🧸[Peligro]Tory x Robby +18
Robby
x
Tory
Victoria Nichols había crecido rodeada de todo lo que cualquiera podría considerar perfecto. Su vida era, a simple vista, un retrato de estabilidad y felicidad. Sus padres la amaban profundamente, siempre habían estado ahí para ella, y no solo con palabras bonitas. Desde niña, la llenaron de atenciones, regalos y comodidades que parecían no tener fin. Nunca le faltó nada. Si quería algo, sus padres se aseguraban de que lo tuviera, a veces incluso antes de que ella misma lo pidiera.
En cuanto a su vida amorosa, tampoco había lugar para quejas. Miguel Díaz, su novio desde hacía tres años, era el sueño de cualquier persona. Tenía una sonrisa cálida, una mirada que parecía derretir cualquier inseguridad, y una personalidad tan genuina que incluso sus defectos parecían encantadores. Era el tipo de persona que iluminaba una habitación al entrar, y además, estaba perdidamente enamorado de ella. El la trataba como si fuera lo más preciado en su vida, cuidándola en cada pequeño detalle.
A su alrededor, todo parecía perfecto. Tory sabía que cualquier chica daría lo que fuera por tener lo que ella tenía: unos padres que la adoraban y un novio que la hacía sentir especial cada día. Pero, por alguna razón que ni siquiera podía explicar, había algo dentro de ella que no estaba bien.
Había noches, especialmente esas en las que el silencio llenaba la habitación y el único ruido era el ruido de la calle, en las que Tory se quedaba mirando al techo, completamente inmóvil. Sus pensamientos se desbordaban, y una inquietud que no podía nombrar comenzaba a apoderarse de ella. ¿Era suficiente lo que tenía? ¿Podía realmente sentirse satisfecha con una vida que parecía tan perfectamente trazada?
Durante esas largas horas de insomnio, Tory no podía evitar preguntarse si la estabilidad era todo lo que necesitaba en la vida. Su relación con Miguel era segura, estable, pero carecía de algo que no podía definir. Tal vez lo que faltaba era pasión, un sentimiento que le revolviera el estómago y le hiciera perder el control, algo que no se pareciera a la rutina que había construido junto a él.
A veces, mientras Miguel hablaba emocionado sobre el futuro, sobre el apartamento que querían compartir o los viajes que planeaban hacer, Tory fingía escuchar. Asentía en los momentos correctos y sonreía cuando sentía que debía hacerlo, pero su mente estaba en otra parte. Había algo dentro de ella, una especie de vacío, que no lograba llenar con nada de lo que la rodeaba.
La verdad era que Tory, aunque no lo admitiera en voz alta, quería algo más. Deseaba algo que fuera impredecible, caótico, que la sacara de esa zona de confort en la que se encontraba atrapada. No lo buscaba de forma consciente, pero lo anhelaba en lo más profundo de su ser.
No sabía exactamente que era lo que le faltaba, pero la sensación de que su vida necesitaba un giro, algo que la desafiara, estaba siempre presente. Era como si una pequeña chispa dentro de ella quisiera convertirse en un incendio, pero no encontraba el combustible necesario para arder.
Quizás, pensaba en sus momentos más honestos consigo misma, necesitaba algo o alguien que le diera ese empujón. Una chispa que encendiera el fuego.
Lo que Tory no sabía aún era que esa chispa estaba más cerca de lo que imaginaba. Y tenía nombre.
18 de marzo 22:30 p.m
La noche había caído sobre el barrio de Reseda, envolviendo la casa de los Díaz en un cálido resplandor de luces y música. Desde el jardín, el aroma a comida mexicana recién hecha se mezclaba con el sonido de risas y el suave ritmo de la playlist que Miguel había preparado.
Tory llegó temprano, como siempre, cargando un par de bolsas con botellas de vino y una sonrisa en el rostro. Carmen la recibió en la puerta con los brazos abiertos.
—¡Tory, mi niña! Siempre tan puntual. Ven, entra, que necesito manos jóvenes para terminar de organizar todo —dijo Carmen, abrazándola con fuerza.
—Claro, Carmen, lo que necesites. Pero no me pongas a cocinar, que tú ya eres la reina de la cocina —respondió Tory con una risa.
Carmen se rio también mientras la llevaba hacia la cocina, donde las mesas estaban cubiertas con platos coloridos, guacamole fresco y montañas de tacos.
—De verdad, mi Miguel tiene suerte contigo. Mira cómo ayudas, tan dedicada —comentó Carmen mientras señalaba las bolsas—. ¿Trajiste vino? ¡Que detallazo!
—Claro, quiero que todos disfruten. Además, es su cumpleaños; tiene que ser especial.
Mientras Carmen se ocupaba de la comida, Tory salió al jardín, donde Miguel estaba intentando decorar con globos y serpentinas. Tenía un paquete de globos en una mano y un rollo de cinta adhesiva en la otra.
—¡Miguel! —exclamó Tory, riendo al ver su expresión de frustración—. ¿Qué haces? Estas hecho un desastre.
—¡Amor! Ayúdame, por favor. Esto es más difícil de lo que parece —dijo él, haciendo un puchero mientras trataba de pegar una serpentina que se le despegaba una y otra vez.
—Dame eso, amor —dijo Tory, arrebatándole la cinta—. ¿Cómo piensas ser el alma de la fiesta si ni siquiera puedes colgar una decoración?
—Es mi estrategia para que tú hagas todo —respondió él con una sonrisa pícara, dándole un beso rápido en la mejilla antes de seguir inflando globos.
Para cuando terminaron de decorar, los primeros invitados comenzaron a llegar. Los amigos de Miguel, compañeros del dojo y vecinos llenaron rápidamente el jardín, mientras Carmen servía margaritas y algunos ya sacaban las primeras cervezas de la hielera.
Fue entonces cuando Moon y Yasmine hicieron su entrada triunfal.
—¡Feliz cumpleaños al novio de nuestra amiga! —exclamó Yasmine, abrazando a Tory mientras sostenía una copa de champán en la otra mano—. Aunque todavía no entiendo cómo te soporta.
—Yo tampoco, pero aquí estamos —respondió Tory con una carcajada mientras abrazaba a Moon.
—¿Dónde está el cumpleañero? —preguntó Moon, mirando alrededor con una sonrisa tranquila.
—En alguna parte del jardín, probablemente escondiéndose de Carmen. Ya sabes cómo es con los tacos —respondió Tory, señalando hacia la mesa principal.
Las tres se quedaron charlando sobre trivialidades: el nuevo novio de Yasmine, las últimas tendencias de moda, y el video viral de un perrito bailando que Moon no podía superar. Tory estaba a punto de contarles sobre un proyecto que tenía en mente cuando Miguel apareció, luciendo emocionado y acompañado de un chico que Tory no reconocía.
—Amor, quiero presentarte a alguien —dijo Miguel, interrumpiendo su conversación.
Tory levantó la mirada y su mundo pareció detenerse por un instante.
El chico junto a Miguel tenía un aire relajado y una sonrisa natural que parecía iluminar la noche. Su cabello castaño estaba perfectamente despeinado, y sus ojos verdes tenían una intensidad que resultaba difícil de ignorar.
—Él es Robby, mi mejor amigo. Robby, ella es Tory, mi novia —dijo Miguel, orgulloso.
Tory levantó la mirada y su respiración se detuvo por un instante. Frente a ella estaba un chico que no había visto nunca, y sin embargo, de alguna manera, sentía que su presencia llenaba todo el espacio.
Robby Keene era más alto de lo que esperaba, con un cabello castaño que caía despreocupadamente sobre su frente y una mandíbula ,sus ojos eran intensos, como si pudieran ver más allá de lo evidente, y su sonrisa era lo suficientemente pícara como para desarmar a cualquiera.
—Hola Tory —dijo Robby, con un tono cálido y seguro mientras extendía la mano para saludarla—. Miguel siempre me habla muy bien de ti. Ahora veo que no exageraba.
Tory sintió un leve calor en las mejillas mientras estrechaba su mano. La presión de sus dedos era firme, pero no invasiva.
—Gracias —respondió, esforzándose por mantener la compostura—. Miguel también habla mucho de ti.
El castaño le dedicó una sonrisa encantadora, de esas que parecían ensayadas, pero que al mismo tiempo resultaban naturales.
—Debes ser increíble para que Miguel esté tan loco por ti...—añadió, manteniendo sus ojos en ella por un segundo más de lo necesario.
Tory estaba atónita. No era una chica fácil de impresionar, pero algo en Robby la descolocaba por completo. Sus palabras eran halagadoras, sí, pero su tono, su mirada, todo en él tenía una intensidad que la hacía sentir nerviosa de una manera que no estaba acostumbrada.
Justo cuando estaba a punto de quedarse completamente muda, sintió un leve pellizco en el brazo.
—¡Tory! —susurró Yasmine, quien había estado observándolo todo con una sonrisa maliciosa—. ¿Qué te pasa? Estás como en trance.
Tory parpadeó y volvió a la realidad, esforzándose por recuperar su voz.
—Espero que disfrutes la fiesta, Robby. Carmen hizo un montón de comida —dijo Tory, intentando sonar tranquila mientras buscaba algo más que decir.
—Eso espero. Aunque creo que lo mejor de esta fiesta ya lo encontré —respondió Robby con una sonrisa que la hizo sentir un pequeño escalofrío.
Moon y Yasmine intercambiaron miradas significativas detrás de Tory, pero ninguna dijo nada.
—Eh... ¿Quieres algo de beber?
—Claro, una cerveza estaría bien —respondió Robby, riendo suavemente al notar el nerviosismo en Tory.
—Ven, te acompaño. Así conoces a más gente —dijo Miguel, llevándose a Robby hacia la hielera mientras Tory se quedaba con sus amigas.
—Bueno, voy a saludar al resto. Nos vemos en un rato —dijo Robby finalmente, dándole un último vistazo a Tory antes de desaparecer entre los invitados.
En cuanto estuvieron solos, Yasmine explotó.
—¡Oh, por Dios! ¿Qué fue eso, Tory? Parecías una estatua.
—Es solo el mejor amigo de Miguel. No es nada —dijo Tory, aunque incluso ella sabía que sonaba poco convincente.
—Claro, "no es nada". Ya vi cómo lo mirabas —añadió Moon, con una sonrisa cómplice.
Tory intentó concentrarse en la música, en el ambiente, en cualquier cosa que no fuera la imagen de Robby. Pero algo en su interior le decía que este encuentro iba a dejar una marca más profunda de lo que esperaba.
La fiesta continuó como si nada pudiera interrumpirla. La música seguía llenando el jardín, mezclándose con las risas y los pasos de los invitados que bailaban bajo las luces colgantes. Tory, Yasmine y Moon estaban en la pista improvisada junto a la piscina, moviéndose al ritmo de una canción pop mientras sostenían copas de vidrio elegante.
—¡Esto sí que es vida! —exclamó Yasmine, girando con exageración antes de acercarse a Tory para agarrarla de las manos y hacerla dar vueltas.
Tory soltó una carcajada, sintiendo el vértigo de las vueltas mientras su cabello revoloteaba a su alrededor.
—¡No me marees, loca! —protestó entre risas.
—¿Marearte? Por favor, Tory. Esto es lo que hacen las reinas en las fiestas, y hoy nos toca a nosotras —respondió Yasmine con un tono dramático, fingiendo una reverencia antes de alzar su copa al aire.
Moon, que bailaba más tranquila y relajada, las miró divertida.
—Creo que esta noche, Yasmine está compitiendo por el premio a la más intensa —comentó, llevándose la copa a los labios y dando un sorbo.
—¿Intensa yo? Por favor. Mira a Carmen —dijo Yasmine, señalando hacia el otro lado del jardín, donde Carmen movía los hombros al compás de una cumbia mientras servía margaritas.
—Eso sí es estilo—exclamó Tory, uniéndose al comentario de Moon mientras señalaba hacia Carmen.
—Bueno, chicas, creo que esto merece un brindis. Por la mejor fiesta en mucho tiempo —dijo Tory, levantando su copa.
—¡Por Miguel y sus genes para organizar fiestas perfectas! —añadió Moon, chocando su copa con las de las demás.
En ese momento, Miguel apareció entre ellas con una sonrisa en el rostro y dos cervezas en las manos.
—¿Hablando de mí? —preguntó, arqueando una ceja mientras le ofrecía una botella a Tory.
—Por supuesto. Es tu cumpleaños. Tendremos que soportarte por toda la noche —bromeó Tory, aceptando la botella.
—Soportarme no suena tan mal. Pero antes de que sigan bailando como si no hubiera mañana, mi mamá quiere que cortemos la torta —anunció Miguel, fingiendo resignación.
—¡Ay, pobre Miguelito, tan presionado! —se burló Yasmine mientras lo empujaba suavemente hacia la mesa donde estaba la torta.
Todos los invitados se reunieron alrededor de la mesa principal. Una enorme torta decorada con crema y velas relucientes se robaba la atención. Carmen dirigió el canto del feliz cumpleaños con el entusiasmo que siempre la caracterizaba, y pronto todos se unieron, aplaudiendo y vitoreando mientras Miguel apagaba las velas de un soplido fuerte.
—¡Que los cumpla feliz! —corearon al unísono.
—Bueno, ¿y tu deseo? —preguntó Robby desde el costado, dándole una palmada en el hombro.
Miguel sonrió, mirando a Tory por un instante antes de responder:
—¿Qué puedo desear si ya lo tengo todo? —dijo, inclinándose hacia Tory para besarla rápidamente en los labios.
Tory, acostumbrada a los gestos de Miguel, le devolvió una sonrisa tranquila. Pero algo llamó su atención: Robby había levantado su teléfono y les había tomado una foto con una expresión que ella no logró descifrar del todo.
—¿Sacaste una foto, Robby? —preguntó Miguel, con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—Claro. Ustedes son la pareja del momento, ¿no? —respondió Robby con una sonrisa ladeada—.
Tory sintió una leve punzada de incomodidad, pero no dijo nada. En lugar de eso, decidió concentrarse en disfrutar del resto de la fiesta.
El reloj marcaba las dos de la mañana cuando los invitados comenzaron a irse. Poco a poco, el bullicio de la fiesta dio paso a un silencio tranquilo. Miguel ayudaba a Carmen a recoger los platos mientras Tory acompañaba a los últimos en salir.
Robby, con las manos en los bolsillos, se acercó a Carmen con una sonrisa relajada.
—Gracias por la invitación, Carmen. La fiesta estuvo increíble.
Carmen, siempre amable, le devolvió la sonrisa.
—De nada, Robby. Espero verte más seguido. Miguel necesita amigos tan agradables como tú.
Robby se rió entre dientes antes de girarse hacia Miguel.
—Nos vemos en el trabajo, hermano. Cuídate.
—Claro que sí. Gracias por venir, Robby. Y no olvides que la próxima vez me toca ganarte —bromeó Miguel, dándole un golpe amistoso en el hombro.
Robby solo sonrió antes de mirar hacia Tory, que lo esperaba junto a la puerta principal.
—¿Lista para acompañarme a la salida? —preguntó el castaño mientras se acercaba.
Tory arqueó una ceja, pero asintió.
Ambos caminaron hacia la puerta en silencio. Tory no sabía por qué, pero sentía un nudo extraño en el estómago. Robby, por su parte, parecía disfrutar de su incomodidad.
—Fue un gusto conocerte esta noche, Tory. Ahora entiendo por qué Miguel habla tanto de ti —dijo finalmente, deteniéndose en el marco de la puerta.
Tory se quedó mirándolo, un poco sorprendida por su tono.
—Gracias ,fue un placer.—respondió, cruzando los brazos frente a su pecho.
Robby inclinó la cabeza, estudiándola por un instante antes de dar un paso más cerca.
—Espero verte pronto. Siento que aún nos queda mucho de que hablar —dijo con un tono suave, pero con una mirada intensa que la dejó sin palabras.
Antes de que pudiera reaccionar, Robby colocó una mano en su cintura, inclinándose lentamente hacia ella.
—Buenas noches, Tory —susurró, dejando un beso suave en su mejilla.
La calidez de su aliento y el toque firme de su mano la hicieron quedarse inmóvil. Robby se apartó con calma, le dedicó una última sonrisa y salió por la puerta, perdiéndose en la oscuridad hacia su auto.
Tory cerró la puerta lentamente, llevándose una mano al lugar donde él la había besado. Su piel ardía, y no sabía si era por la noche o por algo más.
—¿Qué acaba de pasar? —murmuró para sí misma, dejando escapar un suspiro mientras apoyaba la frente contra la puerta.
No sabía qué pensar, pero una cosa era segura: Robby había conseguido colarse en sus pensamientos, y eso la desconcertaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Después de que los últimos invitados se marcharon y la casa quedó en silencio, Tory decidió quedarse a ayudar a Miguel y a Carmen con la limpieza. Aunque el cansancio comenzaba a pesarle, no podía evitar sentirse cómoda en la casa de los Díaz. La calidez de Carmen y la forma en que Miguel la hacía sentir siempre bienvenida la relajaban como pocos lugares podían hacerlo.
—¿Estás segura de que no quieres ir a dormir ya? —preguntó Miguel mientras apilaba platos en la cocina.
Tory negó con la cabeza, sosteniendo una bolsa de basura mientras recogía servilletas y vasos desechables del salón.
—Nah, no puedo dejarte toda la limpieza a ti. Además, esto me ayudará a bajar el tequila —respondió con una sonrisa, lanzando un par de vasos a la bolsa.
Carmen, que terminaba de lavar una bandeja, la miró con gratitud.
—Gracias, corazón. Eres un encanto. Miguel tuvo suerte contigo —dijo, guiñándole un ojo antes de volver a concentrarse en los platos.
Tory sintió un calor inesperado en las mejillas, pero no dejó que la vieran sonrojarse.
—No es para tanto. Además, si dejo que Miguel haga todo, seguro se le olvida algo y mañana estará buscando vasos en el microondas —bromeó, ganándose una carcajada de Carmen.
Miguel alzó una ceja mientras colocaba unos platos limpios en el estante.
—Hey, no es mi culpa que la última vez alguien escondiera los vasos ahí como una "broma" —respondió, señalándola acusadoramente.
—No fue una broma, fue creatividad —replicó Tory, con una sonrisa traviesa.
Entre risas y comentarios, lograron dejar la casa impecable. Carmen finalmente los mandó a dormir con un gesto firme.
—Vayan ya. Yo me encargo del resto. Buenas noches, chicos —dijo mientras les daba un beso en la frente a ambos.
Subieron las escaleras juntos, y cuando llegaron al pasillo que dividía las habitaciones.
—No demores—dijo, entrando en su cuarto.
Tory asintió, y al entrar al baño se puso el pijama: una camiseta gris suelta y unos shorts de algodón que había llevado en su bolso. Se recogió el cabello en un moño desordenado y comenzó a lavarse los dientes, disfrutando del silencio.
Cuando terminó, tomó su teléfono para revisar las notificaciones antes de acostarse. Lo desbloqueó sin pensar, y entonces la pantalla iluminó algo que la hizo detenerse en seco.
"@Robby.Keene ha comenzado a seguirte."
Sus cejas se alzaron en un gesto de sorpresa, y justo debajo apareció una solicitud de mensaje directo.
Tory, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo habitual, tocó la notificación. El mensaje de Robby era breve, pero contundente:
"Muy lindos, pero creo que te verías mejor conmigo."
Ella parpadeó, boquiabierta, mientras procesaba lo que acababa de leer. Bajó la mirada al archivo adjunto: era la foto que Robby había tomado más temprano, donde ella y Miguel se besaban frente a la torta.
Un cosquilleo inesperado recorrió su espalda. La seguridad y el descaro de Robby eran algo que no estaba acostumbrada a encontrar. Pero, para su sorpresa, lejos de molestarla, le arrancaron una sonrisa.
—¿Qué le pasa a este chico? —murmuró para sí misma, pero no pudo evitar que una sonrisa pícara se formara en sus labios.
Sin pensarlo demasiado, guardó la foto en su galería. Luego, volvió al perfil de Robby y pulsó el botón de "Seguir".
—Vamos a ver cómo juegas esto, Keene —susurró, divertida.
Apagó las luces del baño y caminó hacia la habitación de Miguel, aún con la sonrisa grabada en el rostro. Al entrar, encontró a Miguel ya acostado, apoyado contra la cabecera de la cama con el celular en las manos. Al verla, dejó el teléfono en la mesita de noche y le extendió un brazo.
—Ven aquí, antes de que me quede dormido sin ti —dijo, con una sonrisa cálida.
Tory dejó su teléfono en la mesita y se metió en la cama junto a él. Miguel la rodeó con un brazo, atrayéndola hacia su pecho mientras acomodaba las mantas sobre ambos.
—¿Todo bien? —preguntó él, notando que Tory parecía más pensativa de lo usual.
—Sí, todo bien. Creo que el tequila me dejó más despierta de lo que esperaba —respondió, apoyando la cabeza en su hombro.
Miguel rió suavemente, acariciándole el cabello.
—Tal vez mamá tiene razón. Estás demasiado acostumbrada a las fiestas. Pero te ves linda así, relajada —comentó, dándole un beso en la frente.
Tory cerró los ojos, disfrutando del momento. Sin embargo, en el fondo de su mente, el mensaje de Robby seguía repitiéndose como un eco.
"Muy lindos, pero creo que te verías mejor conmigo."
No estaba segura de qué significaba eso para ella, pero una cosa era clara: Robby Keene había conseguido llamar su atención. Y a Tory, más que desconcertarla, esa sensación de adrenalina le encantaba.
20 de noviembre 03:33 a.m
La rubia cayó sobre la cama con un suspiro prolongado, su cuerpo cubierto por una fina capa de sudor que brillaba bajo la tenue luz del cuarto. El cabello alborotado caía en cascada sobre su espalda, y su respiración, aún agitada, se mezclaba con el suave zumbido del ventilador en el techo. No tenía idea de cómo habían terminado ahí, pero si era completamente honesta, no le importaba. Robby tenía esa manera de hacerla sentir viva, como si todo lo demás en el mundo desapareciera cuando estaban juntos.
Sentía el colchón hundirse ligeramente detrás de ella mientras Robby se movía, acercándose más. Su tacto llegó suave pero firme, sus labios rozando la piel desnuda de su espalda en un recorrido lento y deliberado. Tory soltó una risita baja, cerrando los ojos.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Robby, su voz profunda y ronca después de la intensidad que acababan de compartir.
—Nada... Es sólo que... haces esto como si no tuvieras un gramo de culpa en el cuerpo —respondió ella, girando la cabeza apenas para mirarlo sobre su hombro.
Robby alzó una ceja, con esa sonrisa descarada que parecía estar grabada en su rostro.
—¿Y debería? —preguntó, dejando otro beso más cerca de su cuello esta vez.
Tory bufó, pero no pudo evitar sonreír.
—Tal vez. Sigues besando a la novia de tu amigo como si no te importara que lo sea.
Robby apoyó la barbilla en su hombro, mirándola con esa intensidad que siempre lograba desarmarla.
Robby mantuvo la mirada fija en Tory, como si estuviera midiendo sus palabras y acciones, pero sin un atisbo de arrepentimiento. Con una mano, deslizó suavemente un mechón de cabello detrás de su oreja, dejando que sus dedos recorriesen la suavidad de su piel. Su rostro se acercó un poco más al de ella, hasta que sus labios estuvieron a solo unos milímetros de los de Tory, pero no la besó. En su lugar, sus palabras resonaron con una mezcla de desafío y posesividad.
—No, no estoy celoso de él —dijo con voz baja y controlada, casi un susurro. Sin embargo, sus ojos brillaban con una chispa provocativa. Su mano se deslizó por la cintura de Tory, atrapándola con fuerza antes de empujarla un poco más hacia él, como si reclamara su espacio.
Tory, aún recostada sobre la cama, sintió cómo su cuerpo reaccionaba a esa proximidad. La tensión que siempre había existido entre ellos, esa línea delgada entre el deseo y el conflicto, parecía crecer con cada segundo.
—¿Entonces qué? —preguntó ella, su tono desafiante, pero no pudo evitar que un atisbo de nerviosismo se colara en su voz.
Robby sonrió con suficiencia, esa sonrisa arrogante y segura de sí mismo que tanto la desestabilizaba. Con una mano, sujetó su mentón, forzándola a mirarlo a los ojos.
—Entonces lo que pasa es que me importa más lo que tengo contigo ahora que lo que pueda tener con él —respondió, sus labios acariciando casi imperceptiblemente el borde de su oreja mientras hablaba. Su aliento caliente la hizo estremecerse, y cuando sus manos bajaron por su espalda, la sensación de su toque caliente la hizo sentir que todo su cuerpo ardía.
Tory, aunque sabía que estaba jugando con fuego, no pudo evitar sentirse atraída por esa intensidad que emanaba de él. Robby no tenía miedo de lo que quería, y eso la volvía loca. De alguna manera, sabía que su actitud estaba cruzando una línea que no debía cruzar, pero el placer que sentía bajo su toque nublaba cualquier intento de racionalizar.
—Sos un idiota... —murmuró, aunque la forma en que lo dijo no tenía ni la mitad de la fuerza que intentaba imponer en sus palabras.
Robby se rió, un sonido bajo y satisfecho, y la acercó más, pegando su pecho al de ella. La presión de su cuerpo contra el suyo era tan palpable que no había forma de ignorarla. Su mirada se volvió más oscura, más peligrosa.
—¿Eso crees? —dijo, deslizando su mano por su costado, haciendo que ella temblara. Luego, sin previo aviso, la atrajo hacia él con una fuerza repentina, su boca capturando la suya en un beso lleno de posesividad. No era suave ni tierno. Era como si quisiera marcar su territorio, como si quisiera que Tory supiera exactamente lo que sentía. Cada beso era más profundo, más intenso, como si intentara absorberla, como si no pudiera soportar la idea de que ella estuviera con otro.
Tory intentó responder al beso, pero sus pensamientos estaban dispersos, como si la situación estuviera desbordándose de alguna manera. Cada vez que Robby tocaba su piel, había un fuego que crecía dentro de ella, un fuego que ni ella misma podía controlar.
—No tienes idea de lo que esto significa, ¿verdad? —le susurró Robby, mientras sus manos recorrían su cuerpo con una urgencia que dejaba poco espacio para la reflexión.
Tory se apartó ligeramente, su respiración entrecortada. La sensación de tenerlo tan cerca, pero también tan distante, la tenía completamente desorientada.
—¿Qué significa? —preguntó, con un tono más vulnerable del que hubiera querido mostrar. No sabía si estaba desafiándolo o buscándole respuestas.
Robby la miró fijamente, sin apartar sus ojos de los de ella, como si estuviera escudriñando cada rincón de su alma. La pasión en su mirada era palpable, profunda, como si todo su ser estuviera entregado en ese instante, en esa conexión inquebrantable que existía entre ellos. Tory, sin embargo, se encontraba atrapada en un torbellino de emociones que la desbordaban.
—Significa que no quiero compartirte con nadie —dijo Robby, su voz rasposa, cargada de deseo. Sus manos, que habían comenzado a explorar su cuerpo con una calma calculada, ahora se movían con una intensidad que sorprendía a Tory. Cada toque parecía como si intentara absorber cada centímetro de su piel, como si quisiera que ella supiera que no estaba dispuesto a dejarla ir, ni siquiera en sus pensamientos.
Tory sintió cómo su corazón aceleraba al escuchar esas palabras, cómo su cuerpo reaccionaba automáticamente ante la cercanía de él, ante esa promesa implícita de que lo que compartían era único. Pero, al mismo tiempo, una parte de ella intentaba resistirse, recordándose que no debía estar allí. Sabía que era un juego peligroso, uno que podía hacerle daño a otras personas, especialmente a Miguel, pero en ese momento, todo lo que podía pensar era en Robby y en la llama que él había encendido dentro de ella.
—No tienes derecho a decir eso —respondió Tory, su voz saliendo más baja de lo que había querido. Sus palabras eran una mezcla de resistencia y atracción. Pero, en el fondo, sabía que esa resistencia no era más que una fachada para ocultar lo que realmente sentía.
Robby sonrió, esa sonrisa provocadora y confiada que siempre lograba desarmarla. Con un movimiento rápido, la empujó ligeramente hacia atrás, haciendo que cayera de nuevo sobre la cama, mientras él se posicionaba sobre ella. La forma en que la miraba, como si fuera suya, como si no hubiera nada más en el mundo que ese momento, la hacía sentir más vulnerable de lo que quería admitir.
—No me importa si tienes novio, Tory.No me interesa que Miguel sea tu novio. —Sus palabras fueron un susurro urgente, pero cargado de una fuerza que hizo que Tory sintiera cómo su cuerpo reaccionaba sin control. Robby no necesitaba más que eso para hacerla sentir como si fuera la única persona en el mundo que existiera en ese instante.
La rubia cerró los ojos por un segundo, tratando de mantener la compostura, pero todo lo que pudo hacer fue suspirar y dejarse llevar por la intensidad de lo que estaba sucediendo. Robby la había tocado de una manera que ya no podía ignorar, y su cuerpo, sin su permiso, comenzó a responder a sus caricias, a su cercanía.
—Robby... —murmuró, pero las palabras se ahogaron en su garganta cuando sintió cómo sus manos recorrían su piel de nuevo, explorando cada rincón de su cuerpo, haciendo que se tensara bajo su toque.
—No me digas nada, hermosa. —respondió él, casi rogando, pero con esa misma intensidad que no dejaba espacio para la duda. Sus labios se encontraron de nuevo con los de ella, de manera feroz, sin titubeos. El beso fue como un incendio, un fuego que comenzó lento pero que rápidamente se expandió, devorándolo todo.
Tory respondió al beso, sus manos buscando aferrarse a él, a esa sensación de estar completamente inmersa en el momento. Sus dedos se deslizaron por su espalda, sintiendo cómo cada músculo de Robby se tensaba bajo su toque, como si él también estuviera luchando contra la tormenta interna que los envolvía.
—No te quiero compartir... —dijo Robby entre besos, mientras sus labios se deslizaban por el cuello de Tory, besando, mordiendo con un toque posesivo que la hizo gemir. Su cuerpo se movió sobre el de ella, haciendo que sus caderas se presionaran más cerca, como si intentara fusionarse con ella, como si fuera imposible separarse.
—Robby... —suspiró Tory, luchando por mantener el control, pero era inútil. Él tenía esa manera de hacerla perder toda lógica, de encender algo en ella que la dejaba sin defensas.
—Tory... —murmuró él, su voz grave, cargada de deseo, mientras sus manos recorrían su cuerpo con una urgencia que no podía ocultar. La forma en que la tocaba, la forma en que se movía sobre ella, era una declaración silenciosa de que no había vuelta atrás.
Tory lo miró, los ojos llenos de fuego y deseo, y en ese momento, supo que todo lo que había intentado resistir se desvanecía. Robby la había marcado de una manera que no podía negar, y ahora, no le quedaba más que entregarse a lo que estaba sucediendo entre ellos.
Sus cuerpos se movieron en un ritmo sincronizado, como si cada caricia, cada beso, fuera la respuesta a una pregunta no formulada, una llamada que ambos habían estado esperando, aunque ninguno de los dos se atreviera a admitirlo. Era una mezcla de pasión, deseo y, sobre todo, de una necesidad visceral que los consumía por completo.
Robby, al notar cómo la mirada de Tory se suavizaba, sonrió con esa confianza característica que siempre lo rodeaba, como si ya supiera lo que quería de ella. Su actitud era completamente dominante, sin remordimientos, y la manera en que la miraba con esa mezcla de posesividad y deseo no hacía más que aumentar la tensión entre ellos.
—Sabes, Tory... —dijo Robby, acercándose a su oído mientras sus dedos jugaban con uno de sus senos. —Me encanta que te pongas así. Me encanta que no puedas dejar de pensar en mí.
Tory, con el corazón acelerado, trató de responder, pero sus palabras se desvanecieron cuando sintió cómo sus labios recorrían su cuello con una suavidad peligrosa. Cada roce de sus labios la hacía estremecerse, cada suspiro suyo parecía alimentar el fuego que crecía dentro de ella.
—No tienes idea de lo que me haces sentir... —murmuró ella, y aunque intentó que sus palabras sonaran desinteresadas, su tono traicionaba lo contrario. No podía evitarlo. Robby la estaba envolviendo de una manera que la estaba dejando completamente desarmada. Cada caricia, cada palabra, cada mirada parecía tener el poder de borrar todas sus dudas, todas sus reservas.
Robby levantó la cabeza, mirándola con esos ojos que parecían leer su alma, y vio lo que tanto había estado buscando: una pequeña grieta en la resistencia de Tory. Esa chispa de rendición que lo desarmaba y lo encendía al mismo tiempo.
—No quiero que me pienses, Tory. Quiero que sientas lo que te hago... —su voz sonaba grave, arrastrando las palabras con una suavidad que ocultaba un peligro inminente. Sus dedos recorrían su piel, bajando por su cuello, tocando su clavícula con una presión que parecía exigir su total entrega.
Tory, sintiendo una oleada de sensaciones recorrer su cuerpo, no pudo evitar dejar escapar un gemido suave. Esa sensación de ser deseada por Robby, de estar bajo su control, le resultaba tan intensa que no sabía si era algo que debía rechazar o si, en realidad, lo deseaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—No sé que estás haciendo, Robby... pero no quiero que pares. —Las palabras salieron de su boca sin pensar, como si su cuerpo hablara por ella, como si todo lo que quería en ese momento fuera entregarse por completo a esa ola de deseo que la estaba arrastrando.
Robby sonrió, esa sonrisa arrogante pero seductora que la hacía sentir aún más vulnerable. Se inclinó sobre ella, presionando su entre pierna contra la pelvis de la rubia, haciendo que ella sintiera el peso de su cercanía, la electricidad que circulaba entre ellos. Su boca bajó nuevamente hasta sus senos, mordisqueando suavemente, como si quisiera marcarla, reclamarla como suya, algo que hacía con una facilidad asombrosa.
—Te dije que no quiero compartirte, hermosa. Y no lo haré. —Sus manos bajaron por su torso con determinación, acariciando con firmeza, cada movimiento suyo transmitía un deseo palpable que no podía ignorar. Robby estaba completamente absorto en el momento, y Tory no pudo evitar sentir que ella, de alguna manera, también lo estaba.
La intensidad del momento aumentó aún más cuando Robby, con un movimiento rápido, levantó su rostro para capturar sus labios en un beso feroz, profundo. Tory, sin pensarlo, respondió al beso con la misma pasión, sus manos aferrándose a él ,temiendo a que escapara.
El castaño profundizó el beso, cada roce de sus labios parecía sumergirlos en un torbellino de deseo, arrastrando a Tory más y más cerca de él. Sus manos no se quedaron quietas, exploraban cada rincón de su cuerpo con una urgencia que sólo aumentaba con cada caricia. Tory, atrapada en la intensidad de su contacto, respondió con la misma fuerza, aferrándose a él, como si fuera lo único que podía sostenerla en ese momento.
—No quiero que esto termine —dijo Robby entre besos, su respiración entrecortada, sus palabras sonando más urgentes a medida que la pasión crecía entre ellos.
Tory, con los ojos cerrados, no sabía cómo había llegado hasta allí, pero lo que sentía era tan real, tan eléctrico, que no podía retroceder. Cada palabra de Robby, cada mirada, cada toque la hacía desearlo más. Sus cuerpos se movían al unísono, como si se conocieran desde siempre, como si cada segundo estuviera destinado a ser vivido con esa intensidad.
—¿Qué estás haciendo conmigo? —preguntó ella, su voz un susurro, una mezcla de rendición y deseo.
Robby sonrió contra su cuello, su respiración aún pesada mientras sus manos se deslizaban por su espalda.
—Lo que quiero —respondió con una certeza que la dejó sin aliento. —Y tú también lo quieres, no me hagas creer lo contrario.
Tory, aunque sintió la resistencia en su interior, no podía evitar que su cuerpo reaccionara a cada palabra, a cada movimiento de Robby. Era como si el control se le escapara de las manos. La pasión que compartían la envolvía, la llevaba por un camino en el que no podía ni quería detenerse.
—No quiero que me dejes ir —murmuró Robby, y sus palabras la hicieron estremecer. —Tú eres mía, Tory. Sólo mía.
Su declaración fue una mezcla de posesión y deseo, algo que la excitaba y aterraba al mismo tiempo. La presión de su cuerpo contra el de ella, su aliento caliente, la forma en que la hacía sentir tan vulnerable pero tan viva a la vez, la estaba destruyendo de maneras que no comprendía completamente.
Robby la miró con una intensidad que no dejaba espacio para dudas. Sus ojos, como un fuego, brillaban con la necesidad de tenerla completamente. La forma en que la sostenía, con fuerza pero con ternura, le mostraba lo posesivo que podía ser, pero también lo profundamente que la deseaba. Era como si no pudiera dejarla ir, como si su vida dependiera de tenerla a su lado.
—No me voy a detener —susurró, su voz grave y cargada de un deseo palpable.
Tory tragó saliva, incapaz de contestar, su cuerpo hablaba por ella, pidiendo más, pidiendo seguir, pidiendo ceder completamente a esa intensidad.
De repente, Robby la giró hacia él con delicadeza, colocando su rostro frente al de ella. No dijo nada más, sus ojos transmitían todo lo que sentía, y lo que esperaba de ella.
Tory, sin palabras, se acercó más, sus labios buscando los de él de nuevo. Un beso suave al principio, pero luego, cada vez más apasionado, más urgente. Robby la besó con ferocidad, como si fuera el último beso que pudieran compartir, y ella, atrapada en la espiral de deseo, no hizo nada para frenarlo. Cada caricia, cada beso, las palabras no pronunciadas, las sensaciones que los envolvían, hacían que todo lo demás desapareciera.
El cuarto, la noche, todo se desvaneció en ese instante. Robby la hizo sentir que no había nada más importante en el mundo que ellos dos, juntos, atrapados en ese momento de pura pasión. Tory, que siempre había sido tan controlada, tan racional, ahora se entregaba sin reservas, sin pensar en las consecuencias. El tiempo parecía detenerse, y sólo existían ellos, solo existían sus cuerpos entrelazados.
Finalmente, cuando la intensidad alcanzó su punto máximo, ambos se quedaron quietos, respirando pesadamente, sus cuerpos aún entrelazados. Robby descansó su frente sobre la de Tory, con los ojos cerrados, como si aún estuviera procesando lo que acababa de suceder. Tory, a su vez, se quedó allí, con el corazón desbocado, sintiendo una mezcla de satisfacción y confusión. Había algo profundamente liberador en esos momentos que compartía con Robby, algo que la había hecho perderse en el deseo y la pasión, pero también sabía que esto no era algo sencillo.
—¿Y qué vamos a hacer ahora? —preguntó Tory, su voz un susurro, casi temerosa de las palabras que acababa de pronunciar.
Robby levantó la cabeza para mirarla, sus ojos fijos en los de ella con una intensidad que nunca antes había mostrado.
—Ahora... —dijo, acariciando su rostro con suavidad—, ahora quiero que lo sientas, quiero que sepas que esto es real. Y aunque sé que todo esto es complicado, yo no quiero soltarlo, ni a ti ni a lo que hemos compartido en estas noches.
Tory cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo la batalla interna que había librado durante todo el encuentro comenzaba a suavizarse, pero las dudas seguían siendo fuertes. No podía ignorar la realidad que se avecinaba: el dolor que causaría si alguien llegaba a enterarse, el caos que podría provocar si este momento se convirtiera en algo más que un secreto.
—No sé si pueda seguir con esto, Robby —susurró, pero sin apartarse, sin moverse de su lugar. A pesar de todo, había algo en su voz que revelaba que, aunque su mente estaba llena de dudas, su corazón estaba atrapado en lo que acababa de vivir.
Robby suspiró, un suspiro profundo, como si hubiera esperado esas palabras. Sin embargo, en lugar de apartarse o alejarse, la sostuvo aún más cerca, rodeándola con sus brazos con una fuerza reconfortante.
—No tienes que saberlo todo ahora, Tory —dijo, su tono calmado pero seguro—. No todo tiene que resolverse de inmediato. Solo sé que lo que hemos vivido es real, y si alguna vez decides que esto puede ser algo más, estaré aquí. No voy a ir a ninguna parte.
Tory lo miró, sus ojos llenos de una mezcla de confusión, deseo y vulnerabilidad. Robby no estaba presionándola, no la estaba forzando a hacer nada. Había algo tan genuino en su mirada, algo tan sincero, que le hizo sentir una pequeña chispa de esperanza en medio de su incertidumbre.
—Lo sé —respondió ella, su voz temblorosa—. Pero necesito tiempo, Robby. Solo tiempo.
Robby asintió lentamente, entendiendo lo que ella necesitaba, sin mostrar signos de frustración o impaciencia. En lugar de eso, la besó suavemente en la frente, como si sellara la promesa de que no la iba a presionar, de que la daría el espacio que necesitaba.
—Lo que sea que necesites, estoy dispuesto a esperar. No te preocupes.
El silencio llenó el cuarto, pero no fue un silencio incómodo. Ambos se quedaron ahí, abrazados, en un espacio suspendido en el tiempo, donde el mundo exterior parecía haberse desvanecido por completo. Y, por un momento, no importaba nada más. Solo existían ellos dos, perdidos en un mar de emociones encontradas, pero también en una conexión que los unía de una manera que ninguno de los dos entendía completamente.
Tory suspiró, su mente aún llena de pensamientos contradictorios, pero, por un instante, se permitió sentir la paz que Robby le había ofrecido sin palabras, simplemente con su presencia.
—Gracias —dijo finalmente, casi en un susurro.
Robby la miró, su rostro suave, una expresión que mezclaba cariño con una intensidad que no podía ocultar.
—No tienes que darme las gracias, Tory. Ya sabes lo que significas para mí. Y aunque las cosas sean complicadas, eso no va a cambiar.
Y, con esa promesa no dicha, ambos permanecieron ahí, envueltos en la calma después de la tormenta, con la incertidumbre del futuro, pero también con la certeza de que, en ese momento, algo entre ellos había cambiado para siempre.
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