones con calma, fingiendo que no acababa de ser derribado de manera humillante por alguien que medía al menos una cabeza menos que él.

—No puedo evitarlo, Zara. Hay algo en vos que simplemente atrae a la gente. Como gravedad, pero más peligrosa.

Ella dejó escapar un bufido, girándose hacia el saco de boxeo. Sin embargo, la leve curva en la esquina de sus labios sugería que el comentario no le había pasado desapercibido.

—¿Atraer a la gente? —repitió, lanzando un golpe limpio al saco—. Yo atraigo problemas, Hawk. Y vos, por lo que veo, sos el tipo de problema que no entiende cuándo debe retroceder. ¿Qué querés?

Eli sonrió, apoyándose contra la pared con una actitud despreocupada.

—Nada complicado. Solo pensé que podrías tomarte un descanso de ser la campeona mundial en potencia y regalarme cinco minutos de tu tiempo. Prometo que no te va a doler.

Zara soltó una carcajada seca y volvió a su entrenamiento, ignorándolo como si ni siquiera estuviera ahí.

—¿Por qué tendría que hacerlo? Estoy ocupada. Algunos tenemos metas, ¿sabías?

Eli no se inmutó.

—Yo también tengo metas, ¿sabes? —replicó con un tono casi teatral—. Por ejemplo, hacerte reír dos veces antes de que me derribes otra vez.

Ella se detuvo, golpeando el saco una última vez antes de girarse hacia él, evaluándolo con la mirada como si estuviera considerando si valía la pena seguirle el juego o simplemente echarlo del gimnasio.

—Ya me hiciste reír una vez. —Zara señaló el suelo donde Eli había caído minutos atrás—. Pero no me duró mucho.

—Ah, ¿entonces tengo otra oportunidad? Perfecto. —Eli sonrió ampliamente, ajustándose la chaqueta como si ya hubiera ganado algo.

Zara no respondió, pero tampoco lo interrumpió cuando se adelantó un paso hacia ella.

—¿Sabés algo, Zara? Nunca había conocido a alguien como vos. Tenés algo especial.

—¿Algo especial? —preguntó ella con escepticismo, apoyando las manos en las caderas—. ¿Qué es? ¿Mi capacidad para noquearte en menos de cinco segundos?

—Bueno, eso también. —Eli alzó las manos en un gesto de rendición, claramente disfrutando del desafío—. Pero estaba hablando de esa actitud. Sos tan... intimidante. En el mejor sentido.

—¿Intimidante? —Zara lo miró como si estuviera evaluando si estaba loco o si realmente creía lo que estaba diciendo—. ¿Eso es un halago?

—Con vos, siempre. —Eli sonrió, dando otro paso más cerca.

Zara no retrocedió, pero cruzó los brazos nuevamente, como si estuviera preparándose para lo que fuera a decirle a continuación.

—No entiendo. ¿Así coqueteás con todas las chicas?

—Para nada. —Eli puso una mano en el pecho, fingiendo indignación—. Con vos, soy completamente único.

—¿Y qué significa eso? —preguntó Zara, arqueando una ceja.

—Que no me importa que me golpees, me ignores o me mires como si estuviera loco. Lo único que me importa es que estoy acá, hablando con vos.

Zara dejó escapar un suspiro, aunque había algo diferente en su expresión esta vez. Tal vez era la leve relajación de sus hombros, o cómo sus labios parecían a punto de curvarse en una sonrisa.

—¿Siempre sos así de insoportable?

—No siempre. Solo cuando estoy con alguien que realmente vale la pena.

Ella lo observó en silencio, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Finalmente, señaló un banco cercano con un leve movimiento de la cabeza.

—Bien, Hawk. Tenés cinco minutos. No más.

Eli sonrió como si acabara de ganar un campeonato mundial.

—¿Cinco minutos? Es todo lo que necesito.

Mientras Zara se sentaba, Eli tomó asiento frente a ella, inclinándose ligeramente hacia adelante con esa misma confianza que parecía imposible de sacudir.

—¿Sabés qué me encanta de vos? —preguntó de repente, rompiendo el silencio antes de que ella pudiera decir algo.

—¿Qué? —respondió Zara, aunque había una ligera nota de curiosidad en su tono.

—Que sos como un rompecabezas imposible. Difícil, intimidante, pero tan interesante que no puedo evitar querer resolverlo.

Zara negó con la cabeza, aunque esta vez no pudo evitar sonreír, aunque fuera un poco.

—¿De verdad pensás que eso va a funcionar conmigo?

—No sé. Pero estoy dispuesto a intentarlo todas las veces que haga falta.

Ella lo miró fijamente, como si estuviera tratando de decidir si era sincero o simplemente un idiota con mucha confianza. Finalmente, dejó escapar una pequeña risa.

—Sos imposible.

—¿Eso es un cumplido? —preguntó él con una sonrisa que iluminó todo su rostro.

—Todavía no. —Zara se inclinó hacia atrás, pero esta vez no apartó la vista de él—. Pero admito que tenés algo... diferente.

Eli fingió celebrar, levantando los brazos como si hubiera logrado lo imposible.

—¿Lo ven? —dijo, aunque esta vez no había nadie más cerca para escucharlo—. ¡Ya estoy progresando!

Zara negó con la cabeza, pero esta vez no apartó la mirada. Eli, con sus bromas, su sonrisa constante y su descaro infinito, estaba logrando algo que pocos habían logrado: hacerla bajar la guardia. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, Zara estaba empezando a disfrutarlo.

Eli salió del gimnasio con la misma sonrisa confiada que había llevado al entrar, aunque ahora con un toque de satisfacción que lo hacía brillar aún más. Apenas cruzó la puerta, se encontró con Demetri, quien estaba sentado en una banca cercana con una bolsa de hielo en la mano.

—¿Qué hacés con eso? —preguntó Eli, frunciendo el ceño mientras señalaba la bolsa de hielo.

Demetri se levantó rápidamente, caminando hacia él como si fuera un médico atendiendo una emergencia.

—Te la traje por si te dejaba el ojo azul —explicó Demetri, levantando la bolsa para intentar colocarla en la cara de Eli—. Pensé que Zara te iba a destruir.

Eli soltó una carcajada, empujando suavemente la bolsa de hielo hacia un lado.

—¿Azul? ¡Por favor! —respondió con una sonrisa amplia—. Fue más fácil de lo que pensaba. Creo que incluso le caí bien.

Demetri lo miró incrédulo, bajando la bolsa de hielo con lentitud.

—¿En serio? ¿Zara? ¿La misma que te barrio al piso como si fueras un muñeco de trapo?

—Exactamente esa. —Eli le guiñó un ojo mientras se pasaba una mano por el cabello—. ¿Qué te puedo decir? Hay algo en mí que las chicas simplemente no pueden resistir.

Demetri suspiró, guardando la bolsa de hielo en su mochila con resignación.

—Bueno, supongo que eso significa que estamos listos para el próximo desafío, ¿no?

Eli asintió, pero esta vez su sonrisa se tornó un poco más seria.

—El próximo va a ser complicado. Estamos hablando de un tipo completamente diferente: intimidantes. Y sé exactamente quién encaja en esa categoría.

Demetri arqueó una ceja.

—¿Intimidantes? ¿Quién, la entrenadora de Zara?

—No, mucho mejor. —Eli hizo una pausa para crear suspenso antes de pronunciar el nombre—. Tory Nichols.

Demetri se tensó al escuchar el nombre.

—¿Tory? ¿Tory la qué te dijo qué me partieras el brazo? —preguntó, claramente alarmado—. ¿La misma Tory que puede romper una tabla con la frente si quiere?

—Esa misma. —Eli sonrió, ajustándose la chaqueta mientras comenzaba a caminar—. Va a ser interesante.

—¿Estás loco? —Demetri lo siguió a regañadientes—. Esa chica no es solo intimidante. Es como un huracán con piernas.

—Por eso es perfecta. —Eli se detuvo frente al patio donde Tory estaba entrenando con un saco de boxeo improvisado. Se tomó un momento para observarla. Su postura era firme, su técnica impecable, y sus golpes resonaban con una fuerza que parecía desproporcionada para su tamaño.

Demetri, viendo a Tory desde lejos, dio un paso atrás instintivamente.

—Bueno, mucha suerte. Yo voy a quedarme acá, donde es seguro.

Eli lo ignoró, dándole una palmada rápida en el hombro antes de avanzar hacia Tory con esa misma confianza inquebrantable que siempre lo caracterizaba.

Tory lo notó acercarse y, sin dejar de golpear el saco, lo saludó con un tono seco:

—¿Qué querés?

Eli sonrió ampliamente, parándose a una distancia segura del saco.

—Solo pasar a saludar. ¿Cómo va todo, Nichols?

Tory soltó un último golpe contundente antes de detenerse, girándose hacia él con los brazos cruzados.

—No nos hemos hablado en meses, y ahora aparecés como si fuéramos mejores amigos. ¿Qué estás tramando?

Eli levantó las manos en un gesto de inocencia.

—Nada malo, te lo prometo. Solo pensé que sería bueno ponernos al día. Vos sabés, dos antiguos compañeros de dojo y todo eso.

Tory lo miró fijamente, como si estuviera tratando de leer sus verdaderas intenciones.

—No me hagas perder el tiempo, Eli. Si tenés algo que decir, decilo ya.

Eli no se dejó intimidar por su tono serio. De hecho, parecía disfrutarlo.

—Está bien, va directo: ¿Cómo hacés para ser tan intimidante y tan impresionante al mismo tiempo?

Tory parpadeó, claramente desconcertada por la pregunta, aunque su expresión no cambió mucho.

—¿Eso se supone que es un halago?

—Es más que un halago. Es una observación científica. —Eli se apoyó contra un poste cercano, sin dejar de sonreír—. De todas las personas que conozco, vos sos la única que podría hacer que alguien se asuste y se impresione al mismo tiempo.

Tory lo observó por unos segundos, sus ojos verdes analizándolo con atención. Finalmente, dejó escapar un suspiro.

—¿Siempre sos así de insoportable?

—Solo con las personas que me interesan. —Eli le guiñó un ojo, provocando que Tory rodara los ojos con un leve bufido.

—¿Y por qué estoy en esa lista?

—Porque sos diferente. —Eli cambió su tono, volviéndose un poco más sincero—. No es fácil encontrar a alguien que no solo sea fuerte físicamente, sino también de carácter. Es raro. Y muy, muy interesante.

Tory levantó una ceja, claramente sorprendida por su cambio de actitud. Sin embargo, no lo dejó ver del todo.

—Interesante, ¿eh? —repitió con sarcasmo, aunque su tono no era tan cortante como antes.

—Exacto. —Eli se enderezó, acercándose un poco más—. Y, sinceramente, me encantaría conocerte mejor.

Tory lo miró con una mezcla de desconfianza y curiosidad. Finalmente, señaló el saco de boxeo.

—Si querés conocerme, aguantá al menos tres minutos de entrenamiento conmigo.

Eli sonrió, aceptando el desafío sin dudar.

—Tres minutos con vos, Nichols. Fácil.

Aunque por dentro sabía que probablemente no iba a salir de esa sin unos cuantos moretones.

Eli se frotó las manos con entusiasmo antes de ponerse frente a Tory, quien lo esperaba con los brazos cruzados y una ceja arqueada. A pesar de su fachada dura, había algo en su mirada que le decía a Eli que podía haber una grieta en esa armadura. Y, si alguien sabía cómo encontrarla, era él.

—¿Estás listo? —preguntó Tory, su tono firme pero con un ligero matiz de diversión.

—Siempre. —Eli se estiró exageradamente, como si estuviera a punto de enfrentarse a un combate épico—. ¿Cómo querés que empiece? ¿Unos golpes suaves para no hacerte quedar mal?

Tory soltó una risa seca y sacudió la cabeza.

—Eso fue patético incluso para vos. Mejor dejá de hablar y movete.

Sin esperar, Tory lanzó un golpe directo que Eli esquivó por poco, tropezando hacia un lado con una sonrisa nerviosa.

—¡Hey, calmate! Pensé que íbamos a hacer esto de manera amigable.

—Eso fue amigable. —Tory sonrió de lado, preparándose para el siguiente ataque.

Durante los primeros minutos, Tory dominó completamente la dinámica. Sus movimientos eran precisos y rápidos, mientras que Eli apenas lograba esquivar algunos golpes. Sin embargo, él no estaba preocupado. Sabía que había más de una forma de ganar una pelea, y no todas involucraban puños.

En un momento, Tory lanzó una patada giratoria que Eli apenas bloqueó. Aprovechando el impulso, Eli tomó sus muñecas con suavidad, deteniendo su siguiente movimiento.

—¿Sabés qué? Sos buena. Muy buena, en realidad. —Eli sonrió mientras la sostenía, asegurándose de que su tono sonara genuino—. Pero creo que ya lo sabías.

Tory intentó liberar sus manos, pero Eli no cedió del todo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, tratando de sonar molesta, aunque había algo diferente en su tono.

—Solo trato de entender cómo alguien puede ser tan increíblemente fuerte y, al mismo tiempo, tan... ¿cómo decirlo? Linda.

Tory parpadeó, sorprendida por el comentario. Su rostro mostró una leve sombra de sonrojo que intentó disimular con una risa sarcástica.

—¿Es así como intentás ganar? ¿Con halagos baratos?

—¿Baratos? —Eli fingió estar ofendido, acercándose un poco más mientras aún sostenía sus manos—. Esto es pura verdad, Nichols. Si tuviera una cámara ahora mismo, podrías ver lo bien que te ves en acción.

Tory bajó la mirada un momento, pero rápidamente volvió a levantarla, su expresión endureciéndose de nuevo.

—Sos insoportable.

—Y vos sos hermosa cuando te enojás. —Eli le guiñó un ojo, manteniendo su sonrisa mientras hablaba con un tono más suave—. Pero hay algo que me intriga.

La rubia lo miró, esta vez con curiosidad genuina.

—¿Qué cosa?

—Sé que tenés esta imagen de chica dura y letal, pero... no sé. —Eli inclinó ligeramente la cabeza, estudiándola—. Me da la impresión de que hay algo más. Algo... dulce.

Tory dejó escapar una risa corta, incrédula.

—¿Dulce? Yo no soy dulce, Halcón.

—Claro que sí. Lo puedo ver. —Eli estrechó un poco más sus manos, sosteniéndolas con más calidez—. Está en la forma en que te preocupás por tus amigos. En cómo te esforzás por ser la mejor. Incluso en cómo me estás mirando ahora mismo.

Tory frunció el ceño ligeramente, pero la expresión dura en su rostro se suavizó.

—¿Cómo te estoy mirando?

Eli sonrió, inclinándose un poco hacia ella, bajando el tono de su voz.

—Como si estuvieras decidiendo si golpearme o besarme.

Tory abrió los ojos ligeramente, sorprendida por su audacia. Sin embargo, no pudo evitar que una pequeña sonrisa nerviosa escapara de sus labios.

—Sos un idiota, ¿sabías?

—Un idiota con buen ojo para las personas. —Eli dejó escapar una pequeña risa, soltando lentamente sus manos pero sin alejarse demasiado—. Y creo que estoy empezando a conocerte mejor, Nichols.

Tory lo observó en silencio por un momento, como si estuviera tratando de decidir cómo responder. Finalmente, negó con la cabeza, aunque su sonrisa no desapareció.

—Tenés suerte de que no te haya partido la cara todavía.

—¿Eso es un "gracias"? —preguntó Eli con una sonrisa descarada.

—No te emociones. —Tory se giró hacia el saco de boxeo, retomando su postura de guardia—. Pero admito que... tal vez no sos tan insoportable como pensaba.

Eli se llevó una mano al pecho, fingiendo estar profundamente conmovido.

—Ese es el mejor cumplido que he recibido en toda mi vida.

Tory rodó los ojos, pero esta vez no pudo ocultar la pequeña sonrisa que se formó en sus labios mientras volvía a entrenar. Eli, satisfecho con su progreso, se quedó a un lado, observándola con una mezcla de admiración y alegría. Sabía que había logrado mucho más que unas cuantas palabras: había encontrado una grieta en la fachada de Tory Nichols, y estaba dispuesto a seguir explorándola.

Eli le dedicó una última sonrisa a Tory antes de girarse para irse.

—Nos vemos, Nichols. —Le lanzó un guiño despreocupado—. No te canses mucho, ¿sí? Sería una pena que perdieras energía antes de nuestra próxima "charla".

Tory negó con la cabeza, una sonrisa jugando en sus labios mientras lo observaba alejarse. Se cruzó de brazos, intentando mantener su fachada indiferente, pero el brillo en sus ojos delataba lo contrario.

—Idiota... —murmuró para sí misma, aunque no podía evitar que una pequeña risa escapara de sus labios.

Mientras tanto, Eli salió del lugar con pasos confiados, claramente satisfecho con su pequeño triunfo. Demetri lo esperaba fuera, con un botiquín en las manos y una expresión de absoluta incredulidad.

—¿Cómo estás caminando tan tranquilo? —preguntó Demetri, sosteniendo el botiquín como si fuera un trofeo—. ¿Me vas a decir que esa chica no te dejó hecho polvo?

Eli arqueó una ceja, divertido.

—¿Por qué todos asumen que me iba a lastimar?

Demetri soltó un bufido, señalando el botiquín.

—Porque es Tory Nichols, campeón. Ella podría derribar a un oso con una mano atada a la espalda. Pensé que ibas a salir con el ojo morado y, no sé, tal vez con alguna costilla rota.

Eli soltó una carcajada, tomando el botiquín de las manos de Demetri y levantándolo como si fuera un trofeo.

—Nah, no fue necesario. Con un poco de encanto y una sonrisa, todo salió perfectamente.

Demetri lo miró fijamente, con una mezcla de exasperación y asombro.

—¿Cómo lo hacés? En serio. Zara, Tory... Hasta Samantha LaRusso te soporta. ¿Es algún tipo de magia negra?

Eli fingió reflexionar, golpeando suavemente el botiquín contra su hombro.

—Es talento, amigo. Puro talento. —Se inclinó hacia su amigo con una sonrisa confiada—. Y, por supuesto, esta cara.

Demetri negó con la cabeza, suspirando.

—Dale, admitílo. Te hizo sudar, ¿no?

Eli fingió estar ofendido, llevando una mano al pecho.

—¿Sudando? Por favor, ni una gota. Fue... ¿cómo lo puedo explicar? —Hizo una pausa dramática antes de sonreír ampliamente—. Fácil.

Demetri soltó una carcajada sarcástica, dejando caer el botiquín al piso con un golpe sordo.

—Si escucho "fácil" una vez más, voy a empezar a pensar que vivís en otro planeta. Esa chica podría haberte usado como saco de boxeo si quisiera.

—Sí, pero no quiso. —Eli se encogió de hombros, como si fuera lo más obvio del mundo—. Porque, ¿sabés qué? Hay algo más en Tory que solo fuerza bruta.

Demetri lo miró con incredulidad, ajustándose las gafas.

—¿Vos me estás diciendo que viste a través de su armadura de acero?

—Exacto. —Eli asintió, sonriente—. Y, lo mejor de todo, creo que ella lo sabe.

Demetri suspiró de nuevo mientras ambos comenzaban a caminar hacia la salida de la secundaria.

—Bueno, al menos aprendí algo hoy.

Eli lo miró con curiosidad.

—¿Ah, sí? ¿Qué cosa?

—Que no importa lo loco que parezca, siempre lográs salir ileso de las situaciones más improbables.

Eli se rió con ganas, palmeando a Demetri en la espalda.

—Es que soy un puto genio.

Mientras salían, Demetri lanzó una última mirada al gimnasio, como si aún no pudiera creer lo que acababa de suceder.

—No lo voy a admitir en voz alta, pero tal vez, solo tal vez, algo de lo que hacés tiene sentido.

—¿Algo? —Eli fingió estar herido—. Vamos, sabés que soy un modelo a seguir.

—Sí, claro. Modelo de caos, tal vez.

Ambos rieron mientras se alejaban por el pasillo, dejando atrás el gimnasio y la sonrisa embobada de Tory, quien todavía no podía quitarse de la cabeza el brillo confiado en los ojos de Eli.

Al día siguiente

Eli caminaba por los pasillos con las manos en los bolsillos, su mente vagando entre lo que había sucedido el día anterior y lo que aún tenía que resolver. Aunque el momento con Tory había sido un triunfo personal, sabía que cada vez se acercaba más al verdadero desafío: conseguir que este loco plan funcionara.

Pero entonces algo lo sacó de sus pensamientos.

Una melodía suave, casi etérea, flotó en el aire, como si el sonido mismo lo llamara. No era una canción cualquiera; era una mezcla perfecta de acordes de guitarra y una voz femenina que encajaba con una delicadeza increíble. Eli se detuvo, sintiendo cómo el ritmo lo atrapaba sin previo aviso.

Giró la cabeza en dirección al salón de música y, casi por instinto, caminó hacia allí. Al llegar a la puerta entreabierta, lo vio. O mejor dicho, la vio.

Moon estaba sentada en un taburete con una guitarra en las manos, su cabello castaño cayendo como un telón a cada lado de su rostro mientras cantaba con los ojos cerrados. No estaba tocando para impresionar a nadie; eso era evidente. Lo hacía porque lo disfrutaba, porque la música parecía fluir de ella de manera natural.

Eli cruzó los brazos y se quedó allí un momento, observándola. Algo en ella siempre lo había desconcertado. No era solo que fuera bonita —y lo era, mucho—, sino que había algo en esos ojos marrones y en la calma que transmitía que lo hacía sentir fuera de lugar. Como si, frente a ella, todas sus fachadas se derritieran y quedara solo Eli, sin Halcón, sin actitudes.

Moon abrió los ojos al final de la canción y lo vio ahí, apoyado contra la puerta.

—¡Eli! —exclamó con una sonrisa, dejando la guitarra a un lado—. ¿Hace cuánto estás ahí?

—Un rato. —Eli se encogió de hombros, intentando sonar casual mientras entraba al salón—. No quería interrumpir.

Moon lo miró con curiosidad, inclinando ligeramente la cabeza.

—¿Interrumpir? Vos nunca interrumpís.

—Bueno, me pareció que estabas... no sé, en tu onda.

Moon soltó una risita suave, una que hizo que Eli sintiera un cosquilleo incómodo en el estómago.

—Mi "onda", ¿eh? Qué manera más rara de decirlo.

Eli metió las manos en los bolsillos, desviando la mirada.

—Lo que sea. La cosa es que tocás bien.

—Gracias. —Moon apoyó los codos en sus rodillas y lo miró directamente, una sonrisa traviesa en su rostro—. ¿Por qué te ponés tan nervioso conmigo?

El comentario lo descolocó.

—¿Qué? ¡No estoy nervioso!

—Sí, claro. —Moon alzó una ceja, divertida—. ¿Entonces por qué evitás mirarme a los ojos?

Eli parpadeó, sintiendo el calor subirle al rostro.

—Porque... porque... ¡Es incómodo! Nadie me mira así de fijo, ¿si?

Moon rió, un sonido cálido y contagioso que llenó el salón.

—Está bien, no te preocupes. No lo hago a propósito... bueno, tal vez un poquito.

—Sos cruel. —Eli señaló con un dedo, aunque no podía evitar sonreír.

—No, no soy cruel. —Moon sacudió la cabeza, aún sonriendo—. Solo me parece lindo que alguien como vos, tan seguro de sí mismo, se ponga nervioso. Es como ver a un gato grande y feroz asustarse por un ratón.

Eli negó con la cabeza, soltando una risa incrédula.

—Compararme con un gato... gracias, creo.

—De nada. —Moon tomó la guitarra de nuevo y le hizo un gesto para que se acercara—. Vení, sentate.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Quiero tocar algo para vos.

—¿Para mí?

—Sí, ¿por qué no? —Moon lo miró con esa tranquilidad que parecía desarmarlo siempre—. Sos de las pocas personas que me escuchan sin criticar o sin esperar algo a cambio.

Eli se quedó en silencio un momento antes de sentarse en un taburete frente a ella.

—Bueno, supongo que puedo quedarme un rato.

Moon sonrió y comenzó a tocar otra canción, su mirada tranquila fija en las cuerdas. Eli no entendía cómo alguien podía ser tan... pacífica. Era como si el mundo no pudiera afectarla, y eso lo intrigaba.

Cuando terminó la canción, Moon levantó la vista y le sonrió otra vez.

—¿Qué te pareció?

Eli se encogió de hombros, aunque su expresión era sincera.

—Sos increíble, Moon.

Ella inclinó la cabeza, como si no esperara el cumplido.

—Gracias, Eli. Eso significa mucho.

Él se rascó la nuca, sintiéndose otra vez incómodo bajo su mirada.

—Bueno, ya basta de ser un tipo amable. Volvamos a ser rivales mortales o algo así.

Moon rió y negó con la cabeza.

—Nunca seríamos rivales. Sos demasiado blando conmigo.

Eli hizo una mueca dramática.

—¡Blando! Ahora sí me insultaste.

Ambos rieron, y por un momento, Eli olvidó por completo todo lo demás. Estar con Moon era eso: paz. Una paz que, de alguna manera, lo hacía querer volver a buscarla.

Ese día lo supe.
Cuando la vi en el salón de música, con esa guitarra en sus manos y esa voz que parecía hecha para romper mi maldita cordura. Lo supe. Moon no era normal. No era una chica cualquiera.

Y créanme, yo no quería que fuera diferente. De hecho, lo último que quería era que alguien como ella entrara en mi cabeza. Pero ahí estaba, con esos ojos marrones que parecían perforar cada maldita pared que construí a lo largo de los años.

Moon tenía algo, algo que me desarmaba.

¿Y saben qué es lo peor? Ni siquiera puedo explicarlo bien. Porque cuando intento ponerle palabras, suena absurdo. No era su belleza, aunque sí, era bonita. Pero no de esa forma que te deja sin aliento como Tory. Tampoco tenía esa actitud de "mírenme, soy la reina" que hacía que todo el mundo girara la cabeza como Yasmine. Y ni hablar de Sam, con su mezcla de fuerza y dulzura que me ponía los pelos de punta.

No, Moon no era nada de eso. Era... Moon.

Y por esa misma razón, esa maldita y jodida razón, es que me tiene así.

Cuando la vi tocando la guitarra, no sé qué pasó. Algo en mí se rompió. Pero no de la forma dramática en la que alguien llora o grita, no. Fue silencioso, como si cada parte de mí se desmoronara de a poco mientras esa melodía llenaba el aire.

¿Qué tenía su voz que hacía que todo lo demás desapareciera? ¿Cómo podía una persona ser tan tranquila y tan jodidamente devastadora al mismo tiempo?

Después de lo que pasó en el salón de música, intenté seguir con mi vida. Lo juro. Salí de ahí como si nada hubiera pasado, como si no me hubiera dejado sin palabras con su sonrisa y su maldita forma de mirarme como si realmente me viera.

Pero no puedo sacármela de la cabeza.

Al día siguiente, mientras caminaba por los pasillos, la vi. Estaba con su grupo, riendo por algo que Yasmine dijo, esa risa suave que hacía eco en mi mente como si me persiguiera. Intenté no mirarla, pero mis ojos la buscaron de todos modos.

Y ahí estaba, con su cabello castaño cayendo como siempre, esos ojos marrones brillando bajo la luz de los fluorescentes. No tenía nada especial, me repetí. Absolutamente nada.

Pero entonces, ¿por qué diablos me sentía así?

Mi respiración se aceleró, y sentí las manos sudando como un maldito principiante. ¡Yo, nervioso! No podía ser. No soy el tipo de chico que se pone nervioso por alguien. ¡Soy Eli, el Halcón! Soy quien siempre tiene el control.

Pero no con ella.

Con Moon, todo mi control se desmorona.

—¿Qué carajo estás haciendo? —murmuré para mí mismo, apretando los puños mientras desviaba la mirada y seguía caminando como si nada.

No sé por qué me importa tanto. No debería. Ella no es nada más que una chica con una guitarra, una sonrisa dulce y una forma irritante de calmarme cuando estoy cerca de ella.

Pero ahí está el problema: con Moon, todo es contradictorio.

Ella me altera, pero al mismo tiempo me calma. Me hace sentir nervioso, pero también me da una sensación de paz que odio porque me hace vulnerable. Y odio ser vulnerable.

Por eso intenté ignorarla. Seguí caminando, fingiendo que no la vi, que no me importaba en lo más mínimo. Pero mientras lo hacía, no podía dejar de pensar en ella.

En su risa, en su forma de tocar la guitarra, en cómo siempre parece tan... bien.

Y lo peor es que sé que, si me acerco a ella otra vez, voy a terminar cayendo aún más profundo en este agujero que no puedo explicar.

Moon, con su absurda tranquilidad, está destruyendo todo lo que soy.

Y, maldita sea, no sé si quiero que se detenga.

—Buenos días.

Tu saludo suena tan tranquilo, tan jodidamente amable, como si no fueras consciente de lo que haces. Esa voz tuya, suave y ligera, se mete en mi cabeza como un eco molesto, resonando más de lo que debería. Es irritante. Lo sé. Y aun así...

¿Por qué no puedo ignorarlo?

Debería odiarte. Quiero odiarte. Necesito odiarte. Pero esa expresión indefensa que llevás siempre en el rostro no hace las cosas más fáciles. ¿Es que no podés tener algo de arrogancia, algo que me dé una excusa para detestarte? ¡Dámelo! Algo, cualquier cosa, porque ahora mismo todo en vos me resulta...

Confuso.

¿Tan difícil es odiarte? ¿Tan jodidamente complicado tiene que ser?

Parte de mí, esa parte recelosa y orgullosa, grita que no hay nada que perdonar. Que no tengo que aceptarte. Porque aceptarte significaría admitir que estás logrando algo conmigo. Que esa forma en la que me saludás, tan casual y despreocupada, me afecta de una manera que no quiero admitir.

Y eso sería darle todo el poder a alguien como vos.

No puedo permitirlo. No quiero permitirlo. Porque admitirlo sería como rendirme, y no soy de los que se rinden. No soy de los que dejan que una chica venga y me haga cuestionar todo lo que soy, todo lo que he construido. Yo no soy alguien que forma lazos. No estoy diseñado para eso.

Y ahora llegás vos, con tu sonrisa amable y tu voz dulce, como si tu presencia no fuera lo bastante intrusiva, como si tu simple existencia no estuviera rompiendo las barreras que construí a sangre y sudor.

¿Creés que no me doy cuenta de lo que hacés? ¿De cómo todo tu ser parece retar mi lógica?

No puedo entregarte ese poder.

No quiero que lo tengas, porque al final del día sé que el que va a perder soy yo. Y perder no es una opción.

Así que finjo que tu saludo no me importa.

No alzo la vista, no dejo que mi expresión cambie ni un milímetro.

—Buenos días —murmuro, lo suficientemente bajo como para que no notes la tensión en mi voz.

Y aunque quiero seguir adelante, fingir que no existís, mi mente se queda atrapada en vos. En tu voz. En ese maldito saludo que debería ser insignificante, pero que ahora me pesa más de lo que estoy dispuesto a admitir.

Con el tiempo, fui cayendo. Sí, yo, Eli "Halcón" Moskowitz, el tipo que nunca se dejaba tocar por nada, el que siempre tenía un comentario sarcástico listo para soltar. Yo, que llevaba mi mohawk como una bandera de guerra, que convertí mis inseguridades en armas y me aseguré de que nadie jamás pudiera atravesar mi coraza. Fui cayendo, paso a paso, hasta que ya no había marcha atrás. Y todo por culpa de ella: Moon.

No lo vi venir. Ni siquiera quiero decir que fue su culpa, porque, siendo honesto, ella nunca lo hizo intencionalmente. Al principio era solo otra chica, otra más en el mar interminable de estudiantes de West Valley. Pero poco a poco, fue diferente. Era en esos saludos, esos pequeños gestos de cortesía que no parecían tener una intención oculta, como si realmente le importara si tenía un buen día o no. ¿A quién le importa eso? Nadie se preocupa de verdad por esas cosas, o al menos eso creía yo. Pero Moon sí.

Todo empezó con esas sonrisas suaves que me desarmaban antes de que pudiera levantar una barrera. Yo trataba de ignorarla, de mantenerme en mi papel, pero había algo en ella que lo hacía imposible. Era como si supiera exactamente dónde estaban mis grietas, esas que nadie más podía ver, y con su simple presencia, las expandía. Luego vinieron las conversaciones, esos momentos que comenzaban con mis intentos de intimidarla, de imponer mi actitud de chico malo. Pero Moon no era como los demás. No se dejaba llevar por mi fachada, no se dejaba intimidar. Al contrario, se reía.

Se reía de mí, pero no de una manera cruel. Era como si me dijera que no necesitaba ponerme esa máscara frente a ella. Y eso, honestamente, me enfurecía. ¿Cómo se atrevía a tratarme como si fuera algo más que lo que yo mismo había construido?

Me trataba con una dulzura que, al principio, me resultaba insoportable. Era como si supiera exactamente cómo bajarme de mi pedestal sin destruirme en el proceso. Y con el tiempo, me di cuenta de que no quería que parara.

El cambio no fue inmediato. Fue sutil, como una gota de agua cayendo sobre una piedra hasta desgastarla.

Una tarde, mientras jugábamos con una lata de spray temporal para el cabello, me di cuenta de cuánto me había ablandado con ella.

—¿Estás seguro de que no querés que me pinte el cabello azul? —preguntó con esa sonrisa traviesa que tanto odiaba... y adoraba al mismo tiempo.

—No te hagas la graciosa. El azul es mi marca registrada. Vos quedate con tu vibe de princesa de Disney.

Ella estalló en carcajadas, esa risa melodiosa que hacía que mi pecho se apretara de una forma extraña, pero agradable.

—Está bien, señor crestita territorial. Pero solo porque sos vos.

Ese "sos vos" me dejó sin palabras. ¿Desde cuándo me importaba tanto lo que ella pensaba? ¿Desde cuándo escucharla decir esas cosas me hacía sentir como si realmente valiera algo?

Y entonces llegó el día que lo cambió todo.

Estábamos en el parque, su lugar favorito, según me dijo, porque le recordaba a su infancia. Yo no entendía qué tenía de especial; era solo pasto y árboles, nada espectacular. Pero verla sentada ahí, con las piernas cruzadas y el sol iluminando su cabello castaño, me hizo entenderlo. Ella era el espectáculo.

—¿En qué pensás? —preguntó, mirándome con esos ojos marrones que parecían leer cada rincón de mi alma.

—En vos.

No lo planeé. No fue una de mis típicas líneas ensayadas. Simplemente salió, honesto y crudo, y por un momento pensé que me había pasado de la raya.

Pero Moon solo sonrió, esa sonrisa dulce que parecía decirme que todo estaba bien, que todo estaba donde debía estar.

—Yo también pienso en vos, Eli. Todo el tiempo.

Y ahí estaba. La última pieza que necesitaba para caer por completo.

Me acerqué, despacio, como si el mundo entero pudiera colapsar si me apresuraba. Sus ojos se cerraron justo antes de que nuestros labios se encontraran, y en ese momento, todo lo demás dejó de importar. Fue un beso lento, lleno de todo lo que no podía decirle con palabras, todo lo que nunca había sabido cómo expresar.

Cuando nos separamos, ella apoyó su frente contra la mía, sus manos todavía sujetando las mías.

—¿Quién diría que el malo del cuento terminaría con la chica buena? —murmuró, con una sonrisa divertida.

—¿El malo? ¿Yo? Nah, soy el héroe en esta historia —respondí, y ella soltó una risa que me hizo querer besarla de nuevo.

A lo lejos, escuché las risas de Tory, Miguel y Demetri. Estaban en una banca cercana, claramente disfrutando de la escena.

—¡Halcón está enamorado! —gritó Miguel, fingiendo asombro.

—¡El apocalipsis ha llegado! —agregó Demetri, entre risas.

Tory simplemente cruzó los brazos y negó con la cabeza, pero no pudo ocultar una pequeña sonrisa.

Normalmente, sus comentarios me habrían molestado. Habría soltado alguna broma sarcástica para defenderme. Pero no esta vez.

Porque ahí, con Moon, me sentí en casa.

La miré de nuevo, y ella me devolvió la mirada con esa sonrisa que me hacía sentir como si todo en el mundo estuviera bien. Por primera vez en mucho tiempo, no me importaba lo que pensaran los demás.

Ella era mi chica, y yo era feliz. Y eso era todo lo que importaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top