🩶[Lo bueno y lo malo]Samantha y Tory


Samantha Larusso
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Male character
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Tory Nichols


Narrado por Nicolay Mozkowitz

Los días en West Valley High eran cualquier cosa menos normales. Aquí, el drama se respiraba en los pasillos y las miradas siempre estaban cargadas de tensión. Algunos se metían en problemas por pura diversión; otros, porque no tenían opción. Yo, Nicolay, me encontraba en algún punto intermedio. Siempre estaba atrapado entre decisiones, entre personas, entre mundos.

No era algo que buscara, pero tampoco podía evitarlo. Mi hermano mayor, Eli, era el centro de atención por sus propias razones. Todos lo conocían como "Halcón" por su actitud desafiante y su forma de manejar los problemas a su manera, lo que lo hacía temido y respetado. Yo, en cambio, era el chico alto, de cabello castaño, ojos verdes y sonrisa fácil, que parecía atraer la atención sin esfuerzo. A veces, me preguntaba si eso era una bendición o una maldición. Porque donde había atención, había expectativas... y problemas.

En este caso, los problemas tenían nombres: Samantha LaRusso y Tory Nichols.

Samantha era todo lo que cualquiera podría desear: hermosa, inteligente, segura de sí misma. Pero también era exigente, alguien que no aceptaba menos de lo que creía merecer. Salir con ella era como caminar por un campo minado. Cada palabra que decías debía estar calculada, cada acción perfectamente planeada. No era sencillo, pero había algo en su fuerza que me atraía, como si cada desafío que ella me lanzaba fuera una invitación a demostrarle que yo podía estar a su altura.

Tory era todo lo contrario. Caótica, impulsiva, llena de fuego. Cuando estaba con ella, no había planes ni expectativas. Solo el presente, la adrenalina y una chispa constante que hacía que cada momento se sintiera único. Pero su vida estaba lejos de ser perfecta, y yo lo sabía. La forma en que siempre parecía estar lista para atacar era más un mecanismo de defensa que una característica. Había algo vulnerable en ella, algo que no dejaba que nadie más viera, excepto, quizás, yo.

El problema comenzó el sábado por la noche. Tory me había enviado un mensaje, sugiriendo que nos viéramos. "Algo fuera de lo común", escribió; Sabía que era una mala idea, pero no pude resistirme. Habíamos terminado en el Belrose, un hotel caro que elegí sin siquiera pestañear.

La noche había sido... intensa. Tory era una mezcla de pasión y desafío, y aunque sabía que no debía involucrarme demasiado, una parte de mí no podía decir que no. Era como si necesitara esa explosión de energía que solo ella podía ofrecer.

Pero sabía que esto no iba a quedarse en secreto por mucho tiempo. Samantha siempre tenía una forma de enterarse de todo. Y el lunes por la mañana, cuando llegué a la escuela, lo confirmé al ver su mirada llena de fuego.

Lunes 15:23 p.m

Estaba en el vestuario después del entrenamiento de baloncesto, ajustándome el reloj cuando la puerta se abrió con un golpe fuerte. El sonido rebotó por las paredes, pero no me molesté en girarme. Ya sabía quién era.

—¿Te divertiste este fin de semana, Nico? —La voz de Samantha estaba cargada de sarcasmo, casi como un dardo que buscaba su blanco.

Me giré lentamente, encontrándome con ella apoyada contra la puerta del baño. Su postura era rígida, sus brazos cruzados y su expresión una mezcla de enojo y desdén.

—¿De qué hablas, Sam? —pregunté, intentando sonar despreocupado, aunque ya sabía exactamente a qué se refería.

Ella avanzó un paso, su mirada clavándose en la mía.

—No te hagas el idiota. Sé que estuviste con Tory en el Belrose.

Suspiré, cerrando mi casillero con calma.

—¿Y eso qué? No te debo nada, Sam.

Su reacción fue instantánea. Sus ojos se entrecerraron y su mandíbula se tensó.

—¿Que no me debes nada? —repitió con una risa amarga—. Claro, Nicolay. Porque acostarte con ella no significa nada, ¿verdad?

—No es asunto tuyo. —Intenté mantener la calma, pero la forma en que habló de Tory me molestó más de lo que esperaba—. Lo que haga o deje de hacer no tiene nada que ver contigo.

—Claro que tiene que ver conmigo. —Su voz se elevó, y dio otro paso hacia mí, quedando lo suficientemente cerca como para que pudiera ver la furia en sus ojos—. Porque mientras juegas con ella, también intentas jugar conmigo.

Me quedé en silencio, porque sabía que tenía razón. No podía negarlo.

—Tory y yo... —comencé, pero ella no me dejó terminar.

—No me importa lo que tengas que decir sobre Tory. —Su voz era dura, sin un rastro de la dulzura que a veces mostraba—. Si ella es lo que quieres, entonces adelante. Diviértete. Fóllatela todas las veces que quieras.

Sus palabras eran como golpes directos al pecho, pero antes de que pudiera responder, ella continuó:

—Pero a mí... a mí no me tocas más.

Había un final definitivo en su voz, como si esa declaración fuera la última palabra. Dio media vuelta y salió del vestuario antes de que pudiera decir algo.

Salí del vestuario con pasos rápidos, tratando de disipar la frustración que había dejado mi discusión con Samantha. Esa chica tenía un talento especial para exasperarme. Me pasé la mano por el cabello, todavía escuchando sus palabras resonar en mi cabeza como un maldito eco. "Follatela todas las veces que quieras..." ¿Cómo se suponía que debía responder a algo como eso?

A lo lejos, la vi.

Tory Nichols estaba junto a su casillero, metiendo cosas con movimientos rápidos y torpes. La tensión en sus hombros era evidente, y su expresión de pocos amigos dejaba claro que no estaba de humor para tonterías. Pero ese era el problema conmigo y Tory: siempre parecía buscar su atención, incluso cuando sabía que me estaba metiendo en un campo minado.

Una sonrisa juguetona se formó en mi rostro mientras me acercaba. La idea de desarmarla, aunque fuera por un momento, era demasiado tentadora. Me acerqué con cuidado, extendiendo la mano para rozar suavemente su cintura, un gesto que normalmente la hacía rodar los ojos, pero no esta vez.

Su reacción fue inmediata.

Se apartó como si mi toque la hubiera quemado, girándose hacia mí con los ojos encendidos y una expresión que podía partir a alguien en dos.

—¿Qué demonios quieres, Nicolay? —espetó, su voz afilada como una cuchilla.

Parpadeé, sorprendido por su brusquedad, aunque traté de mantener mi fachada despreocupada.

—Tranquila, preciosa. —Le dediqué una sonrisa casual—. Solo estaba siendo amable.

Su risa seca me dejó claro que no iba a ser tan fácil.

—¿Amable? —repitió con sarcasmo, cruzándose de brazos mientras inclinaba la cabeza hacia un lado—. ¿Es eso lo que haces cuando no estás ocupado revolcándote con Samantha?

El golpe fue directo, y aunque intenté no reaccionar, el calor subió por mi cuello. Así que se había enterado.

—¿Y qué si lo hago? —le respondí, mi tono más defensivo de lo que pretendía—. No es como si tú estuvieras precisamente libre de culpa.

Sus ojos se entrecerraron, y por un segundo, pensé que iba a lanzarme un puñetazo.

—¿Qué demonios significa eso? —preguntó, su voz cargada de amenaza.

—Vamos, Tory. —Cruzarme de brazos me dio una falsa sensación de control—. No es un secreto para nadie que tú y Robby tienen algo.

Sus labios se apretaron en una fina línea, y durante un segundo fugaz, vi algo en su rostro: sorpresa, tal vez culpa. Pero lo escondió tan rápido como apareció.

—¿Eso es todo lo que tienes? —respondió con una sonrisa sarcástica que no llegó a sus ojos—. ¿Vas a usar a Robby como excusa para justificar que no puedes mantener tus manos quietas?

Eso me golpeó más de lo que esperaba. Me incliné hacia ella, acortando la distancia entre nosotros, mi voz baja y cargada de ira.

—No te pongas en un pedestal. Sabes perfectamente que no eres ninguna santa.

Ella dio un paso hacia mí, cerrando el espacio de forma desafiante. Sus ojos ardían, y su voz, cuando habló, era baja pero afilada.

—¿Y qué si no lo soy? —soltó, con un tono cargado de veneno—. Al menos yo no ando jugando con dos personas al mismo tiempo, esperando que todos estén bien con eso.

—¿De verdad? —repliqué con una risa amarga, pasando una mano por mi cabello mientras trataba de mantener la calma—. Porque hasta donde yo sé, tú y Robby tienen su propia rutina. ¿O acaso quieres que finja que no me doy cuenta?

El comentario la hirió; lo vi en su expresión, aunque lo ocultó rápidamente detrás de una máscara de desprecio.

—Robby no tiene nada que ver con esto, idiota. —Sus palabras eran rápidas, como si estuviera desesperada por cortar la conversación.

—Claro, Tory. Sigue diciéndote eso. —Dejé caer las palabras como una bomba, disfrutando por un breve momento de verla sin palabras.

Ella me miró con una mezcla de frustración y enojo, como si estuviera debatiéndose entre golpearme o dejarme plantado. Finalmente, soltó un resoplido y cerró su casillero con tanta fuerza que el sonido resonó por el pasillo.

—Que te den, imbécil. —Sus palabras fueron rápidas, cortantes, pero cargadas de significado.

Sin esperar mi respuesta, se giró y comenzó a alejarse. Dios, odiaba admitirlo, pero incluso enojada, había algo en ella que me mantenía enganchado. Mi mirada la siguió mientras se alejaba con su andar decidido, y, sí, probablemente me odiaría a mí mismo por fijarme en su trasero, pero no podía evitarlo.

Justo cuando pensaba que mi día no podía ser más ridículo, una risa conocida rompió el silencio. Giré la cabeza y allí estaban Miguel Díaz y mi hermano Eli, apoyados contra una pared al final del pasillo, obviamente habiendo presenciado toda la escena.

—¿Qué? —dije con brusquedad, avanzando hacia ellos.

Miguel levantó las manos, con una expresión que intentaba ser seria pero no podía ocultar su diversión.

—Nada, hombre. Solo... buen espectáculo. —Una sonrisa se formó en su rostro—. Tú y Tory, ¿eh?

—No empieces, Miguel. —Lo señalé con un dedo, pero mi tono no tenía fuerza.

Eli, en cambio, no perdió la oportunidad de añadir su propio comentario.

—¿Sabes? Si fueras un poco más idiota, tendrías que pagarme por cargarte. —Su sonrisa burlona era suficiente para encenderme, pero me limité a fulminarlo con la mirada.

—¿Por qué no te largas?

—¿Y perderme el próximo capítulo? Ni loco. —Me guiñó un ojo antes de cruzar los brazos y recostarse contra la pared.

—Idiotas. —Solté un suspiro y comencé a alejarme de ellos. La verdad, ya había tenido suficiente drama por un día.

—Jo-der, deja de babear por Nichols.

La voz de Demetri me sacó del trance en el que estaba, sus palabras resonaron en el pasillo con una mezcla de burla y suficiencia. Giré la cabeza hacia él, frunciendo el ceño con fuerza.

—No babeo por rubias —respondí de inmediato, soltando la primera estupidez que se me ocurrió—, pero si por maricones, como tú.

Su expresión cambió por un instante, y luego soltó una risa seca, ladeando la cabeza.

—Que te den. —Me fulminó con la mirada antes de añadir—: ¿Estás bien?

Me tomó un segundo responder. Parte de mí quería ignorarlo, pero la otra sabía que Demetri era, en el fondo, alguien que se preocupaba.

—Estoy bien, solo... —Me encogí de hombros, incapaz de poner en palabras todo lo que me estaba pasando—. Ya sabes.

Él levantó una ceja, claramente no convencido, pero antes de que pudiera decir algo más, algo llamó mi atención.

Moon y Yasmine.

Estaban al final del pasillo, completamente ajenas al mundo. Besándose. Y no era cualquier beso. Era apasionado, descarado, y, para mi sorpresa, lleno de una química que no esperaba de ellas. Cuando se separaron, ambas rieron como si acabaran de compartir un chiste interno que nadie más entendería.

Parpadeé varias veces, tratando de procesar lo que estaba viendo.

—¿Qué...? —Las palabras se atascaron en mi garganta mientras trataba de buscar una explicación lógica—. ¿Moon y Yasmine? ¿Cuándo pasó esto?

Demetri, que había seguido mi mirada, dejó escapar un silbido bajo.

—¿De qué me perdí? —murmuré, aún incrédulo.

Fue entonces cuando Miguel, quien hasta ahora había estado observando en silencio, decidió abrir la boca.

—Oh, la nueva pareja. ¡Enhorabuena! —masculló, con ese tono suyo de sarcasmo que podía irritar a cualquiera.

—Cállate, Miguel. —Le lancé una mirada de advertencia, pero él simplemente sonrió, divertido.

—¿Qué? Solo digo que se ven bien juntas. Mejor que tú y Tory, por lo menos.

Fruncí el ceño.

—No somos una pareja.

—No. Claro que no. —Miguel hizo un gesto exagerado, como si estuviera completamente de acuerdo—. Solo estábamos aquí para ver cómo se gritaban cosas y sacaban a relucir sus respectivos problemas de confianza. Suena mucho más sano.

—Miguel. —Mi tono fue más duro, pero él no se inmutó.

Demetri, por su parte, parecía más interesado en las chicas que en la discusión que estábamos teniendo.

—¿Cuándo terminaron Moon y Eli? —preguntó, todavía mirando hacia el final del pasillo.

—Buena pregunta. —Miguel se encogió de hombros, volviendo su atención a mí—. Tal vez deberías preguntarle a él. Oh, espera, no creo que le importe, considerando que también anda ocupado con... bueno, todo el mundo.

—¿Qué quieres decir con eso? —Lo miré fijamente, sintiendo que me estaba perdiendo algo importante.

—Vamos, Nicolay. —Miguel sonrió de lado, cruzándose de brazos—. No es un secreto que Robby y Tory tienen algo. ¿O me vas a decir que tampoco lo sabías?

Mi mandíbula se tensó de inmediato.

—Eso no es asunto mío. —Intenté sonar despreocupado, pero el tono en mi voz me traicionó.

—¿Seguro? Porque parecías bastante... afectado hace unos minutos. —Miguel levantó una ceja.

Narrado por Nicolay Mozkowitz

Eli apareció justo en el momento en que Miguel seguía disfrutando de mi incomodidad. Como siempre, mi hermano tenía un talento especial para cambiar la energía de una situación, aunque esta vez parecía más interesado en evitar un tema que en arreglar las cosas.

—¿De verdad vamos a quedarnos aquí parados hablando de... esto? —dijo Eli, haciendo un gesto vago hacia el final del pasillo, donde Moon y Yasmine seguían hablando como si nada. Su mandíbula estaba tensa, pero trataba de actuar como si no le importara.

Miguel se inclinó un poco hacia él, con una sonrisa burlona.

—¿Por qué? ¿Te incomoda, Hawk? —Usó el antiguo apodo de Eli, sabiendo perfectamente que a mi hermano no le gustaba que lo llamaran así últimamente.

—No me incomoda nada, Díaz. —Eli lo fulminó con la mirada antes de cambiar de tema abruptamente—. De hecho, estaba pensando en algo más interesante.

Levanté una ceja, curioso.

—¿Ah, sí? ¿Qué cosa?

Eli se cruzó de brazos, adoptando esa actitud despreocupada que solía usar cuando estaba planeando algo.

—Voy a hacer una fiesta en casa este viernes. Nuestros padres estarán fuera todo el fin de semana, así que... ¿por qué no?

Lo miré, sorprendido.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo?

Él se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia.

—Te lo estoy diciendo ahora, ¿no?

Miguel soltó una risa baja, mientras Demetri, que hasta ese momento había estado distraído mirando su teléfono, levantó la cabeza con una expresión de entusiasmo.

—¿Fiesta en casa de los Mozkowitz? Estoy dentro.

—Por supuesto que lo estás. —Eli le lanzó una mirada divertida antes de volver su atención a Miguel—. ¿Y tú, Díaz?

Miguel fingió pensarlo durante unos segundos, llevándose una mano al mentón.

—No sé, hombre. Tengo una agenda apretada. Pero creo que puedo hacer un hueco.

—Genial. —Eli asintió, claramente satisfecho con la respuesta.

Yo, sin embargo, no estaba tan seguro.

—Espera un segundo. —Lo detuve, cruzándome de brazos—. ¿Estás seguro de esto? Ya sabes cómo se ponen las cosas cuando organizas algo así.

—¿Desde cuándo te preocupas tanto, Nicolay? —Eli me lanzó una mirada de desafío, como si mis palabras lo hubieran ofendido—. Será divertido. Además, necesitas relajarte un poco.

No podía discutir con eso. Después del día que había tenido, una fiesta no sonaba tan mal.

—Está bien. —Suspiré, rindiéndome—. Pero más te vale que no destrocen nada importante, Eli.

—¿Yo? —Eli fingió indignación—. Soy un anfitrión responsable.

Miguel se echó a reír.

—Claro que lo eres. Como aquella vez en la fiesta de Halloween cuando alguien terminó pintando las paredes de tu habitación.

—Eso fue diferente. —Eli agitó la mano, restándole importancia—. Además, aprendí de mis errores.

Demetri, que había estado escuchando en silencio, intervino con una sonrisa.

—Sí, aprendiste a esconder la pintura antes de que llegaran los invitados.

Eli le lanzó una mirada que decía "cállate", pero todos terminamos riéndonos de todas formas.

—Entonces, ¿qué tipo de fiesta estás pensando? —pregunté finalmente, inclinándome contra mi casillero mientras lo miraba.

—Algo grande. —Eli sonrió, como si ya estuviera imaginando la noche—. Música, comida, bebida. Ya sabes, lo básico.

—¿Lo básico? —Miguel levantó una ceja—. Eso suena aburrido. Si vamos a hacer esto, necesitamos algo más.

—Como qué, genio. —Eli le devolvió la mirada.

—No sé... Tal vez una temática. Algo que haga que todos hablen de esto por semanas.

—¿Temática? —Eli se rio entre dientes—. ¿Qué eres, el organizador de eventos ahora?

—Podría ser. —Miguel le lanzó una sonrisa.

Demetri intervino, levantando la mano como si estuviera en clase.

—¿Qué tal algo elegante? Como una fiesta de máscaras o algo así.

—¿Máscaras? —Eli frunció el ceño, claramente no convencido—. Suena complicado.

—Es una idea. —Demetri se encogió de hombros—. Solo trato de aportar algo al grupo.

—Yo digo que lo dejemos simple. —Miguel interrumpió, volviendo su atención a Eli—. Lo importante es que haya suficiente alcohol y que todo el mundo lo pase bien.

—Eso puedo hacerlo. —Eli asintió, como si estuviera tomando nota mental—. De hecho, puedo encargarme de todo.

—¿Y nosotros qué hacemos? —pregunté, sintiendo que esto se estaba saliendo de control rápidamente.

—Tú relájate, Nicolay. —Eli me dio una palmada en el hombro—. Yo me encargo de todo.

Por alguna razón, eso no me tranquilizó en absoluto. Pero al menos, por un momento, parecía que todos estábamos de acuerdo en algo.

Mientras nos alejábamos del pasillo, ya podía imaginarme el caos que se avecinaba. Una fiesta en nuestra casa no era solo una reunión; era una garantía de que algo, en algún momento, saldría terriblemente mal.

Y, extrañamente, no podía esperar para ver qué sería.

Viernes 21:58 p.m

El viernes llegó más rápido de lo que esperaba, y con él, la inevitable tormenta de caos. La casa estaba repleta. Música vibrando en cada rincón, risas, conversaciones que se mezclaban con el ruido, y un desfile interminable de rostros familiares y algunos que nunca había visto antes. La noche era joven, pero la fiesta ya estaba en pleno apogeo.

Me encontraba en el patio, apoyado contra una de las columnas que delimitaban la terraza. Desde ahí, tenía una vista perfecta del desastre en formación.

Moon y Yasmine estaban al fondo, apartadas del resto, besándose con la despreocupación que da el alcohol y la oscuridad. Sus risas suaves se mezclaban con la música, como si el resto del mundo no existiera. Era extraño verlas así, no porque no me alegrara por ellas, sino porque hasta hace poco, Moon era parte de la vida de Eli. Aunque él intentaba actuar como si no le importara, sabía que esas cosas siempre dejaban marcas.

Eli, por su parte, estaba en el centro de la acción, junto a Miguel y Demetri. Los tres sostenían vasos con algún brebaje que claramente había sido mezclado sin ningún respeto por las leyes básicas de la química. Cada vez que uno de ellos se inclinaba hacia adelante para decir algo, terminaban riéndose a carcajadas, como si compartieran un chiste privado que solo ellos entendían.

No muy lejos de ellos, junto a la piscina, Sam estaba recostada en una reposera, sosteniendo una copa de champagne en una mano y mirando al agua como si estuviera perdida en sus pensamientos. Su vestido rojo ajustado brillaba bajo las luces, y su cabello caía en cascada por su hombro, perfectamente arreglado. Parecía ajena al ruido a su alrededor, pero yo sabía que estaba atenta a cada movimiento. Siempre lo estaba.

Y luego estaba Tory.

Estaba en uno de los sofás de la terraza, reclinada con una pereza elegante, como si supiera que cada mirada en la fiesta, de una forma u otra, terminaba encontrándola. Robby estaba a su lado, con una mano entrelazada en el cabello de ella, haciéndole suaves caricias mientras conversaban en voz baja. La cercanía entre ellos era palpable, casi incómoda de mirar. Parecía una escena perfectamente ensayada, como si ambos supieran exactamente cómo mantener el control de la atención sin siquiera intentarlo.

Y yo estaba ahí, en medio de todo, con un vaso en la mano y la cabeza llena de pensamientos contradictorios. Mis ojos iban de Sam a Tory y de Tory a Sam, atrapado entre lo bueno y lo malo, lo que quería y lo que sabía que no podía tener.

Eli fue el primero en notar mi estado. Se acercó con su vaso a medio llenar y me dio un golpe amistoso en el hombro.

—¿Qué pasa contigo, Nicolay? —preguntó, inclinándose un poco para mirarme de cerca—. Pareces más aburrido que Demetri en una clase de cálculo.

—Estoy bien. —Respondí, aunque mi tono no sonó del todo convincente.

—Claro que lo estás. —Eli rodó los ojos antes de mirar hacia el sofá donde estaban Tory y Robby—. ¿O es que no puedes dejar de mirar a Nichols?

—No empieces, Eli.

—¿Por qué no? Es divertido verte sufrir. —Su tono era burlón, pero había algo más detrás de sus palabras.

Miguel, que había estado observando desde cerca, decidió unirse a la conversación.

—Hablando de Nichols... —dijo, señalando disimuladamente hacia el sofá—. ¿No es un poco raro que esté tan cómoda con Keene?

—¿Por qué sería raro? —pregunté, aunque sabía exactamente a dónde iba con eso.

—Porque tú estás aquí, Nicolay. —Miguel se encogió de hombros—. Y porque, bueno... todos sabemos que las cosas entre tú y Tory son... complicadas.

—No hay nada entre Tory y yo. —Respondí rápidamente, quizá demasiado rápido.

Eli soltó una carcajada.

—Claro que no, hermano. Y yo soy un monje tibetano.

Lo ignoré, volviendo mi mirada hacia el agua de la piscina, intentando alejarme del tema. Pero no duró mucho.

Narrado por Nicolay Mozkowitz

—¿Qué haces aquí solo, Mozkowitz? —La voz de Sam irrumpió en mis pensamientos, suave pero cargada de un tono que no podía ignorar.

Levanté la vista, encontrándola de pie frente a mí, con una copa de champagne en la mano y una expresión que mezclaba curiosidad y algo más difícil de descifrar. Su vestido rojo captaba la luz de la terraza, acentuando su figura, y su cabello perfectamente arreglado caía sobre su hombro como si supiera que estaba siendo observada.

—Solo disfrutando de la fiesta. —Mentí, esforzándome por sonar despreocupado mientras le sostenía la mirada.

Sam arqueó una ceja, claramente no convencida. Dio un paso más cerca, dejando que el sonido de sus tacones rompiera la breve tensión entre nosotros.

—¿De verdad? —preguntó con una sonrisa lenta y deliberada—. Porque parece que estás pensando en otra cosa... o en alguien más.

No pude evitar soltar una risa seca, sacudiendo la cabeza.

—¿Y a ti qué te importa?

Ella no se inmutó. De hecho, su sonrisa se amplió, convirtiéndose en algo casi malicioso. Dio otro sorbo de su champagne antes de inclinarse ligeramente hacia mí, lo suficiente para que su perfume, dulce y persistente, llenara el espacio entre nosotros.

—Nada, en realidad —respondió con un tono casual, aunque sus ojos decían otra cosa—. Solo me divierte verte así.

—¿Así cómo? —pregunté, cruzando los brazos frente a mi pecho.

—Tan... confundido. —Se encogió de hombros, como si estuviera hablando del clima, pero sus palabras iban dirigidas como un dardo—. Entre Tory y yo, parece que no sabes hacia dónde mirar.

Me tensé, pero mantuve mi compostura. Sam siempre sabía exactamente dónde golpear, pero esta vez no iba a dárselo tan fácil.

—Tal vez porque no necesito elegir. —Le devolví la sonrisa, dejando que mis palabras colgaran en el aire—. No le debo nada a ninguna de ustedes.

Sam se rió, pero había un destello de algo en sus ojos, un reconocimiento que no pudo ocultar.

—¿Es eso lo que crees, Nicolay? —dijo, acercándose aún más hasta que estábamos a escasos centímetros el uno del otro—. Que puedes tenernos a las dos.

—¿Por qué no? —respondí con un tono que pretendía ser despreocupado, aunque sentía el peso de cada palabra—. No soy yo quien se mete en relaciones complicadas para después venir a buscarme.

Sam ladeó la cabeza, estudiándome como si intentara decidir si lo que había dicho la enfurecía o la intrigaba. Finalmente, dejó escapar una risa suave, sin apartar la mirada de mí.

—Eres más arrogante de lo que pensaba.

—Y tú más predecible de lo que aparentas. —La respuesta salió antes de que pudiera detenerme.

Ella levantó una ceja, pero en lugar de enfadarse, pareció disfrutar del intercambio.

—¿Predecible? —repitió, dando un paso hacia atrás, aunque todavía mantenía su posición dominante—. Si soy tan predecible, dime entonces, ¿qué voy a hacer ahora?

Me quedé en silencio por un momento, evaluando su expresión. Luego, sin pensarlo demasiado, di un paso hacia adelante, acortando la distancia que ella había creado.

—Seguir jugando este juego conmigo —dije en voz baja, mirándola directamente a los ojos—. Porque no puedes evitarlo.

Sam sostuvo mi mirada, y por un momento, el ruido de la fiesta pareció desvanecerse. La tensión entre nosotros era casi tangible, como una cuerda estirada al máximo.

—Tal vez —dijo finalmente, con un tono que era más suave, pero no menos desafiante—. O tal vez estoy esperando a que tú te canses primero.

—Buena suerte con eso. —Le dediqué una sonrisa ladeada antes de apartar la vista, dejando que mis ojos viajaran brevemente hacia Tory, que todavía estaba recostada junto a Robby.

Sam notó el movimiento y dejó escapar una pequeña risa, esta vez más fría.

—Hablando de ella... —dijo, haciendo un gesto hacia Tory con su copa—. No te parece un poco... ¿patético?

—¿Qué cosa?

—Que sigas mirándola, cuando está claramente feliz con Robby.

Su tono era cortante, pero yo no iba a dejar que tuviera la última palabra.

—¿Y qué hay de ti, Sam? —respondí, volviendo a mirarla—. Estás aquí conmigo, coqueteando, cuando podrías estar allá con cualquiera. ¿Eso no es igual de patético?

Ella no respondió de inmediato, pero la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa lenta me hizo saber que había disfrutado el golpe, aunque no lo admitiría.

—Tal vez lo sea —dijo finalmente, su tono casi un susurro—. Pero al menos yo sé lo que quiero.

—¿Estás segura? —pregunté, inclinándome un poco hacia ella.

Por un momento, parecía que iba a responder, pero en lugar de eso, dio un paso atrás, levantando su copa en un gesto de despedida.

—Buena suerte, Mozkowitz. La vas a necesitar más que yo.

La vi alejarse, con su vestido rojo brillando bajo las luces, y me quedé allí, atrapado entre la provocación de Sam y la imagen de Tory con Robby. Era un juego peligroso, uno que no estaba seguro de querer ganar, pero tampoco de querer perder.

22:46 p.m

El ambiente en el patio cambió drásticamente en un instante. La música subió de volumen, los ritmos se volvieron más intensos y, como si se hubiera dado una orden invisible, todos comenzaron a bailar. Las risas, las conversaciones y el ruido de las copas entrechocando se mezclaron con la música, creando una energía casi palpable.

Desde mi lugar, pude ver a Tory levantarse del sofá con una gracia que parecía ensayada, aunque sabía que le salía de forma natural. Robby la siguió, y en cuanto ambos llegaron al centro de la pista improvisada, comenzaron a bailar. Pero no era cualquier tipo de baile. Tory movía las caderas con una confianza que era imposible ignorar, mientras Robby la seguía, colocándose detrás de ella, sus manos descansando en su cintura.

Desvié la mirada hacia mi vaso, tomando un largo sorbo de mi mojito, intentando ignorar lo que estaba ocurriendo frente a mí. No porque me importara demasiado, sino porque no estaba dispuesto a darle a Tory el placer de saber que lo estaba mirando.

Entonces, sentí una mano cálida tomar la mía.

—¿Qué haces aquí? —La voz de Samantha sonó cerca, suave, casi como si me estuviera susurrando.

Levanté la vista, y ahí estaba ella, sonriendo con esa mezcla de coquetería y desafío que parecía haber perfeccionado solo para volverme loco.

—Bebiendo —respondí, alzando mi vaso como si fuera la respuesta más obvia del mundo.

—Eso ya lo veo. —Se inclinó ligeramente hacia mí, su perfume envolviéndome de inmediato—. Pero esta no es una noche para quedarte sentado.

Antes de que pudiera contestar, Sam me jaló de la mano con una fuerza inesperada, prácticamente obligándome a levantarme.

—Vamos a bailar —dijo, sin dejar espacio para objeciones.

—¿Tú y yo? —pregunté con una sonrisa burlona, aunque ya me estaba dejando arrastrar hacia la pista.

—¿Tienes algo mejor que hacer?

La respuesta me hizo reír, y en cuestión de segundos estábamos entre la multitud, rodeados por la energía de la música y el movimiento. Sam comenzó a moverse al ritmo de la música, y yo no pude evitar quedarme unos segundos observándola. Era imposible no hacerlo. Samantha era espectacular, y lo sabía. Sus movimientos eran fluidos, seguros, y la forma en que sus ojos me miraban, desafiantes y seductores, dejaba claro que ella tenía el control de la situación.

—¿Qué pasa, Mozkowitz? —preguntó, girándose para mirarme de frente mientras seguía moviéndose al ritmo de la música—. ¿Te intimido?

—A mí no me intimida nadie, LaRusso. —Di un paso hacia ella, colocando mis manos en su cintura, y por un momento vi cómo su sonrisa se ampliaba, claramente disfrutando el desafío.

—¿Seguro? —murmuró, mientras comenzaba a menearse contra mí, sus movimientos sincronizados con los míos.

La forma en que sus caderas se movían contra mí era... peligrosa. Pero no iba a mostrar ningún signo de incomodidad. Si Sam quería jugar, yo también podía hacerlo.

—Bastante seguro —respondí, inclinándome un poco hacia su oído, lo suficiente para que mi voz se escuchara por encima de la música—. ¿Te molesta?

—¿Molestarme? —repitió con una risa suave, girándose para mirarme a los ojos mientras sus manos se apoyaban en mis hombros—. No, Mozkowitz. De hecho, me gusta verte intentando seguirme el ritmo.

—¿Intentando? —arqueé una ceja, acercándome un poco más, hasta que apenas había espacio entre nosotros—. Si mal no recuerdo, tú fuiste la que me arrastró aquí.

—Porque sabía que serías bueno en esto. —Sam sonrió, deslizando una mano por mi nuca de forma lenta, casi distraída—. Pero no esperaba que fuera tan... divertido.

El tono de su voz, combinado con la forma en que sus ojos brillaban, me hizo sentir que estábamos jugando un juego que ninguno estaba dispuesto a perder.

—Siempre es divertido conmigo, Sam. —Dejé que mi voz bajara un poco, haciéndola más grave, más seductora.

23:19 p.m

La música seguía resonando en el patio, pero para mí se había convertido en un ruido distante, como si todo lo que pasaba a mi alrededor careciera de importancia. Me quedé sentado, con el vaso vacío en la mano, observando el hielo derretirse lentamente. Robby y Samantha habían ido por más bebidas, dejándome con una mezcla de pensamientos que prefería no analizar demasiado.

Suspiré, intentando concentrarme en cualquier otra cosa, cuando escuché una voz que, aunque suave, destilaba veneno.

—¿Así que bailas también?

Levanté la mirada y ahí estaba Victoria Nichols, cruzada de brazos, observándome con una expresión que combinaba burla y reproche. Siempre sabía cómo hacer que la sangre me hirviera con solo unas pocas palabras.

—Joder, Victoria, ¿qué te importa? —respondí, mi tono más cortante de lo que esperaba.

Su boca se abrió, lista para disparar algún comentario, pero no le di la oportunidad.

—No puedo con tu descaro. —Me incliné un poco hacia adelante, mirándola directamente a los ojos—. Estás encima de Robby desde que llegué, y aun así vienes a reclamarme por un estúpido baile con Samantha. ¿Te estás escuchando?

Por un momento, su rostro cambió. Fue apenas un destello, como si mis palabras hubieran golpeado una fibra sensible. Pero no duró mucho. Tory era demasiado buena ocultando cualquier vulnerabilidad.

—You know what? —dijo finalmente, cruzando los brazos con más fuerza—. Tienes razón.

—Claro que tengo razón —repliqué, alzando un poco la voz—. Y ¿sabes qué? No me rayes más, Tory. La próxima vez que me busques, que sea para un polvo.

Mis palabras salieron antes de que pudiera detenerlas, y tan pronto como lo hice, supe que había cruzado un límite. Pero no me importó. Estaba harto de sus juegos, de sus dobles intenciones, de su habilidad para arrastrarme a su caos.

El cambio en su rostro fue inmediato. Sus ojos brillaron, pero no de la forma seductora que solían hacerlo. Era rabia pura. Antes de que pudiera reaccionar, sentí la palma de su mano estrellándose contra mi mejilla.

El golpe resonó más en mi orgullo que en mi piel, pero aún así, sentí el ardor extenderse por mi cara.

—Ten por seguro que no habrán más, estúpido —escupió las palabras como si fueran veneno, dándose la vuelta para marcharse sin darme tiempo a responder.

La vi alejarse como una tormenta en medio de una noche tranquila. Su cabello rubio ondeaba detrás de ella mientras Robby, como el buen imbécil que es, la seguía de inmediato.

—¡Tory, espera! —gritó él, con esa desesperación que solo me daba más asco.

Me quedé en mi lugar, frotándome la mejilla con calma mientras intentaba calmar el torbellino de emociones que había provocado nuestra discusión.

No tardó mucho en que Miguel y Demetri aparecieran, con rostros preocupados y claramente conscientes de lo que había pasado.

—¿Qué carajo fue eso? —preguntó Demetri, sus ojos alternando entre mi cara y la dirección en la que Tory había desaparecido.

—Nada importante —respondí, levantándome de golpe—. Déjenlo.

—¿Nada importante? —Miguel frunció el ceño—. Tienes la marca de su mano en la cara, Nicolay.

—He dicho que lo dejen. —espeté, apartándolos mientras caminaba hacia la casa.

No quería escuchar más preguntas ni consejos. Solo necesitaba un respiro, un lugar donde pudiera estar solo por un momento.

Al entrar a la cocina, me encontré con un silencio casi abrumador. Todos los demás seguían afuera, disfrutando de la fiesta, y yo agradecí que el espacio estuviera vacío. Me apoyé contra la encimera, dejando que el frío del mármol se filtrara a través de mi camisa. Cerré los ojos y respiré hondo, intentando alejar la frustración que sentía.

¿Por qué Tory siempre lograba esto? ¿Por qué siempre conseguía arrastrarme a discusiones que me dejaban más agotado que satisfecho?

Abrí los ojos y me serví un trago del vodka que estaba sobre la mesa. No lo mezclé con nada. Lo llevé directamente a mis labios, dejando que el ardor del alcohol me distrajera de mis pensamientos.

¿En qué estaba pensando cuando me enganche por aquella jodida rubia? Ese pensamiento seguía rondando mi cabeza, como una canción que no puedes dejar de tararear aunque te enferme. Tory tenía la habilidad de convertir cada interacción en una tormenta y, sin embargo, ahí estaba yo, atrapado en su maldito huracán.

Llevé el vaso de vodka a mis labios otra vez, dejando que el ardor me quemara la garganta. Pero antes de que pudiera dar el siguiente trago, una voz suave rompió el silencio.

—¿Estás bien?

Volteé y vi a Samantha de pie en el umbral de la puerta, con una expresión que mezclaba preocupación y algo que no pude descifrar del todo. Asentí de manera automática, como si con ese simple gesto pudiera convencerla de que no necesitaba su atención.

—No te preocupes por mí —dije con un tono plano, intentando sonar convincente—. Puedes irte.

Ella no se movió. En cambio, caminó hacia mí, con pasos ligeros pero decididos. Antes de que pudiera detenerla, sus dedos rozaron mi mejilla, justo donde la mano de Tory había dejado su marca.

—Está roja... —comentó en voz baja, como si hablar más fuerte pudiera hacer que doliera más.

Me tensé ante el contacto, pero no retrocedí.

—Estoy bien —repetí, apartando suavemente su mano de mi cara.

—Quizás si te pongo algo frío podría...

—¡Joder, Samantha! —exclamé de repente, interrumpiéndola. Mi voz resonó más fuerte de lo que esperaba, llena de una frustración que no era realmente su culpa—. ¡¿Acaso estás sorda?!

El efecto de mis palabras fue inmediato. Su rostro, que hasta ese momento había estado lleno de una tranquila determinación, decayó de golpe. Sus ojos evitaron los míos, y en ese momento sentí como si el aire se volviera más pesado en la habitación.

Mentalmente, me golpeé por mi reacción. Samantha no había hecho nada malo. Si acaso, era la única persona que había intentado acercarse a mí desde que todo se había desmoronado afuera.

—Sam... —comencé, dejando el vaso sobre la encimera mientras pasaba una mano por mi cabello. Suspiré, buscando las palabras adecuadas—. Lo siento, ¿si? No debí gritarte.

Ella alzó la mirada, pero no dijo nada. Había algo en sus ojos que me hizo sentir más culpable de lo que cualquier grito de Tory podría lograr.

—No es tu culpa —continué, cruzándome de brazos—. Solo... estoy hecho un desastre ahora mismo.

—Lo sé —respondió finalmente, su voz suave, pero firme. Sus ojos se fijaron en los míos, desafiándome de una forma que no esperaba—. Y por eso estoy aquí.

—Sam, no tienes que...

—Sí, tengo que hacerlo —me interrumpió, dando un paso más cerca de mí—. Porque sé que detrás de esa fachada de tipo duro hay alguien que realmente está jodido, Nicolay. Y aunque odies admitirlo, necesitas que alguien te aguante.

Su honestidad me desarmó por completo. No estaba acostumbrado a que alguien hablara conmigo de esa manera, directa y sin rodeos. Me quedé en silencio, incapaz de pensar en una respuesta adecuada.

—Mira... —suspiró ella, bajando la mirada por un momento antes de volver a encontrarse con mis ojos—. No sé qué pasa entre tú y Tory, y honestamente no quiero saberlo. Pero si sigues dejando que te afecte de esta manera, solo vas a terminar hundiéndote más.

Solté una risa seca, llevándome una mano a la nuca.

—Eso suena a un gran consejo, Sam. Tal vez deberías escribir un libro de autoayuda.

Ella me miró con una mezcla de exasperación y diversión.

—Podrías empezar escuchándolo.

Un pequeño silencio se instaló entre nosotros, pero esta vez no se sintió incómodo. Había algo en la forma en que Sam me miraba, como si realmente creyera que podía ser algo mejor, algo más que el desastre que sentía ser en ese momento.

—Gracias —dije finalmente, rompiendo el silencio.

—¿Por qué?

—Por no salir corriendo como el resto —respondí, dejando que una sonrisa ligera se formara en mis labios.

Ella me devolvió la sonrisa, aunque apenas fue un destello.

—No te acostumbres.

Solté una risa suave, y por primera vez en toda la noche, sentí que podía respirar un poco más tranquilo. Sam no era Tory. No era caos ni tormenta. Era... algo diferente. Y tal vez, solo tal vez, eso era justo lo que necesitaba en ese momento.

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