🧸 [Perdoname] Robby x Tory
Robby
x
Tory
Advertencias:Menciones al abuso sexual
Robby
Todo comenzó en Barcelona, y desde entonces, nada volvió a ser lo mismo.
La noche después de las rondas eliminatorias del torneo Sekai Taikai estaba cargada de emociones. Ganamos, y todos estaban eufóricos, celebrando como si el mundo se terminara al día siguiente. Pero yo... yo no podía disfrutarlo. El peso de todo lo que estaba pasando entre Tory y yo me tenía al borde del colapso. Nos habíamos peleado días antes, una discusión sin sentido sobre algo que ni siquiera recuerdo ahora. Solo sé que su distancia, su frialdad, me estaban matando.
En lugar de enfrentar las cosas, hice lo que nunca debería haber hecho: traté de ahogar mis pensamientos en alcohol.
No suelo beber mucho, pero esa noche fue diferente. Cada trago que pasaba por mi garganta era un intento desesperado de silenciar la voz en mi cabeza que me recordaba lo mal que estaban las cosas entre Tory y yo. El ruido de la música, las risas de los demás, todo se mezclaba en un zumbido lejano mientras me hundía más en mi propia miseria.
Y luego, Zara apareció.
Era la chica de Iron Dragons, alguien a quien apenas conocía. Tenía esa forma de hablar que parecía envolverte, una sonrisa que siempre estaba al borde de la burla. No recuerdo exactamente cómo terminamos en su habitación en el hotel, alejados del resto. Mi mente estaba nublada, y las palabras que ella decía apenas tenían sentido. Lo siguiente que supe fue que sus manos estaban en mi rostro, sus labios en los míos.
Quise detenerla. Juro que quise, pero mi cuerpo no reaccionaba como debía. Todo estaba borroso. Mi cabeza daba vueltas. Cada vez que intentaba apartarme, ella se acercaba más. Después, las cosas fueron aún peor. No quiero revivirlo, pero lo que sucedió esa noche no fue consensuado. No lo quería. No lo busqué. Y sin embargo, no pude detenerlo.
La mañana siguiente fue un infierno.
Desperté con un dolor de cabeza punzante, el cuerpo pesado y una sensación de asco que no podía sacarme de encima. Zara actuaba como si nada, sonriendo descaradamente cuando me vio en el lobby. Pero lo peor no fue eso. Lo peor fue ver a Tory parada al otro lado del salón, mirándome. Sus ojos estaban llenos de algo que me destrozó: decepción. Dolor. Una tristeza tan profunda que supe de inmediato que había visto algo. Tal vez Zara se lo había contado. Tal vez alguien más lo había hecho. No importaba cómo; el daño estaba hecho.
Intenté acercarme, pero Tory no me dio oportunidad. Cuando intenté llamarla por su nombre, giró y se fue, su cabello rubio moviéndose como un látigo detrás de ella. Quise correr tras ella, explicarle, decirle la verdad... pero, ¿qué podía decirle? ¿Cómo explicas algo así sin sonar débil, sin parecer un idiota que no puede controlar lo que pasa a su alrededor?
Volvimos a Los Ángeles poco después, pero el peso de esa noche seguía persiguiéndome.
En la secundaria, Tory ni siquiera me miraba. Pasaba junto a mí como si yo no existiera. Cada vez que lo hacía, sentía que una parte de mí se rompía un poco más. Traté de hablar con ella, pero cada intento terminaba con una puerta cerrada, una mirada de hielo, o, peor aún, un silencio total.
Una vez, la encontré sola en los casilleros y traté de acercarme.
—Tory, por favor, necesito hablar contigo. —Mi voz salió más suplicante de lo que me habría gustado, pero no me importaba.
Ella ni siquiera levantó la mirada.
—No hay nada que hablar, Robby. —Su tono era frío, cortante, como una daga clavándose en mi pecho.
—No es lo que pensás... —comencé, pero ella me interrumpió.
—¿Ah, no? —Finalmente me miró, sus ojos ardiendo de rabia. —¿Entonces qué es, Robby? ¿Qué clase de excusa tenés para besar a Zara y luego...? —Su voz se quebró, y eso me dolió más que cualquier grito.
—No fue un beso. No fue así... —Intenté explicarme, pero las palabras se atoraron en mi garganta. ¿Cómo le decía lo que realmente pasó? ¿Que Zara se aprovechó de mí? ¿Que me sentía sucio, usado, impotente?
Ella negó con la cabeza, y la tristeza en su rostro fue como un golpe directo al pecho.
—No quiero escucharte. No ahora. Tal vez nunca.
Se fue, y yo me quedé ahí, sintiéndome más pequeño y patético de lo que jamás me había sentido.
Las semanas siguientes fueron peor. No podía concentrarme en nada. En los entrenamientos, mis movimientos eran torpes, llenos de frustración. En clase, mi mente estaba en cualquier lugar menos ahí. En casa, apenas podía dormir. Cuando cerraba los ojos, veía el rostro de Zara, sentía su proximidad, y me invadía una mezcla de asco y rabia que me dejaba temblando. Quería gritar, romper algo, hacer que el dolor desapareciera, pero nada funcionaba.
Una noche, encerrado en mi cuarto, finalmente me derrumbé. Me miré en el espejo, y lo que vi no era el Robby que solía ser. Vi a alguien roto, derrotado.
—¿Qué carajo te pasa? —murmuré, golpeando el borde del lavabo con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos. Las lágrimas comenzaron a caer antes de que pudiera detenerlas.
Sabía que tenía que hacer algo. Sabía que tenía que contarle a Tory la verdad, aunque me aterrorizaba que no me creyera. Necesitaba que supiera que no la había traicionado, que nunca quise lastimarla.
Finalmente, un día, después de la clase de educación física, reuní el valor para acercarme a ella. Estaba sentada sola, ajustándose los vendajes de las manos. Mi corazón latía con fuerza mientras daba un paso hacia ella.
—Tory, por favor, escuchame. —Mi voz era baja, temblorosa.
Ella levantó la mirada, y por un momento pensé que me ignoraría otra vez. Pero, para mi sorpresa, suspiró y asintió.
—Tenés dos minutos.
Tomé aire, sintiendo cómo el pecho se me apretaba.
—Esa noche en Barcelona... no fue lo que pensás. —Tragué saliva, luchando contra las lágrimas. —Estaba borracho, muy borracho, y Zara... ella...
Las palabras se atoraron en mi garganta, pero las forcé a salir.
—Zara se aprovechó de mí, Tory. No quise nada de eso. No lo busqué. No lo permití.
Su expresión cambió, la rabia dio paso a algo más... algo que no podía identificar.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó, su voz más suave, casi rota.
—Porque tenía miedo de que no me creyeras. O de que pensaras que soy débil. —Las lágrimas finalmente cayeron, y ya no me importó ocultarlas. —Me siento sucio, Tory. Me siento usado. Y lo único que he querido desde entonces es que me escuches. Que sepas la verdad.
Ella se quedó en silencio por un momento eterno, y cuando finalmente habló, su voz era un susurro.
—Robby... no sabía que... —Hizo una pausa, como si buscara las palabras correctas. —Lo siento. Siento haberte juzgado sin saber.
Todos se habían ido. El gimnasio estaba en silencio, con una atmósfera cargada de palabras no dichas y emociones contenidas. Tory y yo estábamos ahí, solos, pero la distancia entre nosotros se sentía abismal, como si los meses de separación hubieran levantado un muro invisible. Sin embargo, había algo en su mirada, algo que me hizo pensar que tal vez todavía quedaba una oportunidad.
Ella dio un paso adelante, lenta pero decidida. Sus ojos estaban fijos en los míos, y por primera vez en mucho tiempo, no había rastro de arrogancia o de esa máscara dura que siempre llevaba. Solo vulnerabilidad.
—Robby... —dijo en un susurro, su voz temblorosa pero llena de intención.
Yo no respondí. No sabía cómo hacerlo. La rabia, el dolor y la soledad que había acumulado durante meses estaban atorados en mi garganta, luchando por salir, pero no sabía cómo expresar nada de eso. Antes de que pudiera reaccionar, Tory tomó mis manos entre las suyas. Fue un gesto inesperado, pero lleno de una calidez que casi había olvidado que existía.
—No tenías que haberte quedado solo. No tenía que haberte dejado solo... —murmuró, y sus palabras hicieron que el nudo en mi pecho se desatara de golpe.
Mis ojos comenzaron a arder, y no pude contener las lágrimas. Sentí que cada barrera que había construido para protegerme se derrumbaba en un instante. Tory, con una delicadeza que casi me desarmó por completo, levantó una mano para limpiarlas. Su tacto fue tan suave, tan cuidadoso, que casi dolía.
—No llores... por favor, no llores... —murmuró, y su voz sonó tan rota que me hizo temblar.
No pude más. Me rendí al dolor que había tratado de ignorar durante tanto tiempo y me hundí en sus brazos. Era la primera vez en meses que me permitía ser débil frente a alguien, y, sorprendentemente, no me sentí avergonzado por ello. Sus brazos me rodearon con fuerza, y sus manos comenzaron a acariciar mi espalda con movimientos lentos, reconfortantes, como si intentara juntar todas las piezas rotas de mi alma.
—Tory... yo... —intenté hablar, pero mi voz se quebró.
Ella no dijo nada al principio. Solo me sostuvo, dejando que el silencio hablara por nosotros. Finalmente, con su mentón apoyado en mi hombro, susurró:
—No sabés cuánto lo siento. De verdad. Fui una estúpida... Me alejé justo cuando más me necesitabas.
Me aparté ligeramente, lo suficiente para poder mirarla a los ojos. Había lágrimas en ellos, pero Tory no dejaba que cayeran. Parecía decidida a ser fuerte por los dos.
—No tenías forma de saberlo. Ni siquiera yo sabía lo que estaba pasando... Estaba atrapado. Todo se sentía tan oscuro... no sabía cómo salir de ahí.
Ella negó con la cabeza, con una firmeza que casi me sorprendió.
—Eso no importa. Tendría que haberlo sabido. Tendría que haber estado ahí para vos. Te conozco, Robby. Y aun así... me dejé llevar por mi propio enojo, por mi orgullo. Nunca te pregunté cómo estabas. Nunca intenté entenderte.
Sus palabras eran tan sinceras que dolían. Pero no quería que cargara con una culpa que no le correspondía.
—No fue tu culpa... Yo tampoco supe cómo pedir ayuda. Me cerré. Me alejé de todos.
—Pero yo lo permití. Yo también me alejé... —respondió, su voz quebrándose por primera vez. Sus hombros temblaron ligeramente, y vi cómo una lágrima finalmente escapaba de sus ojos.
No sabía qué más decir. Había tanta verdad en sus palabras, pero también había tanto dolor en ellas. Así que no dije nada más. Simplemente volví a abrazarla, dejando que el peso de todo lo que habíamos pasado se derrumbara entre nosotros.
Con el tiempo, las cosas comenzaron a mejorar. Poco a poco, Tory empezó a tomar decisiones que demostraban cuánto había cambiado. La más importante fue cuando decidió alejarse de Cobra Kai.
—No puedo seguir ahí. No soy esa persona. No quiero ser esa persona... Estar en Cobra Kai me recuerda lo peor de mí misma. Quiero ser mejor. Por mí. Por vos. Por todo lo que quiero construir.
Sus palabras me conmovieron más de lo que quise admitir. Sabía lo difícil que era para ella dejar atrás algo que había sido una parte tan importante de su vida, pero también sabía que era lo mejor para ella.
Cuando Tory me dijo que quería regresar a Miyagi-Do, la apoyé sin dudarlo. Sabía que no sería fácil para ella, pero confiaba en su determinación. Y Tory, siendo como es, enfrentó el desafío con la cabeza en alto. Su primer paso fue disculparse con Daniel y con mi padre.
Una tarde, nos reunimos en el dojo. Daniel estaba sentado en un banco, con los brazos cruzados y una expresión neutral, pero sus ojos reflejaban su curiosidad. Johnny, por otro lado, estaba de pie, con las manos en los bolsillos y una ceja levantada.
—¿Qué haces? —preguntó Johnny, siempre directo.
Tory dio un paso adelante. Su postura era firme, pero no desafiante. Había humildad en su actitud, algo que pocas veces había mostrado.
—Vine a disculparme —dijo con voz clara, aunque había un leve temblor en ella.
Ambos hombres intercambiaron una mirada, claramente sorprendidos.
—¿Disculparte? —repitió Daniel, arqueando una ceja.
—Sé que hice muchas cosas mal... Dije cosas que no debía, lastimé a personas que no lo merecían. Pero estoy aquí porque quiero cambiar. Quiero ser mejor. Y sé que eso empieza por asumir mis errores.
El dojo quedó en silencio por un momento. Daniel la observó detenidamente, como si evaluara la sinceridad en sus palabras. Finalmente, asintió.
—Eso es un buen comienzo, Tory. No es fácil admitir los errores, pero es un primer paso.
Johnny, por su parte, frunció el ceño, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. Finalmente, sonrió con ironía.
—Bueno, si Larusso te perdona, supongo que yo también puedo hacerlo. Pero que no se te suba a la cabeza.
Las disculpas a Sam fueron las más complicadas. Ambas tenían un historial complicado, y sabía que Tory estaba nerviosa por enfrentarse a ella. Pero lo hizo.
—Sam... sé que lo que te hice en el pasado fue horrible. No espero que me perdones de inmediato, pero quiero que sepas que estoy arrepentida. De verdad.
Sam la miró fijamente, en silencio, antes de responder.
—Tory... no sé si puedo olvidar todo, pero aprecio que estés aquí, diciéndome esto.
Con Miguel y Eli, las cosas fueron más sencillas. Miguel la abrazó, asegurándole que entendía su arrepentimiento.
Eli, fiel a su estilo, bromeó:
—¿Esto significa que ahora puedo burlarme de vos sin que me patees el trasero?
Tory rió, un sonido que no había escuchado en mucho tiempo.
—Tal vez. Pero no abuses, imbecil.
Lunes 12:32 p.m
Tory empezó a acompañarme a mis sesiones con la psicóloga. Al principio, no entendía por que quería hacerlo.
—No tenés que hacer esto, Tory... —le dije una tarde mientras íbamos juntos al consultorio.
Ella me miró de reojo, una pequeña sonrisa en sus labios.
—Quiero hacerlo, quiero acompañarte en todo.
Sus palabras me tocaron profundamente. Las sesiones no eran fáciles, pero tener a Tory ahí me daba fuerza. Y poco a poco, comencé a sentirme menos atrapado. Hablar con alguien me ayudó a procesar el trauma, a dejar de culparme por lo que pasó.
Y saber que no estaba solo hizo toda la diferencia.
Miércoles 13:21 p.m
El dojo estaba tranquilo ese día. Los rayos del sol se filtraban por los árboles, iluminando el tatami con un brillo cálido, casi reconfortante. El sonido rítmico de los golpes y los movimientos llenaba el lugar, creando una atmósfera de trabajo y enfoque. Desde la esquina donde estaba, podía escuchar las indicaciones de Miguel mientras sostenía un foco para que Tory practicara sus paradas. Su voz era clara, precisa, mientras Tory ejecutaba cada movimiento con una fuerza y confianza que no habrías esperado de alguien que había pasado por tanto.
Mientras los miraba de reojo, sentí una extraña mezcla de orgullo y envidia. Tory parecía tan segura de sí misma, como si cada golpe borrara un poco más de lo que había dejado atrás en Cobra Kai. Yo, en cambio, seguía sintiendo el peso de todo lo que me habían hecho.
Sacudí la cabeza y me forcé a concentrarme en lo que tenía delante. Sam estaba conmigo, practicando un kata conjunto. No era fácil trabajar con ella, pero al menos lo intentábamos. Habíamos pasado de apenas dirigirnos la palabra a mantener una especie de tregua incómoda. No era exactamente amistad, pero tampoco era hostilidad.
Sam completó el último movimiento con una sonrisa satisfecha y se giró hacia mí.
—No puedo creer que Tory esté aquí, entrenando con Miguel como si nada —dijo, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano—. Hace un año habría sido imposible.
Me encogí de hombros, ajustándome el gi para ganar tiempo antes de responder.
—Es raro, sí, pero también está bien —dije finalmente—. Creo que todos estamos tratando de... no sé, arreglar algo.
Sam asintió lentamente, como si estuviera procesando mis palabras.
—Supongo que sí. Aunque no puedo evitar preguntarme si realmente estamos arreglando algo o solo tratando de ignorar todo lo que pasó.
No supe qué decir a eso, porque, en el fondo, sentía que tenía razón. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe, y todos giramos la cabeza al mismo tiempo.
Daniel y Johnny entraron juntos, y sus expresiones serias inmediatamente pusieron al lugar en alerta.Mi padre, como siempre, tenía ese aire despreocupado, pero había algo en su postura que decía que esto era importante. Daniel, en cambio, cruzó los brazos con una determinación casi solemne.
Miguel y Tory dejaron lo que estaban haciendo y se acercaron. Yo hice lo mismo, aunque de manera lenta. Había algo en la forma en que Daniel nos miraba que me puso nervioso.
—Tenemos un anuncio importante que hacer —dijo Daniel, su voz calmada pero firme.
Johnny no tardó en intervenir, como si no pudiera soportar que Daniel tuviera toda la atención.
—Va a haber un torneo. Uno grande. Y esta vez, no solo estarán los dojos de siempre. Nos enfrentaremos a ridículos de Iron Dragons.
La última palabra cayó como un martillo, resonando en mi cabeza con una fuerza que me dejó paralizado. Iron Dragons. Sentí que el suelo se tambaleaba bajo mis pies, aunque sabía que era solo mi imaginación.
Mi respiración se aceleró. Las piernas comenzaron a temblarme bajo el gi, y una fría sensación de pánico se extendió por mi pecho. Zara.
El nombre se materializó en mi mente antes de que pudiera detenerlo. La simple idea de verla otra vez, de enfrentarme a todo lo que había pasado entre nosotros, era suficiente para hacerme sentir como si estuviera cayendo en un abismo. Mi visión se nubló, y por un momento, apenas pude escuchar las voces a mi alrededor.
Los recuerdos volvieron con fuerza, implacables. Zara ,besándome ,tocándome sin mi consentimiento.
—Robby.
La voz de Sam llegó hasta mí, pero sonaba lejana, como si estuviera hablando desde el otro lado de un túnel. Traté de responder, pero mi garganta estaba seca.
Entonces, algo cálido y firme tocó mi mano. Parpadeé y miré hacia abajo. Era Tory.
No sé cómo, pero ella había notado lo que los demás no. Sus dedos se entrelazaron con los míos, apretándolos con una fuerza que decía más que cualquier palabra. Cuando levanté la mirada, vi que me estaba sonriendo.
—Podés con esto, Robby. Estoy acá con vos —susurró, tan bajo que solo yo pude escucharla.
Su voz fue como una cuerda lanzada a un náufrago. Me aferré a ella, cerrando los ojos por un momento mientras trataba de recuperar el control. Inspiré profundamente, dejando que su presencia me anclara al presente.
—Gracias —murmuré, aunque mi voz apenas era un susurro.
Tory asintió, pero no dijo nada más. No necesitaba hacerlo. Su mano seguía en la mía, y su sonrisa, aunque pequeña, era suficiente para calmar un poco el caos en mi mente.
Sam se acercó, su rostro lleno de preocupación.
—¿Robby? ¿Estás bien?
No estaba seguro de cómo responder a eso, pero antes de que pudiera intentarlo, Tory habló por mí.
—Está bien. Solo necesita un minuto.
Hubo algo en su tono que cerró cualquier posibilidad de discusión. Sam asintió, aunque parecía todavía inquieta.
Tory me guió hacia un rincón del dojo, lejos de las miradas curiosas de los demás. No dijo nada mientras me sentaba, mis manos temblorosas apretadas contra mis piernas. Podía sentir la tensión en mi pecho, una opresión que no cedía, como si una mano invisible me estuviera estrujando desde dentro.
No quería mirarla. No quería mirar a nadie. Mi mente era un caos, un torbellino de imágenes y sonidos que no podía apagar. Pero entonces, Tory se sentó a mi lado, su presencia tan cercana que sentí una extraña mezcla de consuelo e incomodidad.
Antes de que pudiera detenerme, me giré hacia ella y la abracé. Fue instintivo, casi desesperado. Hundí mi rostro en su hombro, tratando de ocultar el temblor en mi cuerpo, esperando que el contacto físico pudiera calmar el vendaval que sentía dentro.
—Robby... —murmuró, sorprendida, pero no se apartó. Sus manos encontraron mi espalda, acariciándola lentamente, como si supiera que era justo lo que necesitaba.
No quería hablar. No podía. Si decía algo, las palabras se quebrarían antes de salir. Solo me aferré a ella, dejando que mi respiración se volviera un poco más pesada con cada segundo.
Pero la calma no duró.
Las imágenes volvieron con más fuerza: Zara. Sus ojos oscuros, llenos de algo que en su momento pensé que era cariño, pero que ahora entendía como manipulación. Sus palabras, tan dulces como crueles, resonando en mi mente. "Nadie te va a querer como yo, Robby. Nadie va a soportar todo lo que sos. Así que no lo arruines."
Mi respiración se aceleró. Los latidos de mi corazón golpeaban con tanta fuerza que dolía. Mis manos comenzaron a temblar de nuevo, esta vez más fuerte, mientras el aire parecía escapar de mis pulmones.
—Robby, mírame —dijo Tory, con una urgencia que me obligó a abrir los ojos. Estaba arrodillada frente a mí ahora, sus manos firmes en mis hombros, tratando de mantenerme anclado.
—No... no puedo —susurré, apenas reconociendo mi propia voz.
Ella negó con la cabeza.
—Sí podés. Mirame. Respirá conmigo, ¿sí? Inhalá... ahora exhalá. Vamos, seguí mi ritmo.
Trataba de imitarla, pero el aire seguía siendo insuficiente. Mi pecho dolía, como si algo estuviera desgarrándose.
En ese momento, sentí otra presencia. Antes de que pudiera registrar quién era, una mano firme se posó en mi hombro. Levanté la vista y vi a Miguel, su expresión llena de preocupación, pero también de esa extraña calma que siempre parecía tener.
—Amigo, estoy acá. Vamos a salir de esto juntos, ¿sí? —dijo, su voz baja pero segura.
Sabía que el moreno lo decía en serio. Siempre había sido alguien en quien podía confiar, aunque no siempre lo admitiera. Aun así, la verguenza de que me viera en este estado me golpeó con fuerza.
—No tenías que venir... Estoy bien —mentí, apartando la mirada.
Miguel intercambió una mirada rápida con Tory, pero no retrocedió.
—Eso no es verdad, y los dos lo sabemos. No tenés que estar bien ahora mismo, Robby. Solo necesitamos que estés acá con nosotros.
La combinación de sus palabras y su presencia hizo que algo dentro de mí se rompiera. Dejé escapar un sollozo que había estado conteniendo, mi cuerpo estremeciéndose con la fuerza de todo lo que había estado reprimiendo.
—Ella... Zara... —Las palabras se atoraron en mi garganta, pero no pude detenerme—. Me hizo sentir que no valía nada. Que yo era el problema. Y cuando traté de alejarme... ella me...
Me callé, incapaz de decirlo en voz alta. No quería que Tory ni Miguel supieran los detalles de aquella noche. No quería que pensaran menos de mí, aunque sabía que no lo harían.
Pero Miguel, quien ya conocía la historia, se arrodilló frente a mí y me miró directamente a los ojos.
—Robby, ella no tiene poder sobre vos. No más. Lo que te hizo estuvo mal, y nunca fue tu culpa. ¿Entendés?
Mire a Tory ,sus manos se apretaron alrededor de las mías, su mirada llena de algo que no esperaba: furia.
—Esa mujer te hizo daño, Robby. Nadie tiene derecho a hacer eso. Nunca más va a lastimarte.
Sentí que el nudo en mi pecho comenzaba a aflojarse, aunque solo un poco. Todavía dolía, todavía me sentía atrapado, pero sus palabras eran como una luz en medio de la oscuridad.
—No sé si puedo enfrentarlo... no sé si puedo enfrentarla a ella.
Miguel negó con la cabeza.
—Claro que podés. Pero no tenés que hacerlo solo. Vamos a estar ahí con vos, en cada paso.
Tory asintió, su mirada firme.
—Y si se te acerca, yo me encargo de ella —dijo, con una convicción que me arrancó una pequeña sonrisa.
Respiré profundamente, siguiendo el ritmo que Tory me había enseñado. El dolor en mi pecho comenzó a disiparse, y aunque todavía me sentía frágil, también me sentía un poco más fuerte con ellos a mi lado.
—Gracias... a los dos.
Tory sonrió, dándome un leve golpe en el brazo.
—De nada, precioso. Pero no me hagás llorar otra vez, ¿si? No quiero arruinar mi maquillaje.
Miguel dejó escapar una pequeña risa, y aunque todavía sentía el peso de mi trauma, por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía respirar.
Domingo 16:32 p.m
El ambiente en el gimnasio era electrizante. Las luces brillaban sobre las colchonetas perfectamente alineadas, mientras el murmullo del público se mezclaba con el eco de los golpes y las risas nerviosas de los competidores que se preparaban en sus respectivos espacios. Podía sentir el peso de la tensión en el aire, pero también algo más: el miedo. Mi miedo.
Mis compañeros estaban entrenando a unos metros de distancia. Miguel ayudaba a Kenny con una combinación de patadas, mientras Eli supervisaba con su típica actitud despreocupada, lanzando uno que otro comentario sarcástico que hacía reír a Devon y Sam. Tory practicaba movimientos de combate, su postura fluida pero firme, como si estuviera lista para cualquier cosa.
Y ahí estaba yo, sentado en el banco, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada fija en el suelo. Intentaba concentrarme en mi respiración, en el ritmo que Tory me había enseñado, pero cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro: Zara. Mi pecho se apretó. No importaba cuánto intentara ignorarlo, sabía que este día no sería como cualquier otro.
El simple hecho de pensar en verla me paralizaba. ¿Qué haría si nos cruzábamos? ¿Qué diría ella? ¿Qué pasaría si intentaba hablar conmigo?
¿Qué pasaría si me quebraba frente a todos?
Mi cuerpo entero estaba tenso, cada músculo rígido como si esperara un golpe. Entonces, sentí una mano en mi hombro.
Mi mente se congeló.
¿Zara?
El aire se volvió pesado, y por un momento no pude moverme. La familiaridad de ese contacto, la posibilidad de que fuera ella, hizo que todo en mí se detuviera. Pero cuando finalmente reuní el valor para levantar la mirada, me encontré con los ojos verdes más lindos del mundo.
—Hey—dijo suavemente, su voz tranquila, casi un susurro. Su mano permanecía en mi hombro, firme pero reconfortante. —Estás acá conmigo, ¿si? No con ella.
Su sonrisa tenía algo que no esperaba: fuerza. Esa fuerza que siempre parecía emanar de ella, incluso cuando estaba lidiando con sus propios demonios.
—Tory, yo... —mi voz se quebró, pero ella negó con la cabeza, como si no necesitara que dijera nada más.
—No tenés que decir nada. Solo recordá esto: ella no te controla. Vos sos más fuerte que ella. —Su mirada se endureció, pero su tono seguía siendo suave. —Y si se atreve a mirarte mal, me encargo yo.
Quise reírme, pero el nudo en mi garganta no me dejó. Sin embargo, asentí ligeramente. Su apoyo me dio algo que no había sentido en horas: un pequeño atisbo de seguridad.
De repente, el sonido de un micrófono chirriando cortó el aire, seguido por una voz estridente que resonó por todo el gimnasio.
—¡Damas y caballeros, denle la bienvenida a nuestros competidores del dojo Iron Dragons!
Mi cuerpo se tensó de inmediato, el miedo regresando con una intensidad abrumadora.
Las puertas dobles al fondo del gimnasio se abrieron, y ahí estaba ella. Zara.
Entró con esa sonrisa arrogante que conocía tan bien, una que había visto tantas veces. Caminaba con una confianza casi teatral, saludando y agitando la mano hacia las personas que la miraban como si fuera una estrella. Incluso había fans en las gradas vitoreándola, gritando su nombre como si ella fuera una especie de héroe.
—Por supuesto que hace esto un espectáculo —murmuró Tory a mi lado, cruzando los brazos con fuerza.
La mirada de Tory se endureció al instante. Frunció el ceño, claramente molesta, y por un segundo, pensé que iba a caminar directamente hacia Zara.
—Tory, no... —susurré, mi voz apenas audible.
Ella me miró de reojo, sus ojos brillando con una mezcla de furia y protección.
—No voy a hacer nada —respondió, pero sus palabras estaban cargadas de tensión. —Por ahora.
Zara continuó caminando hacia su área designada, rodeada de su equipo, sin siquiera mirar en nuestra dirección. Pero eso no significaba que no supiera que yo estaba ahí. Sabía que lo sabía. Podía sentirlo en la forma en que se movía, como si estuviera esperando el momento perfecto para hacer algo.
Miguel, quien había notado el cambio en mi postura, se acercó rápidamente. Se arrodilló frente a mí, colocando una mano en mi rodilla.
—Robby, escúchame —dijo, su tono firme pero calmado. —No importa lo que pase, ella no tiene poder sobre vos. Este torneo no es sobre ella. Es sobre vos demostrando que podés con todo.
Asentí, pero las palabras no parecían alcanzar la parte de mí que estaba rota.
—No sé si puedo... —admití, mi voz apenas un susurro.
Miguel apretó mi rodilla ligeramente, tratando de captar mi atención.
—Podés. Lo sé porque te he visto enfrentar cosas mucho peores que esto. No estás solo, ¿ok?
Tory, quien había estado callada hasta ese momento, se arrodilló a mi lado.
—Y si necesitás a alguien para pegarle a esa bruja, sabés dónde encontrarme —dijo con una sonrisa torcida, aunque sus ojos seguían reflejando enojo.
No pude evitar soltar una risa débil, a pesar de lo mal que me sentía.
—Gracias... a los dos.
Ellos intercambiaron una mirada antes de asentir al unísono.
—Siempre —respondió Tory.
El sonido del presentador volvió a llenar el gimnasio, anunciando el inicio del torneo. Mientras los competidores comenzaban a prepararse, sentí que algo en mí cambiaba. Todavía tenía miedo, sí, pero también tenía algo más: la certeza de que no estaba solo. Con Miguel y Tory a mi lado, por primera vez, sentí que tal vez, solo tal vez, podría enfrentar a Zara y salir de esto entero.
Mi padre y Daniel avanzaron hacia el equipo, sus rostros serios como si cargaran con el peso del mundo. Todo el equipo de Miyagi-Do estaba reunido en círculo, procesando todavía el anuncio del presentador. Las palabras resonaban en mi cabeza como un eco: Sam no podrá competir debido a un esguince. Ella estaba sentada a un lado, con una bolsa de hielo en el tobillo y una expresión de frustración mezclada con culpa.
—Robby, necesitamos hablar contigo —dijo mi padre, cruzando los brazos.
Sentí una punzada de preocupación. Algo iba mal, y podía verlo en la tensión en su mandíbula, en la forma en que evitaba mi mirada. Daniel intercambió una mirada rápida con mi padre antes de dar un paso adelante.
—Tendrás que enfrentarte a Zara.
El aire se congeló a mi alrededor.
—¿Qué? —pregunté, mi voz sonó más alta de lo que quería.
—Es la única opción que tenemos ahora —respondió Daniel con ese tono que siempre usaba para intentar calmarme, aunque en ese momento solo consiguió aumentar mi ansiedad—. Zara es su mejor luchadora. Es fuerte, rápida, pero conocemos tu habilidad. Podés ganarle.
Mi corazón latía con fuerza, como si intentara escapar de mi pecho. Zara no era un simple oponente. No era alguien contra quien podía enfrentarme sin más. Cada vez que pensaba en ella, las memorias de esa noche regresaban con una claridad aterradora.
—No —dije, dando un paso atrás. —No puedo...
Mi padre frunció el ceño.
—Robby, no tenemos a nadie más. Es ahora o nunca.
—¿De verdad creés que soy la mejor opción? —espeté, mi voz quebrándose un poco. —Somos seis, ¿por qué me están pidiendo esto?
El silencio que siguió fue insoportable. Sentía que las miradas de todos estaban sobre mí, analizando cada centímetro de mi reacción.
Tory dio un paso adelante, rompiendo el silencio. Su mano agarró la mía con fuerza, y su toque fue como un ancla, evitando que me hundiera.
—Podés hacerlo, Robby. Escuchame bien. —Su tono era firme, decidido, como si lo que decía fuera una verdad universal—. Ella no tiene poder sobre vos. No más.
Quise responderle, pero su mirada era tan intensa que me quedé sin palabras. Había algo en sus ojos, algo que me hacía querer creerle, aunque no supiera cómo.
Miguel se acercó por el otro lado, colocando una mano en mi hombro.
—Hermano, sé que esto es difícil, pero esto no es sobre ella. Es sobre vos. ¿Vas a dejar que alguien como Zara te defina?
Su tono no era condescendiente, sino lleno de una genuina empatía. Sentí un nudo en la garganta. ¿Cómo podía decirles que no? Todos confiaban en mí, incluso cuando yo mismo no podía hacerlo.
Miré alrededor. Kenny y Devon me miraban con algo parecido a la esperanza. Sam estaba al fondo, apretando los puños, como si intentara enviarme su fuerza.
Respiré hondo y asentí.
—Está bien —murmuré, aunque mi voz temblaba ligeramente. —Voy a hacerlo.
Tory me apretó la mano una última vez antes de soltarla.
—Sabía que dirías eso —dijo, sonriendo suavemente.
El tatami nunca se había sentido tan inmenso. Cada paso hacia el centro era un recordatorio de lo que estaba en juego, no solo en términos del torneo, sino dentro de mí. Zara ya estaba allí, esperándome, con su uniforme impecable y esa sonrisa cargada de superioridad que siempre parecía llevar.
Me detuve al llegar frente a ella. Su presencia era como una sombra que envolvía todo a su alrededor.
—Robby Keene —dijo, arrastrando las palabras con una voz suave pero venenosa. —Que sorpresa verte aquí. Pensé que ya habías aprendido a evitarme.
Apreté los dientes y no respondí, pero ella no había terminado.
—La pasamos tan bien esa noche, ¿no te parece? —agregó, inclinando la cabeza con una sonrisa que me revolvió el estómago. —Tal vez deberíamos repetirlo.
Mi visión se nubló por un segundo. Las memorias de esa noche, que tanto me había esforzado por enterrar, regresaron con una intensidad brutal. Cerré los ojos con fuerza, intentando empujar los recuerdos al fondo de mi mente.
No. Esto no es sobre ella. Esto no es sobre esa noche.
Cuando abrí los ojos, mi mirada buscó instintivamente a Tory. Allí estaba, de pie junto a los demás, con los brazos cruzados y una expresión de confianza que parecía decirme que todo estaría bien. Asintió lentamente, como si pudiera escuchar mis pensamientos.
El árbitro dio la señal, y el combate comenzó. Zara se movió con la rapidez de un rayo, lanzando un ataque directo que me tomó por sorpresa. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de sentir el impacto en mi costado.
—¡Punto para Iron Dragons! —anunció el árbitro.
El público estalló en vítores, y Zara retrocedió con una sonrisa burlona.
—¿Eso es todo, Robby? Pensé que sería más emocionante.
Ignoré su comentario, aunque sentí cómo el calor subía a mis orejas. Me concentré en mi postura, en mi respiración.
El árbitro señaló que el combate continuaba, y esta vez fui yo quien atacó. Lancé un golpe hacia su abdomen, pero ella lo esquivó con facilidad, girando para contraatacar con una patada que apenas logré bloquear.
Cada movimiento era una lucha no solo contra ella, sino contra los recuerdos que intentaban arrastrarme de vuelta a la oscuridad.
—¿Cansado ya? —preguntó Zara, riendo suavemente mientras retrocedía un paso. —Sabés, siempre fuiste predecible. Fácil de manipular. Fácil de quebrar.
La rabia burbujeó en mi interior. No iba a dejar que me controlara. No esta vez.
Desde las gradas, escuché la voz de Miguel:
—¡Eso es, Robby! ¡Seguí presionando!
Tory gritó algo también, aunque no pude distinguirlo. Sus voces me trajeron de vuelta, recordándome que no estaba solo.
El combate continuó, golpe a golpe, punto a punto. No sabía cómo terminaría, pero algo era seguro: no iba a rendirme. No contra ella. No contra nadie.
Desde el primer momento, Zara salió con todo. Su velocidad era impresionante, y sus movimientos estaban calculados al milímetro. No me dio tiempo ni de respirar antes de lanzarse con una patada giratoria que apenas logré esquivar. Su pie rozó mi costado, y sentí el impacto incluso en el aire.
Retrocedí un paso, intentando recuperar el equilibrio, pero Zara no me dio tregua. Me lanzó un puño directo al pecho, y aunque logré bloquearlo, la fuerza me obligó a retroceder aún más.
—¡Punto para Iron Dragons! —gritó el árbitro, y el público estalló en vítores.
Zara se irguió con una sonrisa arrogante, alzando las manos en un gesto casi burlón.
—¿Eso es todo, Robby? Pensé que sería más emocionante.
Ignoré su comentario, aunque sentí cómo el calor subía a mis orejas. No iba a dejar que ella me sacara de quicio tan fácilmente.
La siguiente ronda comenzó, y esta vez fui yo quien tomó la iniciativa. Me lancé con un ataque rápido, buscando su abdomen con un golpe recto, pero Zara giró sobre sí misma, esquivándome con la gracia de una bailarina. Su contraataque fue un barrido bajo que apenas logré saltar a tiempo.
Cada intercambio era más intenso que el anterior. Zara se movía con una precisión casi inhumana, como si pudiera leer mis pensamientos antes de que ejecutara cada movimiento. Me obligaba a reaccionar más rápido de lo que creía posible, pero no iba a dejarme vencer.
Escuché las voces de mis compañeros desde las gradas. Miguel gritaba algo, y Tory también, aunque no podía distinguir sus palabras. Pero sus voces me dieron fuerzas, recordándome que no estaba solo.
Zara intentó un nuevo ataque, lanzando una patada alta hacia mi cabeza. Esta vez, la bloqueé con firmeza, aprovechando el momento para contraatacar. Giré rápidamente y lancé un puño dirigido a su costado. El golpe la tomó por sorpresa, y aunque intentó bloquearlo, mi fuerza la obligó a retroceder.
—¡Punto para Miyagi-Do! —anunció el árbitro, equilibrando el marcador.
Zara me lanzó una mirada asesina, su orgullo claramente herido. Pero no iba a detenerse. En cuanto la siguiente ronda comenzó, se lanzó hacia mí con una serie de golpes rápidos y precisos. Bloqueé uno, dos, tres... pero el cuarto logró impactar en mi hombro, y el dolor fue como una descarga eléctrica que recorrió mi brazo.
No podía permitir que me acorralara. Con un grito, giré sobre mí mismo y lancé una patada giratoria que impactó directamente en su pecho. Zara cayó al suelo, pero rodó rápidamente para ponerse de pie.
La tensión en el aire era palpable. Cada punto nos acercaba más al final, pero ninguno estaba dispuesto a ceder. Zara tenía técnica, velocidad y una confianza que rozaba la arrogancia, pero yo tenía algo más. Tenía una razón para luchar.
Mientras el árbitro daba la señal para la última ronda, respiré hondo y me centré. Este era el momento de demostrar que no iba a dejar que nadie, ni siquiera mi pasado, me definiera.
Zara se lanzó hacia mí con un grito, pero esta vez estaba preparado. Esquivé su ataque con un movimiento fluido, girando rápidamente para colocarme detrás de ella. Antes de que pudiera reaccionar, lancé un golpe directo a su espalda baja, seguido de una patada ascendente que la hizo tambalearse.
Aproveché su desequilibrio para lanzar un último ataque: una combinación de golpes rápidos que no pudo bloquear a tiempo. El impacto la hizo retroceder, y antes de que pudiera recuperar el equilibrio, marqué el punto final.
El sonido del último punto resonó en mis oídos como un eco interminable, casi como si el tatami entero lo absorbiera y devolviera.
—¡Punto para Miyagi-Do! ¡Robby Keene es el ganador! —anunció el árbitro con una voz que finalmente rompió la tensión que había impregnado el aire.
Por un instante, me quedé congelado en el centro del tatami, jadeando. La respiración me quemaba el pecho, y cada músculo de mi cuerpo parecía reclamar descanso, pero mi mente seguía girando. Zara yacía en el suelo frente a mí, con una mano apoyada en la lona y los dientes apretados. Podía ver la furia en su mirada cuando alzó los ojos hacia mí, pero no había rastro del control que había demostrado durante todo el combate.
Se levantó lentamente, sus movimientos rígidos y cargados de frustración. Apretó los puños y desvió la mirada hacia el árbitro, pero el veredicto era inapelable. Su derrota no era solo física; era emocional, y lo sabía.
Avancé un paso hacia ella, no para burlarme, sino para demostrarle que no le guardaba rencor. Pero cuando nuestras miradas se cruzaron, Zara soltó un resoplido y giró sobre sus talones, alejándose del tatami sin decir una palabra. Aquella retirada fue casi más satisfactoria que el combate en sí.
—¡Robby, lo hiciste! —gritó Miguel, su voz llena de orgullo mientras chocaba su puño contra el mío.
La energía en el equipo era contagiosa, una oleada de pura emoción que me envolvió. Pero entonces, entre la multitud de compañeros, una figura destacó. Tory se acercó a mí rápidamente, sus ojos brillando de orgullo y algo más que no pude identificar en el momento.
—Te dije que podías hacerlo —murmuró cuando estuvo frente a mí.
Antes de que pudiera responder, sentí sus brazos rodeándome con fuerza, su calidez envolviéndome. Enredó mis manos alrededor de su cintura mientras se levantaba ligeramente sobre la punta de los pies. Luego, sin previo aviso, me besó. Fue un beso lleno de intensidad, como si tratara de transmitirme todo lo que no había podido decir con palabras: el orgullo, el alivio, incluso la admiración.
No dudé en corresponder. Cerré los ojos y dejé que todo lo demás se desvaneciera: los gritos, el ruido, incluso el dolor de mi cuerpo. En ese momento solo existíamos Tory y yo.
Cuando nos separamos, el resto del equipo comenzó a aplaudir y silbar. Devon gritó algo que hizo reír a Kenny, pero yo no les presté atención. Mis ojos seguían fijos en Tory, que tenía una sonrisa triunfante en los labios.
—Siempre supe que eras un ganador —dijo, su voz suave pero cargada de confianza.
No pude evitar sonreír mientras sacudía la cabeza.
—No lo habría logrado sin vos —respondí sinceramente.
Ella alzó una ceja, claramente divertida, y luego se encogió de hombros como si no fuera nada. Pero yo sabía que lo era. Su apoyo, su confianza en mí, había sido la fuerza que me empujó a seguir adelante.
Mi padre y Daniel se acercaron al grupo, ambos con expresiones de orgullo.
—Hiciste un trabajo increíble, hijo —dijo mi padre, colocando una mano en mi hombro.
Daniel asintió, sus ojos llenos de respeto.
—Hoy demostraron lo que significa ser parte de Miyagi-Fue un esfuerzo de equipo, pero vos fuiste quien nos dio la victoria, Robby.
Sus palabras me llenaron de una calidez que no podía describir. Sentí que, por primera vez en mucho tiempo, estaba exactamente donde debía estar.
Zara pasó junto a nosotros mientras salíamos del tatami. Su mirada ardía con rabia, pero no dijo nada. No necesitaba hacerlo. Yo ya había ganado, y ambos lo sabíamos.
Cuando salimos al vestíbulo, el equipo seguía celebrando. Tory no se separó de mí, manteniendo una mano en mi brazo como si no quisiera dejarme ir.
Mientras el ruido del equipo se desvanecía a mi alrededor, solo tenía un pensamiento en mente: había enfrentado a mi pasado y había salido victorioso. Y con Tory a mi lado, sentía que podía enfrentar cualquier cosa que viniera después.
rockshots muchas gracias por la idea!
espero que te haya gustado <3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top